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La Credibilidad de la Resurrección
NO. 1067
SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 25 DE AGOSTO, 1872
POR CHARLES HADDON SPURGEON
EN EL TABERNÁCULO METROPOLITANO, NEWINGTON, LONDRES.
“¡Qué! ¿Se juzga entre vosotros cosa increíble que Dios resucite a los
muertos? Hechos 26: 8.
Nuestra principal inquietud tiene que ver con esos cuerpos que
depositamos en el sepulcro lóbrego y solitario. No podemos
reconciliarnos con el hecho de que sus amados rostros estén siendo
despojados de toda su belleza por los dedos de la putrefacción, y que
todos los distintivos de su condición humana sean víctimas de la
corrupción. Para nosotros es duro que las manos y los pies y toda la
hermosa textura de sus nobles formas se conviertan en polvo y que
terminen en una completa ruina. No podemos evitar las lágrimas
junto al sepulcro; aun el Hombre perfecto no pudo impedir el llanto
junto a la tumba de Lázaro. Nos duele pensar que nuestros amigos
están muertos y por eso nunca vamos a poder mirar con amor a la
tumba. No podemos decir que las catacumbas o las bóvedas nos
complazcan. Aún lamentamos -y sentimos que es natural el hacerlo-
que una maldición tan terrible haya caído sobre nuestra raza como
para que “esté establecido para los hombres que mueran una sola
vez”. Dios la envió como un castigo y no podemos regocijarnos en
ella.
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cuerpo como tampoco debemos hacerlo con respecto al alma. La fe
en la inmortalidad nos alivia de toda ansiedad en lo referente al
espíritu de los justos y esa misma fe, si es ejercida en la resurrección,
disipará con igual certeza cualquier desesperanzada aflicción en
cuanto al cuerpo, pues, aunque aparentemente está destruido, ese
cuerpo vivirá de nuevo. No ha sido entregado a la aniquilación. Ese
mismo cadáver que depositamos en el polvo dormirá sólo por un
tiempo, y, al sonido de la trompeta del arcángel, despertará envuelto
en una belleza excelsa, revestido con unos atributos desconocidos
para él mientras permaneció aquí. El amor del Señor para con Su
pueblo es un amor por su humanidad integral. Él los escogió, no
como espíritus incorpóreos, sino como hombres y mujeres vestidos
de carne y sangre. El amor de Jesucristo para con Sus escogidos no
es meramente un afecto hacia su naturaleza superior, sino también
hacia aquello que somos propensos a considerar como su parte
inferior pues, en Su libro, todos sus miembros fueron registrados. Él
guarda todos sus huesos, y aun los cabellos de su cabeza están todos
contados. ¿Acaso no asumió Él nuestra íntegra condición humana?
Él tomó en unión con Su Deidad un alma humana, pero también
asumió un cuerpo humano, y en ese hecho nos ha proporcionado
una evidencia de Su afinidad con nuestra humanidad completa, con
nuestra carne y con nuestra sangre, así como con nuestra mente y
con nuestro espíritu. Además, nuestro Redentor ha rescatado
perfectamente tanto el alma como el cuerpo. No fue una redención
parcial la que nuestro Pariente realizó por nosotros. Sabemos que
nuestro Redentor vive, no sólo con respecto a nuestro espíritu, sino
con respecto a nuestro cuerpo; así que, aunque el gusano devore su
piel y su carne, resucitará, porque lo ha redimido del poder de la
muerte y lo ha rescatado de la prisión de la tumba.
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completa sobre Satanás; si sólo emancipara sus espíritus no se vería
como si hubiese destruido todas las obras del diablo. No habrá ni un
solo hueso, ni tampoco un solo trozo de hueso de alguno de los
miembros del pueblo de Cristo que permanezca en el osario al final.
La muerte no podrá mostrar ni un solitario trofeo; su prisión será
despojada de todo el botín que haya tomado de nuestra humanidad.
El Señor Jesús tendrá en todas las cosas la preeminencia e incluso
con respecto a nuestro componente material, Él vencerá a la muerte
y al sepulcro, llevando cautiva nuestra cautividad. Es un gozo pensar
que ya que Cristo ha redimido al hombre y ha santificado al hombre
integralmente, y ya que será honrado en la salvación integral del
hombre, entonces nuestra humanidad completa podrá glorificarlo.
Las manos con las que pecamos serán alzadas en una adoración
eterna; los ojos que han contemplado el mal, verán al Rey en Su
hermosura. No solamente la mente que ama ahora al Señor estará
perpetuamente enlazada a Él y el espíritu que lo contempla se
deleitará por siempre en Él y estará en comunión con Él, sino que su
propio cuerpo que ha sido un obstáculo y un estorbo para el espíritu,
y que ha sido un archirebelde en contra de la soberanía de Cristo, le
rendirá homenaje con voz y manos y cerebro y oídos y ojos. Tenemos
puesta la mira en el tiempo de la resurrección para el cumplimiento
de nuestra adopción, es a saber, la redención del cuerpo.
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objeto de hacerlas más aceptables para las mentes escépticas o
filosóficas, pero eso no ha tenido ningún éxito nunca. Nadie ha
quedado convencido jamás de una verdad si descubre que quienes
profesan creerla adoptan un tono apologético al exponerla en razón
de que están medio avergonzados de ella. ¿Cómo puede alguien
convencer a otra persona de una verdad si no siente una convicción
por esa verdad, pues, hablando claramente, es a eso a lo que se
reduce? Cuando modificamos, matizamos y atenuamos nuestros
enunciados doctrinales, hacemos concesiones que nunca serán
reciprocadas y que sólo son recibidas como admisiones de que
nosotros mismos no creemos lo que aseveramos. Por esta política de
recortar y podar rapamos las guedejas de nuestra fuerza y
quebrantamos nuestro propio brazo. Nada parecido a eso me afecta,
ni ahora ni en ningún otro momento.
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nuestros cuerpos físicos desde la infancia son muy grandes y, con
todo, tenemos los mismos cuerpos. Todo lo que les pedimos es que
admitan una identidad semejante en la resurrección. Todo el mundo
admite que el cuerpo con el que morimos seguirá siendo el mismo
cuerpo con el que nacimos, aunque ciertamente no es el mismo en
todas sus partículas; es más, cada una de las partículas pudiera
haber sido sustituida, y con todo, seguirá siendo el mismo. Entonces
el cuerpo con el que resucitemos será el mismo cuerpo con el que
morimos. Será cambiado grandemente, pero esos cambios no serán
de un tipo que afecte su identidad. Ahora bien, en vez de declarar
esto con el objeto de hacer que la doctrina se muestre más creíble, yo
les aseguro que si viera que la Escritura enseña que cada fragmento
de hueso, carne, músculo y nervio que depositamos en la tierra
habrá de resucitar, yo lo creería con la misma facilidad con la que
acepto ahora la doctrina de la identidad del cuerpo de la manera que
acabo de declararlo. No estamos deseosos en absoluto de hacer que
nuestras creencias parezcan filosóficas o probables. ¡Nada de eso!
No pedimos que los hombres digan: “Eso puede ser sustentado por
la ciencia”. Que los científicos se sujeten a su propia esfera, y
nosotros nos sujetaremos a la nuestra. La doctrina que enseñamos
no ataca a la ciencia humana, ni le teme, ni la adula, ni le pide su
ayuda. Nosotros proseguimos en un terreno muy diferente cuando
usamos las palabras del pasaje, y preguntamos: “¿Por qué se juzga
cosa increíble que Dios resucite a los muertos?” Esperamos una
resurrección de los muertos, tanto de los justos como de los injustos.
Tenemos la firme convicción de la literal resurrección del cuerpo
humano.
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absorbidos por las raíces y las plantas y han pasado a otros
organismos, parece ciertamente algo increíble que los muertos
resuciten. Además, los cadáveres han sido destruidos con cal viva,
han sido quemados, devorados por las bestias, e incluso han sido
comidos por los propios seres humanos, entonces, ¿cómo
resucitarán esos cadáveres? Piensen en cuán ampliamente
difundidos están los átomos que una vez constituyeron formas
vivientes. ¿Quién sabe dónde pudieran estar ahora los átomos que
una vez constituyeron a Ciro, a Aníbal, a Escipión o a César?
Partículas que una vez estuvieron unidas a lo largo de la vida de un
hombre pudieran estar ahora esparcidas ampliamente y estar tan
distantes como los polos; un átomo pudiera estar sobrevolando a
través del Sahara y otro pudiera estar flotando en el Pacífico. ¿Quién
sabe, en medio de las revoluciones de los elementos de este globo,
dónde pudieran estar en este momento los componentes esenciales
de algún cuerpo dado? ¿Dónde está el cuerpo de Pablo, de Festo, el
que lo envió a Roma, o del emperador que lo condenó a muerte?
¿Quién podría adivinar siquiera una respuesta? No ha de
sorprendernos, entonces, que parezca algo increíble que todos los
hombres vayan a resucitar.
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inaceptable”. Bien, no vamos a disputar la declaración, sino que
aportaremos todavía más razones al respecto.
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sólida tierra incluyendo las cimas de los montes? ¿No necesitarán
usar el propio mar como si fuera el nivel de suelo para el gran juicio
de Dios? ¡En un instante se presentarán ante Dios cuando la
trompeta del arcángel haga sonar clara y estridentemente la
convocatoria para el juicio final! No tendrán que pasar años para
que en el gran taller de Dios cada hueso sea unido al hueso que le
corresponde, y el asombroso mecanismo sea restablecido; un
instante bastará para reconstruir las ruinas de los siglos. Así como
nuestros cuerpos fueron formados con prontitud al principio en las
partes más bajas de la tierra, así también su restauración de los
muertos será efectuada en un abrir y cerrar de ojos. El hombre
necesita tiempo, pero Dios, que es el creador del tiempo, no lo
necesita. Los siglos de los siglos no son para Él sino instantes. En un
instante realiza Sus más grandiosos portentos. ¡Prodigio sin par! No
nos sorprende que a muchos les parezca increíble que Dios resucite a
los muertos.
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apoyo. Hay fenómenos a nuestro alrededor que son algo parecidos a
eso de tal manera que pueden compararse, pero yo creo que no hay
ninguna analogía en la naturaleza sobre la cual sería justo
fundamentar un argumento. Por ejemplo, algunas personas han
dicho que el sueño es la analogía de la muerte, y que nuestro
despertar es una especie de resurrección. La figura es admirable
pero la analogía está lejos de ser perfecta ya que en el sueño la vida
continúa todavía. La continuidad de su vida es manifiesta para el
propio individuo, en sus sueños, y también es manifiesta para todos
los espectadores que deciden contemplar al durmiente, al oírlo
respirar y al vigilar los latidos de su corazón. Pero en la muerte el
cuerpo no muestra ningún pulso ni ningún otro signo vital que haya
quedado en él; no mantiene su integridad como lo hace el cuerpo del
durmiente. Imaginen que al hombre que dormita se le arrancara
cada miembro y que fueran molidos en un mortero y quedaran
reducidos a polvo y que ese polvo fuera mezclado con arcilla y tierra,
y que luego lo vieran despertar al llamado de ustedes: tendrían
entonces algo digno de llamarse analogía; pero un simple sueño del
que el hombre despierta sobresaltado, si bien es una excelente
comparación, está muy lejos de ser la contraparte o la profecía de la
resurrección. Más frecuentemente oímos que se menciona la
metamorfosis de los insectos como una sorprendente analogía. La
larva es el hombre en su presente condición, la crisálida es un tipo
del hombre en su muerte, y el imago, es a saber, el insecto que ha
experimentado su última metamorfosis, es la representación del
hombre en su resurrección. Es un símil admirable, ciertamente, pero
nada más, pues en la crisálida hay vida; hay un organismo; allí se
encuentra, de hecho, el insecto entero. Ningún observador podría
confundir a la crisálida con algo muerto; tómenla y descubrirán que
contiene todo lo que saldrá de ella; la criatura íntegra dormita
evidentemente allí. Si aplastaran a la crisálida y secaran todos sus
líquidos vitales, si la molieran hasta convertirla el polvo, si la
pasaran a través de un proceso químico y la disolvieran
completamente y luego la convirtieran en una mariposa, tendrían la
analogía de la resurrección; pero esto es algo todavía desconocido
para la naturaleza. Yo no encuentro nada malo respecto a ese
cuadro, el cual es sumamente instructivo e interesante; pero usarlo
como argumento sería algo en extremo infantil. Tampoco es más
concluyente la analogía de la semilla. Cuando la simiente es arrojada
en el suelo, muere, y, no obstante, revive a su debido tiempo. De
aquí que el apóstol la use como un tipo y un emblema apropiado de
la muerte. Él nos dice que la semilla no es vivificada a menos que
muera. ¿Qué es la muerte? La muerte es la desintegración de un
organismo hasta quedar en sus partículas originales, y así la semilla
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comienza a descomponerse en sus elementos para retroceder, desde
el organismo con vida hasta un estado inorgánico; pero todavía
permanece un germen de vida y el organismo que se desintegra se
convierte en su alimento gracias al cual se reconstruye a sí mismo.
¿Sucede así con los cadáveres de los cuales ni siquiera permanece
una traza? ¿Quién descubrirá un germen de vida en el pútrido
cadáver? No diré que no pueda haber algún núcleo esencial que
algunos seres mejor instruidos pudieran percibir, pero yo
preguntaría dónde podría suponerse que se ubica en el cuerpo
descompuesto. ¿Estará acaso en el cerebro? El cerebro es una de las
primeras cosas que desaparecen. El cráneo está vacío y desocupado.
¿Estará acaso en el corazón? Ese órgano tiene también una breve
duración, mucho más breve que la de los huesos. No es posible que
un microscopio pueda descubrir en alguna parte algún principio
vital en cuerpos que han sido exhumados. Remuevan la tierra donde
está enterrada la semilla en el momento que quieran, y la
encontrarán donde la colocaron, si en verdad habrá de brotar del
suelo; pero ese no es el caso del hombre que ha estado enterrado
unos cuantos cientos de años; la última reliquia de él probablemente
se encuentre más allá de todo reconocimiento. Las generaciones
venideras no son más susceptibles de ser descubiertas que las que
han pasado. Piensen en aquellos seres que fueron enterrados antes
del diluvio, o que se ahogaron en aquel diluvio general, ¿dónde,
pregunto, tenemos el más pequeño rastro de ellos? Muelan su grano
de trigo hasta convertirlo en harina fina, y arrójenla a los vientos, y
contemplen los campos de trigo que provienen de ella, y entonces
tendrían una perfecta analogía; pero no crean que hasta este
momento la naturaleza contenga un caso paralelo. La resurrección
es un caso único; y, respecto a ella el Señor dijo con verdad, “He aquí
yo hago cosa nueva”. Con la excepción de la resurrección de nuestro
Señor, y la que fue concedida a unas cuantas personas por un
milagro, no tenemos nada en la historia que pueda relacionarse con
este punto; tampoco necesitamos buscar alguna evidencia, pues
tenemos una base mucho más segura sobre la cual apoyarnos. Aquí,
entonces, está la dificultad, y es una dificultad notable. ¿Pueden vivir
estos huesos secos? ¿Es algo creíble que los muertos resuciten?
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los muertos? Si admiten que Dios existe, no queda ninguna
dificultad. Si admiten que Dios es, y que es omnipotente; si admiten
que Él ha dicho que los muertos resucitarán, la creencia deja de ser
difícil y se torna inevitable. Tanto la imposibilidad como la
incredulidad se desvanecen en la presencia de Dios. Yo creo que esta
es la única manera como las dificultades de la fe han de ser
enfrentadas: no sirve de nada acudir a la razón en busca de armas en
contra de la incredulidad, pues la Palabra de Dios es la verdadera
defensa de la fe. Es insensato edificar con madera y paja cuando
están disponibles unas sólidas piedras. Si mi Padre celestial hace
una promesa o revela una verdad, ¿no he de creerle si no he
consultado a los filósofos al respecto? ¿Acaso la palabra de Dios es
verdadera sólo cuando la razón finita la aprueba? Después de todo,
¿acaso el juicio del hombre es la conclusión definitiva, y la palabra
de Dios ha de ser aceptada únicamente cuando podemos ver por
nosotros mismos, y por tanto, cuando no tenemos ninguna
necesidad de una revelación? Desechemos ese espíritu. Sea Dios
veraz, y todo hombre mentiroso. No titubeamos cuando los sabios se
burlan de nosotros, sino que nos basamos completamente en: “Así
dice el Señor”. Una palabra de Dios pesa más para nosotros que toda
una biblioteca de tradiciones humanas. Para el cristiano, que el
propio Dios lo haya dicho, desplaza a cualquier otra razón. Nuestra
lógica es: “Dios lo ha dicho”, y esa es también nuestra retórica. Si
Dios declara que los muertos resucitarán, eso no es algo increíble
para nosotros. La palabra ‘dificultad’ no se encuentra en el
diccionario de la Deidad. ¿Hay para Dios alguna cosa difícil?
Amontonen dificultades, si quieren, hagan la doctrina más y más
difícil de comprender para la razón, pero en tanto que no contenga
contradicción o inconsistencia evidentes, nosotros nos regocijamos
por tener la oportunidad de creer grandes cosas respecto al
Grandioso Dios.
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Isaías, registrado en el capítulo veintiséis, en el versículo diecinueve:
“Tus muertos vivirán; sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y
cantad, moradores del polvo!, porque tu rocío es cual rocío de
hortalizas, y la tierra dará sus muertos”. Tenía el testimonio de
Daniel, en su capítulo doce, y versículos dos y tres, donde el profeta
dice: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán
despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y
confusión perpetua. Los entendidos resplandecerán como el
resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la
multitud, como las estrellas a perpetua eternidad”. Y luego también
en Oseas 13: 14, Agripa tenía otro testimonio donde el Señor declara:
“De la mano del Seol los redimiré, los libraré de la muerte. Oh
muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol; la
compasión será escondida de mi vista”. Entonces, en las Escrituras
del Antiguo Testamento Dios había prometido claramente la
resurrección, y eso debería bastarle a Agripa. Si el Señor lo ha dicho,
ya no existe la menor duda.
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admitiendo que hay un Dios Todopoderoso, no encontramos
ninguna dificultad en aceptar la doctrina y en abrigar una bendita
esperanza.
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menudo, el nacimiento de cada niño en el mundo nos dejaría
atónitos; consideraríamos que un nacimiento es, como en verdad lo
es, una manifestación sumamente trascendente del poder divino. Es
sólo debido a que lo conocemos y que lo vemos tan comúnmente que
no contemplamos la prodigiosa mano de Dios en los nacimientos de
los seres humanos y en la continuación de nuestra existencia. Digo
que la resurrección nos deja estupefactos sólo porque no nos hemos
familiarizado todavía con ella; hay otras obras de Dios que son
igualmente prodigiosas.
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Todo el asunto consiste en esto: que nuestra persuasión de la certeza
de la resurrección general descansa en la fe en Dios y en Su palabra.
Es a la vez ocioso e innecesario mirar a otra parte. Si los hombres no
quieren creer en la declaración de Dios, han de ser dejados para que
le rindan cuentas a Él por su incredulidad. Querido oyente, si tú eres
uno de los elegidos de Dios, tú le creerás a tu Dios, pues Dios les da
la fe a todos Sus escogidos. Si tú rechazas el testimonio divino, tú das
evidencia de que estás en hiel de amargura y perecerás en ella a
menos que la gracia lo impida. El Evangelio y la doctrina de la
resurrección fueron revelados a los hombres en toda su gloria para
poner una división entre lo precioso y lo vil. “El que es de Dios” –
dice el apóstol- “las palabras de Dios oye”. La verdadera fe es la señal
visible de la elección secreta. El que cree en Cristo da evidencia de la
gracia de Dios para con él, pero el que no cree da una muestra
segura de que no ha recibido la gracia de Dios. “Pero vosotros no
creéis” –dijo Cristo- “porque no sois de mis ovejas, como os he
dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen”. Por
tanto, esta verdad y otras verdades cristianas han de ser sostenidas,
guardadas y predicadas plenamente a la humanidad entera para
poner una división entre ellos, para separar a los israelitas de los
egipcios, a la simiente de la mujer de la simiente de la serpiente.
Aquellos a quienes Dios ha elegido son conocidos por su fe en lo que
Dios ha dicho; mientras que aquellos que permanecen en la
incredulidad perecen en su pecado, siendo condenados por la verdad
que ellos rechazan deliberadamente.
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la trompeta de júbilo! ¡Que el sonoro clarín emita las gozosas notas
de victoria! El conquistador ha ganado la batalla; el rey ha ascendido
a su trono. “Regocíjense” –dicen nuestros hermanos en lo alto-
“regocíjense con nosotros, pues hemos entrado en nuestro reposo”.
“Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el
Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus
obras con ellos siguen”. Si tenemos que conservar las señales de
aflicción, pues eso es natural, que no se turben sus corazones, pues
eso no sería espiritual. Bendigamos a Dios por siempre porque
cantamos Sus promesas vivientes para los muertos piadosos.
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destrucción para ellos; eso es terrible, en verdad. Dormir en la
tumba sería infinitamente preferible a una tal resurrección: “la
resurrección de condenación”, según la llama la Escritura; una
resurrección “para vergüenza y confusión perpetua”, según la
describe Daniel. Esa es una terrible resurrección, en verdad; ustedes
podrían alegrarse de escapar de ella. Ciertamente ya sería lo
suficientemente terrible para su alma sufrir la ira de Dios
eternamente sin que el cuerpo la acompañe, pero ha de ser así: si el
cuerpo y el alma pecan, cuerpo y alma deben sufrir, y deben hacerlo
eternamente. Jeremy Taylor nos cuenta acerca de un cierto Acilius
Aviola que fue atacado de apoplejía, y sus amigos, pensando que
estaba muerto, lo llevaron a su pira fúnebre, pero, una vez que el
calor calentó su cuerpo, despertó para descubrirse circundado
irremediablemente por las llamas fúnebres. En vano gritó pidiendo
su liberación, pues no pudo ser rescatado, sino que pasó de un
adormecimiento a un intolerable tormento. Así será el despertar de
cada cuerpo pecaminoso cuando despierte de su sueño en la tumba.
El cuerpo se levantará para ser juzgado, condenado y arrojado de la
presencia de Dios para ser enviado a un castigo eterno. Que Dios nos
conceda que ese no sea nunca el caso de ustedes ni el mío, sino que
creamos en Jesucristo ahora, y así obtengamos una resurrección
para vida eterna. Amén.
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