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Las Flores Del... Mar
Las Flores Del... Mar
Cierto es que el marfil
le pertenece a la luna,
tal como el alfil
a la torre. Y hay algunas
veces que se escapa
el marfil, y entra en los ojos
de todos; los mapas
pierden sus cerrojos,
y los sueños su figura;
todo en el mundo y en el sueño
bebe del marfil su blancura,
su blancura dulce y pura.
Bajo ella, el tierno fagueño
duerme al oro y a la gran basura
por igual. Tal el poder del marfil,
poder que ninguno vió, ni vió ninguna.
¿Tal el poder del marfil…? Rara, una
voz me dice que el poder es de la luna.
La tierra prometida de tu...
Entre simiente de un dios desconocido
(¡cual si hubiera uno que no lo fuera!)
te puedo ver como su promesa,
y alcanzo aquel edén escondido:
en él, tu voz será el madrigal primero;
las raíces serán esos dédalos
que por dedos llevas, y tus ojos
serán luna de Abril, sol de Enero,
en aquel paraíso… ¡tu amor, su Octubre!
Entre insanos temblores descubro
que puedo elevar mi oscura carne,
y cuando lo descubro, me descubre,
y me serena como un arroyo:
el paraíso y el gotear de su agua,
y el edén que prometían crueles
los breves, diáfanos pliegues de tu enagua.
Fausta
Fausta, qué me dices,
¿me dejas así en la niebla?
Fausta, qué nebulosa eres,
así, en el maremágnum.
Fausta, de qué te ríes;
¡aún no lo hemos cumplido!
Fausta, estoy muerto,
así, en el maremágnum.
Fausta, estoy muerto,
¿me dejas así en la niebla?
Iluminación (poema a Ernesto).
En un segundo
vi verdear todas las hierbas,
vi robustecer las altas copas,
vi el nacimiento de todas las aves;
y tan profundo
Duele cuando así te quiebras,
Que hasta casi con las yemas rozas
Cada partícula de sal disuelta por los mares.
Y furibundos
los soles crueles te ciegan,
y tú, que tras el alba ya desbocas,
ves que un hombre, solo, nada vale.
Sobre los españoles en América
Con las falanges señalando al horizonte,
un favonio marino oreando su bajel,
y aquellos barcos ciclópeos, ya bisontes,
y aquellos hombres de corona de laurel
y guirnaldas dulces, y púrpura tan pura,
conocieron la naturaleza tan oscura
de los hombres naturales, y las caricias
de su dios, pues, les enseñaron, y la justicia
de su dios, y la atrición de hoguera y fuego;
y los céfiros se volvieron llamaradas,
y los címbalos de su llegada eran truenos
sobre el hombre, nuestro ancestro, el aborígen;
primero su fe, y luego el pesado yugo;
así, truncaron las raíces del orígen.
Viendo a los ebrios por la noche
Como una bola de laureles
enarbolándose
bajo una triste lluvia,
el manojo de llaves
quiere penetrar
en el tuétano del cerrojo;
serán las mismas manos
decrépitas
las que lo empujen a lo profundo,
pues es el mismo alcohol
el que marea a aquellos hombres
en los pórticos de hierro.
La misma luna
del mismo marfil,
el fantasma de lo irreal,
y mi luz de ceniza;
y pactos de todos los tipos,
y los colibríes
irisándose en la niebla,
y la bruma oreándome la cara,
y todo esto mientras observo
a los ebrios en la puerta
de sus cálidas casas,
con el signo de un laurel
enarbolándose en la triste lluvia;
allí, y en la savia que chorrea
de sus bocas borrachas.