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Makram

Por

Jennifer Julieth Ríos González




Seguramente no hay hora más concurrida en la ciudad que las cinco de la


tarde. El momento en el que la jornada laboral acaba, quienes tienen transporte
propio, se amontonan en las vías y se desesperan en los semáforos. Mientras
otros, toman el transporte público, que va a reventar, pero de manera mágica
siempre hay cupo para otro pasajero. Un lugar para compartir calor humano.
Este día era extraño, el reloj ya marcaba las cinco de la tarde, pero las vías
automovilísticas fluían a la perfección. Los buses del transporte público
contenían una cantidad razonable de personas. Un mal presagio, del que Carol
se debió dar cuenta.
¿Sería un partido de futbol? ¿Una alarma mundial de guerra? Simplemente
no había explicación. Carol sale del trabajo, una sonrisa se planta en su rostro
al ver los buses pasar prácticamente vacíos. Ella, emprende el camino para
cruzar el puente y llegar a su transporte. No hace falta avanzar más de unos
metros para ver algunas personas que caminan de lado contrario, pero nadie
detrás de ella.
Carol de pronto observa a un chico que pasa al lado de ella, lleva gafas
oscuras. Seguido de él va otra chica pelinegra que ignora a Carol, también con
gafas oscuras. Carol volvió su vista al cielo, nublado, gris y enfermo de
contaminación. Pronto vio a un hombre mayor, quien se había unido a aquella
extraña tendencia de las gafas oscuras.
El resto de las personas que ve Carol en el primer tramo del puente
portaban gafas oscuras ¿Se trataba de un challenge de internet?
Definitivamente Carol lo sabría. El segundo mal presagio del que Carol debió
haberse dado cuenta.
Cuando Carol llega a la parte del puente, donde el suelo es llano, no hay
nadie. No están las típicas personas caminando de aquí para allá. No están los
vendedores ambulantes. Nada. Esto finalmente alarma a Carol.
Mateo, va en su carro de camino a casa. Muy tranquilo y con una ingenua
felicidad por la ausencia de tráfico. Sin aviso alguno algo choca contra el
techo del carro, con tanta fuerza que logra deformarlo.
¿Qué ha pasado? Es una escena que nadie ha podido presenciar, ni siquiera
las cámaras de seguridad de las calles, como si los pájaros se confabularan
para tapar con sus aleteos tan horrible imagen a las cámaras de seguridad.
El tiempo se detuvo, porque Mateo, el conductor de este carro, no tuvo
tiempo siquiera para reaccionar, estaba inconsciente. Los pájaros negros,
fueron los primeros en darse cuenta, y dar aviso, graznando de la manera más
espeluznante y aleteando, como en un coro de muerte.
Incluso la lluvia torrencial llegó antes que las autoridades, como si viniera
a limpiar la evidencia. Lluvia ácida que terminó por mezclare con aquel
liquido carmesí que cubrió el lugar, tomando un color rojo, que se desapareció
por las alcantarillas y dejo todo reluciente.
No se sabe con certeza cuanto tiempo pasó, hasta que la primera persona se
dio cuenta, un simple transeúnte, que extrañamente caminaba en medio de la
lluvia, sin un paraguas y en medio de la noche, totalmente oscura. Porque
incluso las luces de la calle decidieron dejar de funcionar. Pasaron otras horas,
hasta que el nuevo día llegó, para que la policía presenciara la escena y se
formara el alboroto. La escena del crimen se bordó de la típica cinta amarilla,
que no protege lo esencial. Lo siguiente fue el reconocimiento de víctimas,
Carol y Mateo. Se buscaron pistas, pero las cámaras perdieron el momento
exacto del suceso, y fueron averiadas por la lluvia, que más tarde lavó las
huellas, la sangre y las evidencias. ¿Sería extraño mencionar que ambos aún
tenían pulso cardiaco? ¿Cómo? La misma pregunta se hicieron todos
alrededor, la ambulancia llegó y se llevó consigo a los dos muertos vivientes.
Gracias a los teléfonos celulares de los jóvenes, pudieron contactar a los
padres de los chicos.
Mateo tenía 21 y Carol 20, un simple año de diferencia. Cuando la madre
de Carol contestó el teléfono y escuchó la noticia sobre su hija, dejó de
contestarle al oficial, porque su corazón también quedó en shock y su cuerpo
cayó al suelo, continuando como una cadena de tragedias. Ni al padre, ni a la
madre de Mateo se pudo contactar, extrañamente en el celular del joven
carecía un contacto llamado “Mamá o Papá” Lo más cercano que encontraron
fue “Amor”. Al llamar el número indicado, contestó una muchacha de voz
angelical, que se sorprendió de la noticia.
El mundo estaba tan asustado ante la noticia, que las calles permanecían
igual de desiertas, quizá fue coincidencia, o quizá no lo fue, pero todos los
familiares, incluyendo a la novia del chico, llegaron al mismo tiempo al
hospital donde los chicos se jugaban la vida, ya casi desde hace un día entero.
Los oficiales frente a la escena del crimen, no tenían mucho que investigar.
La lluvia había lavado las pocas pruebas, y los muchachos no estaban allí. No
había nada, a excepción del carro del techo destrozado. Carol había sido
encontrada, encima de este carro, ella había caído desde lo alto del puente, a
tal velocidad que logró deformar el techo del coche de Mateo. Eso era lo único
que los oficiales tenían claro.
Los familiares ya en el hospital, no tuvieron más remedio que esperar, ya
que las precarias condiciones de vida de sus hijos, no eran aptas para visitas.
Muchos optaron por ir a la cafetería del propio lugar a pasar el tiempo, porque
las lluvias torrenciales de la noche anterior, habían sido acompañadas por
rayos, que tumbaron las antenas de comunicación más cercanas, dejando a las
personas con un celular sin comunicación. Otros decidieron esperar allí
mismo, y otros cuantos con alma de niño, se sentaron a observar el programa
de caricaturas que pasaban.
Los oficiales que fueron a la escena del crimen, también estaban comiendo,
frustrados sin saber que había pasado. Pero la poca tranquilidad de la cena se
desapareció en pocos instantes y sus celulares vibraron, por una llamada, a la
que no le dieron importancia hasta después de séptimo timbre.
Las lluvias no daban tregua, esas aguas furiosas tumbaron consigo la
central eléctrica de la que se abastecía el hospital. Aquel centro de salud quedó
sumido en la completa penumbra. Entre los familiares, había muchos que
temían a la oscuridad y el corazón se les aceleró. Los que estaban
acompañados se dieron un fuerte abrazo, y casi a ciegas volvieron a la sala de
espera donde todos se encontraron por primera vez. Pero al llegar, ya no había
la misma cantidad de personas, no estaba la novia de Mateo, ni el amigo que
venía con ella. Pero las sorpresas no acaban ahí, el grupo que recién llegaba de
nuevo a la sala de espera, escuchó pasos, «serán ellos» pensaron. Pero lo cierto
es, que estos pasos desaparecieron pronto, pero llevando consigo a una
persona, mientras el lugar estaba sumido en ruidos que entre la oscuridad,
permitieron al ladrón, llevarse a la hermana de Carol.
Los extraños ruidos cesaron, y la central eléctrica volvió a funcionar.
Todos estaban visiblemente asustados, pero la poca calma que habían
conseguido juntar, desapreció, cuando se vieron solos. Ahí estaba el padre de
Carol, el señor Alonso y el hermano, Andrés. El señor Alonso, se dio cuenta
de la ausencia de su otra hija, faltaba también la novia de Mateo, Abby y su
amigo Ían. El hombre no dudó ni un segundo en devolver la llamada, al oficial
que les había dado la noticia. Una y otra vez, hasta que en el séptimo timbre
una voz contestó al otro lado de la línea.
Luego, el señor Alonso y su hijo gastaron todos sus minutos llamando a su
hija, pero esto no surtió efecto, veinte llamadas perdidas, Gabriela no era así.
Si fuera a Carol a quien hubieran llamado veinte veces, no estarían
preocupados en absoluto, pero Gabriela no tenía parecido alguno con Carol, en
cuanto a personalidad.
Cuando los oficiales contestaron la llamada, tuvieron que dejar su cena de
amigos para luego. Llegaron al hospital con el corazón en la mano, no se
habían descuidado ni tres horas del caso cuando ya habían desparecido tres
personas.
—Investigador Gómez. Lamento llamarlo tan tarde, pero ya he intentado
incluso llamarla pero no contesta.
—No se preocupe—contestó el investigador Gómez, con su usual
semblante impertérrito y su mirada oscura que escudriñaba hasta el último y
más pequeño detalle—. ¿Tiene una foto de su hija?
El ya melancólico padre, sacó de su billetera una pequeña foto de Gabriela,
que el investigador detalló. Vaya que se parecía a su hermana.
En ese momento todos voltearon a mirar, se escuchaban risas por los
pasillos. Ian y Abby veían riendo en el pasillo, pero sus risas se detuvieron
cuando vieron que todos los miraban fijamente. Nadie habló, el silencio se
tornó absoluto, hasta que la voz gruesa del investigador Gómez se alzó sobre
el silencio.
—¿Dónde estaban?
—¿Nosotros? —dijo la chica—. Decidimos salir para matar el tiempo.
Cuando el investigador escuchó esa palabra, matar, le quedó retumbando
en la cabeza. Una palabra muy conveniente para la situación.
—¿Por qué nos miran así? —preguntó Ian.
—Gabriela, la hermana de Carol, ha desaparecido, casualmente mientras
ustedes estaban fuera de la vista de todos—comentó el investigador sin
siquiera mirar el rostro de los chicos, pálidos de miedo.
—¡Ni siquiera la hemos visto!—exclamó Ían.
El investigador no dijo nada más, tan solo buscó con la mirada a los
oficiales que lo acompañaban, les hizo una señal con la cabeza, que ellos
pronto comprendieron. Los oficiales se adelantaron a esposar a Ían y Abby.
—¡Esto no es justo! ¡Somos inocentes!—gritó Abby revolcándose para
soltarse del agarre de los policías.
El señor Gómez, les hizo una seña con las manos a los oficiales, para que
lo siguieran, mientras caminaba tranquilo a la salida.
—¡Tenemos derecho a un abogado!—gritó Ían—. ¡Si no nos deja llamar al
abogado, será un delito!
El investigador ni se inmutó del comentario del joven.
—Necesito una cita con la directora de la universidad de Carol—dijo el
investigador Gómez a su asistente, Alex.
Este se retiró del lugar, acompañado de Ían y Abby, con los oficiales.
—Calma papá. Seguro será otra broma como las que acostumbran a hacer
desde que son pequeñas—masculló Andrés intentando fingir que todo estaba
bien.
—¿Calma? No hay calma cuando tu esposa acaba de sufrir un ataque al
corazón, tu hija mayor un accidente y tu hija menor está perdida—dijo el
hombre, en un tono gélido.

El investigador, por alguna razón, no desconfió de los muchachos, pero no


siempre se le debía hacer caso a la razón. Una vez en la comisaría, dejó a los
chicos a cargo de su mano derecha, Alex. Gómez, le ordenó que encerrara a
los muchachos, quizá una noche privados de la libertad, les haría recordar
información valiosa para el caso.
Había sido una semana muy pesada para el investigador Adam Gómez,
nunca se había planteado tanto la frase de “el mal nunca descansa” después de
esa semana. Durante el trayecto a casa, el tráfico se volvió imposible, por la
lluvia. Esta chorreaba por los amplios ventanales del choche vacío. Adam,
decidió apagar su carro, llevaba quince minutos sin moverse, podía ahorrar
algo de gasolina. Se tomó unos segundos para contemplar las gotas que se
adherían al vidrio, y no caían, le pareció interesante como el mundo a través
de estas estaba de cabeza.
La lluvia lo mantuvo quieto diez minutos más, esto lo empezó a
desesperar, pues sería la tercera vez que la lluvia le causaba problemas ese día.
Primero acabó con todas las pruebas del caso, incluidas las cámaras de
seguridad, luego cortó la luz del hospital y Gabriela se perdió, y ahora estaba
sumergido en un atasco.
Después de andar muy despacio por seis metros, entonces lo vio, aunque
borroso por la lluvia que de nuevo lavaba las pruebas de un caso, un chico
motociclista estaba en el suelo, con mucha sangre a su lado, y un coche tras él,
no pudo detallar mucho más que el semáforo dañado que quizá fue el
responsable, porque los conductores impacientes solo querían llegar a casa
después de la jornada laboral. Le tranquilizó saber que las autoridades ya
estaban ahí.
Su cerebro quería seguir pensando sobre su caso más reciente, pero el
sueño lo vencía, estuvo a poco de sucumbir ante el placer del descanso, en
medio del tráfico. Cada que pensaba en el tema, un escalofrió recorría su
cuerpo en un santiamén. Él había manejado casos más turbios, sangrientos y
psicópatas, que no se comparaban al caso del día, o eso pensaba él.
Su pequeño apartamento estaba solo, pero no silencioso. El ruido de los
vecinos del lado se filtraba en las débiles paredes del apartamento, por lo que
se escuchaba como estos celebraban una fiesta. Adam pensó que era momento
de buscarse una familia, personas para compartir momentos como los que
presenciaban sus vecinos ese instante.
El mal humor de Adam explotó cuando una gota de agua golpeó su cabeza,
dirigió su mirada al techo, una gotera, perfecto. Eso le sucedía por vivir en el
último piso ¿Tan fuerte era la lluvia que logró abrirse paso por el techo del
hogar de Gómez? Por primera vez en su vida el sonido de la lluvia le pareció
estruendoso, desagradable.
Ya en pijama, en su cuarto, solo y escuchando a la lluvia y sus vecinos,
pensó en el caso. Debía decidir si se adentraba en él, o continuaba con otros
casos que nunca sobraban. En serio se esforzó en quedarse despierto, así fuera
maldiciendo la lluvia, pero se quedó dormido.

Las hileras de sillas de plástico del hospital, se convirtieron en camas para


el señor Alonso y su hijo. Sumidos en un sueño placido, que no habían podido
evitar, como si la lluvia fuera una canción de cuna. Las enfermeras, estaban
algunas dormidas y otras distraídas. Finalmente los guardias estaban
demasiado sumergidos en el silencio, y el sonido de las gotas de agua contra el
suelo, prácticamente los hipnotizaron.
Nadie se dio cuenta cuando alguien llegó al hospital, alguien que caminaba
muy lentamente, para no interrumpir los sueños de los inquilinos. Alguien que
quería pasar desapercibido, alguien con una sonrisa maliciosa que la oscuridad
ocultaba, pero trasmitía una sensación de inseguridad, que terminó por
perturbar los sueños de los inquilinos.
Esta persona, ya acostumbrada a la oscuridad de tanto deambular por las
oscuras calles, observó a las personas en el hospital dormidas, y de nuevo esa
sonrisa benévola apareció, una sonrisa orgullosa de sus actos.
Continuo su camino por el hospital, su pesada chaqueta negra había
logrado mantener seco algo en su interior, unos simples post-it comunes y
corrientes. Estos ya llevaban algo escrito en la primera página, con una letra
perfecta.
Una letra tan bonita como la de Gabriela, llena de curvas y ondulaciones.
Despegó el post-it y lo dejó en el suelo, a los pies de Andrés, pero no lo pegó,
solo lo dispuso sobre este, del lado contario de la cara adhesiva. Desamarró
uno de los zapatos de Andrés y se alejó.
Salió del lugar tan rápido como apareció, tenía otra visita que realizar.

Abby estaba más asustada que Ían, pues este último ya había pasado un par
de noches privado de su libertad.
Abby, se sentó a llorar, ella era así, sensible. Tantas situaciones conjuntas
la tenían tensa, y su manera de liberar estrés, había sido por naturaleza llorar.
Ían, al contrario guardaba silencio mientras maldecía en su mente. Estaba
acostumbrado al llanto de Abby, sabía por experiencia que no había mucho
que hacer, a excepción de esperar a que se le pasara. El llanto de la chica tenía
una peculiaridad que Ían siempre conocía, tenía ritmo, las grandes bocanadas
de aire que tomaba Abby siempre iban al mismo compás, al igual que sus
sollozos. Pero Ían notó que se volvía irregular.
Entonces se acercó a la chica, se dio cuenta que esta dormía, por lo que su
llanto cesaba poco a poco. Ían se sentó en el suelo y apoyó la cabeza de la
chica dormida en sus piernas, como almohada. Se quedó observándola,
mientras le acariciaba el cabello, se veía tan bonita aun con el maquillaje
corrido. Ían casi agradeció toda esa situación al tenerla tan cerca, al tener a
Mateo tan lejos.
Ían era experto en pasar las noches en vela, no dormía mucho. Sentía el día
perdido al hacerlo, el día era tan ocupado que en las noches podía pensar
mejor. Pronto comprendió lo extraño de la situación. Se dijo a si mismo que
solo iba a descansar los ojos, y así hubiera sido si no hubiera escuchado un
ruido.
Ían no creía en historias de fantasmas, y no creía que algo así hubiera
provocado el sonido, por lo que efectivamente estaba asustado, todos estaban
muy tensos. Ían creyó divisar, una silueta, vestida de ropa ancha que
camuflaba su figura, y oscura que se mezclaba con el ambiente. Ían parpadeó,
ya no había nada. Un simple sueño lívido. Con cuidado quitó la cabeza de
Abby de sus piernas y se acercó más a los barrotes de hierro, para mirar, pero
no vio nada. Ni si quiera con luz diurna hubiera visto la escurridiza silueta que
revoloteaba por la comisaría.
Finalmente, se recostó en el suelo, para dormir al lado de Abby, su
respiración tranquila, pronto le permitió acabar con su insomnio nocturno
constante.


5

La alarma del investigador Gómez, se encendió. Este se dio la vuelta y la


apagó, pero se conocía tan bien que a los cinco minutos sonó otra. La apagó de
nuevo, no quería ir al trabajo un sábado, pero podía permitírselo si no aceptaba
el nuevo caso. El cansancio era tal que a las cinco y media de la mañana,
después de dos alarmas, se dio la vuelta para dormir.
Pero una vocecilla en su interior le decía que estaba tomando el camino
facilista, el camino incorrecto. Dio vueltas y vueltas mientras el reloj seguía
corriendo con prisa para acabar con el día, se hartó de esa voz de conciencia,
de ser una buena persona en el fondo.
Después de alistarse para otro día largo, llamó a Alex, tenía una cita a las
8:30 de la mañana con la directora de la universidad de Carol. Su teléfono
vibró en señal de una llamada de número desconocido, una llamada que lo
obligó a adelantar el paso lo más rápido que pudo sin siquiera desayunar.

Andrés despertó casi al mismo tiempo que su padre, incluso eran parecidos
en ese sentido. Ambos contaban con una cabellera castaña clara, unos ojos
miel y piel clara. Se podría decir que Andrés era la versión joven de su padre.
Andrés se levantó de la silla, tratando de poner su hombro en su lugar de
nuevo, necesitaba ir al baño. Cuando camino un poco se dio cuenta que tenía
su zapato izquierdo desamarrado, instintivamente se agachó, para atar sus
cordones.
El señor Alonso, estaba sentado en la silla, observando el suelo, a la nada,
pensando aun con media mente dormida, pero no lo suficiente para pasar por
alto lo que se atravesó por su vista.
Andrés se estaba atando los cordones, pero en dicha posición la planta de
su zapato derecho quedaba al descubierto, esta tenía adherido un papel
amarillo, un post-it. El hombre se quedó mirando la nota por unos segundos, y
su corazón se desbocó al detallar ese pequeño trozo de papel. Se apresuró a
levantarse, y despegar la nota del zapato del muchacho, que no se había
percatado.
Su padre no tardó en reconocer esa letra, era de Gabriela, siempre había
sido la chica que escogían para los trabajos a mano, o las carteleras escolares,
su pequeña. «Gaby» Tenía escrito la nota, en un rojo vivo, con letras
chorreantes.
—¿Qué es esto!—vociferó el señor Alonso.
Andrés no tardó el voltear, lo primero que observó fue el rostro abarrotado
de furia de su padre, sus cejas enarcadas que plegaban su piel formando
arrugas. El chico pasó a observar la nota, igual de sorprendido que su padre.
—¿Qué es esto!—repitió el hombre gritando, observando fijamente a su
hijo—. ¡Contéstame!
—No….No lo sé—el pobre muchacho ya era presa del pánico, pues el
genio de su padre no era la mayor de sus virtudes.
—¡Cómo no lo vas a saber, estaba pegado a la suela de tu zapato!
Andrés se quedó callado, no sabía que hacer o qué decir
—¡Andrés! Si esta es una maldita broma, quiero que pares ahora, no es
gracioso!
—¡No es una broma, papá!
El silencio estancó el lugar, lo sumió en tensión.
—Tiene que serlo—musitó la vos del señor Alonso, ya sin fuerza, casi sin
esperanza y cargada de mucha tristeza.
Andrés, decidió que el investigador debería saber lo ocurrido.

El investigador Gómez, decidió asistir al hospital primero, luego se iría a la


universidad de Carol. El tráfico cedió y en menos de media hora ya estaba en
su destino.
Cuando cruzó el umbral de entrada del hospital, ya divisaba al señor
Alonso y el que creía recordar era su hijo, sentados en las incomodas sillas de
plástico, uno en cada extremo, de brazos cruzados. Habían peleado, eso estaba
claro.
El investigador se fijó en el papel amarillo que Andrés tenía entre sus
manos, lo sostenía sin ganas, de los bordes, como si este estuviera maldito, y
quizá lo estuviera. Adam, se acercó al muchacho, no fue difícil quitarle el
papel, un simple post-it corriente. “Gaby” Decía, escrito en color rojo, el
investigador no creía que fuera sangre, sino un intento de intimidarlos.
—¿Dónde estaba?—preguntó Adam.
—En la planta de mi zapato derecho—confesó Andrés, jugando
nerviosamente con sus manos.
—¿Cuándo lo encontraste?
—Al despertar, mi padre lo descubrió.
El investigador observó el post-it, tan solo tenía unas pocas partículas de
polvo, en la parte del pegante, pero estaba prácticamente limpio. Si estaba en
el zapato del joven desde hace mucho tiempo, debería estar sucio, pero no era
el caso.
El papel debió haber aparecido en la mañana, en la llamada Andrés
confirmó que no sabía nada del papelito, tan solo apreció por arte de magia,
misma magia que se había llevado a Gabriela. Extraño. Adam, metió la mano
dentro de su chaqueta, acariciando la suave tela que lo protegía del frio de las
lluvias, sus dedos rozaron un bolsillo en aquella cara interior del abrigo, de allí
sacó, una pequeña bolsa transparente hermética, donde guardó el post-it. Lo
estudiaría después.
Gómez se sentó al lado del señor Alonso.
—Señor Alonso, para empezar a buscar a sus hijas, necesito información
sobre ellas—hizo una pausa—. Necesito información de Carol, ¿Tiene alguna
idea de qué la pudo haber acorralado para caer del puente?
Aquel padre preocupado, pareció hacer oídos sordos a la pregunta del
investigador. Estudió las palabras que iba a soltar cuidadosamente, luego las
liberó.
—Mi relación con Carol nunca fue cercana, su madre la conoce mejor.
—¿Está seguro que no sabe nada? ¿No vio nada sospechoso en ella?
¿Algún comportamiento extraño? —contestó el investigador.
El señor Alonso de nuevo cayó en el silencio, evitó la mirada del
investigador. Lugo de un minuto respondió.
—Carol tenía una amiga, su mejor amiga. La chica se quedó en casa
nuestra, pero no la recuerdo, ella murió hace dos meses. Mi hija, Carol, quedó
devastada y triste. Pero nunca me contó nada, no tenemos confianza.
Adam procesó la información, otra muerte cercana, un dato muy
interesante. Tenía que ir a hablar con los padres de esa chica, pero primero
tenía que acudir a la cita con la directora de la universidad de Carol.
—¿Recuerda el nombre de la chica, o su apellido?
—No recuerdo nada de eso, sé que la amiga de Carol vivía cerca de
nosotros, a cinco cuadras, recuerdo que me pedía que la llevara cuando yo iba
de camino a otro lugar, e iba a pasar por ahí.
Adam miró su reloj, debía irse a la universidad de Carol. Ya tenía un dato,
buscaría la dirección del señor Alonso y llegaría a la casa a cinco manzanas
del lugar.
—Le agradezco.
Adam se fue del lugar, pensando en la información nueva que había
logrado recolectar.
*
Durante todo el camino, Adam buscó una manera de conectar la muerte de
la amiga de Carol, con el peculiar suceso de la chica, pero no lo consiguió.
Probablemente por la preocupación de llegar tarde a la cita con la directora.
Por suerte no fue así, ya se encontraba cruzando las instalaciones de la
bonita universidad, diez minutos antes de la cita. Era una universidad muy
espaciosa y costosa, todos los chicos se le quedaban viendo, pues la mayoría
eran muchachos que no sobrepasaban los veinticinco años. Algo rondó la
mente del investigador, quizá fue el estrés universitario, lo que la empujó por
el risco.
—Buenas tardes, investigador Gómez. ¿En qué le puedo colaborar? —
saludó la directora Rosas, como leyó Adam en su escritorio.
—Buenas tardes, señorita Rosas. Vine a hablar sobre Carol, me gustaría
que me facilitara sus calificaciones, o me notificara de algún problema con
otro estudiante, o cualquier inconveniente relacionado con ella.
—Carol Alonso, siento mucho lo que ha pasado—dijo la mujer ordenando
los papeles sobre su escritorio, para segundos después mostrárselos al señor
Gómez.
Adam tomó los papeles, los estudió.
—Pero aquí solo hay buenas notas—masculló Adam, para sí mismo, pero
la mujer lo escuchó.
—Carol es una buena estudiante, no hay más en su registro, no tiene
problemas con otros estudiantes. Por si lo necesita, este es el horario de clases
de Carol, quizá pueda recolectar más información si le pregunta a sus
compañeros.
—No le hago perder más tiempo, hasta luego—se despidió Gómez,
fijándose en el horario.
Los compañeros de Carol estaban a punto de salir de clase, tendrían un
hueco de cuatros horas antes de volver a clase.
Gómez buscó las redes sociales de Carol, no fue difícil encontrar una foto,
en la que el fondo fuera las instalaciones universitarias, estudio el rostro de la
chica a su lado en aquella foto, probablemente su amiga.
Adam se recostó en una pared dispuesto a esperar, observando su alrededor
con su usual semblante serio, impenetrable. A lo lejos creyó percibir a la chica,
la amiga de Carol, según la etiqueta de la foto se llamaba Mia. Le clavó la
mirada, tenía que hablar con ella.
La chica no tardó más de unos minutos para percatarse de que la
observaban, luego le susurró algo a su grupo de amigas, para que justo
después todas voltearan a verlo, mostrando cuan disimuladas eran. Mia se
despidió, y empezó a caminar en dirección a Adam, observando sus
alrededores.
—Tú tienes que ser el investigador Gómez—expresó la chica al llegar
frente a él.
Adam no hizo más que levantar una ceja, como un gesto de interrogación,
que la chica comprendió al instante, y la obligó a continuar.
—Eres el único hombre mayor de 25 años. Andrés me lo ha contado, me
ha dicho que estás a cargo de la investigación.
—Estás en lo cierto, veo que ya estás al corriente de lo sucedido, así que
no hace falta explicar porque estoy aquí, hablando contigo—dijo el
investigador para acto seguido mirar el reloj.
—Si pretendes que yo sea de ayuda, estás equivocado. Carol tenía una
coraza que decidía utilizar cuando se le preguntaba por su vida privada. Tan
solo hablábamos del chico que Carol quería para su siguiente noche, no creo
sea de ayuda.
—Al parecer, no estás de luto.
—No está muerta—contratacó Mia.
—Pero si en coma—replicó Adam.
La chica quedó en silencio, indefensa, como si estuviera defendiéndose
con una ametralladora que se ha quedado sin balas.
—Tiene suficientes personas para que la lloren, yo no lo haré—dijo a la
final la chica.
—¿Suficientes personas? — preguntó Adam siguiéndole el hilo a la
conversación.
—Pues claro, es la chica más popular de la Universidad. Mi compasión no
le hará falta.
—¿Es que ya no eran amigas? —continuó Adam, aprovechando que la
chica seguía hablando.
—Claro que no. Debería estar agradecida de que la perdonara después de
todo lo que ha hecho.
—No pensarás que vine hasta acá para que me cuentes tan poco ¿O sí? —
contestó Adam, buscando exprimirla como una naranja, que soltara toda la
información.
—Ya te lo dije, no se mucho. Si te sirve de algo, Carol estuvo en mi casa
hace dos semanas, se comportaba extraña, tenía cambios bruscos de estado
anímico. En medio de todo aquello se echó a llorar, diciendo que no tenía el
valor, me pidió un vaso de agua. Cuando llegué de la cocina con el vaso de
agua, había desaparecido de casa, probablemente desde la ventana. Mi
habitación quedó desordenada, como si hubiera husmeado en ella, desapareció
junto con ciento cincuenta mil pesos.
—¿Le hiciste el reclamo? —continuó Adam.
—Lo intenté, pero ya te lo he dicho, es la palabra de la chica más popular
contra una chica corriente.
—Seguro que te acuerdas de algo más—apostilló Adam. La chica no dijo
nada más—. Llámame, cuando te acuerdes.
Antes de irse, le ofreció a la chica una tarjeta con su número. Adam se
escondió ágilmente en la entrada, y tal como sospechaba Mia salió de la
universidad. Se detuvo para hacer una llamada.
—Mamá ¿Dónde estás? Necesito que me prestes tus llaves de casa, he
perdido la mías y necesito ir a casa, no me siento bien—anunció la chica y
después de unos segundos colgó.
¿De repente Mia se sentía mal y necesitaba ir a casa? Que cosa más
extraña. Interesante, pensó Adam mientras se dirigía a su auto de nuevo.
Llamó a Alex, le contó a rasgos generales lo que había pasado con Mia y le
pidió conseguir su dirección, y la de la otra chica, la que según el señor
Alonso vivía a cinco cuadras de su casa.

Adam llevaba el carro lento, porque iba mirando las direcciones de las
casas, comparándolas con el papel, en el que había anotado la dirección que le
dio Alex, la de la chica que vivía cerca de Carol.
—Es justo aquí—dijo para sí mismo Adam.
Aparcó y se dirigió a la puerta de entrada. Tocó el timbre, nada sucedió, lo
hizo dos veces, esta vez surtió efecto. Una mujer rubia, abrió la puerta, quedó
en silencio expectante a las palabras de Adam.
—Mucho gusto, mi nombre es Adam Gómez, investigador de la
corporación policiaca—dijo estrechando la mano con la mujer, parecía
desconfiada. Siento mucho interrumpirla, pero necesito hacerle unas
preguntas, no tardará.
La mujer dirigió su mirada a la placa que cargaba Adam en el bolsillo
situado en su pecho, luego lanzó una sonrisa diminuta y lo invitó a pasar.
Seguido de eso, la mujer desapareció unos segundos en la cocina y volvió con
dos cafés.
—Señora Castillo, soy el investigador a cargo del caso de Carol Alonso.
La mujer dio un respingo al escuchar el nombre. Pero al mismo tiempo su
rostro reflejó confusión.
—¿Caso de Carol Alonso?—repitió la mujer forzando su memoria.
—Supongo que no está enterada, así que le resumiré brevemente los
acontecimientos. El viernes pasado, Carol Alonso cayó del puente frente a la
universidad Imperial.
—Pero no entiendo que función cumplo en su investigación—expuso la
mujer.
—Me he enterado que Carol era muy amiga de su hija, creo que su muerte
pudo llevar a Carol a la depresión. Necesito que me cuente los hechos,
incluyendo toda la información que pueda darme de su hija.
La señora Castillo comprendió la situación al instante, tomó una gran
calada de aire, para preparase, para tener la valentía de hablar sobre su hija
recién fallecida.
—Mi hija, Karol, bueno todos de cariño de decían Karo, ella tenía 18 años
recién cumplidos cuando… cuando falleció— la señora Castillo hizo una
pausa, en la que empujó sus lágrimas hacia atrás respirando hondo—. Para el
cumpleaños número 18 de Karo, pidió una fiesta. Cuando mi madre falleció,
me dejó una propiedad a las afueras de la ciudad, allí se celebró la fiesta por
petición de Karo. Invitaron a muchas personas, algún invitado de la fiesta,
activó la estufa y propició un incendio. Karo se estaba cambiando, compró
muchos vestidos para ese día. El fuego comenzó a revestir las paredes, hasta
adentrarse al cuarto donde Karo se cambiaba, era una casa antigua, y la pared
estaba rota—un sollozo, acompañado de una lagrima, le impidió a la señora
Castillo seguir hablando—. La chapa del cuarto de karo se atoró, sus amigas
vinieron a ayudarla, pero no consiguieron sacarla, todas salieron corriendo
fuera mientras el fuego consumía la casa.
La señora Castillo, rompió en lágrimas, una tras otra no pretendía dar
tregua. Evitó la mirada del investigador e intentó calamar sus sollozos, pero
esto solo terminó por empeorar la situación.
—No se preocupe, tómese su tiempo—dijo el investigador.
Fueron necesarios cinco minutos de pausa, para que la mujer reanudara la
historia.
—El lugar está muy alejado, sus amigas intentaron llamar a las
autoridades, pero ninguna tenía señal en su celular. Caminaron por horas hasta
el lugar más cercano con señal. Súmele a todo ese tiempo, lo que los bomberos
tardaron en llegar, Karo…. Karo—hizo una pausa y sus ojos se tornaron rojos
—. Karo era solo cenizas. Las autoridades afirman, que probablemente el
humo la fue ahogando, hasta que quedó dormida, y el fuego se la llevó.
A medida que la mujer contaba la historia, Adam imaginaba la historia en
su cabeza, por lo que cuando terminó de contarla, su rostro estaba horrorizado.
—¿Cómo sabe todo eso?—preguntó Adam.
—Sus amigas me lo contaron, y la investigación de la policía concordó.
—¿Nunca supieron quien inició el incendio?—continuó Adam.
—El fuego quemó todas las evidencias, pero cualquiera lo pudo haber
hecho, la mayoría de los invitados estaban atestados de alcohol, según las
pruebas de la policía.
—¿Entre las amigas de Karo, estaba Carol Alonso?
—Sí, ella era la mejor amiga de mi hija. Eran tan parecidas—dijo la mujer
rememorando algún recuerdo viejo.
—¿Usted cree que ese haya sido el factor que impulsó a Carol para saltar
de un puente?—aventuró el investigador.
—No sería una locura, después de todo me acompañó en la pena, y
siempre me dijo lo frustrada que estaba, que sentía que pudo haber hecho más.
La mujer enjuagaba sus lágrimas con dedos, los cuales quedaron
completamente empapados. Adam observó la sala de estar de la casa, sus
paredes eran blancas, decorados con finos cuadros y algunos otros diseños, en
una mesa cercana encontró fotos de la familia.
—¿Ella es Karo?—preguntó Adam a la mujer, quien no dijo nada, solo
asintió.
Más adelante, encontró una foto de Karo y Carol, juntas. La señora castillo
tenía razón, eran muy parecidas. Ambas tenían el cabello castaño, los ojos
verdes y las facciones finas.
—Son muy parecidas—dijo en voz baja Adam.
—Lo son, hermanas separadas al nacer, decían ellas. Cuando veo a Carol,
siento que ahí está mi hija. Era extraño para mí, que no viniera a saludar, pero
no sabía nada de lo ocurrido.
Adam se despidió de la señora Catillo, agradeciéndole por contarle aquella
historia, que no era fácil ni siquiera de recordar. Adam salió con la cabeza
hecha un desastre. Estaba a punto de arrancar su auto, cuando vio una figura
moverse, alguien encapuchado, que al percatarse de que Adam lo había
divisado, salió a correr. Adam se apresuró a encender el carro lo más rápido
que pudo, pero entonces la persona desapareció en un callejón, estaba
dispuesto a seguir a la persona, pero entonces le entró una llamada.
—Jefe, venga a la estación de policía, tiene que ver esto.

Andrés y su padre, habían logrado hacer las paces. Ambos portaban un


semblante, desgastado, exhausto, adormilado. Los surcos de sus ojos
permanecían casi cerrados y debajo de sus ojos descansaban manchas
moradas, testigos de primera mano de todo el sufrimiento que presenciaban.
Salieron a almorzar a un lugar cercano al hospital. Para cuando volvieron,
recibieron buenas noticias, al parecer la señora Alonso, estaba mejorando. Ella
si conocía Carol, y podría representar una luz entre tanta oscuridad de duda.

10

Adam abandonó la idea de seguir a esa persona, sería un pequeño criminal


que le haría perder tiempo en su investigación. Sus planes de acudir a casa de
Mia, fueron frustrados por esa llamada.
Se dirigió a la estación de policía tan rápido como pudo. Aparcó el auto, se
tomó cinco segundos de descanso antes de bajarse del choche. Cruzó la
entrada del lugar, no tuvo que caminar más de unos quince pasos, para ver a
Alex, pasear de un lado a otro, esperando al investigador.
—Qué suerte que llega ahora, jefe. ¿Recuerda la celda en la que estaban
los chicos que detuvimos ayer? Esto apareció con ellos—Alex sacó un post-it
de su bolsillo.
Era el mismo post-it amarillo que Andrés le había mostrado, incluso tenía
la misma tinta. Pero ahora, tenía una carita feliz dibujada, de la cual chorreaba
la tinta roja. Estaba limpia. Adam no dijo más, se quedó observando a Alex en
busca de respuestas.
—Esta mañana cuando fui a revisar la celda para interrogarlos, encontré el
papel en el suelo, y ellos estaban durmiendo profundamente. Lo que más me
preocupó fue que la puerta fue forzada, la abrieron. Requisamos los chicos de
inmediato peor ninguno llevaba ningún objeto capaz de forzar una cerradura—
finalizó Alex.
Adam, sacó otra de sus bolsitas hermética y guardó el post-it. Aunque su
rostro nunca develara sus pensamientos o sentimientos, la realidad es que
estaba preocupado y con la mente hecha un lio, mucha información, para que
tan solo fueran las tres de la tarde.
—Quiero hablar con ellos—ordenó Adam.
Cuando se acercó a la celda nueva donde decidieron trasladarlos tras el
incidente con la cerradura, los vio en un rincón. El chico estaba abrazando a la
chica, cerró los ojos para recordar sus nombres. Ían y Abby, lo había leído en
sus documentos antes de que lo encerraran. Si algo debía agradecer Adam era
su gran memoria, si no la tuviera probablemente no sería investigador.
—Sáqueme de aquí, por favor—Abby se levantó de su lugar, corriendo y
tirándose contra los barrotes, develando una imagen deplorable y un rostro
enjuagado en lágrimas.
Adam le dirigió la mirada a Ían, buscando una respuesta en él.
—Todo esto la afecta mucho—fue lo que Ían dio por respuesta.
—¿Quién de ustedes me va hablar de la nota? —preguntó en tono serio y
autoritario Adam, lo que terminó por descomponer más a Abby.
Ían se acercó a abrazar a Abby, mientras su rostro reposaba en su hombro,
le respondió al investigador.
—Todo eso fue nuevo, no vimos la nota antes de dormirnos, no la hicimos
nosotros. Tampoco nos dimos cuenta cuando forzaron la chapa, nosotros no
intentamos forzarla, no teníamos con qué.
—¿Es todo lo que sabes?
—Ayer, en la noche creí divisar una figura, pero vestía realmente ancho,
por lo que no pude definir su sexo a partir de su complexión, además venía
completamente tapado. Pudo haber sido una alucinación mía, pero le aseguro
que aunque solo fueron unos segundos creo que la vi.
El estómago del investigador Adam Gómez, rugió para exigirle comida.
—¿Podemos salir? —preguntó Ían quien al parecer repitió la pregunta que
Abby no logró formular.
—Ya miraremos después de que anote lo ocurrido.
Adam sacó una libreta, y un bolígrafo de tinta negra desgastado. Este se
resbaló entre sus dedos y cayó por el piso rodando. Adam estaba tan cansado
del día, que no se aceleró para impedir que fuera más lejos. Lo dejó rodar,
hasta que chocó con una esquina.
Cuando se agachó para recogerlo, vio algo que le llamó la atención una
horquilla de cabello, un pasador de esos que usan las mujeres para sus
peinados. Volteó a ver qué tan lejos estaba de la celda de los chicos, y parte de
su teoría encajó. Se acercó de nuevo a los chicos, Abby seguía en el hombro
de Ían.
Adam le enseñó el pasador de cabello a Ían, quien al principio solo se
quedó mirando confundido, pero luego entendió a lo que se refería el
investigador.
—¡NO! —Prácticamente gritó el chico—. No sé de donde salió eso, pero
le aseguro que no lo utilizamos para forzar la cerradura.
Las pruebas estaban en su contra, ya que el pasador de cabello había
perdido su forma original, había sido utilizado para manipular la cerradura.
—No es lo que parece—apostilló tranquilo el investigador—. Este pasador,
estaba a menos de dos metros. Pudiste haberlo lanzado lejos para deshacerte
de él, una vez forzada la cerradura.
—Pero…—el chico se estaba quedando desarmado, hasta que se le ocurrió
que decir—. ¿Para qué me habría tomado tantas molestias, para quedarme aquí
dentro?
Esa pregunta desbancó la teoría del investigador, pero este tuvo otra
respuesta ingeniosa.
—Quizás te arrepentiste, o sabías que no durarías mucho antes de volver
aquí, sería sospechoso.
El investigador se alejó, hizo oídos sordos a las suplicas sollozantes de
Abby, y las derrotadas de Ían.
—Alex, no los pierdas de vista. ¿Ya revisaron las cámaras? —preguntó
Adam.
—Jefe, ¿Olvida que hace una semana las cámaras fallaron y el estado no
ha querido soltar dinero para arreglarlas?
Adam maldijo en su interior. Algo estaba pasando, algo muy fuerte.
—Alex, necesito la dirección de Ían y Abby, si me da tiempo iré a
investigar sus casas.

11

Ya era hora pico, así que el tráfico esperaba a Adam. Se resignó ante la
espera en el tráfico, encendió la radio, necesitaba música. El rocío decoraba el
parabrisas con pequeños puntos que se adherían. Rocío que advertía lluvia, las
nubes permanecía oscuras, todo el día había estado oscuro, el sol se dignaba a
salir.
Adam se acomodó en su asiento, estiró los brazos y bostezó tan fuerte que
los ojos se le aguaron. Necesitaba conservar la calma, se estaba volviendo
loco. Se sentía frente a un rompecabezas, con muchas piezas, pero ninguna
encajaba con la otra. Se sentía acorralado, con toda la información que había
recolectado, le parecía imposible no haber deducido nada.
Llegó a casa cuando el cielo se cambiaba a nocturno, su estómago volvió a
rugir. Había estado tan concentrado en el caso que había olvidado que su
última comida fue el desayuno. No quería pensar en más tráfico, por lo que
decidió caminar siete cuadras, con su paraguas al lugar de comidas rápida más
cercano. Pidió una hamburguesa y se sentó a comer, pensativo, triturando cada
mordisco de hamburguesa, cuidadosamente, como si esta fuera la información
que procesaba.
En las ventanas del establecimiento, notó el agua caer a chorros, llegaría
lavado a casa. Estaba empezando a considerar odiar la lluvia, solo le traía
problemas.
Llegó a casa tal y como había presupuestado, mojado hasta el alma. Entro
al baño y se despojó de su ropa, dispuesto a tomar una ducha terapéutica que
lo calmara, llena de vapor. Se ordenó a sí mismo no pensar en el caso mientras
se duchaba, se iba a regalar esos minutos para él.
Salió despejado de su ducha, listo para pensar y pensar hasta encontrar una
respuesta convincente. Su celular vibró, había llegado un nuevo mensaje, que
no podía ser de nadie más, sino de Alex. Allí estaban, las direcciones que
había pedido, las anotó en su libreta y eliminó el mensaje. Se volvió a
concentrar en organizar la información que tenía.
Carol:
Chica de 20 años, estudiante de la universidad Imperial, con excelentes
promedios, y es la chica más popular. Tiene una mala relación con su padre,
sin motivo aparente. Ex-amiga de Mia, su compañera de Universidad, porque
hace dos semas ella apareció en su casa, llorando, diciendo que no tenía el
valor suficiente y luego huyó con ciento cincuenta mil pesos de Mia, y cuando
esta intentó reclamarle, nadie le creyó.
Luego, también era amiga de Karo, una chica de 18 años, amiga de barrio
de Carol. Que murió dos meses atrás, en un incendio por causas desconocidas.
Carol probablemente se sentía culpable no haber podido ayudar en la causa.
¿Qué razón era tan fuerte para obligarla a saltar del puente? ¿O alguien la
había obligado a saltar del puente?
Lo que le había contado Mia, le sonó al investigador, en primera instancia,
como una amenaza. Como si alguien le pidiera dinero a costa de arrebatarle
algo en caso de que no lo consiguiera, y quizá no lo logró reunir, y esta
persona la obligó a saltar, o lo hizo ella buscando escapar.
¿Pero quién?
La muerte de Karo también era muy misteriosa, alguien había planeado
cuidadosamente como matar a Karo. Para Adam era muy extraño que
accidentalmente la estufa se hubiera accionado y nadie se hubiera dado cuenta
hasta que fuera tarde. También, la chapa estancada debía ser una trampa
planeada. Incluso la ubicación sin señal para celular. Alguien lo había
planeado, pero alguien con demasiado odio, para quemar literalmente a su
enemiga.
Adam creía que debía ser la misma persona, que quiso acabar con Karo, y
meses después con Carol. Un enemigo común,
Luego estaban las notas.
En el zapato de Andrés aparece una nota con la palabra Gaby, en tinta roja,
en un post-it amarillo.
En la celda de Ían y Abby, aparece uno igual, con una carita feliz, llorando
sangre. Adam enserio quería creerle a los chicos, pero el pasador de cabello
estaba en su contra. Pero incluso si ellos fueran los responsables, ¿Por qué se
quedarían después de forzar la chapa? ¿Cómo habrían logrado llevar un post-it
hasta el hospital, y devolverse sin ser vistos por ninguna cámara? ¿Qué sentido
tendría hacer eso?
Por más que sentía que no era así, por el momento ellos eran los primeros
sospechosos.
El investigador cayó en los dulces brazos del sueño, después de pensar en
el caso al menos dos horas seguidas.

12

Adam despertó, incluso dormido su inconsciente no había parado de darle


vueltas a la situación. Tenía un montón de ideas para seguir recopilando
información. Se levantó de tirón, con energía.
Una vez fuera de su apartamento, caminaba vigoroso, esperanzado de
encontrar una respuesta. Y es que así era él, en ocasiones perdía la fe
repentinamente, pero después volvía cuando más la necesitaba, como un
sistema de reserva.
Recibió un mensaje de Andrés, al parecer él y su padre, habían regresado a
casa. Adam se puso manos al volante, debía ir a esa casa, que seguro escondía
secretos maravillosos para la investigación. Más tarde revisaría las casas de
Ían y Abby.
Tocó la puerta y fue Andrés quien recibió al investigador. El chico parecía
distraído, alejado. La casa tenía un aspecto descuidado, el polvo empezaba a
formar una leve capa sobre el piso, había algunos platos con restos de comida.
Se sentía el dolor en el ambiente, la desilusión.
El señor Alonso, bajó las escaleras, mientras el investigador ojeaba todo el
lugar, mientras Andrés permanecía expectante.
--Lamento molestarlos—comenzó Adam, intentando levantar el cruel
silencio que ceñía el hogar—. Pero me gustaría inspeccionar la habitación de
Carol, y si es posible la de Gabriela.
El señor Alonso arrugó el entrecejo y sus músculos faciales se tensaron,
parecía una persona diferente a la que había permanecido en el hospital, más
gruñón, más autoritario.
—Andrés le mostrará sus habitaciones—dijo el señor Alonso,
desapareciendo tan rápido como llego por las escaleras.
Andrés no dijo nada, parecía sentirse más cómodo en el silencio. Empezó a
caminar, mientras Gómez solo lo seguía, observando los retratos de la casa.
Retratos de una familia feliz, que ya no existía, que se estaba desmoronando y
el estado e chica casa lo demostraba.
La habitación de Carol, era demasiado neutral, no tenía los típicos colores
asociados a las mujeres, como el rosado. En cambio, prevalecía en su cuarto el
color azul rey, oscuro, profundo. Si fuera porque Andrés había asegurado que
era la habitación de Carol, el investigador hubiera asegurado que era del
propio Andrés.
La habitación estaba inmaculada, libre de residuos, basura, o desorden,
estaba perfecta. Debía adjuntar a la lista de cosas que sabía sobre Carol, su
cualidad para organizar los espacios, muy ordenada. Incluso contaba con una
pequeña caneca de basura, al lado de su escritorio. Adam empezó a buscar en
la primera mesita de noche, en los cajones.
Andrés no presentó discusión para proteger los cajones de su débil
hermana. No encontró más que fotos de Carol, unas cremas de cuidado facial
y esmaltes de uñas de todos los colores imaginables. El contenido de la otra
mesita de noche no distaba mucho del primero.
—¿Ustedes limpiaron la habitación?—preguntó Adam.
—No. A Carol no le gusta que nadie entre sin su permiso, ella misma
limpia su habitación siempre.
Después de esa respuesta, por alguna razón el investigador sintió la
necesidad, de comprobar que había bajo la cama. Allí, había una bolsa negra,
aquella que se utilizan para la basura. Adam la sacó del escondrijo y observó
una jeringa en el fondo, junto con paquetes de papitas fritas. Sacó la jeringa,
carente de punta metálica, y se la enseñó a Andrés.
—¿La habías visto?—continuó Adam.
—Carol no me deja entrar a su habitación.
Adam se acercó a la caneca de basura de su cuarto, no estaba para nada
asqueado, puesto que estaba debería contener material de papelería. La vació
en la bolsa negra, efectivamente encontró papeles arrugados, todos en blanco.
Eso era extraño ¿Por qué los tiraría a la basura si aún podía usarlos? Continuó
desarmando las bolas de hojas, y mientras hacía esto, una pieza metálica cayó
y resonó en el silencio contra el suelo. Era la punta metálica que le hacía falta
a la jeringa, esta tenía restos de sangre, pero el líquido se había adherido al
papel, la habían tratado de limpiar y esconder.
Adam iba guardando las evidencias en sus bolistas transparentes. Su cuarto
tenía un caballete de pintura, con un lienzo que apenas había empezado, tan
solo tenía trazos apenas legibles. Dentro de la silueta, se observaba una chica,
de brazos abiertos y rostro pacifico, el suelo donde estaba parada la chica no
estaba dibujado, solo tenía manchas azueles, aventuró Adam. El cielo del
dibujo, tenía algo parecido a picos. Un cuadro que reflejaba tranquilidad y a la
vez algo de angustia. En la esquina inferior izquierda, se leía “Makram” La
palabra resonó en la mente del investigador ¿Era el seudónimo de Carol? ¿El
título de la obra?
En el tocador, encontró el maquillaje de Carol, perfectamente ordenado, y
en los cajones no había más cosas de la índole, como brochas o esponjas. En el
escritorio descansaba su cuaderno cinco materias de la universidad. El
investigador lo estudió, pero solo contenía apuntes universitarios.
Solo le quedaba por revisar su armario, en principio no encontró mucho
más que ropa de colores oscuros, sombríos. Había libros, apilados uno sobre
otro, pero nada fuera de lo normal.
—Quizás debería mirar dentro del peluche rosa—señaló Andrés. Al
parecer este había desaparecido sin que Gómez e inmutara, llegó con un
cuchillo en sus manos. Que acompañado con su rostro cansado ofrecía una
imagen que erizaba el cuerpo de miedo—. Hace unos días, Carol fue a buscar
el kit de costura de Mamá, estaba cociendo ese peluche.
Adam recibió el cuchillo, con el que devanó el oso rosado que Carol tenía
como peluche decorativo, lo decapitó y busco en su estómago señal de un
objeto. Al no encontrar nada, buscó en la cabeza del oso. De ella, logró extraer
una bolsa de polvo blanco.
—Polvillo de Hada—se burló Andrés—. Lo sabía—comentó el muchacho.
Andrés desapareció por el pasillo, guiando a Adam hasta la siguiente
habitación, la de Gaby.
Esa si tenía pinta de pertenecer a una adolescente, llena de colores pasteles,
suaves. Lo que más destaca de la habitación, era una pequeña estantería llena
de libros. Adam buscó y rehusó lo que no sabía que buscaba, pero todo estaba
en orden, en dicha habitación.
—¿Gaby se llevaba bien con su hermana?—soltó Adam mientras seguía
buscando.
—Eso creo. Peleaban seguido pero se llevaban bien. Aunque a decir
verdad los últimos dos meses antes de lo de Carol, no se hablaban, parecían
desconocidas.
—¿Y tú como te llevabas con Carol?
—Nunca fuimos los hermanos más unidos, pero desde la muerte de su
amiga nuestra relación familiar casi de dio por acabada. Ella actuaba extraño,
parecía otra persona. No entendía mis chistes y se limitaba reír bajo, buscando
huir de la situación.
—¿Sabes algo del cuadro que está a medio empezar en su habitación?—
continuó Adam.
—¿El Makram? No sé mucho, solo sé que ha estado trabajando en él un
montón de veces, pero nunca iba más allá del boceto.
—¿Tienes hambre? Yo invito el almuerzo y de paso podrías seguir
hablándome de Carol
Andrés se tardó en responder, pues no asimilaba la idea de que un
investigador le invitara un almuerzo para hablar de su hermana. Pero habían
sucedido tantas cosas extrañas que esa pregunta se sintió de lo más normal.
Adam presentía que Andrés sabía mucho más de lo que había soltado hasta
ahora.
Fueron a buscar almuerzo, en la plazoleta de comida del centro comercial
más cercana, una vez el pedido estuvo hecho y la comida llegó a la mesa, la
conversación se volvió a reanudar
—¿Carol tuvo algún otro comportamiento extraño del que deba enterarme?
—dijo Adam.
—No se me ocurre nada
Adam empezó a comer su pechuga a la plancha, esperando al muchacho
que parecía esforzarse en recordar.
—Hace unas semanas, Carol se me acercó pidiéndome dinero prestado.
Cuando le pregunté para que lo quería, me dijo que su vida dependía de ello.
Lo tomé como un chiste, de eso que acostumbrábamos a hacer antes de la
muerte de su amiga. Pero en realidad no sé qué quiso decir.
“Mia” Pensó rápidamente Adam
—¿Cuánto dinero?
—Doscientos mil—replicó Andrés—. Ahora pensando, por esos mismos
días, me pidió que la acompañara hasta este centro comercial, sin pedir
explicaciones. El punto es que siempre había percibido a Carol como una
mujer independiente, nunca creí que me pidiera acompañarla.
Adam pensó que estaba intentado huir de una persona, de quien sabía que
estaba tras ella. Ahora solo necesitaba un porqué.
—¿Por qué crees que tenía eso en su peluche?—interrogó Adam.
—Quizá para huir de sus problemas, de los gritos de papá—esto último se
le escapó a Andrés, e inmediatamente cambió el tema—. No lo sé, el estudio
parecía tenerla estresada.
—¿Los gritos de papá?—sacó a relucir Adam—. ¿Por qué no tenían una
buena relación, tampoco la tienes tú con tu padre?
Andrés pareció ponerse nervioso con la pregunta. Tragó saliva demasiado
fuerte y Adam notó como su respiración se volvía arrítmica.
—Papá es… Bueno él es… Estricto. Siempre le reprochaba a Carol, por no
ser como Gaby. A papá no le gustaba que Carol anduviera metida en fiestas o
con novios, aunque a decir verdad papá siempre le reprochó todo—se le
escapó a Andrés—. Aunque conmigo siempre ha sido igual—agregó Andrés
intentando arreglar la situación, pero tan solo la empeoró.
—¿Tu padre infringe castigos físicos?
—Sí…no, es decir…—dejó la frase en el aire, incompleta mientras se
apresuraba a darle un trago a su gaseosa.
Adam debía organizar la información con la que contaba, antes de
aventurar a obtener más, pues se le podrían escapar datos importantes. Se
despidió del muchacho, necesitaba ir a casa y hacer sus diagramas de
investigación.

13

Ya en casa, decidió que necesitaba escribir la información que había


recolectado. Entonces, colgó tres tableros, en la pared que tenía presupuestada
para ello, desde hace un año. Los tres tableros parecían uno solo. Buscó sus
marcadores para tablero, en su armario. Allí había marcadores de todos los
colores.
Empezó escribiendo las convenciones del gran mapa que presentía venir.
Utilizaría color rojo para marcar sus teorías, negro para lo que estuviera
seguro, y azul para aquello que no le sonaba, pero aun así, había sido
información de primera mano de un testigo.
En los bordes del gran tablero que formaban los cuatro, escribió los
nombres desconocidas, y con morado escribió el testimonio de cada persona
con la que había tenido la oportunidad de hablar. Observó el tablero cuando lo
hubo acabado, de pronto recordó el cuadro de Carol, era tan abstracto, tan
macabro, era el verdadero mapa de la respuestas, pero estaba indescifrado, e
incompleto.
Se dejó caer sobre el sofá, hundiéndolo un poco a su paso. Ahí estaba,
observando un enorme tablero, definitivamente su estilo de vida distaba
mucho del de los hombre su edad. Aunque se distrajo pensando eso, una idea
se conectó en su mente. La teoría uno.
Había encontrado en la habitación de Carol, una jeringa y un paquete de
“polvillo de Hadas. Además, la chica se había comportado extraña un
sentimiento de culpa la invadía, algún invitado de la fiesta de Karo debió
culparla de la muerte de su amiga, o por el contrario intentaba proteger a
alguien, ahora solo necesitaba saber quién era ese alguien.
La primera persona que surcó sus pensamientos fue Mia, ella no parecía
preocupada sobre su amiga, sin duda lo del robo tenía que ser verdad, se lo
habían dicho dos personas. Quizá Mia fuese quien la atormentara, pues como
ella misma dijo, Carol tenía suficientes personas que la lloraran, es decir,
muchos amigos. Quizá quería quitarle el lugar, pero haciéndolo desde el
anonimato, sin llegar a creer que su amiga robaría el dinero de su propia casa.
Tenía muchas dudas, pero seguro que la persona encargada del asesinato de
Karo, era la misma del de Carol, y la desaparición de Gaby…
Luego prefirió inculpar al padre de Carol, en propias palabras de Andrés,
era muy severo en sus castigos y siempre tuvo una mala relación con Carol.
Además, este no lucía consternado por el accidente de Carol, solo se preocupó
cuando Gaby estuvo involucrada en el asunto. Pero él no secuestraría a su
propia hija, eso sería estúpido ¿o no?
Si Andrés hubiera contado con motivos para acabar con la amiga de su
hermana, dos meses atrás, probablemente no hubiera sido invitado a la fiesta.
Ían y Abby, venían de parte de Mateo…
Todo era muy raro. Por el momento… el incompleto boceto de Adam,
apuntaba a Mia.
A no ser, que todo se tratara de un suicidio, de que Carol hubiera manejado
su depresión a escondidas, y cayó.
Esa idea no dejó de dar vueltas y vueltas en la cabeza de Adam, hasta
marearlo. ¿Qué tan probable era la opción de un suicidio? No lo suficiente
para detenerlo. No, él lo iba a resolver. Aquella voz interior no lo dejaba,
respirar, había empezado ese proyecto, ahora debía finalizarlo.
Adam, ya había entregado los Post-it, a Alex, y los resultados de ese tipo
de estudios siempre eran tardíos, debía continuar con su investigación, a solas.
Pero Adam aún tenía muchas ideas que explotar.
Este había acordado reunirse con Alex, dentro de una hora. En el auto, le
siguió dando vueltas al asunto. Se dedicó a recordar caso pasados, resueltos,
así sería con este. Pensó, pero aún había mucha tela que cortar en el juego del
culpable.
Saludó a Alex, con su usual semblante serio. Pero en el fondo se alegraba
de verlo pues desde hace unos pocos años, era su familia, o algo así. Pues
pasaba mucho tiempo con él, en los casos. Era una verdadera amistad, una de
las cosas más importantes en la vida.
—Creo que deberíamos revisar las redes sociales de la chica, de Carol
Alonso—afirmó Adam.
Alex, no dijo más, se puso manos a la obra. Primero busco el perfil de la
chica, en el navegador, como todo el mundo lo hacía.
—La cuenta fue borrada, señor—declaró Alex, buscando nuevas
respuestas de otras redes sociales, pero no encontró nada.
A Adam le hubiera dado igual que la hubieran bloqueado, o ella o quien
fuera. Pero, es que la situación era diferente, Adam había visitado sus redes
sociales, justo antes de hablar con…Mia.
—Ya sabes que hacer—repuso Adam, pensativo.
Alex era un gran hacker, ese era el motivo por el cual coincidieron en el
mundo de la investigación. Adam levantó sospecha contra Mia, en realidad
desde la primera vez que la vio, sintió que algo no cuadraba en ella, quizás
fuera algo ajeno al caso, o quizás la evidencia más grande.
Alex tardó en acceder a su cuenta de Facebook, en principio no contenía
nada nuevo, ni especial. Una chica guapa simulando lanzar un beso, como foto
de perfil, y una frase profunda de portada. Luego un montón de imágenes
graciosas o comentarios sin sentido a alguna otra chica, comentarios que
felicitaban cumpleaños o decían cuanto quería a una de sus innumerables
amigas. Pero entonces algo interesante apareció en la pantalla, una publicación
compartida del perfil de Karo. “Gran fiesta a las afueras de la ciudad, por los
18 años de Karo” Decía la foto, con decoraciones por todas partes. La foto
tenía muchos comentarios, de personas preguntando por más información.
Encontró en un comentario el perfil de Andrés, pero al seguir buscando
nombre conocidos encontró a Mia García, había ido a la fiesta al parecer.
Pero es que Adam no se dejó intimidar de la cantidad de comentarios,
siguió buscando nombres conocidos. Pero encontró el perfil de Mateo Castro,
tuvo que entrar a su perfil para corroborar la información, era él, Mateo. El
mismo chico del que su vida pendía en un hilo, en el hospital. Entonces Adam
quedó petrificado. No, no podía ser una casualidad que Carol hubiera
aterrizado sobre Mateo. Adam entonces supo que se enfrentaba a alguien muy
inteligente, perspicaz y benévolo. No tuvo tiempo de recuperarse, porque el
comentario de Mateo fue respondido por Ían Díaz. La mente de Adam se
disparó de ideas.
—¿Carol aun es amiga en Facebook de alguno de ellos?—preguntó Adam.
—Sí, de todos—contestó Alex.
Alex continuó revisando sus redes sociales, Carol había dejado de
responder los mensajes de Facebook. En sus otras redes sociales solo había
fotos, insulsas para la investigación.
El teléfono con el que Carol cayó, no tenía conversaciones, nunca había
descargado ninguna aplicación de mensajería, lo cual era extraño para una
chica “social, extrovertida” sumado eso, tenía quince contactos, ni uno más, ni
uno menos. Ese no era el teléfono de Carol. Pero ¿Entonces por qué lo
cargaba? ¿Dónde estaba el de ella?
Adam recibió una llamada, ya tenía guardado el contacto de Andrés.
—Hola—comenzó el muchacho—. Mamá despertó, ella es la que más
conoce a Carol…
Se oyó un ruido similar a un golpe, como si el celular hubiera caído al
suelo. “Cuelga” Escuchó Adam antes de que la llamada se cortara. Adam se
alarmó y se levantó de golpe de la silla, en dirección al hospital.
—Reúne toda la información que puedas, debo irme—informó Adam, a lo
que Alex simplemente asintió tras la pantalla.
Adam pasó todo el camino al hospital preocupado, aquella voz había sido
muy extraña, gruesa, profunda, pero sobre todo autoritaria. La manera en que
el teléfono fue tirado contra el suelo fue demasiado abrupta y violenta.
Adam llegó al hospital. Encontró a Andrés sentado en una las sillas,
absorto de la realidad, merodeando en sus pensamientos, tanto así que no notó
su presencia. El muchacho repetía un movimiento, se sobaba con cuidado su
mejilla, estaba rojiza.
Algo lo devolvió a la realidad, y al ver a Adam, la respiración se le cortó
unos momentos. El muchacho instintivamente paró de sobar su mejilla, utilizó
su mano para esconder la herida, y de la nada soltó una sonrisa nerviosa,
demasiado automatizada.
—Hola—comenzó Adam pero fue interrumpido.
—Mi padre está con mamá, puede sentarse a esperar. Lo siento por la
llamada, pero el celular se me resbaló—dijo frenéticamente el chico, de
manera automatizada, practicada. Esto lo reconocía Adam, no era la primera
vez que notaba las señales de un mentiroso, pero no iba a decírselo.
—No te preocupes, me pasa todo el tiempo—dijo Adam, con una sonrisa
que despreocupó al muchacho un poco. Adam se dio cuenta que pasos se
acercaban aa ellos, debía ser el señor Alonso—. No olvides que puedes
escribirme, por si necesitas contarme algo.
Adam lanzó ese comentario, porque tenía la impresión de que Adam quería
contarle algo, pero no se atrevía, como si su padre pudiera aparecer en
cualquier momento y castigarlo. Adam se levantó de la silla, pero fue detenido
por el señor Alonso.
—No se preocupe, se ha quedado dormida y la enfermera sugiere dejarla
descansar—comentó el señor Alonso.
Adam disimuló observando su reloj, fingiendo estar preocupado por este.
—Supongo que deberá ser después. ¿Van lejos? Yo puedo llevarlos, tengo
que reunirme con mi compañero de investigación en cuarenta minutos, puedo
llevarlos—sugirió Adam, mintiendo.
—Se lo agradecemos, pero nos gustaría ir pie, es más relajante.
Algo se encendía tras la mirada del señor Alonso, indescifrable. Quizás lo
que más le generó desconfianza a Adam, fue que esperó a verlo arrancar su
auto, para poder marcharse. Adam se alejó del lugar, estaba seguro que el
señor Alonso merodearía por los alrededores asegurándose de que no volviera.
Adam se adentró en el tráfico, por primera vez sin maldecirlo, por primera
vez no tenía afán alguno. Puso algo de música y se relajó cantando. Lejos ya
del hospital paró a comprar algo de comer, y una hora después volvió al lugar.
Dejando aparcado su auto lejos, para pasar más desapercibido, e incluso tomó
otro camino…
Se las arregló para entrar al hospital. Cuando escuchó los pasos del señor
Alonso acercarse, oyó también el ruido de la puerta al cerrarse. La habitación
de la señora Alonso tenía que ser de las primeras en el pasillo. Con cautela que
lo había reinado todo su tiempo como investigador, abrió unas cuantas puertas
silenciosamente, hasta que la encontró, pero ella no estaba dormida, pues
podía escuchar sus sollozos. Al cruzar la puerta descubrió su motivo, tenía la
mejilla derecha roja, al igual que Andrés, pensó. La mujer al verlo se asustó.
—No se preocupe. Soy el investigador Adam Gómez, estudio el caso de su
hija Carol.
La mujer instintivamente, tomó la misma reacción que Adam, cubrirse la
herida con la mano. Casi podía oír su cerebro rechinar, buscando la excusa
perfecta.
—No tiene que mentirme, sé que eso se lo hizo su esposo—aventuró
Adam, pero a juzgar por el rostro de la mujer, estuvo en lo correcto—. La
puedo ayudar, con Carol, con Gaby, con esto. Pero necesito que me colabore,
cuénteme todo lo que sabe.
—¿Con Gaby? ¿Ella está bien? —preguntó alterada la señora Alonso.
Adam recordó que ella no estaba presente cuando eso sucedió.
—Gaby, desapareció en el hospital, horas después de que Carol y usted
fueran internadas.
—¿Por dónde quiere que empiece, investigador? —continuó la mujer,
cabizbaja y afligida.
—Por la herida de su rostro—contestó Adam.
—Mi esposo, él nunca ha sabido manejar bien los problemas. Siempre
necesita descargar sus ira y él—rompió en llanto de nuevo—. Él me golpeó
porque no estaba de acuerdo con él, él no quería que hablara con usted—hizo
una pausa—. Es más, usted debería irse.
—¿Por qué? —preguntó incrédulo.
—Desde que me hizo esto. Ha hecho rondas por dentro y fuera del
hospital, él enserio no quiere que hable conmigo. Se lo digo en serio, váyase.
—Esconda esto—dijo Adam dándole su tarjeta con su número—. Hábleme
cuando pueda, guárdeme como Luciana en su celular, acordaremos cuando
encontrarnos.
Adam decidió creer en las palabras de la señora Alonso, su esposo era muy
extraño. No dudó que podría revisarle el celular y por ello decidió darle ese
nombre en clave. Algo le decía que debería irse de ahí, en ese preciso instante.
Adam siguió su instinto. Salió de la habitación con cuidado, cuando se
dirigía a la salida, quedó pálido. Allí estaba el señor Alonso y Andrés.
—Ya te dije que hicieras silencio! —exclamó el señor Alonso, girando la
cabeza y parte de su cuerpo, hacia Andrés que caminaba tras él.
Gracias a Dios que había girado a hablarle a Andrés, de lo contrario se
hubieran encontrado a cuatro metros de distancia, cara a cara. Andrés sí que lo
había visto. Por suerte, Adam era ágil y volvió hacia el pasillo por donde había
salido. Pero se dio cuenta que este era muy largo, no tenía nada en dónde
esconderse. Rápidamente cruzó en silencio la puerta de la habitación de la
Señora Alonso, mientras hacia un gesto de silencio para que esta no hiciera
preguntas.
Hacia la esquina, había otra camilla de hospital, vacía. La señora Alonso
estaba en la otra camilla, al lado de la puerta. Adam no sopesó la idea ni un
segundo, se metió bajo la otra camilla, la de la esquina, y tiró un poco de las
sabanas para esconderse. No tuvo tiempo de más cuando el señor Alonso ya
cruzaba la puerta. El corazón le latía tan fuerte, que tuvo miedo que resonara
en toda la habitación y lo delatara. Sacó su celular del bolsillo y levantó la
sábana, lo suficiente para que el lente de la cámara pudiera grabar lo que
sucedía.
—¿Por qué aún lloras, mujer!—exclamó enfadado el hombre.
—Tengo motivos para hacerlo—dijo con altanería la mujer, alzando la voz.
—¡A mí me respetas, de lo contrario voy a hacer que tus mejillas
combinen!
—¡No te tengo miedo!—replicó la mujer.
—¡Pues deberías!
Otra bofetada resonó en la habitación. El ambiente se volvió tan tenso que
obligó al señor Alonso a salir. Adam tomó al menos dos minutos de
precaución y salió. La mujer no le dirigió ni siquiera la mirada, todo estaba
aclaro, quería que se fuera.
—No lo olvide, escríbame—le recordó Adam.
—Intentaré hacerlo—dijo con un hilo de voz.
Sabía que Andrés lo había visto, y por ende lo había ayudado a alejar a su
padre, para que pudiera salir.
*
Llegó a casa. Preparó una cena simple, que devoró rápidamente.
Seguramente había dormido en una mala posición anoche, de pensar en lo
agobiante del caso, por lo que la espalda le dolía horrores. Decidió entonces
que debía recostarse en su cama. Cuando se disponía a relajarse, llegó un
mensaje.
«Soy Andrés»
«Pruébalo»—contestó Adam, al darse cuenta que no era el número que
tenía guardado, de Andrés. Este entonces envió una foto de sí mismo, muy
casera como para ser alguien fingiendo ser él, luego mandó una explicación.
«Mi padre podría revisar mi teléfono, este es el que tenía antes.
Investigador, ¿Está seguro de que puede ayudarme?»
«Muy seguro»
«Lo vi saliendo de la habitación de mi madre ¿Ya le ha contado?»
«No, pero tu mejilla roja, es la misma que tenía ella. Puedes contarme»
«Es que él no quería que le contara que mamá despertó, no quiere que
hable con ella»
«¿Por qué no quiere que hable con ella?
¬«Porque sabe todo lo que ha hecho. Casi desde que tengo memoria ha
tenido ese comportamiento violento, pero con los años empeoró para todos en
casa, incluida Carol. Mire, no quería contarle pero, hace unos meses él se
enrolló con una de las amigas de Carol, una chica castaña, no muy alta, de su
universidad creo, no sé si sea útil, pero ese suceso coincide cuando ella
comenzó a portarse extraño. Creo que papá ya va a desconectar el internet»
Luego el muchacho se había desconectado.
Adam tenía mucha información que estudiar, el señor Alonso al parecer no
tenía las manos tan limpias en el caso, al menos no como creía Adam

14

Allí estaba Adam, escuchando a su compañero quejarse de haber tenido


que pasar la noche en vela, esculcando las conversaciones de Carol, las de sus
amigos y demás, para conseguir unas poca perlas de información.
—Ían subió fotos de la fiesta de Karo, coinciden en fecha y lugar con
algunas de otros invitados, estuvo allí, con Mateo. Pero tiene que saber que en
el reporte investigativo de las pruebas de alcoholemia de los invitados, ellos
tenían un nivel alto y en principio fueron los principales sospechosos por el
primer reporte investigativo general, por ansiedad. Además, el servicio
funerario que utilizaron para brindar memoria a Karo, llevaba control de cada
invitado, al comparar la lista de comentarios en Facebook y la de la funeraria,
encontré que Ían y mateo fueron prácticamente los únicos en no asistir.
Adam abrió la boca, como para hacer una pregunta que no se le permitió
formular
—Pero espere que aún hay más. Buscando en el perfil de Carol, encontré
que fue novia de mateo, por cuatro meses, pero tan solo un mes después de su
ruptura, Mateo consiguió una nueva novia, Abby.
—¿Estás seguro?—preguntó en voz baja Adam, rascando suavemente su
mentón, en un acto reflejo del que ni el mismo se percataba.
Adam volteó a mirarlo. ¿Enserio después de haberse pasado al menos
veinte minutos quejándose de leer tanto drama adolescente, no le creía?
—¿Hay algo sobre Andrés?—preguntó Adam.
—No he buscado nada sobre él, podría hacerlo, mañana—dijo seguido de
un bostezo Alex.

15

Adam no perdió más de su valioso tiempo escuchando las quejas de su


amigo, después de los datos que le había proporcionado, tenía que hablar con
Ían, puesto que Mateo no estaba disponible.
—Por fin aparece, investigador Gómez—empezó Ían—. Hemos estado
casi una semana, encerrados, sin cargos o pruebas en nuestra contra, esto es un
delito Adam.
—Forzaron la cerradura—contestó Adam.
—Dame una prueba sobre ello y te dejaré de pelear— Adam buscó en su
chaqueta el pasador de cabello doblada, seguido de esto, Ían tomó el pasador
de cabello con la que habían abierto la puerta—. ¿Esta es tu prueba? Pero si
esta como nueva—dijo irónico colocándola en el cabello de Abby.
¿En qué momento había dejado caer aquel pasador?! ¿Cómo había
terminado en manos de Ían? El tono altanero con el que hablaba el muchacho,
levantó sospecha en Adam. Actuaba como si presintiera que Adam ya había
averiguado información de él.
—Nos dejará salir ahora mismo, o el peso de la ley podría ponerse en su
contra.
—Los dejaré salir—empezó Adam, sacando la llave para abrirles—.Pero,
están en obligación de colaborar con la justicia—Adam abrió la puerta—. Ían,
sígueme.
Ían levantó una ceja incrédulo, pero hasta él mismo sabía que debía
hacerlo, sería peor no colaborar. Su rostro se tensó, como si intentara ocultar
algo, su vista se perdió en la nada, como planeando una mentira.
—¿Qué quiere que le cuente, señor investigador? —respondió Ían
dejándose caer de cualquier manera en una silla, visiblemente enfadado,
cruzando los brazos.
—Sobre la relación de Carol y Mateo, quizá sobre Abby, o sobre la fiesta
de Karo, en realidad por donde quieras empezar—comentó Adam con una
sonrisa burlona, enfadando al chico y sorprendiéndolo al mismo tiempo.
Ían empezó a mover su pierna derecha, haciéndola vibrar suavemente en
un rasgo de evidente nerviosismo. Con el rostro enfadado y maldiciendo en la
mente.
—No sé desde cuando comenzó la relación de Carol y Mateo, quizás hace
un año—comenzó a ceder el muchacho—. Mateo es novio de Abby desde
hace cuatro meses, uno después de terminar con Carol.
—¿Qué hay sobre la fiesta de Karo? ¿No hay algo que deberías contarme?
—¿Es que ustedes no guardan sus expedientes? ¿Otra vez un interrogatorio
sobre la fiesta de Karo? —comentó el muchacho entre dientes, con una risa
nerviosa buscando ganar tiempo.
—Me gusta que me cuentes las cosas directamente, Ían.
—Perdóneme pero no entiendo lo que quiere decir ¿Sí? No tengo ni idea
quien accionó la estufa para generar el incendio. ¿Cómo quiere que me
acuerde de lo que hice tan atestado de alcohol! —subió la voz.
A Adam le causaron curiosidad muchas cosas del comentario de Ían, puso
demasiado énfasis en no saber quién accionó la estufa, luego se puso a la
defensiva al alzar la voz.
—¿Por qué fuiste a la fiesta de karo? —preguntó en tono calmado Adam.
—¡Porque era mi amiga! Era su fiesta de 18 años, no me la iba a perder.
—¿Dese hace cuanto eran amigos? —Adam hablaba mientras observaba
cada gesto de Ían.
—No lo sé, desde el bachillerato, estudiamos en el mismo colegio.
—Si es así, y ella era tu amiga desde hace tanto tiempo… ¿Por qué no
asististe a su funeral? —Adam le encantó la reacción que tuvo la pregunta en
el Ían, este se tensionó.
Ían quedó petrificado, indefenso y sin armas. Ya le había dicho a Adam
que era su amiga, ya no podía decir que fue a su fiesta por algún tipo de
obligación. Ían evitó la mirada de Adam, disimulando que acomodaba su
camisa, o recomponía la postura en la silla.
—Se me juntó con otro evento importante—replicó en seco Ían.
—¿Qué es más importante que el último adiós a tu amiga del colegio?
—La policía se puso muy intensa con el caso, no quería verme involucrado
de ninguna manera—contestó Ían, con fuerza, con seguridad que
sorprendentemente logró reunir, pero luego, entendió todo lo que estaba mal
con su comentario.
—¿Por qué te verías involucrado, al ser inocente? —Adam realmente
estaba disfrutando el espectáculo que el muchacho brindaba al intentar enlazar
los cabos sueltos de sus mentiras.
—No confío en la justicia, incluso los inocentes van presos— Ían puso los
ojos en blanco y comenzó a jugar con sus dedos.
—¿Es la misma razón por la que Mateo tampoco fue? ¿Él también
desconfía de la justicia?
Ían le dedicó una mirada de odio, amenazante. Como el acto reflejo de los
gatos de esponjarse ante una situación intimidante, para parecer más grandes y
fuertes que sus enemigos.
—Mateo sabía que Carol estaba allí y no quería encontrársela— Ían
presintió la pregunta que Adam iba a formular y decidió contestársela por
adelantado. Mateo fue a la fiesta de Karo sabiendo que Carol iba a estar allí,
porque él iba festejar, pero en el velorio no quería que ella se le acercara y no
pudiera ser grosero por la pena que todos sentían.
—Entonces algo malo pasa entre mateo y Carol….
—La chica era muy controladora, estaba celosa de Abby.
—Si no me das información útil, los volveré a encerrar, Abby aún está
afuera—comentó Adam.
—¡No metas a Abby en esto, tú no sabes cómo le afecta todo esto! Ella no
merece estar encerrada por mi culpa, ella no estuvo en esa fiesta…— Ían dejó
la frase en el aire, esperando que Adam lo hiciera también. Había pillado la
táctica que Adam había utilizado inconscientemente en él, provocarlo para que
este soltara información extra.
—¿Tu culpa? ¿Sabes algo más del responsable de la muerte de Karo? —
preguntó Adam acercándose a Ían, intimidándolo con la mirada fija.
Adam siguió presionando a Ían, con la mirada fija y el semblante seguro.
El silencio que envolvió el lugar empujaba a Ían, junto con Adam, hacia el
abismo de la verdad. El muchacho comenzó a respirar irregularmente y más
fuerte, Adam podía escuchar cómo le costaba tragar saliva, se percató también
que su pierna estaba vibrando de nuevo y evitaba su mirada a tal punto de
observar el suelo.
—¡Andrés! —vociferó el muchacho cerrando los ojos extendiendo las
manos, intentando protegerse del investigador, de su mirada, de la manera en
que esta mirada juzgaba a cualquiera y lo empujaba al abismo e la confesión.
La reacción de Adam fue como pocas, ¿Estaban hablando del mismo
Andrés? Cuando Ían comenzó a gesticular las palabras, Adam se sentía
triunfador, pues venía venir una confesión, pero al escuchar el nombre quedó
Atónito… ¿Andrés? Levantó una ceja, inconforme, él necesitaba más, muchas
más respuestas. Volvió a atacar al muchacho con la mirada, hasta que este
continuó.
—¡No lo sé, no estoy seguro! Ese día estaba buscando un lugar tranquilo
para calmar mi jaqueca, lo encontré intentando llevarse a karo a la cama, pero
ella no cedió y él quedó visiblemente molesto porque Karo jugueteó mucho
con él. Él sí que tenía señal en su celular ese día, yo mismo hice una llamada
con ese costoso celular horas antes, pero según él, ese celular se perdió en
medio de la fiesta.
Ían tenía la respiración agitada, como si acabara de correr una milla, sus
mejillas se enrojecieron en señal de calor, de tensión de haber soltado toda esa
información de tirón.
El chico preguntó la mirada si se podía marchar, Adam simplemente
respondió asintiendo con la cabeza, debía dejarlo ir, al chico por poco y le
daba un ataque cardiaco y suficiente víctimas habían en la tragedia.

16

Cuando el muchacho se hubo ido, Adam volvió con Alex, con la cabeza
revuelta, muchos pensamientos que ya había anotado en su diminuta libreta.
Se sentó a hablar con su amigo, contándole cada detalle, mirando a cada rato
el mapa semántico e libreta, que contenía lo más importante. Alex se limitó a
escuchar mirando a la nada Adam lo conocía muy bien, sabía que cuando
hacia eso, es porque imaginaba a detalle todo lo que contaba Adam. Después
una larga explicación Alex habló.
—Qué complicado. Es decir, tiene razón, el asesino debe ser el mismo, de
Karo y de Carol. Pero no entiendo que tendría que ver Gaby en todo eso. Si es
la misma persona, debe estar entre las personas con las que ya ha hablado,
pues son las más cercanas que coinciden en los dos eventos. Pero tal como se
ven las cosas….
—Todos podrían ser culpables—terminó la oración Adam—. Todo esto es
culpa de la maldita lluvia cómplice—maldijo Adam, pues en ese preciso
momento seguía lloviendo. ¡Si no fuera por ella, tendríamos pistas de la
escena del crimen!
—Cálmese, señor. Pensaremos en algo, no se preocupe.
—Alex, no quiero que pienses que estoy paranoico, pero en ocasiones he
visto una figura, alguien que me sigue, que conoce mis pasos, mis intenciones
y más importante, el caso. Ían aseguro haberla visto también, a aquella figura
vestida de negro.
—¿Usted cree que sea el responsable?
—Si—afirmó Adam.
Como una plegaria concedida desde el cielo, Adam recibió una llamada, el
chico había despertado. Adam salió corriendo al hospital, debía hablar con él.
Era como una puerta abierta, después de que todas las demás puertas de pistas
se las cerraran en la cara. Su acceso a la habitación de mateo, fue fácil de
conseguir.
Allí estaba, entrando a la habitación hospitalaria de Mateo, el muchacho
apenas y tenía los ojos abiertos, lucía cansado, incluso después de haberse
tomado tal descanso de la vida.
—Hola, Mateo—comenzó Adam compadeciéndose con el desubicado
muchacho, pues no tenía a sus padres en el teléfono. Después de una
investigación, descubrieron que Mateo fue abandonado a su suerte en un hogar
de protección infantil. Agradecía que la prensa pagara el cheque hospitalario,
en medio del afán de una respuesta ante el caso que conmovió a todo un país.
—¿Qué pasó? —dijo Mateo mirando sus alrededores con confusión.
Adam le explicó detalladamente lo que había sucedido, el muchacho no
parecía muy interesado en la historia, hasta que escuchó el nombre de Carol
Alonso.
—Soy el investigador del caso, Adam Gómez. Necesito información de
Carol, algo que nos conduzca al porqué lo hizo. ¿Sabes algo de la fiesta de
Karo?—concluyó Adam.
—Carol, bueno, ella fue mi novia, por seis meses. Pero era muy celosa, eso
que generó nuestra ruptura. Luego conocí a Abby, Carol seguía siendo muy
celosa así que preferí alejarme. En cuanto a la fiesta de Karo no se mucho, yo
no estuve.
Adam recordó que la lista de la que se basaron Alex y él para teorizar la
asistencia de las personas a la fiesta, no era más que los comentarios de una
foto posteada en Facebook, eso no garantizaba que Matero hubiera ido, pero
entonces ¿Por qué Ían había mentido?
—¿Estás seguro de que no sabes nada más? —repitió Adam.
—No, no lo sé. Cuando Carol fue mi novia nunca vi un indicio en ella de
que pudiera hacer tal cosa como saltar de un puente, después de ello me alejé
de todo lo que tuviera que ver con ella. Si me necesita de nuevo, búsqueme en
mi casa—seguido de eso Mateo dictó su dirección a Adam.
Algo dentro de Adam decidió creerle a Mateo, pues hablaba tranquilo, sin
pausa y fluido.

17

Adam no acostumbraba a demorarse más de una semana en casos, pues


normalmente estaba acostumbrado a contar con una escena del crimen, de
donde tomar las pistas principales, pero ahora no tenía una.
Gómez también era un hombre muy estricto consigo mismo, se juzgaba
por no haber terminado el caso ya, o por haberse quedado sin ideas. El
verdadero problema, es que el accidente había acaparado la atención de todos
los medios, que la policía había logrado mantener al margen por una semana,
pero ahora estaban sedientos de información, la policía y la justicia también
habían dado una semana para la resolución del caso, los periodistas y la
opinión publica exigían un culpable en quien descargar la ira, de todo un país
enfadado.
El teniente de Gómez lo había llamado y le había advertido que la prensa
necesitaba un culpable, así no lo fuera. Adam había llegado a tal punto de
desesperación, que fingió estar muy enfermo y con ayuda de un amigo médico
logró falsificar una excusa médica para evitar por siete días la conferencia que
debía dar. Debatió consigo mismo si decir que todas las pruebas señalaban a
un suicidio, tenía pruebas, como las drogas que había encontrado en la
habitación de Carol, o su ruptura con Mateo que según Ían le afectó mucho
para envidiar a Abby, o los maltratos de su padre captados en video, pero al
mismo tiempo era la chica más popular y de la vida perfecta, ese sería un
punto difícil de derrocar. Además, Adam necesitaba encontrar la verdad, no
era que quería, en serio necesitaba encontrarla.
Había estado día y noche, de aquí para allá llenando sus tableros con
información, datos y más convenciones. Había estado hablando con Alex
sobre sus teorías, y evitando a la prensa lo más eficaz que podía.
Ya había gastado tres días de los siete que había conseguido. El día de hoy,
había despertado a las diez de la mañana, llevaba mucho tiempo trasnochando.
Estaba exhausto pues casi no había dormido. A las seis de la mañana, su
celular comenzó a sonar y vibrar como loco. Adam contestó la primera
llamada, la de Andrés y su padre, mientras atendía esta, apareció la de Mateo,
seguida de una de Mia, Ían y Abby.
Todas las llamadas y mensajes que le habían enviado compartían algo
similar, todos habían encontrado nuevos post-it, desgraciados post-it.
Cuando Adam llegó a la portería, allí le entregaron un sobre. Había
recibido un correo, una carta. ¿Quién enviaba cartas a esta altura de la vida?
Mejor pregunta ¿Quién le había escrito?
Salió de su conjunto residencial, abriendo la carta.
Hola, señor Gómez. Me presento, llámame Desconocido. Lo he estado
vigilando, parece frustrado, estoy aquí para ayudarlo. Tengo ojos en todas
partes, y conozco a Judas. Estaré atento a su llamada. 3008730102.
Justo después de leer la carta, Adam la dobló y la guardó en el bolsillo de
la cara interior de su abrigo. Observó sus alrededores con cuidado, ¿Alguien lo
había estado vigilando y él no se había dado cuenta? ¿Cómo era eso posible?
Se anduvo con mucho cuidado, aun cabía la mínima probabilidad de que fuera
una broma ¿Quién se tomaba el tiempo para ese tipo de bromas?
Recordó lo que decía la carta, “Tengo ojos en todas partes, y conozco a
Judas” Adam cerró los ojos, desentrañando el significado original de la frase.
Fuera una broma o no, no perdería nada en preguntarle ciertas cosas al sujeto.
Abrió el inicio de la interfaz de su dispositivo móvil, vaciló un momento,
arrepintiéndose de tocar sobre el símbolo de contactos, al final no hizo.
Agregó al contacto como “.”.
«¿Conoces a judas, o más bien eres Judas?» —escribió Adam, para luego
mandar el mensaje.
«Lo conozco»
«Si conoces a Judas, conoces su plan, si conocieras su plan, serías Judas»
«Ignoras que Judas no sabe de mi existencia»
«Si tienes ojos en todas partes, ¿Quién es judas?»
«Ve más lento, le quitas la diversión a las cosas. Te propongo un trato, te
daré una pista diaria sobre Judas, si decides tomar mi ayuda»
Sin contar ese día, tenía solo tres días, tres pistas, pensó Adam.
«Quiero mi pista de hoy»
«Conoces a Judas, es uno de tus sospechosos»
Adam se sintió ofendido con esa pista, pero no había mucho que
reclamarle a un completo desconocido. El número dejó de estar en línea.
Adam puso el semblante serio, metió la mano dentro del bolsillo interior del
abrigo. Hurgó el bolsillo, buscando la nada, luego fingió molestarse consigo
mismo, y maldecirse mientras entraba de nuevo al apartamento. Tenía la
impresión de que la figura del desconocido lo seguía.
En el apartamento, tomó su celular antiguo, ese que siempre permanecía
cargado para cuando el suyo se le acabara la pila. Entro al baño y marcó el
número de Alex. Hablando en voz baja le contó lo sucedido y le pidió ser muy
cuidadoso con la información, luego le pidió localizar los mensajes enviados
por Desconocido.
Adam salió del apartamento, con la misma sensación de que Desconocido
estaba afuera esperándolo. Pero Desconocido podía ser cualquiera.
Aquello dejó pensando a Adam, aun así no se iba a fiar del primer idiota
que dijera estupideces. Continuó su camino a la oficina de investigación donde
Alex se la pasaba el mayor tiempo posible, allí había citado a todos.
Cuando llegó todos ya estaban allí, se sentía agobiado por la presencia de
tantas personas.
—Señor Gómez, hoy ha aparecido en casa de todos un post-it amarillo—
empezó Mateo.
Pronto todos mostraron su post-it a Adam, este los estudió con rapidez,
pues las personas lo habían rodeado y se sentía un tanto estresado y agobiado.
Eran iguales a los que habían aparecido antes. Pero entre más los analizaba,
iba corroborando un patrón.
—Son las iniciales de sus nombres—musitó para sí Adam.
Probablemente era un juego, un juego de Desconocido.
Todos los presentes se acomodaron en la modesta oficina de Adam y Alex.
Allí Adam examinó con cuidado los post-it, mientras todos lo miraban
fijamente.
—La única que no coincide es la tuya, Ían—comentó Adam.
—De hecho sí, soy Ían Román—recordó Ían.
—Pero no es tu primer nombre.
—¿Cada uno recuerda cual es papel cierto? —preguntó Adam.
Todos asintieron.
Adam había dejado el celular sobre la mesa, por si Desconocido decidía
brindar más pistas, pero en un movimiento brusco de Mia, el celular cayó al
suelo, separándolo de la carcasa y revelando un nuevo post-it, con la letra “K”
Adam tomó todos los papeles, si era un juego de Desconocido, debían
terminar significando algo más. Entre mezclo los papeles, hasta obtener una
palabra, una palabras que le había causado curiosidad desde la primera vez
que la leyó, en el cuarto de Carol y la escuchó por Andrés.
M.A.K.R.A.M
Justo cuando Adam terminó de Armar la palabras, alguien golpeó con los
nudillos la puerta ¿Alguien más había recibido un post-it? Adam abrió la
puerta, pero entonces encontró una imagen inesperada. Su superior, estaba en
la puerta, mirándolo con cara de pocos amigos. L e hizo una seña con la mano
para salir de su oficina a hablar.
—¿No estabas enfermo, Adam? —preguntó el teniente con cierto enfado.
—Daniel, lo siento, no he terminado el caso, pero he encontrado…—Adam
fue interrumpido.
—No me importa lo que hayas encontrado, el caso debe estar cerrado ya, la
prensa no ha dado tregua, exige alguien en quien descargar el odio—respondió
Daniel.
—Pero aún no sé quién es el responsable, me quedan tres días para vencer
mi plazo antes de la conferencia…
—Tú no estás enfermo, llamaré a la prensa y darás la conferencia hoy
mismo.
—¡Dame lo que queda de día! Lo haré mañana por la mañana, lo prometo.
Daniel no dijo nada, aquello se podría traducir fácilmente a un sí. Adam
estaba más que asustado, entonces abrió su celular y escribió a Desconocido.
-Cambio de planes, tengo hasta mañana a las siete de la mañana para
encontrar a judas, no podré esperar por una pista diaria.
«Te daré una cada cuatro horas»
Adam miró el reloj, 11:30 de la mañana. Si esa noche no dormía, entonces
tendría derecho a cinco pistas. Adam estuvo a punto de pedirle una pista, pero
ya había recibido una.
Cuando se adentró de nuevo a la sala, todos los presentes se le quedaron
mirando, todos estaban asustados, en el ambiente se palpaban todo tipo de
sensaciones y emociones. Adam volvió a concentrarse en la palabra.
M.A.K.R.A.M
Andrés observaba la palabra una y otra vez, ya la había visto. Recordó
entonces las palabras de Desconocido, Adam conocía judas. Desconocido
podría ser cualquiera de ellos. Andrés, al conocer las palabras le sonó un tanto
sospechoso a Adam.
—¿Tienes idea de lo que significa? —preguntó Adam.
—Solo sé que es el cuadro a medio acabar que tiene mi hermana en su
habitación.
—Tenemos que ir, por ese cuadro—confirmó Adam.

18

Así lo hicieron, Andrés y el señor Alonso habían llegado en auto, por lo


que irían en él, en le auto de Adam iba Mia, Mateo, Ían y Abby.
Todos se encontraban de pronto en la habitación de Carol, sin saber muy
bien porque miraban un cuadro tan solo bocetado, con líneas agresivas y
difíciles de comprender, desperdigadas por el lienzo, que se perdían entre
tantas que había, y apenas debelaban la silueta femenina de brazos abiertos.
Bonus: Judas está contigo, en la habitación. Fue el mensaje de
Desconocido.
Adam miró a todos con desconfianza por un momento, desconocido los
observaba, divirtiéndose de su travesura sangrenta. Siguieron en la habitación
de un lado a otro, pensando en otras formas de acomodar los pot.it para
encontrar una solución, o tratando de descifrar el cuadro, habían perdido ya
dos horas.
—¡Esto no está funcionando! — exclamó Adam a las 1:30 de la tarde.
De pronto a alguien se le ocurrió quitar el lienzo del caballete, y allí había
otro pos-it.
“A casa van todos, cuando se necesitan más ideas”
Desconocido le estaba tomando el pelo, ya habían pasado dos horas, por lo
que Adam le exigió una nueva pista.
«Mándalos a casa, y síguelos en el orden del Makram» Escribió
Desconocido.
—Escúchenme bien, todos irán a casa, allí habrá otra pista y no volverán
hasta que lo hayan encontrado—vociferó Adam.
Adam salió del lugar, en su carro arrancando tan rápido como pudo. El
orden del Makram… ¿Qué significaba eso? Adam se detuvo en una calle
cualquiera. Todos los post-it tenían la inicial del portador, a excepción de él,
que tenía una “K”.
La primera letra, la M podría ser de Mateo, o de Mia. Pero antes de
dirigirse a ningún lugar, tenía un trabajo para Alex, pero no se lo diría ahí, en
su auto. Descocido podría estar observándolo
Adam bajó del coche, entró dentro de un establecimiento cualquiera, y
pidió el baño de este. Allí llamó Alex,
—Alex, escúchame bien. Necesito que rastrees unos cuantos números
telefónicos.
Adam apartó el celular de la oreja y le dictó todos los números desde los
que el escribía Desconocido. Al terminar colgó la llamada y salió.
Al volver al ruedo, Adam decidió escoger primero la casa de Mia, Adam
recordó que hace unos días Alex había conseguido la dirección de la mayoría
de ellos y Adam las tenía apuntadas en su libreta. Llegar a casa de Mia no fue
difícil, pues el tráfico no daba mayores problemas antes de las cuatro y media
de la tarde.
Definitivamente esa era la casa, ¿Cómo iba a entrar pasando
desapercibido? Era una casa amplia, con una ventana en el primer piso. Adam
rebuscó en su abrigo hasta que encontró lo que buscaba, una tarjeta de crédito.
Después de unos cuantos intentos logró abrirlo, justo cuando iba a adentrar a
la casa cual ladrón. Mia salió al patio al descubierto de su casa, ahogada en la
lágrimas, tomando grandes bocanadas de aire.
—¡Porqué Caro! ¡Porqué tenías que obligarme a hacer todo esto! —
exclamó Mia.
Adam se aventuró a observar con cuidado a Mia, ¿Qué encontró que en sus
manos había un puñado de fotos rotas, y con los bordes quemados. Mia
destrozó las fotos que faltaban y se echó a dormir.
Otro mensaje de Desconocido: «El tiempo corre muy rápido ¿No crees?»
Antes de ir a buscar la siguiente persona, Adam tomó una foto apresurada
que esperaba hubiera salido bien, de Mia. Corrió de puntitas el auto y lo
arrancó antes de que Mia pudiera asomarse. ¿A qué se refería con que la había
obligado? Adam no tenía tiempo y se dirigió a la casa de la segunda letra, la
A, tenía dos opciones el señor Alonso, o Abby. Por cercanía tomó decisión de
ir a la casa de Andrés.
Una vez allí, puso la oreja contra la puerta, buscando voces, pero no las
escuchó. Eso significaba que el primer piso estaba libre para lo que iba a
hacer, algo seguramente ilegal. Adam sacó de abrigo su llave maestra, así la
llamaba él. Era una llave con todos los dientes a la misma altura y distancia.
Introdujo la llave en la cerradura que en principio no cedió, Adam sacó de su
bolsillo su celular, protegido por una fuerte carcasa para ese tipo de
situaciones. Retiró unos cuantos dientes de la llave, y aplicó tensión en la lave
hacia el lado izquierdo, mientras golpeaba repetidamente la llave buscando
que los pernos de la cerradura rebotaran hacia arriba, dando acceso a la línea
de corte, logró abrir una pequeña puertita que le permitía meter el brazo para
eliminar el pasador de la puerta y abrirla desde dentro. La puerta cedió ante la
habilidad que tenía Adam con ese tipo de cosas.
Entró con cuidado a la casa, volviendo a cerrar la puerta y ponerle el
pasador. Andaba muy precavido y agradecido de que no tenían una mascota
que los delatara. Adam se sobre saltó por los pasos y buscó escondite detrás
del sofá casi pegado a la pared suplicando por pasar desapercibido, mientras
encendía la grabadora de su celular.
—¡Pero papá, debemos ir!—era la inconfundible voz de Andrés.
—¡No! Todo esto, sé que es una trampa del investigador para hacernos
caer, ¡Y yo no iré a la cárcel de nuevo!
—Pero papá, será más sospechoso si no vamos—el señor Alonso calló,
como pensativo—. Yo si iré, suficiente sospecha tiene ya sobre nosotros.
—Tú tienes las manos tan manchadas como las mías, no te dejaré solo
hace falta que caiga uno, para que caigan nuestros planes.
—Papá, por favor si no vamos entonces él se dará cuenta—replicó Andrés.
No hubo más que silencio, mientras los dos salían abandonando la casa.
Necesitaba apurarse, tenía al menos tres casas más que visitar.
Se saltó la “K” pues no creyó encontrar nada interesante en su propio
apartamento. Ahora seguía la casa de Ían, por la “R” de su segundo nombre.
Se tomó un momento para analizar la dirección de Ían y Abby, eran vecinos.
No perdió más el tiempo y se dirigió hacia ellos. Pero no podía dejar de
pensar en la conversación del señor Alonso y su hijo. Ellos mismos habían
admitido tener las manos manchadas… ¿Cómo podría un padre ser
responsable de la muerte de su hija, con ayuda de su hijo? Adam observó su
reloj, faltaba una hora para llegar a la siguiente pista.
Adam tuvo un presentimiento que le advirtió dejar su auto lejos, de ir a pie.
Hizo caso a su instinto y caminó por las calles con cuidado. Pronto se encontró
en un gran parque, y de lejos los reconoció. Ahí estaba Ían con Abby, el hecho
de estar en un lugar abierto, dificultaba el espionaje de Adam. Piensa, piensa,
se dijo a sí mismo desesperado al ver que se perdía de la conversación.
Su mente se iluminó con una idea.
—¿Quieres ganarte veinte mil pesos? —le dijo a un extraño deteniéndolo,
este solo lo miro de arriba abajo. Iba en una bicicleta, este no dijo nada por lo
que Adam continuó—. ¿Ves a esos chicos? ¿Los que están cerca del arbusto
rojizo? Necesito que los distraigas, que los hagas mirar en dirección contaría,
pero necesito una buena distracción ¿Entendido?
—Lo haré.
Adam le dio su pago por adelantado y se situó en posición para esperar la
distracción del extraño y correr detrás del arbusto. El chico se puso de nuevo
sus audífonos de diadema y condujo su bicicleta normalmente, por un
momento Adam pensó que se iría sin hacer nada, pero luego se dio cuenta que
estaba equivocado. El extraño comenzó a cantar en voz alta, llamando la
atención de todo, incluidos Ían y Abby. Pronto el extraño simuló una caída,
que si Adam no supiera que fue pagada, hubiera creído que era totalmente
verídica. Adam supo que era el momento, y aprovechó la oportunidad para
colarse detrás de los arbustos, sin llamar la atención.
Después de que ayudaron al chico a levantarse y él e fue. Ellos volvieron a
su lugar.
—Tranquila, todo saldrá bien—dijo Ían.
—Qué tal si te equivocas, no podría estar encerrada ni un día más—chilló
Abby.
—Ya paso lo peor, todo está saliendo como lo planeamos, ya no hay nadie
en nuestro camino que nos lo impida.
Aunque Adam no podía darse el lujo de mirar, si se percató de que se
estaban besando.
—¡Pero es que no puedo!—exclamó Abby—. Qué tal si nos descubre y…
—su oración fue interrumpida.
—No pasará, todo está calculado. Ahora larguémonos de aquí, entre más
nos demoremos, más corremos peligro.
Mensaje de Desconocido: Ya casi están por llegar todos de nuevo a la
oficina, apresúrate, Adam.
Adam estaba muy acelerado, tuvo que esperar que ellos se alejaran, para
emprender carrera, por un camino más largo para llegar a su auto. Maldijo que
ellos tomaran el camino por donde estaba su coche. Adam estaba acorriendo
como loco, por la otra esquina para llegar y arrancar su auto antes de que Ían
se percatara. Aunque llegó completamente sudado y la respiración irregular, lo
logró y emprendió camino al último lugar que le faltaba, la casa de Mateo.

19

Durante el camino se sintió mareado, no había comido nada y la cabeza le


daba vueltas y vueltas intentando descubrir al culpable. Ían y Abby no
demorarían más de dos minutos en llegar, y entonces todos abrían llegado y
sería sospechoso. Entonces recibió la llamada de Andrés.
—Ya estamos aquí la mayoría ¿Todo está bien, investigador? —dijo
Andrés.
—Sí, es solo que me quedé en casa repasando la información que tengo. —
confesó Adam con la capacidad de mentir tan desarrollada que tenía.
Se maldijo a sí mismo, ya no había tiempo, debía llegar antes de Ían y
Abby, o las cosas se tornarían extrañas. Tendría que trabajar con la
información que tenía. E sorprendió al ver que el cielo no estaba tan claro, y
que la lluvia de nuevo se avecinaba, dejando caer el roció. Ya habían pasado
las cuatro horas. Fue desconocido quien envió la siguiente pista.
«Las pistas que te dirán que encontraron, no lo son.»
Cuando estaba cerca de la estación, se regaló uno segundos para pensar,
estaba mareado, confundido y agitado, no podría mostrarse en la oficina con
ese aspecto. Respiró profundo y se bajó a comprar agua, necesitaba clamarse,
incluso su mano había empezado vibrar, eran las cuatro de la tarde, quedaba
poco tiempo.
Llegó a la oficina con la mejor de sus caras practicadas, con el semblante
serio, pero seguro. Todos lo miraban, se miraban entre ellos, la tensión se olía
en el ambiente, pero esta escondía aun sentimiento de culpabilidad que
afloraba en alguno de ellos. Luego de unos minutos esperando, por fin todos
estaban completos.
—¿Encontraron algo? —preguntó Adam.
Mientras todos les mostraban sus pruebas, insulsas para el caso, según lo
que había dicho Desconocido. Adam se perdió en el televisor que estaba
prendido en la oficina, allí había una foto muy particular, la foto de él.
—Como todos recordamos el viernes pasado hubo un accidente en el
puente sobre la universidad Imperial. El investigador a cargo Adam Gómez,
no ha dado respuestas sobre el caso, incluso el caso ya debería estar cerrado.
¿Está encubriendo a alguien? Estamos en vivo frente a la comisaria—comentó
la presentadora, y pronto todos estaban atentos.
El celular de Adam sonó, lo había dejado de nuevo sobre la mesa, Abby lo
tomó y contestó la llamada en alta voz, impidiéndole a Adam recuperar el
teléfono.
—¡Adam! No tengo más tiempo para tí—comentó su superior, Daniel.
—¡Pero aún no tengo al culpable! —comentó Adam, frustrado, esta
oración pareció estremecer a todos.
—No me importa, ya te he dicho que la prensa quiere un culpable, me vas
a dar uno, ahora y no me importa si es inocente o no
Todos se quedaron mirando a Adam mientras este se ponía rojo y su ritmo
cardiaco se aceleraba niveles peligrosos.
—Adam, tienes treinta minutos para salir y entregarme al culpable. ¡De lo
contrario tú te irás con todos ellos por encubrimiento! —vociferó Daniel
colgando el teléfono.
Todos estaban asustados, exasperados, parecía que le oxigeno de la
habitación se agotaba. Adam camina frenéticamente de un lado a otro, no
podían salir de la oficina, tendrían que buscar otra manera, otro camino. ¿Pero
cuál?, se preguntaba una y otra vez Adam. Programó en su reloj los treinta
minutos que Daniel le había dado. Todos lo miraban, despavoridos,
demostrándolo a su manera. Abby se mordía las uñas, Ían descarga su ira
contra los objetos y Andrés se quedaba quieto, extremadamente quieto. Alex,
estaba mirando a la nada, perdido en el propio enredo que se había vuelto su
cabeza, al intentar pensar cómo escapar. El ambiente en lugar de mejorar,
empeoró, pues Ían golpeaba más fuerte las cosas, Abby empezó a chillar,
todos sabían que su libertad estaba en manos de un investigador que no
pensaba bien, tenía la vista nublada por los nervios, la presión y todas aquellas
cosas que los atormentaban en el momento. Pero sobre todo estaba impotente,
de no poder ejercer justicia contra el verdadero culpable. De repente este paró
de caminar. Una idea, se comenzó a tejer en sus pensamientos, lo rescató del
abismo de la confusión. Necesitarían mucha suerte para que funcionara.
—Saldremos por la puerta de atrás, síganme—exigió Adam.
—NO—dijeron todas casi al mismo tiempo—. Es una trampa, nos vas a
entregar para salvarte el pellejo—comentó Ían.
—¡Si hubiera querido hundirlos los hubiera hecho hace mucho tiempo!
¡Ahora muévanse si quieres mantenerse lejos de la cárcel! —comentó furioso
Adam, y entonces las personas asintieron, receptivas a nuevas órdenes.
—Síganme y ninguno haga ruido—ordenó Adam.
Todos parecieron acatar la orden. Salieron al pasillo y los otros
trabajadores de la comisaria, se quedaron completamente callados. Adam se
percató que uno los guardias estaba accionando lentamente su radio, para
comunicar que ya habían salido, Adam solo lo observó, necesitaba que
confiaran en él, Adams se había ganado su respeto y lo estaba favoreciendo
ahora mismo, ya que el hombre bajó la radio.
—¡Está cerrada!—dijo uno de los trabajares de la comisaría, antes de que
abrieran la puerta—. Sospecharon que ustedes querrían escapar y tienen
rodeado todo el lugar.
Adam estuvo agradecido con ese oficial, de lo contario ya los habrían
atrapado. Debía existir otra manera de solucionar las cosas. Se sintió acosado
por las miradas de las personas. Todos estaban murmurando, cosa que lo
desesperó.
—¡Ya! Dejen de comportarse como si todos fueran inocentes, ¡No lo son!
—gritó Adam, llamando la atención de cada presente—. ¡El asesino de Carol
Alonso está aquí!
Todos los presentes se miraron por encima del hombro los unos a los otros,
desconfiados. No había mejorar el ambiente, este iba en decadencia.
—¡Si sabe quién fue, entonces dígalo!—gritó el señor Alonso, mientras
todos lo apoyaban.
Entonces en la mente de Adam se cruzó un pensamiento, algo que jamás
había tenido en cuenta, todos ellos estaban desacuerdo siempre, todos tenían
pruebas en su contra. Que paría si…. Todos estuvieran confabulados para
actuar en conjunto, que tal si todos eran los asesinos de Carol Alonso. En ese
preciso instante se comportaban como una manada defendiéndose. Todos
tenían pruebas en su contra.
—No lo sé. Desconfío de todos—todos se asombraron ante la declaración
—. Tú, Mia, no estas para nada afectada por la muerte de Carol, casi se podría
decir que estás feliz de ello, te escuché preguntándote porque te había
obligado a hacer aquello—cuando Adam señaló a Mia, a esta se le subió la
sangre al rostro, y tapó su boca con la mano, en señal de sorpresa—. Señor
Alonso, usted es un maltratador! Que pudo haber empujado a Carol a hacer lo
que hizo y lo escuché diciendo que tenía las manos manchadas, Andrés tenías
señal el día de la fiesta de Karo, pudiste haber salvado—. El muchacho se
puso intranquilo—. A parte también estas igual de manchado que tu padre. Ían
y Abby, ustedes querían quitar a Mateo y Carol de su camino, para poder estar
juntos, lo tenían todo planeado
Todos se miraron sorprendidos, había demasiada tensión en el lugar, un
silencio perturbador. Todos parecían animales a punto de lanzarse los unos
sobre los otros. Pero entonces el sistema eléctrico del lugar falló. La noche ya
había caído y se cernía sobre el cielo. La lluvia se volvió torrencial, era como
golpes tratado de derrumbar el techo. Estas caían formando una melodía, que
decoraba la situación con misterio.
—Eso es, huyan ratas. Pero alguno de ustedes pagará por lo que hizo—
comentó Adam al escuchar como cada persona se separaba por su lado.
«Necesito más pistas» escribió Adam a Desconocido, aun escuchando los
pasos apresurados por toda la comisaría. Adam comenzó a caminar por el
lugar, nunca se había dado cuenta cuan terrorífico resultaba el lugar cernido en
la penumbra. Era incluso más aterrador saber que estaban a oscuras, con un
asesino sin identidad.

20

Ahí estaba, tirado en una esquina, observando su muñeca, como el tiempo


se agotaba. Se sentía derrotado, sin fuerzas para caminar, a la merced de las
pistas de Desconocido, que probablemente estaba allí, viendo lo desgraciado
que estaba.
Su trabajo también pendía de un hilo, nada le dolería más que perder ese
empleo, pues literalmente era su vida. Había fallado su propósito en la vida.
Su celular vibró, esto lo revivió de nuevo, como aquellas paletas de metal que
utilizan cuando un alma está abandonando el cuerpo.
«Todos se esconderán en el mismo lugar, para que tú no entres y la policía
te lleve a ti. La comisaria tiene un pequeño sótano. Antes de llegar a los baños,
hay una pequeña habitación para el personal de limpieza. Después de remover
un poco lo que hay, encontraras las escaleras que descienden allí» Escribió
Desconocido.
Adam entonces trazó un plan, bajaría allá y los encerraría todos. De una
vez por todas, conseguiría la confesión del asesino, amenazándolos con
mostrarlos como los asesinos al ojo público y destruir su vida. Adam, al
trabajar en la comisaría, había sido testigo de ello, cuando alguien tiene mala
imagen en el odio público, las personas no descansan, torturan sus vidas hasta
que ya no se puede más, solo porque la persona ha decidido abandonar el
mundo, y es entonces cuando las personas tienen una falsa sensación de
justicia.
Se apresuró por los pasillos, con ayuda de su linterna. En su camino,
encontró a Alex, y le contó su plan. Ahí iban los dos a instalaciones
subterráneas, de las que nunca se habían percato, a pesar de haber trabajado
tato tiempo ahí.
Con cuidado anduvieron por los pasillos fríos y vacíos donde se sentían
observados, cazados por una sobra invisible. Solo que mientras que él los veía,
Adam y Alex no conseguían lo mismo con él, con aquella sombra maléfica.
Entraron al cuarto del personal de limpieza, tal como había indicado
Desconocido. Levantaron las cosas lo más silenciosamente que les fue posible,
hasta encontrar las escaleras.
Antes de remover el último obstáculo planearon lo que harían, hablando en
susurros. Adam entraría allí, y Alex se encargaría de sellar muy bien la
escalera para evitar que estos salieran de alguna manera. Luego Alex debía
esconderse de la policía sedienta un inocente al que culpar. Hicieron una
cuenta regresiva y Adam entró al lugar, apuntando con la linterna de su
celular, como si esta fuera un arma, que desintegraba las figuras en la
oscuridad.
Allí estaban todos, estupefactos, pues pensaban que sus planes eran
secretos y que era imposible que Adam lo supiera. Adam llevaba un aspecto
que dejaba mucho que desear, ya casi parecía un zombi, por sus ojos cansados
y decorados por círculos morados de no dormir, no había comido nada de nada
en todo el día, las fuerzas se le agotaban y se le notaba en su forma de
caminar.
—Ahora sí, dejarán de tomarme el pelo como lo han venido haciendo—
vociferó Adam—. ¡Si no me dicen el nombre del asesino, entonces los
entregaré a todos y tengo pruebas suficientes!
Pero todos callaron, tenían los rostros tensos, sus cuerpos estaban trémulos
y el miedo tenía rodeada la habitación. Se había apoderado de cada alma
presente en el sótano.
—¿No me dirán! ¡Entonces todos irán a la cárcel, sesenta años por el delito
de homicidio agravado!
El silencio acabó con todos los sonidos, como si alguien hubiera puesto
mute, en la vida real.
«Ayuda» Le escribió Adam a Desconocido.
«Graba todo lo que está por venir»
Adam encendió la grabadora del celular disimuladamente, a escondidas de
todos sin entender muy bien porque. Todos decidieron asesinar el silencio al
mismo tiempo, formando un alboroto como pocos.
—Tú—acusó Mia a Andrés—. Tú fui este el último en estar con Karo
antes de quedar encerrada !Te vi en su habitación! Tú le vendías droga a tu
hermana, la querías fuera del camino, al igual que su padre. Son unos
embusteros, que merecen la cárcel.
—Siempre has estado celosa de Carol. Porque ella es mejor, más bonita, y
te quitó el novio, porque tú también querías estar con Mateo y se lo habías
dicho...
Siguieron discutiendo, pero entonces Adam vio algo tapado con una
sábana blanca, le causó un escalofrió en el cuerpo, y una extraña necesidad de
saber que se escondía detrás de la sábana blanca. Se acercó mientras los demás
debatían, ya quedaban solamente trece minutos. Cuando lo destapo, se quedó
petrificado, era el cuadro de Carol, el MAKRAM, pero terminado. En ella la
chica del boceto, incoherentemente caía hacia el cielo, con los brazas abiertos
y una sonrisa tan amplia como sus brazos. Aun así algo no encajaba en el
cuadro.
Adam sintió un ligero roce del viento, como un susurro, que le acariciaba
el rostro con suavidad. Entonces recordó que estaba en un sótano, por lo que el
viento significaba que alguien se había movido. Entonces, se dio la vuelta y
vio a la figura, esa que ya llevaba tiempo viendo, esta tomó su celular y apagó
la grabadora.
—¡SILENCIO! —gritó una voz para su sorpresa femenina. Lo que había
sido bullicio hasta el momento, se transformó en confusión que congeló la
pelea.
Esta chica se levantó la capota poco a poco, disfrutando de la atención que
prestaban todo. La imagen que develó quien estaba detrás de Desconocido, los
dejó a todos sin aliento, con los ojos bien abiertos. Unos cuantos parpadearon
repetidamente tratando de hacer esfumar la imagen que ellos creían provenía
de su imaginación, otros incluso lo intentaron con los nudillos, pero la imagen
no se desvanecía, sino reía.
La chica era rubia, de ojos claros, blanca y delgada. Una descripción que
encajaba con Carol y karo. ¿Karo había sobrevivido el accidente? Esta
acomodó el cuadro, el Makram para que todos la observaran.
—¿Carol? —dijo Andrés asustado. La voz se le cortó al muchacho, como
si de repente el peso de la conciencia hubiera caído sobre él, asfixiándolo.
El silencio se volvió el mostró que tapaba la boca de cada persona, que los
amordazaba. ¿Cómo era posible? Carol estaba en el hospital, casi muerta.
Todos ellos la habían visto en el hospital, Adam la había visto sobre el auto de
Mateo, un cuerpo prácticamente abandonado por el alma. Ahora estaba de pie
frente a ellos, sin ningún rasguño. Resucitada como un milagro. Todos se
observaban entre sí, como preguntando con la mirada « ¿Ustedes también la
ven? »
—La misma—respondió la chica con sonrisa maliciosa que enseñaba todos
los dientes y lo hizo temblar a todo. Las pupilas de sus ojos se dilataron, le
gustaba el miedo que causaba.
—Si tu estas aquí, entonces ¿Quién está en el hospital? —preguntó Adam,
al borde del colapso mental. La chica volteó a verlo, con la mirada afija en él.
—Adam—comenzó la chica, con una voz tranquila—. Esperaba más de ti
—ella se acercó a Adam tomándole el mentón—. ¿En serio no tienes la más
mínima idea?
—Karo—la voz se le quebró y evitó las miradas de todos. No estaba en
todos sus sentidos, estaba absorto en sus pensamientos.
—Muy bien, Adam.
Las neuronas de Adam comenzaron a hacer sinapsis, juntando todos los
recuerdos como un rompecabezas. Adam tuvo una idea, una que podría
explicar todo lo que pasaba. La información se estaba presentando muy rápido
en su mente, tanto que le generó una jaqueca, él estaba muy mal, desgastado.
—Pero ella está muerta—comentó alguien.
—No—dijo Adam en voz baja, mirando a un punto cualquiera, apenas
consiente de lo que escuchaba, gracias a su imaginación había recreado la
escena del crimen, y a hora mismo estaba allí, observando—. Tu provocaste el
incendio—señalo Adam a Carol aunque su imagen estaba difusa—. Pero ¿Por
qué?
La chica caminó meneando las caderas hasta el cuadro, pasando sus dedos
por el lienzo, provocando un leve sonido con el roce.
—El Makram, todos ustedes formaron parte de él, todos ustedes me
hirieron, de una manera desigual—Carol siguió pasando los dedos por el
cuadro, pero esta vez rayándolo con las uñas, con ira—. Padre—giró de
repente la chica, acercándose al hombre, mientras este retrocedía—. Ya no
soportaba tus maltratos, que me compararas con Gaby. Andrés, en lugar de
intentar ayudarme siempre estabas del lado de papá, aplaudiendo su
comportamiento. Mia, siempre intentaste arrebatarme el primer lugar de
popularidad ¿Crees que no me di cuenta cuando infectaste mi comida para que
abandonara el baile de graduación, para que tu fueras la estrella? Mateo, tú me
dejaste cuando más te necesitaba, me cambiaste por otra chica, pero más aún,
te acostabas con ella cuando aún estábamos juntos. Ían, ¿Sigo siendo la niña
de la que te burlabas en el colegio? Tú eres castigado por nunca medir tus
palabras, por búrlate sin mirar el trasfondo de tus palabras hirientes. Pero por
sobre todas las cosas, ustedes son castigados porque nunca se dieron cuenta de
cómo me lastimaron. Siempre estuve para ustedes, pero ninguno estuvo para
mí, no les importaba que estuviera mal. Incluso si parecía que tenía la vida
perfecta ¡No era así!
—Pero, aun no entiendo cómo es posible que sea la del hospital—intervino
Adam…
—Investigador Adam, debería replantarse sus métodos de investigación.
En cinco minutos terminará todo, así que no los dejaré a la expectativa. El
Makram, es liberación, la liberación de mi alma a sus maltratos, la manera en
que los perdonaré y ascenderé al cielo. ¡Pero solo lo conseguiré si todos
ustedes se pudren en una cárcel! Hace dos meses, empecé el fuego en casa de
Karo, y la secuestré, la entrené para actuar igual que yo lo haría, los demás lo
hicieron ustedes. La empujé por el puente, porque necesitaba como
inculparlos, ella fue el sacrificio de mi liberación—luego de esto la chica rió
ferozmente con malicia.
Ahora todo tenía sentido. Adam se dejó caer en una silla de plástico que
había en el lugar, estaba sorprendido. Arrebujó unos cojines del suelo sobre su
regazo, abrazándolos, estaba a punto del colapso. El sueño, la decepción y el
hambre se unieron para destruirlo. Casi de lejos ya percibía pasos, pero estaba
absorto de la realidad, en un universo paralelo. Todo encajaba, Carol había
secuestrado a Karo, para lograr encerrar en la cárcel a todos los que la habían
dañado de algún modo.
Adam no era el único en ese estado, todos estaban tirados de cualquier
manera, por el suelo, algunas lágrimas se derramaban y se sentían los gritos
ahogados. Quizá fueran los efectos de la culpa. Todos estaban tan sumidos en
sus pensamientos, tan hipnotizados y estupefactos por la notica, que cuando se
dieron cuenta la chica había desaparecido. Adam se arrastró por el suelo en
busca de su celular, y entonces la policía irrumpió en la habitación. Vaya
imagen transmitían, todos derrumbados, con los ojos anegados de lágrimas,
abrazando sus piernas, aprontando los ojos ya ahogando gritos.
—Estoy harto de ti, Adam, dame ya al culpable, o lo serás tú.
No había manera humana de que le creyeran que era Carol, no tenía
pruebas. Incluso recordó que al examinar el cuerpo de Karo encontró que sus
huellas estaban quemadas, peso que era una simple coincidencia pero no lo
era. Comprendió el significado del cuadro del Makram. Simboliza su libertad,
su asenso hacia el cielo a través del sacrificio de Karo. Cuanto dolor debía
albergar en su corazón esa chica, para planear una idea tan retorcida. Adam
tenía muchas dudas, pero ella ya había desaparecido, o quizás nunca estuvo
allá, porque ya se había liberado.
—Son ellos—dijo sin fuerza Adam, señalándolos, no podía perder su
trabajo. Se sentía como una mala persona, pues si bien habían hecho daño a
Carol, no eran los responsables
Adam sintió un algo horrible en su interior, el sentimiento de haber sido
usado por Carol, ella era Desconocido y lo había utilizado para conseguir las
pruebas e inculpar a ellos. Había seguido su juego todo ese tiempo
—¿Tienes pruebas?—preguntó Daniel.
—Ahí están, hay fotos y videos.
Adam se sentía culpable, se le caía la cara de la vergüenza y había tirado
por la borda su imagen implacable, pues sus ojos ya estaban anegados de
lágrimas que se resbalaban. Todos le gritaban insultos, malas palabras,
mientras la policía los arrestaba y es que se lo merecía, todas esas palabras en
realidad lo describían, eso no era justicia. O eran ellos o era Adam, incluso si
Adam iba a la cárcel, tampoco sería justica. Le dolía el propio egoísmo con el
que había actuado. Pero ya era tarde, muy tarde para una solución. Había
fallado.

21

De camino a casa, aún seguía estupefacto, el hambre y el sueño habían


desaparecido a causa de la sorpresa, igualmente había sido despedido. Por más
que intentaba huir la situación, en la radio hablaban de ello, de los cúlpales.
De las personas que Adam había condenado a la muerte en la cárcel.
La lluvia lo seguía acechando, en medio del tráfico. Admiró las gotas de
lluvia pegadas a la ventana. El mundo se veía al revés a través de ellas.
Entonces lo comprendió, Carol veía la liberación como una gota a través de
una gota de agua, para ella el salto del puente era ascenso. Era la manera de
regresar a lo natural, de reiniciarse. Quizás Adam necesitaba un reinicio de
todo eso.

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