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Abby estaba más asustada que Ían, pues este último ya había pasado un par
de noches privado de su libertad.
Abby, se sentó a llorar, ella era así, sensible. Tantas situaciones conjuntas
la tenían tensa, y su manera de liberar estrés, había sido por naturaleza llorar.
Ían, al contrario guardaba silencio mientras maldecía en su mente. Estaba
acostumbrado al llanto de Abby, sabía por experiencia que no había mucho
que hacer, a excepción de esperar a que se le pasara. El llanto de la chica tenía
una peculiaridad que Ían siempre conocía, tenía ritmo, las grandes bocanadas
de aire que tomaba Abby siempre iban al mismo compás, al igual que sus
sollozos. Pero Ían notó que se volvía irregular.
Entonces se acercó a la chica, se dio cuenta que esta dormía, por lo que su
llanto cesaba poco a poco. Ían se sentó en el suelo y apoyó la cabeza de la
chica dormida en sus piernas, como almohada. Se quedó observándola,
mientras le acariciaba el cabello, se veía tan bonita aun con el maquillaje
corrido. Ían casi agradeció toda esa situación al tenerla tan cerca, al tener a
Mateo tan lejos.
Ían era experto en pasar las noches en vela, no dormía mucho. Sentía el día
perdido al hacerlo, el día era tan ocupado que en las noches podía pensar
mejor. Pronto comprendió lo extraño de la situación. Se dijo a si mismo que
solo iba a descansar los ojos, y así hubiera sido si no hubiera escuchado un
ruido.
Ían no creía en historias de fantasmas, y no creía que algo así hubiera
provocado el sonido, por lo que efectivamente estaba asustado, todos estaban
muy tensos. Ían creyó divisar, una silueta, vestida de ropa ancha que
camuflaba su figura, y oscura que se mezclaba con el ambiente. Ían parpadeó,
ya no había nada. Un simple sueño lívido. Con cuidado quitó la cabeza de
Abby de sus piernas y se acercó más a los barrotes de hierro, para mirar, pero
no vio nada. Ni si quiera con luz diurna hubiera visto la escurridiza silueta que
revoloteaba por la comisaría.
Finalmente, se recostó en el suelo, para dormir al lado de Abby, su
respiración tranquila, pronto le permitió acabar con su insomnio nocturno
constante.
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Andrés despertó casi al mismo tiempo que su padre, incluso eran parecidos
en ese sentido. Ambos contaban con una cabellera castaña clara, unos ojos
miel y piel clara. Se podría decir que Andrés era la versión joven de su padre.
Andrés se levantó de la silla, tratando de poner su hombro en su lugar de
nuevo, necesitaba ir al baño. Cuando camino un poco se dio cuenta que tenía
su zapato izquierdo desamarrado, instintivamente se agachó, para atar sus
cordones.
El señor Alonso, estaba sentado en la silla, observando el suelo, a la nada,
pensando aun con media mente dormida, pero no lo suficiente para pasar por
alto lo que se atravesó por su vista.
Andrés se estaba atando los cordones, pero en dicha posición la planta de
su zapato derecho quedaba al descubierto, esta tenía adherido un papel
amarillo, un post-it. El hombre se quedó mirando la nota por unos segundos, y
su corazón se desbocó al detallar ese pequeño trozo de papel. Se apresuró a
levantarse, y despegar la nota del zapato del muchacho, que no se había
percatado.
Su padre no tardó en reconocer esa letra, era de Gabriela, siempre había
sido la chica que escogían para los trabajos a mano, o las carteleras escolares,
su pequeña. «Gaby» Tenía escrito la nota, en un rojo vivo, con letras
chorreantes.
—¿Qué es esto!—vociferó el señor Alonso.
Andrés no tardó el voltear, lo primero que observó fue el rostro abarrotado
de furia de su padre, sus cejas enarcadas que plegaban su piel formando
arrugas. El chico pasó a observar la nota, igual de sorprendido que su padre.
—¿Qué es esto!—repitió el hombre gritando, observando fijamente a su
hijo—. ¡Contéstame!
—No….No lo sé—el pobre muchacho ya era presa del pánico, pues el
genio de su padre no era la mayor de sus virtudes.
—¡Cómo no lo vas a saber, estaba pegado a la suela de tu zapato!
Andrés se quedó callado, no sabía que hacer o qué decir
—¡Andrés! Si esta es una maldita broma, quiero que pares ahora, no es
gracioso!
—¡No es una broma, papá!
El silencio estancó el lugar, lo sumió en tensión.
—Tiene que serlo—musitó la vos del señor Alonso, ya sin fuerza, casi sin
esperanza y cargada de mucha tristeza.
Andrés, decidió que el investigador debería saber lo ocurrido.
Adam llevaba el carro lento, porque iba mirando las direcciones de las
casas, comparándolas con el papel, en el que había anotado la dirección que le
dio Alex, la de la chica que vivía cerca de Carol.
—Es justo aquí—dijo para sí mismo Adam.
Aparcó y se dirigió a la puerta de entrada. Tocó el timbre, nada sucedió, lo
hizo dos veces, esta vez surtió efecto. Una mujer rubia, abrió la puerta, quedó
en silencio expectante a las palabras de Adam.
—Mucho gusto, mi nombre es Adam Gómez, investigador de la
corporación policiaca—dijo estrechando la mano con la mujer, parecía
desconfiada. Siento mucho interrumpirla, pero necesito hacerle unas
preguntas, no tardará.
La mujer dirigió su mirada a la placa que cargaba Adam en el bolsillo
situado en su pecho, luego lanzó una sonrisa diminuta y lo invitó a pasar.
Seguido de eso, la mujer desapareció unos segundos en la cocina y volvió con
dos cafés.
—Señora Castillo, soy el investigador a cargo del caso de Carol Alonso.
La mujer dio un respingo al escuchar el nombre. Pero al mismo tiempo su
rostro reflejó confusión.
—¿Caso de Carol Alonso?—repitió la mujer forzando su memoria.
—Supongo que no está enterada, así que le resumiré brevemente los
acontecimientos. El viernes pasado, Carol Alonso cayó del puente frente a la
universidad Imperial.
—Pero no entiendo que función cumplo en su investigación—expuso la
mujer.
—Me he enterado que Carol era muy amiga de su hija, creo que su muerte
pudo llevar a Carol a la depresión. Necesito que me cuente los hechos,
incluyendo toda la información que pueda darme de su hija.
La señora Castillo comprendió la situación al instante, tomó una gran
calada de aire, para preparase, para tener la valentía de hablar sobre su hija
recién fallecida.
—Mi hija, Karol, bueno todos de cariño de decían Karo, ella tenía 18 años
recién cumplidos cuando… cuando falleció— la señora Castillo hizo una
pausa, en la que empujó sus lágrimas hacia atrás respirando hondo—. Para el
cumpleaños número 18 de Karo, pidió una fiesta. Cuando mi madre falleció,
me dejó una propiedad a las afueras de la ciudad, allí se celebró la fiesta por
petición de Karo. Invitaron a muchas personas, algún invitado de la fiesta,
activó la estufa y propició un incendio. Karo se estaba cambiando, compró
muchos vestidos para ese día. El fuego comenzó a revestir las paredes, hasta
adentrarse al cuarto donde Karo se cambiaba, era una casa antigua, y la pared
estaba rota—un sollozo, acompañado de una lagrima, le impidió a la señora
Castillo seguir hablando—. La chapa del cuarto de karo se atoró, sus amigas
vinieron a ayudarla, pero no consiguieron sacarla, todas salieron corriendo
fuera mientras el fuego consumía la casa.
La señora Castillo, rompió en lágrimas, una tras otra no pretendía dar
tregua. Evitó la mirada del investigador e intentó calamar sus sollozos, pero
esto solo terminó por empeorar la situación.
—No se preocupe, tómese su tiempo—dijo el investigador.
Fueron necesarios cinco minutos de pausa, para que la mujer reanudara la
historia.
—El lugar está muy alejado, sus amigas intentaron llamar a las
autoridades, pero ninguna tenía señal en su celular. Caminaron por horas hasta
el lugar más cercano con señal. Súmele a todo ese tiempo, lo que los bomberos
tardaron en llegar, Karo…. Karo—hizo una pausa y sus ojos se tornaron rojos
—. Karo era solo cenizas. Las autoridades afirman, que probablemente el
humo la fue ahogando, hasta que quedó dormida, y el fuego se la llevó.
A medida que la mujer contaba la historia, Adam imaginaba la historia en
su cabeza, por lo que cuando terminó de contarla, su rostro estaba horrorizado.
—¿Cómo sabe todo eso?—preguntó Adam.
—Sus amigas me lo contaron, y la investigación de la policía concordó.
—¿Nunca supieron quien inició el incendio?—continuó Adam.
—El fuego quemó todas las evidencias, pero cualquiera lo pudo haber
hecho, la mayoría de los invitados estaban atestados de alcohol, según las
pruebas de la policía.
—¿Entre las amigas de Karo, estaba Carol Alonso?
—Sí, ella era la mejor amiga de mi hija. Eran tan parecidas—dijo la mujer
rememorando algún recuerdo viejo.
—¿Usted cree que ese haya sido el factor que impulsó a Carol para saltar
de un puente?—aventuró el investigador.
—No sería una locura, después de todo me acompañó en la pena, y
siempre me dijo lo frustrada que estaba, que sentía que pudo haber hecho más.
La mujer enjuagaba sus lágrimas con dedos, los cuales quedaron
completamente empapados. Adam observó la sala de estar de la casa, sus
paredes eran blancas, decorados con finos cuadros y algunos otros diseños, en
una mesa cercana encontró fotos de la familia.
—¿Ella es Karo?—preguntó Adam a la mujer, quien no dijo nada, solo
asintió.
Más adelante, encontró una foto de Karo y Carol, juntas. La señora castillo
tenía razón, eran muy parecidas. Ambas tenían el cabello castaño, los ojos
verdes y las facciones finas.
—Son muy parecidas—dijo en voz baja Adam.
—Lo son, hermanas separadas al nacer, decían ellas. Cuando veo a Carol,
siento que ahí está mi hija. Era extraño para mí, que no viniera a saludar, pero
no sabía nada de lo ocurrido.
Adam se despidió de la señora Catillo, agradeciéndole por contarle aquella
historia, que no era fácil ni siquiera de recordar. Adam salió con la cabeza
hecha un desastre. Estaba a punto de arrancar su auto, cuando vio una figura
moverse, alguien encapuchado, que al percatarse de que Adam lo había
divisado, salió a correr. Adam se apresuró a encender el carro lo más rápido
que pudo, pero entonces la persona desapareció en un callejón, estaba
dispuesto a seguir a la persona, pero entonces le entró una llamada.
—Jefe, venga a la estación de policía, tiene que ver esto.
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Ya era hora pico, así que el tráfico esperaba a Adam. Se resignó ante la
espera en el tráfico, encendió la radio, necesitaba música. El rocío decoraba el
parabrisas con pequeños puntos que se adherían. Rocío que advertía lluvia, las
nubes permanecía oscuras, todo el día había estado oscuro, el sol se dignaba a
salir.
Adam se acomodó en su asiento, estiró los brazos y bostezó tan fuerte que
los ojos se le aguaron. Necesitaba conservar la calma, se estaba volviendo
loco. Se sentía frente a un rompecabezas, con muchas piezas, pero ninguna
encajaba con la otra. Se sentía acorralado, con toda la información que había
recolectado, le parecía imposible no haber deducido nada.
Llegó a casa cuando el cielo se cambiaba a nocturno, su estómago volvió a
rugir. Había estado tan concentrado en el caso que había olvidado que su
última comida fue el desayuno. No quería pensar en más tráfico, por lo que
decidió caminar siete cuadras, con su paraguas al lugar de comidas rápida más
cercano. Pidió una hamburguesa y se sentó a comer, pensativo, triturando cada
mordisco de hamburguesa, cuidadosamente, como si esta fuera la información
que procesaba.
En las ventanas del establecimiento, notó el agua caer a chorros, llegaría
lavado a casa. Estaba empezando a considerar odiar la lluvia, solo le traía
problemas.
Llegó a casa tal y como había presupuestado, mojado hasta el alma. Entro
al baño y se despojó de su ropa, dispuesto a tomar una ducha terapéutica que
lo calmara, llena de vapor. Se ordenó a sí mismo no pensar en el caso mientras
se duchaba, se iba a regalar esos minutos para él.
Salió despejado de su ducha, listo para pensar y pensar hasta encontrar una
respuesta convincente. Su celular vibró, había llegado un nuevo mensaje, que
no podía ser de nadie más, sino de Alex. Allí estaban, las direcciones que
había pedido, las anotó en su libreta y eliminó el mensaje. Se volvió a
concentrar en organizar la información que tenía.
Carol:
Chica de 20 años, estudiante de la universidad Imperial, con excelentes
promedios, y es la chica más popular. Tiene una mala relación con su padre,
sin motivo aparente. Ex-amiga de Mia, su compañera de Universidad, porque
hace dos semas ella apareció en su casa, llorando, diciendo que no tenía el
valor suficiente y luego huyó con ciento cincuenta mil pesos de Mia, y cuando
esta intentó reclamarle, nadie le creyó.
Luego, también era amiga de Karo, una chica de 18 años, amiga de barrio
de Carol. Que murió dos meses atrás, en un incendio por causas desconocidas.
Carol probablemente se sentía culpable no haber podido ayudar en la causa.
¿Qué razón era tan fuerte para obligarla a saltar del puente? ¿O alguien la
había obligado a saltar del puente?
Lo que le había contado Mia, le sonó al investigador, en primera instancia,
como una amenaza. Como si alguien le pidiera dinero a costa de arrebatarle
algo en caso de que no lo consiguiera, y quizá no lo logró reunir, y esta
persona la obligó a saltar, o lo hizo ella buscando escapar.
¿Pero quién?
La muerte de Karo también era muy misteriosa, alguien había planeado
cuidadosamente como matar a Karo. Para Adam era muy extraño que
accidentalmente la estufa se hubiera accionado y nadie se hubiera dado cuenta
hasta que fuera tarde. También, la chapa estancada debía ser una trampa
planeada. Incluso la ubicación sin señal para celular. Alguien lo había
planeado, pero alguien con demasiado odio, para quemar literalmente a su
enemiga.
Adam creía que debía ser la misma persona, que quiso acabar con Karo, y
meses después con Carol. Un enemigo común,
Luego estaban las notas.
En el zapato de Andrés aparece una nota con la palabra Gaby, en tinta roja,
en un post-it amarillo.
En la celda de Ían y Abby, aparece uno igual, con una carita feliz, llorando
sangre. Adam enserio quería creerle a los chicos, pero el pasador de cabello
estaba en su contra. Pero incluso si ellos fueran los responsables, ¿Por qué se
quedarían después de forzar la chapa? ¿Cómo habrían logrado llevar un post-it
hasta el hospital, y devolverse sin ser vistos por ninguna cámara? ¿Qué sentido
tendría hacer eso?
Por más que sentía que no era así, por el momento ellos eran los primeros
sospechosos.
El investigador cayó en los dulces brazos del sueño, después de pensar en
el caso al menos dos horas seguidas.
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Cuando el muchacho se hubo ido, Adam volvió con Alex, con la cabeza
revuelta, muchos pensamientos que ya había anotado en su diminuta libreta.
Se sentó a hablar con su amigo, contándole cada detalle, mirando a cada rato
el mapa semántico e libreta, que contenía lo más importante. Alex se limitó a
escuchar mirando a la nada Adam lo conocía muy bien, sabía que cuando
hacia eso, es porque imaginaba a detalle todo lo que contaba Adam. Después
una larga explicación Alex habló.
—Qué complicado. Es decir, tiene razón, el asesino debe ser el mismo, de
Karo y de Carol. Pero no entiendo que tendría que ver Gaby en todo eso. Si es
la misma persona, debe estar entre las personas con las que ya ha hablado,
pues son las más cercanas que coinciden en los dos eventos. Pero tal como se
ven las cosas….
—Todos podrían ser culpables—terminó la oración Adam—. Todo esto es
culpa de la maldita lluvia cómplice—maldijo Adam, pues en ese preciso
momento seguía lloviendo. ¡Si no fuera por ella, tendríamos pistas de la
escena del crimen!
—Cálmese, señor. Pensaremos en algo, no se preocupe.
—Alex, no quiero que pienses que estoy paranoico, pero en ocasiones he
visto una figura, alguien que me sigue, que conoce mis pasos, mis intenciones
y más importante, el caso. Ían aseguro haberla visto también, a aquella figura
vestida de negro.
—¿Usted cree que sea el responsable?
—Si—afirmó Adam.
Como una plegaria concedida desde el cielo, Adam recibió una llamada, el
chico había despertado. Adam salió corriendo al hospital, debía hablar con él.
Era como una puerta abierta, después de que todas las demás puertas de pistas
se las cerraran en la cara. Su acceso a la habitación de mateo, fue fácil de
conseguir.
Allí estaba, entrando a la habitación hospitalaria de Mateo, el muchacho
apenas y tenía los ojos abiertos, lucía cansado, incluso después de haberse
tomado tal descanso de la vida.
—Hola, Mateo—comenzó Adam compadeciéndose con el desubicado
muchacho, pues no tenía a sus padres en el teléfono. Después de una
investigación, descubrieron que Mateo fue abandonado a su suerte en un hogar
de protección infantil. Agradecía que la prensa pagara el cheque hospitalario,
en medio del afán de una respuesta ante el caso que conmovió a todo un país.
—¿Qué pasó? —dijo Mateo mirando sus alrededores con confusión.
Adam le explicó detalladamente lo que había sucedido, el muchacho no
parecía muy interesado en la historia, hasta que escuchó el nombre de Carol
Alonso.
—Soy el investigador del caso, Adam Gómez. Necesito información de
Carol, algo que nos conduzca al porqué lo hizo. ¿Sabes algo de la fiesta de
Karo?—concluyó Adam.
—Carol, bueno, ella fue mi novia, por seis meses. Pero era muy celosa, eso
que generó nuestra ruptura. Luego conocí a Abby, Carol seguía siendo muy
celosa así que preferí alejarme. En cuanto a la fiesta de Karo no se mucho, yo
no estuve.
Adam recordó que la lista de la que se basaron Alex y él para teorizar la
asistencia de las personas a la fiesta, no era más que los comentarios de una
foto posteada en Facebook, eso no garantizaba que Matero hubiera ido, pero
entonces ¿Por qué Ían había mentido?
—¿Estás seguro de que no sabes nada más? —repitió Adam.
—No, no lo sé. Cuando Carol fue mi novia nunca vi un indicio en ella de
que pudiera hacer tal cosa como saltar de un puente, después de ello me alejé
de todo lo que tuviera que ver con ella. Si me necesita de nuevo, búsqueme en
mi casa—seguido de eso Mateo dictó su dirección a Adam.
Algo dentro de Adam decidió creerle a Mateo, pues hablaba tranquilo, sin
pausa y fluido.
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