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Estrechamente unidos

Anna Adams

Estrechamente unidos (2006)


Título Original: Marriage in Jeopardy
Sello / Colección: Sensaciones 559
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Josh y Lydia Quincy

Argumento:

Seguían juntos físicamente, pero entre ellos había una enorme distancia
emocional. ¿Encontrarían el modo de volver a sentirse unidos de verdad?

Aparentemente, Josh y Lydia Quincy lo tenían todo: una casa preciosa, un


bebé en camino y un trabajo que les gustaba. Pero una tragedia estaba a
punto de revelar que en su relación había fisuras que no podrían esconder.
Lydia se recuperaría físicamente del ataque que había roto su sueño de tener
familia, pero ni ella ni Josh estaban seguros de que su matrimonio pudiera
superar la dura prueba. Con la esperanza de poder arreglar las cosas,
decidieron ir al pueblo natal de Josh, un lugar donde los esperaban aún más
fantasmas…
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Capítulo 1
LYDIA Quincy abrió los ojos. Los recuerdos cayeron sobre ella con la fuerza de
un tornado que llega arrasándolo todo a su paso. Recordó salir del ascensor de la
zona en obras de los juzgados. Una mujer apareció ante ella detrás de un montón de
ladrillos. Lydia jamás olvidaría la maliciosa sonrisa que se dibujaba en la boca de la
mujer. Lydia contrajo los músculos al intentar agacharse otra vez mentalmente para
eludir la inesperada agresión. La mujer trató de golpearla en el estómago con una
barra de hierro forjado.
El momento se reprodujo en su mente como la repetición de la escena de una
película.
Intentó respirar.
Miró a su alrededor. Una habitación desconocida, de paredes tostadas con un
sinfín de tubos de goma, cables y mangueras. Un aparato que soltaba números con
pitidos intermitentes. Una cortina beige y barandillas de plástico duro a ambos lados
de la cama.
Un intento más de respirar le produjo unas náuseas tan fuertes que sintió la
necesidad de escapar de allí. Hizo un esfuerzo para sentarse, pero tenía una vía
intravenosa en el brazo y le resultó imposible. Los tubos de oxígeno tiraron de su
cabeza hacia atrás.
—¿Lydia?
Evelyn, su madre política, le habló con voz adormecida desde una silla al lado
de la cama. ¿Por qué estaba allí? Los padres de su marido vivían a más de cuatro
horas en coche.
—Túmbate, cielo —Evelyn se puso en pie arrastrando la silla de metal en la que
estaba sentada hacia atrás, que chirrió sobre las baldosas del suelo.
El dolor físico no era nada comparado con el dolor emocional. Lydia dobló las
rodillas y se llevó las manos al vientre. Sólo sintió el vacío. El vientre vacío y sin vida.
—Mi hijo —gimió. Dejó caer las manos a los lados—Mi hijo! —exclamó en un
grito angustiado, más animal que humano.
Evelyn la sujetó del brazo. Tenía las gafas llenas de lágrimas que se deslizaban
lentamente por sus mejillas.
—Lo siento mucho.
La mujer mayor miró hacia la puerta como si esperara que alguien apareciera a
salvarla.
—¿Dónde está Josh? —Lydia medio esperaba que su marido continuara en el
trabajo.
Evelyn iba a tocar el timbre que había en un lateral de la cama, pero retiró la
mano.
—Quería ser él quien te lo dijera, pero yo te puedo explicar...

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—Lo sé. No lo digas en voz alta.


En cuanto alguien lo dijera en voz alta, el embarazo estaría definitivamente
interrumpido.
Todas sus esperanzas, ahora tan inútiles... Pero no podía dejar de querer a su
hijo sólo porque ya no llegaría a nacer.
—Lydia, cielo...
Lydia empujó los frágiles hombros de su madre política hacia atrás.
—No, no, no.
—Shh —susurró Evelyn rodeándola con los brazos—. Shh.
Lydia sollozó.
—Quiero a mi hijo —el pequeño había muerto, pero ella no—. ¿Por qué estoy
viva?
Evelyn se apartó, con una mueca de dolor.
—Sé cómo te sientes, pero no puedes... tienes que vivir.
Una enfermera entró con pasos rápidos en la habitación y apartó a Evelyn de la
cama.
—Señora Quincy, me alegro de que esté despierta —la enfermera comprobó las
lecturas del aparato y sopesó los tubos intravenosos en los dedos—. ¿Señora Quincy?
—repitió como si necesitara escuchar una respuesta.
—Estoy bien —respondió Lydia pero buscó con la mano a su suegra—. ¿Está
Josh en los juzgados? ¿Cómo es que has venido tú primero, Evelyn, si él trabaja tan
sólo a unas manzanas de aquí?
—¿Su marido? —preguntó la enfermera—. Está aquí. Acaba de pasar por el
control de enfermeras hace un momento.
—¿Se ha ido?
Era típico de él, pero aun con todo dolía. Durante las veintidós semanas de su
embarazo las cosas entre ellos habían empezado a ir mejor, pero antes de eso pasaron
buena parte de los cinco años de matrimonio tirando cada uno en direcciones
opuestas, incapaces de hablar e incapaces de explicarlo. Al enterarse de que iban a
tener un hijo, los dos lo deseaban con tanto ahínco que hicieron lo imposible por
fingir que la situación entre ellos iba bien.
—Josh ha estado aquí siempre que nos lo han permitido —defendió Evelyn a su
hijo—. Pero ya sabes cómo es. La impaciencia y la rabia van de la mano, y si a eso
añades lo preocupado que está por ti... Necesitaba dar un paseo.
Lydia conocía a Josh mejor que su madre. Mientras ella apenas podía oír nada
aparte del dolor que le estallaba en la cabeza, estaba segura de que Josh se había
refugiado en llamadas de trabajo. Así era él. Si no era capaz de arreglar su vida
privada, se concentraba en mantener su reputación como el mejor abogado de oficio
de Hartford, Connecticut.

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—No...
Lydia quería estar furiosa. Aunque estaba acostumbrada, en aquel momento
necesitaba a su marido más que nunca. El también había perdido a su hijo.
—¿Qué? —preguntó Evelyn—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—¿Hacer?
Nadie podía borrar el instante del ataque ni el recuerdo grabado en su mente.
Los rayos del sol que se reflejaban en el chásis de un camión verde la cegaron
momentáneamente cuando iba rodeando el montón de ladrillos. Uno de esos
ladrillos le rozó el brazo. Ella giró el codo para ver el rasguño, pero no vio a la mujer.
Su hijo que todavía no había nacido seguramente murió en el momento en que
la desconocida la golpeó con la barra de hierro. Lydia se tapó la boca.
—Procura no pensar en lo que pasó. Llamaré a Josh.
—No te vayas —suplicó Lydia.
Evelyn le apretó la mano para tranquilizarla pero se volvió a la enfermera.
—Mi nuera tiene los labios muy agrietados. ¿Puede ponerle algo?
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó Lydia.
Pensaba que era el mismo día, pero el aspecto de su madre política era de un
profundo agotamiento.
—Le traeré algo de beber —la enfermera dirigió una última mirada a los
aparatos y se retiró hacia la puerta—. Señora Quincy, ahora ya está bien. El médico
pasará a verla, aunque no puedo decirle con certeza cuándo será, pero no tiene que
preocuparse.
¿Que no tenía que preocuparse? La mujer debía de estar loca.
—¿Qué ha pasado después de golpearme, Evelyn?
Evelyn se pasó los dedos por los rizos pelirrojos que se habían quedado
aplastados contra un lado.
—Te diré lo que sabemos —dijo Evelyn con incertidumbre, y miró el reloj—. A
menos que quieras que vaya a buscara Josh —insistió.
Aquella mujer que nunca lloraba porque estaba convencida de que las lágrimas
eran signo de debilidad había derramado muchas lágrimas. Lydia se secó una
lágrima.
—No esta aquí. Explícame lo que le ha pasado a mi hijo. Me acuerdo que estaba
en el juzgado.
De profesión arquitecta, Lydia estaba trabajando en la restauración y
recuperación del antiguo esplendor del edificio del siglo XVIII que era la sede de los
juzgados del condado.
—Acababa de salir del edificio —Lydia se llevó de nuevo las manos al
estómago—. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?

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—Tres días —Evelyn se secó la cara con el borde de la camiseta de algodón—.


Has estado casi todo el tiempo dormida, aunque despertabas de vez en cuando.
—No lo recuerdo —aunque sí recordaba los ataques de dolor, el resplandor de
la luz, y el sonido intermitente de aquel maldito aparato—. ¿Quién era esa mujer?
—Vivian Durance. Perdí el caso de su marido.
La voz de Josh, cargada de dolor, hizo que las dos mujeres miraran hacia la
entrada. Allí estaba él de pie mirándola inmóvil.
Lydia lo miró con desesperación, porque él era el único que lo podía entender.
Alto y con expresión distante, como siempre cuanto más emocionado o afectado
estaba por algo, Josh la miraba con los ojos castaños oscuros cargados de
remordimientos. Llevaba los rizos morenos estaban de punta, como si se hubiera
tirado del pelo para castigarse.
—Esperaré fuera —dijo Evelyn, y pasó junto a su hijo sin mirarlo.
El se hizo a un lado para evitar rozar a su madre.
Cuando la puerta se cerró tras ella, Josh se acercó a la cama, sin saber cómo sería
recibido. Lydia le tendió los brazos. Con un suspiro y los ojos que empezaban a
enrojecerse, él la abrazó con fuerza. Ella se estremeció de dolor.
—Perdona —Josh aflojó un poco, pero al enterrar la cara en el hombro de su
mujer, respiraba entrecortadamente—. Lo siento mucho.
Los remordimientos de su marido le hicieron empezar a entender la verdad.
—¿Vivian Durance está casada con uno de tus clientes?
Siempre había temido algo así, un miedo latente que nunca lograba apartar por
completo de su mente. Dos semanas después de su boda llegó la primera amenaza de
un cliente insatisfecho en forma de pintura roja arrojada contra la puerta de su casa
en una zona residencial de Hartford. El padre del cliente también había dejado una
nota con manchas rojas en el buzón.
Si mi hijo va a la cárcel, morirá, decía la nota, y estaba escrita con tanta rabia que
las palabras casi rasgaban el papel.
Josh volvió a pintar la puerta , tiró la nota y le aseguró que todos los abogados,
incluso los abogados de oficio, recibían amenazas de vez en cuando. Dos años
después, otro cliente lo esperó en las escaleras de los juzgados. Todos los que lo
habían visto en el estrado sabían que su testimonio garantizaba un veredicto de
culpabilidad; sin embargo, el hombre echó la culpa a gritos a Josh, hasta que la
policía lo sacó de la sala prácticamente a rastras.
De aquello habían pasado tres años, pero Lydia nunca se volvió a sentir segura.
—¿Sabías que iba a ir a por nosotros? ¿Qué te dijo? —Lydia trató de no culparlo,
pero tenía que preguntarlo y saber qué había ocurrido.
—Nada —Josh se echó hacia atrás—. La mujer se puso a gritar en la sala pero
contra nadie en particular.
—¿Qué no me estás contando?

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Josh sacudió la cabeza, pero por la expresión vacía de sus ojos Lydia supo que le
ocultaba algo.
Furiosa, quiso reprimir el comentario, pero no pudo evitarlo.
—A la tercera va la vencida, supongo. Por fin lo han conseguido.
—Eso era lo que me temía —dijo él con una serenidad que resultaba
exasperante—. Que me echaras a mí la culpa.
—Nuestro hijo no tenía que morir.
—Lo siento —Josh apenas movió los labios.
Lydia amaba su boca, húmeda y carnosa, capaz de darle un placer que era casi
dolor. Esa era la parte física de su matrimonio. Todo el resto de su vida en común era
difícil.
—No oculto nada —dijo él—. La verdad ya es bastante mala.
Lydia lo miraba incapaz de hablar. Josh estaba también conmocionado, lo que
aumentaba sus remordimientos. No podía ser su culpa.
—Perdí el caso de Carter Durance y fue condenado a muerte. Cuando la policía
la detuvo, Vivian dijo que alguien que yo amara debía morir también —Josh expuso
los hechos sin intentar defenderse—. Hice todo lo que pude para que no lo
condenaran a muerte, pero ni estaba loco ni era inocente.
Lydia se llevó los puños a los ojos. Lo que más le dolía era el tono inexpresivo
de la narración de su marido, el frío distanciamiento en su voz.
—¿Lydia? —Josh había dicho su nombre un millón de veces, pero nunca antes
sonó como una súplica.
—No tengo nada más que dar —aquella Vivian se lo había arrebatado todo—.
¿Por qué tienes que deferider a gente que es claramente culpable?
Una mueca de dolor cruzó el rostro masculino.
—Ya sabes por qué. Casi todas las personas que defiendo han sufrido un pasado
similar al mío. Yo supe elegir mejor, pero ¿sabes cuántas veces veo a mis padres y a
mí mismo reflejados en mis clientes?
Lydia no respondió. Josh no mencionó a su hermana Clara, a la que intentó
salvar por encima de todo y no pudo. La niña se ahogó en la piscina que la familia
tenía en su casa de Kline mientras sus padres estaban dentro, tan borrachos que ni
siquiera podían ser conscientes de que estaban vivos, y mucho menos que su hija
había muerto.
Josh no podía perdonar a sus padres, ni tampoco a sí mismo, aunque cuando
ocurrió estaba en la universidad. Ahora se sentía obligado a rescatar a todas las
pobres e indefensas Claras del mundo.
—Tú no eres como ellos —dijo ella—. Nunca has bebido como tus padres. No
tienes que seguir pagando por ello —Lydia se rodeó la cintura con los brazosYo
merecía algo mejor, y nuestro hijo también.

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—Espera —intentó sujetar en la barbilla, pero ella volvió la cabeza, y él se


estremeció como si lo hubiera golpeado—. Algunos de mis clientes son inocentes.
Incluso los culpables tienen derechos, pero si hubiera sabido que esto podía pasar no
habría defendido a Carter Durance —Josh tenía la voz tomada por la emoción—.
Nunca hubiera arriesgado a nuestro hijo.
Fue a sujetarle la mano, pero ella no podía soportar el contacto.
—No me toques. Sólo quiero tocar a mi hijo —dijo ella, llevándose la mano en el
estómago—. Lo echo de menos.
Josh, pálido de nuevo, unió las manos sobre el regazo y las retorció.
Lydia supo que podía terminar ahora, poner fin a la soledad y el miedo en los
que había vivido sumida durante años. Después de casarse, Josh consideró que su
relación era completa y concentró su atención en sus otras prioridades: sus clientes.
Sintiéndose abandonada, más dolida de lo que era capaz de admitir, intentó hablar,
razonar, discutir, explicar, y por fin se refugió en su trabajo aunque tampoco
encontró demasiado consuelo en él. Pero el niño les hizo intentarlo de nuevo.
—Lo siento.
Lydia tenía dos opciones. Romper por completo con él o intentar salvar el
matrimonio. ¿Pero cómo podía ignorar el dolor de Josh si era tan desgarrador y
angustioso como el suyo?
—Yo tampoco pude salvarlo —dijo ella, eligiendo salvar el matrimonio—. Las
madres tienen la obligación de proteger a sus hijos y yo no lo he hecho.
Josh dobló las manos.
—Daría cualquier cosa por tenerlo a salvo, y a ti también.
Su debilidad la afectaba profundamente. Quizá sus sentimientos por él nunca
habían sido muy sanos. Demasiado intensos y apasionados al principio, ninguno de
los dos se detuvo a plantearse qué había después del «sí quiero».
—No podemos devolverle la vida, pero tampoco tenemos que herirnos el uno al
otro. Sé que yo también he cometido errores —Lydia no podía mirarlo.
—Podemos dejar de cometerlos.
Aunque Lydia no estaba preparada para renunciar a su matrimonio, el perdón
no era fácil. No podía olvidar lo mucho que había intentado que Josh se preocupara
tanto por su vida familiar como lo hacía por sus asuntos profesionales.
—¿Qué tenemos ahora? —Lydia se secó las mejillas. Josh la abrazó.
—Me tienes a mí. También era mi hijo.
Ninguna explicación, ninguna defensa, sólo desolación. El susurro, cargado de
dolor, la unió de nuevo a él.

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Una semana después de que Lydia recuperara el conocimiento, Josh se detuvo


en la puerta de la habitación con la sensación de que aquel día era el último contacto
con su hijo. Lydia perdió el hijo que esperaba el día de la agresión, y después tuvo
que sufrir la intervención operación de dilatación y legrado y el interrogatorio de la
policía. Cuando salieron del hospital, el embarazo pasaría a ser un capítulo cerrado.
—¿Quién está ahí?
Desde dentro, Lydia parecía asustada. Josh abrió la puerta. Probablemente tenía
miedo de que uno de los Durance volviera a rematar lo empezado.
—Hola —dijo él con una sonrisa, ofreciéndole un ramo de flores silvestres que
había comprado en el vestíbulo.
Tras mirarlas como si no entendiera nada, Lydia levantó la tapa de la taza de
agua que había en una bandeja al lado de la cama.
—Gracias. ¿Quieres ponerlas en agua?
—¿No piensas volver a tener sed?
Lydia se encogió de hombros con expresión distante, inmersa en su propio
dolor. Josh desenvolvió las flores y metió los tallos en la taza.
—Me gustan —dijo ella.
Josh le acarició la mejilla con los labios y fue al cuarto de baño a añadir más
agua. Cuando dejó la taza con las flores en la mesa, ella abrió los ojos.
—¿Me haces un favor? —dijo ella, empujando la bandeja del desayuno hacia él.
—Lo que quieras —dijo él.
Lydia señaló los huevos revueltos, una tostada con un pequeño mordisco en
una esquina y el cuenco de cereales sin tocar.
—Cómete eso. Si no como no me darán el alta, y no me pasa —explicó ella,
llevándose una mano al estómago, que enseguida apartó.
Los dos miraban a todos lados excepto el uno al otro.
—Tienes que comer.
¡Dios, hablaba como una abuela! Josh miró hacia la puerta.
—No puedo hacer algo que es malo para ti —añadió preocupado.
—Hoy me iré aunque tenga que saltar por la ventana, pero estoy muy cansada
para discutir —empujó la bandeja hacia él—. ¿Es por los cereales?
—Es porque quiero que te pongas bien —dijo él.
La penetrante mirada de Lydia sugirió que él no tenía derecho, pero sólo duró
un momento.
—Cómetelo y yo me comeré todo lo que me pongas luego.
Josh se tragó toda la comida fría y sosa del hospital a pesar de no tener hambre,
deteniéndose sólo para tragar y contener las arcadas que le venían. Pero Lydia sonrió
y el esfuerzo mereció la pena.

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—¿Qué tal en casa, Josh?


Vacía. Triste.
—¿A qué te refieres?
Si le decía la verdad, ¿se negaría a volver con él? Un abrazo y el dolor
compartido el otro día no era la panacea para solucionar todos los problemas que se
erigían entre ellos como un muro de separación emocional.
—A saber que de ahora en adelante estaremos sólo tú y yo.
—Tenía que haber desmontado la habitación del niño —murmuró él, casi como
si se lo dijera a sí mismo.
Ninguno de los dos necesitaba nada que les recordara cómo la habían pintado y
decorado ni cómo discutieron sobre la mejor distribución de la cama y el cambiador.
—No —dijo ella—. Quiero recoger yo las cosas.
Josh se dio cuenta de que ella lo consideraba tan responsable de lo ocurrido que
parecía pensar que él no tenía derecho a nada concerniente al niño.
—Lo haremos juntos —dijo él, y se llevó otra cucharada de cereales a la boca.
Lydia no respondió. En sus ojos, Josh vio reflejados todos los interrogantes sin
respuesta que se agolpaban en su mente.
—A menos que no quieras que hagamos nada juntos —sugirió.
Lydia bajó la cabeza sin responder.
—¿No quieres? —preguntó él, sintiendo que iba a vomitar los cereales.
—De no ser por el niño —dijo ella apartándose el pelo de los ojos—, nos
habríamos separado hace meses. Necesito estar segura de que tú también quieres
seguir.
Josh había tenido aquella sensación tres veces en su vida: cuando murió Clara,
cuando lo llamaron del hospital para avisarlo de lo de Lydia, y ahora.
—¿Querías separarte de mí?
—Ya estábamos separados —dijo ella, torciendo la boca con un gesto de
amargura que parecía totalmente impropio de ella—. ¿Qué más da quién hubiera
sido el primero en hacer las maletas?
Tenía que haber perdido...
—¿Estás loca? Me casé contigo para lo bueno y para lo malo. No pienso dejarte.
—¿Por qué? —sin maquillaje y sin fingir, Lydia parecía desnuda—. Ya no me
quieres.
—¿Que no te quiero? ¿No hemos estado compartiendo la misma cama?
—No hablo de sexo —dijo ella, levantando tanto la voz que Josh miró
rápidamente hacia la puerta.
—Tú eres la que ha cambiado. No soportas...

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¿Cómo podía expresar su humillación con palabras?


—No soportas que te abrace, no soportas que te toque, no soportas que te bese.
—No soporto el silencio —dijo ella—. Ya era horrible antes, pero ahora sólo
quiero a mi hijo.
Josh no fingió haber sido feliz con su relación.
—Últimamente las cosas estaban mejorando —dijo él—. Creía que
empezábamos a estar otra vez más unidos.
—Quieres decir que hablamos una o dos veces por la noche si volvías a casa
antes de acostarme, o si te llamaba desde el despacho. Nos besábamos castamente
antes de apagar la luz y los fines de semana, si te quedaba tiempo y no estabas muy
cansado, hacíamos el amor.
¿Cuántas veces se había apartado de él? —Pero tú no querías...
—Sí, claro —el sarcasmo de su mujer lo dejó frío—. Y yo tampoco podía dejar el
trabajo.
—Pensaba que te gustaban tus proyectos.
Pero ahora Josh empezó a sospechar que quizá para ella el trabajo no fuera tan
importante.
—¿Tan insensible eres? —preguntó Lydia, mirándolo con dureza.
—Debo serlo —dijo él, sin entender—. ¿Me estás diciendo que quieres el
divorcio? —preguntó con incredulidad.
Era lo que menos esperaba.
Lydia dobló las rodillas y las pegó al pecho con una mueca de dolor. Se inclinó
hacia delante, pero su aspecto era el de una mujer vencida y sin fuerzas.
—El otro día —empezó con la cabeza baja—, cuando desperté, pensé que podría
seguir contigo, pero ahora ya no lo sé.
Josh sintió ganas de sujetarla para que Lydia no lo apartara de su vida.
—Ni siquiera me gusta ir a casa ahora que tú no estás —admitió él.
Ella le dirigió una mirada cargada de reproches, como si pensara que él sólo
echaba de menos al hijo que habían perdido tan prematuramente, igual que ella. Josh
sacudió la cabeza con tristeza.
—Te echo mucho de menos, Lydia. Quiero que vuelvas.
Lydia frunció el ceño pero no dijo nada.
—¿Por qué no me habías dicho que no eras feliz?
—Lo hice, pero no te interesaba. Intenté decírtelo, pero no me escuchabas. El
trabajo te hace feliz, y yo no.
—Me gusta mi trabajo, pero tú eres mi mujer —se defendió él—. Cuando se te
ocurra algo tan descabellado como que no te quiero, dímelo.

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—¿Por qué lo tengo que decir? Una mujer no debería pedir a su marido que... —
se interrumpió un momento para tranquilizarse y continuó con voz más serena—.
No debería suplicarte que pensaras en mi.
—¿Qué necesitas? —preguntó él, desolado.
Lydia estiró las piernas y se subió la sábana hasta el pecho.
—Lo de que a la tercera va la vencida iba en serio. Tres amenazas en cinco años
no parecen demasiado, pero esa mujer ha matado a nuestra familia. No podré
olvidarlo nunca.
—¿Quieres que lo deje? —preguntó él.
—¿Lo harías?
—No creo que pueda.
Ése había sido el objetivo de Josh desde que era alumno de la facultad de
derecho: hacer ver a la gente que se había criado en el mismo entorno difícil y hostil
que él que podían elegir algo diferente, algo mejor y más saludable. Por eso se
entregaba en cuerpo y alma a la tarea de mantenerlos fuera de la cárcel y
demostrarles que no tenían que repetir los errores de sus padres y que la posibilidad
de llevar una vida digna era real. Se preocupaba por esas personas que eran tan
anónimas y tan anodinas como lo fue él cuando sus padres fueron a la cárcel por
negligencia y abandono de su hermana Clara.
—Lydia, no puedo. ¿Qué haría si no?
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Me temo que si tú no puedes cambiar, yo lo haré. Llevo toda la noche
pensando en esto. Estamos a punto de volver a casa, y no estoy segura de que haya
ni una sola razón para que vayamos juntos.
—Nunca volverá a ocurrir una cosa así. Fue una aberración —dijo él.
—A mí no me volverá a ocurrir —le aseguró ella con total certeza.

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Capítulo 2

SEÑOR Quincy, si trae su coche a la entrada principal, bajaremos a Lydia.


Patti, la enfermera de Lydia, le entregó una bolsa con las pertenencias de su
esposa y la taza donde había puesto el ramo de flores silvestres.
—Nos reuniremos con usted abajo.
—¿Estás bien? —preguntó él a Lydia, aunque en realidad ella supo que lo que le
estaba preguntando era si prefería que llamar a un taxi para volver a casa en lugar de
ir con él.
Lydia titubeó unos segundos. Esta vez tenía que tomar una decisión que sería la
definitiva.
—Estoy bien, sí —le aseguró con una sonrisa forzada.
Cuando Josh se alejó, Patti se puso las gafas y repasó los informes.
—Veamos, tendrá que tomarse la temperatura con regularidad y controlar el
dolor abdominal. Si aumenta, hay que descartar una hemorragia interna. Tampoco
podrá mantener relaciones sexuales durante seis semanas.
—De... de acuerdo.
—Y si se encuentra mal o tiene algún problema de cualquier tipo, llame a este
número —dijo la enfermera entregándole una hoja de papel con un número
anotado—. Yo estoy aquí los lunes, los miércoles y los viernes de ocho a ocho.
Llámeme, me gustaría saber cómo se va recuperando.
Conmovida por la atenta reacción de una mujer prácticamente desconocida,
Lydia sonrió.
—La llamaré —le prometió.
Un celador se ocupó de llevarla hasta el vestíbulo del hospital y dejarla en la
acera justo cuando Josh aparcaba el coche al lado.
—Gracias —dijo Lydia al hombre que sujetaba la silla detrás de ella.
—De nada —dijo él—, y mucha suerte —le deseó antes de perderse de nuevo en
el interior del hospital.
Lydia le sonrió con sincero agradecimiento.
—¿Te duele? —preguntó Josh, abriendo la puerta delantera del coche.
Lydia sacudió negativamente la cabeza mientras él la ayudaba a sentarse. Pensó
que la ternura de Josh y el mimo con que la trataba tenía que ver más con el hijo que
habían perdido que con ella.
—Gracias —dijo ella abrochándose el cinturón.
—Procuraré ir despacio.

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Lo de menos eran los baches en el asfalto. Tampoco le importó la punzada de


dolor en el vientre cuando Josh tuvo que frenar de repente para evitar un
Volkswagen Escarabajo cuyo conductor se había saltado un semáforo en rojo.
—¡Dios! —exclamó furioso, aunque su rabia no tenía nada que ver con el
conductor del otro coche.
—¿Te importa parar? —Lydia lo miró por primera vez desde el inicio del
trayecto—. Josh, no quiero ir a casa. Pensaba que podía, pero...
Con la mandíbula muy apretada, Josh puso el intermitente, miró por el
retrovisor y aparcó el coche junto a la acera.
—¿Adónde quieres que te lleve?
Lydia se dio cuenta de que no tenía ni un suéter ni nada de ropa de abrigo.
—Entonces vamos a casa y piensa en lo que estás haciendo.
—Eso estaba intentando hacer, pero tengo la sensación de que no es mi casa.
Él asintió con un movimiento seco del mentón, pero no dijo nada. Lydia
continuó hablando, tratando de poner algo de lógica en su reacción.
—No es mi intención hacerte daño —le aseguró con tristeza—, pero ya no sé
fingir.
—¿Y no puedes tomar una decisión?
Lydia contempló en silencio los coches que pasaban por la calle, el sol que
parecía brillar demasiado fuerte para un día tan triste como aquél, y a la pareja que
paseaba con su hija pequeña de la mano.
—Tengo miedo —dijo. Se secó el sudor por debajo de los mechones—. Pero
quiero estar contigo. Lo digo en serio.
—Confía en mí.
—Si fuera tan fácil, no estaríamos hablando de esto —Lydia dobló las manos
sobre el regazo—. Vamos, estoy bien. No lo volveré a hacer.
—Quizá no deberías prometerlo.
Lydia buscó algún indicio de sarcasmo en el rostro masculino pero sólo
encontró compasión lo que en parte alivió sus miedos y su resentimiento.
Sin embargo, cuando Josh aparcó el coche delante de la casa en el barrio
residencial donde vivían, Lydia apretó con fuerza los reposabrazos del coche.
—Me alegro de que no haya ningún vecino en la calle —comentó.
—Lo hacen con buena intención —dijo Josh sacando las llaves del contacto—,
pero cuando me dicen que lo sienten nunca sé qué decirles.
Los dos bajaron del coche. La habitación infantil estaba en la segunda planta, y
la ventana daba a la fachada principal. Lydia caminó hasta la puerta todo lo deprisa
que su cuerpo le permitió para evitar mirar a la ventana del cuarto que había
albergado tantas ilusiones y tanta esperanza.

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Evelyn estaba mirando el teléfono blanco que colgaba en la pared de la cocina.


—Debería llamarlo.
—No se sentirá mejor por eso.
Evelyn se sobresaltó.
—¡Bart, no sabía que estabas en casa! —exclamó. Cruzó la cocina para colgar el
chubasquero de su marido en el cuarto de la entrada.
Entretanto, éste se quitó las botas y las estudió con mirada crítica.
—Se me ha olvidado cambiarme al bajar del barco —dijo.
—Déjalas en el banco —dijo su esposa—. Si a estas alturas no somos capaces de
aguantar el olor de nuestra langosta y pescado... —Evelyn no supo cómo terminar la
frase—. No importa. ¿De verdad piensas que Josh prefiere que no lo llame? ¿No es
esto diferente?
—Para nosotros sí, pero no para él.
—Era nuestro nieto.
Un nieto los habría ayudado a recuperar a Josh. Bart la abrazó y la besó en la
frente. Normalmente eso la hacía sentirse mejor.
—Es posible que le haya hecho recordar a Clara y que nos odie más que nunca.
—No se lo puedes reprochar —Evelyn se secó la boca.
Habían pasado dieciocho años desde que tomó su última copa, pero el ansia de
beber todavía podía ponerla de rodillas. Se apartó de Bart y fue al fregadero,
agradeciendo que todavía estuvieran allí los platos sucios de la comida para poder
hacer algo. Abrió el grifo del agua caliente y puso las manos debajo del chorro.
—Si tantas ganas tienes de llamarlo, quizá deberías hacerlo —sugirió Bart
sujetándola un momento desde atrás por los brazos—. Pero detesto que tengas que
prepararte para sufrir otra vez su desprecio y su indiferencia.
—Quizá ahora lo entienda. Él también ha perdido un hijo.
Evelyn pensó en Clara. O mejor dicho, la imagen de Clara apareció en su mente.
Su pequeña Clara, con unos pantalones cortos rosas que le llegaban casi hasta las
rodillas, el pelo castaño medio cubriéndole los ojos y una espada en la mano que era
casi tan alta como ella.
Evelyn cerró los ojos y trató de apartar la imagen de su mente. No merecía
recordar los buenos momentos, y el peor día había quedado reducido a una horrible
sensación de pesadilla. Aquel día había estado tan borracha que sólo supo lo
ocurrido después de la muerte de su hija.
—Iré a lavarme. Tú haz lo que tengas que hacer, Evelyn.
—Bart...

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Él se detuvo. Evelyn lo rodeó con brazos húmedos y aspiró el olor a mar y a sal
que emanaba del cuerpo de su marido.
—Gracias —dijo—. Estoy cansada de que siempre nos aparte de su lado y no
quiera saber nada de nosotros, pero no nos podemos quejar. Para Clara él fue el
padre y la madre que nosotros nunca fuimos.
—No fue sólo por tu culpa —dijo Bart recordando los terribles años del
pasado—. Era una época con muy poca pesca y yo temía no poder alimentarlos. ¿Por
qué no trabajé más en lugar de beber más? —se preguntó en voz alta, odiándose a sí
mismo por haber sido tan débil.
—¿Y por qué yo no quería ser madre? —dijo Evelyn, a pesar de que cada
palabra era como un clavo en su propio ataúd.
Josh fue una sorpresa para los dos. Ella quería ser profesora, pero se quedó
embarazada a los diecinueve años y abandonó los estudios. Lo peor fue que no tenía
madera de madre y que nunca sintió el instinto maternal que las mujeres solían tener.
Pensaba que su hijo estaba enfermo, pero por muchas veces que lo llevara al
médico a causa de los cólicos y otros síntomas, éstos siempre le decían que el
pequeño se encontraba perfectamente, que era un niño sano y que lo suyo era una
depresión posparto. Sólo necesitaba tiempo para acostumbrarse a la maternidad. Una
noche, después de acostar a Josh, probó un vaso del vodka que Bart guardaba en el
armario. Y el vodka alivió el dolor.
Al final la anestesió.
—Quizá las cosas habrían ido mejor con el niño —dijo.
—¿Crees que Josh nos hubiera dejado verlo?
—Lo que le pasa a Josh no es crueldad, sino tristeza. En el fondo se siente tan
culpable por lo de Clara como nosotros.
Y sólo cuando Bart y ella tuvieron que cumplir una sentencia de dieciocho
meses de cárcel por negligencia y se les retiró la custodia de su hijo, Evelyn aprendió
a no rendirse nunca en el intento de ser una buena madre.
—No tiene motivos para sentirse culpable —dijo Bart.
—Si él pensara eso, aprendería a perdonarnos y ser otra vez nuestro hijo. Y creo
que las cosas con Lydia no están muy bien. Incluso cuando están juntos, están... No
sé, los noto distantes.
—¿Qué quieres decir, Evelyn? —dijo Bart cerrando el grifo antes de que el agua
se desbordara.
—Tú también estás preocupado —Evelyn metió los platos en el agua—. Es hora
de que dejemos de esperar a que las cosas mejoren. Voy a invitarlos a pasar unos días
con nosotros.
Bart tomó el primer plato que ella le dio. Aun sin haberse duchado después del
trabajo, empezó a secar. Era la costumbre. Ella fregaba, él secaba. Para las personas
con adicciones, los hábitos eran fuente de fortaleza.

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—Es posible que Lydia venga, pero Josh no lo creo —dejó el plato y se miró los
pantalones sucios—. Estoy poniéndolo todo perdido. Iré a ducharme y luego te
ayudo.
—No hace falta, ve —dijo ella.
Lydia dejó el plato que tenía en la mano en el escurreplatos, con la mente de
nuevo en Josh. ¿Cómo podía convencer a su hijo de que volviera a casa y superara su
inmensa tristeza?
—Es posible que él no quiera aceptar la invitación, pero ¿cómo crees que se
sentirá Lydia, con la habitación del niño totalmente montada al otro lado del pasillo?
Josh vendrá si cree que a ella le hará bien.
—Lydia nos quiere, pero no vendrá sabiendo que Josh no puede soportar estar
en esta casa.
Evelyn se volvió a mirar a su marido con las manos en las caderas, sin fijarse en
que tenía las manos llenas de espuma y que ésta cayó al suelo, formando un pequeño
charco a sus pies.
—No olvides que cuando pierdes a un hijo nada vuelve a ser lo mismo —le
recordó—. Lydia quiere a Josh, pero seguro que odia esa habitación.
Ellos también tenían una habitación que apenas se había abierto en los últimos
dieciocho años y donde todavía estaban las cosas de Clara. Si Evelyn hubiera podido
arrancar esa habitación de la casa, la habría arrojado por los acantilados del cabo. Y,
sin embargo, era lo único que le quedaba de su hija.
—¿Serías capaz de utilizar a Lydia? —preguntó B art.
Eso no le hacía ninguna gracia.
—Utilizarla, sí —dijo Evelyn—, pero la quiero como si fuera nuestra propia hija.
Lydia necesita unos padres tanto como Josh, y yo quiero recuperar a mi hijo. Esta
familia ya ha perdido mucho y yo estoy harta de esperar a que vuelva a casa.
—Me preocupas, Evelyn.
—Le hemos dado tiempo para tomar una decisión —Lydia volvió al
fregadero—. Pueden pasar dos cosas, que corte con nosotros definitivamente o que lo
convenzamos por fin de que puede fiarse de nosotros.
—No quiero que rompa con nosotros definitivamente—dijo Bart.
—Verlo apenas una o dos veces al año no es suficiente.
—Es lo que tenemos —Bart abrió la nevera. Miró las botellas de agua y zumo y
después volvió a cerrar la puerta—. Es lo que hemos hecho.
Evelyn continuó fregando. Bart, con su amor, incluso después de lo que habían
hecho, la había salvado. ¿Estaba dispuesta a arriesgarse a perderlo a él también?
—Podemos hacer algo mejor.

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Envuelta en una manta de felpilla amarilla, Lydia miraba el periódico sin ver las
palabras. Josh entró en la sala de estar y dejó una taza de café a. su lado.
—Gracias.
Después él le remetió la manta por los pies. Lydia intentó no apartarse del
contacto de sus manos.
Josh se dio cuenta. La miró consciente del rechazo instintivo, pero no dijo nada.
—¿No deberías acostarte? —preguntó él.
—No lo sé. Me dijeron que llamara si me encontraba mal —dijo ella, sujetando
la taza con las dos manos.
—Si te quedas aquí, encenderé la chimenea.
—Vale —dijo ella—, pero después siéntate un rato. No tienes que hacer nada
más por mí.
La sorpresa le hizo mirarla.
—¿Quieres que hablemos?
—Me gusta saber que estás cerca —Lydia tenía que creer que Josh no estaba
buscando la forma de volver al trabajo.
Asintiendo con la cabeza, Josh empezó a recoger las cenizas de la chimenea en
un cubo antiguo de carbón que habían encontrado en una tienda de su ciudad natal
en Maine.
—Algo te preocupa —dijo él.
Lydia miró el teléfono que descansaba junto al montón de libros que había
tomado prestados de la biblioteca.
—Prometí a tu madre que la llamaría cuando llegáramos a casa.
Josh abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar.
Al principio de su relación Lydia veía a los padres de Josh a través de los ojos de
su marido. Un par de alcohólicos que habían destrozado su infancia por culpa de una
botella de vodka. Pero más tarde también se dio cuenta de que Josh nunca supo
apreciar el hecho de que los dos dejaran de beber después de la trágica muerte de
Clara.
—Nos quieren —dijo ella—. A los dos.
Josh no parecía necesitar el amor de sus padres.
—No quiero hablar con ellos.
—Está bien. ¿Josh?
Éste se detuvo en mitad de la sala, con el cubo de carbón en la mano.
—A veces me pregunto qué tendría que hacer yo para que te pusieras tan
furioso conmigo.
—¿Tan furioso?

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—Como lo estás con tus padres.


—¿Ahora quieres discutir?
—No —le aseguró ella, pero en el fondo estaba cansada de intentar mantener la
paz—. No lo sé.
—Entiendo que no quieras estar aquí.
Lydia no pudo controlar el estremecimiento que la recorrió al pensar en la
habitación del niño y en su propio dormitorio. Todavía no se había obligado a subir
las escaleras que llevaban al piso de arriba. Allí la esperaban demasiados recuerdos
para los que aún no estaba preparada.
—Escucha —Lydia quería que Josh entendiera la nada total que la rodeaba—.
¿No oyes el silencio? Sé que lo haces con buena intención, pero ni todas las
chimeneas, ni todas las mantas ni todos los cafés del mundo pueden mitigar mi
dolor. Me da miedo decir algo porque todo es doloroso. Y me da miedo que tú estés
pensando en el trabajo.
—¿Qué quieres? —alto, delgado e inalcanzable, Josh fue a la puerta—. Lo estoy
intentando. No quiero perderte, pero no puedo dejar el trabajo y vender esta casa
hoy mismo —miró al techo—. Yo también siento esa habitación, pero ésta es nuestra
casa. Quiero aprender a vivir con la habitación vacía, y con mis —se interrumpió,
sacudiendo la cabeza—. Mis miedos —hizo una pausa—. Tengo miedo a que me
dejes porque yo soy el culpable de la muerte de nuestro hijo.
—Vámonos de aquí, pasemos un tiempo juntos solos tú y yo —dijo Lydia.
—¿Para después volver a los problemas que dices que llevamos años
ignorando?
En ese momento sonó el teléfono y Josh frunció el ceño. Descolgó y miró el
número reflejado en la pantalla del teléfono. Después cruzó la sala y le dio el
auricular a Lydia.
—No quiero hablar con ellos —dijo.
Sus padres. Cuando Josh se alejó con el cubo en la mano, Lydia apretó la tecla
para hablar.
—¿Evelyn?
—¿Cómo te encuentras, Lydia? ¿Y Josh?
—Yo estoy bien. Él callado.
—¿Cómo que callado? Tienes que hacerlo hablar.
¿O se apartaría de ella igual que lo había hecho de sus padres?
—Estamos adaptándonos poco a poco.
—Venid aquí.
Lydia sabía que debía rechazar la invitación. Josh no podía hablar con sus
padres y se negaba a verlos.

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—Estoy cansada. Estar aquí no es...


—Venid mañana. Sé que tú no quieres estar en esa casa. Deja que te cuide y me
asegure de que tú te cuidas también. Déjame tener una hija un par de semanas —la
voz de Evelyn se entrecortó con la última súplica.
Lydia sintió un nudo de lágrimas en la garganta.
—Me gustaría, pero ya sabes cómo son las cosas, Evelyn.
—Si tú vienes, Josh vendrá también. No le des elección esta vez.
Lydia se echó a reír.
—¿Tú no intentarías aprovecharte de mí para ablandarlo?
—Me temo que sí.
Uno de los rasgos más sobresalientes del carácter de Evelyn era su rotunda
sinceridad.
—Me fui del hospital porque sabía que él no me quería allí, pero estoy
preocupada por ti —continuó su madre política—. Ven y deja que te cuide.
—Me está cuidando Josh —dijo Lydia, saliendo en defensa de su marido.
—Pero seguro que él no te lleva langostas recién pescadas —dijo Evelyn—. Ven,
Lydia, y trae a nuestro hijo. Las familias cuando sufren deben estar juntas.
Lydia se humedeció los labios. No era la respuesta perfecta, pero no podía
soportar más estar en su casa. Temía dormir en su cama, ver la ropa de recién nacido
en la cómoda, el ejemplar de Qué esperar cuando estás esperando en la mesita.
—No puedo hacerle eso a Josh.
—Díselo.
—No está bien.
Y si se lo decía y él se negaba, se lo reprocharía por no negarse a ver lo mucho
que ella necesitaba salir de allí.
—Lo entiendo, pero ¿cuándo crees que nuestra familia debe intentar quererse?
Lydia se apoyó la mano abierta en el vientre.
—Lo siento, Evelyn. No puedo responderte.

Josh vació las cenizas en el cubo de la basura detrás de la puerta del garaje y
recogió un par de leños del montón junto a la valla, pero no pudo volver a entrar en
la casa. Mientras estuviera fuera tenía una excusa para no hablar con sus padres.
Ridículo. Infantil.
Le daba igual. Los remordimientos por perder a su hijo eran terribles, pero
también habían reavivado sus remordimientos por Clara. Tenía que haber
encontrado la forma de protegerla cuando él no estaba en casa. No era normal que

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sobre un estudiante de primer año de instituto recayera toda la responsabilidad de su


hermana de cinco años, pero no había tenido otra alternativa.
Dejó los leños en el suelo y se agachó a arrancar unas begonias marchitas del
suelo.
—¿Josh?
Lydia estaba en la entrada, con las manos apoyadas en el marco de la puerta.
—No deberías acercarte a esas escaleras —dijo él—. Son muy estrechas y
todavía no estás bien.
—No te preocupes —dijo ella, que nunca aceptaba ayuda ni consejos con
entusiasmo—. ¿Qué haces?
—Limpiar el jardín.
—Ya puedes entrar. Tu madre ha colgado.
—¿Te ha pedido que vayas a Maine?
—¿Cómo lo sabías?
—Conozco a mi madre.
—Nos ha invitado a los dos, pero le he dicho que tú no querrías ir.
Josh arrancó otra planta seca.
—Es verdad.
—Nos quedamos aquí.
—Donde tú no quieres estar.
Lydia fue a darse la vuelta para entrar, pero dudó un momento. Ella quería a los
padres de Josh: De no ser por su marido, habría aceptado la invitación sin pensarlo.
Sin mirar, Josh fue a arrancar otro arbusto y sé pinchó con las espinas de acebo.
Lydia se acercó a él y le abrió la palma.
—¿Estás bien?
No ahora que aspiraba la fragancia de su pelo mientras ella le examinaba las
gotas de sangre en la mano.
—¿En qué estabas pensando? —le limpió la palma con el dobladillo del suéter.
Agradecido por la ternura del gesto, Josh no tuvo fuerza para detenerla.
—Empiezo a darme cuenta de que algún día mis padres se interpondrán entre
nosotros. Lydia se paralizó.
—Entra y deja que te limpie eso.
—Es así, ¿verdad, Lydia? En este momento prefieres estar con mi madre que
conmigo. Y mi padre siempre está dispuesto a servir una buena langosta.
—Soy hija única —le recordó ella—. Mis padres murieron hace mucho tiempo.
Tus padres me han mimado con todo el amor que tú no permites que te den a ti.

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—Por lo que le hicieron a Clara.


—¿Y qué crees que hiciste tú?
En cuanto las palabras salieron de su boca, Lydia se dio cuenta de que ya no
había marcha atrás. Había tomado la determinación de no ocultar sus verdaderos
sentimientos, y eso era lo que iba a hacer.
Josh se detuvo.
—¿Desde cuánto hace que piensas eso?
—Desde siempre. Nunca he tenido el valor de decirte que estás desperdiciando
tu vida y el amor de tus padres porque en el fondo tu mayor temor es haber sido el
responsable de la muerte de Clara —Lydia se rodeó la cintura con los brazos—.
Hiciste lo que pudiste por ella, y tus padres ya han pagado por lo que hicieron,
primero en la cárcel y después tratando de recuperarte. ¿Por qué desperdiciar el
afecto que querías para ti y para tu hermana?
—Porque hace mucho que es demasiado tarde —Josh le puso las manos en los
hombros, con sumo cuidado de no presionar—. Y no tengo derecho a él si Clara no
puede sentirlo también.
—Eso es malsano, Josh.
—Lo sé —dijo él haciéndola entrar por la puerta de la casa. Recogió los troncos
de leña y cerró la puerta tras ellos—. Lo sé. No puedo evitarlo.

Una tregua de dos días los llevó hasta Halloween. Josh terminó de decorar el
jardín a mediodía y después se encontró a Lydia quitando el polvo a las porcelanas
de la vitrina de su madre. Casi nunca utilizaban el comedor formal, y para ella debía
de ser uno de los pocos lugares de la casa libre de recuerdos.
—¿Qué pasa? —Josh le quitó una bandeja de las manos—. No creo que cuando
los médicos te dijeron que necesitabas descansar estuvieran pensando en que te
pusieras a limpiar la casa.
—No puedo estar quieta todo el día. Igual que tú.
Era cierto. Josh le devolvió el trapo.
—Voy a comprar unos caramelos. ¿Quieres algo de la tienda?
—Yo compré hace días —dijo ella. Y miró nerviosa al techo—. Están arriba, en la
habitación del niño.
Una habitación en la que ninguno de los dos había entrado desde su regreso del
hospital.
—Está bien. Iré a buscarlos.
Aunque Josh hubiera preferido dejar las bolsas de caramelos donde estaban e ir
a comprar otras.

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—Te acompaño —dijo ella preparándose para lo inevitable.


Josh no quería hacerla pasar por eso.
—Te lo agradezco, pero lo haré yo. Uno de los dos tiene que ocuparse de esa
habitación, y no puedo soportar una casa con otro santuario.
Lydia asintió.
—Por fin entiendo por qué nadie entra en la habitación de Clara.
Josh subió las escaleras. Empezaba a odiar su propia casa. Se detuvo delante de
la puerta y se obligó a abrirla sin pensar. Respirando profundamente y conteniendo
la respiración, fue hasta el cambiador. Allí, encima de la superficie de plástico que
olía a nuevo, había dos paquetes de pañales y dos bolsas enormes de caramelos. Ni
siquiera tendrían recuerdos de ese hijo.
Josh tomó los caramelos y se volvió un momento a mirar la cuna donde su hijo
hubiera dormido dentro de unos meses, donde su hijo ya no dormiría nunca.
Tropezó y las dos bolsas de caramelos se le deslizaron de los dedos hasta el
suelo. De rodillas llegó hasta la cuna.
Apenas podía ver a través de las lágrimas. Se sujetó a los barrotes y apretó la
cara entre dos de ellos, llorando tan fuerte que hasta los vecinos debían de oírlo.
Lydia lo oiría. Tenía que callarse.
—Josh.
Estaba detrás de él, arrodillándose a su lado y abrazándolo. Él la apretó con
fuerza y por una vez ella no se apartó. Atragantándose con sus propias lágrimas,
Josh trató de controlarse.
—No podemos hacerlo —dijo ella—. Me he estado escondiendo de todo lo que
me importa, y no puedo soportar verte así. Vamos.
Josh, tratando de portarse como un hombre, se levantó y ayudó a Lydia ponerse
en pie. Llevándose una mano a los ojos, se agachó para recoger las bolsas de
caramelos y después siguió a Lydia.
—No iré a casa de mis padres —dijo—. Olvídalo.
Lydia se detuvo en el pasillo y asintió. Cerró la puerta del dormitorio y él se
sintió un poco mejor.
—Yo voy a ir —dijo ella, y con su decisión le arrebató la capacidad de respirar—
. Puedes venir si quieres. Yo quiero que vengas conmigo, pero no te obligo. De todos
modos, yo voy a ir.

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Capítulo 3

POR QUÉ crees que mis padres son la solución? Josh sujetó a Lydia y la obligó a
mirarlo.
—Son familia. Los necesitamos, lo sepas o no. No quiero seguir dándole vueltas
al pasado, quiero un futuro.
—¿Conmigo?
El tono de provocación en la voz de su marido apenas la afectó.
—Parece que no me crees —dijo ella, con resignación—, pero sí. ¿Vienes?
—Clara está presente en cada rincón de esa casa.
Y quizá él también. Una versión adolescente del Josh que había perdido a su
hermana y.que se negaba a soltar al Josh adulto y dejarlo continuar con su vida.
—Quizá sea hora de que te enfrentes a ella y a ti mismo.
—¿Ahora de repente eres psicóloga? Lydia se encogió de hombros.
—¿Te resulta más fácil estar en esta casa?
Josh enrojeció, como si se avergonzara de las lágrimas que había derramado
unos momentos antes.
—Desde que terminé la universidad no he estado en esa casa más de un fin de
semana seguido.
Y siempre se iba lo antes posible.
Lydia esperó en silencio. Josh era quien debía tomar la decisión. Ella ya había
tomado la suya, pero no podía obligarlo a nada.
Josh fue hacia las escaleras.
—Espera —dijo ella.
Él se detuvo sin volver la cabeza.
—¿Qué?
—Quizá no sea justa, pero me gustaría que vinieras.
De espaldas a ella, Josh tensó los hombros. Más elocuente que las palabras, el
resentimiento le hizo bajar las escaleras.
Lydia se sujetó a la pared, sintiéndose repentinamente exhausta y fue
arrastrando los pies hasta el dormitorio. Los dos habían perfeccionado el arte de
compartir una cama en silencio, cada uno a un lado sin rozarse ni mirarse. Se quitó
los zapatos, se tumbó y se cubrió con la colcha que Evelyn le había regalado en su
último cumpleaños.

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Sentado en el escritorio de la sala de estar, Josh intentó concentrarse en firmar


los talones para pagar las facturas que se habían amontonado durante la estancia de
Lydia en el hospital. En el intento, estropeó cuatro talones y cinco sobres.
Los recuerdos, nunca lejos, se abalanzaron sobre él con garras afiladas. Recordó
cuando volvió a casa después del primer día en el instituto y encontró a sus padres
inconscientes. Asqueado al verlos tendidos en los sofás del salón, esperaba lo peor,
sin tener la menor idea de qué podía ser. Busco a Clara por toda la casa.
Encontró su casa de muñecas abandonada, y la comida a medio comer. Y
minutos después encontró su cuerpo flotando en la piscina del jardín, sobre el agua
sucia y verdosa. No pudo salvarla. Apenas recordaba a los sanitarios que se la
arrancaron de los brazos cuando su madre por fin despertó al oír sus gritos y llamó a
urgencias.
Aunque no pudo dejar de querer a sus padres, a partir de ese día también los
odió. Nada podía cambiar eso.
Pero su rencor tampoco ayudaría a Lydia. Lydia necesitaba consuelo y, por
alguna razón que no lograba entender, sus padres eran las personas capaces de darle
el consuelo y el amor que su mujer necesitaba en esos momentos. ¿Cómo podía
negarse?
Maldiciendo para sus adentros, subió las escaleras, pensando que Lydia estaría
leyendo. En lugar de eso, la encontró enterrada bajo la colcha que le hizo su madre.
La vulnerabilidad del cuerpo frágil y encogido bajo la tela selló su destino.
Cerró la puerta del dormitorio y empezó a preparar el coche. Entregó los
caramelos de Halloween a sus vecinos y recogió la ropa. Después llamó a sus padres.
—Josh, ¿ocurre algo? —preguntó su padre preocupado.
—Lydia está bien. Me ha dicho que mamá nos ha invitado unas semanas.
—Sí —dijo su padre, sorprendido. Demasiado sorprendido.
—¿Te importa que aceptemos la invitación?
—No, hijo, claro que no. Venid cuando queráis. Sí, Evelyn, quieren venir.
Oyó la voz de su madre al otro lado de la línea. —¿Vais a venir? ¡Qué alegría!
¿Cuándo?
—Lydia está durmiendo una siesta. La despertaré en cuanto haya recogido
algunas de sus cosas. Estaremos allí a la hora de cenar.
—¿Hoy? —fue como si le hubiera ofrecido la receta para convertir el hierro en
oro—. Lo prepararé todo. Os prepararé tu habitación de siempre. Y tendremos
langosta. Bart, corre a la tienda y trae maíz —ordenó Evelyn a su marido al otro lado
de la línea—. Aunque no esté fresco, a Lydia le encanta. Y creo que haré helado de
melocotón.
—Gracias, mamá. Te llamaré cuando estemos llegando.
—No hace falta. Venid y os veremos cuando lleguéis. Josh, no sabes cómo me
alegro.

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—Gracias por la invitación.


Sus padres ya estaban hablando excitadamente entre sí cuando colocó. Metió su
bolsa en el maletero y extendió una manta en el asiento de atrás, con la esperanza de
convencer a Lydia para que hiciera el trayecto tumbada en lugar de estar cuatro
horas sentada.
Por fin, se sentó en su cama y le rozó el hombro. Ella abrió los ojos.
—Hola.
—¿Vamos a casa de mis padres?
Lydia se sentó en la cama. Con un destello en los ojos.
—¿Vienes?
—Sí.
—¿Cuándo quieres que nos vayamos?
—Sólo queda recoger tus cosas. Dime qué te quieres llevar y lo meteré en una
maleta.
—¿Y Halloween? —Lydia se frotó la cara con la palma de la mano—. Aún estoy
dormida.
—Le he dicho a la señora Dover que reparta nuestros caramelos a los niños que
vengan a pedir.
—Bien —Lydia sonrió—. No me gustaría encontrar la puerta empapada cuando
volvamos.
A Josh lo alivió ver que ella pensaba en volver.
—¿Qué necesitas?
Lydia apartó la colcha y salió gateando.
—Lo prepararé yo. Deberíamos llamar a tu madre —dijo ella, sacando algunas
cosas de los cajones mientras él dejaba una maleta sobre la cama.
—Ya lo he hecho.
—Seguro que se ha desmayado.
—Se ha alegrado mucho.
Josh soñó con una familia de verdad hasta que cumplió los dieciséis años y sus
padres salieron de la cárcel y lo llevaron de nuevo a vivir con ellos a Kline, Maine.
Eso fue después de los dos años que tuvo que pasar en una casa de acogida, donde
pasó horas ordeñando vacas para sus padres de acogida y alimentó un profundo
rencor contra sus progenitores, aunque nunca esperó volver a tener una vida familiar
con ellos en Kline.
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
Todavía con la mente del pasado, Josh no entendió la pregunta.
Lydia leyó el interrogante en sus ojos.

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—Sobre ir a Maine.
—Tú necesitas a mis padres.
Perpleja, Lydia continuó doblando las prendas de ropa que iba metiendo en la
maleta.
—Gracias.
—De nada.
Antes de que ninguno de los dos pudiera estropear el momento, Josh sacó los
abrigos del armario y los llevó al coche.
Al entrar de nuevo en la casa, encontró a Lydia poniéndose su suéter favorito y
pareció cohibida al verse sorprendida vistiéndose por su propio marido, y confusa
ante su rápido regreso.
—¿Qué pasa?
Josh sacudió la cabeza, tragándose la acusación de que estaba tratándolo como a
un desconocido.
—¿Estás lista?
—En cuanto meta el neceser.
Recogió el cepillo de dientes y otros enseres, y después se cepilló el pelo con los
dedos.
—Lista —dijo, tomando el bolso de la cómoda.
Josh tiró de la colcha y la llevó con él hasta el coche. Allí, abrió la puerta de
atrás. Lydia se echó hacia atrás.
—¿Qué?
El le enseñó la colcha.
—Deberías viajar tumbada. Es un trayecto bastante largo.
—Me tumbaré si me canso.
—Por favor, Lydia. Hazlo por mí. Cada día estás más activa, y supongo que se
debe a que el descanso te está haciendo bien.
Al menos físicamente. Era evidente que el silencio de la casa no los estaba
ayudando a ninguno de los dos.
—Estoy bien —Lydia le tocó el brazo y él se tensó—. Estoy mucho mejor.
Josh abrió la puerta de delante y la ayudó a sentarse. En cuanto puso el motor
en marcha, Lydia puso su emisora de favorita. Un hombre cantaba una canción sobre
recuerdos de amor. Josh la miró. La sonrisa de Lydia lo sorprendió, porque era una
sonrisa que salía desde lo más profundo.
Él también sonrió, pero tuvo que desviar la mirada. Hacerla feliz le producía
una gran satisfacción.

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El indicador de gasolina indicaba menos de medio depósito cuando tomó la


salida de Kline, Maine, la ciudad que llevaba el nombre de Levi Kline, el reverendo
del siglo XVI que gustaba de sermones apocalípticos que pronosticaban los
tormentos del infierno y cuya influencia todavía oscurecía la amabilidad de los
habitantes de la ciudad.
En Kline siempre se sentía más como un desconocido que como un hijo pródigo.
Nadie en la ciudad mencionó jamás la afición de sus padres por la bebida, pero las
miradas de desapruebo y desprecio lo siguieron siempre por cada calle y por cada
esquina.
El día que terminó el instituto huyó de la ciudad y se encerró en el campus de la
Universidad de Boston, donde estudió Derecho en medio del anonimato. En aquella
época en que la pesca no abundaba en el Atlántico, el hijo de un pescador de
langostas podía contar con toda la ayuda financiera que necesitara para completar
sus estudios.
Durante sus años de estudiante trabajó como ayudante de un juez del Tribunal
Supremo de Pensilvania, y al terminar la licenciatura rechazó sueldos muy
apetecibles de seis cifras por mantener sus promesas. El éxito profesional a menudo
le hacía olvidar que era el hijo de unos alcohólicos que no tenía ningún futuro.
Lydia sonreía resplandeciente al ver el pintoresco quiosco de música en la plaza
y las casas de estilo victoriano que se alineaban a ambos lados.
—Piensa en toda la historia de la que fueron testigos los antiguos habitantes de
esas casas. Una mujer de Colorado como yo apenas puede creer que existan de
verdad.
Como siempre, el entusiasmo de Lydia lo irritó.
—Yo he sido testigo de mucha historia, y muy real.
—¿Nunca fuiste feliz aquí? —preguntó ella.
—¿Quieres que sea sincero? Soy bueno en mi trabajo. La gente me pide consejo.
Tengo ofertas, ofertas importantes que para nosotros significarían mucho más que
una casa en Hartford.
Sintió la mirada de Lydia clavada en él. Una mirada dura.
—¿Qué?
—Las ofertas me dan igual. Empiezo a odiar tu trabajo. ¿Y nosotros qué?
—Puede que no te escriba un soneto cada día, pero creía que estábamos bien y
asentados.
—Sin duda eso me acelera el corazón —dijo ella, con sarcasmo—. Empezamos a
distanciarnos el día que decidiste que yo podía esperar a que me dedicaras una
mínima parte de tu tiempo. El matrimonio requiere esfuerzo también.
Josh puso el intermitente a la derecha para girar.
—Continúa —dijo ella—. Estabas hablándome de tu éxito profesional.

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Igual que ella, Josh prefirió dejar a un lado una discusión que ninguno de los
dos iba a ganar.
—Es cierto —dijo él—, y gracias a él pude salir de aquí. Pero cada vez que paso
por estas calles, me siento otra vez como si tuviera dieciocho años y lo único que
quería era huir de un lugar que me asfixiaba. Mira cómo nos miran los vecinos de
mis padres.
José indicó con la cabeza a una mujer mayor que los estaba mirando desde la
acera, demasiado ocupada en recabar cotilleos para reconocer la amargura que había
en la sonrisa que él le dirigió.
—Escondí los secretos de mi familia y dejé que mis padres convirtieran la vida
de Clara en un infierno porque de alguna manera estaba totalmente convencido de
que nadie tenía que saber lo que ocurría en casa.
—¿Pero no fuiste nunca feliz? —insistió ella de nuevo—. Mira, un cartel que
anuncia la celebración del Día del Fundador. Seguro que hay una feria.
—Eso fue hace más de un mes.
—¿No lo celebran con una feria? ¿Con atracciones y algodón de azúcar?
—Y comida para los patos —dijo, recordando el contacto de la mano de su
hermana en la suya, un recuerdo demasiado duro para mantenerlo mucho rato—.
¿Ves el estanque que hay junto a la biblioteca?
Lydia asintió.
—Entre los juncos hay una cueva con espacio justo para dos niños. Clara
siempre decía que era nuestro escondite para dar de comer a los patos, y éstos venían
nadando en cuanto empezaban a vernos bajar por la colina. Yo solía traerles pan.
—No desde que yo te conozco.
—Ahora no podría hacerlo sin tener que dar una explicación —se sinceró él—.
Ya es bastante duro hablar de las cosas malas. Y de las buenas...
Un hombre hecho y derecho no hablaba del dolor que le rompía el corazón.
Tan distraído estaba en sus recuerdos que casi se saltó la calle junto a la escuela
donde Clara y él habían ido a la guardería. Nunca pasaba junto a la antigua iglesia
donde la habían enterrado sin sentir una angustia que le impedía respirar.
—Podemos traerles flores —sugirió Lydia.
Era una iglesia modesta, de planta cuadrada y paredes de piedra de adobe
marrón que nada tenía que ver con el nuevo e impresionante edificio de ladrillos que
se había erigido recientemente en la zona «buena» de Kline. Era la iglesia donde
Clara siempre estaría esperando. Cuando murió, la niña no tenía edad para
comprender la muerte. Él tampoco, pero lo aprendió con una única y difícil lección.
—Puede —dijo él, tras aclararse la garganta.
Puso el intermitente y giró hacia la carretera de la costa. El olor salado del
océano los envolvió. La familia de su padre se había dedicado a la pesca de la
langosta desde... Ni sabía desde cuándo. Paradójicamente, Josh y Clara habían vivido

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en la más absoluta pobreza, a pesar de que Bart Quincy era propietario de un vasto
terreno en la zona más rica de Kline.
Antiguamente, las altas hierbas habían separado la casa blanca de la estrecha
carretera, desde donde se dominaba el impresionante cabo de Cape Cod como una
caja alargada con visera pintada de gris.
Ahora una valla blanca separaba los terrenos de los Quincy de la gente que iba
hasta allí a pasear hacia el océano. Abetos, arbustos de acebos y un césped bien
cuidado bordeaban el sendero de entrada.
—Si Clara y tú hubierais tenido un hogar decente, quizá no estarías tan anclado
en el pasado.
Josh nunca se preocupaba demasiado por sí mismo, y le agradaba el interés de
Lydia.
—Y aún con todo, ¿sigues sin entender que la culpa fue de mis padres?
—Ahora no son los mismos.
Siempre la misma respuesta, que aunque era cierta nunca era suficiente. Josh
miró el delicado perfil de su esposa, los ojos grandes y las largas pestañas tan suaves
contra su piel, la nariz un poco grande. Casi la había perdido. Y si ir a casa de sus
padres era un consuelo para ella, él pondría todo de su parte para que fuera una
estancia agradable.
De costumbre era una persona demasiado consciente de las consecuencias para
dejarse llevar por un impulso, pero ahora se había dejado llevar por la necesidad de
hacer feliz a Lydia. Quizá volver a casa de sus padres resultaría un error
imperdonable que podía terminar con la ruptura definitiva con sus padres o con
Lydia.
Cuando aparcó delante de la casa, su madre apareció por el cuarto de entrada
junto a la cocina y se obligó a sonreír.
Sorprendida, su madre lo saludó.
—Hasta yo me doy cuenta de que está muy contenta de verme.
—¿Qué creías? —preguntó Lydia desconcertada. Como si el amor fuera lo único
necesario—. ¿No está tu padre en casa?
—No veo el coche, aunque a lo mejor ha aparcado en el establo.
Sus padres habían convertido el establo en garaje cuando vendieron las últimas
vacas del abuelo.
—No te muevas. Te ayudaré a bajar.
—Gracias. Me siento un poco mareada.
Josh se apeó y rodeó el coche. Abrió la puerta y la miró a la cara.
—¿Es normal? ¿Quieres que llamemos a esa enfermera?
—Es sólo cansancio —dijo ella, pasándole un brazo por la cintura—. El viaje se
me ha hecho más largo de lo que esperaba.

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—Puedo llevarte en brazos.


Lydia se sonrojó mirando a su madre.
—No, no puedes, pero si no te importa iremos despacio.
—Ya habéis llegado —dijo Evelyn—. Estaba empezando a preocuparme.
Josh miró a su madre y a la casa. A la derecha, el suelo se hundía un poco, en el
lugar donde había estado la piscina.
—¿Llegamos tarde, Evelyn?
—Estaba impaciente. Abriré la puerta.
Evelyn abrió la puerta de entrada mientras ellos subían lentamente por los
escalones de madera.
—Qué mal aspecto tienes, Lydia. Me alegro de que hayas venido, pero espero
que el viaje no te haya agotado demasiado.
—No podía esperar —Lydia abrazó a su suegra—. ¿Dónde está Bart?
—Aquí —Bart rodeó el antiguo aparador de madera de pino y la abrazó. Por
encima del hombro sonrió a Josh—. Estaba encendiendo la chimenea en la sala de
estar.
—Lydia va directamente a la cama —dijo Evelyn en un tono que no admitía
réplica—. Todavía tardaremos un rato en cenar. Tienes tiempo para echar una siesta.
Evelyn dio unos golpecitos a su esposo en el pecho y continuó dando órdenes.
—Baja las maletas del coche y éntralas mientras Josh acompaña a Lydia a su
habitación. —Buena idea —dijo Bart.
—Gracias por invitarnos —dijo Lydia—. Josh bajará ahora mismo a ayudarte,
Bart —tiró suavemente a su marido del brazo—. Deberías darles las gracias tú
también —susurró.
—Gracias —murmuró Josh.
Josh la llevó por el comedor hasta el estrecho pasillo que separaba el salón y la
sala de estar del resto de la casa.
—Es demasiado tarde para que hagas de mediadora —dijo Josh—. ¿Te has dado
cuenta de lo pequeña que es la casa?
—Tenía que haber imaginado que te sentirías oprimido por estas paredes.
—Tranquila —dijo él.
La llevó hasta las escaleras y la ayudó a subir al piso de arriba.
—Lo que tenga que ocurrir entre mis padres y yo ocurrirá en su momento. No
he hecho esto por ellos.
—No te das cuenta de que puedes amarlos y ser fiel al recuerdo de Clara al
mismo tiempo.
—No es fácil.

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—Si yo pudiera tener a mis padres conmigo aunque sólo fuera un minuto,
encontraría la manera de decirles lo mucho que significaban para mí —dijo ella—.
Intenta pensar en qué le dirías a Clara.
No tenías que pensarlo. Ya lo sabía.
«Perdóname. Perdóname».
—Si no tienes cuidado, podrías descubrir que los quieres demasiado tarde —
dijo ella, pero de repente se detuvo, notando un súbito mareo—. Las escaleras se
mueven.
—Estoy detrás de ti —dijo él, casi rozándola.
Josh deseó enterrar la cara en los mechones pálidos de pelo y decirle que dejara
de hablar de sus padres.
—Nuestra familia, Lydia, la que algún día tendremos tú y yo, es lo que más me
importa.
Lydia tragó saliva. ¿Se encontraba mal, o estaba nerviosa? Josh no estaba
seguro.
—Evelyn y Bart son parte de mí porque puedo contar con ellos.
—¿Es que no puedes ver las veces que intenté recuperar la confianza en ellos?
Me rendí cuando murió Clara —al llegar al rellano, pasó delante de su mujer para
abrir la puerta de su antigua habitación—. ¿Por qué es tan importante para ti?
—Espera —Lydia se apoyó en la barandilla—. Nunca he pensado en esa época,
en cuando creías en ellos y te defraudaron tanto. No eras más que un niño.
—Déjalo, Lydia. No quiero que me imagines como un pobre niño indefenso. No
necesito que sientas lástima por mí o por lo que fui.
—He estado pensando... que me diste la espalda porque aprendiste a tener
rencor a tus padres. Sabes muy bien cómo negar tu amor a alguien.
Josh suspiró.
—No tiene nada que ver con lo nuestro —le aseguró—. Mis padres dejaron
morir a mi hermana, y ella dependía de mí.
—Yo dejé morir a tu hijo, y era la única que podía protegerlo.
—¿Cómo puedes decir eso?
Lydia no respondió con palabras. Tenía los ojos rojos y llenos de lágrimas.
—No te pongas así —le suplicó Josh, y la abrazó. Lydia intentó apartarse, pero
esta vez él no la soltó.
—Yo tenía que haberme dado cuenta de lo que iba a pasar —dijo él, sintiendo
de nuevo todo el peso de los remordimientos—. He estado tan ciego contigo como lo
estuvieron mis padres. Es la segunda vez que alguien a quien amo muere porque no
he sabido protegerlo.

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—¡No! —Lydia le apoyó las manos en los brazos y lo miró a los ojos—. Hiciste
todo lo que pudiste por Clara, y aunque yo me haya enfadado porque Vivian
Durance era la esposa de tu cliente, tú no podías saber lo que iba a hacer a menos que
te lo hubiera dicho.
—Claro que no me lo dijo. Cuando leyeron la sentencia empezó a gritar y los
alguaciles la sacaron de la sala. Ni siquiera me amenazó a mí, y mucho menos a ti. Te
juro que no lo sabía.
—No tienes que jurarlo —Lydia se llevó las manos a los riñones y se apoyó en el
pomo de la puerta—. Estoy agotada.
—Ven, unos pasos más y estarás en la cama.
Normalmente él tenía que hacer un esfuerzo para entrar en su antigua
habitación, pero no aquella tarde.
Con los años, había quitado la mayoría de los pósters que habían decorado las
paredes de su habitación de adolescente. Ya no había atractivas mujeres con poca
ropa ni coches de lujo que jamás podría tener, aunque mantuvo los cuadros de Dalí,
un pintor que la cautivó cuando era un adolescente que aún creía que las personas
podían crear su propia realidad. Esos pósters todavía estaban allí, en los mismos
marcos baratos de entonces.
—Tu madre ha cambiado la ropa de cama.
En lugar de la fina colcha que apenas cubría la cama doble de sus abuelos, ahora
había un elegante y cómodo edredón color marfil.
—¿Quieres cambiarte de ropa? —preguntó él solícito.
—Sí, por favor. Estos vaqueros me están matando.
En ese momento apareció Bart con sus maletas.
—Gracias, papá —dijo Josh, haciéndose con la maleta de Lydia.
Josh dio la espalda a su padre y dejó la maleta sobre la cama para abrirla.
—¿Qué quieres que te saque?
—Ahora voy —dijo Lydia, y sonrió a Bart—. Gracias, Bart. ¿Qué tal la pesca?
—Bastante bien —Bart volvió a abrazarla con espontaneidad, algo que no
abundaba en la familia—. Me alegro de que hayáis venido, y tanto Evelyn como yo
sentimos mucho lo del niño.
—Yo también —dijo Lydia con la voz entrecortada—. He estado tan hundida en
mi dolor que casi he olvidado que también era vuestro nieto —le dio la espalda,
ocultándole la cara—. Disculpa.
De la maleta sacó un par de pantalones de pijama de franela y una camiseta de
algodón a juego. Sin mirar a nadie, fue al cuarto de baño a cambiarse.
Josh miró a su padre. Detrás de él, la habitación de Clara seguía cerrada, y en
ella seguían acumulándose décadas de acusaciones y dolor.
—Me alegro de que hayas encontrado tiempo para venir —dijo Bart.

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—Quiero estar con Lydia.


Su padre se estremeció.
—Os agradecemos que la hayáis invitado a pasar aquí unos días.
—Bajad cuando estéis listos —dijo Bart y antes de salir añadió—: Concéntrate
en Lydia. No te preocupes por tu madre ni por mí en esta visita.
Josh suspiró. Quizá Lydia tenía razón. Tenía que hacer algo sobre la situación
con sus padres.
Dejó su maleta en una silla y cuando estaba colgando la ropa en el armario
Lydia volvió.
—¿Dónde está tu padre? —preguntó.
—Abajo —Josh retiró el edredón y la sábanaAcuéstate.
Al pasar junto a él, le acarició suavemente la espalda con la mano. Ella se
sobresaltó, pero no lo detuvo.
—¿Qué le has dicho?
—Nada raro. No hemos discutido.
—Gracias —Lydia se tumbó de espaldas—. Despiértame si tus padres quieren
retrasar la cena porque esté durmiendo —se acostó de medio lado y se cubrió con
una sábana.
—No les importará que duermas —dijo él, cubriéndola con el edredón.
—Ya están haciendo bastante sacándonos de esa casa. No quiero crearles más
problemas —Lydia suspiró—. ¿Aquí es peor para ti? —preguntó.
—No.
Ver las cosas del bebé lo hizo sufrir de nuevo por Lydia, por él, y por el hijo que
nunca conocerían. Nunca se había sentido cómodo en Kline, pero el tiempo había
logrado hacer cicatrizar parcialmente algunas de las heridas del pasado.
—Estar aquí es mejor que estar en casa —dijo.

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Capítulo 4

EVELYN estaba cortando tomates para una ensalada cuando oyó un grito
escalofriante. Soltó el cuchillo y echó a correr por el pasillo y escaleras arriba.
En la puerta de la habitación de Josh se detuvo. Quizá Lydia quería estar sola.
¡Qué demonios! No. Lydia había gritado. Nadie podría volver a acusarla nunca de
negligencia.
—¿Lydia? —llamó un par de veces a la puesta y la abrió—. ¿Estás despierta,
cielo?
—Pasa.
Dentro, Evelyn se detuvo en seco. Empapada en sudor, Lydia estaba de pie
junto a la puerta del armario empotrado y sujetaba el pomo con mano temblorosa.
Estaba pálida y Evelyn deseó poder hacer algo por ella. Lo que fuera.
—¿Tengo muy mal aspecto? —preguntó Lydia.
—Así así —Evelyn no quiso asustarla—. Espero que te encuentres mejor—.
¿Qué te pasa?
—Nada. Creía que había perdido la ropa—. Abrió el armario y sacó una
camiseta limpia—. Bart ha debido de guardarla en el armario.
—No has gritado por una camiseta. Lydia se detuvo.
—¿He gritado? ¿Me has oído?
—Sí —intentando sonreír, Evelyn le apartó el pelo húmedo de la cara—. Eso es
lo que pasa con los gritos. ¿Tienes fiebre?
—No se te ocurra decir nada delante de Josh —dijo Lydia con una rápida
sonrisa a modo de disculpa—. Se preocupará.
Evelyn se sentó en la cama y apoyó las manos en los vaqueros.
—Me tranquilizas. A Bart y a mí nos preocupaba vuestra relación.
—Los dos estamos tristes —dijo Lydia.
—No es la primera vez que me preocupo por eso. Josh tiene la urgente
necesidad de salvar el mundo. La culpa es mía, por supuesto, y de su padre, así que
no debería decir nada, pero ¿cómo lo llevas tú?
Lydia sacudió la camiseta.
—Tengo que cambiarme —dijo, sin querer hablar de eso.
—Ve al cuarto de baño y lávate la cara también. Te haré la cama. ¿Estás segura
de que no tienes fiebre?
Lydia echó a andar hacia la puerta, pero se detuvo.

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—Escucha, Josh no ha hecho nada. Me he quedado dormida, y siempre que


duermo sueño que no he perdido al niño. Y siempre llega el momento en que me
entero de la verdad.
Evelyn tenía un nudo en la garganta que apenas la dejaba respirar.
—Tú no tienes la culpa, y Josh no te odiará por ello.
Evelyn sacudió el edredón con tanta fuerza que casi le sacó el relleno.
Lydia dejó la camiseta en la cama y abrazó a Evelyn.
—Josh no sabe qué hacer con lo que siente, y yo tampoco. Estoy empezando a
pensar que es un proceso muy lento que hay que tomarse día a día —le dijo, y le
acarició con ternura la cabeza.
—Josh te quiere. No lo olvides.
—A ti también te quiere, pero tiene bastante abandonadas sus relaciones, y yo
sigo esperando que la nuestra mejore.
—Tú y yo estamos en la misma situación, y me temo que Josh pronto se
encontrará en desventaja —Evelyn dejó el edredón en la silla—. Quería tenerte aquí
porque te quiero y necesitaba cuidarte, pero tengo también otro motivo. Echo de
menos a mi hijo y voy a encontrar la forma de que vuelva a creer en nosotros.
Lydia la miró con recelo y Evelyn dudó de sus propias palabras.
—¿Qué?
—No creo que puedas forzar a Josh a nada. —Está aquí.
—Porque los dos estábamos desesperados por salir de aquella casa.
—Pues sigue desesperada. No me importa hacer lo que sea y manipular a quien
sea para recuperar a mi hijo.
—¿Qué opina Bart?
La voz de Lydia reflejaba la lástima que sentía, como si esperara que Bart hiciera
entrar a Evelyn en razón.
—Tranquila, todo saldrá bien. Ahora haré la cama. Tú ve a lavarte la cara y baja
a sentarte conmigo si quieres mientras empiezo a preparar la cena.
Evelyn continuó arreglando la cama. El miedo de perder a un hijo era suficiente
para poner a una mujer en marcha.
Lydia cerró la puerta del cuarto de baño y desde el dormitorio se oyó el ruido
del agua al abrirse el grifo. Evelyn terminó la cama y se volvió a la maleta abierta de
Josh. Vaqueros y suéteres, cuidadosamente doblados, esperando a ser colocados en
su sitio.
Pero para su hijo sería una intrusión y se limitó a meter la maleta en el armario
y cerrar la puerta. Después recogió la habitación y terminó hojeando un ejemplar de
Tom Sawyer que había sobre el escritorio. Fue un regalo que le hizo a Bart su padre, y
Evelyn se lo llevó a la cara y respiró el olor a cuero y viejo que despedía.

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—¿Dónde está Josh?


Evelyn dio un respingo, pero enseguida dejó el libro en la estantería sobre el
escritorio.
—Tenía unas llamadas. La última vez que lo he visto, iba hacia el cabo con el
móvil pegado a la oreja.
—Trabajo. Qué raro —dijo Lydia con cierto sarcasmo a la vez que se sujetaba a
la puerta.
—¿Te encuentras bien? —dijo Evelyn, yendo a su lado y sujetándola por el
brazo—. Te ayudaré a bajar las escaleras.
—Estoy bien. De verdad. Y no debería haber dicho nada.
Las dos mujeres bajaron del brazo. Encima de la puerta principal, un pequeño
tragaluz dejaba pasar la luz a través de un cristal de más de cien años. ¿Cuántas
veces había tenido Lydia la sensación de estar buscando su futuro cuando intentaba
ver a través de aquel cristal?
Evelyn no podía mirar a su nuera.
—No está concertando nuevas citas —dijo.
Por fin se había dado cuenta de que su hijo siempre se refugiaba en el trabajo
para olvidarse de sus problemas. El trabajo siempre había ido antes que la familia,
pero ahora eso había cambiado.
—Estoy segura de que está cancelando todo lo que tiene pendiente —le dijo
Evelyn—. Estará aquí hasta que estés preparada para volver.
—Eso podría ser nunca, Evelyn.

—Cancela esa conferencia, Brenda, y asegúrate de que nos dan aplazamientos


para los demás casos —dijo Josh cubriéndose el oído libre con la mano mientras el
viento de otoño soplaba en fuertes ráfagas entre las altas hierbas que crecían cerca
del acantilado. Por el cielo se acercaba rápidamente una tormenta.
—¿Que cancele todo lo de las próximas tres semanas?
Su ayudante apenas podía ocultar su sorpresa.
—Sí, te avisaré si hay algún cambio, pero no esperes mi llamada.
—¿Y no tienes ni idea de cuándo volverás? —No. Habla con Dean.
Dean era el director del departamento de defensores de oficio de Hartford.
—Le dije que estaré aquí hasta que Lydia se recupere. Sabe que le vas a llevar
todos mis casos. Es posible que quiera reasignarlos.
—¿No te irás, verdad, Josh?
—No.

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Abajo en los acantilados, la marea alta rompía con fuerza contra las paredes de
roca.
No podía dejar su trabajo, ni siquiera por Lydia.
—Seguiré tus instrucciones, pero avísame si decides no volver, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—Porque quiero poder elegir a mi jefe.
¿Lo echaría de menos? Josh sacudió la cabeza. Brenda era tan buena en su
trabajo que los demás abogados harían cola para entrevistarla.
—Gracias, Brenda —Josh cortó la comunicación y regresó a la casa.
Estaba en un terreno que le pertenecía. Junto a la parcela de sus padres.
Demasiado cerca de ellos, pero... Se volvió hacia el mar, donde el cielo se estaba
esclareciendo y las nubes se hundían en el agua. El cabo era precioso.
Se detuvo para contemplar una panorámica que nunca veía desde sus ventanas.
Arropado por el viento, buscó la sensación de vínculos familiares que lo arraigaban
en aquella tierra. Su abuelo dejó una parcela para él y otra para Clara. Tras la muerte
de su hermana, la parcela de la joven se unió a la propiedad de su padre.
En el pasado, Lydia le preguntaba si sería capaz de vivir allí algún día. El sabía
que ella se mudaría con los ojos cerrados y que probablemente ya tenía diseñada la
casa en su mente.
En una ocasión incluso le había dicho que consideraba el cabo como el lugar
ideal para escapar de Hartford. Quería estar cerca de los nuevos Evelyn y Bart
Quincy.
A Josh le quedaban dos años para cumplir los dieciocho cuando el estado lo
devolvió de nuevo bajo la tutela de sus padres. Evelyn y Bart se sentaron frente a él y
hablaron sin parar de empezar de nuevo. Una canción que él se sabía de memoria.
Había pasado dieciocho meses llorando por su hermana y por su ridículo sueño
juvenil de encontrar un hogar feliz y seguro para los dos.
Él fue la única apariencia de padre que Clara conoció. La primera vez que quiso
prepararle la cena, encontró una botella de vodka en la cesta de las patatas.
Desenroscó el tapón, olió y casi vomitó. Otro día, cuando estaba buscando las botas
de Clara para llevarla a la guardería, encontró otra botella en el ropero de la entrada.
El primer día que fue a trabajar con su padre en el pesquero encontró otra botella en
la caja de herramientas.
Josh se pasó una mano por la cara. Las imágenes que tanto lo asustaron de niño
de hombre lo enfurecían. ¡Y a Lydia le gustaba estar con esos dos monstruos!
Aceleró el paso, sabiendo con toda certeza que sus padres nunca harían daño a
Lydia, pero cada vez que veía lo mucho que ella los amaba, el dolor del pasado se
presentaba ante él para abofetearlo.
La puerta de la casa se cerró de un portazo y Lydia salió. Su primera sensación
fue que Lydia salía huyendo de algo, pero Josh enseguida se dio cuenta de que el

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portazo fue causado por el fuerte viento, que le había arrancado la puerta de la
mano. Lydia abrió de nuevo para encender la luz del porche y cerró otra vez más
despacio, sujetando la puerta con las dos manos. Josh fue corriendo hasta ella.
—¿Te encuentras bien?
—Sí —dijo ella.
Lydia lo miró con curiosidad, seguramente esperando encontrar el móvil que él
acababa de meterse en el bolsillo.
—Tu madre me ha dicho que tenías que llamar al trabajo.
—Para decirle a Brenda que cancele todos mis compromisos.
La expresión tensa de Lydia se relajó con alivio.
—Tú y yo tenemos que recorrer un largo camino —añadió él.
—¿Para volver a confiar el uno en el otro?
Josh subió las escaleras hacia ella y se detuvo a unos centímetros.
—Yo confío en ti —le aseguró. Al menos lo estaba intentando—. He dejado
todos mis casos en manos de Brice Dean.
—Gracias —dijo ella, y él agradeció la respuesta—. ¿Y si te despide?
—Es posible —dijo Josh, y sin arrogancia añadió—: Pero soy bueno.
—No quiero que Brice Dean tome esa decisión por nosotros.
—¿Ahora que he salido de Hartford para un par de semanas quieres que deje el
trabajo?
Mejor no hablar de eso, se dijo. Conocía a Lydia y sabía que ella no intentaría
manipularlo.
—No podía fingir que me imagino deseando volver —Lydia se había puesto
una de las chaquetas náuticas de Bart y él le cerró las solapas.
—Lo sé.
Los dos estaban demasiado afectados para tomar decisiones o exigir cosas a
largo plazo.
—Será mejor que entremos. Hace frío y es de noche.
—Tu madre está a punto de matar la langosta.
Su esposa no podía soportar la imagen. Conteniendo una sonrisa, Josh le
acarició el pómulo con la mano.
—¿Comerás? —preguntó, sintiendo la suavidad de su piel.
Sintió un imperioso deseo de besarla. Quizá ella todavía lo deseara. É1 lo sabía,
pero su tolerancia al rechazo era cada vez menor.
—Tienes que recuperar los kilos que has perdido.

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Lydia le apretó los dedos brevemente, pero ya habían perdido la capacidad para
consolarse mutuamente.
—Soy una hipócrita. Las pobres langostas me dan pena, pero pienso comerme
mi plato y relamerme los de los demás.
—Mi padre siempre ha admirado tu apetito —dijo Josh, aliviado de que ella
quisiera comer. —Pues hoy va a disfrutar de lo lindo.

Lydia había sobrevalorado su capacidad. Para celebrar su visita, la madre de


Josh preparó la mesa en el comedor con manteles de tela y velas. Lydia se sentó
frente a Josh y empezó a comer. La cola y una de las patas no le costó, pero con las
tenazas ya no pudo.
—¿Ocurre algo? —preguntó Bart—. No has probado el maíz.
—Y eso que lo has limpiado tú, Lydia —dijo Evelyn.
—Ya me parecía a mí que tenía muchos hilos —dijo Josh, fingiendo tener la
lengua llena de hilos.
—Guárdatelos—dijo la madre—, y los usas luego de hilo dental.
Josh se echó a reír, sorprendiéndose a sí mismo tanto como a sus padres. Lydia
también rió.
—Estás cansada —dijo Josh.
—Estoy bien —dijo ella, mirándolo con una expresión que en realidad quería
decir «no me conviertas en una inválida».
—Sé que no te gusta tirar la toalla —dijo él dejando el tenedor—, pero hasta que
estés bien es mejor que te tumbes siempre que quieras —Josh dejó la servilleta en la
mesa—. Mamá, deja los platos. Yo lo recogeré todo después.
—¿Hm? —dijeron los tres al unísono.
Ni que hubiera sugerido llevar la mejor vajilla de la abuela al acantilado y
arrojarla al mar.
—Llevas toda la tarde trabajando para hacernos sentir cómodos. Déjame recoger
la cocina.
Ayudó a Lydia a ponerse en pie. Ella lo miró y después miró a su madre
política.
—Hazle caso, Evelyn.
—Si tú lo dices...
Josh instó a Lydia a volver a su habitación, perplejo ante la actitud sumisa de su
esposa.
—¿Te encuentras mal?
—Me duele todo —dijo ella—, y estoy —agotada. Se me pasará.

Digitalizado por Nosotras Nº Paginas 39-160


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¿Era normal? Josh esperó junto a la puerta del cuarto de baño mientras ella se
lavaba los dientes. Cuando ella lo miró por tercera vez, él se apartó. Quizá a las
mujeres no les gustaba que sus maridos las miraran mientras echaban espuma blanca
por la boca.
—¿Necesitas ayuda? —le preguntó él cuando terminó.
—No —Lydia se estaba secando las manos con una toalla amarilla—. Cuando
bajes, ¿te portarás bien?
—¿Bien? ¿Cuándo no me porto bien?
—No, me refiero a bien de verdad, no sólo cuando pones cara de portarte bien
—dijo ella, y miró hacia las escaleras—. Los tres.
—¿En qué estás pensando?
—Esta tarde he hablado con tu madre —dijo ella, alisándole los rizos morenos
con los dedos.
Josh le sujetó la mano y se llevó la palma a la boca. ¡Dios, qué bien olía!
—¿Qué está tramando mi madre? Lydia sacudió la cabeza.
—¿Tiene que estar tramando algo?
—Me alegro de que lo tuyo no sea mentir.
—Si no te lo dijera tendría remordimientos.
—Estamos aquí porque tú, y yo también, no podíamos estar en casa. No sé qué
es lo que está tramando mi madre, pero más vale que se olvide. No funcionará.
Buenas noches, Lydia.
—¿Estás seguro?
—Paso de sus juegos. Siempre es lo mismo, tratar de arrastrarme de nuevo aquí
—Josh se inclinó sobre la cama y la besó en la frente.
Cada vez que ella le dejaba acercarse a él, Josh se recordaba que había estado a
punto de perderla. Porque en las primeras horas en el hospital nadie pudo o quiso
decirle si saldría con vida. Luchando contra el impulso de abrazarla, se apartó de la
cama y fue hacia el pasillo.
—Josh, a veces te he considerado un hombre duro, pero empiezo a pensar que
no lo eres. Lydia estaba medio dormida, y Josh no respondió,
pero sus palabras se quedaron grabadas en su mente. Cerró la puerta de espacio
y bajó. Su madre ya había recogido la cocina.
—¿Quieres un café? —le ofreció ella señalando la taza de su padre en la mesa de
la cocina.
—No, gracias.
Josh echó un vistazo a los anuncios de inmobiliaria en el periódico que su padre
leía.
—¿Qué haces, papá?

Digitalizado por Nosotras Nº Paginas 40-160


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—Por las mañanas nunca tengo tiempo para leer el periódico. ¿Quieres un
trozo?
No podía ser que su madre estuviera buscándoles una casa en la zona. ¿Cómo
podía imaginar que volvería a vivir allí?
—Voy a dar un paseo —dijo. Mientras se ponía el abrigo recordó que era
Halloween—. ¿No vienen niños a pedir?
Cuando él era niño si iban.
—Tengo caramelos —dijo la madre, señalando con la cabeza un cuenco de
caramelos en la encimera—. Pero seguramente los comeremos el año que viene.
—Casi no hay vecinos —dijo el padre de Josh mirando por encima de sus
gafas—. Los chicos van más a las nuevas urbanizaciones del otro lado de la ciudad.
—Allí viven un montón de familias jóvenes. Incluso han votado para que se
construya un nuevo colegio de primaria.
Josh sonrió y salió. Dio un paseo alrededor de la casa, y se alegró al pensar que
Lydia quería hablarle de los planes de su madre, a pesar de que no hubiera sido
necesario.
Se subió el cuello. Hacía más frío de lo normal para la época. Las tormentas
llevaban todo el día coqueteando con la costa y todavía quedaban muchas nubes
entre el mar y la luna. Fue al acantilado, hacia la casa más cercana, la de un político
retirado de un estado del centro del país que se había enamorado de Maine durante
uno de sus mandatos en el Congreso. Josh lo conocía de nombre, pero no
personalmente.
La antigua casa que era prácticamente idéntica a la de su familia había sido
demolida y en su lugar se había construido una casa en capas horizontales de piedra
y cristal. Probablemente Lydia, que había dedicado su carrera profesional a la
restauración de edificios históricos, menospreciaría las líneas modernas de la nueva
construcción, pero a Josh lo atraía el tono anaranjado de las lámparas que brillaban
en el interior y la acogedora y cálida sensación de calor que emanaba sobre el
acantilado.
Un hombre pasó por uno de los cuatro amplios ventanales que configuraban
una de las capas y Josh se alejó, sintiéndose un poco como cuando era niño, como un
curioso que no podía resistirse a mirar en el interior de casas ajenas para ver cómo—
se comportaban las familias de verdad.
De regreso a casa, caminando contra un viento que parecía arrastrar las agujas
con punta de hielo que se clavaban en la piel, vio encendida la luz del porche
principal; el resto de la casa estaba a oscuras. Al llegar giró el pomo, medio
esperando que estuviera cerrada con llave, pero sus padres no habían olvidado que
él había salido a dar un paseo.
Josh subió las escaleras sonriendo con ironía. Ya no era un niño; al menos podía
estar seguro de que sus padres no le cerrarían a la puerta obligándolo a dormir fuera
si no llegaba a casa a su hora.

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Se lavó y en camiseta y bóxers buscó la cama a tientas en la oscuridad. Lydia


estaba tumbada a un lado, de espaldas a él. Josh estiró la mano para acariciarla, pero
se detuvo, sin saber si sería bien recibido, y seguro de que ella necesitaba dormir.
Hizo un esfuerzo para borrar las imágenes que se dibujaron delante de sus ojos:
la cuna vacía, el cabo frío. Su madre mirándolo esperanzada, su padre irritado. Y un
aterrador recuerdo de Clara en la sucia agua verdosa de la piscina.
De repente Lydia giró hacia él y le masajeó el costado con la mano.
Él le tomó la mano, respirando con dificultad. ¿Es que Lydia no era consciente
de lo importante que era para él?
Tras unos minutos, ella volvió a su lado, y con un gemido se cubrió con la
manta.
Josh apoyó la palma abierta de la mano en la camiseta donde ella lo había
tocado. Todavía no habían terminado de hablar sobre su estancia en el cabo. Lydia
detestaba su trabajo en los juzgados y a Josh no le cabía la menor duda de que su
mujer insistiría. Los dos lo sabían. Por eso no supo si ahora lo estaba consolando o
despidiéndose de él.
Prefirió dormirse con la esperanza de que hubiera decidido seguir a su lado.

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Capítulo 5

JOSH se despertó a la mañana siguiente. Afuera, el aire era fresco y el cielo


estaba azul. Abajo oyó la puerta de la calle al cerrarse y supo que su padre se iba a
trabajar en el barco.
Trabajar duro para olvidar. No le vendría mal. Se levantó de la cama y se acercó
a la ventana.
—¿Quieres acompañarlo?
Se volvió. Con una sonrisa adormecida, Lydia se puso un brazo sobre la cabeza.
—¿Te he despertado? —preguntó él.
—Me daba pereza levantarme. Aquí dentro se está muy calentito. Por la noche
ha bajado mucho la temperatura.
—Mi padre sigue apagando la calefacción por las noches —Josh se echó a reír al
recordar—. Nunca ha olvidado la escasez de combustible de los sesenta.
—Más vale que lo llames antes de que se meta en el garaje.
Josh abrió la ventana apartando ligeramente las cortinas con motivos vaqueros
que su madre había lavado tantas veces que estaban prácticamente transparentes.
—¿Papá?
Su padre se volvió desde la puerta del antiguo establo.
—Espera que me vista. Voy contigo.
—Gracias, pero quizá Lydia me necesite aquí.
—No tanto —dijo Lydia desde la cama.
Josh la miró.
—Gracias —sonrió con sarcasmo.
Lydia levantó los brazos y lo miró sonriendo a su vez.
—Dice que no. Enseguida me visto y bajo.
Su padre asintió con la cabeza.
—Tómate el tiempo que te haga falta. Aún tengo que cargar las amarras nuevas.
—No creo que sepa nada del plan de mi madre —dijo Josh a Lydia.
—A tu padre no le gustan demasiado los silencios.
—¡Pararemos en Gordon's a desayunar! —gritó su padre desde abajo.
Ir a Gordon's a desayunar donuts, la especialidad de la casa, había sido una de
las debilidades de Josh en su infancia. Como todas las hermanas pequeñas, Clara
copió a su hermano mayor, y todos los domingos por la mañana suplicaban a sus
padres que los llevaran a desayunar allí. Como éstos se negaban, Clara y él buscaban
monedas por los sofás y las sillas e iban solos.

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Josh se despidió de su padre y cerró la ventana. Cuando se volvió, Lydia bajó


los brazos.
—¿Qué?
—Nada.
Josh ocultó su expresión buscando los vaqueros y el suéter del día anterior, pero
al ir a quitarse los bóxers se detuvo. Sintiéndose incómodo delante de su esposa,
pensó en ir al baño al otro lado del pasillo. ¿Qué demonios? ¿Quién necesitaba
ducharse para trabajar en un barco pesquero? Con un estremecimiento se vistió
deprisa.
—¿No te importa que te dejes sola?
—Tranquilo, estoy bien. Que lo paséis bien.
—Sí.
Josh se inclinó para besarla. Siempre se habían besado al despedirse, incluso en
los peores momentos. Pero los continuos rechazos de los últimos días lo detuvieron.
En lugar de eso le apretó el hombro. Estaba más delgada.
—Adiós, Josh.
—Te traeré un pez.
—Bien. ¿Qué tal un acuario?
Él se echó a reír.
—Debes sentirse mejor —Josh fue hasta la puerta pero allí se detuvo—. No
salgas a menos que te sientas con fuerzas.
—No lo haré.
Algo en los ojos de Lydia lo obligaron a volverse. Una profunda tristeza
ensombrecía su mirada y le daba un inquietante aspecto de indefensión, pero Lydia
no había necesitado nunca a nadie que cuidara de ella.
Aunque había una diferencia entre necesitar y querer que te cuiden. Quizá ella
nunca se lo había pedido.
—¿Seguro que no te importa que vaya? —rodeó la cama y le tomó la mano.
—Quiero que vayas —le aseguró ella—. Diviértete. Y trabaja mucho.
—Tú al revés, procura no hacer nada.
Ella asintió y los dos compartieron una de esas largas miradas silenciosas
cargadas de significado que a su padre no le gustaban. Josh le acarició los dedos, y
ella le apretó suavemente la mano.
—Estoy tratando de encontrar un punto medio entre colmarte de atenciones y
estar pendiente únicamente de ti.
—Yo trato de creer que no es sólo temporal.
—¿Y que cuando volvamos a casa y vuelva al trabajo te olvide?

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—No sé si puedo volver a casa —dijo ella. A Josh se le secó la boca.


—Esto no es «ámame o déjame». Estamos hablando de nuestro matrimonio.
—Sabes que lo estoy intentando —Lydia se puso de rodillas con las mejillas
sonrojadas—. Siento haberlo sacado ahora.
—Me estás pidiendo que deje mi trabajo y nos mudemos.
—Supongo que sí. Quiero despertar por las mañanas en paz y tranquilidad, sin
miedos. Sin que tú tengas horribles crímenes esperándote en la oficina, ni asesinos
desquiciados acechando en el trabajo.
—Sé racional, Lydia.
—Lo siento —dijo ella, poniéndose más roja—. Hablaremos cuando vuelvas.
—No puedo irme así.
¿Pero qué le diría si se quedaba?
—Claro que puedes —Lydia se echó el pelo hacia atrás.
—No eres muy oportuna.
—Lo sé, pero hace años que pienso en dejar Hartford de manera definitiva. Tú
nunca me has hecho caso.
—Quizá no quería oírlo.
—¿Y ahora, Josh?
—Ahora me temo que es una decisión demasiado importante mientras mi padre
me está esperando.
—¿Porque tu vida está allí?
Josh miró a su alrededor, a la habitación que en su infancia fue en parte un
refugio seguro y en parte la perdición.
—Intento decirte de todas las maneras que sé que mi vida está contigo.
Se sentía muy traicionado, e incapaz de decirle «te quiero».
—Vale, vale —Lydia le indicó la puerta y se sentó sobre los talones, con
expresión dolida.
Cuanto más rato se quedara, más rencor sentiría, así que prefirió irse.
Su esposa cohibida con él, y él furioso por oír la exigencia que llevaba días
temiendo.
A pesar de todo, sabía que no deseaba un matrimonio en el que su esposa se
avergonzara de decir lo que pensaba o lo que sentía.
Josh bajó a la cocina a tomar un café. Todas las noches su madre dejaba
preparada la cafetera con un temporizador, además de tazas y el azucarero junto a la
cafetera.
Sin embargo, ahora lo sorprendió encontrar a Evelyn en la cocina preparando la
masa para hornear galletas.

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—Josh.
Por un momento su madre le recordó a Clara cuando la sorprendía haciendo
algo que no debía.
Si no quería hablar con su esposa, mucho menos tenía ganas de una
conversación informal con su madre.
Alcanzó una taza del armario.
Evelyn se secó las manos con un trapo.
—¿Qué vas a hacer?
—Voy con papá —se sirvió una taza de café y miró la masa azucarada de harina
y mantequilla salpicada de pepitas de chocolate—. Te has levantado temprano.
—Estoy haciendo galletas de chocolate.
—¿Para un ejército? —preguntó él, mirando el cuenco enorme que estaba
preparando.
—Para nadie en particular —dijo la madre.
Evelyn abrió el grifo y se restregó las manos con fuerza para quitarse la harina,
hasta que se le pusieron rojas.
Josh bebió un sorbo de café.
—Por lo menos te saldrán cuatro docenas, mamá.
—Seis —dijo ella.
Josh dejó la taza en el fregadero. Hacía años las galletas habrían servido para
hacer sentir a Clara el amor de su madre. Ahora toda una pastelería llegaba
demasiado tarde.
—¿Seis docenas? —Josh fregó la taza—. ¿Por qué tantas?
—Las vendo a Gordon's.
Josh fruncido el ceño sin comprender.
—Ahora también venden galletas.
Evelyn se acercó a una pila de papeles cuadrados junto a la nevera y levantó el
primero. Galletas de la abuela Trudy, ponía en letras amarillas y naranjas que rodeaban
a una anciana con aspecto de abuela bondadosa que llevaba una cesta de galletas en
la mano.
—¿Para Acción de Gracias? —Josh dejó la etiqueta en encimera—. ¿Por qué lo
haces?
—¿Por qué no? Empecé con galletas de Halloween. Tu padre dice que inventé
una receta maravillosa.
—Tú eres la abuela Trudy —dijo él, señalando los envoltorios—. No lo
entiendo.

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—He montado una pequeña empresa. De hecho, me va tan bien que Geraldine
Dawson me está ayudando a buscar un local.
—¿Geraldine Dawson?
Fue su profesora hacía un millón de años.
—Sí. Está jubilada, pero no le ha quedado más remedio que ocuparse de sus dos
nietos gemelos.
Evelyn calló. Víctima de los cotilleos y los rumores que la pusieron en boca de
todo el mundo, no quiso hablar más sobre los Dawson.
—Necesita dinero y se sacó la licencia para trabajar como agente inmobiliaria.
Josh fue directo al grano.
—¿Tenéis problemas financieros?
Aunque pescar langostas no era una fuente de ingresos siempre segura, su
madre nunca había trabajado más que para ayudar a su padre en el barco.
—Sabía que te molestaría. Pero no sé por qué —Evelyn lo miró con expresión
tensa—. Házmelo entender. Sólo esta vez.
—No me molesta y no tienes que sentirse culpable —Josh retrocedió—. Es sólo
que no esperaba que montaras una empresa, y me ha sorprendido. Mejor me voy —
fue a la puerta, pero su madre lo detuvo.
—¿Por qué no me ayudas a buscar local?
—¿Qué?
Ese debía de ser el plan. Intentó zafarse de la mano materna, pero su madre no
le soltó.
—Ya tienes a la señora Dawson.
—También necesito asesoramiento legal.
Josh tenía la excusa perfecta. No estaba especializado en esa área, pero su madre
lo miraba con tanta esperanza que no pudo negarse.
—Puede. Pero Lydia y yo sólo estaremos aquí unas semanas.
—Hay tiempo de sobra.
—Tu plan no funcionará.
—¿Te ha contado Lydia que hablé con ella?
—Sin entrar en detalles, pero es mi esposa, mamá. Entre nosotros no hay
secretos.
Excepto sobre sus sentimientos.
—Quiero que vuelvas a ser parte de mi vida y la de tu padre.
Josh escuchó en su mente la súplica de Lydia de que fuera amable con ellos.
Esbozó una sonrisa. Todas las personas importantes de su vida necesitaban que él
cambiara. Ya. Hoy mismo.

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Su padre tocó el claxon. Estaba salvado.


—Hablaremos a la hora de cenar.
Huyendo, Josh corrió a reunirse con su padre, que había empezado a descender
por el sendero con su viejo pick—up, una auténtica reliquia. Quizá la abuela Trudy
pudiera ayudar a su padre a cambiar de coche, pensó con una sonrisa. Debía de tener
por lo menos cuarenta años.
Josh se montó y dio un golpe en el salpicadero.
—Todavía funciona.
—Sí —dijo su padre—. Vamos. Los peces no esperan.
Unos kilómetros más tarde llegaron a la ciudad.
—¿Cuándo empezó mamá con las galletas?
Su padre volvió la cabeza hacia él un momento.
—¿Su empresa te molesta?
—Sé que no debería tener resentimientos, pero mi vida y la de Clara hubiera
sido mucho más fácil con la «Abuela Trudy».
—Estás hablando del pasado, Josh. ¿Es que nunca podrás olvidarlo?
Su padre pareció sentir la ira que recorrió el cuerpo de Josh.
—No te pido que olvides, sólo que intentes perdonar.
Josh quería hacer lo que su padre, su madre y su esposa le habían pedido, pero
a pesar de todo todavía sentía en lo más profundo de su alma la terrible pérdida
causada por la negligencia de sus padres.
—¿Cuál es el gran secreto?
—No sabía que pensaba decírtelo tan pronto.
—Una de las paradojas de mi infancia es que mi madre era una excelente
cocinera, pero nunca se preocupó de cocinar para sus hijos.
Bart miró al frente con las manos apretadas sobre el volante.
—Evelyn es una buena mujer. Una mujer sobria —Bart lo miró con la ira propia
de un padre y un esposo—. Y es tu madre.
—Perdona —Josh rozó con la mano el salpicadero, cerca de las manos de su
padre, pero sin llegar a tocarlo—. Lo digo en serio. Perdóname.
Su padre se metió por la calle Kline y aparcó en uno de los espacios libres
delante de Gordon's.
—No quiero que te sientas obligado a pedir perdón —Bart abrió la puerta—. Tú
te niegas a tirar la toalla con tus clientes a pesar de ser unos desconocidos. Yo me
niego a rendirme contigo.
Josh bajó la mirada al suelo, sintiendo que el dolor de la pérdida de su hijo lo
asfixiaba. Él había deseado a su hijo, y había soñado en jugar al béisbol con él, dar

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paseos en bicicleta y pasear por el parque, todo lo que a él le hubiera gustado


compartir con su padre.
Por mucho que intentara justificarlo su trabajo era en parte responsable de la
muerte de su hijo, y ni la casa, ni el vecindario ni la ciudad—volverían a ser lo mismo
para él ni para Lydia.
—Vamos a trabajar, papá —dijo él, respirando el olor a sal del océano, el
perfume de su juventud—. Tengo que pensar.

—¿Haces galletas para ganar dinero? ¿Y Josh te ha dicho que te ayudará? —era
imposible—. ¿Sigo dormida y no me he dado cuenta? —preguntó Lydia.
—Me ha dicho que quizá —Evelyn le sirvió el café en la taza que ella sujetaba
con las dos manos—. Oh, ésa está descascarillada. Te traeré otra.
—No, no, déjalo. No hace falta —Lydia bebió un sorbo—. Cuéntame qué le has
dicho a Josh.
—La verdad. Quiero que estemos más unidos y necesito su ayuda. Es parte de
mi familia, y las familias se ayudan —Evelyn se secó las manos con un trapo de
cocina—. Quizá no lo he dicho con esas palabras, pero es inteligente y ha deducido lo
que no he podido decir.
—¿No habrás montado la empresa para atraer a Josh? —preguntó Lydia—.
Puedes arriesgarte a perder toda la inversión.
—Estoy usando la empresa para llegar a mi hijo, pero voy en serio, Lydia. En
este momento no es nada, pero es mi idea —su suegra sonrió con orgulloSólo mía, y
está funcionando y dando beneficios.
—¿Por qué no le dejas que lo vea así? No tienes que hacerlo partícipe para que
vea tu constancia y tu trabajo. ¿No es eso lo que pretendes, demostrarle que se puede
confiar en ti? —preguntó Lydia.
—Tiene que estar ciego para no ver que ahora mantengo mis promesas y
cumplo con mis responsabilidades. Lo que no ve es que él también merece tener un
padre y una madre, y que volver a ser nuestro hijo no es traicionar el recuerdo de
Clara.
—¿Y cómo lo conseguirás con una empresa de galletas? —Lydia bebió un sorbo
de café.
—Necesito su ayuda como cualquier persona. Voy a comprar un local en el que
invertiré todos nuestros ahorros y necesito asesoramiento jurídico —Evelyn volvió a
secarse las manos—. Josh es incapaz de resistirse a un reto, y mucho más dar la
espalda a alguien que le pide ayuda.
—No es experto en derecho mercantil.
Era lo mismo que había pensado Josh.
—Eso no me preocupa. Lo conozco y sé que se documentará.

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Evelyn empezó a envolver las galletas con velocidad de experta. Después usó la
pegatina «Abuela Trudy» para cerrar cada envoltorio.
—Llevo años atada a esta casa, intentando demostrar que puedo ser una buena
madre y una buena ama de casa —continuó Evelyn.
—Yo quiero serlo si tengo otro hijo —dijo Lydia, que nunca había pensado en
abandonar su trabajo.
Durante el embarazo decidió buscar una guardería para su hijo, pero ahora sus
prioridades habían cambiado.
—Llevo más años intentando demostrar a Josh que soy una buena madre, pero
cuando me di cuenta de que hiciera lo que hiciera él nunca me vería de otra manera
empecé a morir por dentro.
Lydia dejó la taza en la mesa con tanta fuerza que derramó el café.
—¿Quieres decir que querías volver a beber? —preguntó, conteniendo su
rabia—. ¿Por eso bebías antes? ¿Porque no te gustaba estar en casa, con Josh?
—¿Tú también me culpas? —preguntó Evelyn, hundiendo los hombros.
—Josh es mi primera preocupación —Lydia no quería herir a Evelyn, pero de
repente vio que lo más importante era proteger a Josh—. No le diré nunca cuál fue el
motivo que te llevó a la bebida. Lo que ocurrió con Clara no es asunto mío.
—Eres parte de la familia.
—No me pondré del lado de nadie.
—Cuando te casas con una persona no puedes elegir sólo las cosas buenas de su
familia —dijo Evelyn envolviendo la última galleta—. Te ves atrapada en medio de
lo bueno y de lo malo.
Lydia limpió el café derramado en la inmaculada encimera con una bayeta.
La madre de Josh la miró y por un momento se preguntó si no había ido
demasiado lejos.
—Perdona. Estaba pensando en mis problemas con Josh. No debería haber
sugerido...
—¿Que me mantengo distante? ¿Es eso cierto?
Huir siempre era más fácil que intentar salvar un matrimonio que agonizaba.
Evelyn le sujetó la mano.
—No quería molestarte, de verdad.
—Tienes razón, Evelyn.
Lydia se había comportado como si en su matrimonio no hubiera problemas, y
después había seguido con su vida como si Josh fuera totalmente ajeno a sus
decisiones. En todos los aspectos: el trabajo, los horarios laborales, e incluso la
búsqueda de una guardería para su hijo.

Digitalizado por Nosotras Nº Paginas 50-160


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Tan segura había estado de que él no estaría presente para compartir sus
opiniones.
Pero ahora ya no podía pensar así si quería tener otros hijos con Josh.
—¿No estarás pensando en separarte? —preguntó Evelyn, apartándose los rizos
cortos de la frenteDime que no.
—No —le aseguró Lydia con una sonrisa—. No intentes distraerme de lo que
estás haciendo con estas galletas.
La mujer joven fue a tomar una galleta, pero le temblaban las manos y se limitó
a oler el delicioso aroma a mantequilla, chocolate y azúcar moreno.
—¿Cuánto tiempo llevas escondiendo este maravilloso talento? —preguntó,
refiriendo a sus dotes culinarias.
—Lydia, ¿qué hay de mi hijo?
—Tienes que olvidarlo.
—No puedo. Soy su madre.
—Yo soy su esposa.
Evelyn la miró con cierto desafío.
—Tienes que saber lo mucho que te quiere.
Sin saber por qué, la certeza de Evelyn amenazó con despertar de nuevo las
dudas de Lydia. Lydia no respondió.
Por fin, la mujer mayor suspiró.
—Está bien —dijo mirando a su alrededor—. Prueba una —dijo señalando la
galleta que Lydia había estado a punto de tomar un momento antes—. Me encanta
cocinar, pero Bart tiene el colesterol alto, por mucho que tenga cuidado con lo que
come y haga ejercicio.
Lydia intentó imaginar a Bart en sus pantalones desteñidos, una camiseta
blanca y una camisa de cuadros corriendo por el vecindario, pero fue más fácil
imaginarlo trabajando en el barco.
—¿De dónde sacaste el nombre?
—Mi abuela se llamaba Trudy —dijo Lydia abriendo el horno un momento—.
Uso sus recetas.
Lydia mordió la galleta y la saboreó.
—Hm, está deliciosa —dijo con la boca llena.
Evelyn abrió la nevera.
—¿Has olvidado algo? —preguntó Lydia.
—Sí. Las galletas solas no son un desayuno —Evelyn sacó un cartón de huevos
del frigorífico—. Y te aseguro que nunca probarás uno mejor que el mío.
Lydia se lamió las migas de los dedos.

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—¿Y si Josh te dice que no, Evelyn?


Su madre política ignoró la posibilidad.
—¿Un huevo? ¿Queso, champiñones? —Evelyn sacó una cebolla del armario—.
¿Un poco de jamón, o beicon?
—Respóndeme.
Evelyn dejó los huevos y sacó una tabla para cortar.
—No puede. Si lo hace, yo... —por fin levantó la cabeza y la miró, vencida sólo
de imaginar la posibilidad—. No sé lo que haría.
Lydia la miró. En el silencio de la cocina sonaba el tic tac del reloj. De repente el
timbre del horno sonó.
Lydia se dijo que tenía que haber buscado un momento más oportuno para
pedirle a Josh que dejara su trabajo en Hartford y se mudaran, pero estaba tan
desesperada como Evelyn por su respuesta. Quería que él la eligiera por delante de
su trabajo. Su vida en común tenía que ser más importante que todos los casos del
mundo.
Fue a la panera y sacó una barra de pan.
—¿Quieres tostadas?
—Una.
Evelyn abrió otro armario y sacó la tostadora. Una mirada a Lydia la hizo
detenerse.
—¿Ocurre algo?
Lydia intentó negar con la cabeza. Enchufó la tostadora y metió las rebanadas
de pan. Evelyn empezó a cortar tomates.
—Puedes hablar conmigo. Hoy te he confiado mis peores secretos —dijo
Evelyn.
—No es nada. Sólo un cambio. Es lo que quiero. Lo necesito, con todo mi
corazón.
Hartford representaba la decepción, el desacuerdo silencioso y el temor a un
posible peligro que se había convertido en un miedo justificado. Una lágrima se
deslizó hasta el tostador de metal.
Evelyn dejó el cuchillo.
—Te he disgustado.
Lydia sacudió la cabeza.
—Es el niño.
Y el hecho de que Josh pudiera guardar rencor a alguien durante décadas. Y la
desesperada necesidad de huir del dolor y del miedo que se apoderaban de ella cada
vez que estaba en su casa.

Digitalizado por Nosotras Nº Paginas 52-160


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—Las penas se puede superar durante un tiempo, pero a veces tienes que
tolerarlas hasta que las suelta el corazón —dijo Evelyn abrazándola por la cintura.
Temblando, Lydia aceptó su consuelo.
Y también lloró por Josh. Nada en el mundo podía cambiar lo que había
ocurrido, ni podía enseñar a ninguno de los dos a perdonar.
—Eh, no llores más —dijo Evelyn—. No me gusta nada verte tan triste.
—Tengo muchos altibajos —dijo Lydia—. No puedo evitarlo.
—Es el proceso de curación —dijo Evelyn sobre su pelo.

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Capítulo 6

LYDIA no se dio cuenta de que era sábado hasta que tuvo que enfrentarse con el
tráfico del fin de semana que se concentraba en los alrededores de la plaza. Todavía
quedaba rastro de las celebraciones de Halloween de la noche anterior, que no
habían llegado a la casa del acantilado.
Bajo la fuerte brisa de la tormenta que se acercaba los niños caminaban cansados
junto a sus padres, mientras éstos procuraban terminar cuanto antes las compras del
fin de semana.
Lydia aparcó delante de la floristería de Lillian Taylor. Cuando abrió la puerta
del coche, sonó el teléfono.
Era Evelyn. Después de terminar el desayuno, dieron un paseo hasta el cabo y
hablaron de la sopa de pescado que Evelyn pensaba preparar para cenar. Después,
Lydia se duchó, leyó el periódico y vio un rato la televisión.
Después de comer se fue sin decir a Evelyn adónde iba. Era algo privado, algo
que quería hacer por Josh.
—Hola —dijo.
—¿Dónde estás? He ido a recoger la colada y cuando he vuelto ya habías
desaparecido.
—Estoy en el centro. Te he gritado que me iba desde las escaleras. No me habrás
oído —dijo Lydia, alzando un poco la voz.
—¿Qué estás haciendo? Josh me matará si te pones peor.
—No me pondré peor, y tú no eres responsable. Volveré enseguida, Evelyn.
¿Necesitas algo de las tiendas?
—Hm. Un poco de pan no nos vendrá mal.
—Está bien.
Lydia cerró el teléfono y entró en la floristería. Enseguida se decidió por un
ramo de flores silvestres y margaritas; las flores perfectas para una niña. Lillian
envolvió los tallos en papel celofán y buscó un jarrón verde. Después, Lydia fue a la
panadería y compró una baguette recién hecha que no hizo más que darle más
hambre. También compró una botella de agua.
Después fue a la iglesia y aparcó junto a la valla que bordeaba el cementerio.
Por un momento sintió tristeza, pero la superó.
Clara había muerto hacía mucho tiempo. La gente sólo la recordaba con tristeza,
pero Lydia quería añadir un poco de esperanza al recuerdo. No quería que a ella le
ocurriera lo mismo y sólo pensar con tristeza en su hijo perdido dentro de dieciocho
años.
Rodeó la valla. Muchas de las lápidas estaban resquebrajadas y la mayoría
habían adquirido un tono verdoso.

Digitalizado por Nosotras Nº Paginas 54-160


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Una lápida le llamó la atención. La inscripción grabada en la piedra decía:


Quincy, bebé. Se detuvo un momento y dejó un par de margaritas. Estaba segura de
que la familia de Josh no eran los únicos Quincy de la zona, pero por si acaso.
Por fin encontró la lápida de Clara en la que sólo ponía Clara Quincy, hermana e
hija, y las fechas de su nacimiento y de su muerte. Era evidente que nadie había
estado allí últimamente. Lydia limpió las malas hierbas y juró enterarse de quién era
el encargado de ocuparse de su limpieza y mantenimiento.
Al terminar, dejó el jarrón junto a la lápida y lo echó el agua de la botella.
Después metió el ramo dentro. Retrocedió y vio que la pequeña tumba parecía mejor
cuidada. Lydia se arrodilló y apretó la mano sobre la tierra húmeda. Así rezó una
oración en silencio por la hermana de Josh y por su hijo.
No cambió nada. Sólo que la tumba estaba más limpia. Los dos niños habían
muerto demasiado pronto, pero ella estaba resuelta a superar el dolor y recordar lo
que hubiera podido ser.
Se levantó. El viento que soplaba era frío. Era hora de volver y hablar con su
marido, ofrecerle algún compromiso que los dos pudieran aceptar.
Se metió en el coche y condujo calle abajo buscando el instituto donde Josh
había cursado sus estudios, buscando algo para él en una ciudad.que no podía amar.
En lugar de eso vio a dos muchachos morenos golpeando una gruesa puerta de
madera con unos bates de béisbol. Gracias a Dios la puerta no tenía cristales.
Lydia detuvo el coche.
—¡Eh! —gritó.
Los chicos se detuvieron. Lydia no pudo distinguir sus caras, pero llevaban los
mismos suéteres. Uno echó a correr como tratando de huir, pero el otro golpeó una
vez más la puerta con el bate de béisbol.
—¡Eh! —gritó Lydia de nuevo, buscando una forma de entrar.
El muchacho se detuvo y en menos de un minuto había desaparecido saltando
la valla al otro lado del patio.
Lydia zarandeó la puerta. Alumnos que destrozaban su propio colegio. ¿Quién
debían creer que pagaba los impuestos para construirlo y mantenerlo? Sus padres,
¿quién si no?
Furiosa, marcó el número de Josh. Bart y él debían de estar bastante mar
adentro porque después de unos cuántos timbrazos saltó el buzón de voz y sólo
pudo dejar un mensaje.
—Soy yo —dijo ella—. Estoy en tu instituto y he visto a unos chavales
intentando entrar —miró a su alrededor, pero la zona parecía completamente
desierta—. Supongo que debería llamar a la policía.
Pero su ira se fue disipando. Por lo que podía ver, los muchachos no habían
dañado las puertas, y además no sería capaz de describirlos. Sólo podía decir que
eran altos, morenos y veloces.

Digitalizado por Nosotras Nº Paginas 55-160


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—Llámame —dijo y colgó.


Cuando volvió a casa no le contó nada a Evelyn. Por un lado tenía
remordimientos. Debió haber llamado a la policía. Por otro, había sido una
insensatez, gritar a dos jóvenes que estaban golpeando una puerta de madera con
bates de béisbol que fácilmente hubieran podido utilizar contra ella.
Se llevó un libro a la cama, pero debió de quedarse dormida. Cuando despertó
Josh estaba abriendo la puerta con una toalla alrededor de la cintura.
—Te has despertado.
Lydia recorrió con los ojos al cuerpo masculino, y él apretó más la toalla. Ella se
sonrojó. ¿Cuánto hacía que no lo veía desnudo?
—¿Qué ha pasado? —preguntó él.
Aunque Josh fingió no darse cuenta de la reacción de Lydia al verlo, los dos
eran muy conscientes el uno del otro.
—¿Has llamado a la policía?
—No. Tenía que haberlo hecho. ¿Quieres que vayamos a echar un vistazo al
instituto? Estaban intentando abrir la puerta con bates de béisbol. A lo mejor han
vuelto.
Sorprendido, Josh arqueó las cejas.
—Esperemos que no.
Se acercó al armario y sacó unos vaqueros y un suéter.
—¿Por qué no les dices a mis padres que vamos a salir a dar una vuelta? —
sugirió él.
—Está bien.
Josh se detuvo en la puerta y la miró preocupado.
—¿Seguro que te apetece salir? No sueles dormir siesta.
—Los médicos dijeron que estaría cansada unos días.
Josh no insistió. Lydia continuó sintiendo el calor de sus dedos en el brazo
incluso cuando bajaba las escaleras.
Bart y Evelyn estaban hablando en la cocina.
—Hay mantequilla de cacahuete en el periódico —estaba diciendo Bart.
—Calla, te oirá.
—Adoro a esa chica, pero la mantequilla de cacahuete no es transparente.
—Lo siento, Bart —Lydia se hizo con una servilleta y se inclinó sobre su hombro
para limpiar la mancha—. Ya está, sólo me he llevado unas cuantas letras.
—Gracias —dijo él, divertido.
—Josh y yo vamos a ir al centro a dar una vuelta.

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—¿Ahora? —preguntó Evelyn, levantando los ojos de la sopa que estaba


preparando.
—Quiero enseñarle una cosa.
Eso era cierto, pero Lydia no quería darles más información.
—Cenad cuando queráis. No nos esperéis.
—La sopa aguantará —dijo Evelyn—. A Josh le encanta la sopa de pescado —se
llevó una cucharada a los labios—. Hm, y a mí también —tragó el líquido caliente e
hizo una mueca al sentir el calor en la garganta—. No será por la abuela Trudy,
¿verdad?
—En absoluto.
Al oír a Josh en las escaleras, Lydia fue a buscar los abrigos.
—Volveremos enseguida.
—No hay prisa —dijo Bart con una mirada de advertencia a su esposa.
—Mamá, espero que no se estropee la cena. Cenad sin nosotros, no hace falta
que esperéis —dijo Josh, poniéndose el abrigo.
—Ya hemos hablado de eso con Lydia —dijo Evelyn—. Cenaremos cuando
volváis.
Era evidente que quería una explicación, pero hizo un evidente esfuerzo para no
exigirla allí mismo. Lydia deseó poder decírselo, pero quería hablar primero con Josh
antes de explicar a sus suegros lo que había visto.
En el coche, Josh se volvió a mirarla.
—¿Qué ha pasado?
Lydia le contó todo lo que había visto, y algo más.
—¿Y si hubieras sido tú? ¿Furioso cuando tus padres salieron de la cárcel? No
me hubiera gustado que te hubieran encerrado por eso.
A la luz del atardecer los ojos de Josh se oscurecieron.
—Normalmente siempre estás preparada para levantar un dedo acusador —dijo
él.
—No te burles de mí, Josh. Intento hacer lo mejor. —¿Pero no sabes qué es?
Bienvenida al mundo real. —Vuelves a burlarte de mí.
Josh se echó a reír y continuó conduciendo en silencio. Al llegar al instituto,
bajaron del coche. —Saltaré la valla.
—Eso es allanamiento.
—Desde aquí no veo, Lydia —Josh miró a su alrededor—. Creo que tenías razón
al decir que volverían. Será mejor que llamemos a la policía.
Josh saltó la valla con la misma agilidad que los muchachos que ella había visto
un rato antes y después se acercó a las puertas. Comprobó la superficie con las
manos y volvió junto a Lydia.

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—Echaré un vistazo por el edificio .a ver si hay alguna puerta o ventana rotas.
Ella asintió con los dedos en la valla. Se sentía sola, pero no tuvo miedo
mientras esperó a que Josh diera la vuelta al edificio. Éste cruzó el patio y fue hasta la
valla por la que habían huido los dos jóvenes. Después dio la vuelta al edificio.
—¿Qué te parece? —preguntó Lydia, cuando él saltó a la valla de nuevo para
reunirse con ella.
—Han dejado algunas muescas en la madera, pero nada más —la rodeó con un
brazo y ella se apoyó en él—. Me sorprende que estés dispuesta a darles el beneficio
de la duda.
—¿Y te complace?
Era evidente en su tono de voz.
—Sé que no te gusta juzgar a la gente, pero mi trabajo te ha hecho menos...
—¿Tolerante? —sugirió ella.
¿Por qué no ayudarlo? Lydia entendía perfectamente lo que quería decir.
—Pero en el fondo lo que quería era defenderme —dijo ella.
—Ahora me doy cuenta de eso.
—¿Llamamos a la policía?
—Les haremos una visita. El departamento de policía de Kline es muy pequeño,
y el jefe es un tipo con quien estudie.
—¿Un amigo?
—No exactamente. Era uno de los deportistas más populares del instituto. Yo
era de los parias.
Lydia sonrió tratando de ocultar el dolor que le producían sus palabras.
—Está bien, pero antes quiero enseñarte algo.
—¿Dónde? —la mirada de Josh se endureció—. ¿No habrás ido a hablar de
locales disponibles con Geraldine Dawson?
—Qué poco me conoces —dijo Lydia un tanto dolida ante la muestra de
desconfianza.
Josh la miró arrepentido. Se dio cuenta de que sus palabras la habían ofendido.
Los dos subieron al coche.
—Es en el cementerio.
—Oh.
Se lo había tenido que imaginar.
—Perdóname por el comentario sobre los locales.
—No importa. Dime, ¿quién es Geraldine Dawson?
—Una amiga de mi madre.

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Al llegar a la iglesia, Josh se metió por la calle que conducía al cementerio y


aparcó. Los dos se apearon y caminaron hacia la entrada. Lydia le tomó la mano. El
conocía el camino y se detuvo delante de la tumba de su hermana. Lydia hubiera
querido alejarse para darle un momento de intimidad a solas con el recuerdo de su
hermana, pero Josh le apretó la mano con fuerza al sentir que ella quería soltarse. No
sabía cómo, pero aquel lugar se había convertido también en el lugar donde podía
descansar el espíritu de su hijo muerto.
Tras un largo silencio, Josh la pegó a él.
—Gracias —dijo dándole con el mentón en la cabeza—. Esas flores le habrían
encantado.
Lydia asintió con un nudo en la garganta.
—Y me gusta verla tan cuidada —añadió él.
—He rezado por ella y por nuestro hijo.
Josh la abrazó como si no quisiera soltarla nunca.
—Lydia...
—No digas nada ahora. Sé que no debería haber dicho nada sobre el futuro esta
mañana. —se aclaró la garganta—. No quiero volver a nuestra casa ni a Hartford,
pero quiero estar contigo. Tendré en cuenta todo lo que quieras hacer.
—¿Qué ha pasado cuando me he ido?
Lydia sonrió.
—Tu madre y yo hemos estado hablando.
—¿Otra vez?
Lydia apenas reconoció el tono brusco de su voz.
—Me ha ayudado a ver lo que quiero, a luchar y hablar y a discrepar; y también
a hacer el amor otra vez. Pero el amor de verdad, no el que nos lleva arrastrándonos
hasta la siguiente crisis.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó él, ansioso.
—Que soy distante. Nunca lo había pensado, pero tú estabas tan ocupado con
un trabajo que detestaba y yo me retiré aún más y decidí que si tú vivías tu vida yo
viviría la mía.
—¿Has hablado de nuestro matrimonio con mi madre?
—Basta, Josh. Veo que te estás enfadando. Me ha dicho que sólo me quedo con
las partes de la vida familiar que quiero.
—¿Qué significa eso?
—Los quiero. Te... —se interrumpió. No podía decirle que lo quería. Aún no—.
Soy tu esposa, pero intento mantenerme fuera del caos que hay entre vosotros.
—No es tu problema.
—Si es tu problema, también lo es mío.

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En lugar de agradecer su nueva actitud de entrega, Josh la miró con perplejidad.


—Quizá sea en vano, pero pensé que te alegrarías de que quiera empezar desde
cero.
—No sabes lo que es vivir en esta ciudad con mis padres. No quiero que lo
sepas.
Pero Lydia podía sentir su dolor en los restos del niño de catorce años que fue
que todavía quedaban en su habitación.
—¿Me culpas por perder a nuestro hijo? —preguntó ella.
No era fácil mirarlo, pero Lydia lo hizo y encontró sus ojos clavados en ella.
—Ya te dije que no —la tomó en brazos—. Tú no tienes la culpa de nada.
—Lo sé, pero yo era su madre. No puedo evitar pensar que tenía que haber
encontrado una forma de salvarlo. ¿Qué te hizo distanciarte de mí cuando me quedé
embarazada? —preguntó de repente.
—¿Qué? —Josh se tensó.
—Había muchos días que ni siquiera nos dirigíamos la palabra.
—Cuando yo volvía a casa del trabajo tú ya estabas durmiendo —Josh sacudió
la cabeza—. No empecemos con eso otra vez. Ya le hemos dado demasiadas vueltas.
—¿Por qué has vuelto a Maine?
—Por ti —dijo él—. No sabía que no sería suficiente.
—Yo iría a cualquier otro sitio. Elige una ciudad con un índice de delincuencia
bajo, un sitio como éste. Dame la oportunidad de proteger a mis hijos.
—¿Qué?
—Aquí los edificios no son tan altos y es más difícil para una loca como Vivian
Durance esconderse.
Para decir todo lo que quería decir necesitaba todo su valor. Lydia cerró los ojos
y se concentró en el calor que despedía el cuerpo de Josh, el corazón que latía contra
su oreja, el olor que se mezclaba con su aliento.
—Yo nunca viviré aquí —dijo él—. No quiero perderte, pero tampoco quiero
mentirte.
—Me encanta el cabo, pero a ti te recuerda una época dolorosa. Podemos
vender el terreno y construir una casa en una ciudad más pequeña que Hartford.
El se apartó de ella.
—Ese terreno me lo dejó mi abuelo.
—¿Por qué no sientes rencor contra él?
—Deja de psicoanalizarme, Lydia. Eres arquitecto, no el puñetero Sigmund
Freud.

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Josh nunca hablaba así en su presencia. Era una tradición que se respetaba en la
familia Quincy, un hábito en una casa marcada por el caos y el desorden.
—Él debió detener a tus padres antes de que se...
—¿Alcoholizaran? —terminó él—. Tiraba las botellas que encontraba por la casa
y en el granero. Me llevaba con él siempre que encontraba una excusa para hacerlo.
Íbamos al pueblo o trabajábamos en su jardín, pero murió antes de nacer Clara.
—Debió hablar con las autoridades.
—¿Cómo podía traicionar a su propio hijo?
—¿Tú no lo harías en la misma situación?
La mirada de Josh se heló.
—Sí —dio un paso atrás y contempló en silencio las flores que adornaban la
tumba de Clara—. Pero lo que me preocupa de aquellos años es Clara. Yo era quien
cuidaba de ella, y quien la encontró. Clara me necesitaba. Ahora mis clientes me
necesitan porque no trabajo por lástima ni por no poder conseguir un trabajo mejor.
Procuro creer en ellos.
—Yo te necesito —dijo ella—. No soy mujer dada a las súplicas ni a las
amenazas, tú me conoces. Puedes creer que estoy haciendo todo lo que puedo por
salvar nuestro matrimonio. Te necesito más que a nadie.
Lydia se fue antes de que él pudiera decirle que no importaba. No fue tras ella.
La falta de reacción fue más elocuente que las palabras.

Josh la observó caminando hacia el coche. ¿Qué estaba haciendo?


Se arrodilló en la tierra húmeda y tocó el nombre de su hermana que ya
empezaba a marchitarse, y pensó que había sido mejor hermano de Clara que esposo
de Lydia.
Rezó una oración en silencio por su hijo y después se puso en pie y corrió al
coche, pero cuando llegó, titubeó una vez más. No debía hacer una promesa de la
que más tarde se podía arrepentir.
—Tenemos que ir a ver a la policía.
—De acuerdo —Lydia miró por la ventanilla. —¿Necesitas una decisión ahora
mismo? —Necesito saber qué piensas.
—Lo único que sé es que no quiero perderte, y que necesito tiempo.
—¿Cuánto?
Josh puso el coche en marcha.
—Me estás pidiendo que cambie de trabajo y de ciudad. ¿No te...?
—Si tú me lo pidieras, yo te diría que sí.

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—No es lo mismo. ¿Y si yo te pidiera que te quedaras en Hartford? ¿Y si te


dijera que tengo que quedarme en Hartford contigo o sin ti.?
Evelyn lo miró a los ojos.
—Eso sería una respuesta.
—Que no queremos ninguno de los dos.
Josh condujo hasta la comisaría de policía. Delante del edificio de ladrillos le
tomó la mano. Ella pareció no darse cuenta.
Dentro, había una mujer con un vestido verde oscuro sentada en la recepción.
Kline no podía permitirse pagar un policía titulado para ese trabajo.
—Estamos buscando a Simon Chambers —le dijo Josh.
—¿Lo espera?
—No, pero mi esposa tiene que informar sobre un incidente que ha visto esta
tarde. Un intento de vandalismo en el instituto.
—Lo avisaré.
Un segundo después, un hombre alto y rubio salió de un despacho arreglándose
la corbata. El hombre le tendió la mano.
—Me alegro de verte, Josh. Te perdiste la reunión de la clase del verano pasado.
Josh había pasado buena parte de los últimos catorce años intentando olvidar su
vida en la ciudad, y eso incluía también el instituto. Sonrió por cortesía.
—Ésta es mi esposa, Lydia. Lydia, Simon Chambers.
Simon estrechó la mano de Lydia y después se volvió a la otra mujer.
—¿Te acuerdas de Betty Gaines, Josh? Iba un curso después de nosotros.
—Hola, Betty.
La mujer sonrió.
—No me recuerdas. No sabes lo enamorada que estuve de ti el verano después
de sexto, y después te fuiste —dijo la mujer, sorprendiéndolo.
Simon y ella intercambiaron una mirada.
—Pasad a mi despacho. Cuéntame lo que viste, Lydia.
Lydia se lo explicó. Entretanto, Betty les sirvió café acompañado de un plato de
galletas de la abuela Trudy.
—Seguro que te encantan, Josh.
—Hace días que no pruebo una.
Curioso, Josh desenvolvió una y la probó. El sabor dulce y conocido lo llevó de
nuevo al pasado. Su madre hacía milagros con las galletas. Siempre había sido así.
—Tenía que haber llamado enseguida —estaba diciendo Lydia—, pero no
quería causar problemas...

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—Has dicho que los chicos eran altos y morenos. ¿Se parecían?
—¿A qué te refieres? —preguntó Lydia, volviéndose a mirar a Josh.
Josh sintió un nudo en el pecho.
—Eso era lo que mi madre no quería decir.
—¿De qué estáis hablando? No entiendo nada dijo Simon.
—¿Los nietos de Geraldine Dawson? Simon asintió.
—Geraldine fue nuestra profesora —explicó—. Los padres de los chicos se
largaron y ella cuida de los dos, pero no paran de meterse en líos. Son altos y
morenos.
—No creo que los reconozca ni aunque me enseñes una fotografía —dijo Lydia,
mirando a Josh con desesperación.
—Ya te ha contado todo lo que ha visto. No tiene nada más que decir.
—No estamos ante un tribunal, Josh.
—Bien, porque es evidente que mi esposa no puede identificar a esos chicos.
Quizá deberías poner más vigilancia en el instituto.
—¿Y si llevo a los chicos a tu casa, Lydia?
—No —Lydia estaba hundida, pero Josh vio la bondad en sus ojos—. No los he
visto bien.
Josh se levantó y esta vez Lydia se apoyó en su mano. Momentos después y a
pesar de la irritación de Simon los dos estaban otra vez en la acera. Lydia rodeó con
la mano el brazo de Josh.
—Gracias. No me gustaría que detuvieran a esos chicos.
—Si lo intentan otra vez, los detendrá.
—Si no fueron ellos...
—Te ha asustado. ¿No te estás comportando como siempre dices que me porto
yo?
—Son unos niños. Es evidente que algo falla en sus vidas. No es que hayan
matado a nadie.
No como el marido de Vivien Durance.
Josh la soltó.

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Capítulo 7

AQUELLA noche después de cenar la madre de Josh extendió unos bocetos


descartados del envoltorio para sus galletas en la mesa de centro del salón. Bart,
asomándose por encima de su hombro, señaló la bruja que había dibujada en uno de
ellos.
—Pensé que a los chavales les encantaría —explicó—, pero lo descartamos
porque los padres sospecharían que las galletas estaban envenenadas.
—Da miedo —dijo Lydia sonriendo a sus suegros, fingiendo no darse cuenta de
la presencia de Josh a poca distancia de ella.
—La puse porque empezamos el año pasado en Halloween —dijo Evelyn.
—Pero a raíz del éxito que tuvo pensé que tu madre podía continuar de manera
regular, Josh —dijo Bart mirando a su hijo y moviendo la taza de café en el aire, igual
que solía hacer en otra época con las botellas medio vacías de licor—. Ahora que la
gente conoce el producto, podríamos rescatarla otra vez para promocionar las
próximas galletas de Halloween.
Lydia se inclinó hacia delante para estudiar los dibujos. Bart y Evelyn tenían
que darse cuenta de que estaba ignorando deliberadamente a su marido.
Josh se acercó a la chimenea y echó otro leño al fuego. Sabía que no debía haber
sacado el asunto de su trabajo.
—Creía que la empresa era tuya, mamá —dijo Josh, y miró a su padre, como
buscando pelea.
—Tu padre me da buenos consejos y nos gusta hacer las cosas juntos —dijo ella,
en tono conciliador.
Lydia y él se miraron. ¿Qué habían hecho ellos juntos en el último año y medio?
Ella no sabía nada de sus casos. Normalmente Josh sabía dónde trabajaba ella, pero
no cuál era su papel en el proyecto.
Lydia esbozó una media sonrisa con incertidumbre. A Josh le dolió. ¿Cómo
podía dudar de lo mucho que la necesitaba? Sus dudas lo enfurecieron.
—¿Si me entrometiera más de lo prudente me lo dirías, Evelyn? —preguntó Bart
a su esposa con expresión seria.
Riendo, su mujer le dio un codazo en el costado.
—Como si fueras a hacerme caso.
Era evidente la complicidad que existía entre ellos.
Josh seguía mirando a la chimenea y sintiéndose un extraño en su propia casa.
Sus padres eran los normales, lo que tenían un matrimonio feliz. Lydia le había
suplicado que se portara bien con ellos, pero no tenía ni idea de lo difícil que le
estaba resultando.

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Se acercó a ella, buscando algo que decir. Sus padres se habían tomado por la
cintura y sonreían. El sincero afecto entre los dos lo detuvo.
¿Cómo podía demostrar a Lydia que quería intentarlo sin abandonar todo en lo
que creía? Ella no perdonaría una mentira.
—¿Mamá? Te ayudaré a buscar local.
La inesperada oferta de ayuda hizo que su padre, su madre y Lydia se volvieran
perplejos a mirarlo. Lydia lo vio como un hombre implacable. ¿Lo verían también así
sus padres?
—¿Por qué no me enseñas estos proyectos, mamá?
—¿De verdad quieres verlos? —exclamó su madre realmente sorprendida—.
Ahora mismo, sí —dijo con voz más firme.
Evelyn volvió al escritorio de donde habían salido los bocetos y sacó varios
pliegos de papel.
Extendió las hojas en la mesa de centro con el listado y los detalles de los
distintos locales a la venta que le había remitido su agente inmobiliaria. Josh sentía
los ojos de Lydia en él, pero no podía mirarla. Su respuesta significaba demasiado.
Estaba seguro de que ayudar a su madre no era suficiente para empezar de
nuevo.
Josh empezó a leer el primer local de la lista.
—¿El Café Barker's? ¿Cuándo lo cerraron?
En la foto, las ventanas estaban llenas de polvo y en la pared había un recuadro
donde en el pasado colgaba el nombre del café. El local no parecía muy tentador.
—Ned Barker se fue hace un año —dijo Josh.
—Pobre Marcy. Un día volvió del trabajo y encontró que su marido lo había
recogido todo y se había largado —explicó Evelyn, y asintió con su marido—. Marcy
se fue a vivir con su hija a Phoenix. Estará sola, pero al menos no pasará frío.
—Ned no podía soportar el aislamiento y el frío —dijo Bart—, y empezaba a
estar desquiciado.
Josh intentó no reírse al escuchar a su padre. Su escepticismo irritó a su madre.
—No te parecería tan gracioso si supieras el número de suicidios y divorcios
que se dan en la zona, incluso hay casos de violencia de género. Cuanto más largo es
el invierno, peores son las estadísticas —dijo Evelyn.
—¿Lo dices en serio?
Incluso Lydia, que pensó que sus suegros ahora habían entrado en terreno
resbaladizo, apenas podía creerlo.
Para Josh cualquier cosa que le quitara a Lydia las ganas de mudarse a vivir allí
era más que suficiente.

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—Suena de lo más acogedor, ¿a que sí? —dijo él. Apartó las fotos del Café
Barker's y estudió otra y los detalles de un nuevo edificio en la misma calle que la
biblioteca municipal—. Yo también lo dudaría si no hubiera vivido aquí tantos años.
Evelyn tomó a Lydia del brazo.
—¿Hay comparaciones estadísticas con otras ciudades de clima más cálido?
Josh tuvo que reírse de la pregunta de su esposa.
—En el fondo Lydia tiene una mente científica.
Josh apenas podía creer que estuvieran hablando de eso, pero con sorpresa se
dio cuenta de que era una conversación normal en una familia.
La sonrisa de su esposa le hizo desear poder olvidar miedos cuya sola admisión
era en sí una humillación.
—¿Y éste, mamá? —preguntó señalando un edificio nuevo—. El precio es más
asequible al no ser un lugar cargado de historia como el de los Barker. Además, no
tienes que añadir el mantenimiento de un edificio de cien años.
—Pero estamos acostumbrados a mantener un edificio antiguo—dijo Bart—. El
local de los Barker está en un lugar más céntrico, y ya es muy conocido.
—El nuevo edificio está más cerca del muelle.
—Sí, pero Barker's está enfrente del paseo marítimo —Evelyn puso la página
con la información sobre el café Barker's encima—. Aquí estaremos más cerca de los
turistas, y por otro lado los de aquí están acostumbrados a ir hasta allí. Tengo que
buscar la mejor oportunidad.
—Veamos los demás —dijo Josh.
Pero su madre dejó escapar un sonido que indicaba que el tema estaba cerrado.
—He puesto estos dos encima porque son los únicos que me interesan. Me gusta
el edificio nuevo porque es amplio y limpio y tiene un buen aparcamiento, pero el de
los Barker me convence más.
—¿Por qué no pedimos cita para ir a verlos? —sugirió Lydia—. Si el café no
tiene problemas y es el que tu madre quiere, parece una buena oportunidad.
—Llamaré mañana —dijo Josh a su madre—. Prometí a papá que lo ayudaría
otra vez con el barco, pero podemos verlos cuando vuelva.
—¿Trabajas el domingo, Bart?
Eso a su madre no le gustaba.
—La pesca es muy buena, Evelyn. Vamos. —Yo iré mañana con Evelyn.
El trabajo la distraería.
—Puedo asesorarle sobre la solidez de la estructura del edificio.
—¿Crees que ya estás bastante recuperada para eso? —preguntó Josh.
Lydia era la persona perfecta para asesorar a su madre, pero Josh temía que
todavía no estuviera en condiciones para hacerlo.

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—¿Después de hoy? Estoy bien —dijo ella cruzando las manos y apoyándose en
el respaldo.
Se le veía contenta de poder hacer algo.
—¿Qué has hecho hoy? —preguntó Bart.
Lydia abrió la boca, pero miró a Josh.
—Ha limpiado la tumba de Clara y le ha llevado unas flores. Está bonita —el
silencio envolvió la habitación—. Y después he visto a dos chicos que intentaban
entrar en el instituto destrozando la puerta. Me temo que quizá fueran los nietos de
la señora Dawson.
—¿Los gemelos? —Evelyn se sujetó a la mesa—. ¿Cómo sabías que eran ellos?
—No lo sabía. El policía amigo de Josh ha sugerido que podrían ser ellos.
—Simon. ¿Te acuerdas de él, papá?
—Ya lo creo. Ha sido un buen jefe de policía. ¿Qué has visto?
—Dos chicos golpeando con bates de béisbol las puertas del colegio. No sé
quiénes eran. Estaban muy lejos y cuando les he gritado han salido corriendo.
—Tendré que llamar a Geraldine —Evelyn salió hacia el pasillo con un dedo en
los labios y gesto preocupado—. Le preguntaré si le importa trabajar en domingo y
después le preguntaré por los chicos.
—Mamá, ya te lo he dicho. Lydia no los ha acusado de nada. Ni siquiera ha
podido describirlos.
—Alguna vez han tenido problemas. Esta mañana no quería mencionarlo
porque no es asunto mío, pero me preocupa. Una mujer de la edad de Geraldine
criando a dos adolescentes y empezando un nuevo trabajo —Evelyn continuó
hablando mientras iba por el pasillo.
Josh pensó en su hijo con un dolor que ocultó a Lydia. Amontonó los papeles de
su madre.
—No intentaré convencerte de que no vayas con mi madre mañana, Lydia —
dijo—, si te acuestas ahora sin discutir y descansas.
—Me paso el día acostándome —dijo ella, pero no discutió—. Buenas noches,
Bart —Lydia besó a su suegro en la mejilla—. Hasta mañana.
—Procura dormir —dijo el padre, y después miró a Josh—. Tú procura no hacer
ruido cuando te levantes para no despertarla.
—Vale.
Josh miró a Lydia pero no dijo nada. La tomó del codo y la llevó por el pasillo
hacia las escaleras. A mitad de camino, ella se detuvo y apoyó la cabeza en su
hombro durante un segundo.
—Sé que no era sólo por mí, pero gracias. —Era principalmente por ti.
En el rellano, ella volvió la cabeza y sonrió complacida.

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—Los has hecho felices y me gusta pensar que es por lo mucho que te importo.
—¿Así que ahora ya no quieres separarte? Ella lo miró extrañada.
—Sé que estás bromeando, pero hemos concebido un hijo juntos. Tú y yo
siempre formaremos parte el uno del otro. No quiero dejarte.
Sin permitirse pensar en las consecuencias, Josh pasó un brazo por el hombro de
su esposa. Ella se tensó, pero no se apartó.
—Escúchame. Quiero que estemos juntos.
Ahora Josh estaba luchando por recuperar el amor que Lydia sintió por él al
principio.
—Quiero que seamos como esos árboles que crecen en el acantilado, con las
ramas tan trenzadas y unidas que nada los puede separar.
La suave risa de Lydia le sirvió de consuelo, no fue fuente de dolor.
—Bajo toda esa rabia y amargura se esconde un auténtico poeta.
—Sólo quiero arreglar nuestro matrimonio, Lydia. ¿Sabes lo que me cuesta decir
esas palabras?
Incluso sonriendo a Lydia le brillaban los ojos.
—Últimamente lloro mucho.
Cuando llegaron al dormitorio, Josh la soltó y ella se refugió en el cuarto de
baño. Al cabo de unos segundos Lydia volvió con la pasta de dientes y el cepillo.
—Te agradezco mucho que ayudes a Evelyn. Y ella también.
Josh empezó a abrir la cama.
—No te emociones demasiado. ¿Qué sé yo de una tienda de galletas?
—Sólo te quiere para las cuestiones jurídicas. Negociar el alquiler, rellenar los
formularios correctos.
—Mi madre está haciendo una apuesta. Lo admite ella misma.
Lydia puso pasta en el cepillo y empezó a cepillarse los dientes.
—A ti te gusta ayudar a la gente —se cubrió la boca con la mano—. Bueno, ya
vale de hablar de la familia y el matrimonio —Lydia acabó de lavarse los dientes en
el cuarto de baño—. Ojalá tuviéramos televisión.
—¿Por qué?
—Me aburro un poco. Echaré un vistazo a los libros de abajo.
—Yo iré. Has tenido un día horrible. Túmbate y abúrrete un rato.
—No sabes lo que me gusta.
—Cualquier cosa con un asesinato.
—Es verdad —Lydia se sacó una coleta del bolsillo y se recogió el pelo—. Pero
me gusta por el suspense, no por la violencia.

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—Igual que mi padre. Seguro que tiene algo que te guste.


Abajo sus padres estaban en la cocina charlando amistosamente en voz baja y
Josh se preguntó si habría imaginado las discusiones y gritos que oyó durante su
infancia.
En el salón se hizo con una selección de libros de las estanterías que su padre
había construido a ambos lados de la chimenea. Entre ellos había una colección de
cuentos de P.G. Wodehouse, por si Lydia decidía que prefería leer algo sin muertos.
Pero llegó tarde. Lydia ya se había quedado dormida con la cabeza apoyada en
el codo. Y en su almohada.
Una ráfaga de lluvia llevó a Josh a la ventana. El viento sacudía la casa como si
quisiera arrancarla de la tierra y lanzarla por el acantilado. De niño, imaginaba que
una mano gigante arrancaba la única casa que había conocido. Aunque a veces sus
padres lo asustaban, el verdadero miedo aparecía con los demonios desconocidos
que se apoderaban de su casa en la oscuridad.
Después llegó Clara, y él tuvo que hacerse el valiente para no asustarla. Miró el
cuerpo inmóvil de Lydia bajo las sábanas y en silencio le agradeció lo que había
dicho por su hermana y por él. Era cierto: le había dado a su hijo un lugar donde
descansar.
Echó las cortinas para evitar que el sol entrara en el cuarto por la mañana y
despertara a Lydia. Ésta se volvió, dormida.
Josh echó un vistazo a uno de los libros que había subido y después fue a
lavarse los dientes. Se puso unos bóxers limpios y regresó a la habitación, bostezando
después de un duro día de trabajo y una velada aún más larga luchando con su
esposa.
Al meterse en la cama, Lydia se fue más hacia su lado.
—Eh —dijo él.
Ella no respondió. Estaba dormida, pero incluso dormida le dejaba claro que no
quería que la tocara.
Apagó la luz sintiéndose de repente muy despierto. Sabía cómo mejorar la
situación, pero ¿por qué ella no quería un hombre que se negaba a mentirle?

A la mañana siguiente sonó el despertador y acto seguido Lydia escuchó un


estrépito sobre el suelo de madera. Mascullando, Josh estiró el brazo y lo recogió.
Lydia abrió un ojo y lo vio intentando apagar el despertador.
—Perdona —dijo él—. Lo he tirado al suelo.
—No importa. Yo habría hecho lo mismo si lo hubiera tenido a mano.
Desperezándose, Lydia estiró la mano hacia él, pero Josh ya se había ido.
Josh abrió la puerta del pasillo para dejar pasar un poco de luz.

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—¿Te molesta?
—No.
Evelyn giró la cabeza sobre la almohada, pero se volvió hacia su lado. Josh
cruzó el pasillo llevando sólo los bóxers que había empezado a utilizar de pijama
desde que llegaron a Maine. Como si fuera una sutil indicación de la distancia que
continuaba habiendo entre ellos, a Lydia la irritaba verlo así.
Cuando él entro de nuevo ya iba vestido. Ella debió de quedarse adormecida de
nuevo.
—Pensaba que estabas dormida.
—A ratos. Lo intentaré cuando te vayas.
Josh se sentó en la cama para atarse las zapatillas.
—Estas zapatillas apestan a pescado. Cuando volvamos a casa tendré que
comprar otras.
Lydia resistió el impulso de recordarle que Hartford no volvería a ser su casa.
Aunque ahora al menos los imaginaba en algún sitio juntos.
—¿No usas botas en el barco?
—El agua se te mete por todo —dijo él, bajándose las perneras del pantalón—.
Hasta esta noche.
—Ya te contaremos los locales que veamos.
Josh se detuvo delante del espejo para pasarse los dedos por el pelo.
Distanciados o no, seguía siendo su marido. Y seguía emocionándola profundamente
con muchos de sus gestos inconscientes.
—¿Quieres estar guapo para que salten los peces al barco? —bromeó ella
sonriendo.
—Cuando Clara y yo éramos niños siempre queríamos ir a desayunar a
Gordon's.
Lydia se puso seria. Su marido nunca mencionaba momentos emotivos con su
hermana.
—Creo que mi padre está intentando compensar todas las veces que mi madre y
él estaban demasiado borrachos o sin dinero para llevarnos —continuó él—. Ayer
desayunamos en Gordon's , y hoy también.
—Eso esta bien, Josh.
—Lo estaría si pudiera olvidar que Clara nunca sabrá lo mucho que se está
esforzando.
—¿Te sientes culpable por haber sobrevivido?
Josh se volvió hacia ella como irritado, pero no dijo nada. Tras un silencio, se
relajó y logró sonreír, una sonrisa cariñosa y seria la vez.
—No más psicoanálisis, doctora.

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Cuanto más hablaban, más probabilidades tenían de resolver sus problemas,


pero Lydia sabía que tenía que dejarle espacio.
—Está bien —se frotó los ojos—. Entonces es Gordon a quien le gusta verte tan
repeinado.
—No sé cuánto hace que no trabaja allí ningún Gordon. La señora Foster, que
debe de tener más de setenta años, es la que atiende a los clientes desde antes de
nacer yo. Hasta se acuerda de lo mucho que me gustaban las manzanas fritas.
Besó a Lydia en la frente y después se incorporó. Ella sintió su ausencia y
levantó las manos, pero él ya estaba mirándose de nuevo en el espejo.
—Tengo que estar guapo para la señora Foster —dijo.
—¿Crees que tu padre también se está acicalando tanto? —preguntó Lydia.
Josh se volvió hacia ella, sonriendo.
—Tu madre y yo tendremos que—asegurarnos de que Gordon's no está
demasiado cerca de su futuro local —continuó ella.
—Si empiezas a sentirte cansada vuelve.
Ella asintió.
Josh debió de ver su reflejo en el espejo.
—Hasta la tarde.
—Sí.
En unos minutos el coche de su padre se alejó renqueando por el camino. Era el
único ruido que interrumpía el silencio de la mañana. Evelyn debía de estar
durmiendo todavía. El día anterior había cocinado casi hasta mediodía. Lydia se
acurrucó en el lado de Josh, y disfrutó de su calor.
Pensando que debería levantarse y preparar café para Evelyn y para ella, e
incluso empezar a preparar las tortillas, intentó moverse, pero ¿cuánto hacía que no
se sentía tan a gusto?
Sin darse cuenta volvió a quedarse dormida.

—Papá, ¿crees que mamá le dijo a Geraldine Dawson que fue Lydia quien vio a
sus nietos en el instituto?
Padre e hijo habían hecho un alto en la jornada de trabajo para comer. El barco
estaba parado en medio del océano. Bart levantó la vista del sándwich de jamón más
completo que Josh había visto, con vegetales, huevo cocido y una loncha de queso.
—¿Por qué?
—Me preocupa después de lo que pasó con Vivian Durance. ¿Y si los nietos de
la señora Dawson eran los chicos del instituto? Aunque ella no se lo haya reconocido
a mamá, Geraldine podría decirles que alguien los vio. Incluso mencionar a Lydia.

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Josh apagó el motor.


—¿Por qué no la llamas?
Josh se sacó el teléfono móvil del bolsillo, pero ya estaban demasiado lejos de la
costa y en la zona ya no había cobertura.
—No tengo cobertura.
Su padre lanzó el resto del sándwich a las gaviotas y se levantó para poner el
motor en marcha y dirigirse de nuevo hacia la costa.
—¿Qué te dijo mamá anoche?
—Que Geraldine no sabía nada de lo ocurrido en el instituto. Y no creo que tu
madre haya mencionado a Lydia.
—Seguramente no.
—¿Quieres volver a casa?
—No.
Unos meses atrás Josh habría descartado cualquier sospecha o temor de que
pudiera ocurrirle algo a Lydia, pero ahora no podía.
—Creo que estará bien. Incluso si fueron los hermanos Dawson, no son más que
unos críos.
—Con bates de béisbol —le recordó su padre. Puso el motor en marcha—, pero
a Lydia no le gusta que te entrometas en sus planes.
Josh lo miró perplejo sin entender a qué se refería.
—¿De qué estás hablando?
—Cada uno vivís vuestra vida.
Antes de la muerte de Clara, nadie pudo acusar a ninguno de sus progenitores
de ser tan observadores.
—Es por el trabajo —se defendió él.
—Incluso cuando tu madre y yo estábamos borrachos compartíamos nuestros
pecados.
—Sólo la bebida, ¿no?
Josh no quería saber más acerca de la relación entre Bart y Evelyn Quincy.
—Esto es Nueva Inglaterra, hijo. La variedad de pecados a los que nos
hubiéramos atrevido era limitada. No teníamos muchas oportunidades. Además, si
hubiera intentado algo con cualquier otra mujer, tu madre me habría usado de cebo
para los peces.
—Nunca has sido un anticuado, papá —dijo él.
Y el retrato que acababa de pintar Bart de su madre no era muy acertado.
—Nunca he permitido que me conocieras. El negocio iba mal, y yo ahogué mis
miedos en alcohol —Bart sacudió la cabeza—. Lo que no es excusa, lo sé. Pero

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escucha, hijo, quizá os vendría bien plantearos un matrimonio más tradicional. Los
dos estáis entregados a dos trabajos muy absorbentes y no os queda tiempo el uno
para el otro. ¿Quién de los dos puede abandonar el trabajo?
—¿Cómo sabes todo eso?
—¿Crees que somos tontos? ¿O que estamos ciegos? Eres mi hijo, y Lydia no es
una desconocida —Bart bebió un trago de la lata de refresco que tenía en la mano—.
Además, cuando discutís en el dormitorio se os oye —confesó—. Debéis de creer que
la casa tiene aislamiento acústico —dejó la lata en un hueco junto al timón—. ¿Lo
tenía cuando tu madre y yo discutíamos?
Josh sacudió negativamente la cabeza, sintiéndose otra vez con catorce años en
lugar de treinta y dos y recordando los trucos que inventaba para distraer a su
hermana de los gritos y los insultos que se intercambiaban sus padres.
—Hablaré con Lydia. Tenemos que hablar más bajo.
—Nada de lo que habéis dicho nos ha sorprendido. Si no dejas de odiarnos, te
olvidarás de amar y serás incapaz de amar a nadie. No lo digo sólo por nosotros —
quiso tranquilizarle Bart—. Te quiero, y quiero que tengas la felicidad que nosotros
no te dimos nunca —su padre apagó el motor y bajó la voz—. Intenta llamar ahora.
Su advertencia se repitió como un eco en los oídos de Josh, con el ruido del
motor de fondo. No pudo evitar la infinidad de promesas que le habían hecho sus
padres:
«No volveré a probar un trago».
«No volveré a comprar otra botella».
«No tendrás que volver a decirle a tu hermana que estamos enfermos».
Todo en el mismo tono de «quiero que tengas la felicidad que nosotros no te
dimos nunca».
Dando la espalda a la expresión sincera de su padre, Josh marcó el número de
casa. El teléfono sonó y sonó, igual que el móvil de Lydia. A pesar de que ella casi
siempre lo llevaba encima.
—Está bien, papá —dijo al cortar a pesar del nudo de miedo que se le hizo en el
pecho.

—La estructura es sólida, Evelyn.


—Me encanta este edificio. Ya no tengo que buscar más.
Evelyn pasó la mano despacio a lo largo de uno de los tres ventanales de cristal
cilindrado que daban al muelle. Incluso en otoño, los veleros se balanceaban
suavemente en el agua sobre la espuma blanca.
—¿No te encantaría estar allí? —preguntó Lydia—. Sin ninguna preocupación,
sólo con el mar y el viento.

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—Quizá una tarde —respondió Evelyn acariciando el mostrador de roble que


llevaba más de cien años de capas de laca y barniz—. Créeme, por mucho que huyas,
los problemas nunca desaparecen. Al final siempre te los encuentras esperándote.
—Lo sé.
Pero si los ahogaba, pensó Lydia, sería en medio del Atlántico.
Geraldine Dawson subió del sótano. No había dicho nada sobre sus nietos.
—Abajo no hay humedades. Estando tan cerca del agua, siempre es
preocupante, pero está todo seco. Si las hubiera podríamos saber si se ha inundado
alguna vez.
Evelyn apartó una telaraña que se había formado en la esquina de la puerta de
la cocina.
—¿Qué está dispuesta a hacer Marcy para actualizar esos hornos, Geraldine?
—No mucho. Según ella, dice que está dejando un precio tan bueno que tú
puedes cambiarlos.
—No sé si estoy de acuerdo con eso —Evelyn abrió la puerta del primero y lo
soltó de golpe—. Desde luego lo tenemos que hablar.
—¿Qué tal el aparcamiento en verano? —preguntó Lydia.
—A rebosar —dijo Geraldine—, que es lo mismo en todos los locales del puerto.
A Evelyn le corresponde además ese trozo pavimentado de atrás donde caben unos
cinco coches. Y tres más delante, donde los parquímetros.
—Tendré que ahuyentar a los clientes de la tienda de buceo —Evelyn echó un
vistazo al frigorífico y los congeladores—. Me gustan los congeladores, aunque al
principio no necesitaré tanto espacio.
—¿Tienes las llaves de los otros locales, Geraldine? —Lydia intentó recordar a
su suegra que no debía decidir sin ver el resto de los locales en oferta.
A Josh no le haría mucha gracia ver que su madre había entregado su cuenta
bancaria al primer local.
—No creo que sea... —empezó Evelyn, pero Lydia la interrumpió.
—Tenemos que verlos todos.
—Desde luego —Geraldine se sacó las llaves del bolsillo de la chaqueta—. Hoy
estoy a vuestra disposición. Lydia, ¿te encuentras bien para acompañarnos? Tengo
entendido que has estado enferma.
Lydia sonrió a Evelyn, agradeciéndole que no hubiera dado más detalles.
—Estoy bien, gracias.
—¿Estás segura? —Evelyn abrió la puerta de la calle mientras Geraldine
comprobaba las puertas de atrás—. Estos días atrás has dormido muchas horas.

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—Si me canso me sentaré, pero tienes que prometerme que no comprarás nada
sin que yo lo sepa —señaló con la cabeza hacia la parte de atrás—. ¿Qué le has dicho
a Geraldine de sus nietos?
—Nada —Evelyn se acercó un poco más a ellaSólo le pregunté si había oído
algo del instituto. Me dijo que no. No se me ocurrió ninguna manera de preguntarle
por los gemelos sin hablar de ti, así que lo dejé.
Lydia asintió y abrió la puerta. En ese momento volvió Geraldine y las tres
salieron del local.
Evelyn encontró inconvenientes importantes con los otros tres locales que
Geraldine les enseñó. Lydia no estaba de acuerdo con su opinión de que la zona de
público era muy pequeña en el nuevo local junto al muelle de pescadores. Y el
segundo local tenía mucho más espacio para aparcar. Era cierto que un incendio
provocado por un cortocircuito en una antigua peluquería había dejado humedades
y un olor desagradable en el local, pero Lydia quedó prendada con la casita que antes
había sido un anexo del colegio Montessor¡ de la ciudad.
—Aquí estaban las oficinas del colegio, pero no tenían tantos alumnos como
para justificar mantenerlo abierto —explicó Geraldine—. La población está
cambiando. Ahora hay muchos menos niños. La gente joven se va en cuanto puede, o
los que vienen de la ciudad esperan más tiempo a tener hijos.
—Sus nietos viven con usted, ¿verdad? —preguntó Lydia, rodeándose el
estómago con las manos, sin muchas ganas de saber si los nietos de la amable agente
inmobiliaria eran los niños que intentaron destruir la puerta del instituto.
—Los dos van al instituto y los dos están impacientes por largarse de aquí en
cuanto el director les dé sus diplomas.
—Creía que eran más jóvenes, Geraldine —dijo Evelyn.
—Tienen dieciocho años —la mujer titubeó un momento—. Mi hija y su marido
se separaron. ¿No deberíamos hablar del local de los Barker?
—Este sitio me gusta, Evelyn —dijo Lydia, que ya tenía suficiente
información—. Estando al lado del colegio tienes una clientela garantizada. En
cuanto huelan tus galletas, incluso los padres harán cola para merendar después de
clase. Puedes tirar los tabiques y poner un mostrador nuevo como el de Barker's.
—O puede usar el de Barker's cuando compre el café —Evelyn cruzó los
brazos—. Les diremos a Bart y a Josh que vengan a verlos también. Aunque sólo éste
y el de Barker's. Los otros locales quedan totalmente descartados —dijo, yendo hacia
la puerta posterior del edificio con determinación.
Hasta ahora Geraldine había rellenado todos los silencios con detalles
profesionales, pero ahora, después de haber confiado sus problemas familiares,
parecía de lo más incómoda.
—Los árboles ya están perdiendo las hojas —dijo Lydia.
—Los últimos turistas vienen en otoño para ver la caída de las hojas. Durante
unas semanas duplicamos la población —dijo la agente inmobiliaria.

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—¿Sabes qué me parece, Lydia? —dijo Evelyn.


—¿Que este sitio es mejor?
—Que sería perfecto para el bufete de un abogado —Evelyn pasó los dedos por
el escritorio que habían dejado del colegio—. Sobre todo si quisiera compartirlo con
un arquitecto. Habría sitio de sobra para los dos.
—No digas eso.
Lydia miró a Geraldine Dawson. Josh se pondría furioso si creyera que
intentaba manipularlo para volver a Kline.
Evelyn asintió con la cabeza, pero no logró tranquilizar a Lydia. Tomando a
Geraldine del brazo, Evelyn la llevó con ella hacia la puerta.
Lydia las siguió, pero no pudo evitar acariciar la desgastada superficie del
escritorio del colegio. También acarició el marco de madera de caoba de la puerta,
pensando que podía llegar a encariñarse del edificio fácilmente.

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Capítulo 8

EN CUANTO llegó a casa, Lydia se puso un suéter y unos calcetines, salió


afuera y se sentó en la hamaca con un libro. Disfrutando de la luz del sol que se
filtraba a través de las ramas desnudas de los robles apenas tuvo tiempo para
preguntarse cuándo dejaría de necesitar una siesta por la tarde cuando el libro cayó
al suelo. Se quedó dormida diciéndose que enseguida lo recogía.
Josh la despertó, cubriéndola con una colcha.
—Estoy despierta —dijo ella, tratando de hablar como si no se hubiera quedado
dormida en ningún momento.
Lo que era una tontería, dado que Josh probablemente llevaba bastante rato en
casa. Al—menos el suficiente como para haberse dado una ducha. Los últimos rayos
del sol se reflejaban en las gotas de agua de su pelo húmedo.
—Perdona —dijo él.
—Tranquilo. ¿La has traído tú? —preguntó refiriéndose a la colcha mientras
buscaba con una mano el libro caído.
—Mi madre, cuando pensó que podías quedarte fría.
—Hubiera podido quedarme aquí toda la noche. Hacía tiempo que no estaba
tan cómoda.
Miró a su marido con afecto, deseando no estropear el momento, aunque sabía
que tenía que contarle los planes de su madre.
—Tu madre está decidida por Barker's.
—Anoche lo dejó claro.
—Ha dicho que iría a verlo contigo, y el local que hay junto al colegio también.
¿Debía contarle la sugerencia de su madre sobre compartir oficinas? No. Estaba
demasiado contenta y animada. Mejor que se enterara sólo de los planes que tenía su
madre para su regreso a Kline.
—¿Qué hora es?
—Poco más de las cinco. Te he llamado desde el barco.
—Me parece que no tengo batería. Creo que no he cargado el teléfono desde que
llegamos, y se me ha olvidado escuchar los mensajes.
—Mientras te encuentres bien no importa. ¿Cómo te encuentras? —Josh se
apoyó en el árbol a un extremo de la hamaca y dobló la rodilla.
—Bien.
«Demasiado bien», pensó mirándolo. Conocía el cuerpo desgarbado como si
fuera suyo, y el mero hecho de verlo la reconfortaba, igual que el abrazo de la
hamaca y la colcha de su madre política. A veces el matrimonio era así de sencillo.

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—¿Para qué me has llamado? —preguntó ella.


—No estaba seguro de lo que le contó mi madre a la señora Dawson.
—¿Sobre mí? A mí también me preocupaba —Lydia sonrió—. Me alegro de que
te preocupara a ti también, pero tu madre ha sido muy discreta.
Metiéndose las manos en los bolsillos, Josh se balanceó contra el tronco del
árbol.
—Siempre me preocupo. Desde la primera amenaza no he vuelto a mencionarte
en el trabajo —dijo—. Tu nombre no aparece en ninguno de mis papeles. Ni siquiera
te tengo como número de aviso en caso de emergencia.
—¿Por qué no me lo dijiste? Me habría sentido mejor.
—No se me ocurrió —se incorporó—. ¿Crees que te olvido en cuanto salgo por
la puerta de casa por las mañanas? Eres mi esposa.
—Soy tu esposa, pero necesito un poco más de información sobre nosotros.
—¿Te refieres a nuestro futuro?
Ella asintió.
—Intento tener paciencia.
Josh se apartó del árbol y se arrodilló a su lado. Le tomó la mano y le besó la
palma. Después apoyó la mejilla en ella.
—¿Estaremos bien?
—Quiero mucho más que eso —se movió hacia él—. Antes me conformaba con
estar bien, pero los dos hemos congelado nuestras dudas. Necesitamos amor de
verdad y un matrimonio de verdad. Nos lo merecemos.
Detrás de ellos se abrió la puerta de la casa.
—Un momento, mamá.
Un segundo después, la puerta volvió a cerrarse. Josh la besó con fuerza en los
labios, como un hombre que reclama a su esposa.
—Quiero lo mismo que tú.
El tono firme de su voz rompió el duro caparazón que Lydia había intentado
formar a su alrededor mientras se alejaba difuminándose de su vida. Aquel hombre
significaba demasiado para ella.
—Incluso lo estoy intentando con mis padres por ti. Quizá tenga al bebé, a mis
padres y a Clara mezclados en mi mente. No sé qué vendrá después, pero no quiero
que te vayas de mi lado.
Eso era lo último que ella deseaba.
—No lo haré a menos que me obligues.
Tenía que confiar en él. Podía haber admitido que todavía lo quería. Pero
incapaz de creer que la felicidad estuviera tan cerca, adoptó de nuevo una actitud de
distancia para protegerse.

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Apartó la colcha y casi sin fuerzas se puso en pie.


—Después de tantos días acostada, no estoy en forma.
—¿Qué quieres decir? —preguntó él preocupado, pasando de las manos por el
cuerpo, como buscando alguna lesión.
—Me duele todo el cuerpo —dijo ella. Estremeciéndose, rodeó con los brazos al
cuello de Josh y lo besó en los labios, en una casta promesa de empezar de nuevo.
La pasión la conocían. Necesitaban sentimientos más profundos que no
desaparecieran o se congelaran en un invierno nuclear de dolor por el hijo que
habían perdido.
Josh la abrazó y su aliento se aceleró.
—Te he echado de menos.
—Yo también.
Josh le apartó el pelo de la oreja y la besó en la base de la garganta.
—Será mejor que entremos. Mi madre creerá que estamos peleando.
Se hizo con la colcha y Lydia sujetó el otro extremo. Juntos la doblaron. Cada
vez que sus dedos se rozaban, Lydia deseaba perderse en los brazos de Josh.
Si él detestaba la idea de perderla tanto como ella a él, ¿por qué no seguían
hablando? El distanciamiento entre ellos era tan natural como las malas hierbas en
un jardín abandonado.
Josh abrió la puerta de la cocina.
—Estamos aquí, mamá.
Lydia pasó la primera, rozándole la cintura con la mano.
Evelyn levantó la mirada de la ensalada que estaba preparando. En la cocina
había salsa para espaguetis, mientras que en la encimera había una barra de pan de
ajo y un cuenco de queso parmesano recién rallado.
—Estoy muerta de hambre, Evelyn.
—La cena está casi lista. Tu padre ya ha vuelto de la ferretería, Josh. ¿Te
importaría ayudarlo a bajar la pintura del coche?
—¿Pintura?
Lydia levantó la cabeza.
—Creía que hoy habíais trabajado juntos en el barco. ¿Qué hacía tu padre en la
ferretería?
—Ha ido mientras yo estaba en la ducha —dijo Josh, a la vez que se acercaba a
la encimera y se llevaba un tomate cherry a la boca—. ¿Qué quiere hacer, mamá?
—Ha pensado que a lo mejor querías ayudarlo a pintar el establo.

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—¿Que yo querría? —repitió Josh mirando a su madre—. ¿Te has dado cuenta
de lo grande que es? Y una conversación mientras pintamos no nos hará mudarnos
aquí.
Lydia soltó una carcajada.
—Te estás arriesgando con una apuesta muy alta, Evelyn.
—No sé qué os parece tan gracioso. Tu padre se está haciendo mayor, y ya no
puede hacerlo todo solo.
Lydia no sabía si estar de acuerdo con su madre política: Bart no debía de tener
más de cincuenta y cinco o cincuenta y seis años. Josh soltó una carcajada divertida.
—Mamá, mi padre todavía podría darme una buena paliza si quisiera.
—¡Josh! —exclamó Evelyn, fingiendo escandalizarse.
—Está bien, me rindo. Me muero de ganas por pintar el establo —entregándole
la colcha a Lydia, salió para ayudar a su padre.
Evelyn se hizo con la colcha de los brazos de Lydia.
—¿Me he salido con la mía o no?
—No estoy muy segura —dijo Lydia—. Sabe perfectamente lo que estás
tramando.
—Nunca ha colaborado mucho en las cosas de casa. No porque sea un vago,
sino porque nunca se ha quedado el suficiente tiempo.
—Lo sé.
Lydia lo había acompañado en todas las visitas a sus padres de los últimos cinco
años. Conocía la estructura de las relaciones familiares de los Quincy tan bien como
la de los edificios en los que había trabajado como arquitecto.
—¿Crees que está empezando a bajar la guardia?
Para Lydia, Josh estaba planteándose distintas elecciones para salvarse de su
propio resentimiento.
—El establo tiene cuatro paredes, Evelyn. ¿Cómo sabes que no se las dividirán?
—Aguafiestas. Su padre procurará que todo vaya según el plan.
—Deja de intentar manipularlo. Tu hijo se merece algo mejor.
—Todos nos merecemos algo mejor.
—No quiere volver a vivir aquí —dijo Lydia.
Y sin embargo para ella Kline era cada vez más el lugar que consideraba su
hogar.
—Ya veremos —Evelyn señaló un montón de platos, cubiertos y servilletas—.
¿Te apetece poner la mesa?

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—Puede que Lydia tuviera razón, Bart —Evelyn se volvió del tocador
terminando de untarse la crema hidratante en la cara—. Debo dejar de manipular a
nuestro hijo.
—No hables tan alto, cariño. Una cosa que hemos aprendido esta vez es que
oyen todo lo que decimos.
Evelyn compartió una cálida sonrisa con su marido y deseó que Josh y Lydia
pudieran encontrar la misma confianza mutua que Bart y ella habían luchado tanto
por conseguir. Sin resquicios.
—Josh se dio cuenta de lo que estaba intentando el primer día que llegaron —
continuó ella frotándose los restos de crema hidratante en los codos—. Hoy parecían
estar mejor.
Bart dejó el libro sobre el pecho y se quitó las gafas.
—Se sienten más a gusto juntos. ¿No es esto más importante que lo que
queremos nosotros, cariño?
Josh y Lydia vuelven a llevarse bien. Será mejor que los dejemos tranquilos para
que solucionen sus problemas.
—Te va a ayudar a pintar.
—Todavía no hace falta. No desesperes.
—Sí, me ha entrado miedo. Lydia estaba tan animada que de repente se me ha
ocurrido que quizá quiera volver a casa y que nosotros volveríamos a la situación de
antes con Josh.
—No podemos cambiarlo. Hasta ahora le he seguido la corriente, pero seamos
sinceros. Sólo queremos que nuestro hijo vuelva a ser parte de la familia, no tenemos
que engañarlo. Los engaños no darán ningún resultado.
—Tampoco la sinceridad los ha dado en todos estos años. No entiendo por qué
ha decidido ayudarte, sabiendo que yo te estaba presionando —Evelyn se acercó a la
cama y ahuecó la almohada—. Ha visto el granero y ha tenido que darse cuenta de
que lo pintamos hace apenas un par de años.
—Nuestras manipulaciones no tienen nada que ver con eso —dijo Bart,
suavizando el tono de voz—. Josh ha perdido un hijo. Lydia y él están mucho más
cerca de la separación de lo que jamás pensamos. Y cuando sabes lo que estás
perdiendo se aprecia mucho más el valor de la familia.
—Lo sé, créeme, pero creo que hay algo más. Creo que también discuten por
nosotros. Cada vez que intento sonsacarle algo a Lydia, se cierra por completo, pero
puedes estar seguro de que Josh no habría venido si Lydia no lo hubiera obligado a
hacerlo.
—Déjalo por hoy, Evelyn. Ven a la cama —Bart dejó el libro en la mesita de
noche.
Evelyn levantó la ropa de cama y se acurrucó a su lado.
—Estás caliente.

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—Tengo razón con Josh. No lo presiones más. Déjale que decida qué es lo que
quiere de nosotros.
—Pero creo que está funcionando.
—Evelyn.
—Está bien, pero prefiero hacer algo en lugar de esperar a que las cosas ocurran
por sí solas.
—¿Porque así tienes la sensación de tener el control?
—¿Estás diciendo que no lo tenemos?
Normalmente Bart era el más sensible, aunque nunca presumía de ello. Evelyn,
por el contrario, solía embarcarse en una situación y cruzar los dedos y esperar que
todo saliera bien.
—¿Y si se van mañana? No quiero hablar con Josh sólo porque se queda aquí
por Lydia o porque tú la has convencido de que me ayude a pintar.
—Está bien, lo dejaré en paz, pero ¿te importa que le pida que venga a echar un
vistazo a. los locales conmigo?
—Pídeselo, claro, pero no intentes convencerlo de algo que no quiere hacer.
Bart apagó la luz y Evelyn se acurrucó entre sus brazos. Muchas noches
recordaba lo terrible que fueron las noches de dos años enteros sin él, llorando por su
hija y echando de menos a su hijo, que estaba siendo obligado a trabajar como un
esclavo en una granja láctea. Todo por su culpa y la de Bart.
—Cualquiera pensaría que los remordimientos nos unieron más después de lo
que pasó —dijo ella.
—¿Con quién si no hubiéramos podido hablar?
Cualquiera nos lo reprocharía tanto como nos lo reprochábamos nosotros, y
nadie podría saber lo mucho que lo sentíamos, o el miedo que teníamos por Josh.
—Te quiero, Bart, y voy a confiar en mis instintos con él.
Su marido le besó en la cabeza.
—Espero que tus instintos no se equivoquen.

A la mañana siguiente, Lydia estaba viendo las noticias en la tele cuando salió
un reportaje sobre un incendio en el laboratorio de ciencias del instituto.
Se levantó y el plato de huevos cayó al suelo.
—¿Josh?
—¿Eh? —rodeado de documentos, Josh no le prestó atención hasta que oyó el
estrépito del plato contra las baldosas.
—El instituto. Alguien entró anoche.

Digitalizado por Nosotras Nº Paginas 82-160


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—¿Cómo lo sabes?
—Mira, mira —Lydia giró la pequeña televisión de la cocina en su dirección y
después limpió los huevos.
Un hombre trajeado estaba hablando de tormentas en alta mar que iban a hacer
subir la marea.
Josh levantó los papeles sin comprender.
—Volverán a decirlo. ¿Y si han sido esos chicos?
—Éste es un delito mucho más serio. Te aseguro que Simon tiene un buen
problema entre manos.
—Me refería a si han sido los nietos de Geraldine.
—¿Podrías haberlos identificado?
—Ya te dije que no les vi bien las caras. A lo mejor si alguien les hiciera ponerse
la misma ropa y correr por el patio del instituto otra vez podría....
—Eso es algo que Simon nunca hará —Josh volvió a concentrarse en los
documentos—. Tú hiciste lo que tenías que hacer.
—¿Entonces por qué no me lo puedo quitar de la cabeza?
—Porque no quieres ver a esos chavales en líos, pero te preguntas si deberías
haber hecho más.
—¿Quién está psicoanalizando a quién ahora?
—¿Qué quieres hacer, Lydia?
—Estoy pensando en llamar a Simon.
—No permitiré que ponga a los nietos de la señora Dawson a correr por el patio
del instituto para ver si los reconoces —le advirtió Josh—. ¿De qué te ríes?
—De que la has llamado señora Dawson, como si todavía estuvieras en el
instituto.
—Para mí el tiempo en esta ciudad se detuvo el día que me fui a la universidad.
—Está teniendo mucha paciencia con tu madre, Josh. No te puedes imaginar lo
difícil que se puso ayer.
—Sé lo que quiero —dijo Evelyn desde la puerta—, y no veo por qué tengo que
perder el tiempo o hacérselo perder a Geraldine mirando otros locales que sé a priori
que no me interesan.
—Porque no puedes realizar una compra de esta envergadura sólo con el
corazón, mamá.
—Voy a invertir el dinero de tu padre y mi dinero en ese local y en este negocio.
Si no lo hago con el corazón, tendremos problemas de verdad.
Lydia apenas prestaba atención al intercambio entre madre e hijo.
—Voy a ir.

Digitalizado por Nosotras Nº Paginas 83-160


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—¿Adónde? —preguntaron Josh y Evelyn a la vez.


—Al instituto. Todavía están los bomberos, y el instituto está cerrado. A lo
mejor están los chicos que vi y puedo reconocerlos.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Evelyn.
—Anoche alguien entró en el instituto y prendió fuego al laboratorio.
—¿A todo el laboratorio?
—No lo sé, pero han dicho que los daños son importantes.
—No puedes acusar a los nietos de Geraldine sin pruebas.
—He intentado no hacerlo, Evelyn, pero esto es grave.
—Ni siquiera sabes que hayan sido los mismos chicos que viste —Evelyn sacó
una taza del armario—. Deja que me tome un café y voy contigo.
—Voy a ducharme y vestirme. Si quieres venir, estate preparada cuando lo esté
yo.
—Espera —dijo Josh—. Si son culpables y creen que los puedes identificar no
quiero que te vean.
—Tú fuiste quien dijo que eran niños.
—Estaba equivocado—dijo él—. No vayas.
—Voy a ir.
—Mamá, si quieres venir, prepárate. Nos vamos enseguida.
Lydia no podía entender el poco sentido común que estaba demostrando su
marido.
—Ni se te ocurra. Tu madre no importa, Josh, pero aquí todo el mundo sabe que
eres abogado. Si te ven, pensarán que voy a por ellos.
—¿Y por qué vas tú?
—Sólo quiero saber qué ha pasado. ¿Evelyn?
—Dame un segundo. Josh, creo que Evelyn tiene razón —dijo ella, tras beber un
sorbo de café.
Josh las miró, y Lydia se dio cuenta de que lo que estaba pensando era por qué
él era incapaz de hacerles hacer lo que él quería, todo lo contrario que ocurría con él.
—Tengo que hablar con la señora Dawson. —¿Sobre sus nietos? —Evelyn dejó
la taza—. No puedes.
—Sobre tus ambiciones inmobiliarias. Necesito saber más sobre escrituras y
títulos. Ya sabes lo confuso que puede ser en una ciudad como ésta —dijo él,
consciente de que la legislación inmobiliaria en Nueva Inglaterra era tan complicada
y retorcida como su historia—. Si menciona por casualidad que sus nietos llegaron a
casa oliendo a gasolina o cubiertos de piel, no, no la interrogaré.

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—Sí, seguro que te dirá eso —dijo Evelyn riendo aliviada a la vez que empujaba
a Lydia hacia el pasillo—. Vístete antes de que tu marido haga alguna tontería.
—Creerán que mi madre te acompaña para ayudarte a identificarlos.
—Voy porque alguien tiene que quitarte a esos chicos de encima si son
culpables y creen que lo sabes.
—Pero yo no estuve en el instituto anoche. No sé nada del incendio.
—¿Y crees que eso importará mucho a dos adolescentes frustrados y furiosos
porque sus padres los han abandonado y ahora se dedican a aporrear la puerta del
instituto con un bate de béisbol y, aparentemente, prenderle fuego?
—No me asustes.
Lydia no quería que los gemelos fueran culpables, pero no podía evitar pensar
en la posibilidad de reconocerlos.
Los jurados tenían que estar seguros. Y los testigos también. Si alguien hubiera
adivinado las intenciones de Vivian Durance y no hubiera dicho nada, para Lydia esa
persona sería tan culpable como Vivian.

¿Qué clase de idiota dejaba a su esposa meterse en una situación peligrosa


porque ésta tenía remordimientos tanto por hacer demasiado como por no hacer
suficiente?
—Maldita sea —masculló Josh a la televisión—. ¿A quién le importa la maldita
reina del maíz de Iowa?
Por la pantalla fueron pasando diferentes reportajes comerciales de los
productos más innecesarios, como el de la manguera de jardín que no se congelaba ni
siquiera en el frío invierno de Maine.
—¿Qué hay, Josh?
Su padre nunca se levantaba tan tarde. Al menos que Josh supiera.
—Alguien prendió fuego anoche al laboratorio del instituto y mama y Lydia
han ido a hacer de detectives.
Su padre volvió la televisión para mirarla.
—¿Han salido en la tele?
—No. No me han dejado acompañarlas.
—¿Que no te han dejado? ¿Has perdido el juicio? —preguntó su padre,
llevándose las manos al cinturón de la bata para quitársela.
—Espera. Tenían razón. Dos mujeres entre los curiosos no resultan tan
amenazadoras como un hombre. Si vamos tú y yo y miramos a los gemelos Dawson
como si fueran los próximos Frank y Jesse James, Simon podría llamar a Lydia a
declarar.

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—¿Y tenemos que esperar aquí?


—Mientras podamos soportarlo.
—Vamos a pintar el establo.
Josh suspiró con frustración.
—No creo que el trabajo logre distraemos esta vez, papá. Llamaré a la señora
Dawson.
—¿Para preguntarle si los gemelos...?
—No, para hablar del local de mamá —la interrumpió Josh sacando unos
papeles y levantándose para llamar por teléfono.
—¿Cómo puedes dejar a tu madre y a Lydia solas en medio de toda esa gente
sin protección? —dijo Bart, señalando una imagen del instituto con camiones de
bomberos y un montón de padres y alumnos ansiosos.
—¿Crees que no habrá policía?
Su padre se inclinó hacia delante para ver mejor la imagen.
—No veo a Simon por ninguna parte. Espera, ahí hay un coche patrulla.
—Papá, estoy preocupado. No es lógico, pero teniendo en cuenta lo ocurrido...
Josh marcó el número de Geraldine. El teléfono sonó durante un largo rato, pero
nadie respondió.
—No está en casa —miró a su padre—. No significará que está en la comisaría,
¿verdad?
—Como si tenemos que ponemos barbas postizas —dijo el padre con una atisbo
de temor en la voz, incapaz de seguir esperando de brazos cruzados—.
Quiero estar seguro de que mi esposa no está en peligro.
El temor de su padre aumentó también el de Josh.
—Vamos, papá. No dejaremos que nos vea nadie, ni mamá y Lydia tampoco.

Llevaban la misma ropa que la noche que golpearon la puerta del instituto. Dos
chicos gemelos, altos y morenos como los muchachos del sábado, merodeaban entre
los presentes.
Lydia no tuvo que preguntar si eran ellos, pero fingió no verlos.
—¿Reconoces a alguien, Lydia?
Lydia se sobresaltó. Simon Chambers acababa de materializarse a su lado como
de la nada. Andaba como un espía, probablemente para intentar sorprender a los
obstinados adolescentes o a algún testigo anónimo de lo sucedido.
—¿Tienes idea de quién ha podido hacerlo? —preguntó ella.

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—Dado que no tengo pruebas, no quiero contaminar la investigación, pero


tienes que reconocer que no es una coincidencia.
—Probablemente no.
—¿Qué le estás diciendo a mi nuera, Simon?
—Nada, Evelyn. ¿Qué haces aquí? ¿No serás el perro guardián de Lydia?
Evelyn se echó a reír y Lydia tuvo que hacer un esfuerzo al ver las dotes
artísticas de su madre política. Sin duda el mundo había perdido una excelente
actriz.
—Mírame —dijo Evelyn a Simon, señalando su fragilidad—. Lydia estaría más
segura con un cachorro.
—Avísame si ves a alguien que te inquiete —dijo Simon.
—Por supuesto —dijo Lydia, adoptando la misma actitud de inocencia que
Evelyn—. ¿Me avisarás si tienes pruebas antes de obligarme a identificar a un
sospechoso?
—Se nota que llevas mucho tiempo con Josh.
—Gracias.
—Voy a hacer una visita a la señora Dawson —dijo Simon a modo de
despedida.
—Déjala en paz —dijo Evelyn, revolviéndose con rabia y volviendo a ser ella
misma.
Simon la estudió con curiosidad y después miró a Lydia, que procuró ocultar su
extrañeza ante la agresiva reacción de Evelyn.
—Ahora me toca a mí darte las gracias—dijo Simon a Evelyn con expresión de
haber confirmado sus sospechas.
Simon se alejó de ellas perdiéndose entre los presentes. Evelyn tomó a Lydia del
brazo.
—¿Qué he hecho?
—Defender a una amiga.
—Y ponerla en el punto de mira de la policía.
—No van a acusar a Geraldine ni a nadie.
—Supongo que no. Pero no me fío nada de ellos.
—Lo entiendo.
—Vamos a verla.
—Puede que no esté en casa —dijo Evelyn—. ¿Te quedarías en casa esperando a
que la policía fuera a buscarte si creyeras que tus nietos son los responsables de un
delito como éste?

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—No lo sé. Ni siquiera sé qué debería hacer —Lydia se volvió hacia la plaza—.
Vamos a dar un paseo. A lo mejor encontramos a Geraldine trabajando por la zona.
Antes de alejarse mucho, Lydia vio Josh rezagado entre un grupo de hombres.
Su cabeza sobresalía por encima de las de los demás, con lo que le era imposible
pasar desapercibido. Estaba en una esquina cerca de una iglesia, y a unos dos o tres
metros, su padre intentaba esconderse detrás de un poste de teléfono.

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Capítulo 9

EVELYN, nos están siguiendo.


—¿Qué? ¿La poli?
—Peor que la poli. Tu marido y el mío.
—¿Dónde?
Lydia señaló hacia la iglesia.
—Cerca de la iglesia. Es evidente que están intentando pasar desapercibidos.
Evelyn soltó una carcajada.
—Están preocupados por nosotros. No te rías cuando lleguemos a su lado.
Pueden ayudamos a buscar a Geraldine. Es posible que necesite a Josh si sus nietos
son los responsables.
—Es la primera vez que la idea de que Josh defienda a alguien no me disgusta.
—¿Los has visto junto al instituto?
—¿A quién? —preguntó Lydia, como si no supiera a quién se refería.
Evelyn ni siquiera se molestó en responder.

No encontraron a la señora Dawson en la plaza. Tampoco estaba en su


despacho, ni respondía al teléfono de casa. Josh sugirió que estaban exagerando y
por fin se rindieron. Después de comer en un restaurante de langostas volvieron a
casa. Josh y su padre fueron a recoger la cocina, pero Evelyn no se lo permitió. Le
gustaba hacer las cosas a su manera.
Después Evelyn preguntó a Lydia si quería aprender su receta de galletas. A
Lydia le encantó la sugerencia.
¿También era parte de su plan?, se preguntó Josh. ¿Para que viera a su esposa
hecha toda un ama de casa de los años cincuenta mezclando masa para galletas en un
cuenco enorme?
—Papá, el granero está esperando una capa de pintura.
—Puede esperar hasta mañana.
—¿No fue por eso que decidimos no salir hoy a pescar?
—Sí.
Josh ya estaba subido en una escalera y pintando cuando su padre apareció en
el granero.
—¿Cuándo comprarás una pistola de pintar, papá?
—Cuando no me apetezca invertir una semana en hacer bien el trabajo.

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—Sabes utilizarla, ¿no?


—No, y no quiero aprender —otra escalera golpeó contra la pared junto a
Josh—. ¿Por qué te has puesto a pintar así, como si quisieras vengarte del granero?
—Sólo quiero terminarlo cuanto antes. Lydia está mucho mejor. Volveremos
pronto a casa.
—¿A casa?
—Para decidir dónde iremos después.
—Hijo, ¿vas a dejar tu trabajo?
Su padre no debía de ser la primera persona en saberlo. Lydia ya debía de saber
que él no permitiría que ella lo abandonara por un trabajo. Pero lo que no sabía era
que él necesitaba estar con ella por encima de todo.
—Prefiero hablar del granero, papá. Me parece que ya no me queda paciencia
para otro sermón.
—Hay gente que no considera los consejos paternales como sermones.
—Yo sí.
—Entonces deja que te diga una cosa: te estás dejando trozos sin pintar.
—Buen consejo.
Josh pintaba cada vez mejor y más deprisa, irritado consigo mismo por hacerlo,
pero más porque aquella mañana había temido seriamente por la seguridad de
Lydia.
—¿Estamos echando una carrera? —preguntó su padre después de media hora.
—No te entiendo.
Pero apenas hablaron y cuando oscureció ya habían terminado una de las
paredes del establo. A Josh le dolían los brazos.
—Esto es una pérdida de tiempo —le dijo mientras limpiaban los cepillos—.
Estás perdiendo una buena pesca por pintar. Una pistola te ayudaría a volver al
trabajo enseguida.
—Así me gusta más. Puedes ver todo el proceso con más calma —dijo su padre.
Se lavó las manos una última vez y después de secárselas dio unas palmaditas
en el hombro a su hijo.
—Y mi hijo y yo hemos conseguido pintar toda una pared de un establo que
lleva en la familia más de cien años.
—¿Éste?
Bart asintió.
—No me importa reconocer que soy un romántico.
Me gusta la historia. Me gusta hacer esto contigo por lo que implica.

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A Josh le gustaría ser como su padre. Fue uno de los momentos más extraños y
fuertes de su vida.
—Papá, tengo que terminar aquí. ¿Puedes decirle a Lydia que venga?
—Sí, claro.
En unos minutos, Lydia entró por las puertas dobles del antiguo establo
reconvertido en garaje y corrió hacia él.
—¿Qué ocurre?
No era propio de ella esperar lo peor.
—Quería hablar contigo.
—¿Ya te has cansado de pintar, pescar y pasear por las calles de Kline? —Lydia
hizo una pausa para respirar—. ¿Quieres volver a Hartford?
Josh se limpió las manos y los brazos con uno de los trapos de su padre que
después echó a un cubo detrás del fregadero.
—No —dijo—. Quiero encontrar un sitio nuevo para vivir, un lugar donde
pueda ser feliz y donde pueda encontrar un trabajo que me guste y que no te asuste.
Lydia abrió mucho los ojos. Esbozó una media sonrisa pero enseguida volvió a
ponerse seria. Por fin, se apoyó en el taburete junto a la mesa de trabajo de B art.
—¿Qué?
—Hoy cuando te has ido sabía que estabas a salvo. En el fondo no creía que dos
niños, o cualquier niño, pudiera hacer daño a una mujer adulta que pasa por su
instituto cuando están haciendo algo que no deben.
—¿Y si han sido ellos los que han provocado el incendio?
Josh se detuvo y la miró.
—,Los has visto?
—Es posible que haya visto a los chicos del sábado. Son gemelos, y estaban
merodeando por los alrededores del instituto.
—Eso no significa que sean culpables.
—No —coincidió ella—, pero tampoco que no lo sean. ¿Por qué te ha hecho eso
cambiar de idea sobre Hartford?
—Pensé que era mi paranoia. Estaba tan preocupado por ti que no podía pensar
en nada más. Hoy me he dado cuenta de cómo te sientes, y quiero pedirte perdón
por no haberlo visto antes. Por lo visto, soy un inútil incapaz de entender una
situación sin haberla vivido antes.
—¿Pero ahora la entiendes?
—¿No habrás cambiado de idea?
—No volveré a poner los pies en esa casa si puedo evitarlo.
—Yo me ocuparé de venderla.

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—No quiero que hagas tú todo el trabajo —dijo. De repente se apartó del
taburete y se pegó a él¿Nos vamos?
Cuando por fin salió del sistema de casas de acogida juró que nunca volvería a
huir de nada ni de nadie. Pero lo haría para salvar Lydia. Mirándola a los ojos,
sintiendo que partes de sí mismo desaparecían, la sentó de nuevo en el taburete.
—Josh.
Con un dedo en la barbilla le alzó la cara. Ella separó los labios, anticipando el
beso. Él lo supo por la respiración acelerada y el brillo en sus ojos. La besó y la sacó
de la oscuridad y de los miedos que se la habían arrebatado.
Lydia lo besó como no lo había besado en años, con pasión y seguridad, no con
la desesperada necesidad de olvidar que ahora él reconoció en otros besos del
pasado.
Por fin, Josh terminó el beso y permanecieron abrazados y jadeando.
—Ya era hora —dijo Lydia con una sonrisa—. Tengo que llamar al trabajo y
decirles que no vuelvo, para que busquen alguien que ocupe mi lugar.
Josh se echó a reír, sorprendido ante la inesperada sensación de felicidad.
—No puedo creer que te resulte tan fácil dejarlo, pero me alegro de que estemos
bien —dijo él sobre su pelo.
Un ruido le hizo levantar la cabeza. Un coche, acercándose veloz por el sendero
de piedra que conducía a la casa antes de que él pudiera recordarle que siempre sería
un abogado defensor. Apartándose de Lydia, Josh miró por la ventana más cercana.
—No me sorprende demasiado. Es la policía.
Lydia bajó del taburete y al hacerlo casi se cae. Él la sujetó.
—No tengas miedo —dijo él—. A menos que hayan encontrado sus huellas
dactilares en algún producto incendiario, lo normal es que sospechen de dos
muchachos que por lo visto hasta ahora se han dedicado a cometer delitos menores
como arrancar el césped de los juzgados y meter jabón en todos los coches de policía.
Simon tiene que preguntarse si ya han decidido pasar a delitos mayores.
—Oh, Dios, y todo porque yo fui a la policía.
—Creía que no estabas lo bastante segura como para identificarlos, Lydia.
—Los chicos que he visto hoy llevaban la misma ropa que los que vi el sábado
—Lydia se volvió hacia las puertas—. ¿Tengo que hablar con ellos?
—Si no lo haces, será peor para los Dawson. Diles la verdad.
—Seguro que la mayoría de los chavales tienen el mismo chándal del instituto.
—¿Chándal del instituto? —Josh se la llevó hacia la puerta—. Te recomendaría
que te lo pensaras dos veces antes de identificar a alguien basándote en el chándal
que usan todos los que participan en algún deporte de equipo. Es un testimonio
inútil.

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—No quiero que se queden sin castigo, si es que se lo merecen, Josh, a pesar de
que puedo imaginar las devastadoras consecuencias para la familia si la policía los
detiene. Geraldine parece muy frágil y eso la afectaría profundamente.
—Pero sacarlos del apuro no los ayudaría —dijo él—. Si han sido ellos, tendrán
que tener un castigo u otro.
—Está bien. Hablaré con ellos.
Cuando Lydia abrió la puerta Simon se dirigía hacia el establo con pasos firmes.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella. —Nada.
—Me gustaría hablar contigo —tendió la mano a Josh—. Me alegro de verte.
Josh se portó como si se alegrara de ver a su antiguo compañero de estudios.
—Vamos a casa —lo invitó Josh señalando la casa de sus padres—. Mi madre
siempre tiene una cafetera recién hecha.
Simon echó a andar el primero seguido de Josh y después de Lydia, que se
alegró de poder rezagarse un poco. Cuando llegaron a las escaleras del porche, Josh
tomó a Lydia de la mano y la retrasó un poco mientras Simon entraba a la cocina.
—Tranquila, dile lo que crees. No mientas.
Lydia se volvió para mirarlo.
El sonrió.
—Nunca te he visto mentir. Será mejor que entremos antes de que crean que
estamos hablando sobre tu testimonio.
—Es fácil para ti tomártelo tan a la ligera. No eres el que está a punto de
arruinar la vida de un par de chavales.
—Seguramente fueron ellos los que viste queriendo colarse en el instituto. Eso
no arruinará sus vidas.
Cuando entraron en la cocina, Simon ya estaba removiendo el azúcar en la taza
de café humeante que Evelyn le había dejado en encimera.
—Me alegro de que os hayáis decidido a entrar por fin —dijo el policía con
sarcasmo.
—Venga, Simon. Mi mujer nunca trata con la policía. Te dijo que había visto
algo y ahora vienes a interrogarla a pesar de que no sabe nada del incendio de
anoche.
—No estamos ante un tribunal, Josh.
—Dispara, Simon —dijo Lydia, sentándose frente a Josh en la mesa.
No quería dar la sensación de necesitar su apoyo.
—¿Has visto hoy a los chavales del sábado por los alrededores del instituto,
Lydia?
Lydia sintió el impulso de mirar a Josh o a Evelyn. Su familia, que ahora era
también la de ella, sufrió antes y después de que el sistema se ocupara de intentar

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corregir los problemas en su casa. Lo peor fueron los años que Josh pasó con su
familia de acogida.
—Si estuviera segura no dudaría en decírtelo. Hoy he visto bastantes chicos que
se parecían mucho a los del sábado, pero no lo puedo asegurar con certeza.
—Ésa es la respuesta típica para un juicio por asesinato. Yo estoy buscando a los
sospechosos de un incendio provocado en el instituto.
—No puedo ayudarte —dijo ella.
—Esto es una ciudad pequeña. Ya he hablado con ellos sobre algunas de sus
gamberradas —dijo Simon—. Hasta puedo verle la gracia a lo del jabón en los coches
patrulla, pero incendiar el instituto...
—Aunque hubieran sido ellos los que intentaron entrar, no sé nada del incendio
—Lydia miró a Josh y en lo más profundo de sus ojos vio admiración—. Ésa noche
no estuve allí.
—Sólo quiero hablar con ellos, Lydia. Es posible que no sean y tú puedes
ayudarme a descartarlos. —Lo siento, no puedo ayudarte.
Josh se levantó.
—Te acompañaré al coche, Simon.
—Un momento —Simon bebió el café despacio, ofreciendo a Lydia tiempo de
sobra para pensárselo mejor—. ¿Cómo te sentirás si no me dices la verdad y la
próxima vez alguien resulta herido? Cada vez son más peligrosos.
—Los remordimientos no me dejarían vivir, pero sería peor elegir a dos chicos
que se parecían a los que vi y acusarlos de algo que no han hecho.
Simon recogió la gorra que había dejado en el respaldo de una silla.
—Supongo que no puedo discutir eso —se puso la gorra—. Aunque me
gustaría. Recuerda que esto es una ciudad pequeña y hay mucha gente que sabe lo
que viste.
—¿Estás amenazando a mi esposa, Simon?
—No quiero que ninguno de los dos os sintáis personas non gratas aquí.
Josh hizo un gesto hacia la puerta. Simon salió sin decir nada más. Josh lo
siguió. Lydia estaba nerviosa.
—De esto ha salido una cosa buena —comentó Evelyn—. Ahora miras a Josh
como si te importara.
Josh y ella todavía tenían que acordar los detalles de lo que querían, pero ahora
él le había dado nuevas esperanzas por primera vez.
—Siempre me ha importado —dijo ella—, pero me gusta tenerlo en mi rincón.
Era así de sencillo. Josh podía expresar con palabras su deseo de salvar su
matrimonio hasta la saciedad, pero ahora lo había expresado con actos.

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La puerta se abrió y Josh entró de nuevo. Sin pensarlo, Lydia corrió a él y lo


abrazó, pegándose a él y haciéndole sentir los latidos de su corazón.
—¿Qué?
Josh la abrazaba con tanta fuerza que apenas podía respirar.
—Estoy contenta.
Sujetándole el pelo con la mano, él le echó suavemente la cabeza hacia atrás.
—¿Por mí?
—Por supuesto.
Lydia recordó que sus suegros estaban detrás de ellos y se volvió. Pero ya no
había nadie.
—Oh, se han ido.
—Huyen a la primera muestra pública de afecto —dijo él, y se inclinó hacia ella
para mostrárselo un poco más.
Detrás de ellos sonó el teléfono. Lydia lo miró y él la soltó.
—Deberíamos ir arriba.
Evelyn entró en la cocina mirando a todas partes excepto a ellos.
—Perdonad —dijo—. Sólo tenemos este teléfono y el de nuestro dormitorio —
descolgó el auricular. Era Geraldine—. No, no pasa nada —dijo, apoyándose contra
la encimera con las mejillas encendidas—. ¿Lo hay contigo? —escuchó un momento y
después miró a su hijo—. No, no sé nada de eso. Lydia vio a unos chavales junto al
instituto, pero nunca ha dicho que fueran Mitch y Luke. Insiste en que no puede
identificar a los jóvenes que vio.
Lydia sintió náuseas. Josh la abrazó por la cintura.
—Bueno, tengo que preguntarte si sigues queriendo ayudarme, Geraldine —
dijo Evelyn, cada vez más sorprendida por la respuesta de la mujer—. Se lo diré a mi
hijo. Podemos volver a verlo —estiró el brazo para ver la hora—. ¿Mañana por la
mañana a las siete y media? Bien, nos vemos allí. Te llamaré si surge algo —colgó en
el momento en que Bart entró en la cocina—. Tenemos que pensar bien lo del local.
Alguien ha hecho una oferta por el café de los Barker.
Sólo Bart habló.
—¿Ha dicho algo de Lydia?
—Oh, sí. Me ha preguntado si los rumores eran verdad. Por lo visto dicen que
Lydia vio a unos chicos tratando de entrar en el instituto del sábado y que había
dicho que eran los gemelos.
—¿Y tú qué le has dicho? —quiso saber Bart.
—¿Acaso tienes que preguntarlo? Le he dicho que Lydia no puede identificar a
nadie. ¿Vendrás conmigo por la mañana? —preguntó Evelyn a su nuera.
Pero a Josh no le parecía una buena idea.

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—Mamá —dijo Josh—, prefiero que Lydia no vaya.


—Si hay rumores prefiero no ir —dijo Lydia, pensando en todas las veces que
Josh se sintió como un espectáculo, observado por todo el mundo—. Ve con tu
madre.
Evelyn se pasó una mano por el pelo.
—Quiero ese local, Josh, pero estoy dispuesta a escuchar tus argumentos si
tienes alguno. Si no, le diré a Geraldine que haga una oferta en mi nombre.
—No soy agente inmobiliario. No conozco el valor del local y además, ¿qué
importa mi opinión?
—Tu padre y yo lo hemos visto muchas veces. Lydia también lo ha visto. Tu
opinión es importante aunque no estemos de acuerdo. Reconozco que estoy haciendo
esto con más emoción que sentido empresarial, pero me gustaría saber qué te parece.
—Estaré en casa todo el día —dijo Bart—. Aunque no hay nada de qué
preocuparse, puedes hacerme compañía mientras pinte, Lydia.
—Papá, ni se te ocurra subirla a una de esas escaleras.
—No he dicho eso —Bart miró ofendido a su hijo—. Tú ve al café y fíjate bien en
el paseo marítimo cuando ya casi no quedan turistas y después dile a tu madre que
no es un local excepcional.
Josh se volvió a mirar a Lydia, pero ésta sacudió la cabeza, intentando decirle
que estaría bien con su padre.
—He hablado con otros empresarios de la zona —dijo Evelyn—. Todos
coinciden en que buena parte de los beneficios se hacen con los turistas, desde
primavera hasta cuando terminan de caer las hojas. El sitio tiene muchas ventajas.
Lydia quería que Josh acompañara a su madre. Sabía que era importante para
Evelyn.
—Yo no estoy preocupada, y tú tampoco deberías estarlo. Deberías ir a ver el
café. Para tu madre es importante.
Josh se rindió.
—¿A qué hora, mamá?
—Te daré unos golpes en la puerta cuando me suene el despertador. Me
preocupa que lleguemos tarde. Geraldine me ha dicho que la tienda de buceo
contigua quiere ampliar su local y unir los dos locales.
—Esta noche no pueden hacer nada —dijo Bart—. Seguro que estáis
hambrientos. ¿Qué tal un desayuno para cenar? Puedo preparar unas tortitas.
—Yo me ocupo del beicon —dijo Josh.
—También hay sirope de arce —dijo Evelyn abriendo la puerta del sótano—. El
otro día lo usé en una receta nueva de galletas. Las estropee todas, la verdad, pero
quería probar algo nuevo —su voz se apagó mientras bajaba las escaleras.

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Bart sonrió. Josh, que estaba mirando a su padre, miró a Lydia con una sonrisa.
Y Lydia se sintió parte de una familia.
Más tarde, por la noche, durmió en los brazos de su marido y se sintió como
una esposa.

La lluvia del día siguiente no los dejó pintar. Cuando Josh y Evelyn se fueron,
Lydia y Bart compartieron las tareas de la cocina. Con un trapo en la mano, Bart
buscó más platos para secar.
—Creo que ya está todo—dijo Lydia aclarando el fregadero—. Evelyn no lo
habría hecho mejor.
—Pero ni siquiera lo mencionaremos. ¿Te apetece una echar partida de cartas?
Bart la sorprendió.
—Claro.
—Prepararé la mesa en el salón.
—Yo haré una cafetera. Si quieres tomar más café.
Evelyn había mencionado el colesterol, aunque no había dicho nada sobre
hipertensión.
—La cafeína no me afecta —dijo él—. Fue lo que me salvo después de... una
temporada.
Lydia lo entendió: Bart había pasado del alcohol al café. Mientras estaba en la
cocina preparando el café, Bart se movía en el salón. Cuando el intenso aroma a café
impregnó la casa, Bart volvió a la cocina y olisqueó el aire con una sonrisa.
—Mmm. Huele maravillosamente. Evelyn nunca lo hace bastante fuerte.
Bart sacó su taza favorita y se sirvió un generoso café.
—¿Te sirvo uno? —le preguntó con la cafetera en la mano.
—Sí, pero yo lo quiero con leche y azúcar.
Bart asintió.
—A fin de cuentas no eres más que una mujer.
—Y todos tenemos nuestros rituales —dijo ella.
Bart descorrió las cortinas de salón y encendió la chimenea. Nadie podía
enmascarar el sonido del océano que se estrellaba contra los acantilados. El aire olía a
la sal que el viento esparcía por toda la costa.
—No entiendo por qué a Josh no le gusta este sitio.
Sentada en la mesa con un café delante, Lydia contemplaba el agua que caía
contra las ventanas y el cielo gris que los rodeaba.
—Sabes por qué.

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Clara llenó el silencio.


—¿Qué te hizo ir a limpiar la tumba de Clara y ponerle flores frescas?
—Lo hice por Josh, para recordarle que él también tuvo buenos momentos con
ella. Lo consumen los remordimientos.
—Si pudiera evitárselos lo haría, Lydia. Dios sabe que su madre y yo fuimos los
culpables. Nada de lo que ocurrió fue culpa suya —dijo Bart, con dolor.
—Pero Josh había conseguido ayudarla muchas veces. Y por lo poco que cuenta,
siempre utilizaba la excusa de que estabais enfermos en vez de no...
—Borrachos. No tienes que usar eufemismos. Josh tiene motivos más que
suficientes para estar resentido por cosas que no tenían que haber sucedido. Pero los
recuerdos de los buenos momentos sólo le sirven para echarla más de menos.
—Claro, porque se siente responsable. Si le evitó darse cuenta de lo mal que
estaba la situación, cree que también debería haberle salvado la vida.
—Probablemente sea la respuesta a todos nuestros problemas, pero se negó a ir
a un psicólogo. Seguramente pensó que podía superarlo solo, y nunca nos ha pedido
ayuda. Se niega a creer que éste es su hogar, e incluso entonces nosotros lo
habríamos defendido, a él y a Clara, con nuestras vidas si lo hubiéramos sabido.
Lydia contempló en silencio la taza de café que tenía delante. Parpadeó con
fuerza, pero por fin se rindió y se limpió las lágrimas de los ojos.
—¿Le has dicho eso alguna vez?
—Lo he intentado siempre que ha venido —Bart barajó las cartas—. Lo que no
es muy a menudo. Y quizá no con esas palabras.
—Deberías intentarlo —dijo Lydia—. Yo antes pensaba que tarde o temprano
Josh superaría los fantasmas del pasado y nos instalaríamos aquí.
—Quizá algún día.
Bart dejó la baraja sobre la mesa y se levantó para mirar por la ventana. La
lluvia caía suavemente sobre la tierra y el mar que tanto amaba.
—Cada día me despierto y deseo poder cambiar el momento en que murió mi
hija —dijo—. Y después rezo para que mi hijo quiera volver a ser mi hijo.
Lydia quiso ir hacia él, pero él la miró diciéndole con los ojos que no lo hiciera,
y ella se quedó en la silla.
—¿Cómo terminas con casi dos décadas de rabia que te han hecho más fuerte y
más seguro que nunca? —preguntó ella.
—¿No te ha traído problemas en tu matrimonio esa actitud?
—Ya he hablado demasiado de mi matrimonio. A Josh le gusta mantener su
intimidad, y yo me he convertido en una bocazas.
—El trabajo ha sido su penitencia. Tú eres su recompensa.

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—No quiero ser para él una especie de recompensa que está ahí cuando tiene
tiempo libre para mí —Lydia bajó la voz—. Además, va a cambiar de trabajo.
—Eso dará igual hasta que le hagas darse cuenta de que tú vas antes que el
trabajo —Bart se encogió de hombros—. Nosotros no hemos podido conseguir que
vuelva a ser parte de la familia. Quizá deberíais pensar en tener otro hijo.
Los remordimientos por hablar demasiado se tornaron rápidamente en
resentimiento.
—¿Crees que nuestro hijo será tan fácil de sustituir? —saltó ella con fiereza.
—Perdona —Bart volvió a la mesa—. A veces hablo demasiado yo también,
pero no puedo evitar pensar que el día que vosotros resolváis vuestros problemas,
los nuestros con Josh se resolverán por sí solos. No quería entrometerme, y tú tienes
razón. Ningún hijo puede sustituir a otro.
Bart la miró con una expresión duri, prácticamente un desconocido con el rostro
agradable y amable del padre de Josh.
—Quiero recuperar a mi hijo —continuó Bart—, y albergaba la esperanza de
que tú le hicieras darse cuenta de que la familia es mucho más importante que
cualquier trabajo, que cualquier casa en una ciudad que no es la tuya. No tiene por
qué esforzarse en demostrar su valía a gente que no lo ama.
—No puedo hablar de esto contigo, Bart.
Lydia dejó las cartas y se puso en pie. Bart la tomó del brazo.
—¿Aquí te sientes en casa?
Unos pocos días allí también la habían cambiado. La habían hecho más sensible,
y la habían llevado a elegir Kline como el lugar donde deseaba construir su hogar y
formar una familia con Josh. El cabo era para ella su nuevo hogar. Aunque no dijo
nada. Por encima de todo, era importante demostrar su lealtad a Josh.
—Me gusta venir a visitaros.
Bart gruñó, dejando claro que su respuesta no le satisfacía.
Lydia se volvió hacia el pasillo.
—Voy a buscar un libro y tumbarme un rato, Bart.
Tenía que haber tenido la boca cerrada. Cruzó los dedos para que el padre de
Josh no la interrogara sobre el posible cambio de trabajo de su hijo.
Josh estaba dispuesto a trabajar en cualquier juzgado del país antes que aceptar
un trabajo en Kline.
La actitud dura de Bart le había recordado que Josh y ella todavía no habían
llegado a un acuerdo. Una cosa era segura. Josh nunca querría volver a Maine.

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Capítulo 10

JOSH recordaba vagamente a Geraldine Dawson. Melena cobriza y el entusiasta


tono de voz propio de una vendedora. Como profesora, siempre intentó enseñar
cálculo como una asignatura que resultaba muy beneficiosa para todos los
interesados.
—¿Cómo estás?
El apretón de manos era firme. Las arrugas alrededor de los ojos nuevas.
—Bien.
Josh no pudo evitar estudiarla con detenimiento tratando de encontrar algo que
indicara problemas con sus nietos.
—¿Cómo está, señora Dawson?
—Ya tenemos todos edad para que me llames Geraldine y me tutees, Josh.
Gracias por venir tan pronto —dijo ofreciendo las llaves a Evelyn—. Sé que es una
imposición, pero no quería que alguien te quitara esta oportunidad.
Evelyn abrió la puerta como si ya fuera la propietaria del local.
—Mamá, espera —Josh quería hacerle ver la realidad, y sobre todo que no se
precipitara—. Piensa en las consecuencias. La señora Dawson quiere vender el local,
es lo normal. Perdón —dijo.
—Geraldine —repitió la mujer—. Y no te lo reprocho, pero creo que las
vibraciones que te da un edificio son importantes. Evelyn cree que éste es el local
ideal para su negocio.
Evelyn lo hizo entrar por la puerta primero.
—Échale un vistazo primero, Josh. Si te gusta más el otro local hablaremos. Pero
éste es muy acogedor. Mis clientes querrán galletas, tartas, té y chocolate caliente.
—Y café —dijo Geraldine—. Me encantaría una taza de café.
Sus palabras distrajeron a Josh, y él miró a su madre que también estaban
mirando a su amiga.
—¿Te ha estado molestando la policía, Geraldine? —preguntó.
La otra mujer recobró su compostura.
—No por el incendio. Sin pruebas no pueden, pero ya conoces este pueblo. La
gente cree que fueron Luke y Mitch y no pierden la ocasión de hacérmelo saber —
explicó con una carcajada cargada de amargura.
Josh quiso tranquilizarla sobre Lydia, pero la mujer desvió la mirada.
Dentro del local, el suelo de madera crujió. Josh aún recordaba los listones del
suelo que crujían desde hacía tantos años. Los armarios de madera con puertas de
cristal seguían relucientes en las paredes, y a través de tres grandes ventanales,
aunque polvorientos, se podía contemplar el puerto como tres amplios cuadros

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enmarcados que formaban una sola imagen apaisada y que ningún ser humano con
pincel podría emular.
—Ahora veo a qué te referías, mamá. Pero ¿no deberíamos echar un vistazo al
otro local? —Josh miró a la amiga de su madre—. Señora... Geraldine, ¿ha traído las
otras llaves?
—Ya he visto suficiente —dijo su madre—. Si has sentido lo mismo que yo al
entrar no haces más que reforzar mi decisión. Geraldine, necesito que me aconsejes
con la oferta.
—No sé qué habrán ofrecido los otros interesados. Un teléfono móvil sonó en el
bolsillo de Geraldine y la interrumpió.
—Perdonad. Son mis nietos —miró a Josh con una mueca a la vez que abría el
teléfono—. No te extrañará oír que daría cualquier cosa por que fueran como tú de
adolescente.
Evelyn lo llevó a la cocina mientras Geraldine hablaba por teléfono.
—Quizá el año que viene tengamos que comprar nuevos, pero de momento los
hornos nos sirven.
Josh pasó la mano sobre el metal.
—Supongo que sabrás qué equipamiento necesitas.
—Llevo años cocinando. Estos hornos no tienen nada que ver con el que tengo
en casa.
—¿Has pensado en el personal?
—He pensado que al principio puedo contratar a un estudiante para ocuparse
de atender a los clientes mientras yo estoy en la cocina. Tendré que preparar buena
parte de las cosas por las tardes. Necesitaremos levadura.
Evelyn abrió un frigorífico enorme que olía ligeramente a humedad.
—¿Por qué no he conocido nunca esta parte de ti?
—Hasta la muerte de Clara ni siquiera estoy segura de haberla conocido yo
misma. Después, no quería conocerla.
Una oleada de rabia y amargura recorrió la sangre de Josh, envenenándola.
—¿Cómo puedes decirlo con tanta tranquilidad, como si no te afectara? —le
reprochó.
—Costumbre —Evelyn respiró hondo pero no consiguió ocultar las intensas
ganas de llorar—. Estuve años en terapia. No me he acostumbrado ni lo he aceptado,
pero al menos aprendí a hablar de ello en voz alta.
Josh contempló el rostro delgado y cubierto de arrugas y no la juzgó. Lo que no
era normal en él.
—Entiendo —dijo—. Aunque nunca hemos visto a nuestro hijo ni tenía nombre,
para nosotros era tan real como si hubiera nacido. Me siento engañado. Al menos
Lydia lo sintió dentro de sí. Yo no tuve esa oportunidad.

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El dolor empañó sus últimas palabras y su madre se acercó a él.


—Josh —dijo ella, pero esperó a que él diera alguna indicación de sus
sentimientos.
La animosidad que había sentido durante décadas lo paralizaba, pero Lydia
tenía razón sobre su familia. Tarde o temprano, todo el mundo necesitaba a sus
padres. Todos habían sufrido demasiado. Extendió los brazos y su madre se metió en
ellos. Era tan pequeña y frágil que le recordó a Clara.
—Siento mucho lo del niño —dijo—. Daría cualquier cosa por ayudaros a Lydia
y a ti.
—Lydia y yo tenemos que hacerlo solos.
—El matrimonio es compromiso.
—Mamá —Josh miró hacia la otra sala, de donde llegaba la voz de Geraldine,
hablando más alto—.Quiero empezar de nuevo contigo y con papá, pero vosotros no
podéis aconsejamos.
—Lo que tú digas —Evelyn miró dentro de un inmenso armario—. Me ha
sorprendido oír a Geraldine decir que eras un buen alumno. Creía que eras un poco
gamberro.
—Como no podía tener buena relación con vosotros en casa, el instituto era un
alivio —le confesó él. Evelyn cerró la puerta del armario con rostro serio.
—Al menos eres sincero.
Era muy fácil hacer daño a su madre.
—Quizá no tenga que serlo siempre —dijo él deseando poder retirar lo dicho—.
Todavía puedo oler a pan recién hecho.
—Lo sé, y todavía me da hambre.
La puerta se abrió y entró Geraldine.
—Evelyn, lo siento. Tengo que irme. Llamaré a Marcy Barker para decirle que
espere una oferta. Después te llamaré y hablaremos. No te preocupes, todavía no
aceptarán al otro comprador —miró a Josh y asintió con la cabeza—. Me alegro de
volver a verte.
La mujer salió con pasos apresurados, y se olvidó las llaves en el mostrador.
Josh las recogió.
—Se las llevaré.
Alcanzó a Geraldine en la acera, donde se había detenido y rebuscaba
frenéticamente en su bolso.
—Oh, gracias —cerró el bolso y se dirigió a un coche azul marino aparcado
junto a la acera—. Cerrad la puerta cuando os vayáis. Yo volveré más tarde a poner
la alarma.
—De acuerdo.

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Josh quería preguntarle qué había ocurrido, y si sus nietos se habían metido en
algún lío. Pero no sabía cómo reaccionaría Lydia si le ofrecía sus servicios.
—Conduce con cuidado —le dijo a modo de despedida, sintiéndose bastante
ridículo.
La mujer tenía todo el aspecto de estar a punto de desmoronarse.
—Gracias. Verte me ha resultado muy tranquilizador. Tengo que intentar
recordar que un joven con problemas se puede convertir en un adulto de provecho
—Geraldine abrió la puerta del coche—. Pero tú eras listo y responsable. Mis nietos
son... Oh, no importa.
Josh quiso dejarla marchar, pero había visto a demasiada gente con su misma
desesperación. Su hermana y él también. Y nadie fue a ayudarlos.
—¿Puedo ayudar en algo?
La mujer negó con la cabeza, con los labios apretados. Josh la observó sentarse
detrás del volante y maniobrar el coche, y tuvo la sensación de estar abandonando a
una mujer que lo necesitaba.
—Sus nietos se han vuelto a meter en problemas —dijo Evelyn, que se había
puesto a su lado.
—Eso es lo que me parece a mí también.
—Pensé que ibas a ofrecerte para hablar con ellos.
—Lo he pensado, pero estoy aquí por Lydia —Josh miró al café—. ¿Has cerrado
la puerta?
—Sí, pero no me hace ninguna gracia irme. Es como si ya fuera mío —Evelyn
fue hacia el coche—. Quizá deberías sugerirle que hablara con un abogado.
—Es una buena idea, mamá, pero primero tiene que reconocer que ocurre algo.
—Ése es el problema.
—De momento vamos al registro a ver qué tienen sobre la escritura del café. Me
gustaría saber si ha habido algún problema con la propiedad en el pasado.
—Y tú creías que sólo te estaba utilizando.
—Conseguir el historial de una escritura es caro. Conmigo tienes una ganga.

Al día siguiente continuó lloviendo. Lydia despertó y encontró a Josh


vistiéndose, no con vaqueros y la camisa de pintar, sino con traje y corbata.
—No sabía que te lo habías traído —dijo ella.
Josh se volvió hacia ella mientras se hacía el nudo de la corbata.
—Tengo una reunión con Brice.
Lydia se sentó en la cama cubriéndose con la sábana.

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—¿Para qué tienes que hablar con tu jefe? Josh se acercó a la cama.
—Para decirle que lo dejo —le dijo—. No te preocupes, es definitivo.
—No lo he dudado.
—Claro que sí, pero no te lo reprocho.
Lydia le tomó la mano y se la llevó a la mejilla, haciendo un esfuerzo para creer
en la nueva versión de Josh que tenía a su lado, más atento y comprensivo.
—¿Seguirás así aun después de que arreglemos lo nuestro y sigamos juntos?
Josh dio un paso atrás.
—Creía que ya habíamos quedado en que íbamos a seguir juntos e intentar
arreglar las cosas.
—Procura no enfadarte —dijo ella—. Tengo miedo.
—No tienes que volver a tenerlo.
Lydia tiró de él hacia abajo y le acarició los labios con los dedos.
—Tengo miedo de perderte.
—No tienes que volver a temerlo nunca más.
Josh le abrió la boca con la suya, y ella sintió la pasión nueva y maravillosa en
sus labios, pero todavía demasiado frágil.
—Tengo que irme —Josh se levantó, inquieto, con la respiración acelerada—.
No hagas mucho esfuerzo.
—Tú tampoco.
Josh cerró la puerta y ella se echó a reír. Sólo dos personas que se querían tanto
podían ser tan tontos.

El trayecto a Hartford le llevó menos que de costumbre. Josh encontró a Brice y


a Brenda en su despacho repasando sus casos.
En cuanto Brice lo vio hizo una señal a Brenda para que volviera a su despacho
y se sentó en la silla de Josh, dejando la silla del cliente para Josh.
—Buenos días —dijo Brice.
—Has estado ocupado.
—Querías hacer esto deprisa.
Cuanto antes terminara todo mejor. Sentía ciertos remordimientos que prefería
olvidar cuanto antes.
—Me gustaría terminar los casos que están cerca de juicio.
—Me alegra oír eso. ¿No quieres oír que estás cometiendo un error? —preguntó
su jefe.

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—No.
—¿Quién te ha hecho una oferta? ¿Qué bufete ha conseguido convencer y con
qué?
—No tengo otro trabajo. Te dije la verdad. Me voy porque Lydia no se siente
segura y quiero empezar de nuevo con ella en un lugar donde no haya los malos
recuerdos de aquí.
—Hemos detenido a la mujer.
—Brice, no puedo creer que seas tan insensible. Lydia no podrá olvidar lo
sucedido por mucho que condenen a Vivian Durance a mil años de cárcel. ¿Por qué
tengo que molestarme en decírtelo?
—Porque lo que pasó es una vergüenza, pero es parte de la vida. ¿Vas a salir
corriendo cada vez que alguien asuste a tu esposa?
—Voy a hacer lo que sea necesario para hacerla feliz.
Josh se sintió como un idiota por decirlo, pero quizá fuera su castigo por haber
descuidado su relación con ella.
—Será mejor que pongas en orden tus prioridades, amigo.
—Ya lo he hecho.
Ahora se sentía mejor. Siempre había puesto su trabajo por delante, igual que
Brice Dean, hasta el punto de que ahora éste se sentía con todo el derecho a tratarlo
con el desprecio propio de quien comparte las mismas ideas que él estaba
abandonando. Pero ahora él era por encima de todo esposo y algún día sería padre.
Josh estiró la mano y se hizo con la carpeta del primer caso del montón.
—Podemos empezar con éste.

Lydia encontró un cuaderno de bocetos en el armario de Josh. Hubiera


preferido papel cuadriculado pero éste le serviría. En la cocina buscó por los cajones
hasta que encontró un lápiz con una buena goma.
Armándose con una taza de leche con cacao y los inesperados rayos de sol que
se colgaban por la ventana de la cocina, empezó a dibujar. Una casa. La casa que
había soñado toda la vida.
Tres chimeneas, una en el salón como era lo normal, pero Lydia añadió otra en
la cocina y otra en el dormitorio principal. Imaginó la espaciosa habitación con sitio
de sobra para la amplia cama de anticuario que compró incluso antes de conocer a
Josh. Pintarían las paredes de color azul claro y añadirían cortinas de tejido suave
para tener intimidad pero sin perder la luz del sol o de la luna.
Añadió un despacho para Josh, un cuarto de coser para ella, estanterías
empotradas en las paredes en el amplio rellano donde también habría espacio para
dos sillones y una mesa.

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Un cuarto de jugar para los niños que tanto ansiaba tener. Un hogar que
mantendría unida a la familia.
Apartó el dibujo para admirar su trabajo, y la realidad se impuso. Josh y ella
todavía no habían hablado del futuro, pero cuando él salió de casa para presentar su
dimisión ella salió a dar un paseo por el cabo y disfrutar de la nueva felicidad que
sentía.
Pasear por el cabo siempre le daba ideas sobre el futuro, unas ideas que había
rechazado en el pasado consciente de que Josh nunca consideraría la idea de vivir en
una casa contigua a la de sus padres.
Pero aquel día, sintiéndose que por fin estaba a punto de liberarse del miedo y
los recuerdos que tanto le dolían, no pudo resistir sentirse optimista. Y nadie tenía
que saber que estaba soñando despierta.
La casa continuaba apareciendo en su mente, como si llevara años pensando en
ella. Y así era. Una casa al estilo tradicional de Cape Cod, más grande que la de sus
suegros, con cuatro dormitorios, porque Josh y ella siempre habían hablado de tener
varios hijos. Y esos hijos siempre querrían tener un hogar al que regresar.
—Muy bonita.
Lydia se sobresaltó y Bart le puso una mano en el hombro.
—Perdona, no quería asustarte. Pero nunca he visto trabajar a un arquitecto.
—Ni siquiera es un plano, sólo son unos bocetos —dijo ella, bebiendo un trago
de leche—. Creía que habías salido de pesca.
—He venido antes. Es lo bueno que tiene ser tu propio jefe. ¿Aún no sabes nada
de Josh?
—¿Esperabas su llamada? Tiene que cerrar muchos casos con su jefe —Lydia se
sentó más recta en la silla—. ¿No irás a pintar solo?
—No, es tarde, y con esta lluvia, estoy pensando en contratar a alguien que sepa
pintar con pistola. Tengo que salir en el barco varios días seguidos —Bart echó un
vistazo a su alrededor, como si pudiera ver a través de las paredes y los techos—.
¿.Aún no ha venido Evelyn?
Su mujer se había ido justo después de comer.
—No sé nada de ella. Creo que sigue intentando sacarle información a
Geraldine, pero Geraldine me tiene miedo.
—¿Has salido a dar un paseo?
—Me apetecía.
No podía decirle que era una especie de celebración.
Sonriendo, Bart miró los bocetos.
—Me la imagino en el cabo.
—Yo también.

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Pero Josh no compartiría su entusiasmo.


—No le diré nada a Josh.
Evelyn cerró el cuaderno.
—Conoces muy bien a tu hijo.
—Sí.
Bart se sentó en la silla frente a ella y le tocó la mano por encima de la mesa.
—Perdóname por haberme puesto tan insoportable anoche. Me pasa cuando
estoy preocupado. Si te sirve de consuelo, creo que también debo disculparme con mi
hijo.
—Donde hay confianza da asco —dijo ella dejando el lápiz junto al papel y
sonriendo comprensiva—. Estamos todos muy tensos.
—¿Sabe Josh algo de eso? —preguntó Bart señalando los bocetos de la casa de
sus sueños.
—No tiene ni idea —dijo ella, a pesar de que hubiera preferido no tener que
responder a la pregunta.
Ella quería vivir en un lugar como Kline y estaba empezando a desearlo
demasiado.
—Tiene derecho a saber lo que quieres —dijo Bart echando la silla hacia atrás,
de repente impaciente consigo mismo—. Ya empiezo otra vez a sermonearte —se
puso en pie—. No me gusta pedir disculpas, así que me voy al establo. Normalmente
siempre encuentro algo que hacer.
—Olvídalo, Bart. A veces los consejos se agradecen.
Lydia fue a la nevera y la abrió, pensando en tener la cena preparada para
cuando volvieran Josh y Evelyn.
—Mi hijo quiere que vuestro matrimonio funcione. ¿Sabes lo mucho que te
quiere?
Evelyn miró al interior del frigorífico, sin apenas ver lo que había en su interior,
sorprendida por las palabras de Bart. Claro que tenía que saber lo que Josh sentía por
ella. Dejar el trabajo era un mensaje muy elocuente, pero ella necesitaba más.
—Estás volviendo a hacerlo —trató de bromear ella.
—No es un consejo. Más bien una realidad que mi hijo parece incapaz de
expresar.
¿Cómo podían estar Bart y Evelyn tan seguros de los sentimientos de su hijo?
—Mira, chuletas de cerdo.
—Y evidentemente es lo que necesitas oír por encima de todo.
La intromisión de su suegro la sorprendió. No imaginaba a Bart analizando tan
profundamente sus sentimientos, los de su hijo y su matrimonio, y no quería que le
dijera esas cosas a Josh. Era su lucha, con su esposo. Esta vez sería ella quien

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resentiría la intromisión de sus padres si no dejaban de intentar ayudarlo con tanto


ahínco.
Bart notó su impaciencia.
—Estaré fuera. Así no hablaré.
—No te pido que te vayas—dijo ella—, sólo que nos dejéis espacio.
—Y yo intento decirte que eres tanto mi hija como Josh es mi hijo. Evelyn y yo
os queremos a los dos. Después de pasar tanto tiempo juntos, he pensado que podía
decírtelo.
Lydia le tocó el hombro.
—No era necesario, siempre lo he sabido —dijo. Cohibida por sus propias
palabras, le dio la espalda¿Me ayudas a preparar la cena?
Lydia sacó de la nevera zanahorias y apio, brécol y cebollas y dos tipos
diferentes de calabacín.
—Si corto estas verduras, ¿querrás asarlas? Oh, mira, también hay una
berenjena.
—Tú siéntate, yo las cortaré. Josh y Evelyn no querrán que te esfuerces en la
cocina.
Bart se hizo con las verduras y las dejó en la encimera, junto a una tabla azul de
cortar.
—Estoy bien, y hay sitio para los dos.
Bart encendió el grill en el jardín y volvió a entrar corriendo, temblando.
—¡Qué frío hace!
—¿Sí? ¿Quieres que las prepare en la sartén?
—No, me pondré una cazadora. Voy a subir a buscar una que no huela pescado.
A Josh también le gustan asadas, y quizá Evelyn tenga algo que celebrar.
Cuando se quedó sola, Lydia miró el reloj y pensó en llamar a Josh.
Seguramente estaría metido en un atasco. Y Evelyn debía de estar negociando el
contrato del siglo.
Bart bajó más abrigado y dispuesto a ayudarla. Dejó el abrigo en el respaldo de
una silla y empezó a cortar en silencio junto a Lydia. Poco después la puerta se abrió
y entraron Josh y su madre.
—¿Estabais juntos? —preguntó Bart.
Lydia estudió la expresión de su marido en busca de la reacción de Brice Dean.
¿Y si había conseguido convencerlo para que continuara trabajando con él?
—Hemos llegado a la vez —dijo Evelyn.
Josh vio a su mujer trabajando junto a su padre, y le gustó. Tomó un trozo de
brécol crudo y se lo llevó a la boca.

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—¿Qué está pasando aquí? Ya sé que es muy tópico, pero en este momento me
encantaría tener una cámara.
Lydia le dio un codazo a Bart.
—Esperaba escuchar algún comentario sarcástico cuando volvieran, ¿tú no? —
Lydia miró a Josh, impaciente por saber algo—. Así que decidí empezar con la cena
con la ayuda de tu padre.
Josh se echó a reír. Evelyn le quitó el abrigo de la mano.
—Yo casi nunca lo consigo. Es imposible meter a tu padre en la cocina como no
sea para comer. Y no porque no tenga talento —dijo y fue a colgar los abrigos—. Más
vale que te acostumbres, Bart. Tendrás que echarme una mano si quieres comer
cuando esté abierto el café.
—¿Has conseguido el local?
—Lo sabré esta noche o mañana —Evelyn le puso una mano en la nuca y tiró de
él para darle un besoAsí que más vale que te prepares un buen delantal.
Josh soltó una carcajada.
—¿No le servirá el de goma que usa en el barco? —No permitiré que eso entre
en mi casa —dijo Evelyn—. Hm, ¿qué estáis preparando?
Josh se lavó las manos, sacó un cuchillo del cajón y dio un empujoncito a Lydia.
—Hazme sitio, yo lo hago.
—Si puedo pasearme por toda la ciudad, puedo cortar unas cuantas verduras —
dijo ella—. Evelyn, hoy cenaremos verduras asadas, chuletas de cerdo y arroz.
—¿Qué tal en Hartford? —preguntó Bart.
Menos mal que preguntó alguien. Lydia estaba tan ansiosa que temía no poder
disimular.
Josh metió el cuchillo en la berenjena.
—Bien. Sin problemas, aunque todavía no tengo una fecha definitiva —miró a
Lydia—. Deberíamos hablarlo, pero me gustaría terminar los casos que he llevado a
juicio.
—Lo entiendo, no puedes abandonar ahora a esos clientes, pero ¿qué ha
pasado? ¿Qué ha dicho Brice?
—No le ha hecho mucha gracia —Josh cortó la berenjena en rodajas sin levantar
la vista—. Me ha sugerido que ponga en orden mis prioridades.
—¿Tus priori...? —exclamó Lydia, indignada—. ¿No era lo mismo que te estaba
pidiendo yo?
—Bart, será mejor que... vayamos al salón —dijo Evelyn.
—No, mamá, no importa —Josh terminó de cortar la berenjena y busco otra
verdura, sin inmutarse—. Le he dicho que ya lo he hecho, y hemos repasado mis
casos.

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—¿Eso ha sido todo? —preguntó Lydia, sin atreverse a creerlo.


—He dejado el trabajo. Ahora tenemos que decidir qué vamos a hacer. Vamos a
empezar de cero.
En ese momento sonó el teléfono a su espalda.
—Si es Brice decidle que estoy ocupado.
Lydia se echó a reír.
—¿Así que no piensa dejarte marchar tan fácilmente?
—Me ha dicho que me llamaría cuando repase mis notas.
—Le diré que aún no has llegado a casa —dijo Evelyn, descolgando el
auricular—. ¿Diga?
—No te he pedido que mientas, mamá —dijo Josh.
Evelyn movió el brazo en el aire.
—Simon, ya te dijo que no vio bien a esos chicos y no puede saber... —les dio la
espalda—. Y me temo que no puedes insistir. Josh conoce nuestros derechos.
Fue a colgar el teléfono, pero ante los ojos de Lydia, Josh volvió a ser lo que era,
un abogado defensor capaz de ver la situación desde un punto de vista más amplio.
Detuvo a su madre sujetándola por el brazo.
—No cuelgues, es un juego —dijo Josh quitándole el auricular de la mano—.
¿Qué necesitas, Simon? —escuchó un momento en silencio, y arrugó el entrecejo—.
¿Cuántos? ¿Todos los del paseo marítimo? —asintió—. En absoluto, ni siquiera los
conoce—. Otro silencio—. Está bien, iremos, pero no esperes que Lydia te dé una
respuesta diferente porque se los enseñes de cerca.
Josh colgó el teléfono. Receloso, miró a Lydia.
—Me temo que si no vas ahora pensará que intentas ocultar algo. Me ha
preguntado si conoces a Mitch y a Luke.
—Estoy empezando a estar harta de sus nombres —dijo Lydia y se lavó las
manos en el grifo del fregadero—. O mejor dicho, lo que me puedan obligar a decir
de ellos.
—No —Josh se lavó las manos a su lado—. Si no estás segura, te mantienes en lo
dicho. No puedes identificarlos y ya está. Es la verdad.
—Lo sé.
Josh miró a su madre.
—No sé cuándo volveremos. No nos esperéis para cenar.
—¿Queréis que vayamos con vosotros?
Josh sonrió.
—Lydia es capaz de decir la verdad sin tener a toda la pandilla detrás.
—No me refería a ayudarla a huir de la cárcel. Es simplemente apoyo moral.

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—Eso es ridículo —dijo Bart—. Siento que te hayas visto envuelta en esto,
Lydia. Es muy molesto.
—Pero seguramente toda una lección sobre las cosas a las que debe enfrentarse
Josh todos los días —Lydia se secó las manos y se pasó los dedos por el pelo—. Estoy
lista. ¿De qué quiere acusarlos ahora Simon?
—No te fías mucho de él —Josh la ayudó a ponerse el abrigo—. Anoche alguien
rompió todos los parquímetros del paseo marítimo. Cree que con un bate de béisbol.
—¿Madera contra metal? Suena a mucho ruido y pocas nueces.
—Metal y cristal —la corrigió Josh—. Algunos de los parquímetros han
quedado inservibles, y parece ser que a los Dawson les gustan los bates de béisbol
para sus gamberradas, si son los que tú viste.
—Me da un poco de miedo.
—Tranquila. No es nada. O sabes que son ellos, o no lo sabes.
Josh lo repitió una y otra vez, porque ella necesitaba oír que no era una cuestión
de suponer o adivinar.
En la comisaría de policía, Simon salió a recibirlos a la puerta y bajó los
escalones.
—No tenemos muchos medios tecnológicos. Ni siquiera un espejo
unidireccional así que vas a tener que entrar en una sala, mirar a Luke y a Mitch
directamente a la cara y decirme si son los chicos que viste.
—¿Mirarlos? Cielos, ¿cómo se sentirán?
—Lo mismo digo yo —dijo Josh—. Son unos niños.
—Tienen dieciocho años. Si quieren divertirse destruyendo el mobiliario
urbano, tienen que aceptar las consecuencias. Sé que eres consciente de los
problemas de chicos en su situación, Josh, pero tenemos que atajar el problema antes
de que hagan algo grave y se nos vaya de las manos. Y todavía no tengo más
sospechosos para el incendio del instituto.
—Claro, ¿y por qué no acusar a dos chicos con problemas? —Josh le pasó un
brazo a Lydia por el hombro—. Conozco el procedimiento.
—¿Por qué estáis tan empeñados en que los dos son inocentes si ni siquiera los
conocéis?
—No he venido a Kline a encerrar a nadie —dijo ella—. Y tener dieciocho años
desde luego no significa que un niño se convierta en adulto de la noche a la mañana.
—Desde luego no tienen el sentido común de un adulto —respondió Simon.
—Ya basta —Josh abrió la puerta para Lydia—. Terminemos de una vez con
esto.
Todos en el interior de la comisaría, incluido un hombre con un cubo y una
fregona, miraron a Lydia como si fuera una delincuente. De repente ella entendió el
rechazo que Josh sentía hacia los lugares pequeños, donde todo el mundo se conocía.

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Simon abrió una puerta y de repente Lydia se encontró en una sala sin ventanas,
de pie ante dos jóvenes altos y desgarbados de pelo moreno, de pie en ambos
extremos de una mesa alargada gris. Eran idénticos, con la única diferencia de la
expresión de angustia en la cara de uno de ellos y la de desprecio en la del otro.
—¿Dónde está su abuela? —preguntó Josh.
—Tienen dieciocho años —repitió Simon.
Josh lo miró irritado. Lydia observó a los jóvenes, que la miraban a su vez, y
quiso tranquilizar al que tenía cara de asustado. Simon parecía estar dispuesto a
tomar el miedo por reconocimiento de culpabilidad.
—Lo siento —dijo—. No...
Josh, dándose cuenta de lo que estaba a punto de decir, se tensó a su lado.
—Los que vi estaban lejos y no les distinguí la cara. Eran altos, pero no sé
cuánto. No puedo decir que éstos sean los niños que vi.
—No son niños, son jóvenes —la corrigió Simon.
—Te estás pasando —le advirtió Josh.
—Me enfurece que haya jóvenes tan furiosos con su situación familiar que se
desahogan con lo que pertenece a todo el mundo.
—Pero nosotros no hemos sido —dijo el chico enfadado—. ¿Podemos irnos?
—Siéntate y calla —le ordenó Simon, y miró a Lydia.
Ella no dijo nada más. Simon le hizo un gesto hacia la puerta, y Josh y ella
salieron. Simon los siguió.
—Parece que tienes algo en contra de ellos.
—Llevan un año causando problemas. Me preocupa que lleguen tan lejos que
ya no podré ayudarlos —dijo Simon—. Si no fueron ellos los que provocaron el
incendio del colegio, no irán a la cárcel. Geraldine los quiere, pero no puede
controlarlos. Yo tengo acceso a departamentos de asistencia social que podrán
ayudarlos.
—Sí —dijo Josh—, yo he sido víctima de ese tipo de ayuda.
—Eso fue hace dieciocho años. Las cosas han cambiado.
—Llámanos si nos necesitas, Simon. Me alegro de verte —Josh le estrechó la
mano. Lydia se dejó llevar hacia la puerta—. No puedo creer que te haya obligado a
entrar ahí. No es justo, ni para ti ni para ellos.
—Sé que tus padres y tú no confiáis en el sistema, pero quizá deberíamos
asumir que las intenciones de Simon son buenas.
—Puede tener las mejores intenciones del mundo, pero esos chicos están mejor
con una abuela que los quiere que en un sistema que los ve como un número. Y
tienen dieciocho años. Simon podría perder el control del proceso.
Afuera, la acercó más a él y miró a su espalda para ver si alguien los oía.

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—¿Los ha reconocido?
—No estoy segura, pero si lo hubiera estado lo habría dicho.
—Bien —dijo Josh.
—No puedo creer que me lo tengas que preguntar. Ahora le tocó a él sentirse
dolido.
—No voy a negar que normalmente trato con gente a la que no le importa
ocultar la verdad —la miró durante un momento—. ¿Les has tenido miedo?
—No dan exactamente miedo.
Esperaron a que pasara un coche patrulla para cruzar hasta su coche. El viento
helado se colaba por las solapas abiertas del abrigo de Lydia. Ésta se separó de Josh y
rodeó el coche.
—Aunque podrían estar confundiéndolos contigo, ya no se parecen a los chicos
que vi.
Josh le hizo una indicación para que subiera al coche.
—No digas eso —dijo una vez en el interior inclinándose hacia ella—. No quiero
que sientas lástima de mí, y no quiero que me confundas con delincuentes juveniles.
Si ellos son los responsables, necesitan ayuda.
—¿Pero no que los encierren?
—Yo los pondría a limpiar las cunetas de las carreteras desde Nueva Escocia a
Nueva York.
Lydia tiró del cinturón de seguridad, pero no lo abrochó.
—Estoy agotada.
Josh lo abrochó por ella.
—¿Ahora mi trabajo te parece diferente? —preguntó él.
—Ya lo creo —dijo ella—. Y yo sólo tengo que pensar en Geraldine, no en niños
pequeños o una esposa que pueda estar embarazada.
—O unos padres que dependan económicamente de los pocos ingresos que
pueda tener tu cliente. O simplemente el hecho de que la policía lo considera
culpable y tú tienes que demostrar su inocencia cuando es la fiscalía quien debe
demostrar la culpabilidad.
—Creo que eso es lo que está pasando. Simon parece muy seguro.
—El que estaba a la derecha no me daba muy buena espina, pero quizá yo
también sería agresivo en su situación, si todo el mundo pensara que me dedico a
provocar incendios.
Lydia cerró los ojos.
—No puedo creer que se siga estigmatizando a la gente, en este caso dos niños
con letras escarlatas.
—¿Pero no decías que te encanta esta ciudad?

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—Regodearse así nunca es muy agradable, Josh.


—¿Sigues queriendo vivir aquí?
Lydia había mentido sobre eso durante años para salvar su matrimonio.
—Sí, sigo queriendo vivir aquí —dijo ella, mirando a los ojos de su marido, que
estaban cargados de tristeza.

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Capítulo 11

ALGO golpeó suavemente la ventana. Josh se acercó a mirar. Minúsculas rayas


de luz brillaban en la oscuridad en el cristal.
—Está nevando.
—Tu padre ha dicho que afuera hacía frío —dijo su madre, levantando la vista
del bastidor de bordar—. ¿Echas de menos la nieve?
Josh miró a Lydia. Tendida en el suelo, parecía tan concentrada en su libro que
quizá no había oído la pregunta de Evelyn. Primero le soltó la bomba en el coche, y
después la dejó allí, entre los dos, como si nada.
—En Connecticut también nieva, mamá.
—¿Y la nieve es mejor que la de aquí?
—No tiene las cosas que no me gustan de Kline.
—¿Se puede saber qué es tan horrible de vivir aquí? —Evelyn insistió—. Es un
lugar maravilloso para tener hijos. Últimamente han venido muchas parejas jóvenes.
Josh miró a su madre y después a su mujer. Hacía rato que Lydia estaba en la
misma página.
Increíble.
—¿Te has vuelto loca?
—Puede que un poco, pero hemos avanzado mucho —dijo su madre, en un
tono un poco más alto al darse cuenta de su error—. Aquí tienes un terreno. Tienes
familia.
—Evelyn, éste no es el momento —le advirtió B art.
—Gracias, papá, pero no puedo creer que tenga que deciros que nada cambiará
lo que ocurrió aquí.
En el suelo, Lydia se incorporó ligeramente, se apoyó en un codo y lo miró.
—No sé si has estado planeando esto con mis padres, pero más vale que os deis
cuenta los tres de que no volveré a vivir aquí —continuó Josh.
Se levantó y fue a la cocina. Después pensó en salir de la casa que le había
arrebatado el alma, pero se dio cuenta de que Lydia lo seguiría y lo que menos
necesitaba su mujer era un paseo bajo la nieve.
Ella solía decir que en la casa de Hartford se sentía atrapada, pero su esposa no
sabía nada de estar enjaulado. Fue hasta la puerta principal y allí se metió en el salón,
perfectamente limpio y ordenado. En Kline, Maine, el salón sólo se utilizaba para
recibir al cura o al alcalde.
—¿Josh?
—No hables como si me tuvieras miedo, Lydia.

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Ella le puso la mano en el brazo y lo obligó a volverse. Josh esperaba una


disculpa. Tenían un acuerdo tácito que ella había roto: nunca vivirían en Kline.
—No te tengo miedo. Nunca he tenido miedo de que pudieras hacerme algo.
—Excepto mantener el trabajo que me convirtió en lo que era.
—¿En lo que eras? —repitió ella, con desasosiego—. ¿Serás otro hombre en otro
sitio? —No sé quién soy cuando permito que una aberración en el comportamiento
de una mujer me obligue a dejar la ciudad y el trabajo que quiero, un trabajo que me
gusta y que es necesario que haga alguien, Lydia.
—Cuando dices aberración, ¿te refieres a mí o a Vivian Durance?
Cielo santo. Josh la miró sin molestarse en responder.
—¿Estás enfadado porque yo quería que lo dejaras?
—No hablemos de quién tiene la culpa —dijo.
—Si me culpas a mí, tenemos que hablarlo. ¿Cómo puede sobrevivir nuestro
matrimonio si en el fondo me guardas rencor?
—No quería que me dejaras —dijo él.
Eso era lo que más importaba en aquel momento.
—Quería ser más importante que tus clientes. No quería vivir en un pueblo y en
una casa con unos recuerdos tan horribles —Lydia se sonrojó—. Sé qué es lo que
pasaría si nos mudáramos aquí, y por eso a pesar de lo mucho que me gustaría vivir
aquí, cerca de tus padres, en un terreno que ya es tuyo, no te estoy pidiendo que lo
hagas.
—Me he enfadado porque me sentía presionado por mi madre y por ti. Mi
padre siempre me dice lo que tengo que hacer, pero al menos me deja tomar mis
propias decisiones —Josh se frotó la nuca con la palma de la mano—. Me preocupa
sobre todo lo que tú pienses, pero no parece que estemos avanzando.
—¿No deberíamos buscar ayuda? —pregunto Lydia—. Yo quiero estar contigo,
y tú conmigo. ¿Por qué no podemos decir cosas que no nos duelan?
—¿Porque no lo sabemos? —sugirió él.
—Así no vamos a ninguna parte —dijo ella—. ¿Cómo podemos aprender qué
debemos hacer para hacer feliz al otro?
Como si supiera que su pregunta no tenía respuesta, Lydia salió del poco
acogedor salón de la casa de los Quincy y empezó a subir las escaleras.
—Me voy a la cama, Josh. No estoy enfadada —dijo, y se fue.
Josh quería ir tras ella, pero Lydia estaba en lo cierto. Podían hablar sobre Mitch
y Luke Dawson, sobre Clara, sobre su trabajo y las carencias de un sistema que
convertía a los niños en víctimas por partida doble cuando sus familias se
desmembraban. Pero en algún momento Lydia y él tenían que dejar de pensar en
Hartford, o en la policía de Kline o en el pasado.
Y enfrentarse el uno al otro.

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Y cuando lo intentaban en lugar de futuro sólo parecían encontrar silencio.


—No te engañes diciéndote que los problemas se arreglarán solos.
—Mamá —dijo él sin volverse—, esto es entre Lydia y yo.
—Sé de lo que estoy hablando.
Él le dirigió una dura mirada.
—¿Sí?
—Tu padre y yo teníamos problemas. ¿No te has preguntado nunca por qué
bebía?
Claro que sí. Josh se volvió tan deprisa que casi la tiró al suelo.
—¿Por qué?
—Porque era una madre horrible. No sentía el vínculo emocional que sienten
todas las mujeres con la maternidad, aunque rezaba por sentirlo —se le llenaron los
ojos de lágrimas—. Tú me necesitabas y yo estaba frustrada por todo lo que tenía que
hacer por ti. Nunca parecía suficiente. Y a pesar de todo te quería. Quería ser la
madre que necesitabas, como las otras madres. Cuando bebía no sentía tanto... el
vacío. Y cuando tenías ocho años, nació Clara. Y pasó lo mismo, volví a ser una
pésima madre. ¿Qué madre se siente impaciente en lugar de maternal? ¿Y cómo
podía odiar el tiempo que tenía que pasar encerrada en esta casa...?
Evelyn se interrumpió al sentir la mirada de Josh clavada en ella.
—Lo siento, las paredes se me echaban encima. Tenía la vida que tantas mujeres
deseaban. Podía estar en casa para ocuparme de mis hijos, sin tener que llevarlos a
una guardería y pudiendo vivir holgadamente sin trabajar, pero me asfixiaba. Estaba
harta de ir en chándal, leer libros del doctor Seuss y quedar con otras madres que
sólo hablaban de su alegría por las cosas que a mí me frustraban. Me sentía como una
leprosa en este pueblo anclado en el pasado. A lo mejor si hubiera trabajado fuera de
casa... No, olvídalo. Eso es el pasado —dijo.
Su madre acababa de enumerar sus peores temores.
—Mamá, tengo treinta y dos años, pero no quiero oír que criarme te llevó a la
bebida.
—No fue eso —Evelyn le tomó las manos y él tuvo que hacer un esfuerzo para
no apartarla—. Lo que me llevó a la bebida fueron mis frustraciones. Tenía que haber
reconocido que necesitaba trabajar fuera de casa. Tenía que haber encontrado la
manera de ser feliz. Te quiero, hijo, y sigo queriendo ser tu madre.
—Un amor muy particular.
Ella se estremeció. Josh apenas se dio cuenta, no quiso darse cuenta.
—¿Así te sentías también con Clara?
Evelyn se encogió visiblemente.
—Sólo me di cuenta de lo que había rechazado cuando ya no podía tenerlo.
Después de aquello, ya no me importaba lo que dijeran de mí y me maldije por cada

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momento desperdiciado, por cada instante de felicidad perdido que no supe


ofreceros a Clara y a ti.
—¿Se lo dijiste a papá?
—No, y quizá por eso seguimos bebiendo los dos. Yo me sentía muy
avergonzada de mí misma y estaba convencida de que Bart sólo podría quererme si
estaba tan borracho que ni siquiera podía escuchar mis quejas. La bebida nos servía
para alejarnos de nuestros problemas. Nunca hablábamos de ello. Sólo queríamos
ahogarlos en alcohol.
—El tampoco es un santo.
—Tampoco se nos ocurrió ir a un psicólogo para que nos ayudara con nuestros
problemas matrimoniales —Evelyn estaba cansada, destrozada por el pasado y el
duro clima de su pueblo natal.
—¿Por qué no empezaste entonces con la tienda de galletas? Quizá te hubiera
gustado volver a casa si tenías otra cosa que hacer durante el día.
—Cuando volví a casa de... la cárcel, intenté ser la madre perfecta, pero
entonces a ti ya no te importaba. Después de tantos años, empecé a volver a sentir
que mi vida no tenía sentido. No... —se humedeció los labios—. Tú no podrías
entenderlo. Todavía sueño con el sabor, la llama de fuego que... Te estoy
horrorizando, Josh.
—Estoy viendo la cara de mi hermana en la piscina sucia.
—Hijo —Evelyn lo abrazó y apoyó la cabeza en su camisa, empapándola con
sus lágrimas—. Nunca podré decirte lo mucho que lo siento. Daría mi vida por la de
mi pequeña. Ni siquiera sé si sabía que la quería.
Josh no podía hablar. No se movió.
Tras unos momentos, su madre se separó de él y se secó los ojos con los puños.
—Empecé con las galletas porque si no habría empezado a beber de nuevo.
—¿Te ayuda? —preguntó él, sinceramente interesado por la respuesta de su
madre.
—Me encanta el desafío que representa, aunque temo perder todos nuestros
ahorros. Pero no puede hacerme olvidar lo de Clara.
Se puso de puntillas y besó a su hijo en la mejilla. Por primera vez en dieciocho
años, él no se apartó.
—Ni lo terrible que es saber que no me quieres —añadió.
—Sí te quiero.
Evelyn asintió, aunque no muy convencida.
—Ve con tu mujer —le dijo—. Es mejor hablar las cosas que ignorarlas.
Josh se volvió hacia el pasillo, pero se detuvo en seco. Su padre esperaba en la
puerta, sujetándose con las manos en el marco como si le costara mantenerse de pie.

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El hombre mayor tenía los ojos llenos de lágrimas. A Josh se le hizo un nudo en la
garganta.
—¿Cuánto rato llevas aquí? —preguntó.
Su padre no respondió. En lugar de ello, se soltó de la puerta y caminó con
pasos vacilantes hacia su hijo, que lo sujetó con los dos brazos. Su padre lo abrazó
con una fuerza y una energía que él desconocía.
Josh rompió el abrazo, seguro de que si no se iba cuanto antes se echaría a
llorar. Lo único que quería era estar junto a su esposa.
—Tranquilo, papá.
Como si ella hubiera sentido su necesidad a través de los viejos maderos de la
casa, Lydia salió de la habitación y los dos se encontraron en mitad de las escaleras.
—No tenía que haberme ido así —dijo ella, arrepentida de su comportamiento.
Abajo la puerta del salón se cerró con sus padres dentro.
—Vamos —dijo Josh llevando a Lydia a la sala de estar donde alguien había
encendido la chimenea.
Cerró las puertas dejando a sus padres fuera, y Lydia se sentó en el sofá de dos
plazas que se había tapizado al menos cuatro veces desde que perteneciera a su
abuela.
Continuidad: su familia no tenía. Él la había rechazado, pero a Lydia, que se
quedó sola a los dieciocho años, la reconfortaba.
—Quiero contarte la verdad —dijo él—. No quiero que creas que puedes
convencerme de algo diferente. No deberíamos perder tiempo en falsas esperanzas,
en mentiras o en juegos.
—Yo no estoy jugando.
—Déjame dejar una cosa clara, por favor. He dejado mi trabajo en Hartford,
pero no nos quedaremos a vivir en Kline.
—Lo sé —dijo ella—, pero permíteme una pregunta. ¿Dónde encontraremos
tanto terreno como aquí? Podemos construir nuestro hogar donde queramos. Yo
puedo diseñarte un taller. Y tú puedes restaurar y tunear uno de esos coches de los
años treinta que tanto te gustan. A mí me encantaría tener un despacho —Lydia se
hizo a un lado para dejarle sitio—. Tú amas esta tierra y yo también. Y te la dio tu
abuelo.
—Acabo de decirte cómo me siento. He escuchado lo que tú querías. ¿Por qué
no puedes tener tú la misma deferencia conmigo?
—Perdona —dijo ella—. Me encanta estar con tu familia, y creo que tú quieres a
tus padres y que si estás cerca de ellos podrás superar todos tus resentimientos.
Podrás dejar de querer venganza.
—Mi hermana murió. Mis padres la dejaron morir. Intento hacer las cosas bien
con ellos, pero no puedo cambiar lo que siento en este lugar. No pude salvar a Clara.

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¿Crees que el recuerdo se difumina con el tiempo? ¿Crees que tú olvidarás haber
perdido nuestro hijo en Hartford?
Lydia levantó la cabeza. Le temblaban los labios.
—Perdóname. No sé en qué estaba pensando. Sólo quería crear un futuro
perfecto para los dos —dijo ella—. Entiendo que no puedes quedarte aquí por el
mismo motivo que yo no puedo volver a Hartford.
—Llevo años queriendo demostrar que lo que ocurrió no me asusta. Pero Clara
murió, dependía de mí y yo no estaba a su lado. Cuando la encontré, estaba muerta.
—Tú no tuviste la culpa.
—No he dicho que la tuviera.
Claro que lo había dicho. Un millón de veces. El frío se coló a través de la
ventana de más de cien años a su espalda, un fuerte contraste con el calor de la
chimenea.
—Para lo bueno y para lo malo, Josh. Hasta que la muerte nos separe. Estoy a tu
lado, y no voy a dejarte sólo porque tu infancia siga viviendo contigo.
—Pero lo habrías hecho si hubiera mantenido mi trabajo.
Lydia asintió despacio, sorprendida por su decisión.
—Creo que sí. Porque ¿qué sentido tiene el matrimonio si tengo miedo de tener
hijos contigo? Quiero tener hijos, y allí nunca hubiera vuelto a intentar tener otro.
¿Sabes cuántas veces hemos pasado los dos por el sitio donde ocurrió?
Josh se sujetó al alféizar de la ventana a su espalda. —Perder al niño me
recuerda a cómo me sentí cuando murió Clara.
Su madre había vuelto a abrir todas las heridas.
—Y sufro. Clara era muy vulnerable. No puedo evitar pensar que no sé cuidar
de los niños que dependen de mí.
Josh se sentía desnudo. Si hubiera vuelto a casa media hora antes habría podido
salvar a Clara. Detestaba recordarlo, pero nunca lo olvidaba.
Lydia se levantó, enfadada, y segura, y firme.
—Nuestro hijo nunca tuvo la oportunidad de depender de ti porque una
desconocida lo mató —se acercó a él y le tomó la cara con las manos—. Clara no era
tu hija. ¿Crees que tenías que dejar los estudios a los catorce años para cuidar de tu
hermana?
El sonido del viento del mar en el exterior parecía susurrarles al oído. Quería
todo lo que había perdido, a su hijo y a su hermana. Y la felicidad de su mujer.
Lydia había llevado a su hijo en su cuerpo. Aseguraba conocerlo por cómo se
movía. Decía que no le gustaban los pepinillos porque se ponía a dar patadas como
loco cada vez que ella se comía uno, y también cuando ella se acostaba de espaldas
en la cama. Josh se reía al notar las pataditas en la palma de la mano.

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Las lágrimas le empañaron los ojos. Las secó. Siempre había sido fuerte y se
había arriesgado para ayudar a mucha gente. Él merecía la oportunidad de ser feliz y
no era hombre de lágrimas.
A Lydia no parecían importarle sus lágrimas. Lo rodeó con los brazos y le
apoyó la cabeza en su hombro.
—Relájate, Josh. Apóyate en mí y llora hasta que te encuentres mejor.
El la rodeó con los brazos, aspirando su fragancia. Y entonces ella se recostó en
él, y sus senos se apoyaron suavemente contra su torso. Tenía la cintura más
estrecha, y los huesos de las caderas más prominentes. Lydia había adelgazado, pero
seguía despertando en él un deseo y una pasión que conocía bien.
Todavía les faltaban semanas para poder volver a hacer el amor, pero él
necesitaba tumbarse con ella y abrazarla con todas sus fuerzas.
—Vamos arriba. No estoy enfadado —dijo. Le sonrió, para tranquilizarla—.
Sólo quiero volver a ser tu esposo.

—Tus padres se darán cuenta de que estamos aquí.


El agua de la ducha caía sobre ellos y los brazos de Josh la sujetaban con fuerza.
Lydia se sonrojó al pensar en encontrarse con Josh y Evelyn en el pasillo.
—No me importa —le dijo al oído.
El agua caliente y la excitación de Josh le puso la carne de gallina de la cabeza a
los pies.
—Esto nos está llevando directamente a la frustración.
—No tan frustrante como acostarme cada noche contigo en esa cama y no poder
tocarte —dijo él. Levantó la cabeza y la miró a la boca—. Ahora cállate y disfrutemos
de estar juntos.
Lydia se puso de puntillas y salió al encuentro de los labios entreabiertos. Al
menos el sonido de la ducha ocultaba los desbocados latidos de su corazón. Josh le
acarició la espalda con los dedos, y ella se arqueó hacia él. Abrazarlo no iba a ser
suficiente. Le puso las palmas de las manos en los hombros y fue descendiendo por
el pecho, deteniéndose a acariciar los pezones erectos hasta que él la sujetó por las
muñecas.
Josh se echó hacia atrás. Pero la ducha no le permitió alejarse mucho.
Sonrió lánguidamente, con la mirada cargada de deseo.
—Tenías razón —dijo apartándose el pelo mojado de la frente—. Me siento un
poco desesperado, y muy frustrado.
—Será mejor que salgamos. ¿Crees que se habrán dado cuenta?
—No me importa. Ya somos mayores.

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Cerraron el agua y Lydia empezó a secar a Josh, pero éste la detuvo.


—No es una buena idea —dijo con los dientes apretados.
Ella le dio la espalda, y él quedó de repente detrás de ella.
—Tampoco es una buena idea —dijo él, retirándole el pelo de la nuca y
besándole la piel mojada.
Lydia se estaba poniendo nerviosa.
—Vamos a la habitación, Josh.
—Perdona.
Unos minutos después Lydia abrió la puerta y antes de salir se aseguró de que
sus padres no estaban en el pasillo. Cerrándose la bata a la cintura, salió. Josh la
siguió otra vez en bóxers.
El teléfono sonó. Bart descolgó en su dormitorio.
—¿Geraldine? Un momento, es para ti, Evelyn.
Lydia abrió la puerta del dormitorio de Josh y se metió dentro. Éste la siguió.
—¿Qué habrá pasado?
—Estas paredes son como de papel —dijo Lydia, preocupada por la posibilidad
de que los hubieran oído en la ducha—. ¿Aún se oye a tu madre?
—No.
Josh la miró distraído. Lydia tuvo la sensación de que estaba tratando de
adivinar si la llamada significaba que los nietos de Geraldine estaban otra vez
metidos en apuros.
Se equivocó. Un segundo después, ella estaba en sus brazos y la besó como si no
la hubiera besado en años. Un poco de confianza podía generar mucho deseo. Cada
vez le gustaba más abrazarlo y acariciarlo.
Cuando terminó el beso, Josh no la soltó. Lydia se colgó de sus hombros, con los
ojos iluminados por el deseo y la victoria. Él le deslizó las manos por los brazos,
sonriendo al sentir su estremecimiento.
Unos golpes en la puerta los sobresaltaron a los dos. Lydia rió nerviosa.
—No quiero seguir hablando —dijo en voz baja—. Diles que no te he matado,
en caso de que crean que estábamos discutiendo en la ducha.
Lydia se abrochó el cinturón de la bata.
—¿Sí?
La puerta se abrió ligeramente y Evelyn asomó la cabeza. Busco a su hijo con los
ojos con la preocupación de una madre. Este estaba detrás de Lydia, que no pudo
evitar volver a reír.
—Sé que es tarde —dijo Evelyn, consciente de que estaba interrumpiendo—,
pero vamos a ver a Geraldine. Los Barker han hecho una contraoferta y tenemos que
hablar de la financiación.

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—Está bien —dijo Josh.


Lydia se dio cuenta de que había algo más que la preocupaba. Frustrado, Josh
miró a su madre.
—¿Se ha sabido algo más de los nietos de Geraldine?
Lydia quedó muy quieta. Josh siempre se había resistido a involucrarse en los
problemas de su pueblo natal. Su madre, sorprendida también, se recuperó
enseguida.
—No me ha dicho nada —fue a salir—. Aunque me ha comentado una cosa. Se
lo he preguntado porque parecía nerviosa.
—¿Qué, mama?
Evelyn miró a Lydia incómoda. Era evidente que no le gustaba cotillear.
—La madre de los gemelos ha conocido a un hombre y él le ha pedido a
Geraldine que los gemelos sigan viviendo con ella.
—¿Dónde está el padre? —preguntó Josh.
—No lo sé. Geraldine no tienen ni idea —Evelyn cuadró los hombros—. Hijo, sé
que no quieres ocuparte de ningún caso mientras estés aquí, pero sólo sería echar
una mano.
Lydia notó la mirada cautelosa de Josh.
—¿Qué me estás pidiendo?
—¿Podrías hablar con los chicos? A nadie le gustan los parquímetros del paseo
marítimo, pero están empezando a echar a Mitch y a Luke de muchos sitios. No
quieren arriesgarse a que los atraquen o a ser víctimas de su agresividad. Y eso
también afectará al trabajo de Geraldine.
—Te olvidas de que fui yo quien llevé a Lydia a aquella especie de rueda de
reconocimiento. No creo que les haga mucha gracia verme.
—Los chicos dijeron a su abuela que no querías hacerlo. Después de oír cómo le
hablaste a Simon, creen que éste no podrá hacerles nada.
—Eso es un error. Sólo quería proteger a Lydia.
—Tienes que hacer algo pronto. Pueden pensar que están a salvo porque
alguien como tú creyó en ellos. No sé si conocen tu pasado.
—Yo nunca me metí en problemas. Mi único objetivo era largarme de aquí.
—Tú elegiste bien a pesar de tener los peores padres del mundo —Evelyn se
puso roja pero se mantuvo firme—. Los nietos de Geraldine no han reaccionado de la
misma manera al abandono de sus padres. Cada vez que pasa algo, todo el mundo
piensa que han sido ellos.
—No estaré aquí tanto tiempo como para meterme en esto, mama.

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—Ayudas a toda esa gente que comete crímenes horribles sin conocerlos. ¿Por
qué no puedes intentar convencer a dos chicos que dejen de hacer tonterías antes de
que necesiten tus servicios para defenderlos ante un tribunal?
Lydia estaba de acuerdo con Evelyn, pero el hecho de que fuera en Kline le
impidió decirlo en voz alta. Ya había obligado a su marido a dejar su trabajo en
Hartford, pero no había vuelto a mencionar lo de vivir allí.
—Quizá Geraldine no quiera que lo haga. Puede pensar que yo soy la causa de
sus problemas porque Lydia y yo fuimos a la policía. Quien debería hablar con ellos
es ella.
Lydia se volvió a mirarlo.
—Piensa en cómo reaccionarías tú ante los consejos de tus padres —le dijo, y
enseguida deseó no haber dicho algo tan duro delante de Evelyn, pero no se
disculpó—. A veces un desconocido es más convincente. No quiero presionarte, Josh,
pero tu madre tiene razón. Hay que hacer algo antes de que necesiten un abogado
defensor.
—Pero yo no soy la mejor elección —dijo Josh—. Mamá, esos chicos todavía no
tienen problemas con la ley. Creo que estarán mejor si hablan con alguien que pueda
hablarles de sus padres.
—Me voy. Se lo sugeriré a Geraldine —Evelyn abrazó a Lydia y dio unas
palmaditas a su hijo en el brazo—. Esperaba que pudieras ofrecer a Geraldine unos
minutos de tu tiempo, pero lo entiendo —En la puerta se detuvo sin volver la
cabeza—. Siempre y cuando no lo hagas porque sigues enfadado con tu padre y
conmigo. Si es así, creo que debes hacer un esfuerzo por superarlo de una vez.
La puerta se cerró. Lydia, dividida entre los dos, no supo qué decir.
—Eso nos ha quitado las ganas, ¿verdad?
Josh sacó el pijama de Lydia y se lo dio.
—La pasta de dientes para ti primero —dijo.
—¿Ni siquiera te tienta ir? —preguntó ella.
En la cara de Josh se reflejó el muchacho inmerso en un mundo de problemas, el
joven que lo había perdido todo a pesar de todos sus intentos por mantener su
mundo en equilibrio.
—La fuerza de la costumbre —dijo por fin—. Me recuerdan mucho a mí y me
gustaría ayudarlos.

Lydia intentó mantenerse despierta hasta que Josh volvió, pero lo tarde de la
hora y toda la actividad del día jugaron en su contra. Se quedó dormida esperando el
sonido de los pasos de su marido en el pasillo.

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A la mañana siguiente cuando despertó estaba sola en la casa. Fregó las tazas de
café y los platos de su desayuno. Después de poner una lavadora, fue al garaje con la
esperanza de encontrar a Josh y a Bart.
Era evidente que los dos habían decidido cambiar la pintura por trabajo
remunerado. Abrió el establo y lo recorrió de extremo a extremo, y después salió por
el extremo contrario a la fría luz del sol.
A pesar de ser una gran amante de los días nublados y la lluvia, levantó la cara
hacia el benevolente calor del sol otoñal. Detrás de ella sonó el rugido de un motor.
Era la vieja camioneta de Bart que se acercaba por el camino dejando una estela de
polvo a su paso.
Lydia echó a andar hacia el vehículo. Pensó en la posibilidad de que hubieran
tenido algún accidente con el barco, al ver únicamente a un hombre al volante. Era
Josh, que se apeó junto a la puerta de la cocina y la esperó.
—Buenos días —le dijo él cuando ella iba acercándose a su lado—. Anoche
todavía esperaba verte despierta cuando volví.
—Demasiado ejercicio, supongo. Me quedé dormida —dijo ella, tratando de
sonreír—. ¿Qué ocurre? Josh titubeó un momento.
—Entra conmigo.
—De acuerdo, pero ¿ha ocurrido algo? ¿Tu padre está bien?
—Al final no he ido con él. He estado con mi madre buscando hornos de
segunda mano, y me ha llamado Geraldine. No he podido negarme —sostuvo la
puerta de la casa abierta para que Lydia entrara—. No puedo decir con certeza si mi
madre le ofreció mis servicios o no, pero Geraldine me ha pedido que hable con sus
nietos y... —se interrumpió, preocupado por la reacción de su mujer.
Ella entró.
—¿Y qué? ¿Te ha dicho algo más?
—No. Fue... el sermón de anoche de mi madre —arqueó una ceja—. Y el tuyo
también.
A Lydia la sorprendió la sensación de alivio que sintió.
—Sabía que el Josh sensible y generoso que yo conozco no podría resistirse a
ayudarlos.
—No soy sensible ni generoso —la corrigió él, sin querer irritarse—. Pero creo
que teníais razón cuando dijisteis que hay que ponerlos en la buena dirección antes
de que no tenga remedio.
—Era una broma. ¿Por qué has venido a casa solo? Josh se miró el agujero en la
camisa y la pintura en los vaqueros.
—Me he vestido para ir a pescar con mi padre antes de que mi madre me
pidiera que la acompañara a mirar hornos. Ya sabes lo manirrota que está
últimamente, y eso que todavía no tiene el local. En parte me siento responsable por
ella.

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—¿Pero has venido porque a Mitch y a Luke les importa tu aspecto?


—No creo que quieran hablar conmigo, la verdad, pero he pensado en
cambiarme para dar una mejor impresión —entró en la cocina—. Geraldine dice que
anoche detuvieron a los chicos por conducir bebidos. Ya están en casa. Los
expulsaron del instituto por una pelea el día que mi madre y yo estuvimos hablando
con ella. Me dijo que iba a ponerlos a los dos a pintar el garaje, pero que antes podría
hablar con ellos para ver si consigo hacerlos entrar en razón.
—Debe de ser la época de pintar —bromeó Lydia, ansiosa al ver que Josh iba a
tener que tratar con un problema relacionado con el alcohol.
—Mi padre y yo le hemos dado la idea.
En el dormitorio se puso unos vaqueros más nuevos. Lydia estaba apoyada en
la esquina del escritorio cuando él dejó caer la camisa al suelo. Cuando la vio mirarlo,
se detuvo y fue a su lado. Bajó la cabeza sonriendo.
—Tienes cara de que no te importaría...
Tenía razón. Lydia le quitó el suéter limpio de las manos y lo abrazó, deseando
sus besos. El suéter cayó al suelo cuando le deslizó las manos por la espalda
desnuda.
Tras un largo rato, él se apartó pero le acarició la comisura de la boca con el
pulgar. Ella lo mordió suavemente, olvidando todo lo malo que los había separado.
La duda y el dolor se fundieron en la luz de la esperanza.
—No es que no quiera seguir —dijo él—, pero tu médico nos prohibió tener
relaciones.
—¡Qué sabrá él! Sólo es un hombre —Lydia continuó acariciándolo pero él le
sujetó las manos y la apartó con evidente reticencia.
—Tengo que vestirme.
—¿Quieres comer algo antes de irte?
—No.
El tono de su voz recordó a Lydia días más felices, cuando estaban más
relajádos el uno con el otro y menos tensos.
—En estos momentos no estoy pensando precisamente en comida —musitó él.
Lydia bajó al salón y buscó otro libro en la biblioteca. Cuando él bajo, ella estaba
tendida en el sofá, sin leer.
—Se me ha olvidado preguntarte qué tal te encuentras —dijo, alisándose los
rizos morenos con las manos.
—Bien —Lydia abrió los brazos en indicación de que gozaba de buena salud—.
Estoy cada día mejor.
Lydia sintió la espiral de tristeza recorrer su cuerpo una vez más, pero no dijo
nada. A veces tenía la impresión de que el dolor por la muerte de su hijo era sólo
suyo y que debía enfrentarse sola a él.

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—¿Ha mencionado Geraldine cómo iba lo del local?


—Se me ha olvidado preguntar. Cuando le he dicho que hablaría con Mitch y
Luke pensé que a lo mejor te molestaría.
Ella sonrió, profundamente halagada.
—No tienes que ponerte tan contenta —dijo él, tomándole la cara entre las
manos.
—Sonrío porque tengo la sensación de que ya no te interesa más salvar el
mundo que estar conmigo. De hecho, me siento como la culpable de meter a esos
chicos en líos, y me alegro de que los ayudes.
—Me estoy implicando en esto, me guste o no —le acarició la boca con el pulgar
mirándola a los labios—. Pero te suplico que no creas que cambiaré de opinión.
—No lo haré —Lydia apenas podía hablar.
Él asintió, pero ella se dio cuenta de que no la creyó. Se levantó y se puso de
puntillas para besarlo, pasándole un brazo alrededor de la nuca.
—Convéncelos para que vuelvan al buen camino y podrás reconciliarte con
Kline —dijo ella—. Yo intentaré desear lo mismo.
Josh se relajó visiblemente.
—¿Te apetece que demos un paseo cuando vuelva?
—Claro.
—Y entérate de dónde está mi madre si llama —dijo él, y le acarició la garganta
con los labios.
Pero Lydia sabía que todavía no habían llegado a ninguna decisión. Sólo habían
acordado no volver a Hartford y no quedarse en Kline, pero cada vez que
empezaban a hablar del futuro volvían al pasado. ¿Estaban cometiendo el mismo
error de siempre?
—Será mejor que me vaya —dijo Josh, y le acarició suavemente la mejilla con el
dorso de la mano.
—Es lo que debes hacer.
Él sonrió con picardía. Era la primera vez que ella se despedía de él antes de
una inesperada cita con un cliente con esas palabras. Josh empujó la puerta y salió.
Ella la sujetó antes de que diera un portazo.
Josh fue hasta el coche con pasos seguros. El Josh que ella amaba había vuelto
por fin. Incapaz de resistirse a hacer una buena obra, la había puesto entre sus
prioridades.
¿Seguiría así para siempre? ¿O cambiaría cuando viera que la tenía segura a su
lado?

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Josh llegó a casa de Geraldine sin recordar haber conducido hasta allí. Llamó al
timbre de la puerta con la mente todavía en Lydia, en el cuerpo esbelto y provocador
que se estremecía bajo sus caricias. Suspirando se apoyó contra el marco de la puerta.
Perdido en el deseo, ni siquiera había pensado qué decir a los muchachos.
El gemelo más pendenciero abrió la puerta. Alto y delgado como tantos
adolescentes, tenía la mirada de un anciano.
—Mi abuela no está.
Josh le había pedido a Geraldine que no los avisara de su visita para que no se
fueran.
—Te estoy buscando a ti y a tu hermano.
—Qué pena. No pienso dejarlo entrar. Mi abuela dice que su mujer y usted
están ayudando a los polis.
Josh se metió las llaves en el bolsillo.
—Soy abogado defensor, pero nací en este pueblo y tuve problemas. Tu abuela
pensó que podía hablar con vosotros.
—Necesito ver su identificación.
Detrás de él, otro 'chaval idéntico al primero apareció y miró preocupado a Josh.
—¿Quién es este tío, Mitch?
—Tampoco hace falta que te asustes tanto —dijo el primero con desprecio—.
¿Por qué no admites que somos los culpables de todo? Todo el pueblo lo cree gracias
a la mujer de este tío.
—Cállate. Ya te dije que no testificaré contra ti —Luke apartó a Mitch del medio
con el hombro.
Cuando el joven volvió la cara, Josh notó el moratón que tenía debajo del ojo
izquierdo.
—Chambers puede mandar a todos los polis y a todos los abogados que le dé la
gana a por nosotros —continuó el adolescente mirando a su hermano gemelo, que
estaba a punto de perder el control—. No gastarán el dinero llevándonos a juicio. Ya
sabes lo que nos han contado en la clase de política en el instituto.
El golpe en el ojo y la ingenuidad del joven conmovieron a Josh. En el pasado él
también había sido tan estúpido, pero nunca tanto como para soltar algo así delante
de un desconocido. Al primer gemelo, Mitch, probablemente el que había pegado a
su hermano, no le hacía ninguna gracia que una de sus víctimas lo protegiera.
—No sé qué han dicho en ninguna clase —dijo y dio un empujón al otro chico
que debía de ser Luke.
A Josh la escena le resultaba tristemente familiar. La había visto docenas de
veces. Luke y Mitch tratando descaradamente de negar lo evidente: que Mitch
pegaba a su hermano menos beligerante para obligarlo a seguir sus órdenes.

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—Luke, como le he dicho a tu hermano, soy abogado —dijo Josh—. Mi madre es


clienta de tu abuela. Me llamo Josh Quincy. ¿Necesitáis un abogado?
—Cierra el pico, Luke —dijo Mitch antes de que su hermano abriera la boca.
Como si lo hubieran planeado, los dos muchachos se pusieron en jarras con
actitud desafiante.
—Está bien —dijo Josh, que ya había cumplido con Geraldine acercándose a la
casa. No tenía ningún problema en dejar a otro alcohólico por joven que fuera que se
las arreglara solo—. Estoy perdiendo el tiempo.
—Espere.
Ése tenía que ser Luke.
Josh se volvió. Mitch le clavó el codo en las costillas. Luke apenas se inmutó, lo
que preocupó a Josh mucho más que nada de lo que habían dicho hasta ese
momento.
—¿Qué más has estado haciendo, Mitch? —preguntó Josh con una mirada
rápida al otro joven.
El matón soltó una carcajada. Josh sabía lo que era ser el último en la lista de
prioridades paternas, pero no podía sentir simpatía ni comprensión por alguien que
pegaba a su hermano para vengarse de sus padres.
—Escuchad, mi madre ofreció un favor a vuestra abuela. Yo tuve problemas y
terminé en una casa de acogida, ordeñando vacas a cambio de la cena.
—Y por eso quiere hacernos entrar en razón —dijo Mitch, burlón, sujetando con
fuerza el brazo de su hermano a modo de advertencia.
—Sería imposible.
El joven era un ignorante, y quería serlo más. Quizá no fueran buenas palabras
sino un castigo lo que necesitaba para entrar en razón. Lo malo era que Geraldine
tendría que pagar los desmanes de su nieto, pero la comisión que estaba a punto de
recibir del local de su madre sin duda ayudaría a sus finanzas.
Desde el coche, Josh se volvió a los muchachos, concentrándose en Luke.
—Llámame si necesitas algo. Estoy en casa de Bart y Evelyn Quincy.
Mitch metió a su hermano en la casa de un empujón y cerró la puerta. Josh
maldijo en voz baja y se metió en el coche.
Después llamó a su madre para que informara a la abuela de Luke y Mitch
Dawson de que no había conseguido nada con los chicos.

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Capítulo 12

DOCE días después la madre de Josh tomó posesión del Café Barker's. Los
Barker estaban tan ansiosos como ella para cerrar el trato.
Afortunadamente, Lydia no se hizo ilusiones pensando que la visita de Josh a
los gemelos Dawson serviría para hacerlo cambiar de opinión sobre su ciudad natal.
Lo único que dijo fue que tanto su madre como la abuela de los chicos estaban
equivocadas. Mitch y Luke no lo necesitaban.
Lydia y él pasaban las tardes metidos en Internet, buscando un nuevo hogar.
Josh sugirió que se instalaran en Boston, pero al ver la expresión en la cara de su
mujer descartó rápidamente la idea.
Hasta el momento no habían logrado ponerse de acuerdo en la ciudad donde
querían vivir. La tregua estaba cada vez en terreno más resbaladizo.
La mañana que la madre de Josh empezó a trasladar sus cosas al café, éste llevó
a sus padres al despacho de su abogado para sellar la compra del local. Lydia
compró lo necesario para una comida sorpresa a base de langosta, maíz y patatas.
Añadió a la celebración una barra de pan de ajo recién hecho y una ensalada de
verduras y tomates.
Cuando ella volvió Josh y sus padres ya estaban en casa. Subió los escalones del
porche con la compra en los brazos. Evelyn estaba en la entrada, cargada con una
fregona, un cubo y una caja de productos de limpieza.
—¿Adónde vas? —preguntó Lydia.
—Estoy impaciente. Es todo mío y lo voy a dejar reluciente. Cuanto antes abra,
mejor.
—Bart iba a contratar a alguien —dijo Lydia, y enseguida se arrepintió al
recordar que Bart pensaba dar una sorpresa a su esposa.
—¿Qué? —la idea ofendía la natural austeridad de Evelyn—. ¿Para qué tirar el
dinero? ¿Quieres venir? —la invitó—. Bart y Josh me van a echar una mano —de
repente se detuvo y levantó la mano—. No, será mejor que no trabajes demasiado.
—Estoy bien.
Era cierto. Su cuerpo estaba más fuerte cada día. Aunque parecía una paradoja,
su recuperación en parte la entristecía porque significaba poner más distancia entre
su hijo y ella. Por otro lado, con más energía, empezó a sentir de nuevo las ganas de
vivir.
—Me encantaría ayudaros. ¿Dónde están Bart y Josh?
—Bart debe de estar arriba cancelando lo de la limpieza. Josh ha ido a cambiarse
—dijo Evelyn, y se puso de puntillas para echar un vistazo en el interior de las bolsas
de papel que llevaba Lydia—. ¿Qué has comprado?

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—Langosta, maíz y algunas cosas más —lo dejó en la encimera y metió la


langosta en el frigorífico, que estaba a rebosar.
—Te agradezco del detalle, cielo, pero esta noche estaremos demasiado
cansados para cocinar. ¿Por qué no le llevamos la langosta a Geraldine?
—¿Estás segura? Pensé que te gustaría celebrarlo...
—Ha trabajado mucho por mí —dijo Evelyn—, y le vendrá bien disfrutar un
poco.
—Me parece una buena idea —Lydia bajó la voz—. Me gustaría ver a Mitch y a
Luke cara a cara sin tener a Chambers presionando para que los identifique.
Evelyn alzó los ojos al oír los pasos de Josh en el piso de arriba.
—Geraldine no ha dicho nada sobre ellos, excepto para dar las gracias a Josh
por intentarlo. No sé qué ocurre. Mi hijo no parece muy contento con el resultado.
—Por eso no he tenido el valor de preguntarle. Estaba decepcionado, pero
también un poco irritado.
Josh bajó las escaleras poniéndose un suéter por la cabeza.
—¿De qué estáis hablando entre susurros?
—De los nietos de Geraldine —dijo su madre—. ¿Has sabido algo más de ellos?
—No, ni lo espero. Mitch está demasiado furioso para escuchar a nadie, y Luke
no dirá nada en contra de su hermano.
—¿En contra de su hermano? —Lydia se acercó a Josh, que era donde más le
gustaba estar últimamente—. ¿A qué te refieres?
—No conozco los detalles —Josh miró a su madre—. ¿Te ha dicho algo
Geraldine que no me haya mencionado a mí?
Evelyn negó con la cabeza.
Josh continuó.
—Estoy seguro de que Mitch mantiene a su hermano a raya utilizando la fuerza
física. Y de que Geraldine lo sabe, o se niega a verlo.
—¿Crees que le pega? —preguntó Lydia, demasiado consciente de la violencia
para dejarlo pasar por alto—. Tenemos que hacer algo.
—Ya le di la oportunidad a Luke para que me contara lo que hizo su hermano,
pero se negó.
—Tenemos que hacerlo hablar.
—¿Quién eres tú así de repente? —preguntó él.
—Una mujer cambiada que, te guste o no, de momento es parte de este pueblo.
Si Mitch pega a Luke no tardará en pegar a otras personas. Y Luke necesita
protección.
—Esperad un momento —dijo Evelyn—. ¿Os habéis preguntado alguna vez por
qué los servicios sociales no vinieron nunca a quitarnos a Josh y a Clara?

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—Mamá...
—Sí —dijo Lydia—. ¿Por qué?
—Porque Josh ocultaba la verdad, y Clara, que estaba en casa casi todo el
tiempo, no tuvo la oportunidad de que se le escapara nada delante de nadie.
—Sé que normalmente los niños protegen a sus maltratadores —dijo Lydia—.
Pero los adultos responsables deben actuar cuando los niños necesitan ayuda.
—Eso he intentado hacer —dijo Josh—, pero no puedo obligar a Luke a que me
deje ayudarlo, y Mitch prefiere prender fuego al pueblo antes que cambiar de actitud.
—¿Te refieres al instituto?
—Estoy más dispuesto a entender por qué Simon lo considera sospechoso.
¿Cuánta rabia tiene que almacenar para ensañarse con su propio hermano?
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Lydia—. Te acompaño. Le diré directamente a
Luke que tiene que decir la verdad sobre su hermano.
—No permitiré que te acerques a ellos —la voz penetrante de Josh amenazó con
romper la frágil paz que había entre ellos—. Lo digo en serio —le tomó la cara entre
las manos y la miró a los ojos—. Si Mitch te toca, lo mataré. En serio, Lydia. Lo
mataré. Y no quieres que eso ocurra.
—Ya veo que confío más en ti que tú en ti mismo. Al menos sabes que uno de
los dos muchachos necesita ayuda.
—Te lo advierto —le dijo él, respirando profundamente. Hizo una pausa—. O
mejor dicho te lo suplico. No vuelvas a acercarte a los gemelos.
—No puedo quedarme de brazos cruzados cuando veo a un matón pegar a su
hermano. La violencia me pone furiosa.
Lydia vio a Evelyn que a su lado tenía los ojos llenos de lágrimas. Ahora eran
una familia, y ella era también responsable por las personas que vivían en aquella
casa. Ya no sólo era una invitada.
—Josh, cuando vinimos aquí los dos sabíamos que teníamos que cambiar. No
permitiré que ese matón me asuste.
Lydia le envolvió las manos con las suyas y se llevó la palma derecha a los
labios. Josh se estremeció al sentir el beso y ella lo soltó.
—No haré nada —continuó Lydia—, pero no puedo quedarme aquí sabiendo
que Mitch ataca a su hermano. ¿No podemos hablar con Simon?
—Puede ser contraproducente —dijo Josh evitando los ojos empañados en
lágrimas de su madre—. Ya los han detenido una vez por beber. Están en libertad
bajo fianza. No le digas a Geraldine que te lo he dicho, mamá, pero el sistema del que
Simon se siente tan orgulloso obligará a Luke y a Mitch a decir quién hizo qué.
—Debería hablar con Geraldine —dijo Evelyn—. ¿De qué sirve una amiga si no
puedes confiar en ella?

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—Si no te ha contado la verdad sobre sus nietos es posible que crea que no sabes
nada. No quiere tu lástima. Imagina cómo te lo tomarías tú de ella.
Evelyn apretó los productos de limpieza.
—Eres bastante listo, teniendo en cuenta la avuda que tuviste de tu padre y mía
—Evelyn señaló la nevera—. Josh, Lydia ha dejado una langosta en la nevera. Se la
llevaremos a Geraldine y le daremos la oportunidad de que hable con nosotros.
Quizá no se dé cuenta de que con nosotros está a salvo. ¿Cómo puede pensar que
voy a juzgarla...?
Josh sacó la langosta.
—No tenemos que seguir recurriendo al pasado. Será mejor que lo olvidemos y
nos concentremos en el presente.
Lydia dio un paso hacia él. Así era también como se habían enfrentado ellos a
sus problemas: sin hablar. Y no los habían superado por completo. Pero él se volvió
hacia ella y la miró con cansancio. Y en ese momento Lydia se sintió incapaz de
sugerirle que estaba cometiendo un error. Necesitaba su apoyo.
—Iré contigo —dijo ofreciendo la bolsa con la que había traído la compra—.
Mete aquí la caja.
—No —Josh metió la caja en la bolsa—. No te acercarás a esa familia. Sé que no
te gusta que te diga lo que tienes que hacer, pero con Vivian no te pude ayudar y me
siento muy culpable. Por favor, no dejes que ese chico se acerque a ti lo suficiente
como para hacerte daño.
—¿Y tú? ¿De verdad crees que Mitch es peligroso?
Josh lo pensó un momento.
—Lo es para Luke, su hermano gemelo, y eso es suficiente para mí.
—Estás tan preocupado por lo que puedan hacer que me estás asustando. No
quiero que te hagan daño.
—Con clientes que no necesitan saber nada de tu existencia estoy tranquilo,
pero estos chicos te conocen, y a mis padres también. No sé qué pasa con Mitch, pero
no me da buena espina.
—Te acompaño y no se hable más.
—Gracias, Lydia —dijo él con una sonrisa sarcástica—. No sé cómo decir esto
sin ofenderte, pero ¿cómo me defenderías si me atacan?
Lydia pensó la respuesta un momento.
—Igual que tú a mí. Como fuera.
—Oh —Josh se aclaró la garganta y no le quedó más remedio que dar su brazo a
torcer—. Está bien, iremos a llevarles la langosta. Después nos veremos en Barker's.
—En el Café de la abuela Trudy —la corrigió Evelyn sin intentar ocultar su
orgullo.

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—En el Café de la abuela Trudy —repitió Josh con paciencia—. Entre las dos me
estáis volviendo loco.
Lydia quería reír de alegría. Su marido y ella parecían estar en un «sube y baja»,
pero estaba orgullosa de los progresos que había hecho con sus padres.
—¿Por qué se estará retrasando tu padre? —dijo Evelyn.
Terminó de llevar las cosas al coche y después tocó el claxon. Bart bajó las
escaleras de dos en dos y atravesó corriendo la cocina.
—Tengo que ir a buscar el taladro al cobertizo de las herramientas. Y la lijadora.
Qué mujer.
Lydia se abrochó el abrigo hasta la garganta.
—¿Cómo se las arreglan para estar tan unidos?
—No les queda otro remedio. O eso o volver a beber.
—¿Qué quieres decir?
—Mi madre me dijo que cuando dejaron de beber hablaron de sus problemas.
No podían separarse teniéndome a mí. Entonces no me di cuenta, pero fueron lo
bastante responsables como para intentar hacer por mí lo que no hicieron por Clara.
Por eso siguieron juntos. Imagina enfrentarte todos los días a la persona que te
recuerda lo que hiciste sólo con su presencia.
—¿Ibas a verlos cuando estaban en la cárcel?
—Nunca —Josh echó un vistazo al resto de las bolsas de la compra—. Yo no
quería ir, y mis padres de acogida siempre tenían trabajo para mí —miró la botella de
leche al sacarla de la bolsa—. Vacas. Miles de vacas.
Como siempre, a Lydia la enfurecía pensar que las personas que debían cuidar
de Josh lo habían en realidad esclavizado.
—Iba de ubre a ubre descansando sólo un momento para desentumecerme los
dedos, que tenía totalmente congelados.
—Cada vez que te oigo me pongo furiosa.
—¿Sí? —Josh metió otra botella de leche en la nevera—. Siempre me pregunté si
en todas las casas de acogida reinaba la esclavitud.
—Deberíamos comprobar si eso ha cambiado. Josh señaló las otras bolsas con la
cabeza.
—Todo lo demás puede aguantar fuera de la nevera. Vámonos.
—¿Crees que Mitch podría hacerle daño a Geraldine?
—Esta mañana me he fijado mucho en ella. Lleva manga larga, pero ya es
invierno. No parecía moverse, como si estuviera herida —Josh sujetó la bolsa con la
langosta y abrió la puerta—. Y hablando de eso, te mueves como si te encontraras
mucho mejor.

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—Así es —dijo ella. El aire frío del exterior se coló dentro de la casa—. ¿Crees
que todavía estaremos aquí para Acción de Gracias?
—Eso depende de ti. Si quieres que nos mudemos, tenemos que volver a
Hartford y recoger la casa. Tenemos que decidir dónde vamos a vivir.
—Lo sé. Quizá estamos haciéndolo al revés. Sería mejor que llamaras y te
informaras de en qué ciudades hay vacantes para abogados de oficio —dijo.
Trató de abrir la puerta del coche pero estaba cerrada con llave.
—He pensado abrir un despacho —dijo él, sacando la llave y metiéndola en la
cerradura—. Seguiría sin ganar mucho dinero, porque no voy a cambiar el tipo de
cliente que defiendo, pero estoy cansado de jefes como Brice Dean.
—Brice prefiere terminar los casos cuanto antes —comentó ella—, y nunca se ha
molestado mucho en la seguridad de sus empleados.
Josh no respondió. A medida que pasaba el tiempo y Lydia entendía que tenía
que vivir con una pérdida y un dolor que no parecían remitir, se dio cuenta de que ni
Josh ni su jefe podían haber detenido a Vivian Durance. La mujer había tomado la
decisión de hacer pagar a Lydia la sentencia de muerte de su marido.
El trayecto hasta la casa de Geraldine fue largo. Josh aparcó y sujetó la bolsa de
la compra.
—Yo la llevo.
—Ya hemos hablado de esto. Voy contigo.
—No son chicos normales y corrientes, Lydia.
—Me gustaría saludar a Geraldine.
—Está bien —Josh abrió la puerta—. Llevándote de guardaespaldas no temo a
nada —añadió burlón bajando del coche.
Que se burlara, pensó ella subiendo los escalones del porche junto a Josh. En el
último, delante de la casa pintada de azul, Josh le tomó la mano.
Lydia llamó a la puerta y sonrió con gesto ausente a Josh, que estaba mirando la
calle. Al final de la misma estaba el instituto.
—No viven lejos del...
Geraldine abrió la puerta.
—Josh.
Al ver a Lydia abrió mucho los ojos. Por lo visto ninguno de los dos recién
llegados eran bienvenidos.
—¿Qué ocurre? ¿No funcionan las llaves de tu madre?
Josh levantó la langosta.
—Funcionan perfectamente, pero quería que te trajéramos esto en señal de
agradecimiento.
Geraldine tomó la bolsa y la abrió.

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—¿Sabe tu padre que has comprado langosta a la competencia? —preguntó a


Josh.
—Evelyn lo decidió de repente —dijo Lydia, sintiendo tener que mentir.
—Un detalle encantador, pero no era necesario. He sacado una buena comisión.
—Creo que son las gracias por apoyar la compra de Barker's a pesar de que yo
le había aconsejado que buscara otro lugar —dijo Josh.
—Es mi trabajo —dijo Geraldine, cerrando la bolsa—. Gracias de nuevo. La
llamaré más tarde. Lydia, tienes mucho mejor color.
—Estoy mejor, muchas gracias. ¿Qué tal están tus nietos?
—Los dos están fenomenal. Muy bien.
Uno de los gemelos bajó por las escaleras detrás de ella, con el pelo graso y la
enorme camisa oscura en la que hubiera cabido también su otro hermano. El joven
miró a Lydia con hostilidad. Después vio a Josh y frunció el ceño, como si fuera de la
fiscalía de menores.
—¿Qué quiere?
—Hablar con tu abuela. Lydia, éste es Mitch. Lo reconocería en cualquier parte.
A Lydia no se le pasó por alto el sarcasmo de Josh. Probablemente a Mitch
tampoco.
—Me alegra verte en mejores circunstancias dijo Lydia.
Mitch la miró furioso.
—¿Ah, sí?
Lydia sintió náuseas.
Geraldine tomó las riendas de la situación.
—Muchas gracias por la langosta. Dile a tu madre que la disfrutaremos, pero
tendrá que ser mañana por la noche.
—Esta noche no te voy a ayudar —dijo Mitch—. Tengo una cita para ir a la
fiesta del pescado frito.
—De gambas hervidas —Geraldine sonrió, aunque no pudo ocultar la ansiedad
que sentía—. El club Rotary ha preparado una cena en la antigua armería. A lo mejor
pensabais ir...
—Mi madre nos ha pillado para limpiar el café —dijo Josh—. No sé cuándo
terminaremos.
Algo en su tono de voz alertó a Lydia. Ésta tuvo la sensación de que más tarde
buscarían al muchacho.
—Seguramente nos quedaremos allí hasta tarde —dijo Geraldine.
—Abuela —dijo Mitch, que evidentemente estaba intentando callar a su abuela.
Ésta se limitó a sonreír.

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—Luke ya se ha ido. ¿Habéis venido andando? —dijo Geraldine, y entonces vio


el coche—. Oh, pensé que os lo habríais cruzado por el camino.
—Abuela —insistió Mitch, acercándose a la puerta—. No sé qué crees que
puede hacer este tío por nosotros, pero Luke y yo no queremos saber nada de él —se
volvió a mirar a Josh—. Así que déjenos en paz.
Hacía falta mucho más que la rabia de un joven para desanimar a Josh.
—Pásate por el café, Mitch —lo invitó sin alzar la voz—. Mi madre ha llevado
unas galletas para las visitas.
Después de las amenazas, Lydia apenas había ido por su despacho o a los
juicios que defendía y había olvidado la mano izquierda que tenía su marido para
distender una situación. Sin embargo, su negativa a enfadarse tuvo el efecto contrario
en Mitch. El muchacho se volvió contra él casi fuera de control.
—¿Por qué demonios no se larga de una p...?
Geraldine cerró la puerta sin dejarlo terminar. Lydia se quedó mirando a los
paneles pintados de la puerta sin hablar.
—Podría hacerle daño —dijo por fin.
—No lo creo —dijo Josh—. Con Luke es diferente. Es evidentemente el que
manda. Pero con Geraldine todavía está luchando por hacerse con el poder.
Lydia decidió hablar con cruel sinceridad.
—Nosotros no somos los más adecuados para evaluar una situación de
intimidación.
Josh tiró de ella escaleras abajo.
—Te entiendo. ¿Por qué no lo busco más tarde y hablo con él de su abuela?
—Y de Luke —Lydia se llevó la mano al estómago—. Puede que esté
exagerando, pero me da igual. Un día crecerá y entonces se arrepentirá de haber
hecho daño a su familia.
Josh le abrió la puerta del coche.
—Cuando tenía su edad hubiera dado cualquier cosa por tener a alguien como
Geraldine.
—Me gustaría hablar en privado con sus padres. Nosotros casi nos hemos
separado por perder un hijo, y ellos han abandonado a los suyos.
Lydia miró a Josh, y su expresión le hizo ver lo mucho que la situación de los
Dawson le recordaba a su infancia.
—Siento mucho haberte metido en esto —dijo ella, cuando él se sentó detrás del
volante—, pero estoy pensando que deberíamos asegurarnos de que Geraldine sabe
lo que ocurre con Mitch y Luke.
—Es una buena idea, pero ¿qué pasa si ya lo sabe? Ella quiere a los chicos, y es
posible que mienta para protegerlos.

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—¿Crees que elegiría a uno por delante del otro?


—No lo sé —Josh puso el motor en marcha—. Me habló de que habían sido
detenidos borrachos, pero no me lo contó todo. Si lo sabe, o se avergüenza o está
mirando hacia otro lado —la miró mientras metía la marcha—, no lo puedo saber. Lo
que sabemos es que es un error.
Lydia se dio cuenta de que había cambiado. Josh se estaba tomando muy en
serio las amenazas de Mitch.

—Evelyn, ¿qué te parece si tiramos esta pared y dejamos que los clientes vean la
cocina? —preguntó Lydia, enfrascada en los cambios estructurales del local.
—¿Qué? ¿Tirar la pared? —repitió Evelyn alarmada, como si le acabaran de
sugerir que mutilara a un querido amigo.
Josh apoyó la fregona contra la pared y salió fuera. El viento húmedo del océano
le dio en la cara.
La abuela Trudy sería afortunada si alguien se molestaba en levantar la cabeza
en una noche como aquélla. Yendo más allá de las ventanas del café, marcó el
número de Geraldine, pero le salió el contestador.
—Sólo llamo para darte las gracias de nuevo de parte de mi madre —dijo él,
tratando de controlar la rabia—. Espero que los chicos y tú disfrutéis de la langosta.
La ansiedad de Lydia con Geraldine era contagiosa. El hecho de que no
respondiera al teléfono podía tener una explicación muy sencilla, como que había
salido con otro cliente o que ya se había ido a la fiesta de la armería.
El viento empujaba la arena por el paseo marítimo, que a estas horas estaba
prácticamente vacío. Josh bajó la cabeza para limpiarse unos granos que le habían
entrado en el ojo.
Después volvió al café. Lydia estaba ayudando a su padre a dar una nueva capa
de pintura blanca a las paredes.
—Lydia, ¿qué estas haciendo?
Su padre y ella se volvieron a mirarlo con los rodillos en el aire.
—No han pasado ni cuatro semanas. No deberías pintar.
—Estoy bien —dijo ella, con nuevo color en la cara—. Mira todo lo que he hecho
desde que hemos llegado. Además, me gusta pintar —miró el rodillo que sostenían
en la mano y después a su suegro—. De todos modos gracias por dejarme.
—Perdona por mi brusquedad —se disculpó Josh haciéndose con el rodillos—.
Pero, papá, ya sabes que Lydia no debe hacer esfuerzos.
—Díselo a tu madre —dijo Bart—. Se ha puesto histérica al pensar en cambiar
un clavo al edificio. Ha asustado a Lydia.
Josh se inclinó hacia delante para dejar el rodillo en la bandeja de pintura.

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—Me lo imagino, pero será mejor que te sientes en una silla, Lydia.
—No soy una inválida. Estoy mejor y me estás tratando como si fuera una cría.
—Si puede salir a perseguir adolescentes con problemas, puede pintar —dijo
Bart saliendo en defensa de Lydia—. Déjala en paz.
Josh levantó los ojos, dispuesto a aceptar un reto, incluso si era de su padre.
—Dejad de discutir los dos —dijo Lydia—. Todos estamos del mismo lado, y si
no os tranquilizáis, iré a sugerirle a tu madre que añada bancos con mesas en este
lado.
—No podemos permitírnoslo —dijo Bart, e hizo una indicación a su hijo—. Date
prisa y sigue con el rodillo. Si terminamos pronto podremos ir a la cena.
A Josh le pareció bien. Volver a ver a Mitch y a Luke con sus amigos le podía
dar mucha información.

—Hemos recorrido la nave tres veces —dijo Lydia, llevándose la mano al


estómago—. He comido tantas gambas que me van a salir por las orejas, pero
empiezo a pensar que Mitch no ha dejado venir a Luke por temor a que viniéramos
nosotros.
Josh entrelazó los dedos con los de ella.
—Después de todo lo que he insistido contigo y con mi padre, ahora soy yo el
que te está agotando. ¿Por qué no te sientas aquí mientras yo doy otra vuelta? Si no
los veo, nos vamos.
—Me quedaré cerca de la puerta —dijo ella, en tono de conspiración—. No se
me escaparán.
Riendo, Josh la abrazó y la besó en la sien. Se alejó sonriendo y Lydia lo siguió
con los ojos, disfrutando de verlo en vaqueros y un suéter que marcaba la anchura de
sus hombros. ¿Cuánto hacía que no lo miraba y pensaba que era su marido y que ella
era una mujer afortunada?
Esbozó una sonrisa al pescador de cabellos canosos que se apoyaba en la pared
junto a la puerta. Era evidente que había ido a la cena directamente desde el barco, y
con el olor que despedía ninguna mujer se le acercaría.
El hombre levantó el plato.
—Estoy muerto de hambre —dijo. Lydia asintió.
—Usted es la nuera de Bart Quincy.
—Kline desde luego es un sitio muy pequeño.
—Sí, aquí nos conocemos todos. A todos nos sorprende que Josh haya vuelto.
Esta ciudad siempre se le quedó pequeña.

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—No es eso —dijo ella, defendiéndolo sin pensar—. Nunca ha tenido


demasiado tiempo libre. Ya sabe cómo es.
—Sí, señora.
Los dos quedaron en silencio.
Resultó que esperar junto a la puerta fue la mejor manera de encontrar a los
Dawson. Émpujando a su hermano delante de él, Mitch apartó a Luke del grupo de
gente con quien estaba. Lydia intentó encogerse, pero Luke la vio. El muchacho dejó
caer la cabeza y después se detuvo, tomando una decisión. Apoyando las manos en
la puerta, plantó cara a su hermano.
—No me voy, tío. Ya estoy harto. Si tú quieres irte, vete. Yo me quedo.
—Gallina —dijo Mitch, y cacareó en voz baja.
En vez de dejarse amedrentar, Luke se limitó a levantar la mano con
indiferencia y alejarse. Mitch fue tras él y le dijo algo al oído, algo que sin duda era
una amenaza.
Fuera lo que fuera, Luke dijo algo a su hermano y después lo apartó de un
empujón. Riendo, Mitch miró a Lydia antes de continuar su camino hacia la salida.
Luke la miró una última vez con cierto temor y se perdió entre los presentes.
Lydia odiaba verlo con miedo. Se rodeó la cintura con los brazos. Nadie debería
sentirse así, a ninguna edad.
Lydia se incorporó buscando a Josh, pero no vio ni rastro de él. Seguro que
Mitch estaba a punto de meterse en un lío, y no quería dejarlo marchar por temor a
que hiciera daño a alguien. Quería odiarlo y sentir por él la misma rabia que sintió
contra Vivian Durance, pero Mitch no era más que un adolescente furioso
abandonado por su familia.
Le recordaba a Josh. Si él se hubiera dejado también llevar por su rabia quizá su
vida no sería lo que era.
Tenía que detenerlo.
—Perdone —dijo al pescador, y salió con pasos apresurados detrás de Mitch.
Mitch caminaba deprisa por la acera, en medio del viento y la lluvia, alejándose
de la armería.
Lydia lo siguió aunque se mantuvo a distancia para evitar que la oyera.
Luchando contra la tormenta, la arena y el frío que se metía hasta los huesos,
Lydia se dio cuenta de que le había dejado demasiada ventaja. No se veía al joven
por ninguna parte. Cuando levantó la cabeza un momento después de agacharla
para protegerse de la lluvia, vio que había desaparecido. Que no había ni rastro de él.
Se volvió a mirar a la armería, al final del paseo marítimo. En éste apenas había
luz. Mitch debía de haberse metido por alguna de aquellas callejuelas.
Miró a su alrededor, buscando algún movimiento o algo que le indicara la
presencia del joven. Metida en la esquina de una tienda de fotografía, lo vio salir de
repente de un callejón llevando algo en las manos. Una caja. El joven miró a un lado

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y a otro, igual que había hecho Lydia. Era claro que no quería ser visto. Lydia se
acurrucó todo lo que pudo en la oscuridad.
Mitch se vació la caja en la mano. Se oyó un chasquido, a pesar del ulular del
viento, y acto seguido la caja cayó al suelo de la acera. A continuación, Mitch se alejó
hacia la armería.
Lydia esperó a que el chico entrara de nuevo en el edificio y corrió hacia la caja
que Mitch había aplastado con el pie dejándola prácticamente pegada al suelo.
Aunque las letras estaban un poco borrosas, Lydia pudo leer lo que decía con
claridad. Balas, calibre 22.
Echó a correr.

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Capítulo 13

EL TELÉFONO de Josh sonó. Éste lo abrió y supo que alguien estaba hablando,
pero con el ruido de la fiesta no podía entender las palabras.
—¿Lydia, eres tú?
—¿Quién si no? Te he llamado tres veces. ¿Dónde estás?
—En la armería. Supongo que no he oído el teléfono —dijo él, que podía oír
perfectamente el viento a través del teléfono de su mujer—. ¿Dónde estás tú? —
preguntó caminando hacia las puertas de entrada.
Una familia de varios miembros se giró al unísono delante de él y entonces vio a
su esposa. Cerró el teléfono y se acercó a ella. No estaba herida, pero de todas
maneras la estudió de arriba abajo para asegurarse.
—Suéltame. Tenemos que encontrar a Mitch.
—¿Por qué es tan urgente?
—Mira esto.
Josh tomó el cartón mojado y leyó las letras borrosas.
—¿Balas? ¿De dónde lo has sacado?
—Mitch ha entrado en una de las tiendas que hay yendo hacia la tienda de tu
madre y al salir se ha vaciado las balas en la mano y ha tirado esto. Si tiene balas, es
porque tiene un arma. Tenemos que decírselo a Geraldine.
Josh negó con la cabeza.
—Geraldine me cae bien, pero no está haciéndoles ningún bien. Hay que llamar
a Simon.
Lydia lo sujetó por el brazo. Los ojos le brillaban.
—Estoy muy preocupada por... porque me recuerda a ti.
Él intentó zafarse de su mano.
—Yo nunca he sido como él. Yo tenía problemas de verdad y nunca hice daño a
nadie queriendo.
—Porque supiste elegir —insistió ella.
Lydia lo sujetó de nuevo por los dos brazos y Josh pensó que su mujer tenía más
fuerzas de lo que aparentaba.
—Si alguien hubiera ayudado a tu familia, quizá nadie habría ido a la cárcel —
continuó ella, sin darse por vencida—. Quizá tú no habrías perdido a tu hermana. Da
una oportunidad a Geraldine, pero si es incapaz de hacer lo que tiene que hacer,
entonces llamaremos a Simon.
—Entiendo esta situación mejor que tú, Lydia. Podría herirte.
—Lo sé.

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Sintiéndose tentado a seguir discutiendo, Josh se dedicó a callar y se dirigió


hacia el rincón más tranquilo que pudo encontrar. Lydia lo siguió y se pegó a él como
una lapa. Geraldine respondió al primer timbrazo.
—Tengo que decirte algo sobre Mitch —empezó y le contó lo que había visto
Lydia—. Creemos que si está robando balas tiene un arma.
Geraldine quedó en silencio. Por un momento. Josh se volvió hacia la enorme
sala buscando con los ojos a cualquiera de los dos gemelos.
—¿Y Luke? —preguntó en un susurro a Lydia.
Encogiéndose de hombros, Lydia señaló a los ciudadanos de Kline que
abarrotaban el edificio.
—Mitch no tiene ninguna arma —dijo Geraldine—. Iré a casa y registraré su
habitación antes de que vuelva.
El miedo de la mujer se transmitía con la misma claridad que sus palabras.
Josh podía entenderlo. ¿Qué abuelo quería registrar las cosas personales de su
nieto esperando encontrar un arma mortal?
—Eso no será suficiente. Tienes que decírselo a Simon Chambers.
—Lo haré. No quiero que le pase nada a Mitch.
—O a Luke o a ti. Creo que es el responsable del ojo morado de Luke.
—Yo me ocuparé de esto, Josh. Gracias por tu ayuda —dijo la mujer en tono
cortante, dejando claro que no quería que se metiera en eso.
—Si tú no hablas con Simon tendré que hacerlo yo. Mitch está furioso con mi
esposa y no quiero que corra ningún peligro. A tu nieto le irá mucho mejor si explica
qué está haciendo y por qué.
Geraldine le dio las gracias de nuevo y colgó. Josh cerró el teléfono y miró a
Lydia, que lo miraba con expresión concentrada.
—¿Por qué no tienes miedo?
—Eso mismo estaba pensando yo —Lydia le puso la mano en el antebrazo—.
Creo que es porque estamos juntos. Juntos de verdad por primera vez en años.
Sus palabras le partieron el corazón. Porque Lydia había dudado de él, y ahora
ya no.
—Siempre he estado a tu lado —dijo él.
—Pero yo no estaba segura.
Josh la apretó todo lo que pudo contra él, tanto que pudo sentir los latidos de su
corazón.
—Ahora lo estoy —dijo ella—. Sé que para ti soy lo más importante. Ninguno
de los dos sabíamos qué hacer con nuestro matrimonio.
Josh la besó en la cabeza y después miró de nuevo al teléfono.
Volvió a marcar el número de Geraldine. Ella respondió, pero estaba nerviosa.

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—Estoy ocupada, Josh. ¿Qué quieres?


—¿Ha vuelto a casa?
—No. Estoy registrando su habitación.
—¿Has llamado a Simon?
—Aún no —dijo Geraldine poniéndose a la defensiva—. Lo haré.
—No puedo esperar a que lo hagas. Tengo que hacerlo por Lydia.
—Josh, por favor.
—Lo siento, Geraldine. Tengo que proteger a mi familia.
Josh colgó el teléfono y después llamó a la comisaría de policía. Enseguida lo
conectaron con Simon.
—¿Qué puedo hacer por ti, Josh?
—Espera un momento.
Josh le pasó el teléfono a Lydia y ésta le contó cómo había salido persiguiendo a
Mitch en la oscuridad. Cuanto más lo pensaba, más se enfurecía. Ahora era ella la
que parecía no preocuparse en absoluto por su seguridad.
—¿Qué? —Lydia estiró la cabeza y buscó con losojos por la sala—. Veo a un
hombre de uniforme junto a la mesa de las bebidas —un momento después se echó a
reír—. Perdón, no quería meterlo en problemas. Está de guardia.
Josh se movió impaciente y ella escuchó las indicaciones de Simon.
—Iremos con él, pero desde que he vuelto no he visto a Mitch ni a Luke.
El teléfono del agente uniformado sonó inmediatamente después de que Lydia
colgara el de Josh. Cuando llegaron a su lado, el hombre estaba saliéndose de la cola.
Estrechó la mano de Lydia.
—Tiene que quedarse conmigo hasta que llegue el jefe.
—Está bien —dijo ella.
—¿Conoce a Mitch y a Luke? —preguntó Josh, colocándose de tal manera que
Lydia quedaba ahora protegida entre él y el policía.
—Por desgracia sí —dijo el hombre buscando entre los presentes—. Llevan un
año yendo por muy mal camino. Lo que es una lástima, porque recuerdo cuando
vinieron a la comisaría en un programa del instituto para lavar los coches patrulla,
no para meterles jabón.
—Ahora hay que añadir alcohol y un arma a la mezcla —dijo Josh.
—Me sorprende oírte decir eso —dijo Lydia.
—A mí también —dijo Josh, pasándole un brazo por el hombro.
Ella lo había cambiado. Y él también la había cambiado a ella.
Por fin llegó Simon y tomó notas del relato de Lydia. No había ni rastro de los
dos jóvenes.

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—¿Y sigues manteniendo que no sabes si son los chicos que intentaron entrar en
el instituto? Lydia se encogió de hombros.
—No lo sé —dijo.
El policía cerró el cuaderno.
—Bien, es mejor que volváis a casa —miró a Josh—. Los dos sabéis que Mitch y
Luke están enfadados con Lydia. No salgáis hasta que lo encontremos, a él y el arma.
Creo que os mandaré un coche patrulla para esta noche.
—Gracias —dijo Josh.
Después llamó a sus padres, también perdidos entre la multitud, los informó de
lo ocurrido y les dijo que volvían a casa. Aun a sabiendas de que estaba exagerando,
de vuelta al coche trató de proteger a Lydia con su cuerpo y después condujo hasta la
casa que para él nunca había significado un refugio seguro. Un coche patrulla pasó
junto a él cuando entró en el sendero.
Lentamente se acercó a la casa buscando por los alrededores algo que indicara
la presencia de Mitch. Era como buscarse a sí mismo, sólo que se había ocultado para
escapar de sus padres.
—Parece que no hay nadie. Vamos.
Lydia lo tomó de la mano. Él la llevó hasta la casa con pasos apresurados, pero
procuró no correr.
—Estás más preocupado tú que yo —dijo ella.
—Porque he visto que la gente puede llegar a hacer cosas terribles —dijo, y
cerró la boca, para no seguir hablando. Lydia no necesitaba recordar la agresión que
había sufrido otra vez—. Perdona.
—Tranquilo, estoy aprendiendo a soportarlo. Lo echo de menos, y no puedo
evitar preguntarme cómo hubiera sido, qué aspecto tendría, a quién se parecería.
Quizá siempre será un dolor de mi corazón.
—Y en el mío.
—No lo olvido.
—No dejas de recordármelo —dijo él, todavía ofendido.
Sonriendo ligeramente Lydia entró y fue hacia las escaleras.
—Estoy cansada. Voy a lavarme los dientes.
Josh la observó alejarse, deseando no haberle respondido como lo había hecho.
A veces tenía la sensación de que Lydia se iba a la cama para evitarlo.
Dos pasos hacia delante, veinte hacia atrás. Tratar de salvar un matrimonio era
un esfuerzo frustrante que exigía una entrega total.
Pero él estaba cansado de fracasar.

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Josh estaba esperando en el dormitorio cuando ella entró después de la ducha.


—Creía que sólo ibas a lavarte los dientes —dijo él.
—Ha sido un día muy ajetreado. Y hemos trabajado mucho.
Josh parecía distante, sentado en su antigua silla de estudiante, con los pies
estirados delante de él y una expresión imposible de descifrar.
—Lávate tú los dientes también—dijo ella.
Él frunció el ceño y la miró con un mudo interrogante en los ojos.
Lydia se echó a reír y casi se atragantó, de seca que tenía la garganta.
Probablemente a causa del miedo, y ella tenía miedo del riesgo que estaba a punto de
correr.
—Quiero que te quedes conmigo, y no sabía cómo decírtelo. He pensado que lo
de los dientes era una insinuación bastante sutil.
Josh no se movió.
—No te entiendo.
—Porque, como igual que tú, suelo poner el orgullo primero, y no quiero ser la
que ame y dependa más del otro de los dos.
—Tú no eres —dijo él.
—¿Yo no amo más? —preguntó ella.
—No.
—Cada noche compartimos esta cama. Cada noche me abrazas, y me das un
beso de buenas noches —dijo ella—, pero aún no hemos hablado de nuestro futuro.
Estamos otra vez esperando a que la decisión se tome sola.
—Mientras estemos juntos no importa —dijo él. Después se levantó—. Eso no es
cierto, ¿verdad? Cada vez que hablamos de una nueva, ciudad, uno de los dos
encuentra un motivo para no ir —Josh sacó un par de bóxers limpios y una toalla—.
No te duermas —dijo en la puerta.
Otra vez Lydia sintió que le ardían las mejillas.
—Date prisa. Tus padres querrán hablar sobre lo de Mitch, y esta noche no
podemos hacer nada.
El grifo apenas se abrió cuando volvió a cerrarse. Lydia dejó la bata en la silla y
se metió en la cama, bajándose el camisón hasta los muslos.
Ni siquiera fingió leer.
Josh volvió, llevando sólo los bóxers y el pelo mojado. Cerró la puerta, apagó la
luz y después fue a la ventana para descorrer las cortinas. La luz de los relámpagos
que se abrían paso en la oscuridad del cielo iluminó la habitación.
—¿En qué estás pensando, Lydia? No han pasado seis semanas.
Lydia se alegró de que Josh no pudiera ver cómo se ponía aún más roja.

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—Sólo quiero descansar en tus brazos, como antes.


Josh la besó en el pelo. Ella se movió y le atrapó la boca. Al sentir su mano,
suspiró cuando él le tomó un pecho. Pero cuando ella fue a acariciarlo con la mano, él
la detuvo.
—Ten piedad —le dijo hablándole en la frente.
—Yo también te deseo.
Deseaba sentirlo dentro de su cuerpo, jadeando al unísono con ella, unidos en
un solo cuerpo. Lydia deslizó la mano por el vientre plano y disfrutó de la sensación
del vello suave entre los dedos.
—Me estás matando.
Ella se echó a reír, sintiendo placer.
—Yo soy la que no puedo... —Lydia le besó el pecho siguiendo el ritmo de la
respiración acelerada— . Por ti podría...
—No quiero eso —dijo él, rechazando la oferta, y se echó a reír—. Bueno, sí lo
quiero, pero cuando los dos podamos.
Sintiéndose protegida y a salvo en aquella casa junto al borde del mar, Lydia
deseaba admitir que lo amaba y que siempre lo amaría, al margen de su trabajo o de
donde tuvieran que vivir.
Su propia inseguridad lo necesitaba. Al haberla elegido y decirle que la
necesitaba en todos los sentidos, Lydia había perdido el miedo y había dejado de
creer que su matrimonio estaba en peligro.
—Abrázame —dijo Josh—, pero procura no acariciarme mucho.
Riendo, Lydia lo abrazó con todo su cuerpo.

Durante toda la semana siguiente el tiempo fue de lo más inestable. Demasiado


peligroso para salir de pesca y poco adecuado para pintar el establo. Sin saber nada
más de los gemelos Dawson, Evelyn los puso a todos a trabajar en el café.
El viernes distribuyó las distintas labores entre los tres: a Lydia le encargó
envolver las galletas, a Bart medir los ingredientes y a Josh limpiar el cuarto del
congelador. A Lydia no le gustó tener una tarea tan nimia.
—Pero tiene que hacerse con minuciosidad —dijo Evelyn—, porque si se abren
se secan. Y habrá que tirarlas.
Lydia sirvió otra taza de café y la llevó al congelador donde estaba Josh.
—Gracias —dijo él sujetándola con las manos enguantadas—. Estoy helado.
—Teníamos que haber llevado todo esto a casa —dijo Lydia.
Evelyn había empezado a llenar el congelador, por lo que no se podía
desenchufar y Josh se veía obligado a meterse en el cuarto helado para limpiarlo.

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—Ahora lo dices —dijo él, con una sonrisa—. ¿Qué tal mi padre?
—Maldiciendo la harina, me temo.
La puerta que Lydia había dejado entreabierta se abrió por completo y Evelyn
asomó la cabeza.
—Josh, ha venido Geraldine. Quiere hablar contigo.
—¿Se encuentra bien? —preguntó él, yendo tras ella a la vez que se quitaba la
ropa de abrigo.
—Está nerviosa —dijo Evelyn, y bajó la vozPero no he visto marcas.
Lydia se ocupó del anorak, la bufanda y los guantes de Josh. En el café, Josh
recibió a Geraldine ofreciéndole la mano, pero la mujer no se molestó en estrecharla,
sino que se dejó caer en sus brazos. Si la mujer no hubiera estado a punto de llorar,
Lydia se hubiera reído de la expresión estupefacta de su marido.
—¿Mitch? —preguntó él pensando inmediatamente en los siguientes pasos del
chico.
—No, es Luke. Anoche vino a casa, pero no me dijo que hoy tenía que ir a juicio
por conducir borracho. Por lo visto sacó la carta del buzón y la escondió. Sólo que no
era él quien bebió ni quien conducía. Era Mitch, y obligó a Luke a dar su carné de
identidad. Por favor, ayúdalo, Josh.
—No tengo autorización para ejercer en Maine.
—Dile qué tiene que hacer.
—Que solicite un aplazamiento.
—¿Por qué? No ha hecho nada, sólo hacer caso a su hermano. Por favor, Josh.
Josh se volvió a mirar a Lydia, que detestaba la idea de verlo ante un tribunal,
pero se dio cuenta de que la reacción de su esposa era visceral y no tenía nada que
ver con la realidad.
—Debes ir —dijo ella.
—¿Dónde está Mitch?
—Ha vuelto a casa esta mañana. Supongo que no ha podido durar mucho sin su
hermano, por muy duro que se crea que es. Le pregunté por las balas. Me dijo que las
encontró, pero que no tiene pistola.
—Está mintiendo. Llévalo a la comisaría y oblígalo a entregar el arma. ¿A qué
hora tiene que estar Luke en los juzgados?
—Alas dos.
—Iré a recogerlo —tomó sus cosas de brazos de Lydia—. No tienes que
quedarte aquí. Ven a casa conmigo.
—Estoy bien.
Él la sujetó por el hombro, como si así pudiera esconder lo que iba a decir de sus
padres.

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—No quiero dejarte aquí. Sé que no estoy siendo muy racional, pero por favor
ven a casa.
—Está bien. Iré a buscar el abrigo. Prepararé la cena, Evelyn.
Lydia estaba tan preocupada por Geraldine que no quiso enzarzarse en una
discusión con Josh que pudiera retrasarlo aún más.
—Gracias, aunque no creo que nosotros nos quedemos mucho más rato —dijo
Evelyn.
Quería asegurarle a Josh que Lydia no estaría en casa sola durante mucho
tiempo.
—No aguanto más las quejas de tu padre, y Dios sabe que su actitud afectará
negativamente a mis galletas.
Josh condujo en silencio, sin duda concentrado en los problemas de Luke
Dawson. Cuando aparcó en el sendero de la casa de sus padres, llevó a Lydia hasta la
puerta mirando a un lado y a otro, pero Lydia no protestó consciente de que estaba
preocupado por el nieto de Geraldine.
—¿Por qué estás tan empeñado en que Mitch vaya a la policía? —preguntó.
—Está fuera de control, y Geraldine no puede con él. Si no tiene una figura
paterna, la policía tendrá que intervenir, porque jugar con un arma es algo muy serio
para un chico de dieciocho años.
—Técnicamente es un hombre.
—Lo sé —Josh cerró la puerta con llave—. Más razón para controlarlo a tiempo
—se puso un jersey por la cabeza—. Tengo que darme prisa.
Sin saber qué hacer, Lydia sacó el cuaderno de bocetos del cajón donde lo había
guardado unos días antes. Pero cuando lo abrió y estudió los bocetos, no pudo
continuar. Sólo podía imaginarse la casa en el cabo. No se la imaginaba cuando
intentaba aceptar la idea de construirla en otro lugar.
—¿Trabajando otra vez?
—Te has cambiado muy deprisa. Menos mal que te trajiste eso.
Ahora Josh llevaba un traje de color gris marengo que le daba un aspecto más
formal y menos accesible.
—La fuerza de la costumbre —dijo él—. ¿Estarás bien?
—Ya lo creo. ¿Josh?
Él se volvió a mirarla.
—Estos últimos días hemos perdido mucho tiempo. Esta noche tenemos que
hablar sobre dónde vamos a vivir.
—De acuerdo.
Ella sonrió.
—Bien. Decidiremos sobre nuestro futuro cuando hayas arreglado el de Luke.

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Lydia lo observó alejarse por el camino. Josh se despidió con la mano, pero su
mente ya estaba en los juzgados. Por primera vez en mucho tiempo a ella no le
importó. Lo primero era su matrimonio. El resto, ya lo solucionarían.
Estudió los bocetos en silencio durante un rato y después se levantó a preparar
café. Mientras éste subía, abrió el armario donde Evelyn ocultaba una pequeña
televisión. Al encenderla y prácticamente por casualidad, vio a Mitch Dawson
merodear por el establo:
Lydia buscó el teléfono.
El joven llevaba la mano derecha metida en el bolsillo del abrigo y estaba
mirando hacia la casa. Ella se apartó de la ventana. Cuando Lydia se levantó de
nuevo, Mitch estaba en el cabo.
Evelyn dejó el teléfono. Miles de alarmas sonaron en su cabeza como campanas
de Navidad. El joven se dejó caer junto a un arce sin hojas y se desplomó hacia un
lado, rezumando desolación por cada poro.
Lydia pensó en llamar a la policía. Un chico de su edad no siempre usaba un
arma contra otra persona y todo su cuerpo expresaba una terrible tristeza.
—No.
Lydia lo observó unos segundos más. Mitch sacó algo del bolsillo derecho y lo
miró con concentración. Lydia se puso el abrigo y salió de la casa. Con pasos
apresurados, prácticamente de puntillas, procuró acercarse sin hacer ruido. No
quería alertarlo de su presencia antes de tiempo.
Unos pocos pasos antes de llegar a él, se aclaró la garganta. Mitch se sobresaltó,
y enseguida se volvió y la apuntó con el arma.
—¿Qué quieres? —preguntó Lydia, tratando de contener el temblor que la
dominaba.
—Venganza. He venido a por su marido. Ha llevado a mi hermano a juicio. ¿Por
qué quiere vemos en la cárcel?
Lydia sabía que no debía mirar al arma que temblaba en la mano del joven.
—Está intentando ayudar a tu hermano a salir del lío en que lo has metido.
—¿Me está culpando a mí? —preguntó él, alzando la voz.
Lydia se metió los puños cerrados en los bolsillos.
—Enfréntate a la realidad, Mitch. Tienes dieciocho años y te estás destrozando
la vida. Ahora tienes algunos problemas, pero si usas esa pistola no tendrás vida. ¿Y
todo por qué?
—Por el buenazo de su marido. Sé que odia a sus padres. Odia a todo el que no
sea un buenazo como él —estiró la cara en una cruel parodia—. Mi hermana pequeña
murió. Mis padres son unos borrachos. Siente pena por mí, y mira, soy un héroe.
—No.

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Lydia estuvo a punto de recordarle que la policía fue tras él y su hermano por
su culpa, no la de Josh.
—Él se lo chivó a mi abuela —dijo mostrando la pistola—. Pensé que llegaría
antes de que se fuera.
—Será mejor que te alegres de que no haya sido así.
—¿O?
Mitch alzó de nuevo la pistola y la apuntó con ella, con mano temblorosa.
Lydia no se atrevía a hablar. Mitch se pasó la lengua por los labios. Dobló la
mano un par de veces y después volvió a sujetar el arma con fuerza.
Lydia se encogió, preparándose para el dolor. Pero no llegó. La pistola seguía
temblando. Por fin, Mitch dejó escapar una maldición y bajó el arma.
Ahora no era el momento de decirle que no creía que le disparara.
—Vale, no puedo dispararle —dijo el joven, y se apuntó al vientre con la
pistola—. Esto puede ser mejor idea.
Lydia fue hacia él, deteniéndose tan sólo a unos centímetros.
—Mitch, no lo hagas —habló a través de las lágrimas—. No desperdicies así tu
vida. ¿Sabes que acabo de perder un hijo?
—No soy un niño y no soy su hijo —dijo él, frotando el arma—. No soy hijo de
nadie, y ya me he cansado de intentar entenderlo.
—¿Por qué tus padres parecen no quererte?
—Olvide lo de «parece». Ya no hiere mis sentimientos.
—¿Y por eso viniste a matar a mi marido pero al final has decidido suicidarte?
—Desde luego lo suyo no es el asesoramiento psicológico.
—Tira esa pistola al mar—le ordenó ella. Se palmeó los bolsillos—. Me he
dejado el teléfono y no puedo pedir ayuda. Pero si vuelves a acercarte a mi marido,
necesitarás algo más que una pistola para protegerte de mí.
—Oh, una tía dura —Mitch se levantó—. ¿Sabe que mi abuela ha llamado a la
policía? He conseguido escaparme justo cuando llegaban. No tardarán en venir por
que a mi abuela le dije que venía a cargarme a Josh Quincy.
—Bien. Así podrán llevarte a algún sitio donde te ayuden.
—Ésta es toda la ayuda que necesito.
Pero el joven no pudo ocultar las lágrimas que se agolpaban en sus ojos. Estaba
asustado.
Las olas rompían con fuerza contra el acantilado a pocos pasos de donde estaba
Lydia. La sal marina la abofeteó en la cara y el viento de tormenta le retorció la
melena en el aire.
Lydia cruzó mentalmente los dedos, deseando que la policía estuviera
efectivamente de camino.

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—¿Por qué no me das la pistola? —preguntó.


—No se acerque.
De soslayo vio algo que se movía en el camino. Era el coche de Evelyn, que se
detenía silenciosamente a relativa distancia de donde estaban. Lydia casi dejó de
respirar.
Desesperada, rodeó a Mitch y éste giró con ella. Los padres de Josh quedaron a
la espalda del joven. No podía indicarles que no se acercaran sin alertar a Mitch de su
presencia.
—Dame la pistola, por favor —repitió ella—. Ya me viste decirle a la policía que
no sabía si eras uno de los chicos del instituto. No quiero que tengas problemas.
—Paso de los problemas. Sólo me gustaría poderme llevar a Luke conmigo
también.
Horrorizada, Lydia se detuvo hasta que se dio cuenta de que continuaba
hablando. No debía de estar tan seguro de desear morir.
A su espalda, Bart bajó del coche sin hacer ruido. Lydia apretó los dientes.
—Por favor —logró decir por fin.
—Venga al borde del acantilado conmigo.
—No —dijo ella casi gritando, dándose cuenta de que Bart se había agachado
detrás de un pequeño saliente paralelo al borde del acantilado.
—Muy bien —Mitch giró y echó a andar hacia el océano—. Dígale a mi abuela
que no sabía qué más hacer.
—¿Todo esto por unas pocas gamberradas?
—Sé lo que me pasará después de esto. La he amenazado con una pistola. He
robado balas de una tienda. ¿Cree que alguien lo olvidará?
—Creo que Josh puede hacer ver a la gente lo que has sufrido.
—Yo no he sufrido. Estoy harto de mi abuela, y de Luke, y de la pasma y de mi
madre, y ya no sé qué más hacer.
El joven se volvió. En ese mismo momento. Bart se abalanzó hacia el acantilado
y corrió hacia él. Lydia cayó al suelo a la vez que ellos.
No hubo disparos sino voces y gritos de un hombre mayor y un joven
enzarzados en una pelea peligrosamente cerca del borde del acantilado.
De repente, una sirena rompió el silencio. Mitch se detuvo un momento. Lydia
echó a correr y le quitó la pistola de la mano.
—Zorra —dijo él.
—¿Estás bien? —preguntó Bart.
—¿Te has vuelto loco? Podía haberte matado.
—A ti también —dijo Bart sujetando al muchacho, que maldecía y se agitaba
bajo su cuerpo.

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Lydia se sentó en los pies del joven. Cuando éste vio que no podía moverse dejó
de pelear.
—¿No tendrás una cuerda por ahí? —preguntó B art.
Lydia lo miró en silencio, emocionada.
—¿En qué estabas pensando, Bart?
—En que no podía dejar que muriera otra hija mía.
Lydia se apoyó una mano en el muslo y se inclinó hacia delante para tocar la
espalda de Bart.
—Soy tu hija.
La policía llegó por el sendero donde estaba aparcado el coche de Bart. Lo
adelantaron y unos minutos después unos hombres uniformados corrían a detener a
Mitch.
—Evelyn ha llamado a la policía con el móvil —dijo Bart, poniéndose en pie a la
vez que su mujer llegaba corriendo a su lado y se abalanzaba contra él—. El mejor
invento desde la rueda. Estoy bien, Evelyn, estoy bien.
Simon Chambers se ocupó de todo, ladrando ordenes a todo el mundo. En
cuestión de segundos, dos de sus hombres habían esposado a Mitch.
—Señora Quincy, veo que está bien —dijo el policía deteniéndose delante de
Lydia.
Quizá.
—Ha tenido suerte —dijo él—. Ha sabido controlarse, y su padre político le ha
salvado la vida.
—Lydia.
Un hombre salió del grupo que rodeaba a Simon. Era Josh, con la voz cargada
de temor y agonía. Se acercó a ella estudiándola con los ojos y después con las
manos, para asegurarse de que estaba bien. Mientras le recorría el cuerpo con las
manos, los dedos le temblaban.
—¿Estás bien?
Ella asintió, y esta vez la rabia dio paso a una debilidad que amenazó con
dejarla caer al suelo. Parecía incapaz de controlar su propio cuerpo.
—Está bien gracias a Bart —dijo Simon—. Hay que tomarse a estos chicos en
serio.
—La pistola ni siquiera se ha disparado —dijo Lydia.
—¿Papá? ¿Tú has salvado a Lydia? —preguntó Josh mirando a su padre.
—No —dijo Lydia, temblando bajo una fuerte dosis de adrenalina—. Tu padre
quería que lo mataran.

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Por fin la policía se fue. Josh siguió a sus padres y a Lydia de vuelta a la casa.
Los tres se sentaron en la sala de estar, y él hizo lo mismo.
Durante todo ese rato notaba el cuerpo empapado en sudor y la cabeza a punto
de estallar. Por un momento pensó que iba a vomitar delante de los tres.
No le gustaba tener miedo. De hecho, lo avergonzaba. Estaba tan furioso que
quería volver a Hartford sin Lydia.
—Un joven tiene una pistola y tú vas a hablar con él. ¿Cómo has podido hacer
eso, Lydia? —El chico estaba perdido.
—Él no es yo.
Josh intentó recordar cómo era abrazarla, quererla, necesitarla. Quería dejar de
tener miedo. Se puso de pie. Le temblaban los brazos.
—No quiero querer tanto.
No podía arriesgarse a amar y perder otra vez a alguien.
—¿Qué? —Lydia lo miró perpleja—. Cuando Mitch te amenazó, le dije que más
le valdría tirar la pistola al mar porque no se libraría de mí.
La cobardía de Josh la dejó sin fuerzas.
—Lo siento —dijo.
—Será mejor que los dejemos solos —dijo Evelyn, sacando a su marido de la
sala.
—No soy nada —dijo Josh—. Tú no me necesitas.
«No quiero que nadie me necesite».
Al menos alguien cuya vida era para él más importante que la suya propia.
—¿Quieres dejarme ahora? —Lydia tenía los ojos llenos de lágrimas—. ¿Por qué
ahora? ¿Qué he hecho?
—No puedo...
Por dentro estaba fragmentado. Era el padre de un niño que no había nacido, el
esposo que no sabía hacer feliz a Lydia, el hermano que no pudo salvar Clara. Y
todas esas partes se negaban a encajarse en un todo y curarse.
—No podía dejar que se suicidara —murmuró Lydia. Se pasó las manos por el
pelo con desesperación—. No sabía si lo decía en serio, pero es muy joven. Horrible,
pero joven, y siente que nadie lo quiere.
—Yo te quiero demasiado —dijo Josh.
Ella se quedó mirándolo otra vez unos momentos.
—No te entiendo.
—Lo he visto en el suelo, y he visto la pistola y a mi padre, y lo he imaginado al
revés. ¿Y si hubieras muerto?

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—Pero estoy aquí. Ni siquiera estoy segura de que la pistola estuviera bien
cargada. Cuando tu padre se ha abalanzado sobre él se le ha caído, y después yo le
he dado una patada. Ni siquiera se ha disparado.
—No podría soportarlo otra vez.
—¿Soportar perder a alguien? Todos estos años has estado apartándome de ti
porque no puede soportar perder a alguien a quien amas? —preguntó Lydia, con
alivio.
—No puedo perderte. ¿No te das cuenta? —se volvió hacia la puerta, deseando
escapar—. No creas que por saber lo que me pasa puedo cambiar. No quiero estar
aquí. No quiero quererte así.
Salió por la puerta corriendo. Antes de darse cuenta de que había salido de la
casa estaba en el cabo. La hierba donde su padre y Lydia habían luchado con Mitch
estaba aplastada y arrancada.
Un gemido escapó de su garganta.
—No me importa lo que quieras. Josh se volvió.
Lydia estaba detrás de él, mirándolo con ojos que brillaban como la lluvia en un
charco.
—Me quieres, y no puedes dejar de quererme, ¿verdad?
Josh no pudo responder.
—Sé que me deseas —dijo ella, aunque no pudo evitar un resquicio de duda en
la voz. Eso dolió más.
Josh la sujetó.
—En el hospital no me dejaron entrar contigo. No me dejaron abrazarte porque
estabas muy grave. No paraba de repetir que era por mi culpa, que ibas a dejarme. Y
casi lo hiciste. Después pensé que lo habíamos superado.
—Claro que lo hemos superado. Tú no vas a ninguna parte, porque yo tampoco
puedo imaginar perderte. Todo irá bien.
—¿Bien?
—Ahora sabemos lo que pasa.
¿Y a pesar de lo que le había dicho creía que podían arreglarlo?
Lydia lo rodeó con los brazos.
—No quiero hacerlo —dijo él, pero a pesar de todo la rodeó con sus brazos y la
apretó con tanta fuerza que casi la dejo sin respiración.
Ella se echó a reír con alivio.
—Josh, no tenemos elección. Nos queremos. Ni todo el miedo del mundo podrá
separarte de mí. No pienso irme.
Josh enterró la cara en su pelo.
—Un hombre no debería sentirse así.

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—Me da igual lo que sientas. Sólo quiero que me quieras.


Era un amor incondicional que no se avergonzaba de él por ser un cobarde.
—Te quiero —dijo él—. Te querré toda mi vida, hasta que sea un despojo vacío
incapaz de sentir.
Lydia le enmarcó la cara con las manos y le rozó los labios con los suyos.
—Ésa es sin duda una de las imágenes menos atractivas que he oído, pero
contigo, suena prácticamente a para siempre.

Después de cenar subieron a su habitación. Josh cerró la puerta con llave. Se


desnudó y se metió en la cama. Lydia estaba a sólo unos pasos detrás de él.
Josh apagó la luz y se levantó para abrir las cortinas y dejar paso a la luz de la
luna.
—Aún no sé qué ha ocurrido exactamente —dijo él, metiéndose de nuevo en la
cama.
Desnuda, Lydia le abrió los brazos. Se envolvieron el uno en el otro, encajando
perfectamente los brazos y las piernas. ¿Cómo había vivido sin sus caricias?, pensó
Lydia.
—Cuando Mitch te amenazó Geraldine llamó a la policía —dijo ella.
—¿O sea, que venían hacia aquí? Simon me ha llamado al juzgado.
Lydia tembló de agotamiento.
—Ayudarás a Mitch, ¿verdad, Josh?
—¿Te das cuenta de que me estás pidiendo que haga el mismo trabajo que casi
nos separó?
—Por fin he visto por qué lo haces. Su padre lo abandonó y su madre prefiere a
otro hombre en lugar de a él y a su hermano. Tú eres un buen hombre que ha sufrido
mucho más de lo que Mitch Dawson sufrirá en su vida, y elegiste vivir. Necesita
ayuda, no que lo encierren en la cárcel —Lydia miró a su marido—. Y cuando se
apuntó con la pistola me asustó de verdad. Aunque no sé si iba en serio.
—Geraldine le ha pedido a mi madre un buen psicólogo. Supongo que cree que
mis padres conocen a los psicólogos de la zona, puesto que todavía van a las
reuniones de Alcohólicos Anónimos.
—¿Y Luke?
—Le ha explicado la situación al juez y el juez lo ha creído. Lo que no ha sido
difícil, ya que todo el juzgado se ha enterado de que la policía estaba buscando a su
hermano.
—Me refiero a él y Mitch.

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—Luke también irá a terapia, pero no creo que deje que su hermano vuelva a
utilizarlo como hasta ahora. Se ha sentido muy humillado. No tiene madera de
gángster.
—¿Y nosotros? ¿Estamos bien?
—Te quiero, Lydia. Eres mi esposa, mi corazón. Mi alma está unida a la tuya. Y
tú me quieres a pesar de que sé que no soy un hombre completo.
Lydia no pudo responder. Lo miró y él la besó, en las mejillas y la nariz primero
y después en la boca, hasta que su cuerpo se arqueó hacia él buscando sus caricias.
—Quiero tu tiempo, y tus hijos, y mi lado de la cama para el resto de nuestras
vidas.
Mucho más tarde, cuando el corazón de Lydia empezó a recobrar el ritmo
normal, él se echó un poco hacia atrás.
—Otra cosa —dijo él.
—Sí —dijo ella, y se sopló el pelo de los ojos— . Todo lo que tú quieras.
—Estoy pensando que aquí podría tener trabajo más que de sobra. Si monto un
bufete, no creo que podamos comprar un terreno en otro sitio, y tenemos el cabo.
Una oleada de alegría explotó en el interior de Lydia, y la recorrió de arriba
abajo.
—Además —continuó Josh—, ¿dónde puede estar nuestra familia más a salvo?
El loco de mi padre daría su vida por nosotros.
Riendo, Lydia se apretó a él con todas sus fuerzas.
—Saldremos adelante.
—Y tú me quieres.
Todavía les quedaban algunos asuntos pendientes.
—Te quiero —le dijo ella al oído, riendo. Lo sintió estremecerse y le mordisqueó
el lóbulo de la oreja. Me muero de ganas por demostrártelo.
—Me temo que todavía tenemos que esperar cinco días, tres horas y catorce
minutos —dijo Josh, pegándola a él.
—Me temo que eso no lo podremos conseguir —dijo Lydia, apretándose más a
él y respirando el olor de su pecho desnudo.

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Epílogo

Dos años después...

OTRA VEZ, Lydia.


El doctor Forbes, con la bata y una mascarilla en la cara, estaba sentado entre
sus piernas pidiendo lo imposible.
—Lydia —dijo Josh—, concéntrate. Ya casi está a punto.
Lydia reunió todas sus fuerzas, bastante segura de que buena parte de ellas
procedían de las manos que le sujetaban los hombros, y entonces apretó con todo su
ser.
—Espera, espera —dijo el doctor, riendo.
Entonces se oyó el llanto de un bebé.
No de cualquier bebé. Su hijo y el de Josh. Su hija, si la ecografía no se
equivocaba. Lydia empezó a sentir que todo se nublaba a su alrededor. Los aparatos
que la rodeaban la trasladaron de nuevo a aquel terrible día del pasado en que
despertó en otro hospital.
—¿Está bien? —preguntó refiriéndose a su —hija.
La pequeña lloraba con el arrojo de cualquier recién nacido obligado a salir de
un lugar cálido y protegido al mundo exterior.
—Está perfectamente —dijo el doctor Forbes que dejó que fuera Josh quien
cortara el cordón umbilical de su hija.
Una enfermera examinó a la pequeña y después la envolvió en una manta rosa
y se la entregó a su padre. Josh se inclinó sobre la cama y Lydia pegó la mejilla a la de
su pequeña recién nacida.
La niña dejó de llorar y miró a sus padres, que no podían dejar de contemplarla.
—Todavía no tenemos nombre —dijo Lydia.
Ella quería ponerle Clara, pero Josh no estaba seguro de que sus padres
estuvieran preparados para eso.
—Lo decidiremos antes de llevarla a casa —dijo Josh. Besó a Lydia y después a
su hija—. No puede ser más difícil que elegir los muebles del dormitorio.
—Eso nos llevó más de seis meses.
Josh se echó a reír, acunando a la pequeña entre los dos.
—Enseguida termino —dijo el doctor Forbes—. Es una preciosidad. Póntela al
pecho a ver si quiere, Lydia.
Josh la ayudó a colocarse el camisón. Juntos consiguieron ponerle a su hija al
pecho, y la niña siguió sola.

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—Está hambrienta.
La última enfermera que quedaba en la sala arregló la cama y después el doctor
empujó el taburete en el que estaba sentado hacia atrás.
Lydia observaba a su hija casi sin poder creerlo.
—¿Cómo sabía qué era lo que tenía que hacer?
El médico y la enfermera se echaron a reír.
—Llamadnos si nos necesitáis —dijo el médico—. Volveremos enseguida.
Disfrutad de vuestra hija. Yo intentaré retener a Evelyn y a Bart todo lo que pueda —
se quitó los guantes y se llevó las manos a las caderas—. Formáis una familia
preciosa.
Cuando se quedaron solos, Josh ayudó a Lydia a cambiar a la niña al otro
pecho, y después se tumbó a su lado.
—No puedo evitar pensar en nuestro otro hijo —dijo Lydia, a quien no la
sorprendió descubrir que ese momento tan cargado de felicidad podría también
tener una punzada de dolor por el hijo perdido.
—Yo también pienso en él —dijo Josh, poniendo una mano a su hija en la
cabeza—. Pero ella se merece todo nuestro amor y no sería justo que dejáramos que
el pasado marcara su futuro. El hijo que no llegamos a conocer siempre tendrá un
lugar en nuestra familia, pero tenemos que amarla sin reservas.
Lydia acunó a la pequeña, sonriendo.
—Sabía que la querría. Pensé que sería preciosa, pero cuando la miro sé que
haría cualquier cosa por ella.
Josh la cubrió con una manta.
—Esta vez es diferente. Ahora la tenemos en nuestros brazos, y vamos a llevarla
a casa, al hogar que tú has diseñado para nosotros. Vivirá y crecerá en un lugar
donde todo el mundo sabrá quién es y la cuidará —Josh sonrió—. Hace dos años no
hubiera podido creer que esto podría pasar, pero cuando os veo a las dos sé que
nunca tendré dudas sobre dónde está mi hogar.
La niña se había quedado dormida. Por encima de su cabeza, Lydia besó a su
marido.
Se acurrucó con su hija y entrelazó las piernas con las de Josh, cansada pero
tranquila. Ya no sentía miedo. Cuando sus clientes se le iban de las manos, lo
entendía como algo normal. Josh y ella se protegían y continuaban viviendo, y ahora
tenían una muestra viva de su amor, su pequeña hija.
—Me gustaría que pudiéramos dormir así un rato los tres, pero estoy segura de
que tus padres van a aparecer por esa puerta en cualquier momento.
Josh le deslizó una mano por la nuca y la besó en la frente, con una sonrisa.
—Haremos como que no los hemos oído.

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Fin

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