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Carne

E1 campo abierto utilizó como reclamo otro recurso. En la selva los animales suelen ser
pequeños, furtivos, difíciles de avistar. Pero la sabana rebosaba de manadas bien visibles. De vez en
cuando un grupo de australopitécidos armados de palos se encontraría con una cría de gacela o
antílope, apartada de la protección materna; la rodearían, se harían con ella y se la comerían. En
ocasiones, tropezarían también con los restos de un animal de mayor tamaño, muerto por causas
naturales o por los depredadores felinos que vivían a costa de las manadas. Silbando y aullando al
tiempo que blandían los palos, ahuyentarían a los buitres y chacales, y se precipitarían sobre la carne
putrefacta, que arrancarían a pedazos. Después se dirigirían a la arboleda más cercana, dispuestos a
abandonarlo todo y buscar el refugio de las ramas en el caso de que regresasen los felinos e
interrumpiesen la comida.

Confieso que no existe ninguna prueba de que hayan sucedido alguna vez estos
acontecimientos. Pero el comportamiento de los chimpancés y de otros primates, así como las
preferencias dietéticas de nuestra especie, dejan pocas dudas sobre la especial afición a la carne de los
australopitécidos. Además, como animales moradores de la sabana y usuarios de herramientas,
disponían de una desarrollada capacidad y de múltiples oportunidades, tanto para alimentarse de
carroña como para cazar. En cuanto a buscar el refugio de los árboles, contamos con la prueba fósil de
los dedos curvos en pies y manos, y de los brazos largos y piernas cortas al estilo de los miembros de
los chimpancés.

Hasta hace poco los científicos pensaban que los monos y los simios eran estrictamente
vegetarianos. Pero después de meticulosas observaciones en estado natural, los primates han resultado
ser omnívoros en su mayor parte. Al igual que los humanos, comen lo mismo vegetales que alimentos
de origen animal. Al ser criaturas más bien pequeñas, los monos, por necesidad, se alimentan
principalmente de insectos en lugar de caza. Una cantidad significativa de los insectos que comen es
simplemente un resultado natural de su consumo de hojas y frutas. Cuando se topan con una hoja con
un gorgojo envuelto en ella o un higo con gusano, no escupen el intruso. Si acaso, escupen la hoja o la
fruta, práctica que origina una lluvia pertinaz de alimentos de origen vegetal a medio masticar mientras
la tropa avanza de árbol en árbol.

Como sucede entre la mayoría de las poblaciones humanas, los monos sólo comen
generalmente pequeñas cantidades de alimentos de origen animal en comparación con los de origen
vegetal. No es asunto de elección, sino que obedece a las dificultades que han de afrontar los monos
para conseguir un suministro regular de carne. Estudios realizados en Namibia y Botswana muestran
que los babuinos dejarán de comer prácticamente todo lo demás si abundan los insectos. Las sustancias
de origen animal se sitúan en primer lugar de sus preferencias; en segundo, las raíces, semillas, frutas y
flores; y en tercer lugar, las hojas y la hierba. En algunas épocas del año destinan a los insectos el 75
por ciento del tiempo que dedican a comer. Algunas especies de monos de gran tamaño no se limitan a
los insectos: también cazan piezas pequeñas. Mi reconstrucción del modo de vida de los
australopitécidos adquiere plausibilidad por el hecho de que los cazadores más consumados de entre
los monos parecen ser los babuinos, que viven a ras de tierra en campo abierto. Durante un año de
observación en Gelgil (Kenia), Robert Harding observó que los babuinos habían matado y devorado
cuarenta y siete vertebrados pequeños. Las crías de gacela y de antílope constituían las presas más
corrientes. Si un simple babuino es capaz de capturar crías de gacela y de antílope, los primeros
australopitécidos no pueden haber sido menos capaces.

Entre los primates no humanos existentes, los chimpancés son los consumidores de carne más
apasionados. Sólo el tiempo y los esfuerzos que dedican a comer termitas y hormigas sugieren ya el
grado de su afición por la carne. No olvidemos las dolorosas mordeduras y picaduras a que se exponen
para conseguir estos bocados exquisitos. Tampoco limitan los chimpancés su búsqueda de carne a la
caza de hormigas y termitas. Cazan y comen por lo menos veintitrés especies de mamíferos, entre ellos
varias clases de monos y babuinos, gálagos, gamos, potamóceros, cefalofinos, ratones, ratas, ardillas,
musarañas, mangostas y damanes. Asimismo, matan y devoran crías de chimpancé e incluso bebés
humanos si se presenta la ocasión. En Gombe, en el transcurso de una década, los observadores
presenciaron el consumo de noventa y cinco animales pequeños, en su mayoría crías de babuino,
chimpancé y potamócero. Este no es sino un recuento parcial, por cuanto los chimpancés consumieron
otros animales sin ser vistos por los observadores. En conjunto, los chimpancés de Gombe dedicaron
cerca del 10 por ciento de su tiempo de alimentación a buscar y consumir caza.

Generalmente, los chimpancés cazan en grupo y comparten la presa con los demás. Si un
chimpancé no encuentra con quien juntarse, abandonará la caza. Durante todo el proceso de matar,
distribuir y consumir las presas, muestran un entusiasmo y un nivel de interacción social inusuales.
Durante la caza, entre tres y nueve chimpancés tratan de rodear a la presa, moviéndose de un lado a
otro por espacio de una hora para cerrar las posibles vías de escape.

Tanto las hembras como los machos cazan y comen carne. Durante un período de ocho años,
entre 1974 y 1981, las hembras capturaron o robaron, y después devoraron, al menos una parte de
cuarenta y cuatro presas, sin contar veintiún presas más, a las cuales atacaron o cogieron sin poder
luego sujetarlas. Los machos cazaron más que las hembras y comieron más carne. Los chimpancés
sólo comparten de vez en cuando los alimentos de origen vegetal, pero siempre comparten la carne,
excepto si la presa la captura un chimpancé solitario en la selva. Compartir la carne es con frecuencia
resultado de ruegos persistentes. El suplicante pone la mano extendida debajo de la boca del poseedor
de la carne o separa los labios del compañero que la esté masticando. Si falla la táctica, el suplicante tal
vez comience a gimotear y a expresar rabia y frustración. Van Lawick-Goodall describe cómo un
chimpancé joven llamado míster Worzle se agarró un gran berrinche cuando Goliat, un macho
dominante, se negó a compartir con él el cadáver de una cría de babuino. Míster Worzle siguió a Goliat
de rama en rama, con la mano extendida y gimoteando. «Cuando Goliat apartó la mano de Worzle por
enésima vez, el macho de rango inferior... se tiró de la rama, gritando y golpeando salvajemente la
vegetación circundante. Goliat lo miró y, después, con gran esfuerzo [empleando manos, dientes y un
pie], partió su presa en dos y dio los cuartos traseros a Worzle.» Retorno al Génesis africano Los
chimpancés son cazadores antes que carroñeros por una sencilla razón: en la selva hay menos restos de
grandes animales muertos y es más difícil encontrarlos. Teniendo en cuenta los enormes rebaños que
pastaban en las sabanas, los primeros australopitécidos fueron probablemente carroñeros antes que
cazadores. Sus palos de escarbar no eran lo bastante afilados y recios como para perforar la epidermis
de ñus, antílopes, cebras o gacelas. Desprovistos de colmillos y herramientas de cortar, no podían de
ninguna manera atravesar pieles duras y alcanzar la carne, aunque consiguiesen de un modo u otro
matar algún adulto. Alimentarse de carroña resolvía estos problemas. Los leones y otros depredadores
rendían el servicio de matar y desgarrar el animal, poniendo al descubierto la carne. Una vez que
habían comido hasta hartarse, los depredadores se retiraban a un lugar sombreado y echaban una siesta.

El problema principal de nuestros antepasados consistía entonces en cómo deshacerse de otros


carroñeros. A los buitres y chacales podía alejárseles agitando los palos y pinchándoles con ellos. Sin
duda, les tiraban también piedras, si las había en las inmediaciones del cadáver. Las hienas, con sus
poderosas mandíbulas para triturar huesos, constituirían un problema mucho mayor para un grupo de
primates con alturas comprendidas entre 91 y 122 centímetros. Muy prudentemente, los
australopitécidos guardaban las distancias si las hienas llegaban primero, o se marchaban con rapidez
si aparecían cuando ellos habían comenzado la cena. En cualquier caso, era aconsejable no remolonear,
arrancar y cortar cuanto pudiesen y marcharse a un lugar seguro lo antes posible. Los felinos
depredadores podían volver al lugar del crimen para comer el postre o, si el animal había fallecido de
muerte natural, acercarse enseguida a investigar (la mayoría de los depredadores no le hace ascos a
añadir un poquito de carroña a su dieta). El lugar más seguro era una arboleda, en la que, si arreciaba el
peligro, los australopitécidos podían soltar sus palos, agarrar la corteza con los dedos curvos y
precipitarse hacia las ramas más altas.

No quiero sobreestimar el miedo de los australopitécidos. Observadores japoneses señalan


que han visto a grupos de chimpancés del Parque Nacional de Mahale (Tanzania) enfrentarse
ocasionalmente e intimidar a uno o dos grandes felinos y conseguir alguna vez arrebatarles piezas de
carne. Tal vez con sus palos y sus piedras los australopitécidos hubiesen logrado resultados aún
mejores. Aunque dudo que se parecieran a los feroces «simios asesinos», de quienes nos viene
supuestamente el «instinto de matar con armas», que se describen en el popular libro de Robert
Ardrey, Génesis en Africa. La idea de que los australopitécidos eran cazadores expertos procede de
una creencia de Raymond Dart. Según ésta, los australopitécidos utilizaban como armas los huesos,
cuernos y grandes colmillos fósiles encontrados en varios de los yacimientos del sur de Africa. Pero no
veo cómo se pudo haber infligido con estos objetos heridas graves a animales grandes y de piel dura.
Incluso en el caso de haber tenido eficacia total, ¿cómo hubieran podido los australopitécidos acercarse
lo suficiente para emplearlos contra presas grandes sin morir coceados o corneados? Una explicación
más probable de la asociación entre fósiles de australopitécidos y huesos, cuernos y colmillos de otros
animales consiste en que las cuevas donde aparecen fuesen guaridas de hienas, las cuales los recogían
y depositaban juntos.

Aunque los australopitécidos nunca llegaron a ser grandes cazadores, terminaron mejorando
su capacidad de competir como carroñeros. El límite de su éxito residía en que tenían que esperar que
los dientes de cazadores o carroñeros mejor dotados por la naturaleza perforasen las pieles, antes de
poder acercarse a un animal muerto. Pero, en algún momento hace entre 3 y 2,5 millones de años,
mucho antes de que entrase en escena el hombre habilidoso de Louis Leakey, los australopitécidos
lograron un avance tecnológico, tan importante como el que más en toda la historia humana.
Empezaron a fabricar cuchillos y hachas a partir de trozos de piedra. Piel, músculo, nervio y hueso
cedían ante los nuevos artefactos tan fácilmente como ante los dientes y garras más afilados. Una
forma de vida más intrépida llamaba a la puerta.

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