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EL AÑO DEL NACIMIENTO DE JESÚS

Por: Ariel Álvarez Valdés.

Al principio, era Roma


Cuando Jesús vino al mundo nadie lo estaba esperando. A pesar de que su nacimiento
había sido anunciado durante siglos por los profetas, y anhelado ansiosamente por el pueblo y los
dirigentes de Israel, ni siquiera trascendió la noticia, como para quedar registrada.
Después de su muerte, los primeros cristianos tampoco se preocuparon en averiguar la
fecha de su cumpleaños. Lo único que les interesó fue salir a predicar el Reino que él acababa de
fundar. Y a esto se abocaron de lleno durante siglos, sin interesarse por los detalles históricos de su
vida.
Mientras tanto, ¿qué calendario empleaban los miles y miles de cristianos que a lo largo de
los años habían abrazado la fe? Como estaban inmersos dentro del Imperio Romano, y éste era
quien imponía las estructuras y normas de vida corriente, seguían el mismo cálculo empleado por
Roma en toda el área de influencia de su gobierno.
El sistema consistía en contar los años a partir de la fundación de la ciudad de Roma. Ese
era considerado el 1º año, y de ahí en adelante se sumaban los siguientes. Como difícilmente se
recordaban en el Imperio acontecimientos anteriores a aquella lejana fundación, no había mayores
dificultades.
Para hacer alusión a este calendario, se colocaba las iniciales U.C., que significan “Urbis
Conditae” (de la fundación de la Ciudad).

Se les había pasado


Pero con el correr de los siglos, muchos cristianos empezaron a pensar que la fundación de
la ciudad de Roma, que había sido pagana durante los mil primeros años de su existencia, no era el
hito más adecuado para contar los años. Al contrario, consideraban el nacimiento de Jesús como el
suceso central de la historia.
La idea se impuso con más fuerza cuando 450 años después de Cristo el Imperio Romano se
desmoronó ante los embates de los pueblos bárbaros. Ya no quedaba nada que ligara a los
cristianos con él, ni razón alguna para seguir considerándolo como el centro histórico de sus vidas.
Había que crear un nuevo calendario, que tuviera como eje a la persona de Jesucristo.
Entonces cayeron en la cuenta de que nadie sabía el día, ni el mes, ni siquiera el año de su
nacimiento debido a que los autores de los evangelios habían omitido el detalle. Estos escritos más
bien contaban episodios aislados de la vida del Salvador sobre la base de una catequesis oral
previa, pero no había en ellos la pretensión de una exacta cronología de su vida.

Exiguo, pero gigante


Es en ese momento cuando aparece la figura de un monje llamado Dionisio, natural de
Escitia (región de la actual Rusia), que vivió casi toda su vida en Roma. Tenía por sobrenombre “el
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Exiguo”, que significa pequeño, minúsculo; algunos han supuesto que se debía a que era de baja
estatura; pero más bien parece que él mismo quiso llevar ese apodo por humildad.
Era uno de los hombres más eruditos de su época, brillante teólogo, y gran conocedor de la
historia de la Iglesia y de las cronologías. Había compuesto una célebre colección de decretos de
los Papas y de decisiones de los Concilios con valiosos comentarios propios.
El papa Juan I, entonces, le encargó la tarea de calcular la fecha de nacimiento de Cristo.
Pero ¿cómo empezar tan colosal empresa? Lo primero que hizo fue buscar en los evangelios. Y
encontró allí algunas informaciones útiles. De san Lucas, por ejemplo, obtuvo que al comenzar su
vida pública “Jesús tenía unos 30 años” (3,23). Esto ya era un buen dato. Retrocediendo de allí
treinta años, se podía saber el año de su nacimiento. ¿Pero en qué año había empezado Jesús su
vida pública? Unos versículos antes tenía la respuesta: “el año 15 del gobierno de Tiberio César”
(Lc 3,1).

Cuando Cristo llegó al centro


Confrontando largas tablas de fechas y cronologías, Dionisio dedujo que el año 15 de
Tiberio, en que Jesús salió a predicar, correspondía al 783 U.C. Ahora bien, restando los 30 años de
vida de Jesús, obtuvo que había nacido en el 754 U.C.
Para ubicar a Jesucristo en el inicio de una nueva era, el 754 U.C. tenía que pasar a ser el
año 1, el 755 el año 2, y así sucesivamente. Después de cada número Dionisio añadió las siglas
“d.C.”, es decir, “después de Cristo”. A los años anteriores al nacimiento de Cristo, en cambio, los
etiquetó “a.C.”, es decir, “antes de Cristo”.
Según este nuevo cómputo, la fundación de Roma (que era el inicio del calendario anterior)
ya no figuraba más en el año 1, sino en el 753 “a.C.”. Y Dionisio, que vivía por entonces en el año
1286 del calendario romano (U.C.), se dio con que vivía en el 533 de la nueva era cristiana. ¡Cuán
grande habrá sido la emoción del monje al convertirse así en el primer hombre que supo en qué
año después de Cristo vivía!
La idea del nuevo calendario tuvo un éxito extraordinario, e inmediatamente comenzó a ser
aplicada en Roma. Poco después llegó a las Galias (la actual Francia) y a Inglaterra. Tardará un poco
aún en ser aceptada en España: en Cataluña se la adopta tan sólo a partir de 1180; en Aragón,
desde la Navidad de 1350; en 1358 se lo admite en Valencia; en Castilla desde 1383. Y llega a
Portugal sólo en 1422.
Poco a poco, y no sin vencer grandes dificultades, se generalizó en todas partes para fines
de la Edad Media. La gloria de Dionisio destelló en cada rincón del mundo antiguo, y cuando
falleció catorce años más tarde, se habría podido anotar con orgullo en su obituario que había
muerto “en el año 540 de la era inventada por él”.

La aparición del cero


Sin embargo, el monje Dionisio cometió un error. En efecto, al año del nacimiento de Jesús
lo llamó “año 1 d.C.”, lo cual no es del todo correcto, pues esto implica que ya hacía un año que
había nacido Jesús. Pero tampoco podía llamarlo “año 1 a.C.” ¿Cómo debería haberlo llamado a
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aquel año del nacimiento? Debió haberlo llamado “año cero”, pues ese año no pertenece ni a
“antes” ni a “después” de Cristo.
¿Y por qué a alguien tan inteligente como Dionisio no se le ocurrió llamar al año del
nacimiento de Jesús “año cero”? Porque en Europa en aquel momento nadie conocía el cero. Se
utilizaban los números romanos, los cuales no incluyen el concepto de “cero”.
Sólo tres siglos más tarde, gracias a un matemático persa llamado Mohamed ibn Al
Khwuarizmi, se introdujo por primera vez en Europa un nuevo sistema de números: los números
arábigos (que son los que usamos actualmente), los cuales sí incluyen el cero. En efecto, en el año
825 este sabio escribió un libro llamado, en su traducción latina, “Algoritmi de numero indorum”,
en el que hablaba de algo que, aparentemente, tomó de la cultura hindú: el sunya, el vacío, o sea,
el número cero.
No fue fácil que los europeos, acostumbrados a que “I” significara 1, “V” fuera 5, y “X”
quisiera decir 10, aceptaran los números arábigos. Éstos sólo se impusieron lentamente alrededor
del año 1000. Pero ya nadie se preocupó por corregir el calendario. En consecuencia, éste siguió
comenzando en el año 1 (en lugar del cero), y por lo cual la primera década debía terminar en el
año 10, el primer siglo en el año 100, y el primer milenio en el año 1000.
Esta es la razón por la cual en el año 2000 termina el segundo milenio, no comienza el
tercero milenio. Si se hubiera corregido el calendario y se hubiera empezado a contar la era
cristiana desde un hipotético año cero, entonces sí, el 1º de enero del año 2000 habría comenzado
el tercer milenio.

El tremendo imprevisto
Pero además de no haber puesto el año cero, el monje Dionisio cometió otro error. En
efecto el evangelio de Mateo afirma que Jesús vino al mundo “en tiempos del rey Herodes” (2,1). Y
gracias a un escritor romano llamado Flavio Josefo (contemporáneo de Cristo), sabemos que este
rey murió en el año 4 a.C., pocos días después de un eclipse de luna ocurrido el 12 de marzo, que
había iluminado con su luz siniestra la horrible enfermedad infecciosa del monarca. Por lo tanto,
Jesús no pudo haber nacido en el año 1, pues cuando él vino al mundo el rey Herodes todavía
vivía. Debió haber nacido, pues, por lo menos 4 años antes de lo fijado por Dionisio.
Pero ¿cuánto antes de la muerte de Herodes había nacido? Sabemos que el viejo monarca,
cuando sintió que su salud se agravaba, atormentado por la enfermedad se hizo trasladar a Jericó,
y luego a las termas de Callíroe para aplicarse unos baños curativos. En vista de que no mejoraba,
se volvió a Jericó en donde murió poco después. Este viaje ocurrió en noviembre del año 5, a
comienzos del invierno. Hay que hacer, pues, una segunda adición de unos dos o tres años, y
remontarnos hasta el año 7 a.C. para el nacimiento del Mesías.

Un año perdido y hallado


La fecha probable de su nacimiento, pues, es el año 7 a.C, por lo que al comenzar su vida
pública, Jesús tenía unos 34 años.
Algunos estudiosos quieren llegar por otro camino a fijar la fecha del nacimiento de Jesús,
es decir, mediante el censo mencionado por Lucas, que realizó Quirino y que motivó el viaje de
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José y María a Belén (2,1). Pero esa vía está ya descartada, debido al carácter fragmentario de las
informaciones históricas acerca de Quirino, y especialmente por el hecho de que ninguna fuente
histórica menciona censo alguno realizado en tiempos del rey Herodes.
En conclusión, por los datos de los evangelios y de las demás fuentes históricas, debemos
afirmar que Cristo nació paradójicamente ¡en el año 7 antes de Cristo!

Por una era cristiana II


Esta frase en sí contradictoria, ha despertado en muchos la idea de reformar nuestro actual
calendario y ajustarlo con mayor precisión al nacimiento del Salvador. Para ello proponen agregar
los 7 años que olvidó Dionisio en los cálculos de sus papeles. De esta manera, en vez de hallarnos
en el año 2007 estaríamos en el 2014.
La propuesta, aunque atrayente en su intención, es impracticable. En efecto, a todos los
acontecimientos históricos los tenemos ya fechados con esos 7 años de desfase. Cambiarlos uno
por uno sería, además de un trabajo colosal, un verdadero quebradero de cabezas. ¿Cómo volver a
proponerle a los estudiosos de historia que Julio César no murió en el 44 sino en el 37 a.C., y que la
Primera Guerra Mundial no comenzó en 1914 sino en 1921? Cómo hacer cambiar a millones de
estudiantes, que tienen mentalmente fijadas tantas fechas, que Cristóbal Colón no arribó a
América en 1492 sino en 1499, y que el grito de Independencia en Bogotá no fue en 1810 sino en
1817?
Pero sobre todo es una iniciativa sin sentido, porque así como está el calendario, con la
diferencia de 7 años, igualmente cumple la intención de Dionisio: recordar perpetuamente que
con la venida de Cristo al mundo la historia ha quedado partida en dos; que no es lo mismo el
mundo antes de él que después de él; que él es el eje del tiempo en torno al cual gira todo
acontecimiento humano. Con semejante proyecto pedagógico, los años discordantes no afectan en
absoluto su objetivo primigenio.

La maldición de los números


Hace unos años el mundo ingresó con gran temor en el año 2000. Y en ese entonces no
faltaron agoreros que con profecías sobre el fin del mundo, con vaticinios sobre catástrofes y con
anuncios aterradores predijeran la llegada de acontecimientos fatídicos en todo el universo.
No era de extrañar. Los manuales de historia cuentan que cuando el mundo ingresó en el
año 1000 también se elevó por toda la sociedad medieval un rumor de catástrofes y desórdenes
cósmicos que se extendió como un fuego, espantando a la gente, provocando suicidios y
trastornando la vida de millones de personas. Por lo tanto, cuando nosotros ingresamos al tercer
milenio no sorprendió a nadie que se volviera a repetir aquella atávica actitud.
Pero a la luz de lo expuesto uno se preguntar: ¿existió en verdad el año 1000, o el año
2000? Porque si bien en las relaciones internacionales se ha extendido el calendario dionisiano, en
el orden interno de muchos países y grupos religiosos este calendario no tiene vigencia. Para 19
millones de judíos, por ejemplo, estamos en el año 5768. Para 800 millones de musulmanes
acabamos de ingresar en el año 1428. Para los persas musulmanes de Irán el calendario les indica,
en cambio, el 1386. Los japoneses de religión shintoísta, viven ahora en el año 2666. Por su parte
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millones de devotos de ciertos credos de la India sostienen que estamos en el 2064, y los chinos
confusionistas viven en el 2536.

Ni para los cristianos


Ni siquiera las iglesias cristianas celebraron con unanimidad el ingreso en año 2000. Los
cristianos coptos de Egipto van en el año 1724, los caldeos de Irak en el 6756, los armenios en el
1453, y los sirios en el 2318. Si a esto le sumamos que los novecientos millones de católicos están
en 7 años desfasados del verdadero inicio de la era, concluimos que ni el año 1000 ni el 2000
existen. Son simplemente fechas convencionales, que parten de un acuerdo que se llegó para
poner a Cristo en el centro de nuestra historia. Por eso es absurdo fijar, basándose en los números,
alguna desgracia calendárica.
Gracias a Dionisio, Cristo reina en nuestros almanaques. Aunque no seamos conscientes,
toda fecha que escribimos al encabezar una carta, hacer un recibo, firmar un acta, llenar un
cheque, nos recuerda su venida a este mundo.
El es el centro de nuestra historia. Debemos, en consecuencia, vivir de tal manera que
también en nuestro obrar cotidiano sea él el centro de nuestra vida.

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