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UNIVERSIDAD AUTONOMA DE BUCARAMANGA

Grupo de investigación “Violencia, Lenguaje y Estudios culturales”


Relatoría: El trauma y la memoria de los sobrevivientes. Del trauma.
Libro: La memoria del uno y la memoria del Otro.
Por: Sergio Andrés Gómez Vásquez
Fecha: 29/04/19

En este apartado, Nestor Braunstein parte de la noción de trauma de la perspectiva


psicoanalítica, abordando el lugar que ocupa en la vida del sujeto, así como su función
originaria, para realizar unas puntualizaciones clínicas en relación a lo que queda (o de lo
que hace falta) del sobre-vivi-ente.

En primer lugar, el autor ha de asumir al sobre-vivi-ente como una sustitución metafórica,


una suplantación de sí mismo, un cuerpo que ha de contar una vidamuerte que ya no parece
suya, sino que se ha ido con esos otros que ya no están para contarlo. Es una vidamuerte que,
aun cuando ya no sea el mismo, cuando ya no sea él mismo, quedará para contar sus
memorias que le resultan ahora y por siempre ajenas. El sobreviviente es, en mayor medida,
un testigo del desastre y la vida es, más que nunca, una pregunta sin respuesta. Ser o no ser
es siempre la cuestión. Pero ¿ser quién ahora que no son lo que siempre “fueron”? ¿Qué
hacer, entonces, con la lápida que da cuenta de la ex-sistencia que cesa para ser contada y
suplantada por otros Yoes?

¿Acusar al Padre y librarse de toda responsabilidad? ¿Asumirse víctima del goce obsceno
y perverso del Otro? ¿Hacer de la realidad un fetiche, personificar al uroboros y alimentar el
eterno retorno? O jugar a que se vive, aunque sea otra vida, aunque sea de otra manera.

El trauma es siempre una ruptura en la vida del sujeto. Es sorpresa. Es fantasía. Es culpa.
Es angustia. El anhelo de retornar a lo inanimado. Un presente que no quiere dejar-se atrás.
Un antes y un después. Una invasión de lo real. El trauma es una elección: el vacío o la
palabra. Pero ¿qué palabra?

Posteriormente, Nestor Braunstein va a introducir algunas precisiones en torno a la noción


del trauma para decir que Uno es, ante todo, un sobreviviente. Cada Uno es efecto de lo
traumático que resulta el desencuentro con el Otro y la imposibilidad de responder a sus
demandas. El trauma, para el psicoanálisis, es el origen. El pago realizado por devenir
miembro de la cultura. Una renuncia al goce originario que dio vida a otra vida. Es la
inscripción de la muerte “como memoria del exilio”.

Del trauma, el origen de la angustia como prevención a la “nostalgia de la muerte”. Son


los restos del trauma que le permiten al sujeto seguir jugando al como si, y navegar al borde
del abismo, entre la angustia y la muerte, para evitar el grito del desamparo y la desesperación
que implica asumir que el Otro es mera fantasía. Finalmente, el trauma tiene su “utilidad
terapéutica” al costado.

Si de algo ha dado cuenta el psicoanálisis es que del trauma sólo se sabe en la medida en
que el sujeto se permita hacer una construcción retroactiva de este. O mejor dicho, una
deconstrucción que obre restando el sentido del síntoma para orientarlo de otra manera en la
vía del deseo. Se trata de otorgarle un lugar en lo simbólico, escoger siempre la vía de la
palabra y dejar a un lado la muerte, la ausencia del sujeto.

A la luz de lo anterior, el sobreviviente puede condenarse en la re-petición, volver a “lo


mismo” una y otra vez, y concederse un lugar fuera de toda responsabilidad por su condición
de víctima. De ahí que unos hayan optado por el exilio de sí mismos, otros por el suicidio
cuando se han agotado las palabras y otros que hayan vivido para seguir contando, y han
hecho de su historia otra historia, una de las tantas versiones que se escriben. Finalmente, es
siempre el Yo el que está en juego y, como defensa, se enfrenta a dos opciones. La anulación
retroactiva del pasado, fabricar un olvido, asumir que no pasó y actuarlo en la repeticón, por
un lado. Y por el otro, el aislamiento de todo afecto anudado al recuerdo, “como si a otro le
hubiese sucedido”.

Al sobreviviente le ha quedado la imagen, la perpetuación de la escena que lo desliga de


la realidad y el pasado pasa a ocupar y a obturar en el sujeto aquello que le falta. De ahí que
nada pase (ni la vida, ni el deseo, ni los hijos) excepto la imagen que vuelve incesante.

Finalmente, todos somos sobrevivientes. Todos siempre llevando “las escaras y


mataduras de todas esas muertes a partir de las cuales podemos ser “eso””. Vamos por la vida
asumiendo pequeñas muertes. Siempre nacientes de eso que se quedó atrás. Soportar la vida
implica asumir la muerte, consumir las servidumbres imaginarias y seguir transitando por los
derroteros incógnitos del deseo. La palabra es siempre una vela para el desastre pero cada
quien mira cómo la mantiene encendida.

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