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ROBERT DARNTON

LA GRAN MATANZA
DE GATOS
Y OTROS EPISODIOS EN LA HISTORIA
DE LA CULTURA FRANCESA

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


MÉXICO
Primera edición en inglés, 1984
Primera edición en español, 1987
Cuarta reimpresión, 2004

Darnton, Robert
La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia
de la cultura francesa / Robert Darnton ; trad, de Carlos
Valdés. —México : FCE, 1987
269 p. : láms. ; 21x14 cm — (Colee. Historia)
Título original The Great Cat Massacre and O ther
Episodes in French Cultutal History
ISBN 968-16-2578-1

1. Francia — Historia I. Valdés, Carlos, tr. II Ser III. t

LC DC33.4 .D37 Dewey 944 D332g

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Título original:
The Great Cal Massacre and. Other Episodes in French Cultural History
© 1984, Basic Books, Inc., Nueva York
ISBN 0-465-02700-8

D. R. © 1987, F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m i c a
Carretera Picacho-Ajusco 227; 14200 México, D. F.

ISBN 968-16-2578-1
Impreso en México • Printed in Mexico
II. LA REBELIÓN DE LOS OBREROS: LA GRAN
MATANZA DE GATOS EN LA CALLE
SAINT-SÉVERIN

E l s u c e s o m ás divertido en la im prenta de Jacques V incent, según


un obrero que lo presenció, fue u n a escandalosa m atanza de gatos. El
obrero, Nicolás C ontat, lo contó al relatar su vida de aprendiz en. el ta ­
ller, situado en la calle Saint-Séverin, en París, d u ran te la década de
1730.1 Explicó que la vida del aprendiz era dura. H abía dos aprendi­
ces: Jerom e, que es el nom bre con el que aparece C o n tat en su relato
novelado, y Léveillé. Ambos dorm ían en u n cuarto helado y sucio, se
levantaban antes del am anecer, todo el d ía hacían m andados, tra tab a n
de eludir los insultos de los obreros y el m altrato del patrón, y sólo
recibían como paga las sobras de la com ida. Esto les parecía especial­
mente odioso. E n vez de com er en la m esa con el patró n , sólo les daban
las sobras de su plato en la cocina. Peor aún, la cocinera vendía en se­
creto los restos de la com ida y les d ab a a los m uchachos alim ento para
gatos: carne vieja y podrida que no podían tragar, y que ellos devol­
vían a los gatos, mismos que la rechazaban.
Esta últim a injusticia im pulsó a C o n tat a h ab lar de los gatos. O cu­
paron un sitio especial en su narración y en la casa de la calle Saint-
Séverin. L a esposa del p atró n los adoraba, en especial a Grise (gris),
su gata favorita. L a pasión por los gatos parecía haberse apoderado de
todas las im prentas, p o r lo menos a nivel de los patrones o burgue­
ses, como los llam aban los trabajadores. U n burgués conservaba 25
gatos. T enía sus retratos pintados y los alim entaba con aves asadas.
M ientras tanto, los aprendices tratab an de enfrentarse al problem a
del exceso de gatos callejeros que vivían en el barrio de las im prentas
y que volvían insoportable su existencia. Los gatos m aullaban toda la
noche en el techo sobre el sucio cuarto donde dorm ían los aprendices,
lo que les hacía imposible conciliar el sueño d u ran te la noche. Y a que
Jerom e y Léveillé tenían que aban d o n ar la cam a a las cuatro o cinco

1 Nicolás C ontat, A necdotes typographiques oii l'on voit la description des


coutumes, moeurs et usages singuliers des compagnons imprimeurs, comp. Giles
Barber (O xford, 1980). El m anuscrito original está fechado en 1762. En la
introducción Barber ofrece una descripción com pleta de los antecedentes y
de la carrera de C ontat. El relato de la m atanza de los gatos aparece en
las pp. 48-56.
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82 M ATANZA D E G A TO S EN LA CALLE SA IN T -SÉ V ER IN

de la m ad ru g ad a p a ra ab rir la p u e rta a los prim eros trabajadores que


llegaban, em pezaban el d ía en estado de agotam iento, m ientras que
el burgués se levantaba tarde. El p atró n no trab ajab a con los obreros,
ni comía con ellos. D ejab a que el capataz dirigiera el taller, y ra ra vez
se presentaba, excepto p a ra descargar su m al hum or, generalm ente
contra los aprendices.
U n a noche los m uchachos decidieron corregir esta injusta situación.
Léveillé, que tenía u n a extraordinaria capacidad p a ra la m ím ica, ca­
minó a gatas p o r el techo hasta que llegó a u n a sección cerca de la
recám ara del patró n , y se puso a m aullar y au llar en form a tan m a­
cabra que el burgués y su esposa no pegaron los ojos en toda la noche.
Después de varias noches de sufrir este tratam iento, decidieron que
los habían em brujado. Pero en vez de llam ar al cura (el patró n era
excepcionalm ente devoto y la p atro n a especialm ente apegada a su con­
fesor) les ordenaron a los aprendices que se deshicieran de los gatos.
L a p atro n a dio la orden, pero les recom endó que p o r ningún motivo
asustaran a su g ata Grise.
Jerom e y Léveillé pusieron m anos a la obra con alegría, y los obreros
los ayudaron. A rm ados con m angos de escoba, varillas de las prensas
y otros instrum entos de trabajo, persiguieron a todos los gatos que p u ­
dieron encontrar. Em pezaron con Grise. Léveillé le rom pió la colum na
vertebral con u n a varilla de fierro y Jerom e la rem ató; después la
ocultaron en u n albañal. Los obreros arrearo n a los otros gatos por
los techos; apalearon a los que se pusieron a su alcance y, con sacos
colocados estratégicam ente, a trap aro n a los que trataro n de escapar.
V aciaron los sacos llenos de gatos m oribundos en el patio. Después, to­
dos los trabajadores de la im p ren ta se reunieron y realizaron una
parodia de juicio, con guardias, u n confesor y un verdugo. Después de
declarar culpables a los anim ales y adm inistrarles los últimos sacra­
mentos, los rem ataron en patíbulos improvisados. A traída por el ruido
de las risas, la p atro n a apareció. D ejó escapar un grito agudo en cuan­
to vio un gato ensangrentado que colgaba de u n lazo corredizo. Sospe­
chó entonces que p o d ría ser su g ata Grise. Los hom bres le aseguraron
que no era ella, y que respetaban dem asiado la casa p a ra hacer
sem ejante cosa. E n ese m om ento apareció el p atrón. Le llenó de ira
ver que el trab ajo se había suspendido; si bien su esposa trató de expli­
carle que estaban am enazados p o r un tipo más grave de insubordina­
ción. Acto seguido ambos se retiraron, y los hom bres se entregaron a
u n éxtasis de “alegría” , “desorden” y “risa” .2

2 C ontât, Anecdotes typographiques, p. 53.


M A TAN ZA D E G A TO S EN LA C A LLE SA IN T -SÉ V ER IN 83

L a risa no term inó allí. Léveillé volvió a rep etir toda la escena en
mímica p o r lo menos 20 veces d u ran te los días siguientes cuando los
impresores querían reírse un rato. Las im itaciones paródicas de los inci­
dentes de la vida en el taller, conocidas com o copias en la jerga de los
impresores, eran u n a fuente im portante de diversión p ara los hombres.
La idea era h u m illar a alguien del taller burlándose de sus defectos.
U na copia con éxito hacía ra b ia r al que era objeto de la brom a
— prendre la chèvre (se encabronaba) en el caló del taller— y luego
sus com pañeros lo perseguían con u n a “cencerrada” . H acían correr las
regletas de composición sobre las cajas de los tipos, golpeaban con sus
mazos las ram as, golpeaban los arm arios, y balaban como cabras. El
balido ( bais en caló) era el símbolo de la hum illación acum ulada sobre
la víctim a, com o se dice cuando a alguien lo convierten en “chivo
expiatorio” . C o n tat subrayaba que Léveillé producía las copias más di­
vertidas que hab ía visto en su vida y que generaban los coros más
ruidosos de cencerradas. T odo el episodio, la m atanza de gatos y las
copias, sobresalía como la experiencia m ás festiva que había tenido
Jerom e en toda su carrera.
Sin em bargo, al lector m oderno esto no le parece gracioso, sino más
bien repulsivo. ¿C uál es la gracia de que u n grupo de hombres m a­
duros balen com o cabras y hagan ruido con sus instrum entos de trab a­
jo m ientras u n adolescente representa con m ím ica u n a m atanza ritual
de un anim al indefenso? N uestra incapacidad p a ra com prender este
chiste es un indicio de la distancia que nos separa de los trabajadores
de E uropa antes de la época industrial. L a percepción de esta distan­
cia puede servir como p u n to de p artid a de u n a investigación, porque
los antropólogos han descubierto que los m ejores puntos de acceso en
un intento p o r p en etrar en u n a cu ltu ra extrañ a pueden ser aquellos
donde parece h ab er más oscuridad. C uando se advierte que no se
entiende algo (u n chiste, u n proverbio, u n a cerem onia) p articular­
mente significativo p a ra los nativos, puede verse dónde abordar un
sistema de significados extraño con el objeto de estudiarlo. Si se en­
tiende cuál es la gracia de u n a gran m atanza de gatos, quizá sea posible
“com prender” un ingrediente básico de la cu ltu ra artesanal del A n­
tiguo Régim en.

Debe aclararse desde el principio que no podemos observar la m atanza


de gatos de prim era m ano. Sólo podemos estudiarla a través de la n a­
rración de C ontat, escrita unos veinte años después del suceso. No
puede dudarse de la au tenticidad de la autobiografía seminovelesca
de C ontat, como Giles B arber ha m ostrado en su m agistral edición de
84 M ATANZA D E G A TO S EN LA CALLE S A IN T -SÉ V E R IN

este texto. Pertenece a u n a línea de escritos autobiográficos de im ­


presores que se extiende desde T hom as P latter hasta T hom as G ent,
Benjam ín Franklin, Nicolás Restif de la Bretonne y C harles M anby
Smith. Com o los impresores, o p o r lo menos los cajistas, debían ser
m edianam ente instruidos p a ra poder realizar su trabajo, se encontra­
ban entre los pocos artesanos que pudieron re la ta r vidas de la clase
trabajad o ra hace dos, tres y cuatro siglos. A pesar de sus faltas de orto­
grafía y errores gram aticales, el relato de C o n tat quizá es el más rico.
Pero no puede considerarse una im agen fiel de lo que realm ente su­
cedió. D ebe interpretarse como la versión de C o n tat de u n suceso,
como su intento de n a rra r un cuento. Al igual que todos los narradores
de cuentos, sitúa la acción en un m arco de referencia, supone u n con­
ju nto de asociaciones y reacciones p o r p arte de sus oyentes, y ofrece
una elaboración im portante de la m ateria p rim a de la experiencia.
Pero ya que intentam os com prender en especial su significado, no de­
bemos rechazarla por su carácter ficticio. Al contrario, al considerar
esta narración u n a ficción o u n a invención significativa, podemos usar­
la p ara d ar u n a explication de texte etnológica.

L a prim era explicación que probablem ente se les ocurra a la mayo­


ría de los lectores de la historia de C ontat, es que la m atanza de gatos
sirvió como u n ataq u e indirecto al p atró n y a su esposa. C ontat sitúa
este suceso en el contexto de las observaciones sobre la disparidad en­
tre el grupo de los trabajadores y los burgueses en los elementos básicos
de la vida: el trabajo, la com ida y el sueño. L a injusticia parece espe­
cialm ente flagrante en el caso de los aprendices, que eran tratados
como animales, m ientras que éstos eran ascendidos, sobre sus cabe­
zas, a la posición que deberían h aber ocupado los m uchachos en la
mesa del patrón. A unque los aprendices parecían los más m altratados,
el texto aclara que la m atanza de los gatos expresaba un odio a los
burgueses que se había extendido entre todos los trabajadores: “Los
patrones am an a los gatos, y p o r consiguiente ellos [los obreros] tienen
que odiarlos” . Después de dirigir la m atanza, Léveillé se convirtió en
el héroe del taller, porque “todos los trabajadores están en contra de los
patrones. Basta h ab lar m al de ellos [de los patrones] p ara ser estimado
por todo el grem io de los tipógrafos” .3
Los historiadores han tendido a considerar la época de la produc­
ción artesanal como u n periodo idílico antes del inicio de la industria­
lización. Algunos aun describen el taller com o u n a especie de familia

8 Ibid., pp. 52 y 53.


M A TAN ZA D E G A T O S EN LA CALLE S A IN T -SÉ V E R IN 85

am plia, en la que el p atró n y los obreros realizaban las mismas tareas,


com ían en la m ism a mesa, y a veces dorm ían bajo el mismo techo.4
¿E nvenenaba algo la atm ósfera de las im prentas en París en 1740?
D u ran te la segunda m itad del siglo xvn, las grandes im prentas,
apoyadas p o r el gobierno, elim inaron a la m ayoría de los talleres pe­
queños, y u n a oligarquía de patrones logró co ntrolar la industria.5 Al
mismo tiem po, se deterioró la situación de los obreros. A unque las esti­
maciones varían y no son confiables las estadísticas, parece que el n ú ­
m ero de los obreros se m antuvo estable: aproxim adam ente h abía 335
en 1666; 339 en 1701, y 340 en 1721. E n cambio, el núm ero de p atro ­
nes disminuyó en m ás de la m itad, de 83 a 36, el lím ite fijado por un
edicto de 1686. Esto significa que había menos talleres con u n a fuerza
de trabajo más num erosa, como puede advertirse p o r las estadísticas de
la densidad de las prensas: en 1644 en París había 75 im prentas con
un total de 180 prensas; en 1701 hab ía 51 talleres con 195 prensas.
Esta tendencia hizo virtualm ente imposible que los trabajadores ascen­
dieran a la categoría de patrones. Casi la única m anera que tenía un
obrero de progresar en el oficio era casarse con la viuda de un patrón,
porque ser p atró n se hab ía vuelto u n privilegio hereditario, que p a­
saba del esposo a la esposa y del p ad re al hijo.
Los obreros tam bién se veían am enazados en los niveles inferiores
porque los patrones tendían cada vez m ás a co n tratar alloués, o im ­
presores no calificados, que no h abían hecho el aprendizaje que le
perm itía al obrero, en principio, aspirar a ser p atrón. Los alloués sólo
eran una fuente de m ano de obra b arata, estaban excluidos de las
categorías superiores del oficio, y se veían inmovilizados, en su situa­
ción inferior, p o r un edicto publicado en 1723. Su degradación la re­
velaba su m isma denom inación; los llam aban á louer (alquilados), y
no eran compagnons (oficiales) del patrón. Personificaban la tenden­
cia de convertir al obrero en m ercancía, en vez de en asociado. Por
ello C o n tat hizo su aprendizaje y escribió sus m em orias en u n a época
difícil p ara los oficiales impresores, cuando los hom bres en el taller en

4 Véanse, por ejem plo, A lbert Soboul, La France á la veille d e la Révo-


lution (París, 1966), p. 140; y Edw ard Shorter, “T h e H istory of W ork in
the W est: An Overview” , en Work and C om m unity in the W est, comp.
Edw ard Shorter (N ueva York, 1973).
5 El siguiente examen proviene de H enri-Jean M artin, Livre pouvoirs et
société á París au X V I I e siecle (1598-1701) (G inebra, 1969); y Paul C hau-
vet, Les Ouvriers du livre en France, des origines á la R évolution de 1789
(París, 1959). Las estadísticas provienen de investigaciones de autores espe­
cializados en el Antiguo Régimen, según el informe de M artin ( I I , 699-700)
y C hauvet (pp. 126 y 154).
86 M ATANZA D E G A TO S EN LA CALLE S A IN T -SÉ V E R IN

la R ué Saint-Séverin estaban en peligro de ser arrojados de la cima


y de hundirse en el fondo del oficio.
Puede advertirse en los docum entos de la Société T ypographique
de N euchátel ( s t n ) cómo esta tendencia general se h abía vuelto evi­
dente en cierto taller. L a s t n era suiza, y no comenzó a funcionar sino
siete años después de que C o n tat escribió sus m em orias en 1762; pero
las costumbres en las im prentas eran esencialm ente las mismas en to­
das partes en el siglo xvm . Los docum entos de la s t n concuerdan
en docenas de detalles con el relato de las experiencias de C ontat. (Los
docum entos incluso m encionan al mismo capataz del taller, Colas, que
vigiló el trabajo de Jerom e d u ran te algún tiem po en la Im prim erie
Royale, y tuvo a su cargo el taller de la s t n du ran te un breve lapso
en 1779.) Y ofrecen el único registro que existe de cómo los patrones
contrataban, m an ejaban y despedían a los im presores en el inicio de
la era m oderna.
Las listas de raya de la s t n m uestran que los obreros generalm ente
sólo perm anecían unos cuantos meses en el taller.6 Se m archaban por­
que reñían con el patró n , se veían involucrados en peleas, deseaban
continuar buscando fo rtu n a en talleres situados en otras ciudades, o
abandonaban el trabajo. Los cajistas eran contratados p ara realizar un
trabajo específico, labeur o ouvrage en la jerga de las im prentas. C uan­
do lo term inaban, con frecuencia eran despedidos, y unos cuantos
impresores tam bién debían ser despedidos p a ra m an tener el equilibrio
entre las dos partes del taller: las casse o el sector de composición y
las presse o cuarto de prensas (generalm ente dos cajistas p arab an su­
ficientes tipos p a ra m an ten er ocupados a u n equipo de dos im preso­
res). C uando al capataz le encargaban nuevos trabajos, contrataba
nuevos hom bres. Las contrataciones y los despidos se realizaban con
tan ta rapidez que la fuerza de trab ajo rara vez era la m isma cada se­
m ana. Los com pañeros de trabajo de Jerom e en la calle Saint-Séverin
parecían igualm ente transitorios. T am bién los co n trataban p a ra reali­
zar labeurs específicas y a veces ab andonaban el empleo después de
reñir con el burgués; costum bre ta n com ún que m ereció ser registra­
da en el glosario de la jerga que C o n tat agregó al final de su n arra ­
ción: em porter son Sain t Jean (llevarse las herram ientas, o d eja r el
trab ajo ). L lam aban a n d e n (viejo) al que se quedaba en el trabajo
un año. O tros térm inos de la jerg a sugieren la atm ósfera en que se

9 Para un examen más detallado de este m aterial, véase R obert D arnton,


“Work and C ulture in an E ighteenth-C entury Printing Shop” , conferencia
Englehard dictada en la Biblioteca del Congreso y que será publicada por la
misma.
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realizaba el trab ajo : une chèvre capitale (un encabronam iento fu erte),
se donner la gratte (tener u n a p elea), prendre la barbe (ponerse una
p apalina), faire la déroute (irse de juerga a las tab ernas), prom ener
sa chape (ab an d o n ar el em pleo), faire des loups (endeudarse).7
L a violencia, la em briaguez y el abandono de em pleo se advierten en
las estadísticas de entradas y salidas que pueden recogerse en las listas
de raya de la s t n . L os impresores trab ajab an jornadas irregulares:
una sem ana el doble o m ás que en otra, las semanas variaban de cua­
tro a seis días laborables, y las jornadas de trab ajo se iniciaban a las
cuatro de la m añ an a y term inaban casi en la noche. Para m antener
la irregularidad d entro de límites razonables, los patrones procuraban
contratar hom bres con dos cualidades m uy apreciadas : la constancia y
la sobriedad. Si d ab a la casualidad de que fueran tam bién experim en­
tados, m ucho m ejor. U n agente de colocaciones en G inebra recomendó
a un cajista que deseaba ir a tra b a ja r a N euchátel en los términos
típicos: “Es u n buen obrero, capaz de realizar cualquier trabajo, no se
embriaga y es constante en su trabajo” .8
La s t n recurría a agentes de colocaciones, porque no tenía suficien­
te m ano de obra adecuada en N euchátel, y la corriente de impresores
a veces se acababa p o r los tours de France de los tipógrafos. Los agen­
tes de empleos y los patrones m antenían u n a correspondencia que
revelaba un a serie de suposiciones com unes acerca de los artesanos del
siglo xvm : eran perezosos, abandonaban el trabajo, eran disolutos y
poco confiables. Com o no podía confiarse en ellos, los agentes de co­
locaciones no debían prestarles dinero p a ra gastos de viaje, y los p atro ­
nes podían quedarse con sus pertenencias en prenda, en caso de que
huyeran después de cobrar su salario. D e esto se deduce que podían ser
despedidos sin rem ordim iento, au nque hubieran trabajado diligente­
mente, tuvieran fam ilia que m antener o se enferm aran. La s t n los
pedía “a granel” como si orden ara papel y tipos. Se quejaba de que un
agente en Lyon “nos envió u n a p areja en tan m al estado que nos
vimos obligados a rechazarla” ;9 y reprochó al agente no haber exam i­
nado la m ercancía: “Dos de los individuos que nos envió llegaron tan
enfermos que pudieron h aber contagiado a los otros ; por eso no pudi­
mos contratarlos. N adie en la ciudad quiso darles alojam iento. Por
consiguiente tuvieron que m archarse de nuevo y tom ar el camino de

7 C ontat, Anecdotes typographiques, pp. 68-73.


8 C hrist a s t n , 8 de enero de 1773, documentos de la Société Typo­
graphique de N euchátel, Bibliothèque de la Ville de Neuchátel, Suiza, en
adelante será citada como s t n .
9 s t n a Joseph D uplain, 2 de julio de 1777.
88 M ATANZA D E G A TO S EN LA CALLE SA IN T -SÉ V ER IN

Besançon, p a ra regresar p o r su propio pie al hôpital”.10 U n librero de


Lyon les aconsejó despedir a la m ayoría de los hom bres du ran te un
periodo de escasez de trab ajo en los talleres p a ra in u n d ar el m ercado
laboral en el este de F rancia y “lograr más poder sobre una raza in­
disciplinada y disoluta, que no podemos controlar” .11 Los obreros y
los patrones quizá vivieron como m iem bros de u n a fam ilia feliz en
cierta época en alguna p arte de Europa, pero no en las im prentas del
siglo xviii en F rancia y Suiza.
El mismo C o n tat creía que alguna vez había existido esta situación.
Empezó su descripción del aprendizaje de Jerom e invocando u n a E dad
de O ro cuando se acababa de inventar la im prenta y los impresores
vivían como m iembros libres e iguales de u n a “república” , gobernados
por sus propias leyes y tradiciones con un espíritu de “unión y am istad’’
fraternales.12 A firm ó que la república aún sobrevivía en form a de
chapelle o asociaciones de trabajadores en cada taller. Pero que el go­
bierno había destruido las asociaciones generales; las filas habían sido
diezmadas p o r los alloués; los oficiales h abían quedado excluidos de la
posibilidad de llegar a ser patrones, y éstos se h abían retirado a un
m undo diferente donde existía la haute cuisine y grasses matinées.
El patron en la calle Saint-Séverin com ía alim entos diferentes, tenía
horarios diferentes y h ablaba u n lenguaje diferente. Su esposa y sus
hijas se entretenían con abates m undanos y tenían mascotas. Evidente­
mente, los burgueses pertenecían a u n a subcultura diferente, lo que
significaba, sobre todo, que no trab ajab an . Al introducir su relato de
la m atanza de los gatos, C o n tat vuelve evidente el contraste entre el
m undo de los trabajadores y el del p atrón, que aparece en toda la na­
rración: “Todos los obreros y los aprendices trab ajan . Sólo el patró n y
la patron a gozan de la dulzura de dorm ir. Eso provocó que tuvieran
resentim iento Jerom e y Léveillé. Resolvieron no ser los únicos infeli­
ces. D eseaban que p atró n y p atro n a fueran sus asociados (associés)”.13
Esto es, los m uchachos pretendían el restablecim iento del pasado
m ítico cuando los patrones y los trabajadores laboraban en u n a aso­
ciación amistosa: Q uizá tam bién recordaban la reciente desaparición
de las im prentas pequeñas. Por eso m ataron a los gatos.
¿P or qué a los gatos? y ¿ p o r qué les pareció tan divertida la m a­
tanza? Estas preguntas nos obligan no sólo a considerar las primeras

10 s t n a Louis V ernange, 26 de junio de 1777.


11 Joseph D uplain a s t n , 10 de diciembre de 1778.
12 C ontat, Anecdotes typographiques, pp. 30-31.
13 Ibid., p. 52.
M A TAN ZA D E G A T O S EN LA CALLE S A IN T -S É V E R IN 89

relaciones laborales m odernas, sino el oscuro tem a de las ceremonias


y los simbolismos populares.

Los folcloristas h a n fam iliarizado a los historiadores con los ciclos ce­
remoniales que m arcaban el calendario de los prim eros hombres m o­
dernos.14 E l m ás im portante de éstos fue el ciclo del C arnaval y la
Cuaresm a, u n periodo de diversión seguido de otro de sacrificio. D u ­
rante el C arnaval la gente com ún suprim ía el orden social o lo ponía
de cabeza en un desfile escandaloso. El C arnaval era la época de la
diversión p a ra los grupos jóvenes, en especial p a ra los aprendices, que
se organizaban en “cofradías” dirigidas p o r un superior o rey ficti­
cio y que realizaban cencerradas o grotescos desfiles con ruidos p i­
carescos p a ra hum illar a los cornudos, a los esposos que habían sido
apaleados p o r sus esposas, a los novios que se h ab ían casado con al­
guien de u n a edad m uy diferente, o a quien personificara u n a infrac­
ción de las norm as tradicionales. El C arnaval era u n a tem porada
propicia p a ra la risa y la sexualidad, p a ra que los jóvenes se desenfre­
naran, u n a época en que la juv en tu d ponía a prueba las barreras
sociales com etiendo infracciones lim itadas, antes de ser asim ilada de
nuevo por el m undo del orden, la sumisión y la seriedad de la C uares­
ma. El C arnaval term inaba en un M artes de Carnestolendas o M ardi
Gras, cuando u n m aniquí de paja, el rey del C arnaval o C aram antran,
era sometido a u n juicio y a u n a ejecución ritual. Los gatos desem pe­
ñaban una p arte im po rtan te en algunas cencerradas. En Borgoña, el
pueblo incorporaba la to rtu ra de un gato a éstas. M ientras se b u rla­
ban de un cornudo o de o tra víctim a, los jóvenes pasaban de m ano en
m ano un gato, tirándole los pelos p a ra que m aullara. A esto le llam a­
ban faire le chat. Los alem anes denom inaban las cencerradas K a tzen ­
musik, un térm ino que p u d o haberse derivado de los m aullidos de los
gatos torturados.10
Los gatos tam bién figuraban en el ciclo de San Ju a n Bautista, que

14 Para un examen reciente de la am plia literatu ra sobre el folclor y la his­


toria de Francia y las referencia» bibliográficas, véase Nicole Belmont, M ythes
et croyances dans l’ancienne France (Paris, 1973). El siguiente análisis está
basado prim ordialm ente en el m aterial recogido p or Eugène R olland, Faune
populaire de la France (Paris, 1881), IV ; Paul Sébillot, Le Folk-lore de
France (Paris, 1904-1907), 4 vols., en especial I I I , 72-155 y IV , 90-98; y
en m enor grado Arnold V an G ennep, M anuel de folklore français contem ­
porain (Paris, 1937-1958), 9 vols.
15 E n A lem ania y Suiza, la K atzenm usik a veces incluye juicios y ejecu­
ciones ficticios. L a etimología del térm ino no es clara. Véase E. Hoffm ann-
K rayer y H ans B ächtold-Stäubli, H andwörterbuch des deutschen Aberglau-
90 M A TAN ZA D E G A T O S EN LA CALLE S A IN T -SÉ V ER IN

se celebraba el 24 de junio, en el solsticio de verano. L a gente se


reunía p a ra hacer fogatas, b rin car o bailar alrededor de éstas, y tirar
objetos mágicos al fuego, con la esperanza de evitar desgracias y tener
buena suerte el resto del año. U n o de los objetos favoritos eran los
gatos; los a tab an y los m etían en bolsas, o los colgaban de cuerdas,
o los quem aban en una pira. A los habitantes de París les gustaba
quem ar gatos d entro de sacos; m ientras que los Courim auds (cour á
iniaud o cazadores de gatos) de Saint C ham ond preferían perseguir
a los gatos con la piel incendiada a través de las calles. E n algunas p ar­
tes de Borgoña y L oren a la gente bailaba alrededor de una especie de
poste adornado y en llam as con un gato atado. En la región de Metz
quem aban u n a docena de gatos a la vez en u n a canasta colocada en
una hoguera. L a cerem onia se realizaba con g ran solem nidad en Metz,
hasta que fue prohibida en 1765. Los funcionarios de la ciudad llega­
ban en procesión a la Place d u G rand-Saulcy, pren dían u n a pira, y
un círculo de fusileros de la guarnición disparaban salvas m ientras los
gatos desaparecían chillando en tre las llamas. A unque esta costumbre
variaba en cada lugar, los elementos en todas partes eran los mismos:
una feu de joie (h o g u era), gatos y u n alegre am biente de cacería de
brujas.18
Adem ás de estas cerem onias generales, en las que participaba toda
la com unidad, los artesanos celebraban cerem onias exclusivas de su
oficio. Los impresores hacían u n a procesión y u n a fiesta en honor
de su patrono, San Ju a n Evangelista; celebraban el día de su santo, el
27 de diciem bre, y tam bién el aniversario de su m artirio, el 6 de mayo,
el día de San Ju a n de la P uerta L atina. En el siglo xvm , los patrones
habían excluido a los obreros de la cofradía dedicada al santo, pero
los obreros continuaban celebrando cerem onias en sus capillas.17 El
día de San M artín , el 11 de noviem bre, realizaban un juicio ficticio
seguido de u n a fiesta. C o n ta t explicó que la capilla era una pequeña
“república” que se gobernaba de acuerdo con su propio código de
conducta. C uando los obreros violaban el código, el capataz, que era

bens (Berlín y Leipzig, 1931-1932), IV , 1125-1132, y Paul Grebe et al.,


Duden Etym ologie: H erkunftsw örterbuch der deutschen Sprache (M annheim ,
1963), p. 317.
16 La información sobre la quem a de ratos en Saint C ham ond proviene
de u na carta que am ablem ente me envió E linor Accampo de la U niversidad de
Colorado. L a cerem onia de M etz está descrita en el artículo de A. Benoist,
“T raditions et anciennes coutumes d u pays messin” , R evue des Traditións
Populaires, X V (1 9 0 0 ), 14.
17 C ontat, Anecdotes tipographiques, pp. 30 y 66-67; y C hauvet, Les
Ouvriers du livre, pp. 7-12.
M A TAN ZA D E G A TO S EN LA CALLE SA IN T -SÉ V ER IN 91

el jefe de la capilla pero que no form aba p arte de la adm inistración,


anotaba las m ultas en u n registro: p o r d ejar u n a vela prendida, cinco
sous; por pelear, tres libras; p o r ofender el buen nom bre de la capilla,
tres libras, etcétera. El día de San M artín , el capataz leía en voz alta
las m ultas y las cobraba. Los trabajadores a veces apelaban ante un
tribunal ficticio com puesto por los “ancianos” de la capilla, pero fi­
nalm ente tenían que p ag ar la m u lta en m edio de balidos, ruido de
herram ientas y escandalosas carcajadas. Las m ultas se utilizaban para
pagar la com ida y la bebida en la taberna favorita de la capilla, don­
de continuaba el alboroto hasta m uy avanzada la noche.18
Las contribuciones y el consumo de alim entos y bebidas caracteri­
zaba a todas las demás cerem onias de la capilla. C on aportaciones es­
peciales y fiestas se celebraba el ingreso de u n trab ajad or al taller
(bienvenue), su salida (c o n d u ite), y hasta su m atrim onio (droit de
chevet). Sobre todo, festejaban el ascenso de u n joven de aprendiz a
oficial. C ontat describió cuatro ritos, y el más im portante era el pri­
mero, denom inado la tom a del delantal, y el últim o, la iniciación de
Jerome a com pagnon cabal.
La tom a del delantal (la prise de tablier) ocurrió poco después de
que Jerom e entró al taller. T uvo que p ag ar seis libras (unos tres días
de salario de un oficial ordinario) p a ra el fondo com ún, que los ofi­
ciales com plem entaron con pequeñas aportaciones (faire la reconnais-
sance) . Después la capilla se dirigió a su tab ern a favorita, Le Panier
Fleury en la calle de la H uchette. E nviaron emisarios a buscar provi­
siones y regresaron con p an y carne, después de decirles a los tenderos
del vecindario cuáles trozos de carne consideraban buenos p ara los
tipógrafos y cuáles podían dejárselos a los remendones. En silencio y
con las copas en la m ano, los oficiales se reunieron alrededor de Jerom e
en un cuarto especial del segundo piso de la taberna. El ayudante del
capataz se acercó, llevando el delantal y seguido por dos “ancianos” ,
uno de cada uno de los “estados” del taller: la casse y la presse. Le
entregó el delantal, acabado de h acer con tela de urdim bre muy cerra­
da, al capataz, quien tom ó a Jerom e de la m ano y lo condujo al cen­
tro de la habitación; el segundo del capataz y los “ancianos” los
siguieron. El capataz pronunció u n breve discurso; colocó el delantal
sobre la cabeza de Jerom e y le ató los listones p o r detrás, m ientras
todo m undo bebía a la salud del iniciado. A Jerom e le ofrecieron un
asiento ju nto a los dignatarios de la capilla en la cabecera de la mesa.
Los demás se apresuraron a g an ar los mejores lugares que pudieron

18 C ontat, Anecdotes typographiques, 65-67.


92 M A TAN ZA D E G A TO S EN LA CALLE S A IN T -SÉ V ER IN

encontrar y se arro jaro n sobre la com ida. Com ieron y bebieron, y pi­
dieron que les sirvieran más vino. Después de beber varias rondas pan­
tagruélicas, se sentaron p a ra charlar. El texto de C ontat nos permite
enterarnos de lo siguiente:

Uno de ellos dijo: “ ¿No es verdad que los impresores sabemos comer?
Estoy seguro de que si alguien nos trajera un camero asado, tan enorme
como se pueda imaginar, sólo dejaríamos los huesos.” No hablaron de
teología ni de filosofía y menos de política. Cada quien habló de su tra­
bajo: uno habló de las casse, otro de las presse, otro del tímpano, otro
más de las bandas de la bala de entintar. Todos hablaban al mismo
tiempo sin importarles si los escuchaban.

Por últim o, en la m adrugada, después de varias horas de estar be­


biendo y gritando, los obreros se sep araro n ; estaban em brutecidos pero
se m ostraron m uy corteses hasta el final: “Buenas noches, señor prote
(ca p a ta z)” ; “Buenas noches, señores cajistas” ; “Buenas noches, seño­
res impresores” ; “Buenas noches, Jerom e.” E l texto explica que a
Jerom e le hablaron p o r su nom bre de pila hasta que obtuvo el título
de oficial.19
Ese m om ento llegó cuatro años después, luego de dos ceremonias in­
termedias (la admission á l’ouvrage y la admission á la banque) y
una gran cantidad de novatadas. Estos hom bres no sólo atorm entaban a
Jerom e —se burlaban de su ignorancia, lo enviaban a hacer mandados
inútiles y absurdos, lo convertían en el blanco de sus bromas, y lo abru­
m aban con tareas desagradables— , sino que tam bién se negaban a
enseñarle. N o querían que hubiera otro oficial en su ya saturado m er­
cado de trabajo, por ello Jerom e tuvo que ap ren d er por sí mismo los
trucos del oficio.
El trabajo, la alim entación, el alojam iento, el poco dorm ir, eran
suficientes p a ra hacer que un m uchacho se volviera loco, o p o r lo
menos que ab andonara el taller. Sin em bargo, éste era el trato co­
m ún, y no debía tom arse dem asiado en serio. C ontat contó la lista
interm inable de problem as que había tenido Jerom e, de u n a m anera
alegre, que sugería un género cómico usual: la misere des apprentis.20
Las miséres ofrecían relatos bufos en form a de cánticos de ciego u

19 Ibid., pp. 37-41, cita de las pp. 39-40.


20 U n buen ejem plo de este género se' encuentra en L a Misére des
apprentis imprimeurs (1710) como un apéndice a C ontat, Anecdotes typo-
graphiques, pp. 101-110. Para otros ejemplos, véase A. C. Cailleau, Les
Miséres de ce m onde, ou complaintes facétieuses sur les apprentissages des
différents arts et métiers de la ville et faubourgs de Paris (París, 1783).
M A TAN ZA D E G A T O S EN LA CALLE S A IN T -S É V E R IN 93

hojas sueltas, u n a etap a de la vida que era fam iliar y chusca p a ra to­
dos los que trab ajab an en el oficio. E ra u n a etap a de transición, que
m arcaba el paso de la infancia a la edad adu lta. U n joven tenía
que soportar todo eso p a ra poder p ag ar sus tributos (los impresores
exigían pagos reales, denom inados bienvenues o quatre heures, y ade­
más m altratab an a los aprendices) cuando lograba ser un m iem bro
cabal del grupo. H asta que llegó ese m om ento, vivió en un estado flui­
do o de um bral, poniendo a prueba las convenciones de los adultos con
actos provocadores. Sus superiores toleraban sus travesuras, llam adas
copies y joberies en las im prentas, porque las consideraban excesos de
juventud, que necesitaba desfogar antes de que p u d iera sentar cabeza.
Después él internalizaría las convenciones de su oficio y adquiriría u n a
nueva identidad, que a m enudo estaba sim bolizada p o r un cam bio de
nombre.21
Jerom e se convirtió en oficial pasando por el últim o rito: el com-
pagnonnage. E ra igual que las otras ceremonias, u n a celebración acom-
21 U n estudio clásico de este proceso es el de A rnold V an G ennep, Les
Rites de passage (París, 1908). Se h a am pliado gracias a otras investiga­
ciones etnográficas, en especial las de V ictor T u rn e r: T h e Forest of Symbols:
Aspects of N dem bu R itual (Ith a c a, Nueva York, 1967) y T h e R itual Process
(Chicago, 1969). L a experiencia de Jerom e se ad ap ta muy bien al modelo
de V an G ennep-T urner, excepto en algunos aspectos. El aprendiz no era
considerado sagrado ni peligroso, pero la capilla podía m u ltar a los obre­
ros por beber con él. Él tenía relaciones con los adultos, aunque había dejado
su hogar y vivía en la casa de su patrón. Y no le enseñaron ningún secreto
sacra, pero tuvo que aprender una jerga esotérica y asim ilar el espíritu del
gremio después de sufrir m uchas tribulaciones que term inaron con una comi­
da comunal. Joseph Moxon, Thom as G ent y Benjam in F ranklin m encionan
costumbres similares en Inglaterra. En Alemania el rito de iniciación era
mucho más complejo y tenía similitudes estructurales con los ritos de las
tribus de África, Nueva G uinea y los Estados U nidos. El aprendiz usaba
un tocado inm undo adornado con cuernos de cabra, y u n a cola de zorra, lo
que indicaba que había retrocedido a un estado anim al. Como Cornut
o M ittelding, en parte hom bre y en p arte anim al, el aprendiz era sometido a
torturas rituales, incluso le lim aban las uñas de las manos. En la últim a
ceremonia, el capataz del taller le tiraba el sombrero y le d ab a u n a cache­
tada. Después el aprendiz surgía como un recién nacido (a veces con un
nuevo nombre y hasta lo bautizaban) como un oficial completo. Por lo menos
ésta era la costumbre descrita en los manuales tipográficos alemanes, en
especial los de C hristian G ottlob T äubel, Praktisches H andbuch der
Buchdruckerkunst fü r A nfänger (Leipzig, 17 9 1 ); W ilhelm G ottlieb K ircher,
Anweisung in der Buchdruckerkunst so viel davon das D rucken betrifft
(Brunswick, 1793); y Johan n Christoph H ildebrand, Handbuch', fü r B uch­
drucker-Lehrlinge (Eisenach, 1835). EI rito estaba relacionado con u n antiguo
dram a popular, Depositio Cornuti typographici, que im primió Jacob Redinger
en su N ew aufgesetztes Format Büchlein (F rancfort del M eno, 1679).
94 M A TAN ZA D E G A TO S EN LA CALLE SA IN T -SÉ V ER IN

p an ad a de com ida y bebida, después de que el candidato pagaba su


cuota de iniciación y los oficiales contribuían con un reconnaissance.
Pero esta vez C o n tat ofreció u n resum en del discurso del capataz.22

El recién llegado es adoctrinado. Le dicen que nunca traicione a sus


colegas y que mantenga la tasa de salarios. Si un obrero no acepta un
precio [por un trabajo] y abandona la imprenta, nadie en el taller debe
hacer el trabajo por un salario menor. Ésas son las leyes entre los traba­
jadores. Le recomiendan lealtad y honradez. Cualquier trabajador que
traicione a los otros cuando algo prohibido, llamado marron (castaña), ■
se está imprimiendo, debe ser expulsado ignominiosamente del taller.
Los trabajadores lo ponen en una lista negra en una circular que envían
a todas las imprentas de París y las provincias... Aparte de eso, todo
está permitido: la embriaguez excesiva se considera una buena cuali­
dad; la galantería y la seducción son hazañas de juventud; el endeuda­
miento, signo de ingenio; la irreligiosidad, sinceridad. Es un territorio
libre y republicano en el que todo está permitido. Vive como quieras,
pero sé un honnête homme, no un hipócrita.

L a hipocresía en el resto de la narración resultó ser la principal ca­


racterística del burgués, u n fanático religioso y supersticioso. Habi­
taba en u n m undo diferente donde reinaba la m oral burguesa farisaica.
Los trabajadores definieron su “república” en oposición al m undo y a
otros grupos de oficiales: los rem endones, que com ían trozos de carne
de segunda, y los albañiles o los carpinteros que siempre estaban dis­
puestos a p elear con los impresores, quienes dividos en “estados” (la
casse y la presse) acudían a las tabernas cam pesinas los domingos. AI
e n tra r al “estado” , Jerom e asimiló u n ethos. Se identificó con un ofi­
cio; y como oficial cajista, recibió u n nuevo tratam iento. Después de
haber realizado el rito de la aprobación plena, en el sentido antropo­
lógico del térm ino, se convirtió en M onsieur.23

Y a se habló de las ceremonias. A hora se h ab lará de los gatos. Debe


decirse de antem ano que los gatos tienen u n indefinible je ne sais quoi,
algo misterioso, que h a fascinado a la h u m an id ad desde la época de

22 C ontat, Anecdotes typographiques, pp. 65-66.


23 El texto no indica el apellido de Jerom e, pero pone énfasis en que
le cam biaron el nom bre y le dieron el título de “M onsieur” : “Sólo después
de term inar el aprendizaje a uno lo llam an M onsieur; esta distinción sólo la
reciben los oficiales, y no los aprendices” (p. 4 1 ). En las listas de raya de
s t n , los nombres de los oficiales siempre aparecen ju n to con el título
de “M onsieur”, aunque los nom braran p or sus apodos, como “Monsieur
Bonnemain” .
M A TAN ZA D E G ATOS EN LA CALLE SA IN T -SÉ V ER IN 95

los antiguos egipcios. Puede percibirse u n a inteligencia casi hum ana


en sus ojos. Se puede confundir el m aullido de un gato en la noche
con un chillido hum ano, que bro ta de alguna p arte profunda y visceral
de la naturaleza anim al del hom bre. Los gatos h an atraído a los poetas
como Baudelaire y a los pintores como M anet, quienes deseaban ex­
presar la hum an id ad de los anim ales y la anim alidad de los hombres,
en especial de las m ujeres.24
Esta postura ontológica am bigua, este am ontonam iento de catego­
rías conceptuales, les d a a ciertos anim ales (puercos, perros, casuarios
y gatos) en algunas culturas un poder oculto asociado con el tabú. Por
ello los judíos no comen carne de puerco, según M ary Douglas, y por
esto los ingleses se insultan llam ándose “hijo de p e rra ” y no “hijo de
vaca”, según E dm und Leach.25 Ciertos anim ales son adecuados para
jurar, y otros son “adecuados p a ra pensar”, según la famosa fórm ula
de Lévi-Strauss. Yo añ ad iría que otros (los gatos en particular) son
adecuados p ara realizar ceremonias. T ienen u n valor ritual. Nadie
puede hacer u n a cencerrada con u n a vaca. Pero puede hacerse con
gatos; se puede fare le chat p a ra hacer K atzenm usik.
La tortu ra de los animales, en especial de los gatos, fue u na diversión
popular en to d a E uropa al principio de la época m oderna. Sólo se
tiene que leer Stages o f C ruelty de H og arth p a ra advertir su im por­
tancia, y después puede em pezarse a observar que la gente tortura a
los animales en todas partes. Las m atanzas de gatos fueron un tem a
común en la literatura, desde D on Q uijote a principios del siglo xvn
en España hasta G erm inal a fines del siglo xix en Francia.26 Lejos de

24 El gato negro en Olympi'a de M anet representa un elemento común, el


“demonio fam iliar” en form a de anim al ju n to a un desnudo. Sobre los gatos de
Baudelaire, véanse R om án Jakobson y C laude Lévi-Strauss, “Les Chats
de Charles Baudelaire” , L ’H om m e, II (1 962), 5-21; y Michel R iffaterre,
“Describing Poetic Structures: Tw o Approaches to Baudelaire’s Les Chats”,
en Structuralism, comp. Jacques E hrm ann (New H aven, 1966).
25 M ary Douglas, Purity and Danger: A n Analysis of Concepts of Pollution
and Taboo (Londres, 1966); y E. R. Leach, “Anthropological Aspects of
Language: Animal Categories and V erbal Abuse” , en N ew Directions in the
Study of Language, comp. E. H / Lenneberg (C am bridge, Mass., 1964).
26 Cervantes y Zola adaptaron la cultura tradicional del gato a los temas
de sus novelas. E n D on Q uijote (p arte II, cap. 4 6 ), un saco lleno de gatos
maullantes interrum pe la serenata que el héroe le ofrece a Altisidora. Con­
fundiéndolos con diablos, tra ta de m atarlos con su espada, pero es derrotado
por uno de ellos en un combate singular. En Germinal (parte V , cap. 6 ),
el simbolismo funciona en sentido opuesto. U n a m ultitud de obreros persigue
a M aigrat, su enemigo de clase, cómo si fuera un gato que tra ta ra de esca­
par por los tejados; al grito de “ ¡A trapen al gato! ¡A trapen al gato!” ,
96 M ATANZA D E G A TO S EN LA CALLE S A IN T -SÉ V ER IN

ser una fantasía sádica de unos cuantos autores m edio chiflados, las
versiones literarias de la crueldad con los anim ales expresaron u n a pro­
funda corriente de la cu ltu ra popular, como M ijaíl B ajtín lo mostró
en su estudio sobre Rabelais.27 T o d a clase de informes etnográficos
confirm an este p u n to de vista. E n el dim anche des brandons en Semur,
por ejemplo, los niños acostum braban a ta r gatos a palos y asarlos en
hogueras. E n el jeu du chat en la Fete-Dieu en Aix-en-Provence, aven­
taban a los gatos p a ra estrellarlos contra la tierra. U saban expresio­
nes como “paciente como u n gato al que le h an arrancado las garras”,
o “paciente como un gato que tiene las patas quem adas” . Los ingleses
tam bién fueron crueles. D u ran te la época de la R eform a en Londres,
una m ultitud protestante rasuró a un gato p a ra que pareciera un
sacerdote, le puso u n a vestim enta ridicula, y lo ahorcó en un patíbulo
en Cheapside.28 Sería posible ofrecer muchos otros ejemplos, pero lo
que debe destacarse es que no eran raras las m atanzas rituales de ga­
tos. Al contrario, cuando Jerom e y sus cam aradas de trabajo juzgaron
y ahorcaron a todos los gatos que pudieron encontrar en la calle Saint-
Séverin, se apoyaron en u n elem ento com ún de su cultura. Pero ¿qué
significado atrib u ía a los gatos esa cultura?
P ara llegar a com prender esta pregunta, debe reflexionarse en las
recopilaciones de cuentos, supersticiones, proverbios y en la medicina
popular. Este m aterial es rico, variado y am plio, pero extrem adam ente
difícil de m anejar. A unque gran p arte de él se rem onta a la Edad
M edia, muy poco puede fecharse. Fue reunido en su m ayoría por fol-
cloristas, a fines del siglo xix y a principios del xx, cuando grandes
sectores del folclor aún se resistían a la influencia de la p alabra impre-

castran su cadáver “como a un gato” después de que el hombre cae del tejado.
U n ejemplo de una m atanza de gatos como sátira del legalismo francés, se
encuentra en el plan del H erm ano Ju an de m atar a los Gatos Forrados
en Gargantua y Pantagruel de Rabelais, libro V , cap. 15.
27 M ijaíl B ajtin, Rabelais and his World, trad. de H elene Iswolsky (Cam­
bridge, Mass., 1968). L a más im portante versión literaria sobre la cultura
de los gatos que apareció en la época de C ontat fue Les Chats (Rotterdam ,
1728) por François Augustin Paradis de M oncrif. Aunque fue un tratado
ficticio destinado a un público refinado, se apoyó en un amplio conjunto de
supersticiones y proverbios populares, muchos de los cuales aparecieron en las
recopilaciones de los folcloristas un siglo y medio después.
28 C. S. L. Davies, Peace, Print and Protestantism (St. Albans, Herts,
1977). Las otras referencias provienen de la fuente citada en la nota 14.
En relación con los muchos diccionarios de proverbios y jergas, véase André-
Joseph Panckoucke, Dictionnaire des proverbes françois et des façons de
parler comiques, burlesques et familières (Paris, 1748), y G aston Esnault,
Dictionnaire historique des argots français (Paris, 1965).
M A TAN ZA D E G A TO S EN LA CALLE S A IN T -SÉ V E R IN 97

sa. Pero estas recopilaciones no hacen posible el afirm ar que esta o


aquella práctica existiera en las im prentas a mediados del siglo xvni en
París. Sólo puede aseverarse que los impresores vivían y respiraban
una atm ósfera de costumbres y creencias tradicionales que lo perm ea-
ban todo. N o era en todas partes lo mismo (F rancia fue u n a retacería
de pays y no u n a nación unificada hasta fines del siglo x ix ), pero en
todas partes podían encontrarse elementos similares. Los más comunes
se relacionaban con los gatos. Probablem ente, a principios de la era
m oderna los franceses hacían un uso más simbólico de los gatos que de
cualquier otro anim al, y los usaban de distintas m aneras, que pueden
agruparse con el objeto de ser exam inadas, más allá de las peculiari­
dades regionales.
E n prim er térm ino, los gatos sugerían brujería. V irtualm ente, cru­
zar en la noche p o r cualquier rincón de F ran cia era arriesgarse a caer
en manos del diablo, o de uno de sus agentes, o de u n a b ru ja m aligna,
o de un emisario del m al. Los gatos blancos podían ser tan satánicos
como los negros, en el día y en la noche. E n u n encuentro típico, una
campesina de Bigorre halló u n herm oso gato casero blanco que estaba
perdido en el campo. Se lo llevó en su delan tal a la villa, y cuando
pasó exactam ente frente a la casa de u n a m u jer sospechosa de bruje­
ría, el gato saltó y dijo: “M erci, Jeanne”.29 Las brujas se transform a­
ban en gatos p a ra hechizar a sus víctimas. A veces, en especial en el
M ardi Gras, se reunían p a ra celebrar aquelarres espantosos durante
las noches. M aullaban, se peleaban y copulaban en form a horrible
bajo la dirección del diablo que se aparecía en form a de un enorme
gato. P ara protegerse de la b rujería de los gatos había un rem edio
clásico: mutilarlos. C ortarles la cola o las orejas, aplastarles u n a pata,
rasgarles o quem arles la piel, acabaría con su m aligno poder. U n gato
m utilado no podía asistir al aquelarre o v agar en las calles p ara hechi­
zar. Los campesinos frecuentem ente apaleaban a los gatos que se cru ­
zaban en su cam ino en la noche, y al día siguiente descubrían que h a ­
bían aparecido m agulladuras en algunas m ujeres que se creía que eran
brujas — o po r lo menos eso se contaba en las villas. Los habitantes
de éstas tam bién contaban historias de granjeros que habían encontra­
do gatos extraños en el granero y les h abían roto las patas p a ra salvar
al ganado. Invariablem ente u n a m u jer sospechosa de b rujería ap are­
cía con un m iem bro roto a la m añ an a siguiente.
Los gatos poseían poderes ocultos independientem ente de su asocía-

29 Rolland, Faune populaire, p. 118. Véase la n ota 14 en relación con las


otras fuentes en las que está basado este relato.
98 M A TAN ZA D E G A T O S EN LA CALLE SA IN T -SÉ V E R IN

ción con la b ru jería y la dem onología. Podían im pedir que la m asa del
p a n creciera si en trab an en las panaderías en A njou. Podían echar a
p erder la pesca si se cruzaban en el cam ino de los pescadores en Bre­
taña. Si en terrab an u n gato vivo en B éarn, podían librar el campo
de m ala hierba. F ig u rab an como ingredientes com unes en todos los
tipos de la m edicina p o p u lar y tam bién en los brebajes de las brujas.
P ara recuperarse de u n a caída grave, el enferm o ch u paba la sangre de
la cola de u n gato recientem ente am p u tad a. P ara curarse de neum o­
nía, se bebía sangre de la o reja de u n gato en vino tinto. P ara aliviarse
del cólico, se m ezclaba vino con excrem ento de gato. Incluso podía
hacerse invisible un individuo, p o r lo menos en Bretaña, com iendo los
sesos de u n gato recién m uerto, siem pre que el cadáver aú n estuviera
tibio.
H abía u n cam po específico p a ra el ejercicio del poder de los gatos:
la casa, y en especial el dueño o la d u eñ a de la casa. Los cuentos como
“El G ato con Botas” ponen énfasis en la identificación del am o con el
gato, y tam bién las supersticiones como la costum bre de a ta r un listón
negro alrededor del cuello de un gato cuya am a h ubiera m uerto. M a­
tar un gato significaba atraer' la m ala suerte sobre su dueño o la
casa. Si u n gato abandonaba u n a casa o d ejab a de brincar al lecho
de su am a o de su am o enferm o, la persona probablem ente m oría. Pero
un gato acostado en la cam a de u n m oribundo podía ser el diablo, que
esperaba p a ra llevarse su alm a al infierno. Según u n cuento del si­
glo xvi, u n a m uchacha de Q u in tín le vendió su alm a al diablo a cam ­
bio de algunos vestidos hermosos. C uando m urió, los sepultureros no
pudieron cargar el féretro ; y cuando abrieron la tapa, saltó un gato
negro. Los gatos podían d a ñ a r u n a casa. A m enudo asfixiaban a los
bebés. Podían oír los chismes y repetirlos en la calle. Pero su poder
podía ser contenido o aprovechado si el individuo seguía los procedi­
mientos correctos, como engrasarle las garras con m antequilla o cor­
társelas cuando llegaba p o r p rim era vez a la casa. P ara proteger una
casa nueva, los franceses encerraban gatos vivos dentro de los muros;
un rito m uy antiguo, a juzgar por los esqueletos de gatos que se han
exhum ado de los m uros de los edificios medievales.
Finalm ente, el poder de los gatos se concentraba en el aspecto más
íntim o de la vida dom éstica: el sexo. L e chat, la chatte, le m inet sig­
nifican lo mismo en la jerga francesa que pussy (vagina) en inglés,
y han servido como obscenidades d u ran te siglos.30 El folclor francés le

80 Émile C hautard, L a Vie étrange de l’argot (París, 1931), pp. 367-368.


Las siguientes expresiones provienen de Panckoucke, Dictionnaire des pro­
verbes françois; Esnault, Dictionnaire historique des argots français; y Die-
M A TAN ZA D E G A TO S EN LA CALLE SA IN T -SÉ V ER IN 99

atribuye especial im portancia al gato como m etáfora o m etonim ia se­


xual. Ya desde el siglo xv, se recom endaba acariciar gatos p ara tener
éxito con las mujeres. L a sabiduría de los proverbios identificó a las
mujeres con los gatos : “El que cuida bien a los gatos, tendrá una bella
esposa” . Si el hom bre am a a los gatos, am ará a las m ujeres; y viceversa.
O tro proverbio dice: “Com o am a a su gato, am a a su esposa” . Si el
hombre no cuida a su esposa, se puede decir: “T iene otros gatos para
azotar” . U n a m u jer que quería obtener m arido debía evitar pisar la
cola de un gato. Esto podía posponer el m atrim onio d u rante un año,
o siete años en Q uim per, y tantos años como el gato m aullara, en algu­
nas partes del V alle de Loira. Los gatos connotaban la fertilidad y la
sexualidad fem enina en todas partes. C om únm ente se decía que las
m uchachas estaban “enam oradas como un gato” ; y si quedaban em ­
barazadas, hab ían d ejado “que el gato se com iera el queso” . Com er
carne de gato podía pro d u cir un em barazo. Las m uchachas que co­
mían gato en estofado, en varios cuentos, dab an a luz gatitos. Los gatos
incluso podían hacer que dieran fruto los m anzanos enfermos, si los
enterraban de m anera correcta en la A lta Bretaña.
E ra fácil p asar de la sexualidad de las m ujeres a los cuernos de los
hombres. Los m aullidos de los gatos en celo podían provenir de una
orgía satánica, pero tam bién podían ser gatos desafiándose m utuam en­
te con sus m aullidos cuando sus parejas estaban en celo. Sin embargo,
no se hablaban como gatos. H acían los desafíos en nom bre de sus
amos, ju n to con vituperios sexuales co n tra sus am as: “— Reno!
—François!” “— O ù allez-vous? — Voir la fem m e à vous. — Voir la
fem m e à m oi! R o u a h !” (— ¿A donde vas? — A ver a tu esposa. — ¡A
ver a m i esposa! ¡J a !) Después los m achos se atacab an como los gatos
de Kilkenny, y su aq uelarre term inaba en u n a m atanza. El diálogo
difería de acuerdo con la im aginación de los oyentes y el poder ono-
matopéyico de su dialecto, pero generalm ente se ponía énfasis en la
sexualidad destructiva.31 “E n la noche todos los gatos son pardos” ,
dice un proverbio, y la glosa en u n a antología de proverbios del si­
glo xvm hacía u n a alusión sexual explícita: “Significa que todas
las m ujeres son bastante bellas en la noche” .32 ¿B astante p ara qué? La

tionnaire de VAcadém ie française (París, 1762), que contiene u n a sorpren­


dente cantidad de expresiones cultas sobre los gatos. L a cultura popular se
trasmitió en gran m edida en los juegos y los versos infantiles, algunos
de los cuales datan del siglo xvi (C laude Gaignebet, Le Folklore obscène
des enfants, París, 1980, p. 260).
31 Sébillot, Le Folk-lore de France, I I I , 93-94.
82 Panckoucke, Dictionnaire des proverbes françois, p. 66.
100 M ATANZA D E G A T O S EN LA CALLE SA IN T -SÉ V ER IN

seducción, la violación y el asesinato hacían eco en el aire cuando los


gatos m aullaban en la noche, al inicio de la era m oderna en Francia.
Los gritos de los gatos evocaban la K atzenm usik, porque las cencerra­
das a m enudo tom aban la form a de m aullidos bajo la ventana de un
cornudo la noche del M ard i Gras, la época favorita p a ra los aquelarres
de gatos.
L a brujería, las orgías, los cornudos, las cencerradas y las m atanzas
podían oírse en el gem ido de un gato d u ran te el A ntiguo Régim en. Es
imposible decir qué oían realm ente los hom bres de la calle Saint-Séve-
rin. Sólo puede afirm arse que los gatos tenían u n enorm e peso simbó­
lico en el folclor de F ran cia y que la cu ltu ra popu lar era rica, antigua
y bastante extendida como p a ra h ab er penetrado en las im prentas.
P ara determ inar si los impresores realm ente se sentían atraídos por los
elementos ceremoniales y simbólicos, es necesario repasar de nuevo el
texto de C ontat.

Desde el principio, el texto m enciona explícitam ente el tem a de la b ru ­


jería. Jerom e y Léveillé no podían dorm ir porque “unos gatos ende­
moniados celebran u n aquelarre d u ran te toda la noche” .38 Después de
que Léveillé añadió sus gemidos de gato a los m aullidos de los gatos
en celo, “todo el vecindario se alarm a” . Se decidió que “los gatos de­
ben ser los agentes de alguien que desea em brujarlos” . El patrón y la
patrona pensaron llam ar al cura p a ra que exorcizara el lugar. Pero
al decidir ord en ar que se hiciera u n a cacería de gatos, recurrieron al
clásico rem edio p ara el em brujam iento: la m utilación. El burgués (un
tonto supersticioso y apegado a los curas) tom ó en serio este asunto.
Para los aprendices era u n a brom a. Léveillé en especial actuó como
un engañabobos, u n “b ru jo ” falso que realizó u n “aquelarre” , según
los términos elegidos p o r C ontat. Los aprendices no sólo aprovecha­
ron la superstición de su patrón p a ra alborotar a sus costillas, sino que
tam bién dirigieron el alboroto contra su patrona. Al m a ta r a su fam i­
liar, Grise, de hecho la acusaban de ser la hechicera. L a doble broma
no podía pasar inadvertida p ara quien pudiera in terp retar el lenguaje
tradicional de los gestos.
El tem a de la cencerrada ofreció u n a dim ensión adicional a la di­
versión. A unque no lo dice explícitam ente, el texto indica que la patro­
na tenía amoríos con su sacerdote, “un joven lascivo” que sabía de
m em oria pasajes obscenos de los clásicos de la pornografía (Aretino
y L ’Academ ie des dam es) y se los citaba a ella, m ientras su esposo ha-
33 Esta cita y las siguientes fueron tom adas del relato de C on tat de la
m atanza de gatos, Anecdotes typographiques, pp. 48-56.
M A TAN ZA D E G A T O S EN LA CALLE SA IN T -SÉ V ER IN 101

biaba m onótonam ente de sus tem as favoritos: el dinero y la religión.


D u ran te u n a com ida suntuosa con la fam ilia, el sacerdote defendió la
tesis de “que es u n a h azaña de ingenio el poner cuernos al m arido
y que ponerlos no es un vicio” . M ás tarde, él y la esposa se acostaron
en u n a casa de cam po. Se a d a p tab an perfectam ente al típico triángulo
de las im prentas: u n p atró n viejo y decrépito, u n a p atro n a de edad
m ad u ra y su joven am ante.84 El reparto de la tra m a le dio al patrón
el papel de u n a figura cóm ica com ún : el cornudo. Por ello la diversión
de los obreros tom ó la form a de cencerrada. Los aprendices la realiza­
ron, actuan d o d entro del área del um bral donde los novicios tradicio-
nalm ente se burlaban de sus superiores, y los oficiales reaccionaron
ante sus travesuras de la m an era tradicional: con ruidos picarescos.
U n a atm ósfera festiva de alboroto recorre todo el episodio, que C ontat
describió com o u n a f ê te : “Léveillé y su cam arad a Jerom e presidieron
la fête ”, escribió, como si fueran reyes de u n carnaval y la m utilación
de los gatos correspondiera a la to rtu ra de éstos en el M a rd i Gras,
o en la fête de San J u a n Bautista.
C om o en muchos M ard i G ras, el carnaval term inó en u n a parodia
de juicio y u n a ejecución. L a p aro d ia judicial e ra n atu ral p a ra los im ­
presores, porque hacían juicios falsos cada año en la fête de San
M artín, cuando la capilla arreglaba cuentas con su p atró n y lograba
espectacularm ente que se encabronara. L a capilla no podía acusarlo
explícitam ente sin realizar u n a insubordinación abierta y exponerse al
despido. (T odas las fuentes, incluso los docum entos de la s t n , indican
que los patrones a m enudo despedían a los obreros p o r su insolencia y
m ala conducta. D esde luego, Léveillé fue despedido m ás tard e p o r una
travesura que afectó al burgués más abiertam ente.) P or ello los obre­
ros juzgaban al p atró n en ausencia, usando u n símbolo que dejaba
que se revelara su significado sin ser bastante explícito p a ra justificar
una represalia. Juzgaron y ahorcaron a los gatos. H ab ría sido ir dem a­
siado lejos ah o rcar a la Grise bajo las narices del p atrón, después de
que les habían ordenado que no le hicieran d añ o a la g a ta ; pero

34 Según Giles B arber ( ibid., pp. 7 y 6 0 ), el verdadero Jacques V incent


para el que trabajó C ontat inició su aprendizaje en 1690; así que proba­
blemente nació hacia 1675. Su esposa nació en 1684. Por ello, cuando
C ontat entró al taller, el patrón tenía unos 62 años, la p atro n a unos 53,
y el joven abate obsceno unos 20 años. Este modelo era bastante com ún en
las im prentas, donde los patrones viejos a m enudo heredaban su negocio
a sus esposas más jóvenes, quienes, a su vez, se casaban con oficiales aún
más jóvenes. E ra un modelo clásico en las cencerradas, que a m enudo se
hacían p a ra burlarse de la desigualdad de edades entre los recién casados
y para hum illar a los cornudos.
102 M A TAN ZA D E G A TO S EN LA CALLE S A IN T -SÉ V ER IN

la m ascota favorita de la casa fue la prim era víctim a, y al hacerlo sa­


bían que estaban atacan d o a la casa mism a, de acuerdo con las tra ­
diciones populares sobre los gatos. C uando la p atro n a los acusó de
asesinar a Grise, respondieron con fingido respeto que “nadie sería ca­
paz de sem ejante m aldad y que sentían dem asiado respeto por la casa” .
Al ejecutar a los gatos en u n a cerem onia tan elaborada, condenaron a
la casa y declararon culpable al burgués: culpable de hacerlos trabajar
dem asiado y de alim entar m al a sus aprendices; culpable de vivir en
el lujo m ientras sus obreros hacían todo el tra b a jo ; culpable de ale­
jarse del taller y llenarlo de alloués en vez de tra b a ja r y com er con sus
obreros, como se decía que los patrones lo h abían hecho u n a genera­
ción o dos antes, o en la prim itiva “república” , al inicio de la industria
editorial. L a acusación se extendió del jefe de la casa a todo el sistema.
Q uizá al juzgar, confesar y ah o rcar a varios gatos m oribundos, los
obreros deseaban ridiculizar todo el orden legal y social.
Sin du d a se sentían hum illados y h abían acum ulado bastante resen­
tim iento como p ara m anifestar sus emociones en u n a orgía sangrienta.
M edio siglo más tarde, los artesanos de París se am otinarían de m anera
sem ejante, com binando la risa indiscrim inada con los tribunales po­
pulares im provisados.35 Sería absurdo considerar la m atanza de gatos
un ensayo realista de las M atanzas de Septiem bre de la Revolución
francesa; sin em bargo, el an terio r estallido de violencia sugiere una
rebelión popular, au nque perm aneció lim itada a un nivel simbólico.
Los gatos com o símbolos evocaban el sexo y la violencia, u n a com­
binación perfectam ente adecu ad a p a ra a tacar a la p atrona. L a n a rra­
ción la identifica con la Grise, su chatte favorite. Al m atarla, los m u­
chachos atacaro n a la m u jer: “es algo grave, un asesinato, que debe
perm anecer oculto” . L a p atro n a reaccionó como si hubiera sido ata­
cada: “Le arreb ataro n algo m uy apreciado, u n a g ata que am aba con
locura” . El texto la describe como lasciva y “apasionada por los gatos”
como si fuera u n a g ata en celo d u ran te u n aquelarre salvaje de gatos
que m aúllan, asesinan y violan. U n a referencia explícita a la violación
h abría infringido las convenciones que generalm ente se respetaban en
la literatu ra del siglo xvm . Desde luego, el simbolismo sólo funcionaría
si perm anecía velado, y fuera bastante am bivalente p a ra engañar al
patrón y bastante agudo p a ra h erir en lo m ás sensible a la patrona.
Pero C on tat usó un lenguaje fuerte. T a n pronto com o la p a tro n a vio
u n gato m uerto dio u n grito agudo. Después se contuvo al com prender
que había perdido a Grise. Los trabajadores le expresaron con fingida

85 Pierre C arón, Les Massacres de septembre (París, 1935).


M ATANZA D E G A TO S EN LA CALLE SA IN T -SÉ V ER IN 103

sinceridad su respeto. C uando llegó el patró n , les dijo: “Canallas, en


vez de trab a ja r están m atando gatos” . Y luego su esposa le dijo: “Estos
malvados no pueden m a tar a sus patrones, p o r eso m ataron a mi gati-
ta” . A ella le p arecía que “ ni la sangre de todos los obreros bastaría
para redim ir sem ejante afren ta” .
Fue u n insulto m etoním ico, el equivalente del siglo xvm al moderno
insulto del escolar: “ ¡ T u m ad re!” Pero era m ás fuerte, más obsceno.
Al atacar a su m ascota, los obreros violaron simbólicamente a la p a ­
trona. Al mismo tiem po, le hicieron un insulto grave a su patrón. Su
esposa era su más valiosa posesión, como la chatte p a ra ella. Al m atar
a la gata, los hom bres violaron el tesoro más íntim o de la casa burgue­
sa y salieron indemnes. Ésta fue la belleza de su acción. El simbolismo
disfrazó el insulto lo bastante com o p a ra que se salieran con la suya.
Aunque el burgués se enojó por la suspensión del trabajo, su esposa,
menos obtusa, virtualm ente le dijo que los trabajadores la habían a ta ­
cado sexualm ente y que les gustaría asesinarlo. Ambos dejaron el esce­
nario sintiéndose hum illados y derrotados. “El señor y la señora se
retiraron, dejando que los trabajadores hicieran lo que quisieran. Los
impresores, que ad oraban el desorden, se quedaron felices. T enían un
gran motivo p a ra r e ír : u n a bella copie, que los h aría divertirse durante
mucho tiem po” .
E ra u n a risa rabelesiana. El texto insiste en su im portancia: “Los
impresores saben reír, es su única diversión” . M ijaíl Bajtín mostró
cómo la risa de R abelais expresaba u n a corriente de la cultura popular
en la que u n a diversión tum ultuosa podía convertirse en un m otín;
una cultu ra carnavalesca de la sexualidad y sedición en que el elemen­
to revolucionario podía estar contenido en símbolos y m etáforas o po­
día explotar en u n a rebelión general, como sucedió en 1789. Sin
embargo, la p reg u n ta continúa en pie: ¿Q u é era precisam ente lo di­
vertido en la m atanza de los gatos? N o hay m ejor m anera de arruinar
un chiste que analizarlo y recargarlo de com entarios sociales. Pero esta
broma pide a gritos un com entario, y no porque pueda usarse para
probar que los artesanos odiaban a sus patrones (u n a verdad axiom áti­
ca que puede aplicarse a todos los periodos de la historia laboral, au n ­
que no ha sido debidam ente apreciada p o r los historiadores que estu­
dian el siglo x v m ), sino porque puede ayudar a advertir cómo los
obreros hacían su experiencia significativa jugando con elementos de
su cultura.

La única versión disponible de la m atanza de gatos la escribió, m ucho


después del suceso, Nicolás C ontat. Seleccionó los detalles, ordenó los
104 M ATANZA D E G A TO S EN LA CALLE SA IN T -SÉ V ER IN

sucesos, y tram ó la historia de tal m anera que destacó lo que era signi­
ficativo p a ra él; pero tom ó sus ideas de lo significativo de su cultura
con la natu ralid ad con que respiraba la atm ósfera que lo envolvía. Y es­
cribió sobre su participación con sus com pañeros. El carácter subjetivo
de la narración no vició su m arco de referencia colectivo, aunque el
relato escrito debió resultar breve en com paración con los actos que
describe. L a form a de expresión de los obreros era u n a especie de
teatro popular. Incluía la pantom im a, los ruidos picarescos, y un “tea­
tro de violencia” que se im provisaba en el trabajo, en las calles y en
los techos. Incluía u n d ram a dentro de u n dram a, porque Léveillé re­
presentó toda la farsa varias veces como copies en el taller. D e hecho,
la m atanza original -incluía u n a p arodia de otras ceremonias, como los
juicios y las cencerradas. Por ello C o n tat escribió sobre u n a parodia
de una parodia, y al leerlo se deben hacer concesiones a la refracción
de las formas culturales a través de los géneros y del tiempo.
Después de hacer estas concesiones, parece evidente que los obreros
encontraban divertida la m atanza porque les ofrecía una m anera de
vengarse del burgués. Al estim ularlo con los m aullidos, lo provocaron
p ara que autorizara la m atan za; después usaron ésta p ara hacerle un
juicio simbólico p o r su m anejo injusto del taller. T am bién usaron
esto como u n a cacería de brujas, lo que les dio u n a excusa para m a­
ta r al dem onio fam iliar de la p atro n a y p a ra insinuar que era bruja.
Finalm ente, transform aron esto en u n a cencerrada, que sirvió como
medio para insultar sexualm ente a la p atro n a y burlarse del patrón
por cornudo. El burgués resultó u n blanco excelente p a ra la broma.
N o sólo se convirtió en la víctim a de algo que había iniciado, sino
que no se dio cuenta de que lo habían usado. Los hombres habían rea­
lizado un a agresión simbólica, del tipo más íntim o, contra la patrona,
pero él no se dio cuenta. E ra dem asiado tonto, un típico cornudo. Los
impresores se burlaron de él, con m agnifico estilo boccacciano, y sa­
lieron bien librados.
L a brom a salió bien porque los obreros utilizaron m uy hábilm ente
un conjunto de ceremonias y símbolos. Los gatos sirvieron perfecta­
m ente a sus fines; al rom perle la espina dorsal a Grise llam aron bruja
y prostituta a la esposa del patrón. Al mismo tiem po, pusieron al pa­
trón en el papel de cornudo y tonto. Fue un insulto m etoním ico, expre­
sado m ediante actos y no con palabras, y afectó a la casa porque los
gatos ocupaban u n cóm odo lugar en el estilo de vida de los burgueses.
T en er mascotas era tan ajeno a los obreros como to rtu ra r anim ales lo
era para los burgueses. A trapados entre sensibilidades incompatibles,
los gatos llevaron la peor parte.
M ATANZA D E G A TO S EN LA CALLE S A IN T -SE V E R IN 105

Los obreros tam bién jug ab an con las ceremonias. C onvirtieron una
persecución de gatos en u n a cacería de brujas, en u n festival, en u n a
cencerrada, en un juicio de burla, y en u n a brom a obscena. R efu n ­
dieron estos elementos en u n a pantom im a. C ad a vez que se sentían
cansados de trab ajar, transform aban el taller en u n teatro y hacían
copias; las suyas y no las de los autores. El teatro del grem io y el juego
ritual se ad ap tab an a la tradición de su oficio. A unque los obreros
hacían libros, no usaban las palabras escritas p a ra trasm itir sus signi­
ficados. U saban gestos, apoyándose en la cu ltu ra de su gremio, para
hacer afirm aciones en el aire.
Esta brom a, aunque hoy día puede parecer insustancial, fue peligro­
sa en el siglo xvm . El peligro era p arte de la brom a, como en m uchas
formas de hum or, que juegan con la violencia y se b u rlan de las p a ­
siones reprim idas. Los obreros llevaban su juego simbólico al borde
de la reificación, al p u n to en que la m atanza de gatos podía conver­
tirse en u n a rebelión abierta. Ju g ab an con cosas am biguas, uisaban sím­
bolos que ocultaban su significado pleno y p erm itían que bastante de
éste se m ostrara p a ra burlarse del burgués, sin darle motivo p a ra que
los despidiera. L e pellizcaron la nariz y le im pidieron protestar. R eali­
zar esta hazaña requirió gran habilidad. M ostró que los trabajadores
sabían m an ejar símbolos en su idiom a, tan eficazm ente como los poetas
lo hacían por escrito.
Los límites en que debía estar contenida la brom a sugieren las lim i­
taciones que tenía la m ilitancia de la clase trab ajad o ra en el A ntiguo
Régimen. Los impresores se identificaban con su gremio, pero no con
su clase. Se organizaban en capillas, hacían huelgas y a veces obtenían
aum entos de salario, pero perm anecían subordinados a la burguesía.
Los patrones co n tratab an y despedían a los obreros con la indiferencia
con que com praban papel, y los regresaban a los cam inos cuando sos­
pechaban u n a insubordinación. Por ello hasta que empezó la proleta-
rización a fines del siglo xix, generalm ente sus protestas las m antenían
en un nivel simbólico. U n a copie, como u n carnaval, ayudaba a d ejar
escapar vapor; pero tam bién producía risa, ingrediente vital en la an ­
tigua cultura de los artesanos ^y que no se h a destacado en la historia
del m ovim iento obrero. Al observar cómo se hacía u n a brom a en las
im prentas hace dos siglos, podem os encontrar de nuevo el elem ento
perdido: la risa franca, la risa rabelesiana incontenible y desbordada,
y no la sonrisa afectada volteriana que nos es fam iliar.
106 M ATANZA D E G A T O S EN LA CALLE S A IN T -SÉ V ER IN

A P É N D IC E : E L R E L A T O D E C O N T A T D E LA M A TA N ZA
DE GATOS

El siguiente relato es de N icolas C o n tat (A necdotes typographiques oü


I’on voit la description des coutum es, moeurs et usages singuliers des
compagnons im prim eurs, comp. Giles B arber, O xford, 1980, pp. 51-53).
Luego de u n a jo rn a d a de trab ajo agotador y de u n a com ida repug­
n ante, los dos aprendices se re tira n a su dorm itorio, u n cobertizo
despreciable y húm edo situado en u n a esquina del patio. El episodio
se cuenta en tercera persona, desde el p u n to de vista de Jerom e:

E stá tan cansado y necesita descansar ta n desesperadam ente que el co­


bertizo le parece un palacio. Después de soportar la persecución y el
m altrato d u ran te todo el día, al fin p o d rá relajarse, pero unos gatos
endem oniados celebran u n aq uelarre d u ran te to d a la noche. Hacen
tan to ruido que les roban el breve descanso que se d a a los aprendices
antes de que los obreros lleguen a tra b a ja r m uy tem prano en la m a­
ñana, exigiendo que se les a b ra la p u erta tocando constantem ente una
cam pana infernal. Los m uchachos tienen que levantarse y atravesar el
patio, tem blando bajo sus camisones de dorm ir, p a ra ab rir la puerta.
Los trabajadores n u n ca se m oderan. N o im porta qué hagas p a ra agra­
darlos, siem pre les estás haciendo p erder su tiem po, y te tra tan de
perezoso bueno p a ra nada. L e dan órdenes a Léveillé: “ ¡E nciende la
caldera! ¡ T ra e agua p a ra las cubetas!” Se supone que esas tareas deben
realizarlas los aprendices, principiantes que viven en sus casas, pero lle­
gan hasta las seis o las siete de la m añana. T o d o m undo se pone a tra ­
b ajar: los aprendices, los oficiales, todos excepto el p atró n y la patrona.
Sólo ellos pueden gozar de la dulzura del sueño. Esto hace que Jerom e y
Léveillé sientan envidia. D eciden que no serán los únicos en sufrir;
quieren que su p atró n y su p a tro n a sean sus com pañeros. Pero ¿cómo
lograrlo,?
Léveillé tiene un extraordinario talento p a ra im itar las voces y los
m ás leves gestos de todos los que lo rodean. Es u n actor consum ado;
ésa es la v erdadera profesión que h a aprendido en la im prenta. T am ­
bién hace im itaciones perfectas del aullido de perros y gatos. Decide
saltar de techo en techo hasta llegar a u n a cañería próxim a a la re­
cám ara del burgués y la burguesa. D esde allí puede atacarlos con an­
danadas de maullidos. Es fácil p a ra él: hijo de u n techador, puede
deslizarse p o r los tejados como u n gato.
N uestro ataq u e oculto es tan perfecto que todo el vecindario se
M A TAN ZA D E G A TO S EN LA CALLE SA IN T -SÉ V ER IN 107

alarma. Se corre la voz de que ro n d an las brujas y de que los gatos


deben ser los agentes de alguien que desea em brujarlos. Es un caso
para el cura, el am igo íntim o de la casa y confesor de la señora. Ya
nadie puede dorm ir.
Léveillé representa u n aquelarre las dos noches siguientes. Si uno
no lo hubiera conocido, h ab ría creído que era u n a bruja. Finalm ente,
el patrón y la p atro n a no pueden soportar m á s: “Es m ejor ordenar a
los m uchachos que se deshagan de esos m alvados anim ales” . L a señora
da la orden, encargándoles que eviten asustar a Grise (ése es el nom bre
de su g ata fav o rita).
La señora siente pasión p o r los gatos, igual que m uchos otros dueños
de im prentas. U n o de ellos tenía 25 gatos; tam bién tenía sus retratos
pintados y los alim entaba con aves asadas.
Pronto se organiza la cacería. Los aprendices deciden acabar con
todos los gatos, y se sum an a la em presa los oficiales. Los patrones
aman a los gatos, y p o r consiguiente ellos tienen que odiarlos. U n hom ­
bre se arm a con u n a varilla de la prensa, otro con u n palo del cuarto de
secado, y otros con m angos de escobas. Cuelgan sacos de las ventanas
del ático y de las bodegas p a ra a tra p a r a los gatos que intenten esca­
par brincando hacia la calle. Se eligen a los batidores, todo se organiza.
Léveillé y su cam arad a Jerom e presiden la fiesta, cada uno arm ado
con una varilla de hierro del taller. Prim ero se encargan de Grise, la
gata de la señora. Léveillé la a ta ra n ta con un fuerte golpe en los riño­
nes y Jerom e la rem ata. Después Léveillé oculta su cadáver en un al-
bañal; porque no quieren ser descubiertos: es algo grave, un asesinato,
que debe perm anecer oculto. Los hom bres siem bran el terror en los
tejados. Sobrecogidos de pánico, los gatos se arro jan dentro de los sa­
cos. Algunos son m uertos en el acto, y otros son condenados a la horca
para diversión de toda la im prenta.
Los impresores saben reír, es su única diversión.
La ejecución está a p u n to de iniciarse. Se nom bra u n verdugo, un
cuerpo de guardias, y hasta u n confesor. Después se pronuncia la sen­
tencia.
En m edio del escándalo, se presenta la p atrona. ¡ C uál no es su sor­
presa cuando ve la sangrienta ejecución! D eja escapar un grito, pero
lo contiene, porque cree ver a Grise, y está segura de que esa suerte
ha sufrido su g ata favorita. Los trabajadores le aseguran que nadie
sería capaz de sem ejante crim en, que sienten m ucho respeto por la
casa.
Se presenta el burgués. “ ¡ C anallas — dice— , en vez de trab ajar están
m atando gatos!” L a señora al señor: “Estos m alvados no pueden m a­
108 M A TAN ZA D E G A TO S EN LA CALLE S A IN T -SÉ V ER IN

ta r a sus patrones, p o r eso m ataron a m i gatita. N o puedo encontrar­


la, ya la he buscado en todas p artes; deben haberla ahorcado” . Le
parece que ni la sangre de todos los obreros bastaría p a ra redimir
sem ejante afrenta. ¡L a pobre Grise, u n a g atita m aravillosa!
El señor y la señora se retiran, dejan d o que los obreros hagan su
voluntad. Los impresores se deleitan con el desorden; están enajena­
dos de alegría.
¡ Q ué espléndido m otivo p a ra reír, que bella copie! Se divertirán
m ucho tiem po. Léveillé desem peñará el papel principal y represen­
ta rá la obra por lo menos veinte veces. Im ita rá al p atrón, a la patrona,
a toda la casa, abrum ándolos con el ridículo. Su sátira no perdona a
nadie. E n tre los impresores, los que sobresalen en esta diversión son
llamados jobeurs, porque ofrecen joberie.
Léveillé conquista muchos aplausos.
Debe advertirse que todos los trabajadores están en contra de los
patrones. Basta h ab lar m al de ellos [de los patrones] p a ra ser estimado
por todo el grem io de los tipógrafos. Léveillé es uno de ellos. E n re­
conocimiento a su m érito, será perdonado p o r algunas sátiras que
había hecho antes a los trabajadores.

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