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1. La misericordia de Cristo
La quinta bienaventuranza, según el orden de Mateo, dice: «Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».
Las bienaventuranzas son el AUTORRETRATO DE CRISTO, nos planteamos enseguida la
pregunta: ¿cómo vivió Jesús la misericordia?
En la Biblia, la palabra misericordia, HESED, se presenta con DOS SIGNIFICADOS
fundamentales: el primero se expresa habitualmente en el PERDÓN de las
infidelidades y de las culpas; el segundo, indica la ACTITUD HACIA LA NECESIDAD y
el sufrimiento del otro y se expresa en las llamadas obras de misericordia.
En la vida de Jesús resplandecen ambas formas. Él refleja la misericordia de Dios hacia los
pecadores, pero se conmueve también por todos los sufrimientos y necesidades humanas,
interviene para dar de comer a las multitudes, curar a los enfermos, liberar a los oprimidos.
De Él dice el evangelista: «Tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras
enfermedades» (Mt 8, 17).
Es conocida la ACOGIDA QUE JESÚS TIENE CON LOS PECADORES en el Evangelio y
la juicio del cual fue objeto por parte de los defensores de la ley, quienes le
acusaban de ser «un comilón y bebedor, amigo de publícanos y pecadores» (Lc 7,
34). Uno de los dichos históricamente mejor atestiguados de Jesús es: «No he venido a
llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mc 2, 17). Al sentirse acogidos y no juzgados
por Él, los pecadores le escuchaban gustosamente.
Pero, ¿QUIÉNES ERAN LOS PECADORES? ¿A quién se indicaba con este término? con
este término se designa a «los transgresores a sabiendas e empedernidos de la
ley» ; en otras palabras, los DELINCUENTES comunes y los fuera de la ley del
tiempo. Si así fuera, los adversarios de Jesús efectivamente tenían razón al escandalizarse
y considerarle persona irresponsable y socialmente peligrosa.
Los fariseos tenían una VISIÓN PROPIA DE LA LEY y consideraban condenados a todos
aquellos que no eran conformes a su praxis. JESÚS NO NIEGA QUE EXISTA EL PECADO
y que haya pecadores. Lo que Jesús condena es establecer por uno mismo cuál es la
verdadera justicia y considerar a todos los demás «ladrones, injustos y adúlteros»,
negándoles hasta la posibilidad de cambiar. Es significativo el modo en que Lucas introduce
la parábola del fariseo y del publicano: «Dijo entonces a algunos que se tenían por
justos y despreciaban a los demás, esta parábola» (Lc 18, 9). Jesús era más severo
hacia quienes, despectivos, condenaban a los pecadores, que hacia los pecadores mismos.
5. La hipocresía religiosa
Lo peor que se puede hacer, hablando de hipocresía, ES SERVIRSE DE ELLA SÓLO
PARA JUZGAR A LOS DEMÁS, la sociedad, la cultura, el mundo. Precisamente a esos
Jesús les aplica el título de hipócritas: «Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y
entonces podrás ver parea sacar la brizna del ojo de tu hermano» (Mt 7, 5).
Como creyentes, debemos recordar el dicho de un rabino judío del tiempo de Cristo,
según el cual EL 90% DE LA HIPOCRESÍA DEL MUNDO SE ENCONTRABA ENTONCES
EN JERUSALÉN. La hipocresía acecha sobre todo a las personas piadosas y religiosas; el
motivo es sencillo: donde más fuerte es la estima de los valores del espíritu, de la piedad y
de la virtud (¡o de la ortodoxia!), también allí es más fuerte la tentación de ostentarlos para
no a parecer carentes de ellos. A veces es la propia función que desempeñamos la que nos
empuja a hacerlo. San Agustín escribe:
«Ciertos compromisos del consorcio humano nos obligan a hacernos amar y temer por los
hombres; por lo tanto, el adversario de nuestra verdadera felicidad persigue y disemina por
todas partes los lazos del “¡Bravo, bravo!”, para cogernos sin darnos cuenta mientras los
recogemos con avidez, a fin de separar nuestra alegría de tu verdad y unirla a la mentira de
los hombres, para hacernos gustar el amor y el temor no obtenidos en tu nombre, sino en
tu lugar» .
La hipocresía más perniciosa es esconder... la propia hipocresía. En ningún
esquema de examen de conciencia recuerdo haber encontrado la pregunta: «¿He
sido hipócrita? ¿Me he preocupado de la mirada de los hombres sobre mí, más que de la
de Dios?» En cierto, momento de la vida, tuve que introducir por mi cuenta estas preguntas
en mi examen de conciencia y raramente pude pasar indemne a la pregunta sucesiva...
Jesús nos ha dejado un medio sencillo e insuperable para rectificar varias veces al
día nuestras intenciones, las primeras tres peticiones del Padrenuestro:
«Santificado sea tu. nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad». Se pueden
recitar como oraciones, pero también como declaración de intenciones: todo lo que hago,
quiero hacerlo para que sea santificado, tu nombre, para que venga tu reino y para que se
haga tu voluntad.