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“Los Cuatro Acuerdos”


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“Los Cuatro Ac uerdos“

Basado en la cultura de los guerreros

antiguos; …mujeres y hombres de

conocimiento...

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Introducción
Todavía hoy existen aquellos que, hace miles de años se llamaban “hombres de
conocimiento”, quienes formaron una sociedad para estudiar y conservar el conocimiento
espiritual y las prácticas de sus antepasados.
Formaron una comunidad de maestros, viéndose forzados a esconder su sabiduría
ancestral y mantener su existencia en secreto, evitando así el agresivo y mal uso del poder
personal por parte de algunos aprendices para obtener un beneficio personal. El
conocimiento es descrito como una manera de vivir.

Lo que vemos y escuchamos ahora mismo no es más que un sueño.


Soñar es la función principal de la mente durante veinticuatro horas al día, en las
cuales se producen dos fases del sueño:
El cerebro despierto: existe un marco material que nos hace percibir las cosas de
forma lineal.
El cerebro dormido: no existe ese marco material, y el sueño tiende a cambiar
constantemente.
Soñamos todo el tiempo, y aquellos que nos precedieron crearon un enorme sueño
externo: el sueño de la sociedad o sueño del planeta hecho de millones de sueños
(ideas) mas pequeños; sueños personales, sueño de la familia, sueño de la comunidad,
sueño de la ciudad, sueño del país y sueño de toda la humanidad.
Este sueño del planeta contiene todas las reglas de la sociedad; creencias, leyes,
religiones, diferentes culturas y maneras de ser, gobierno, escuelas, acontecimientos
sociales, celebraciones…

Nacemos con la capacidad de aprender a soñar, por tanto, los seres humanos que
nos preceden nos enseñan a soñar en la forma en que lo hace la sociedad. Cuando nace un
niño captamos su atención para introducir esas reglas en su mente.
La atención es la capacidad que tenemos para discernir y centrarnos en aquello que
queremos percibir, y percibimos millones de cosas simultáneamente, pero utilizamos nuestra
atención para retener en el primer plano de nuestra mente lo que nos interesa. Los adultos
captaron nuestra atención, y por medio de la repetición, introdujeron información en nuestra
mente de modo que, así es como aprendimos todo lo que sabemos.
Utilizando nuestra atención aprendimos una realidad completa, un sueño completo y
preconcebido; como comportarnos en sociedad, que creer y que no creer, que es aceptable y
que no lo es, que es bueno y malo, que es bello y feo, que es correcto e incorrecto… Cuando
nacimos, ya estaba todo aquí; todos los conceptos y todas las reglas de cómo
comportarnos en sociedad.
Nuestra atención fue captada por nuestros padres, abuelos, hermanos, tíos, por el

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maestro, el sacerdote… Y tal y como otros intentaban captar nuestra atención,


nosotros aprendimos a captar la atención de otros y desarrollamos una necesidad de
atención, la cual acaba generando una actitud competitiva; requerimos más atención de
nuestros padres, de los amigos, del maestro…, y la necesidad de atención se vuelve muy
fuerte.

El primer elemento utilizado para captar nuestra atención es el código del


lenguaje. Cada letra, cada palabra de cada lengua es un acuerdo. Una vez entendemos el
código, nuestra atención queda atrapada y la energía se transfiere de una persona a otra.
Tú tampoco elegiste este código, ni absolutamente nada (lengua, religión,
valores morales, tu propio nombre…). Todo estaba ahí cuando viniste.

El segundo elemento es estar de acuerdo con la información, creerla y aceptarla. (La


única forma de almacenar información es por acuerdo. Si no estuviéramos de acuerdo no
almacenaríamos esa información).
Tan pronto como estamos de acuerdo con algo nos lo creemos, y a eso le llamamos
“fe”. (Creer incondicionalmente. Creer sin ver). Los niños creen todo lo que les dicen los
adultos, y eso hace que el sistema de creencias transmitido controle totalmente el sueño de
nuestra vida. Y en el caso de que nos hubiéramos revelado contra ellas, no éramos lo
bastante fuertes para que nuestra rebelión triunfase. Finalmente, nos rendimos a las
creencias mediante nuestro acuerdo, y a esto se le llama “domesticación” de los seres
humanos.

Puesto que ya estamos domesticados, aprendimos a vivir y a soñar a través de esa


domesticación, y la información del sueño externo se transfiere al sueño interno y
crea todo nuestro sistema de creencias. A través del primer elemento básico utilizado para
ello (el lenguaje) se nos dice como hemos de vivir, que tipo de comportamiento es
aceptable, como ser seres humanos… Es en este momento cuando también aprendemos a
juzgar.
Nos domestican y domesticamos en la misma forma en que domesticamos a un
perro. Para ello utilizamos el sistema de premios y castigos (eres bueno o eres malo).
Cuando no acatábamos las reglas, nos castigaban; cuando las cumplíamos, nos premiaban. Y
esto, durante muchas veces al día. Consecuentemente, pronto empezamos a tener miedo
de ser castigados y no recibir recompensa, es decir; no recibir la atención de...

Con el tiempo, unimos el miedo, la necesidad de de captar la atención de los


demás, y, por supuesto, el deseo de recibir nuestra recompensa.

Cuando recibíamos el premio nos sentíamos bien, y por ello, continuamos


haciendo lo que los demás querían que hiciéramos.

Puesto que teníamos miedo a ser castigados y a no recibir la recompensa,


pero en muchas ocasiones no nos gustaba hacer lo que los demás querían que
hiciéramos, empezamos a fingir que éramos lo que no éramos (no somos), con el único
fin de complacer a los demás, de ser lo bastante buenos para otras personas, y además,
por miedo a ser rechazados.
Así es como nos convertimos en una copia de las creencias de mama, de papá,
del profesor, de la religión, de la sociedad…, y a estas alturas, ya hemos perdido todas
nuestras tendencias naturales.

Más tarde crecimos y nuestra mente empezó a no comprender muchas cosas, y


aprendimos a decir “no”. ¡NO! Como rebelión para defender nuestra libertad, para ser
nosotros mismos. Pero los adultos eran grandes y fuertes, y nosotros demasiado
pequeños. Por entonces los castigos se hacían más frecuentes debido a nuestra rebeldía,
y el miedo se incrementaba en la misma medida que los castigos.

Y por fin somos adultos. La domesticación es tan poderosa, que, en un determinado


momento de nuestra vida, ya no es necesario que nadie nos domestique. Estamos tan
bien entrenados, que somos nuestro propio domador. Ahora ya estamos preparados para

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utilizar el mismo sistema de creencias que nos transmitieron y para utilizar la fórmula
de castigo y recompensa en los demás, y, sorprendentemente, en nosotros mismos.
Nuestro sistema de creencias se ha convertido en el Libro de Ley que gobierna
nuestra mente y no es cuestionable. Cualquier cosa que esté en el Libro de Ley es

nuestra verdad. Basamos todo él, aunque vaya en contra de nuestra naturaleza interior,
incluidas las leyes morales que nos transmitieron. Cada una de las enseñanzas (acuerdos)
forman el Libro de la Ley y dirigen nuestro sueño.

El Juez interior se ha hecho presente. Y utiliza nuestro Libro de la Ley para juzgar
todo lo que hacemos y dejamos de hacer, lo que pensamos y no pensamos, lo que
sentimos y no sentimos. Cada vez que hacemos algo que va en contra del Libro de la
Ley, el Juez dice que somos culpables y necesitamos un castigo. Esto ocurre muchas
veces al día, día tras día, durante todos los años de nuestra vida.
Esta es una de las partes en nosotros que recibe los castigos. La otra parte es la
“Víctima”; esa que carga con la culpa, el reproche y la vergüenza (¡Pobre de mi!). El
Juez lo reconoce y ratifica: ¡No vales lo suficiente!.
Cualquier cosa que vaya en contra del Libro de la Ley nos producirá una sensación
extraña en el plexo solar, que se llama miedo, y cualquier cosa contenida en el Libro de la
Ley que se ponga en tela de juicio, nos hace sentir inseguros.
Necesitamos mucho valor para desafiar nuestras propias creencias, porque,
aunque es cierto que no las escogimos, si es verdad que las aceptamos (el acuerdo es
demasiado fuerte).
El Gobierno tiene un Código de Leyes que dirige el sueño de la sociedad, y
nosotros tenemos el Libro de la Ley que gobierna nuestro sueño personal. Todas estas
leyes existen en nuestra mente, creemos en ellas, y por su causa, el Juez decreta y la
Víctima sufre culpa y castigo. Pero, ¿cuántas veces pagamos por un mismo error? Todos los
animales pagan sólo una vez por cada error. Pero nosotros no. A esto se llama reiteración
del castigo y ausencia de justicia.
Cada vez que cometemos una equivocación, nos juzgamos, nos declaramos
culpables y nos castigamos. Y cada vez que lo recordamos, nos juzgamos de nuevo,
volvemos a considerarnos culpables y nos volvemos a castigar, una y otra vez… Y si no lo
hacemos nosotros, lo hace nuestra pareja (nos recuerda el error), nuestra familia, nuestros
amigos…, y así volvemos a juzgarnos de nuevo, volvemos a sentirnos culpables y nos
castigamos otra vez… Y así, durante toda la vida. ¿Cuántas veces hacemos que nuestra
pareja, nuestros hijos, nuestros padres…, paguen por el mismo error?

Todo el sueño se fundamenta en una ley falsa. El noventa y cinco por ciento de las
creencias que hemos almacenado en nuestra mente no son más que mentiras, y si sufrimos
es porque creemos en todas ellas.
El sueño del planeta está diseñado para sufrir, vivir con miedo y crear dramas
emocionales. El sueño externo no es un sueño placentero, sino lleno de violencia, de
miedo, de guerra, de injusticia. El sueño personal, en conjunto, es una pesadilla. En la
sociedad humana es muy difícil vivir, porque está gobernada por el miedo. El miedo
controla el sueño eterno, y vivimos en el sueño del infierno.
Si consideramos que el infierno es un estado de ánimo, entonces nos rodea por todas
partes. Todas las amenazas al respecto del infierno no tienen valor; ¡ya estamos en el
infierno! Y es cierto que los demás pueden llevarnos a un infierno todavía más profundo,
pero únicamente si nosotros se lo permitimos. Aprendemos a soñar el infierno en nuestra
propia vida, en nuestro sueño personal.
Estamos inmersos en una búsqueda eterna de la verdad, pero sólo creemos en las
mentiras que hemos almacenado en nuestra mente. Buscamos la justicia porque en el
sistema de creencias que tenemos no existe. Buscamos la verdad, pero no hay ninguna
verdad que encontrar porque todo lo que vemos es la verdad, pero debido a los acuerdos y
las creencias que hemos almacenado en nuestra mente, no tenemos ojos para verla. Nos
ciegan las falsas creencias. En cuanto a lo que creemos, necesitamos sentir que
tenemos razón y que los demás están equivocados.

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Nuestra mente es un sueño en el que miles de personas hablan a la vez y nadie


comprende a nadie. Es nuestro concepto de “Yo soy”. Por eso nos resulta imposible
ver que no somos libres.

Nos domesticamos creando una imagen de cómo deberíamos ser para que los demás
nos aceptaran. Intentamos complacer especialmente a las personas que nos aman, y
al tratar de ser lo suficientemente buenos para ellos, creamos una imagen de perfección,
pero no encajamos en ella porque no es una imagen real. Como no somos perfectos,
nos rechazamos a nosotros mismos. El grado de rechazo depende de lo efectivos que
hayan sido los adultos para romper nuestra integridad.

Tras la domesticación, ya no se trata de que seamos lo suficientemente buenos para


los demás, sino que no somos lo bastante buenos para nosotros mismos porque no
encajamos en nuestra propia imagen de perfección, y resulta, que no podemos
perdonarnos por no ser perfectos; nos sentimos falsos, frustrados y deshonestos.
Intentamos ocultarnos y fingimos ser lo que no somos. El resultado es la necesidad
de utilizar máscaras sociales, y nos da mucho miedo que alguien descubra que no
somos lo que pretendemos ser. También juzgamos a los demás según nuestra propia
imagen de perfección, y, naturalmente, no alcanzan nuestras expectativas.

Nos deshonramos a nosotros mismos sólo por complacer a otras personas. Nos
maltratamos a nosotros mismos y utilizamos a otros para que nos maltraten, y el límite de
maltrato que tolerarás de otra persona es exactamente el mismo al que te sometes tú.
Cuanta más autoestima tenemos, menos nos maltratamos.
Nuestra imagen de perfección, es la razón por la cuál nos rechazamos;
motivo por el cual no nos aceptamos a nosotros y no aceptamos a los demás.

Los acuerdos preestablecidos


Hemos establecido millares de acuerdos con nosotros mismos, con otras personas,
con Dios, con la sociedad, con los padres, con la pareja, con los hijos; pero los acuerdos
más importantes son los que hemos hecho con nosotros mismos. En estos acuerdos
decimos: “Esto es lo que soy”; esto es lo real, lo otro es fantasía. Los miles de acuerdos
adoptados son los que nos hacen sufrir y fracasar.
Es necesario hallar la valentía necesaria para romper esos acuerdos que se
basan en el miedo.
Los acuerdos que surgen del miedo requieren un gran gasto de energía.
Todos nacemos con una determinada cantidad de poder personal que se
renueva cada día con el descanso. Gastamos todo nuestro poder personal primero
en crear esos acuerdos, y después en mantenerlos. Los acuerdos a los que hemos
llegado consumen nuestro poder personal. Sólo nos queda el poder justo para
sobrevivir cada día, porque utilizamos la mayor parte de él en mantener los acuerdos que
nos atrapan en el sueño del planeta.

Si somos capaces de reconocer que nuestra vida está gobernada por nuestros
acuerdos, necesitamos cambiar los acuerdos.
Cuando finalmente estemos dispuestos a cambiarnos, habrá cuatro acuerdos muy
poderosos.
Cada vez que rompes un acuerdo, todo el poder que utilizaste para crearlo vuelve a
ti.
Necesitamos una gran voluntad para adoptar los Cuatro Acuerdos, pero si
somos capaces, en lugar de vivir el sueño del infierno, crearemos un nuevo sueño.

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Tras muchas repeticiones, estos nuevos acuerdos se convertirán en parte


de ti mismo y verás como la magia de tus palabras hará que dejes de ser
un “hechicero negro” para convertirte en un “mago blanco”.

Primer Acuerdo
Sé impecable con tus palabras
Es el más importante de los Cuatro Acuerdos, y también el más difícil de cumplir.

Las palabras son el poder creado, y por el mismo fundamento, es el poder que
tienes que crear.
La palabra es un don exclusivo del hombre. Mediante las palabras expresas tu
poder creativo, tu intención, los que sueñas, lo que sientes, lo que realmente eres… Son una
fuerza y constituyen el poder de cada uno, la herramienta más poderosa y el
instrumento de la magia. Pueden crear el sueño más bello o destruir todo lo que te rodea.
Según como se utilicen, las palabras liberan o esclavizan. Son pura magia. Una
sola palabra puede cambiar una vida o destruir millones de personas.

La mente humana es como un campo fértil en el que continuamente se están


plantando semillas. Las semillas (palabras) son opiniones, ideas o conceptos.
Una palabra es como un hechizo, y los humanos utilizamos las palabras como
magos de magia negra (hechiceros negros), hechizándonos los unos a los otros.
Durante nuestra domesticación, cualquier opinión expresada sobre nosotros, genera
una creencia en nuestra mente y nos provoca una sensación de miedo, sobre todo si nos
dicen que “no servimos para nada”. Las palabras captan nuestra atención, entran en
nuestra mente y cambian por entero, para bien o para mal, nuestras creencias.

La palabra impecable significa “sin pecado”. “Pecado” es todo lo que sientas,


creas o digas que vaya contra ti. Y cuando eres impecable, asumes la responsabilidad de tus
actos, equilibras la palabra con la acción, y no te juzgas ni te culpabilizas.
El pecado empieza con el rechazo de uno mismo, y ser impecable con tus
palabras es no utilizarlas contra ti mismo. Significa utilizar la energía correctamente. Se
debe llegar a un acuerdo con una mismo para ser impecable con las palabras.

En cuanto al insulto, cuando alguien lo utiliza contra otro, en realidad lo está


utilizando contra si mismo, porque el insultado odiará por ello y ese odio no será bueno
para el ofensor. Por lo tanto, el veneno emocional se volverá contra quien lo utilice.
Usamos las palabras para maldecir, para culpar, para reprochar, para
destruir… Por lo general empleamos la palabra para propagar nuestro veneno
personal; rabia, celos, envidia, odio…, y creamos caos con las palabras.
Cuando alguien desconoce el poder de las palabras, no es responsable de su
mensaje. Muchas personas que nos quieren emplean la magia negra con nosotros, pero no
saben lo que hacen. Esto requiere nuestro perdón.

Llegar a este Acuerdo es difícil porque hemos aprendido a hacer de la mentira un


hábito al comunicarnos con los demás, y aún más importante, al hablar con nosotros
mismos.

La única manera de deshacer un hechizo es llegar a un nuevo acuerdo.

La peor forma de magia negra y de la peor clase son los “chismes”.


Aprendimos a contar chismes por acuerdo, y nosotros aprendimos que esta era la
manera normal de comunicarse. Contar chismes se ha convertido en la principal forma de
comunicación en la sociedad humana. Es la manera que utilizamos para sentirnos cerca
de otras personas, porque ver que alguien se siente tan mal como nosotros, nos
hace sentir mejor.

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“A la miseria le gusta estar acompañada”.

Durante años las palabras de los demás nos han transmitido chismes y nos
han lanzado hechizos. Pero lo mismo hemos hecho utilizando las palabras contra nosotros
mismos. Nos hablamos constantemente, y de manera negativa. En innumerables
ocasiones hemos contado chismes para conseguir que otras personas apoyasen nuestro
punto de vista, y hemos captado la atención de otras personas que para nuestra opinión
pareciese correcta, sin tener en cuenta que; “tu opinión, es sólo tu punto de vista”, y
proviene de tus creencias, de tu ego y de tu propio sueño.

La impecabilidad de tus palabras te proporcionará inmunidad frente a cualquier


persona que te lance un hechizo. Solamente recibirás una idea negativa si tu mente es
un campo fértil para esa idea.

Puedes medir la impecabilidad de tus palabras a partir de tu nivel de


autoestima.

Se impecable con tus palabras es el primer acuerdo al que debes llegar. Es


muy poderoso.
La impecabilidad de tus palabras te llevará a la libertad personal.

Segundo Acuerdo
No te tomes nada personalmente
Este Acuerdo, al igual que los dos siguientes, nace del primero.
Suceda lo que suceda a tu alrededor; no te tomes nada personalmente. Y si lo
tomas personalmente, es porque estás de acuerdo con cualquier cosa que se diga.

El motivo de estar atrapado en las opiniones de otros es lo que se llama


“importancia personal”. Y si nos damos importancia, es porque pensamos que todo gira a
nuestro alrededor.
Durante el periodo de nuestra domesticación, creemos que somos responsables
de todo (yo, yo y siempre yo), y lo que no sabemos es, que nada de lo que hacen los
demás es por nosotros, sino por ellos mismos; ¡no somos tan importantes!
Cuando nos tomamos personalmente lo que alguien nos dice, suponemos que sabe lo
que hay en nuestro mundo e intentamos imponérselo por encima del suyo.

Cuando alguien te insulta, lo que esa persona dice responde a los acuerdos que
ha establecido en su propia mente.

Tomarse las cosas personalmente nos convierte en una presa fácil para los
depredadores; los hechiceros negros. Primero te atrapan con una simple opinión,
después te alimentan. Te comes toda su basura emocional y la conviertes en tu propia
basura. Te sientes ofendido y reaccionas defendiendo tus creencias, esforzándote en
demostrarles que tienes razón. Y olvidas que cualquier cosa que sientas o hagas no es más
que una proyección de tu propio sueño personal, un reflejo de tus propios acuerdos.

La inmunidad frente a los hechiceros negros es un don de este Acuerdo.

Lo que pienses de mi, no es importante para mi. Pienses lo que pienses, sientas
lo que sientas, se que se trata de tu problema y no del mío. Es tu manera de ver el mundo.

Puede ser que en algún momento me digas: “Lo que me dices me duele”. Pero lo
que te duele no es lo que yo digo, sino las heridas que tienes y que yo he rozado con
lo que he dicho. Eres tu mismo quien se hace daño. Creas una película entera en tu
mente; es tu película. Tu punto de vista es algo personal tuyo. No es la verdad de
nadie más que de ti. Por lo tanto, yo soy la excusa para que tu te enfades.

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Recuerda que las opiniones que tienes sobre ti mismo no son


necesariamente verdad; por consiguiente, no tienes la menor necesidad de tomarte
cualquier cosa que oigas en tu propia mente personalmente.
Todos los acuerdos que hemos establecido no son necesariamente compatibles
entre sí. Cada acuerdo es como un ser vivo independiente. Por lo tanto, hay acuerdos
incompatibles que se contradicen los unos a los otros, y el conflicto se va extendiendo
hasta que estalla una gran guerra en la mente. Este “diálogo interno” hace que los seres
humanos no estén de acuerdo con ellos mismos porque unas partes de la mente quieren una
cosa y otras quieren exactamente lo contrario.
Tomarse las cosas personalmente es exponerse a sufrir por nada, y esto entraña
peligro porque los seres humanos somos adictos al sufrimiento. Nos apoyamos los unos
a los otros para mantener esta adicción.
Cuando realmente vemos a los demás tal como son sin tomárnoslo personalmente, lo
que hagan o digan no nos dañará.

Quitarse la máscara social resulta doloroso.

Una gran cantidad de libertad surge cuando no nos tomamos nada


personalmente. Serás inmune a los hechiceros negros y ningún hechizo te afectará,
por muy fuerte que sea.

Cuando te acostumbres a no tomarte nada personalmente, no necesitarás


depositar tu confianza en lo que hagan o digan los demás.

Nunca eres responsable de los actos de los demás; sólo eres responsable de
ti mismo.

Si mantienes este Acuerdo, dirás sí o dirás no, pero sin culparte ni juzgarte.

Tercer Acuerdo
No hagas suposiciones
Tendemos a hacer suposiciones sobre todo, y al hacerlo, creemos que lo que
suponemos es cierto. Hacemos suposiciones sobre lo que los demás hacen o
piensan, y después los culpamos.
Hacemos una suposición, comprendemos mal las cosas, nos las tomamos
personalmente y acabamos haciendo un drama de nada.

Todo el dominio entre los seres humanos gira alrededor de las suposiciones y
el tomarse las cosas personalmente. Este es parte de nuestro sueño del infierno.
Chismorreamos a partir de nuestras suposiciones. Chismorrear es nuestra
forma de comunicarnos.
Hacemos suposiciones que creemos ciertas, porque tenemos miedo de pedir
una aclaración. Siempre es mejor preguntar que hacer una suposición, porque las
suposiciones crean sufrimiento.
Sólo vemos lo que queremos ver y oímos lo que queremos oír. No percibimos las
cosas tal como son. Inventamos las cosas en nuestra imaginación. Cuando no
entendemos algo, hacemos una suposición sobre su significado.
Hacer suposiciones en las relaciones conduce a muchas disputas.

Necesitamos justificarlos todo, explicarlo y comprenderlo para sentirnos


seguros. No importa si la respuesta es correcta o no; bastará para que nos sintamos
seguros. Esta es la razón por la que hacemos suposiciones.
Si los demás nos dicen algo, hacemos suposiciones, pero si no nos lo dicen,
también las hacemos. Así satisfacemos nuestra necesidad de saber y reemplazar la
necesidad de comunicarnos. Tal es el caso que, si oímos algo y no lo entendemos
hacemos suposiciones sobre lo que significa, y después, creemos en ellas.

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Hemos acordado que hacer preguntas es peligroso.

Suponemos que todo el mundo ve la vida del mismo modo que nosotros.
Suponemos que los demás piensan, sienten y juzgan como nosotros.
También hacemos suposiciones sobre nosotros mismos y esto crea muchos
conflictos internos. Supones que eres capaz de hacer algo, y después descubres que no lo
eres; o te sobreestimas o te subestimas a ti mismo.
Supones que tu amor cambiará a la persona que crees que amas. Pero tu amor no
cambiará a nadie. No es necesario que justifiquemos el amor. El amor es aceptar a otros
tal como son sin tratar de cambiarlos. Si intentamos cambiarlos, significará en
realidad que no nos gustan.

Resulta mucho más fácil encontrar a alguien que sea como tu quieres que
sea, que intentar cambiar a nadie.

Debemos ser como somos, de modo que no tenemos que presentar una falsa
imagen. – Si no me amas como soy, no estaré contigo.
Este tipo de comunicación significa que los acuerdos personales que
establecemos con los demás son claros e impecables.

La forma de evitar las suposiciones es preguntar hasta clarificar todo lo


posible. Todo el mundo tiene derecho a contestarte “sí” o “no”, pero tú siempre tendrás
derecho a preguntar. Del mismo modo, todo el mundo tiene derecho a preguntarte y tú
tienes derecho a contestar “sí” o “no”.

Cuando ya no hagas suposiciones, tus palabras se volverán impecables.

Decirlo es fácil, pero es difícil cumplir con el Tercer Acuerdo. Tomar conciencia
de esos hábitos y comprender la importancia de este Acuerdo es el primer paso, pero no es
suficiente. Lo que realmente hará que las cosas cambien es la acción. Actuar una y
otra vez fortalece tu voluntad.

Cuarto Acuerdo
Haz siempre lo máximo que puedas
El Cuarto Acuerdo se refiere a la realización de los tres primeros.

Bajo cualquier circunstancia, haz siempre lo máximo que puedas. Pero piensa
que eso variará de un momento a otro. Todas las cosas son fruto de un mundo
continuamente cambiante. Lo máximo que puedas, siempre estará condicionado por
las circunstancias del momento; unas veces tendrá gran calidad, y otras no será así.
Cuando nos levantamos por la mañana, el rendimiento es mejor que por la noche cuando
estamos agotados. Lo máximo que puedas hacer será distinto cuando estés sano que cuando
estés enfermo, cuando estés sobrio que cuando estés ebrio… Tu rendimiento dependerá de
que te sientas feliz o disgustado. En tus estados de ánimo diarios, lo máximo que
podrás hacer cambiará de un momento a otro, de una hora a otra, de un día a otro…

El resultado es independiente y no ha de ser importante. Sigue haciendo


siempre lo máximo que puedas, y no te esfuerces demasiado para hacer más de lo que
puedes porque gastarás más energía de la necesaria, y al final tu rendimiento no será
suficiente. Cuando te excedes, agotas tu cuerpo y te resulta más difícil alcanzar tus
objetivos. Por otro lado, si haces menos de lo que puedes hacer, te sometes a ti
mismo a frustraciones, juicios, culpas y reproches.
Limítate a hacer lo máximo que puedas, en cualquier circunstancia de tu
vida.

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La acción es lo que te hará sentir inmensamente feliz. Siempre que haces lo


máximo que puedes, actúas. Y hacer lo máximo que puedas significa actuar porque amas
hacerlo y no porque esperas una recompensa; las recompensas llegarán, pero no estarás
apegado a ellas. La mayoría de las personas hacen lo contrario, sólo emprenden la acción
cuando esperan una recompensa.

Ejemplo:
Quienes trabajan únicamente pensando en el día de pago y en el dinero.
Están impacientes esperando el fin de semana para cobrar y tomarse unas horas
libres.
Trabajan por la recompensa y se resisten al trabajo.
Intentan evitar la acción y esta se vuelve cada vez más difícil (no hacen lo máximo
que pueden).
Durante la semana soportan el trabajo, soportan la acción, no porque les guste, sino
porque es una obligación (pagar el alquiler y alimentar a la familia).
Son hombres frustrados, y cuando reciben su paga, no se sienten felices.
En los dos días que tienen para descansar intentan escapar. Se emborrachan porque
no se gustan a sí mismos. No les gusta su vida.

Cuando haces lo máximo que puedes, no le das al Juez la oportunidad de que


dicte sentencia y te considere culpable. No hay reproches. No parece que trabajes, porque
disfrutas de todo lo que haces. Aprendes a aceptarte a ti mismo, pero tienes que ser
consciente y aprender de tus errores. Eso significa practicar, comprobar los resultados
con honestidad y continuar practicando. Así se expande la conciencia.

Cuando haces lo máximo que puedes por el mero placer de hacerlo,


emprendes la acción.
La acción consiste en vivir con plenitud. La falta de acción es nuestra forma
de negar la vida, y consiste en sentarse delante del televisor cada día durante años.

Puede que tengas grandes ideas en la cabeza, pero lo que importa es la acción.
Una idea, si no se lleva a cabo, no producirá ningún resultado. Emprender la acción
es estar vivo. Es arriesgarse a salir y expresar tu sueño.
La mejor manera de decir “Gracias”, es dejar ir al pasado y vivir el momento
presente, aquí y ahora. Sea lo que sea lo que la vida te arrebate, permite que se vaya.
Si vives en un sueño del pasado, no disfrutas de lo que sucede en el momento
presente, porque siempre deseas que sea distinto. No disfrutar de lo que sucede ahora
mismo es vivir en el pasado, es vivir sólo a medias.
Di que no cuando quieras decir no, y que sí cuando quieras decir sí.

No es un acuerdo que sea fácil de mantener, pero te hará realmente libre.

Los tres primeros acuerdos sólo funcionarán si haces lo máximo que puedas.

No esperes ser siempre impecable con tus palabras; pero puedes hacer lo
máximo posible.
No esperes no volver nunca más a tomarte las cosas personalmente; sólo
haz lo máximo que puedas.
No esperes no hacer nunca más ninguna suposición; pero sí puedes hacer lo
máximo posible.

Cuando haces lo máximo que puedes, te sientes bien contigo mismo aunque
todavía hagas suposiciones, aunque todavía te tomes las cosas personalmente y
aunque todavía no seas impecable con tus palabras.

Si siempre haces lo máximo que puedas, una y otra vez, te convertirás en un


maestro de la transformación. La práctica forma al maestro. Todo lo que sabes lo has
aprendido mediante la repetición. La acción es lo que importa.

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Los Cuatro Acuerdos son un resumen de la maestría de la transformación;


sólo hay que adoptarlos y respetar su significado y su poder. Haz siempre lo máximo que
puedas para honrarlos.

No olvides que para mantenerlos, necesitas una voluntad fuerte, una voluntad
muy fuerte. Porque vayamos donde vayamos, descubrimos que nuestro camino está
lleno de obstáculos.
Todo el mundo intentará sabotear nuestro compromiso, y todo lo que nos
rodea está estructurado para que rompamos estos nuevos acuerdos.
Es necesario ser un gran cazador y un gran guerrero capaz de defender los
Cuatro Acuerdos con tu vida. Toda tu libertad depende de ellos.
El objetivo del guerrero es trascender este mundo, escapar de este infierno
y no regresar jamás a él. La recompensa consiste en trascender la experiencia
humana del sufrimiento.
Verdaderamente, para triunfar en el cumplimiento de estos acuerdos, necesitamos
utilizar todo el poder que tenemos. Al comienzo será duro y difícil. Fracasarás muchas
veces, pero levántate y sigue adelante. Si te caes, no te juzgues. No le des al Juez la
satisfacción de convertirte en una víctima.

Decreta: “Hoy seré impecable con mis palabras, no me tomaré nada personalmente,
no haré suposiciones y haré lo máximo que pueda”.

Si rompes un acuerdo, empieza de nuevo mañana y de nuevo al día


siguiente. Al principio será difícil, pero cada día te resultará más y más fácil.

No te inquietes por el futuro; mantén tu atención en el día de hoy y


permanece en el momento presente. Vive el día a día.

Romper viejos acuerdos


Todos hablan de libertad, pero; ¿Qué es la libertad?
No somos libres. La verdadera libertad está relacionada con el espíritu humano: es
la libertad de ser quienes realmente somos.
¿Quién nos impide ser libres? Nosotros mismos.
Hemos olvidado lo que verdaderamente significa la libertad. En un niño de dos
o tres años descubrimos un ser humano libre porque hace lo que quiere hacer. La mayor
parte del tiempo sonríen y se divierten. Exploran el mundo. No les da miedo jugar. No les
preocupa el pasado ni les importa el futuro y sólo viven en el momento presente. Los niños
pequeños no tienen miedo a expresar lo que sienten.
¿Qué le ha pasado al ser humano adulto? Desde el punto de vista la víctima
diremos que nos ocurrió algo triste, y desde el punto de vista del guerrero, diremos que lo
que nos sucedió fue normal. Una vez que nuestra mente ha sido programada con toda
esa basura, dejamos de ser felices.

No culpes a tus padres por enseñarte a ser como ellos. ¿Qué otra cosa podrían
enseñarte sino lo que sabían? Lo hicieron lo mejor que supieron. Todo fue debido a su propia
domesticación. No tenían ningún control sobre la programación que ellos mismos recibieron,
de modo que no podían actuar de otra forma.

Tu verdadero yo es todavía un niño pequeño que nunca creció. Pero hay algo que
cambia todo esto: son lo que llamamos responsabilidades. El Juez dice: “Eres
responsable, tienes cosas que hacer, tienes que trabajar, tienes que ir a la universidad,
tienes que ganarte la vida…”. Nos acordamos de todas esas responsabilidades y la
expresión de nuestro rostro cambia.

La libertad que buscamos es la de ser nosotros mismos, la de expresarnos


tal como somos. Sin embargo, en lugar de vivir para complacernos a nosotros

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Conferencia
“Los Cuatro Acuerdos”
12 / 13

mismos, la mayor parte del tiempo sólo hacemos cosas para complacer a los
demás, para que nos acepten. Esto es lo que le ha ocurrido a nuestra libertad.

Lo peor de todo es que la mayoría de la gente ni siquiera se da cuenta de


que no es libre.

El primer paso hacia la libertad personal consiste en ser conscientes de que


no somos libres. El primer paso es siempre la conciencia, porque hasta que no seas
consciente no podrás hacer ningún cambio. Si eres consciente, puedes buscar una
manera de sanar y transformar tu sueño personal. El sueño del planeta es sólo un
sueño. Ni tan siquiera es real. Si pones en tela de juicio tu sistema de creencias,
descubrirás que la mayor parte de las creencias ni siquiera son verdad. El sistema de
creencias que te inculcaron está basado en mentiras. Por eso es muy importante
para ti que domines tu propio sueño. Tu vida es la manifestación de tu sueño.

Existen tres maestrías que llevan a la gente a convertirse en guerreros:


Maestría de la Conciencia: ser conscientes de quienes somos realmente, con todas
nuestras posibilidades.
Maestría de la Transformación: cómo cambiar, cómo liberarnos de la
domesticación.
Maestría del intento: El Intento es esa parte de la vida que hace que la
transformación de la energía sea posible.

Todo este relato no es un plan completo parra liberarse de la domesticación.


Ni siquiera es un plan.

Todos los seres humanos domesticados están enfermos. Lo están porque un parásito
controla su mente y su cerebro, un parásito que se alimenta de las emociones negativas que
provoca el miedo. Un ser vivo parásito que subsiste a costa de otros seres vivos, chupa su
energía sin dar nada a cambio y daña a su anfitrión poco a poco. El parásito controla nuestro
sueño personal. Sueña en nuestra mente y vive en nuestro cuerpo. Se alimenta de las
emociones que surgen del miedo, y le encantan el drama y el sufrimiento.

La libertad que buscamos consiste en utilizar nuestra propia mente y nuestro propio
cuerpo, en vivir nuestra propia vida en lugar de la vida de nuestro sistema de creencias.
Cuando descubrimos que nuestra mente está controlada por el parásito, sólo tenemos dos
opciones:
Una; continuar viviendo como lo hemos hecho hasta ese momento, en el sueño del
planeta.
Dos; actuar como cuando éramos niños, rebelándonos. Podemos declarar una guerra
por nuestra independencia, por el derecho de utilizar nuestra propia mente y nuestro propio
cerebro.

Ser un guerrero, es estar en guerra contra el parásito de la mente. Rebelarse contra


su invasión. Y eso no quiere decir que siempre se gane; quizá ganemos o quizá perdamos,
pero siempre haremos lo máximo que podamos, y al menos tenemos la oportunidad de
recuperar nuestra libertad. Elegir este camino nos da, como mínimo, la dignidad de la
rebelión y nos asegura que no seremos la víctima desvalida de nuestras caprichosas
emociones o de las emociones venenosas de los demás. Incluso aunque sucumbamos ante el
enemigo – el parásito -, no estaremos entre las víctimas que no se defienden.

En el mejor de los casos, ser un guerrero nos da la oportunidad de trascender el


sueño del planeta y cambiar nuestro sueño personal por otro al que llamamos cielo. Igual
que el infierno, el cielo es un lugar que existe en nuestra mente. Podemos alcanzar el cielo
en vida, pero en primer lugar necesitamos que nuestros ojos sean capaces de ver la verdad
y nuestros oídos puedan escucharla.

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Necesitamos librarnos del parásito por cualquiera de las tres soluciones:


Una; Por el arte de la transformación o sueño de la segunda atención.
Dos; Por medio de la disciplina del guerrero y el control de su propio
comportamiento.
Tres; Por la iniciación a la muerte.

Mientras realizas un nuevo sueño en la tierra, procura no olvidar tus


oraciones…

Glosario
Acción: Vivir con plenitud.
Atención: Capacidad que tenemos para discernir y centrarnos en aquello que queremos
percibir.
Conocimiento: El único criterio a nuestra disposición para medir la objetividad de nuestro
conocimiento, es la respuesta de la cosa ante la acción que llevamos a cabo en la línea de un
determinado conocimiento.
Fe: Creer incondicionalmente. Creer sin ver.
Hechiceros negros: Transmisores sociales de veneno emocional y mental.
Impecabilidad: Sin pecado. Coherencia entre el pensamiento y la acción.
La primera atención: Proceso de domesticación.
La segunda atención: Transformar las creencias y cambiar los acuerdos en un nuevo
sueño.

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