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Las bienaventuranzas evangélicas

«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzaran misericordia»

1. La misericordia de Cristo
La quinta bienaventuranza, según el orden de Mateo, dice: «Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».
Las bienaventuranzas son el AUTORRETRATO DE CRISTO, nos planteamos enseguida la
pregunta: ¿cómo vivió Jesús la misericordia?
En la Biblia, la palabra misericordia, HESED, se presenta con DOS SIGNIFICADOS
fundamentales: el primero se expresa habitualmente en el PERDÓN de las
infidelidades y de las culpas; el segundo, indica la ACTITUD HACIA LA NECESIDAD y
el sufrimiento del otro y se expresa en las llamadas obras de misericordia.
En la vida de Jesús resplandecen ambas formas. Él refleja la misericordia de Dios hacia los
pecadores, pero se conmueve también por todos los sufrimientos y necesidades humanas,
interviene para dar de comer a las multitudes, curar a los enfermos, liberar a los oprimidos.
De Él dice el evangelista: «Tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras
enfermedades» (Mt 8, 17).
Es conocida la ACOGIDA QUE JESÚS TIENE CON LOS PECADORES en el Evangelio y
la juicio del cual fue objeto por parte de los defensores de la ley, quienes le
acusaban de ser «un comilón y bebedor, amigo de publícanos y pecadores» (Lc 7,
34). Uno de los dichos históricamente mejor atestiguados de Jesús es: «No he venido a
llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mc 2, 17). Al sentirse acogidos y no juzgados
por Él, los pecadores le escuchaban gustosamente.
Pero, ¿QUIÉNES ERAN LOS PECADORES? ¿A quién se indicaba con este término? con
este término se designa a «los transgresores a sabiendas e empedernidos de la
ley» ; en otras palabras, los DELINCUENTES comunes y los fuera de la ley del
tiempo. Si así fuera, los adversarios de Jesús efectivamente tenían razón al escandalizarse
y considerarle persona irresponsable y socialmente peligrosa.
Los fariseos tenían una VISIÓN PROPIA DE LA LEY y consideraban condenados a todos
aquellos que no eran conformes a su praxis. JESÚS NO NIEGA QUE EXISTA EL PECADO
y que haya pecadores. Lo que Jesús condena es establecer por uno mismo cuál es la
verdadera justicia y considerar a todos los demás «ladrones, injustos y adúlteros»,
negándoles hasta la posibilidad de cambiar. Es significativo el modo en que Lucas introduce
la parábola del fariseo y del publicano: «Dijo entonces a algunos que se tenían por
justos y despreciaban a los demás, esta parábola» (Lc 18, 9). Jesús era más severo
hacia quienes, despectivos, condenaban a los pecadores, que hacia los pecadores mismos.

2. Un Dios que se complace en tener misericordia


Jesús justifica su conducta hacia los pecadores diciendo que ASÍ ACTÚA, EL PADRE
celestial. A sus detractores les recuerda la palabra de Dios en los profetas: «Misericordia
quiero, y no sacrificios» (Mt 9,13). La Misericordia, la hesed, es el RASGO MÁS
SOBRESALIENTE DEL DIOS DE LA ALIANZA y llena la Biblia de un extremo a otro. Un
salmo lo repite:«Porque eterna es su misericordia» (Sal 136). Ser misericordioso
aparece así, para la criatura, como un aspecto esencial de su ser «a imagen y semejanza de
Dios». «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36) es
una explicación del famoso: «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy
santo» (Lv 19, 2).
Pero lo más sorprendente, acerca de la misericordia de Dios, es que ÉL EXPERIMENTA
ALEGRÍA EN TENER MISERICORDIA. Jesús concluye, la parábola de la oveja perdida
diciendo: «Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que
por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión» (Lc 15, 7). La
mujer que encontró la dracma perdida grita a sus amigas: «Alegraos conmigo». A
continuación, en la parábola del hijo pródigo, la alegría se desborda y se convierte en
fiesta, banquete.
No se trata de un tema aislado, sino profundamente enraizado en la Biblia. En Ezequiel Dios
dice: «Yo no me complazco en la muerte del malvado, sino que [¡me complazco!]
en que el malvado se convierta de su conducta y viva» (EZ 33,11). Miqueas dice que
Dios «se complace en tener misericordia» (MIQ 7,18), es decir, experimenta gozo al
hacerlo.
¿Pero por qué una oveja debe contar, en la balanza, igual que todas las demás
juntas, e importar más precisamente porque se ha escapado y ha creado más problemas?
Extraviándose, aquella oveja, igual “que el hijo menor, hizo temblar el corazón de Dios. Dios
temió perderla para siempre, verse obligado a condenarla y privarse de ella eternamente.
«De igual manera que UNA MADRE ES FELIZ cuando nota la primera sonrisa de su
hijo, así se alegra Dios cada vez que un pecador se arrodilla y le dirige una oración
con todo el corazón»
¿Qué decir entonces de las noventa y nueve ovejas juiciosas y del hijo mayor? ¿No
existe ninguna alegría en el cielo por ellos? Recordemos lo que responde el Padre al
hijo mayor: ¡«Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo» (Lc 15, 31). El
error del hijo mayor está en considerar que haberse quedado siempre en casa y haber
compartido todo con el Padre no es un privilegio inmenso, sino un mérito. Esto debería ser
una alerta para todos nosotros, que, por estado de vida, ¡nos encontramos en la misma
situación que el hijo mayor!
3. Nuestra misericordia, ¿causa o efecto de la misericordia de Dios?
Jesús dice «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia» y en el Padre Nuestro nos hace rezar así: «Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Dice también: «Si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt
6, 15). Estas frases podrían llevar a PENSAR QUE LA MISERICORDIA DE DIOS HACIA
NOSOTROS ES UN EFECTO DE NUESTRA MISERICORDIA HACIA LOS DEMÁS, y que
es proporcional a ella. Sin embargo, si así fuera se destruiría el carácter de pura gratuidad
de la misericordia divina solemnemente proclamado por Dios ante Moisés: «Realizaré
gracia a quien quiera hacer gracia y tendré misericordia de quien quiera tener
misericordia» (Ex 33,19).
LA PARÁBOLA DE LOS DOS SIERVOS (MT 18, 23SS.) es la clave para interpretar
correctamente la relación. En ella se ve cómo es el señor quien, en primer lugar, sin
condiciones, perdona una deuda enorme al siervo (¡diez mil talentos!) y que es precisamente
su generosidad la que debería haber impulsado al siervo a tener piedad de quien le debía la
mísera suma de cien denarios.
Por tanto, DEBEMOS TENER MISERICORDIA PORQUE HEMOS RECIBIDO
MISERICORDIA, no para recibir misericordia; pero tenemos que tener misericordia, si
no la misericordia de Dios no tendrá efecto en nosotros y nos será retirada, como el señor
de la parábola la retiró al siervo despiadado. La gracia «previene» siempre y es ella la que
crea el deber: «Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros», escribe san
Pablo a los Colosenses (Col 3, 13).
Si, en la bienaventuranza, la misericordia de Dios hacia nosotros parece tener el efecto de
nuestra misericordia hacia los hermanos, es porque Jesús se sitúa aquí en la perspectiva del
juicio final («alcanzarán misericordia», ¡en futuro!). «Tendrá un juicio sin misericordia -
escribe, en efecto, Santiago-, el que no tuvo misericordia; pero la misericordia se
siente superior al juicio» (St 2, 13).

4. Experimentar la misericordia divina


Si la misericordia divina está en el inicio de todo y es ella la que exige y hace posible la
misericordia de los unos con los otros, entonces lo más importante para nosotros es TENER
UNA EXPERIENCIA RENOVADA DE LA MISERICORDIA DE DIOS.
Ilustración: El hombre arrestado que espera la absolución auténtica. Para este hombre, tres
posibilidades: la absolución auténtica, la absolución aparente y el aplazamiento. En la
absolución auténtica, en cambio, «las actas procesales deben ser completamente
suprimidas, desaparecen totalmente del proceso; no sólo la acusación, sino también el
proceso y hasta la sentencia se destruyen, todo es destruido». Pero de estas absoluciones
auténticas, tan suspiradas, no se sabe que haya habido jamás ninguna; hay sólo voces al
respecto, pero no otra cosa que «bellísimas leyendas».
La Palabra de Dios nos transmite la increíble noticia de que existe una «verdadera
absolución» para el hombre; no es sólo una leyenda, algo bellísimo pero inalcanzable. Jesús
ha destruido «la nota de cargo que había contra nosotros; y la suprimió clavándola
en la cruz» (Col 2,14). Ha destruido todo. «Ninguna condenación pesa ya para los
que están en Cristo Jesús» (Rm 8, 1).
En Jerusalén había una piscina milagrosa y el primero que se arrojaba dentro, cuando las
aguas se agitaban, se sanaba (cf. Jn 5, 2 ss.). DESPUÉS DEL BAUTISMO, ESTA PISCINA
MILAGROSA ES EL SACRAMENTA DE LA RECONCILIACIÓN.
EL TRIBUNAL DE LA MISERICORDIA: DONDE EL QUE SE CONFIESA CULPABLE ES
ABSUELTO DE SUS DELITOS.

5. Una Iglesia «rica en misericordia»


Tras haber tenido esta experiencia, debemos, a nuestra vez, mostrarla con los hermanos,
ante todo en el nivel eclesial.
DE MI BARRIO LA MÁS RELIGIOSA ERA DOÑA CARLOTA: HABLABA DE AMOR AL
La Iglesia del Dios «RICO EN MISERICORDIA», dives in misericordia, no puede
dejar de ser ella misma dives in misericordia. De la actitud de Cristo hacia los pecadores
examinada antes deducimos algunos criterios. Él no minimiza el pecado y encuentra el modo
de no alejar jamás a los pecadores, sino más bien de atraerlos hacia sí. NO VE EN ELLOS
SÓLO LO QUE SON, SINO AQUELLO EN LO QUE SE PUEDEN CONVERTIR si son
tocados por la misericordia divina en lo profundo de su miseria y desesperación.
No espera a que acudan a Él; frecuentemente es Él quien va a buscarles.
Actualmente los exegetas están bastante de acuerdo en admitir que Jesús no tenía una
actitud hostil hacia la ley mosaica, que Él mismo observaba escrupulosamente. Lo que le
situaba en oposición con la élite religiosa de su tiempo era una cierta manera rígida y a veces
inhumana en que interpretaban la ley.
Jesús es firme y riguroso en los principios, pero SABE CUÁNDO UN PRINCIPIO DEBE
CEDER PASO A UN PRINCIPIO SUPERIOR que es el de la misericordia de Dios y la
salvación del hombre.

6. «Revestíos de entrañas de misericordia»


La última palabra a propósito de cada bienaventuranza debe ser siempre la que afecta
personalmente e impulsa a cada uno de nosotros a la conversión y a la práctica. San Pablo
exhortaba a los Colosenses con estas palabras:
«Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de
misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a
otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el
Señor os perdonó, perdonaos también vosotros» (Col 3, 12- 13).
«Los seres humanos -decía san Agustín- somos como vasos de arcilla, que con solo
rozarse, se hacen daño». NO SE PUEDE VIVIR EN ARMONÍA, EN LA FAMILIA Y EN
CUALQUIER OTRO TIPO DE COMUNIDAD, SIN LA PRÁCTICA DEL PERDÓN Y DE LA
MISERICORDIA RECÍPROCA. Misericordia es una palabra compuesta por misereo y cor,
significa apiadarse en el propio corazón, conmoverse respecto del sufrimiento o el error del
hermano. Es así como Dios explica su misericordia frente al desvío del pueblo: «Mi corazón
está en mí conmovido, y a la vez se estremecen mis entrañas» (Os 11,8).
Se trata de reaccionar con el perdón y, hasta donde sea posible, CON LA EXCUSA, ANTES
QUE CON LA CONDENA. Cuando se trata de nosotros, vale el dicho: «QUIEN SE EXCUSA,
DIOS LO ACUSA; QUIEN SE ACUSA, DIOS LO EXCUSA»; cuando se trata de los demás
ocurre lo contrario: «Quien, excusa al hermano, Dios lo excusa a él; quien acusa al
hermano, Dios lo acusa a él». '
«Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios»
1. De la pureza ritual a la pureza de corazón
Cualquiera que lee u oye proclamar hoy: «Bienaventurados los puros de corazón, porque
ellos verán a Dios», PIENSA INSTINTIVAMENTE EN LA VIRTUD DE LA PUREZA, casi
como si la bienaventuranza fuera el sexto mandamiento: «No cometerás actos
impuros». En realidad, la pureza de corazón PUREZA DE INTENCION no indica, en
el pensamiento de Cristo, una virtud particular, sino una cualidad que debe
acompañar a todas las virtudes, para que sean de verdad virtudes y no, en cambio,
«espléndidos vicios». SU CONTRARIO MÁS DIRECTO NO ES LA IMPUREZA, SINO LA
HIPOCRESÍA.
Del contexto del sermón de la montaña se deduce claramente lo que entiende Jesús
por «pureza de corazón». Según el Evangelio, LO QUE DECIDE LA PUREZA O
IMPUREZA DE UNA ACCIÓN -SEA ÉSTA LA LIMOSNA, EL AYUNO O LA ORACIÓN- ES
LA INTENCIÓN: es decir, si se realiza para ser vistos por los hombres o para agradar
a Dios:
«Cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los
hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los
hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas
limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, así tu limosna
quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6, 2-
6).
LA HIPOCRESÍA es el pecado denunciado con más fuerza por Dios a lo largo de toda
la Biblia y el motivo es claro. CON ELLA EL HOMBRE REBAJA A DIOS, le pone en el
segundo lugar, situando en el primero a las criaturas, al público. «El hombre mira la
apariencia, el Señor mira el corazón» (1Sm 16, 7): cultivar la apariencia más que el
corazón significa dar más importancia al hombre que a Dios.
El juicio de Cristo sobre la hipocresía: «Receperunt mercedem suma»: ¡ya han recibido
su recompensa! Una recompensa, además, ilusoria hasta en el plano humano.
Las denuncias que Jesús pronuncia respecto a escribas y fariseos también ayudan a entender
el sentido de la bienaventuranza de los limpios de corazón. Todas están centradas en la
oposición entre «lo de dentro» y «lo de fuera», el interior y el exterior del hombre:
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros
blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de
huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis
justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad»
(Mt 23, 27-28).
La revolución llevada a cabo en este campo por Jesús es de un alcance incalculable. La
PUREZA SE ENTENDÍA EN SENTIDO RITUAL y cultual; consistía en mantenerse
alejado de cosas, animales, personas o lugares considerados capaces de contagiar
negativamente y de separar de la santidad de Dios.
JESÚS ELIMINA TODOS ESTOS TABÚES. Ante todo, con los gestos que realiza: come
con los pecadores, toca a los leprosos, frecuenta a los paganos La solemnidad con la
que introduce su discurso sobre lo puro y lo impuro permite entender lo consciente que era
Él mismo de la novedad de su enseñanza:
«Llamó otra vez a la gente y les dijo: “Oídme todos y entended. Nada hay fuera del
hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso
es lo que contamina al hombre... Porque de dentro del corazón de los hombres
salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias,
maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas
perversidades salen de dentro y contaminan al hombre”» (Me 7, 14-15. 21-23).
La pureza, entendida en EL SENTIDO DE CONTINENCIA Y CASTIDAD, no está
ausente de la bienaventuranza evangélica (entre las cosas que contaminan, el
Corazón Jesús pone también, hemos oído, «fornicaciones, adulterios, libertinaje»),
pero ocupa un puesto limitado y, por así decirlo, «secundario». Es un ámbito junto a
otros en el que se pone de relieve EL LUGAR DECISIVO QUE OCUPA EL «CORAZÓN»,
como cuando dice que «quien mira a una mujer con deseo, ya ha cometido adulterio con ella
en su corazón» (Mt 5, 28).
En realidad, los términos «puro» y «pureza» (katharos, katharotes) nunca se utilizan
en el Nuevo Testamento para indicar lo que con ellos entendemos nosotros hoy, es decir, la
ausencia de pecados de la carne. Para esto se usan otros términos: dominio de sí
(enkrateia), templanza (sophrosyne), castidad (hagneia).

2. Una mirada a la historia


En la exégesis de los Padres vemos que se trazan pronto las tres direcciones fundamentales
La interpretación en AGUSTÍN pone el acento en la RECTITUD DE INTENCIÓN, la
interpretación mística GREGORIO DE NISA en la visión de Dios, JUAN CRISÓSTOMO en la
LUCHA CONTRA LAS PASIONES DE LA CARNE.
Agustín interpreta la bienaventuranza en clave moral, como rechazo a «practicar la
justicia ante los hombres para ser admirados por ellos» (Mt 6, 1), por lo tanto como
sencillez y franqueza que se opone a la hipocresía. «Tiene el corazón sencillo, puro sólo
quien supera las alabanzas humanas y al vivir está atento y trata de ser agradable
solo a aquél que es el único que escruta la conciencia»1.
El factor que aquí decide la pureza o no del corazón es la intención. «Todas
nuestras acciones son honestas y agradables en la presencia de Dios si se realizan
con el corazón sincero, o sea, con la intención hacia lo alto en la finalidad del
amor... Por lo tanto NO SE DEBE CONSIDERAR TANTO LA ACCIÓN QUE SE REALIZA,
CUANTO LA INTENCIÓN CON QUE SE REALIZA»2.
La interpretación Gregorio de Nisa, explica la bienaventuranza en función de la
contemplación. Hay que purificar el propio corazón de todo vínculo con el mundo y
con el mal; de este modo, el corazón del hombre volverá a ser aquella pura y
límpida imagen de Dios que era al principio y en la propia alma, como en un espejo; la
criatura podrá «ver a Dios».
En algunos ambientes monásticos se añade, en cambio, una idea nueva e interesante: la de
la pureza como unificación interior que se obtiene deseando una cosa sola, cuando esta
«cosa» es Dios. Escribe san Bernardo: «Bienaventurados los puros de corazón porque
verán a Dios. Como si dijera: purifica el corazón, sepárate de todo, sé monje, es
decir, solo, busca una cosa sola-del Señor y persíguela (Sal 27, 4), libérate de todo
y verás a Dios (Sal 46, 11)» .
Crisóstomo nos da el ejemplo más claro: « Bienaventurados los puros de corazón
porque verán a Dios. Llama puros de corazón a los que poseen la virtud en general,
a los que no tienen conciencia alguna de pecado y viven en castidad. En efecto, no
hay nada más necesario para ver a Dios que esta virtud»''.

3. «El hombre tiene dos vidas»


Hemos visto que en el pensamiento de Cristo la pureza de corazón no se opone
primariamente a la impureza, sino a la hipocresía, y la hipocresía es el vicio humano
tal vez más difundido y menos confesado.
NO SOLO HAY QUE SER HAY QUE PARECER
EL HOMBRE -ESCRIBIÓ PASCAL- TIENE DOS VIDAS: una es la vida auténtica; la
otra, la imaginaria, que vive en la opinión, suya o de la gente. Trabajamos sin
descanso para adornar y conservar nuestro ser imaginario y descuidamos el verdadero. Si
poseemos alguna virtud o mérito, nos apresuramos a darlo a conocer, de un modo u otro,
para enriquecer de tal virtud o mérito nuestro ser imaginario, dispuestos hasta a prescindir
de él, para añadirle algo, hasta consentir, a veces, en ser cobardes, con tal de parecer
valerosos y hasta incluso dar la vida, con tal que la gente hable de ello.
En el origen, el término HIPOCRESÍA SE RESERVABA AL ARTE TEATRAL. Significaba
sencillamente recitar, representar en el escenario. San Agustín lo recuerda en su
comentario a la bienaventuranza de los puros de corazón. «Los hipócritas -escribe- son
agentes de ficción del tipo de los que presentan la personalidad de otros en las
representaciones teatrales».
El origen del término nos da las pistas para descubrir la naturaleza de la hipocresía.
Esta consiste en HACER DE LA VIDA UN TEATRO EN ÉL QUE SE ACTÚA PARA UN
PÚBLICO; es llevar una máscara, dejar de ser persona y convertirse en personaje.
La persona ama la autenticidad y la esencialidad, el personaje vive de ficción y de artificios.
La persona obedece a las propias convicciones, el personaje obedece a un guión. La persona
es humilde y ligera, el personaje es pesado y ampuloso».
El llamamiento a la interioridad que caracteriza nuestra bienaventuranza y todo el sermón
de la montaña es una invitación a no dejarse arrollar por esta tendencia que tiende a vaciar
a la persona, reduciéndola a imagen, o peor (según el término apreciado por Baudrillard) a
simulacro.

4. Una forma de hipocresía colectiva


Hay hipocresías individuales e hipocresías colectivas. Querría poner de relieve una forma de
hipocresía colectiva en la que estamos inmersos hasta el cuello. Contrariamente al significado
ordinario de la palabra, se trata de una hipocresía que no consiste en cubrir, sino en
descubrir, no en esconder, sino en mostrar. Hablo del exhibicionismo del cuerpo humano,
especialmente el de la mujer, vendido como arte, como placer estético y como superación
de tabúes, cuando en realidad (a diferencia de cuanto sucede en el arte verdadero, por
ejemplo en Boticelli) responde sólo a intereses comerciales y de audiencia.
Este fenómeno está particularmente acentuado en Italia. Hace tiempo un prestigioso
periódico inglés, el Financial Times, publicó un trabajo titulado «Nakek ambition», «La
ambición desnuda». Era una denuncia de la costumbre italiana de exhibir cuerpos desnudos
de mujeres en todas las posturas y con todos los fines. Las adolescentes italianas, se decía,
quieren todas ser «vedettes». ¿Dónde ha ido a acabar en Italia, se decía, el movimiento
feminista que se proponía luchar contra la tendencia machista de reducir las mujeres a su
cuerpos) y a su sexo?
Si hubieran sido los obispos italianos lo que hacían esta denuncia, probablemente habría
caído en el vacío, pero al haber sido un prestigioso diario inglés hemos asistido a un coro de
comentarios autocríticos y de consensos en los mayores órganos de la prensa. El artículo
que le dedicó el Corriere della Sera terminaba con esta reflexión: «Todo el mundo nos
observa y se ríe, y nuestros medios de comunicación ignoran el problema y tiene que ser un
diario extranjero quien nos lo recuerde. Italia critica a menudo el mundo árabe y musulmán,
pero cuando se trata de contemplar el papel de las mujeres en los medios de comunicación,
en política, dicen: “¡Ah no, es otra cosa!».
Se han realizado diversos análisis del fenómeno. Todos están de acuerdo en poner de relieve
que la responsabilidad principal es de los hombres que continúan, de ese modo, ejercitando
el propio poder sobre la mujer, haciéndolo pasar como admiración estética. En otro gran
periódico nacional, La Repubblica, una mujer se lamentaba por el hecho de que, en lugar de
valorarla por sus dos doctorados y la preparación profesional de la que había dado prueba,
sus colegas la valoraran sobre la base de algo muy distinto... todo eso es verdad pero
también hay que reconocer una parte de responsabilidad a las mismas mujeres. Lo que los
hombres miran en ellas depende también de lo que muestran de sí a los hombres (¡en los
últimos años, el ombligo!) Se realiza la palabra de Dios a Eva: «Hacia tu marido [el varón]
irá tu apetencia, y él te, dominará» (Gen 3, 16). Estamos ante la enésima forma de dominio
y explotación (desgraciadamente consentido) de la mujer.
Ahora trato de explicar porqué he definido todo eso como un fenómeno de hipocresía
colectiva. Porque se ostenta una inocencia y una negligencia que es totalmente falsa. Parece
que todos repiten: «¿Qué mal hay?», cuando se sabe bien que el mal -la malicia- existe... y
cómo. Si la hipocresía es esconder las verdaderas intenciones detrás de falsas apariencias,
esto es hipocresía pura y dura, tanto por parte de los hombres como de las mujeres.
También se trata de hipocresía en otro sentido. Porque reduce las chicas a «vedettes», a
apariencia, a criaturas sin alma que valen sólo lo que valen a los ojos ajenos. De este modo,
la mentalidad que se difunde entre los jóvenes es mortal. Se les insinúa la idea de que para
hacer fortuna en la vida no hay necesidad de aplicarse al estudio, aceptar los sacrificios que
exige una buena preparación profesional, estudiar lenguas... Si se tiene posibilidad de ello,
basta con explotar el físico propio con un poco de desinhibición. La vida se encargará pronto
de pasar la factura: apenas su cuerpo y su juventud se marchiten muchos chicas y chicos se
encuentran solos y sin preparación para afrontar la vida. Es este un drama de todos los días.
Un modo concreto para contrastar esta moda es: sabotear los productos o programas
televisivos que viven de este comercio del cuerpo femenino. Dar una señal a los publicistas
y directores de talk shows de que se está harto de este fenómeno que nos está haciendo
ridículos a los ojos de todo el mundo, además de, se entiende, reprobables a los ojos de
Dios. Se estimula el sabotaje de industrias que venden armas o alimentos manipulados, ¿por
qué no se debería hacer algo parecido para quien- contamina las fuentes mismas de la vida?
Si no lo hacemos, todos somos responsables.

5. La hipocresía religiosa
Lo peor que se puede hacer, hablando de hipocresía, ES SERVIRSE DE ELLA SÓLO
PARA JUZGAR A LOS DEMÁS, la sociedad, la cultura, el mundo. Precisamente a esos
Jesús les aplica el título de hipócritas: «Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y
entonces podrás ver parea sacar la brizna del ojo de tu hermano» (Mt 7, 5).
Como creyentes, debemos recordar el dicho de un rabino judío del tiempo de Cristo,
según el cual EL 90% DE LA HIPOCRESÍA DEL MUNDO SE ENCONTRABA ENTONCES
EN JERUSALÉN. La hipocresía acecha sobre todo a las personas piadosas y religiosas; el
motivo es sencillo: donde más fuerte es la estima de los valores del espíritu, de la piedad y
de la virtud (¡o de la ortodoxia!), también allí es más fuerte la tentación de ostentarlos para
no a parecer carentes de ellos. A veces es la propia función que desempeñamos la que nos
empuja a hacerlo. San Agustín escribe:
«Ciertos compromisos del consorcio humano nos obligan a hacernos amar y temer por los
hombres; por lo tanto, el adversario de nuestra verdadera felicidad persigue y disemina por
todas partes los lazos del “¡Bravo, bravo!”, para cogernos sin darnos cuenta mientras los
recogemos con avidez, a fin de separar nuestra alegría de tu verdad y unirla a la mentira de
los hombres, para hacernos gustar el amor y el temor no obtenidos en tu nombre, sino en
tu lugar» .
La hipocresía más perniciosa es esconder... la propia hipocresía. En ningún
esquema de examen de conciencia recuerdo haber encontrado la pregunta: «¿He
sido hipócrita? ¿Me he preocupado de la mirada de los hombres sobre mí, más que de la
de Dios?» En cierto, momento de la vida, tuve que introducir por mi cuenta estas preguntas
en mi examen de conciencia y raramente pude pasar indemne a la pregunta sucesiva...
Jesús nos ha dejado un medio sencillo e insuperable para rectificar varias veces al
día nuestras intenciones, las primeras tres peticiones del Padrenuestro:
«Santificado sea tu. nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad». Se pueden
recitar como oraciones, pero también como declaración de intenciones: todo lo que hago,
quiero hacerlo para que sea santificado, tu nombre, para que venga tu reino y para que se
haga tu voluntad.

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