Está en la página 1de 5

COELGIO DEL CARMEN Y SAN JOSÉ

Espacio curricular: Historia y Filosofía de las ciencias Curso: 6 año “B”


Docente: Lic. Karina Luna

TRABAJO PRÁCTICO N° 1

REALIZAR EN GRUPO DE 3 O 4 ALUMNOS


NOMBRES:

a) Lea detenidamente y subraye las ideas principales


b) Explique la siguiente expresión : “lo que hoy consideramos filosofía y lo que hoy consideramos
ciencia nació todo junto, mezclado, y su separación, que ni siquiera ahora es completa, se fue
produciendo muy lentamente-a medida que los problemas se tornaban solucionables […]. De modo
que muchos de los actuales problemas científicos, en disciplinas que van desde la física hasta la
ciencia política, fueron antes problemas filosóficos”.
c) ¿Por qué se sostiene que los problemas filosóficos no se pueden resolver?
d) ¿Cuál es el valor de participar en discusiones interminables sobre problemas que no se pueden
resolver?
e) Qué significa la expresión latina “ceteris paribus”
f) ¿Cuáles serían las disciplinas duras, y cuáles serían las disciplinas blandas?, explique con ejemplos
g) ¿Para qué cree el autor que sirve la Filosofía?

PARA QUÉ SIRVE LA FILOSOFÍA (por Manuel Comesaña)

La filosofía de la ciencia, como su nombre lo indica, es la rama de la filosofía que se pregunta qué es la
ciencia, dividiendo esta pregunta en otras más chicas, como, por ejemplo, "¿Cuál es el método que aplican
los científicos-si es que aplican alguno-en la aceptación y rechazo de teorías?" Al igual que las demás ramas
de la filosofía, la filosofía de la ciencia consiste en discusiones interminables sobre problemas que no se
pueden resolver. Por supuesto, no todos están de acuerdo con esta manera de entender la filosofía: los
que proponen alguna solución para un problema filosófico suelen estar convencidos de que en efecto lo
han resuelto. Justamente, uno de los problemas filosóficos no resueltos es el que se expresa en la pregunta
"¿Qué es la filosofía?" Yo suscribo una concepción de la filosofía muy difundida según la cual los problemas
filosóficos no son solucionables, esto es, no sólo no se han resuelto hasta ahora sino que no se pueden
resolver. A veces un problema filosófico se torna solucionable; es lo que sucede cuando los especialistas
en el tema se ponen de acuerdo en cómo hay que tratarlo, en cuál es el método para tratar de resolverlo.
Pero, cuando ocurre esto, el problema deja de ser filosófico y pasa a formar parte de una disciplina
científica independiente de la filosofía-aunque ésta no es una cuestión de todo o nada, y algunos
problemas se ubican en una difusa zona intermedia. Esta es la diferencia fundamental entre la ciencia y la
filosofía. Para decirlo con la demasiado célebre terminología de Kuhn, la filosofía se encuentra siempre en
el período anterior al paradigma, y cada vez que el tratamiento de un tema por parte de los especialistas
supera ese estadio, el tema deja de ser filosófico para convertirse en científico, debido a que, como dice
Peter Medawar, "la ciencia es el arte de lo solucionable." Así, por ejemplo, la pregunta con la que nació la
filosofía occidental, a saber, "¿De qué está hecho el mundo?" pertenece desde hace mucho a la física. Tal
vez no sea éste el mejor ejemplo, ya que se trata de una parte de la física cuyo límite con la filosofía es
borroso. Sea como fuere, lo que hoy consideramos filosofía y lo que hoy consideramos ciencia nació todo
junto, mezclado, y su separación, que ni siquiera ahora es completa, se fue produciendo muy lentamente-
a medida que los problemas se tornaban solucionables-; todavía el principal libro de Newton se llamó
Principios matemáticos de la filosofía natural. De modo que muchos de los actuales problemas científicos,
en disciplinas que van desde la física hasta la ciencia política, fueron antes problemas filosóficos.

Algunos dudan de que un problema insolucionable pueda convertirse en solucionable; piensan que si
ahora es solucionable, entonces lo fue siempre, o bien que no es en realidad el mismo problema, aunque
a primera vista pueda parecerlo. Creo que, para los fines de este trabajo, la objeción admite una respuesta
sencilla, a saber: hay dos clases de insolucionabilidad, la absoluta y la relativa. Los problemas
absolutamente insolucionables nunca se vuelven solucionables; los relativamente insolucionables, sí, al
COELGIO DEL CARMEN Y SAN JOSÉ
Espacio curricular: Historia y Filosofía de las ciencias Curso: 6 año “B”
Docente: Lic. Karina Luna

cambiar ciertas condiciones. Este cambio en las condiciones no acarrea necesariamente ningún cambio en
la formulación del problema, que puede muy bien seguir siendo el mismo. Problemas filosóficos hay de las
dos clases: los que nunca se tornan solucionables y los que sí, con lo cual dejan de ser filosóficos y se
convierten en problemas científicos.

Una respuesta más complicada a la misma objeción consiste en decir que las propiedades disposicionales-
incluidas las propiedades disposicionales negativas-pueden perderse, y pueden no ser definitorias o
esenciales. Un vaso irrompible puede dejar de serlo sin dejar de ser el mismo vaso y sin que su fragilidad
sea retroactiva. ¿Qué quiere decir que un vaso es irrompible? Si le creemos a Quine (Cf. From Stimulus to
Science, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1995, p. 21), quiere decir que su estructura
microscópica impide que se rompa a causa de golpes que los vasos comunes no resistirían. Y, obviamente,
si esa estructura cambia y el vaso deja de ser irrompible, el cambio no es retroactivo. Si no le creemos, su
concepción de las disposiciones basta para mostrar que la cuestión es opinable, como lo son todas las
cuestiones filosóficas. Dicho sea de paso, Quine es seguramente uno de los que no estarían de acuerdo
con esta última afirmación; más bien opinaría, con Wittgenstein, que las discusiones filosóficas son la
escalera que se tira después de haber subido. Pero hasta ahora la filosofía consiste solamente en escaleras,
y no se sabe de nadie que ya esté arriba.

Por supuesto, los problemas filosóficos no se vuelven solucionables de golpe. Se trata de procesos largos,
con etapas intermedias durante las cuales es posible tener la fundada impresión de que los datos empíricos
son capaces de influir en la discusión filosófica. Creo que esta impresión es una de las fuentes del
naturalismo filosófico que ha vuelto a estar de moda desde hace unos cuantos años. Pero me parece que
se equivocan los que defienden versiones extremas de este naturalismo según las cuales todos los
problemas filosóficos, en cualquier etapa de su historia, pueden ser resueltos por la investigación
científica. Desde luego, uno puede hacer verdadera esta última afirmación decidiendo que los problemas
no solucionables son en realidad seudoproblemas de los cuales no vale la pena ocuparse. Pero esta
maniobra constituye una petición de principio en contra de la filosofía. Por otra parte, algunos problemas
filosóficos, por ser demasiado básicos y generales, nunca se tornan solucionables; esto es lo que ocurre,
por ejemplo, con la cuestión de si hay un mundo externo.

Si la filosofía tiene estas características, no es fácil ver qué utilidad puede tener, esto es, qué servicios
puede prestar fuera de ella misma. Ahora se habla de filosofía aplicada, y en particular de ética aplicada,
pero yo no he logrado entender de qué se trata. Por supuesto, es posible aplicar una teoría filosófica, pero
no es posible aplicar una rama entera de la filosofía si en ella hay teorías que rivalizan sobre los
fundamentos mismos de la disciplina; dicho de otro modo, es posible aplicar una propuesta de solución,
pero no una discusión abierta sobre un problema no resuelto. La diferencia entre esas dos cosas está muy
bien expresada en esta observación de Kuhn: "Cuando digo que la filosofía no ha progresado, no quiero
decir que no haya progresado el aristotelismo; quiero decir que todavía hay aristotélicos." La frase citada
no se refiere a la aplicabilidad sino al progreso, pero en el presente contexto ambas cuestiones son
enteramente análogas: cuando digo que la filosofía no es aplicable, no quiero decir que no sea aplicable
el aristotelismo.

¿Y por qué participar en discusiones interminables sobre problemas que no se pueden resolver? Por varias
razones. En primer lugar, a algunos les gusta, y, dentro de ciertos límites, todo el mundo tiene derecho a
hacer lo que le gusta. Como dice Tarski, "la cuestión del valor de una investigación cualquiera no puede
contestarse adecuadamente sin tener en cuenta la satisfacción intelectual que producen los resultados de
esa investigación a quienes la comprenden y estiman." En segundo término, la filosofía cumple una función
crítica con respecto a todas las pretensiones de conocimiento, función crítica que en algunos casos resulta
útil: "Es preferible-decía Bertrand Russell-una incertidumbre fundada a una certidumbre infundada." No
creo que esto se aplique a todas las situaciones: en la vida cotidiana, dar por sentada la existencia de
objetos externos-es decir, comportarse como "realista ingenuo," o aceptar lo que Quine llama "la teoría
de los objetos físicos"-parece más práctico que ponerla en duda. Pero en algunas situaciones resulta útil
cuestionar certezas, por ejemplo, certezas políticas-aunque más no sea porque siempre se asesina en
COELGIO DEL CARMEN Y SAN JOSÉ
Espacio curricular: Historia y Filosofía de las ciencias Curso: 6 año “B”
Docente: Lic. Karina Luna

nombre de certezas, nunca en nombre de dudas, y el filósofo es, ceteris paribus, el mejor entrenado de
los cuestionadores (tal vez sea esta actividad de cuestionamiento lo que algunos llaman "filosofía
aplicada"). Y, tercero, a veces los problemas filosóficos se tornan, como ya se dijo, solucionables, y la
discusión filosófica cede el lugar a una especialidad científica. En estos casos, como dice Keith Lehrer, "la
filosofía pierde algunos de sus temas de estudio a causa de su propio éxito."

A la filosofía de la ciencia lo que se le suele exigir es que le resulte útil a la ciencia, cosa que sólo sería
posible si algún problema epistemológico (empleo la palabra "epistemología" como sinónima de "teoría
del conocimiento científico," o incluso de "filosofía de la ciencia") se hubiera resuelto. Algunos creen que,
en efecto, esto ha ocurrido. Así, por ejemplo, los partidarios de la llamada concepción estructuralista de
las teorías científicas están convencidos de haber resuelto un problema epistemológico, el expresado por
la pregunta "¿Qué es una teoría científica?" y entonces se dedican a aplicar la solución que supuestamente
han encontrado, esto es, a reconstruir teorías científicas de la manera que a ellos les parece correcta, en
vez de seguir participando en discusiones sobre este y otros problemas epistemológicos, actividad que
suelen considerar más bien inútil. De acuerdo con la caracterización de la filosofía antes esbozada, hay al
respecto dos posibilidades: o bien están equivocados, y entonces la discusión filosófica acerca de qué es
una teoría científica no ha terminado, o bien tienen razón, en cuyo caso lo que ellos hacen ya no es filosofía
de la ciencia sino una nueva especialidad científica, posibilidad esta última que probablemente no les
disguste.

Esta diferencia entre ciencia y filosofía no es un capricho terminológico; se trata de actividades distintas,
que requieren vocaciones también distintas. Para decirlo de nuevo con el servicial léxico de Kuhn, una cosa
es ser un investigador "normal," que se dedica a resolver problemas, y otra cosa muy distinta es participar
en discusiones interminables sobre temas que se encuentran en un estado permanente de "crisis" (o de
"preciencia," lo que para el caso es lo mismo). La mayor parte de los que desarrollan alguna actividad
teórica prefieren, muy razonablemente, lo primero, y entonces optan por dedicarse a la ciencia. A una
minoría, en cambio, las interminables discusiones filosóficas le producen un placer intelectual difícil de
explicar. Y no son pocos los que, dedicándose a la filosofía debido a un error vocacional, se ubican en una
categoría mixta: tienen la necesidad psicológica de desarrollar una actividad "normal" y se impacientan
frente a discusiones que no terminan y problemas que no se resuelven, pero se ocupan de problemas
filosóficos. Estos últimos suelen resolver el conflicto mediante una mezcla indebida de ambas cosas: cada
vez que se convencen de algo se sienten absolutamente seguros de haber resuelto el problema respectivo,
y son, así, filósofos llenos de certezas y con pocas dudas.

También los manuales y cursos de "metodología de la ciencia" suelen dar por resueltos ciertos problemas
epistemológicos fundamentales, en particular el problema de cuál es el "método científico." No es casual
que en estos casos se hable de "metodología" o de "epistemología," y no de "filosofía de la ciencia," rótulo
que inevitablemente evoca más problemas que soluciones, y que, debido a eso, se vende mucho menos.
Lo que vagamente prometen esos manuales y cursos es que nos van a enseñar cómo llevar a cabo
investigaciones científicas exitosas, promesa que, por supuesto, no pueden cumplir. Nadie puede
enseñarnos un método mecánico para llevar a cabo buenas investigaciones por la sencilla razón de que
semejante método no existe; si existiera, la ciencia podría ser hecha por máquinas (tengo entendido que
en los últimos veinte años se ha avanzado algo en esta dirección, pero no tanto como para asegurar que
en un futuro previsible se podrá prescindir de los científicos humanos). Lo que se puede aprender acerca
de cómo investigar en determinada disciplina, área o tema, consiste en habilidades no algorítmicas que
sólo se pueden adquirir trabajando bajo la dirección de un maestro que sea especialista en la materia. A
la metodología de la investigación se la debe entender como la discusión filosófica de problemas
relacionados con el método científico en general (incluida la discusión acerca de si existe semejante cosa).
Entre esas dos cosas: el trabajo bajo la dirección de un especialista y la metodología entendida como parte
de la filosofía de la ciencia, no hay nada intermedio; lo que habitualmente se ofrece en esta franja consiste
en observaciones triviales sobre los "pasos" o "etapas" de la investigación, mezcladas con un poco de
estadística y a veces también con recomendaciones estilísticas tan razonables e interesantes como la de
expresar una sola idea por párrafo.
COELGIO DEL CARMEN Y SAN JOSÉ
Espacio curricular: Historia y Filosofía de las ciencias Curso: 6 año “B”
Docente: Lic. Karina Luna

Me gustaría decir ahora para qué creo que sí sirve la filosofía de la ciencia.
1. En primer lugar, les sirve a los filosófos de la ciencia para poder dedicarse a lo que les gusta. ¿Tienen
derecho a cobrar por eso? En principio-es decir, trasladando la carga de la prueba al que sostenga lo
contrario, tanto como cualquier especialista en otra disciplina.

2. En las etapas de preciencia y de crisis todas las disciplinas incluyen un elevado porcentaje de discusión
epistemológica, como sigue ocurriendo ahora en las ciencias sociales y humanas, y también en las áreas
de frontera de las disciplinas "duras." Es fácil comprobar que la epistemología más o menos "espontánea"
que los científicos producen en tales situaciones, es, ceteris paribus, inferior en calidad a la que pueden
aportar verdaderos especialistas en epistemología.

3. Algunos científicos "normales" no se conforman con practicar su especialidad sino que además quieren
opinar sobre ella y/o sobre la ciencia en general, cosa que, por la razón mencionada en el punto anterior,
sólo pueden hacer idóneamente con el asesoramiento del filósofo de la ciencia.

4. A veces se discute acerca de quiénes deben administrar la ciencia; algunos opinan que debe ser
administrada por científicos elegidos entre los mejores, y otros, que debe serlo por sociólogos
especializados en política científica, o algo por el estilo. Mi opinión, que sin duda es la mera racionalización
de un interés gremial, es que la ciencia debe ser administrada por filósofos de la ciencia (o que éstos, como
mínimo, deben asesorar a quienes la administren). La razón es que los criterios que se aplican al evaluar
investigaciones sólo pueden proceder de las concepciones de la ciencia que compiten entre sí en la
epistemología actual, y el único especialista en ese debate es el filósofo de la ciencia. Cuando la ciencia es
administrada por científicos, cada uno de éstos tiende a extrapolar a todas las disciplinas lo que sólo vale
para la suya. La propuesta que acabo de formular requiere algunas aclaraciones.

a. No estoy sosteniendo que las investigaciones deban ser evaluadas por epistemólogos; estoy sosteniendo
que la ciencia debe ser administrada por epistemólogos. La calidad intrínseca de lo que hace un
investigador sólo puede ser juzgada por sus pares. Pero, al diseñar formularios para presentar proyectos
de investigación, exponer resultados y evaluar ambas cosas, es necesario tomar decisiones concernientes
a problemas metodológicos generales, y ese aspecto debería estar a cargo de epistemólogos, cuya
competencia profesional se cuenta desde hace mucho entre las más altamente especializadas.

b. Cuando digo que la ciencia debería ser administrada por filósofos de la ciencia, me refiero solamente a
los aspectos académicos de la cuestión, esto es, a cosas como diseñar los formularios mencionados en el
punto anterior. En cambio, la cuestión de cómo distribuir los recursos entre distintas líneas de
investigación, y, en general, toda la política científica, debe ser discutida por el mayor número posible de
personas.

c. La propuesta de que sean filósofos de la ciencia los que administren la ciencia tiene al menos un
inconveniente. Entre los científicos "normales" es relativamente fácil seleccionar a los mejores aplicando
criterios imparciales, cosa que no ocurre en la disciplinas "blandas," incluida la filosofía. Esta diferencia se
debe a que sólo en el primer caso hay un límite nítido entre la discrepancia seria y la no pertenencia a la
comunidad profesional de que se trate. Para decirlo una vez más con palabras de Kuhn, "alguien que hoy
defienda la teoría del flogisto no es un físico disidente; sencillamente, no es un físico." En cambio,
cualquiera que se diga epistemólogo puede pasar por serlo. Y no es posible trazar un límite imparcial entre
discrepancia y no pertenencia a la comunidad epistemológica. Yo trazo uno no imparcial, es decir, uno
dictado por mis preferencias teóricas. Según este criterio, alguien puede ser un epistemólogo sólo si sabe
algo de lógica; digamos, si es capaz de dar un curso introductorio sin tener que preparar cada clase desde
cero. Para mí, alguien que no pueda hacer eso no es un epistemólogo disidente; sencillamente, no es un
epistemólogo.
COELGIO DEL CARMEN Y SAN JOSÉ
Espacio curricular: Historia y Filosofía de las ciencias Curso: 6 año “B”
Docente: Lic. Karina Luna

También podría gustarte