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Curso de ingreso Filosofía 2019

Presentación

El siguiente Dossier está compuesto textos cuya característica distintiva es la


diversidad: en él coexisten textos sobre la filosofía con textos literarios, entrevistas,
artículos de diario y textos más propios de la “academia” filosófica. Así confeccionado,
el Dossier no pretende oficiar las veces de como material de estudio en un sentido
clásico. Lejos de esto, la intención es que constituya la oportunidad de abordar y
trabajar las prácticas de lectura y escritura propias de la Universidad y de la Filosofía
académica en particular, a partir de las prácticas que los estudiantes ingresantes ya
poseen y que han adquirido previamente.

Sumario
1. Eco, Umberto, “El oficio de pensar”. Artículo publicado en el diario “El
país” de España, en noviembre de 1987.

1. Platón, (2004), Apología de Sócrates. Santiago de Chile: Editorial


Universitaria. Fragmentos.

1. Russell, Bertrand (1973), La sabiduría de Occidente. Madrid: Aguilar.


Fragmentos.
2. Eco, Umberto (1999), “Diálogo sobre la pena Capital” en La estrategia de
la ilusión, España: Lumen.

1. Chomsky, Noam/Foucault, Michel (2006), La naturaleza humana: justicia


versus poder Un debate. Buenos Aires: Katz. Parte: Debate sobre la
justicia.

2. de Beauvoir, Simone (1962) “El segundo sexo” fragmento. Buenos Aires:


Siglo Veinte.

3. Descartes, René (1641): Meditación primera. En Meditaciones


Metafísicas.
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Umberto Eco, “El Oficio de pensar” 1

Días atrás un jovencito, en un momento de confianza me preguntó: “Discúlpeme, pero


¿cómo definiría usted su oficio?". Por instinto le contesté que mi oficio era el de
filósofo, cosa que me asienten las leyes, pues soy graduado en filosofía y tengo el honor
de desempeñarme como docente libre en materia filosófica.

Me siento filósofo a causa de Giacomo Marino. Este verano fui a Pinerolo a agasajarlo
porque fue mi profesor de filosofía en el Liceo Plana de Alesandria. Marino demostró
que se puede ser filósofo o sea pensador aun cuando uno esté condenado a ser profesor
de filosofía. Para mí ha sido maestro de la filosofía no sólo cuando me explicaba
Descartes o Kant, sino también cuando respondía a las preguntas más alocadas del tipo
de "¿Quién era Freud?", "¿Qué es un leitmotiv en. Wagner?". "¿Es lícito practicar el
boxeo?". De tal modo Giacomo Marino causó un gran disgusto a mi padre, que deseaba
(como era obvio en Piamonte) que yo fuera abogado.

Amar la filosofía y practicarla profesionalmente es un extraño oficio. Se es un pensador.


Algunas veces, advierto que, mientras trabajo, me abandono en la silla, con la mirada
perdida y vago por aquí y por allá con la mente. Mi moralismo de ex católico
naturalmente reacciona: estoy perdiendo el tiempo. Luego me tranquilizo: ¿acaso no soy
pensador profesional? Por lo tanto, es justo que piense.

Error: un pensador piensa, pero no en los momentos dedicados al pensamiento. Piensa


mientras arranca una pera de un árbol, mientras cruza la calle, mientras espera que el
empleado le entregue un formulario. Descartes pensaba mirando una estufa. Cito de dos
textos contemporáneos (uno voluntariamente degradado y otro, voluntariamente
degradante): para Fleming, "James Bond se sentaba en el área de salida del aeropuerto
de Miami después de dos dobles de bourbon y reflexionaba sobre la vida y la muerte".
Para Joyce al final del capítulo cuarto de Ulises, Leopold Bloom está sentado en la taza
(si se me permite, está cagando) y reflexiona sobre las relaciones existentes entre cuerpo
y alma. Esto es filosofar. Utilizar los intersticios de nuestro tiempo para reflexionar
sobre la vida, sobre la muerte y sobre el cosmos. Deberíamos dar este consejo a los
estudiantes de filosofía: no apuntéis los pensamientos que os vengan a la cabeza en el
escritorio de trabajo, sino los que se os ocurran en el retrete. Pero no se lo digáis a
todos, porque llegaríais a la cátedra con mucho retraso. Comprendo, por otro lado, que
esta verdad pueda parecer ingrata a muchos: lo sublime no está al alcance de cualquiera.

Pero filosofar significa también pensar a los demás, especialmente a aquellos que nos
han precedido. Leer a Platón, Descartes, Leibniz. Y es este un arte que se aprende
lentamente. ¿Qué quiere decir reflexionar sobre un filósofo del pasado? Si tomamos en

1Este artículo apareció publicado en Diario El país de España el 5 de noviembre de 1997.


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serio todo lo que dijo, hay motivos para avergonzarse. Dijo entre otras cosas, un montón
de estupideces. Honestamente: ¿hay alguien que sienta que vive como si Aristóteles,
Platón, Descartes, Kant o Heidegger tuvieran razón en todo y para todo? ¡Vamos,
hombre! La grandeza de un buen profesor de filosofía está en hacernos volver a
descubrir a cada uno de estos personajes como hijos de su tiempo.

Cada uno ha tratado de interpretar sus experiencias desde su punto de vista. Ninguno
dijo la verdad, pero todos nos han enseñado un método de buscar esta verdad. Es esto lo
que hay que comprender: no si es verdad lo que ha dicho, sino si es adecuado el método
con el que han tratado de responder a sus interrogantes. Y de este modo un filósofo -
aunque diga cosas que hoy día nos harían reír- se convierte en un maestro.

Saber leer así a los Filósofos del pasado significa saber redescubrir de improviso las
fulgurantes ideas que han expresado.
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Platón, Apología de Sócrates 2

Apología es uno de los considerados textos tempranos de Platón. En él,


Sócrates narra el proceso de enjuiciamiento al que fue sometido como
resultado de las acusaciones de corrupción de los jóvenes que contra él
levantaren Meleto, Ánito y Licón. Finalmente, Sócrates fue encontrado
culpable de los cargos y sentenciado a muerte. El siguiente fragmento retoma
la defensa que hiciese Sócrates de sí mismo ante la Asamblea.

28a Lo que yo decía antes, a saber, que se ha producido


gran enemistad hacia mí por parte de muchos, sabed
bien que es verdad. Y es esto lo que me va a condenar, si
me condena, no Meleto ni Ánito sino la calumnia y la
envidia de muchos. Es lo que ya ha condenado a otros
muchos hombres buenos y los seguirá condenando.
b No hay que esperar que se detenga en mí.
Quizá alguien diga: «¿No te da vergüenza, Sócrates,
haberte dedicado a una ocupación tal por la que ahora
corres peligro de morir?» A éste yo, a mi vez, le diría
unas palabras justas: «No tienes razón, amigo, si crees
que un hombre que sea de algún provecho ha de tener en
cuenta el riesgo de vivir o morir, sino el examinar
solamente, al obrar, si hace cosas justas o injustas y
actos propios de un hombre bueno o de un hombre malo.
c De poco valor serían, según tu idea, cuantos semidioses
murieron en Troya y, especialmente, el hijo de Tetis, el
cual, ante la idea de aceptar algo deshonroso, despreció
el peligro hasta el punto de que, cuando, ansioso de
matar a Héctor, su madre, que era diosa, le dijo, según
creo, algo así como: «Hijo, si vengas la muerte de tu
compañero Patroclo y matas a Héctor; tú mismo
morirás, pues el destino está dispuesto para ti inmediatamente
después de Héctor»; él, tras oírlo, desdeñó
la muerte y el peligro, temiendo mucho más vivir
siendo cobarde sin vengar a los amigos, y dijo «Que
d muera yo en seguida después de haber hecho justicia al
culpable, a fin de que no quede yo aquí - junto a las
cóncavas naves, siendo objeto de risa, inútil peso de la
tierra.» ¿Crees que pensó en la muerte y en el peligro?
Pues la verdad es la que voy a decir, atenienses. En
el puesto en el que uno se coloca porque considera que
es el mejor, o en el que es colocado por un superior,
allí debe, según creo, permanecer y arriesgarse sin
tener en cuenta ni la muerte ni cosa alguna, más que la
deshonra.
2 Platón, (2004) La Apología de Sócrates, Santiago de Chile: Editorial universitaria.
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e En efecto, atenienses, obraría yo indignamente,


si, al asignarme un puesto los jefes que vosotros
elegisteis para mandarme en Potidea, en Anfípolis y en
Delion, decidí permanecer como otro cualquiera allí
donde ellos me colocaron y corrí, entonces, el riesgo de
morir, y en cambio ahora, al ordenarme el dios, según
he creído y aceptado, que debo vivir filosofando y
examinándome a mí mismo y a los demás, abandonara
mi puesto por temor a la muerte o a cualquier otra cosa.
29a Sería indigno y realmente alguien podría con justicia
traerme ante el tribunal diciendo que no creo que hay
dioses, por desobedecer al oráculo, temer la muerte y
creerme sabio sin serlo. En efecto, atenienses, temer la
muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo,
pues es creer que uno sabe lo que no sabe. Pues nadie
conoce la muerte, ni siquiera si es, precisamente, el
mayor de todos los bienes para el hombre, pero la
temen como si supieran con certeza que es el mayor de
b los males. Sin embargo, ¿cómo no va a ser la más
reprochable ignorancia la de creer saber lo que no se
sabe? Yo, atenienses, también quizá me diferencio en
esto de la mayor parte de los hombres, y, por
consiguiente, si dijera que soy más sabio que alguien
en algo, sería en esto, en que no sabiendo
suficientemente sobre las cosas del Hades, también
reconozco no saberlo. Pero sí sé que es malo y
vergonzoso cometer injusticia y desobedecer al que es
mejor, sea dios u hombre. En comparación con los
males que sé que son males, jamás temeré ni evitaré lo
que no sé si es incluso un bien. De manera que si ahora
c vosotros me dejarais libre no haciendo caso a Ánito, el
cual dice que o bien era absolutamente necesario que
yo no hubiera comparecido aquí o que, puesto que he
comparecido, no es posible no condenarme a muerte,
explicándoos que, si fuera absuelto, vuestros hijos,
poniendo inmediatamente en práctica las cosas que
Sócrates enseña se echarían a perder todos por completo
Y si, además, me dijerais: «Ahora, Sócrates, no vamos a
hacer caso a Ánito, sino que te dejamos libre, a
condición, sin embargo, de que no gastes ya más tiempo
en esta búsqueda y de que no filosofes, y si eres
d sorprendido haciendo aún esto, morirás»; si, en efecto, como
dije, me dejarais libre con esta condición, yo os diría: «Yo,
atenienses, os aprecio y os quiero, pero voy a obedecer al dios
más que a vosotros y, mientras aliente y sea capaz, es seguro
que no dejaré de filosofar, de exhortaros y de hacer
manifestaciones al que de vosotros vaya encontrando,
diciéndole lo que acostumbro: Mi buen amigo, siendo
ateniense, de la ciudad más grande y más prestigiada en
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sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de preocuparte de cómo


e tendrás las mayores riquezas y la mayor fama y los mayores
honores, y, en cambio no te preocupas ni interesas por la inteligencia,
la verdad y por cómo tu alma va a ser lo mejor
posible?'.» Y si alguno de vosotros discute y dice que se
preocupa, no pienso dejarlo al momento y marcharme, sino
que le voy a interrogar, a examinar y a refutar, y, si me parece
30a que no ha adquirido la virtud y dice que sí, le reprocharé que
tiene en menos lo digno de más y tiene en mucho lo que vale
poco. Haré esto con el que me encuentre, joven o viejo,
forastero o ciudadano, y más con los ciudadanos por cuanto
más próximos estáis a mí por origen. Pues, esto lo manda el
dios, sabedlo bien, y yo creo que todavía no os ha surgido
mayor bien en la ciudad que mi servicio al dios. En efecto, voy
por todas partes sin hacer otra cosa que intentar persuadiros, a
jóvenes y viejos, a no ocuparos ni de los cuerpos ni de los
b bienes antes que del alma ni, con tanto afán, a fin de que ésta
sea lo mejor posible, diciéndoos: «No sale de las riquezas la
virtud para los hombres, sino de la virtud, las riquezas y todos
los otros bienes, tanto los privados como los públicos. Si corrompo
a los jóvenes al decir tales palabras, éstas serían
dañinas. Pero si alguien afirma que yo digo otras cosas, no
dice verdad. A esto yo añadiría «Atenienses, haced caso o no a
c Ánito, dejadme o no en libertad, en la idea de que no voy a
hacer otra cosa, aunque hubiera de morir muchas veces.»
No protestéis, atenienses, sino manteneos en aquello que os
supliqué, que no protestéis por lo que digo, sino que escuchéis.
Pues, incluso, vais a sacar provecho escuchando, según creo.
Ciertamente, os voy a decir algunas otras cosas por las que
quizá gritaréis. Pero no hagáis eso de ningún modo. Sabed
bien que si me condenáis a muerte, siendo yo cual digo que
soy, no me dañaréis a mí más que a vosotros mismos. En
efecto, a mí no me causarían ningún daño ni Meleto ni Ánito;
cierto que tampoco podrían, porque no creo que naturalmente
d esté permitido que un hombre bueno reciba daño de otro malo.
Ciertamente, podría quizá matarlo o desterrarlo o quitarle los
derechos ciudadanos. Éste y algún otro creen, quizá, que estas
cosas son grandes males; en cambio yo no lo creo así, pero sí
creo que es un mal mucho mayor hacer lo que éste hace ahora:
intentar condenar a muerte a un hombre injustamente.
Ahora, atenienses, no trato de hacer la defensa en mi favor,
como alguien podría creer, sino en el vuestro, no sea que al
condenarme cometáis un error respecto a la dádiva del dios
e para vosotros. En efecto, si me condenáis a muerte, no
encontraréis fácilmente, aunque sea un tanto ridículo decirlo, a
otro semejante colocado en la ciudad por el dios del mismo
modo que, junto a un caballo grande y noble pero un poco
lento por su tamaño, y que necesita ser aguijoneado por una
especie de tábano, según creo, el dios me ha colocado junto a
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31a la ciudad para una función semejante, y como tal,


despertándoos, persuadiéndoos y reprochándoos uno a uno, no
cesaré durante todo el día de posarme en todas partes. No
llegaréis a tener fácilmente otro semejante, atenienses, y si me
hacéis caso, me dejaréis vivir. Pero, quizá, irritados, como los
que son despertados cuando cabecean somnolientos, dando un
manotazo me condenaréis a muerte a la ligera, haciendo
caso a Ánito. Después, pasaríais el resto de la vida
durmiendo, a no ser que el dios, cuidándose de
vosotros, os enviara otro. Comprenderéis, por lo que
sigue, que yo soy precisamente el hombre adecuado
para ser ofrecido por el dios a la ciudad. En efecto, no
b parece humano que yo tenga descuidados todos mis
asuntos y que, durante tantos años, soporte que mis
bienes familiares estén en abandono, y, en cambio, esté
siempre ocupándome de lo vuestro, acercándome a
cada uno privadamente, como un padre o un hermano
mayor, intentando convencerle de que se preocupe por
la virtud. Y si de esto obtuviera provecho o cobrara un
salario al haceros estas recomendaciones, tendría
alguna justificación. Pero la verdad es que, incluso
vosotros mismos lo veis, aunque los acusadores han
hecho otras acusaciones tan desvergonzadamente, no
han sido capaces, presentando un testigo, de llevar su
desvergüenza a afirmar que yo alguna vez cobré o pedí
c a alguien una remuneración. Ciertamente yo presento,
me parece, un testigo suficiente de que digo la verdad:
mi pobreza.
Quizá pueda parecer extraño que yo privadamente,
yendo de una a otra parte, dé estos consejos y me meta
en muchas cosas, y no me atreva en público a subir a la
tribuna del pueblo y dar consejos a la ciudad. La causa
de esto es lo que vosotros me habéis oído decir muchas
veces, en muchos lugares, a saber, que hay junto a mí
d algo divino y extraordinario; esto también lo incluye en la
acusación Meleto burlándose. Está conmigo desde
niño, toma forma de voz y, cuando se manifiesta,
siempre me disuade de lo que voy a hacer, jamás me
incita. Es esto lo que se opone a que yo ejerza la
política, y me parece que se opone muy acertadamente.
En efecto, sabed bien, atenienses, que si yo hubiera in -
tentado anteriormente realizar actos políticos, habría
e muerto hace tiempo y no os habría sido útil a vosotros
ni a mí mismo. Y no os irritéis conmigo porque digo la
verdad. En efecto, no hay hombre que pueda conservar
la vida, si se opone noblemente a vosotros o a
cualquier otro pueblo y si trata de impedir que sucedan
en la ciudad muchas cosas injustas e ilegales; por el
contrario, es necesario que el que, en realidad, lucha
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32a por la justicia, si pretende vivir un poco de tiempo,


actúe privada y no públicamente.
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Beltrand Rusell, La sabiduría de Occidente 3

¿Qué hacen los filósofos cuando están trabajando? He aquí, ciertamente, una
pregunta singular, que podríamos tratar de responder diciendo, en primer lugar, lo
que no están haciendo. En el mundo que nos rodea, hay muchas cosas que se
comprenden bastante bien. Tomemos como ejemplo el funcionamiento de una
máquina de vapor. Esto cae en el dominio de la mecánica y la termodinámica.
También conocemos muchas cosas acerca de la constitución y el funcionamiento
del cuerpo humano. La anatomía y la fisiología se ocupan de estas materias. O,
finalmente, podemos considerar el movimiento de las estrellas, acerca del cual
tenemos muchos menos conocimientos. De ello se ocupa la astronomía. Todos
estos aspectos del conocimiento perfectamente definido pertenecen a una u otra
de las ciencias.

Pero todos estos campos del conocimiento limitan con un área circunambiente de
lo desconocido. Cuando se penetra en las regiones fronterizas y más allá, entonces
se pasa de la ciencia al campo de la especulación. Esta actividad especulativa es
una especie de exploración y esto, entre otras cosas, es lo que es la filosofía. Como
veremos más adelante, los distintos campos de la ciencia empezaron como una
exploración filosófica en este sentido. Tan pronto como una ciencia se asienta
sólidamente, procede con más o menos independencia, salvo en problemas
fronterizos y en cuestiones de método. Pero, en cierto modo, el proceso
exploratorio no avanza como tal; simplemente prosigue y encuentra nuevo empleo.

Al mismo tiempo, debemos distinguir la filosofía de otras clases de especulación.


Por sí misma, la filosofía no pretende resolver nuestras tribulaciones ni salvar
nuestras almas. Como dicen los griegos, es una especie de aventura excursionista
emprendida por gusto a la misma. Así, pues, no hay, por principio, ninguna
cuestión de dogma, o de ritos, o de entidades sagradas de ninguna clase, aun
cuando los filósofos, individualmente, puedan resultar seres obstinadamente
dogmáticos. Con respecto a lo desconocido, pueden adoptar dos actitudes. Una
consiste en aceptar la afirmación de gentes que dicen que saben, sobre la base de
libros, misterios u otras fuentes de inspiración. La otra consiste en examinar las
cosas por sí mismo, y éste es el camino de la ciencia y la filosofía.

Por último, haremos notar un rasgo peculiar de la filosofía. Si alguien plantease la


pregunta de qué son las matemáticas, podríamos responderle con una definición
del diccionario, diciendo, en obsequio de la cuestión, que es la ciencia que trata de
los números. Es esta una afirmación incontrovertible y de fácil comprensión para
el que pregunta, aunque no conozca las matemáticas. De este modo, pueden

3 Russell, Bertrand (1973), La sabiduría de Occidente. Madrid: Aguilar.


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adelantarse definiciones con respecto a cualquier campo en donde exista un


cuerpo de conocimientos definido. Toda definición es polémica e implica ya una
actitud filosófica. La única manera de averiguar lo que es la filosofía consiste en
hacer filosofía. Mostrar cómo han hecho esto los hombres en el pasado constituye
el principal objeto de este libro.

Hay muchas preguntas que la gente que piensa se formula en una u otra ocasión y
para las cuales la ciencia no ofrece ninguna respuesta. Y los que tratan de pensar
por sí mismos no están dispuestos a aceptar al fiado las respuestas prefabricadas
de los adivinos. Es misión de la filosofía explorar estas cuestiones y a veces darles
contestación.

Así, pues, podemos sentir la tentación de plantearnos preguntas tales como cuál es
el sentido de la vida, suponiendo que en verdad lo tenga. ¿Tiene el mundo un
propósito, conduce a alguna parte el desarrollo de la historia, o son éstas preguntas
sin sentido?

Luego, hay problemas tales como si la naturaleza está realmente regida por leyes,
o si meramente creemos que esto es así porque nos gusta cierto orden en las cosas.
Por otro lado, tenemos la cuestión general de si el mundo se halla dividido en dos
partes dispares, mente y materia, y, si esto es así, cómo se mantienen unidas.

¿Y qué podemos decir del hombre? ¿Es una partícula de polvo, arrastrándose
desamparadamente sobre un pequeño e insignificante planeta, según lo ven los
astrónomos? ¿Es un conglomerado de elementos químicos, habilidosamente
reunidos, como podrían sostener los químicos? ¿O, finalmente, es el hombre lo que
le parece a Hamlet, un ser noble por su razón, infinito por sus facultades? ¿Acaso es
el hombre todo esto al mismo tiempo?

Junto con esto, existen problemas éticos acerca del bien y del mal. ¿Hay un modo
de vivir que sea bueno y otro que sea malo, o es indiferente cómo vivamos? Si
existe un modo de vivir bueno, ¿cuál es, y cómo podemos aprender a vivir de
acuerdo con él? ¿Hay algo a lo que podamos llamar sabiduría, o lo que tal parece no
es sino simple y huera locura?

Todas estas son cuestiones desconcertantes. No se pueden resolver mediante


experimentos de laboratorio, y los que poseen una actitud mental independiente se
muestran reacios a recurrir a los pronunciamientos de los dispensadores de
panaceas universales. A aquellos, la historia de la filosofía les proporciona las
únicas respuestas que pueden darse. Al estudiar materia tan espinosa, nos
enteramos de que otros hombres, en otras épocas, han reflexionado acerca de estas
cuestiones. Y así llegamos a comprenderlos mejor, porque su manera de abordar la
filosofía es una faceta importante de su modo de vivir. En última instancia, esto
puede enseñarnos a vivir, aunque no sepamos mucho.
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Umberto Eco, “Diálogo sobre la Pena Capital ” 4

El texto publicado por Umberto Eco en La estrategia de la Ilusión (1999), es una reelaboración
ficcional, en donde Eco utliza los personajes de una de las más famosas novelas italianas de
todos los tiempos, Los novios, de Alessandro Manzoni (1895-1873), publicada por primera vez
en 1842. En esta novela, se narran las dificultades que debe atravesar Lorenzo (Renzo)
Tramaglino para poder casarse con su prometida, Lucía, frente a la oposición malévola de Don
Rodrigo, un noble español que mueve todos los hilos del poder en la región de Bergamo (Italia).
En dicha novela, Lorenzo es un joven inocente, que atraviesa una serie de trabas y ataques
dirigidos por Don Rodrigo, para lograr casarse con su novia. Entre estas trabas, encontramos a
Don Rodrigo presionando al sacerdote que debe de oficiar el casamiento de Renzo y Lucía, así
como también presionando para que Azzeccagarbugli (hábil y astuto abogado de la región)
niegue asistencia legal a Renzo, así como también lo engañe con falsos consejos. Asimismo,
Don Rodrigo utiliza, como peón en su juego macabro contra Lorenzo, a Grieso, un criminal
local que actúa como fuerza de choque para Don Rodrigo.
El Inominado, otro personaje de la novela de Manzoni, lidera una banda criminal que realiza
las tareas sucias a pedido de Don Rodrigo, aterrorizando a la población local, para que esta
acepte sumisa la creciente opresión del gobierno del noble español. Este personaje, que algunos
historiadores sostienen se encuentra basado en un personaje histórico real, Francesco
Bernandino Visconti, del cual el propio Manzoni era descendiente. Esta probable relación filiar
es utilizada por Eco para introducir a Cesare Beccaria (1738- 1794), autor de Los delitos y las
penas (1764), un afamado tratado de criminología y derecho que en el siglo XVIII abogó por el
fin del uso de la pena de muerte como herramienta de castigo para la mayoría de los crímenes
en ese momento estipulados por el código penal del norte de Italia, y a la vez, abuelo de
Alessandro Manzoni.

Eco: Te noto turbado, ¡oh, Renzo Tramaglino! ¿Qué es lo que inquieta tu ahora tan
tranquila existencia, en la paz de las leyes y el orden? ¿Quizás es Lucía, que, empujada
por los nuevos caprichos llamados «feministas», te niega los placeres del tálamo
asumiendo su propio derecho a la no procreación? ¿O Inés que, estampando besitos
demasiado intensos en las mejillas de tus retoños socava indebidamente su inconsciente
volviéndoles blandos y mother oriented? ¿O el Azzeccagarbugli que te habla de
convergencias paralelas embotando tu capacidad de intervenir en la cosa pública? ¿O
don Rodrigo que, imponiendo el cúmulo de los réditos, te obliga a pagar tributos
superiores a los del Innominado, que exporta dineros al bergamasco?
RENZO: Me turba, ¡oh, cortés visitante!, el Griso. Ahora organiza bandas de
malhechores no muy diferentes a él y, con la ayuda de tramposos deshonestos, rapta de
nuevo muchachas, pero para obtener pingües rescates y, en habiéndoles, las asesina
bárbaramente. Y, donde los hombres de bien reúnen su fortuna, aparece él con el rostro
cubierto con una media, y rapiña y saquea y toma otros rehenes y aterroriza la ciudad,
hoy teatro de insensatos crímenes, mientras los ciudadanos temblamos y los esbirros,
impotentes, no logran contener esta riada de delitos, y los buenos, los honestos se
preguntan afligidos dónde iremos a parar.
Y yo, que soy apacible y jovial, yo que me había adherido a las tesis de un grande de
estas tierras, el Beccaria, quien había demostrado para siempre que el Estado no podía
enseñar a no matar a través del asesinato legal, yo, me siento turbado. Y me pregunto si

4 Eco, Umberto (1999) La estrategia de la ilusión, España: Lumen


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no debiera restaurarse para tan odiosos delitos la pena de muerte, en defensa del
ciudadano indefenso y como advertencia a todos quienes intentaran hacerle daño.
Eco: Te comprendo, Renzo. Es humano que, ante vicisitudes tan atroces, que hurtan
jovencísimas hijas a bienamados progenitores, surja el pensar en la venganza y en la
defensa a ultranza. También yo que soy padre me pregunto qué haría si, con mi hijo
asesinado por desconocidos raptores, pudiera dar con los culpables antes que los
esbirros.
RENZO: ¿Y qué harías, vamos?
Eco: En el primer momento creo que querría matarlos. Pero frenaría mi impulso,
considerando mucho más afectivo para apaciguar mi exasperado dolor una larga tortura.
Los llevaría a un lugar seguro y una vez allí empezaría por trabajarles los testículos.
Después las uñas, por inserción de trozos de bambú, como se dice que hacen los crueles
pueblos orientales. Luego les arrancaría las orejas, y los atormentaría en la cabeza con
cables eléctricos pelados. Y, después de este baño de horror y de sangre, sentiría que mi
dolor, si no calmado, se habría saciado de crueldad, y me abandonaría entonces a mi
destino, sabiendo que mi mente jamás podría ya recobrar la paz y el equilibrio de antes.
RENZO: Veamos, entonces...
Eco: Sí, pero en seguida me entregaría a la guardia, para que me encadenasen y me
castigasen ejemplarmente. Porque, con todo, siempre habría cometido un delito al
haber quitado la vida a un hombre, cosa que no debe hacerse. Parecería una
justificación el hecho de que entre el dolor de un padre cegado y la insania hay muy
poca diferencia y pediría parcial indulgencia. Pero jamás podría pedir al Estado que me
sustituyese, incluso porque el Estado no tiene pasiones que satisfacer, y sólo debe
prevalecer el hecho de que quitar una vida es en cualquier caso un mal. Por tanto, el
Estado no puede segar una vida para señalar, justamente, que es delito quitar la vida.
RENZO: Conozco estos argumentos. El retorno a la pena de muerte lo piden ciertos
ambiguos individuos que querrían el orden corno terror, para poder reinstaurar los
tiempos del atropello y del acuso. Pero hace unos días he leído en una de las más
importantes gacetas del país un extenso y pacato artículo de un severo filósofo en el que
éste, después de haber sopesado las cuestiones en causa, se preguntaba con sutil
preterición si no sería lícito, frente a delitos tan graves, restaurar, con la autoridad del
Estado, el derecho a repartir generosamente penas supremas para tranquilizar al
ciudadano. De hecho, la pena de muerte tiene al menos un valor disuasorio o infunde
temor a otros malvados, mientras que las cárceles actuales, lugar de amenas
reeducaciones y de fáciles evasiones, no logran detener la mano homicida de nadie.
Eco: He escuchado estos razonamientos, que parecen convencer a todos. pero quizá tú
no conozcas a otro filósofo que nos ha enseñado mucho a todos y también a los
filósofos que piden el retorno de la pena capital. Se trata de un tal Kant, que señaló que
los hombres debían ser usados siempre como fines y no como medios...
RENZO: ¡Sublime prescripción!
Eco: Efectivamente. Si yo mato a Cayo como advertencia a Tizio, ¿no uso acaso a
Cayo como medio para advertir a Tizio, para defender a los demás de las posibles
intenciones de Tizio? Y si es lícito que use a Cayo como mensaje a Tizio, ¿por qué no
sería lícito usar a Samuel para fabricar jabón para Adolf?
RENZO: Pero hay una diferencia. Cayo ha cometido un delito y es justo que sea
castigado con igual pena, no por venganza, sino por ecuánime justicia. Samuel es
inocente. No así Cayo.
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Eco: Pero, ¿entonces ya no piensas que Cayo debe ser ejecutado para atemorizar a
Tizio, sino simplemente que hay que hacer padecer a Cayo todo cuanto él ha hecho
padecer?
RENZO: Ambas cosas juntas. Estoy autorizado a usar a Cayo como medio porque, al
hacerse indigno de ser considerado un fin en sí mismo, su muerte sirve para evitar otras,
y todos sabemos que se padece aquello que se hace padecer. El Estado es garantía para
los ciudadanos, a través de la severa balanza de la ley. Y, si para garantizar seguridad
parece útil la abstracta, rigurosa y sublime ley del talión, bienvenida sea, porque
contiene principios de antigua sabiduría. El talión del Estado no es venganza, sino
geometría.
Eco: No desdeño, oh Renzo, la antigua sabiduría. Mas dime: dado que tienes tal severa
y sobrehumana visión de la ley, y admites que la muerte con que castiga el Estado no es
asesinato, sino distribución ecuánime, si el Estado, por sorteo o rotación, te eligiese a ti
para administrar la muerte a quien ha matado, ¿aceptarías?
RENZO: No podría decir que no. Y mi conciencia estaría tranquila. Cualquiera que se
declara partidario de la pena capital debe mostrarse dispuesto a conminarla, si se lo
manda la comunidad.
Eco: Ahora dime, ¿no hay otros delitos tan odiosos y terribles como el homicidio? ¿Qué
dirías de quien, en vez de asesinar a tu hijo pequeño, cometiera en él, con inhumana
violencia, actos de sodomía, volviéndotelo loco para toda la vida?
RENZO: Sería un delito parecido, si no peor.
Eco: Y si el principio del talión del Estado fuese válido, ¿no debería, con las
aprobaciones de la ley, someterse, y violentamente, sodomía sobre su persona?
RENZO: Ahora que me lo señalas, pienso que sí, ciertamente.
Eco: Y si el Estado, por rotación o sorteo, te pidiera que le administraras violencia
sodomítica, ¿te encargarías de tal tarea?
Renzo: ¡Oh, no! ¡De ningún modo, no soy un maníaco sexual!
Eco: ¿Es que, por el contrario, eres un maníaco homicida?
RENZO: No me confundas. Lo que digo es que este segundo gesto me produciría
repulsión y disgusto.
Eco: ¿Quizás el primero te proporcionaría placer y sádica alegría?
RENZO: No me hagas decir lo que no he dicho. Matando no me causo a mí mismo
daño alguno, mientras que ocupándome en una acción que me repugna sólo sacaré
fastidio y dolor. El Estado no puede pretender que, para castigar a un malvado, sufra yo
mal alguno.
Eco: Esto me dice que tú no quieres ser usado como medio.
RENZO: ¡Oh, no!
Eco: Sin embargo usarías un hombre vivo dándole muerte, como medio de atemorizar a
otros hombres.
RENZO: Sí, pero aquél, al haber cometido el daño, es menos hombre que los demás...
¿O no?
Eco: No. Y me inquieta el hecho de que quienes están dispuestos a considerar a este
hombre menos hombre, se muestren en cambio implacables contra las prácticas
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abortivas, alegando que un ser humano es siempre un ser humano, aun cuando sea
todavía la propuesta de un feto. ¿No están en contradicción?
RENZO: Me confundes las ideas. ¿Y la legítima defensa?
Eco: Ésta considera a dos hombres, uno de los cuales pretende reducir al otro a simple
medio mientras el segundo debe evitar este atropello. Si es posible sin matar al otro,
aunque si fuese necesario impidiendo al otro hacer el mal. Y, en este caso, entre el
derecho del inocente y el derecho del culpable, prevalece el primero. Pero el Estado que
ajusticia al culpable no le impide con eso cometer el acto y simplemente, repito, lo usa
como puro medio. Y, una vez se usa un hombre como medio admitiendo que existen
hombres menos hombres que otros, se anula la esencia misma del contrato con que se
rige el Estado. Y, en realidad, la cuestión del aborto no contempla la pregunta de si es
lícito matar a un hombre, sino antes bien si un feto es un hombre y si, propuesta informe
en la profundidad del útero, está ya bajo las leyes del contrato social o sólo es propiedad
del seno materno. Pero un homicida, inserto en el contrato social, es un hombre a todos
los efectos. Y si se le considera menos hombre que a otro, mañana se podría considerar
menos hombres a quienes se atreven a defender la pena de muerte y podría proponerse
su muerte para disuadir a los demás de sostener tan insanos pensamientos.
RENZO: Pero entonces, ¿qué es lo que debería hacer?
Eco: Pregúntate si don Rodrigo, en su palacio, no controla la banda de tramposos,
pasando doblones al bergamasco e incitando al Griso a recaudar dinero mediante
homicidios.
RENZO: Pero, ¿y suponiendo que lo descubriera?
Eco: Comprenderías que el Griso en el patíbulo no garantiza la vida de tus hijos. ¿Por
qué no aterrorizar directamente a don Rodrigo?
RENZO: ¿Y qué es lo que podría aterrorizarle?
Eco: El tiranicidio. Pero éste es ya otro discurso.

Noam Chomsky/Michel Foucault, La naturaleza


humana: justicia versus poder. Un debate 5
El debate entre Noam Chomsky y Michel Foucault es parte de un proyecto mayor, conocido
como International Philosophers Proyect, que buscaba acercar al gran público televisivo las

53 Chomsky, Noam / Foucault, Michel (2006), La naturaleza humana: justicia versus poder Un debate.
Buenos Aires: Katz.
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miras contrapuestas de distintos filósofos sobre los problemas que atravesaba la filosofía
contemporánea en su relación con la sociedad. Dichos debates, televisados a través de la
Fundación Holandesa de Difusión, incluyeron la participación de Alfred Ayer y Arne Naess,
Leszek Kolakowski y Henri Lefebvre, Karl Popper y John Eccles, en distintos debates uno-a-
uno, a lo largo de 1970 y 1971. Todos estos debates, fueron parte de un proyecto personal del
filósofo holandés Fons Elders, quien los moderaba y comentaba. Fons Elders dedicó buena parte
de su carrera como académico en Filosofía en buscar nuevas maneras y medios para divulgar los
debates filosóficos que atraviesan a las comunidades académicas en filosofía y que pueden
resultar de insumo necesario para la discusión en el seno de la sociedad.
En este particular debate, que ha sido titulado “Chomsky – Foucault: La Naturaleza Humana.
Justicia versus Poder” se encuentran representadas dos maneras opuestas de hacer y pensar a la
filosofía. Chomsky, un lingüista de fama mundial, que además ya había expresado fuertes
argumentos de corte filosófico para oponerse a la guerra de Vietnam en 1967, y Foucault,
filósofo e historiador de las ideas, que había logrado fama y prestigio académico desplegando
una tarea de identificaciones de los mecanismos de poder que atraviesan la constitución de
saberes e instituciones que regulan nuestra vida cotidiana.
Como nota de color, en este debate podemos encontrar a Fons Elders utilizando una extraña
peluca, con el propósito de escandalizar y producir reacciones en el público del estudio
televisivo del debate. Asimismo, Fons Elders había dispuesto de otra peluca para el uso de
Foucault, pero éste se negó a utilizarla.

ELDERS: Pasemos ahora a la segunda parte de la discusión, a la política. Primero,


quisiera preguntarle al señor Foucault por qué le interesa tanto la política, ya que me
dijo que le interesa de hecho mucho más que la filosofía.

FOUCAULT: En realidad, la filosofía nunca me importó, pero ése no es un problema.


Su pregunta es: ¿por qué me interesa tanto la política? Si pudiera responder de una
forma muy sencilla, diría lo siguiente: ¿por qué no debería interesarme? Es decir, qué
ceguera, qué sordera, qué densidad de ideología debería cargar para evitar el interés por
lo que probablemente sea el tema más crucial de nuestra existencia, esto es, la sociedad
en la que vivimos, las relaciones económicas dentro de las que funciona y el sistema de
poder que define las maneras, lo permitido y lo prohibido de nuestra conducta. Después
de todo, la esencia de nuestra vida consiste en el funcionamiento político de la sociedad
en la que nos encontramos. De modo que no puedo responder a la pregunta acerca de
por qué me interesa; sólo podría responder mediante la pregunta respecto de cómo
podría no interesarme.

ELDERS: Está obligado a estar interesado, ¿no es así?

FOUCAULT: Sí, al menos no encuentro nada extraño que sea digno de una pregunta o
de una respuesta. No estar interesado por la política es lo que constituye un problema.
De modo que, en lugar de preguntarme a mí, debería preguntarle a alguien que no esté
interesado por la política y entonces su pregunta tendría un fundamento sólido, y usted
tendría todo el derecho de gritar enfurecido “¿Por qué no te interesa la política?”

ELDERS: Sí, es probable. Señor Chomsky, estamos todos muy interesados en conocer
sus objetivos políticos. Sabemos que adscribe al anarcosindicalismo o, como lo ha
expresado con mayor precisión, el socialismo libertario. ¿Cuáles son, según su visión,
los objetivos más importantes del socialismo libertario?
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CHOMSKY: Voy a resistir las ganas de responder a la muy interesante pregunta


anterior, y voy a pasar a ésta. Permítame comenzar haciendo referencia a algo sobre lo
que ya hemos hablado. En caso de que sea correcto, como creo, que un componente
fundamental de la naturaleza humana es la necesidad del trabajo creativo, de la
investigación creativa, de la creación libre sin las limitaciones arbitrarias de las
instituciones coercitivas, se desprende que una sociedad decente debería llevar al
máximo las posibilidades de realización de esta característica humana fundamental.
Esto significa intentar la superación de los elementos represivos, opresivos, destructivos
y coercitivos que se encuentran en toda sociedad real –la nuestra, por ejemplo– como
residuo histórico. Ahora bien, toda forma de coerción o de represión, cualquier forma de
control autocrático de cierto dominio de la existencia, como, por ejemplo, la propiedad
privada del capital o el control estatal sobre algunos aspectos de la vida humana,
cualquiera de las restricciones autocráticas de este tipo sobre algún área del esfuerzo
humano, pueden justificarse, si esto es posible, sólo en términos de la necesidad de
subsistencia, o la necesidad de supervivencia, o de defensa ante un destino horrible, o
algo semejante. No es posible justificarlas de forma intrínseca. Más bien, se las debe
superar y eliminar. Pienso que, al menos en las sociedades tecnológicamente avanzadas
de Occidente, sin duda nos encontramos en una posición en la que las tareas monótonas
y sin sentido pueden en gran parte ser eliminadas y, reducidas a lo estrictamente
necesario, ser compartidas por toda la población en la que el control autocrático
centralizado, sobre todo de las instituciones económicas –y con esto me refiero al
capitalismo privado, al totalitarismo estatal o a las variadas formas mixtas de
capitalismo de Estado existentes–, se ha vuelto un vestigio histórico destructivo. Se trata
de vestigios que deben ser derrocados, eliminados en favor de la participación directa
mediante asambleas de trabajadores u otras asociaciones libres que los individuos
constituirán por su cuenta sobre la base de su existencia social y de su trabajo
productivo. Cuando hablo de anarcosindicalismo, me refiero a un sistema federado y
descentralizado de asociaciones libres que incorpore instituciones económicas, así como
otras instituciones sociales; y me parece que ésta es la forma apropiada de organización
social para una sociedad tecnológica avanzada, donde no hay que forzar a los seres
humanos a ocupar el lugar de un instrumento, de una rueda dentada en la máquina. Ya
no hay ninguna necesidad social de que los seres humanos sean tratados como
componentes mecánicos del proceso productivo; esto puede superarse y debemos
hacerlo libre, en la que el impulso creativo que considero intrínseco a la naturaleza
humana sea capaz de realizarse en los hechos. Y, una vez más, al igual que el señor
Foucault, no entiendo cómo un ser humano podría no estar interesado en este tema.

ELDERS: Señor Foucault, ¿cree usted, después de haber escuchado esto, que podemos
describir a nuestras sociedades como democráticas?

FOUCAULT: No, en realidad, nunca se me ocurriría llamar democrática a nuestra


sociedad. Si por democracia entendemos el ejercicio efectivo del poder por parte de un
pueblo que no está dividido ni ordenado jerárquicamente en clases, es claro que estamos
muy lejos de una democracia. Me parece evidente que estamos viviendo bajo un
régimen de dictadura de clase, de un poder de clase que se impone a través de la
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violencia, incluso cuando los instrumentos de esta violencia son institucionales y


constitucionales; y a ese nivel, hablar de democracia carece de sentido por completo.
Cuando me preguntó por qué me interesaba la política, me negué a responder porque me
parecía evidente, pero quizá el sentido de su pregunta fuera de qué modo me intereso
por la política. Si me hubiera hecho esa pregunta, y en cierto sentido podría decir que lo
hizo, le respondería que mi camino presenta muchos menos avances: no llego tan lejos
como el señor Chomsky. Esto significa que admito mi incapacidad para definir o, por
motivos aun más fuertes, proponer un modelo social ideal para el funcionamiento de
nuestra sociedad científica o tecnológica.
Por otro lado, una de las tareas que considero urgentes y apremiantes, por encima y más
allá de todo lo demás, es la siguiente: deberíamos indicar y mostrar, incluso cuando
están ocultas, todas las relaciones del poder político que actualmente controlan el
cuerpo social, lo oprimen y lo reprimen. Lo que quiero decir es esto: es una costumbre
considerar, al menos en la sociedad europea, que el poder está en manos del gobierno y
que se ejerce a través de ciertas instituciones determinadas, como la administración, la
policía, el ejército y los aparatos de Estado. Sabemos que la función de estas
instituciones es idear y transmitir ciertas decisiones para su aplicación en nombre de la
nación o del Estado, y para castigar a quienes no obedecen. Pero creo que el poder
político también se ejerce a través de la mediación de ciertas instituciones que
parecerían no tener nada en común con el poder político, que se presentan como
independientes a éste, cuando en realidad no lo son. Sabemos esto en relación con la
familia; y sabemos que la universidad, y, de un modo general, todos los sistemas de
enseñanza, que al parecer sólo diseminan conocimiento, se utilizan para mantener a
cierta clase social en el poder y para excluir a otra de los instrumentos del poder. Las
instituciones del saber, de la previsión y el cuidado, como la medicina, también ayudan
a apuntalar el poder político. Esto también es evidente, incluso a un nivel escandaloso,
en ciertos casos vinculados con la psiquiatría. Me parece que la verdadera tarea política
en una sociedad como la nuestra es realizar una crítica del funcionamiento de las
instituciones que parecen neutrales e independientes; hacer una crítica y atacarlas de
modo tal de desenmascarar la violencia política que se ha ejercido a través de éstas de
manera oculta, para que podamos combatirlas. En mi opinión, esta crítica y esta lucha
son esenciales por distintos motivos: en primer lugar, porque el poder político va mucho
más allá de lo que uno sospecha; hay centros y puntos de apoyo invisibles y poco
conocidos; su verdadera resistencia, su verdadera solidez quizá se encuentra donde uno
menos espera. Probablemente, sea insuficiente afirmar que detrás de los gobiernos,
detrás de los aparatos de Estado, está la clase dominante; debemos localizar el punto de
actividad, los lugares y las formas en las que se ejerce la dominación. Y porque esta
dominación no es sólo la expresión, en términos políticos, de la explotación económica,
sino su instrumento y, en gran medida, su condición de posibilidad, para suprimir a una
es necesario discernir la otra de forma exhaustiva. Si no logramos reconocer estos
puntos de apoyo del poder de clase, corremos el riesgo de permitir la continuidad de su
existencia y de ver a este poder de clase reconstituirse a sí mismo, incluso luego de un
aparente proceso revolucionario.
CHOMSKY: Sin duda estoy de acuerdo, no sólo en teoría sino también en la acción.
Creo que hay dos tareas intelectuales: una, a la que me referí, es intentar crear la visión
de una sociedad futura donde impere la justicia; esto significa crear una teoría social
humanista basada, si es posible, en una concepción humanista y firme de la esencia
humana, o de la naturaleza humana. Ésa es una de las tareas. La otra consiste en
comprender cabalmente la naturaleza del poder, la opresión, el terror y la destrucción en
nuestra propia sociedad. Y sin duda esto incluye las instituciones que mencionó, así
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como las instituciones clave de toda sociedad industrial, a saber, las instituciones
económicas, comerciales y financieras y, en particular, en el período que se avecina, las
grandes corporaciones multinacionales que físicamente no están lejos de nosotros esta
noche (por ejemplo, Philips en Eindhoven). Éstas son las instituciones básicas de
opresión, coerción y gobierno autocrático que parecen neutrales a pesar de todo lo que
afirman. Estamos sujetos a la democracia del mercado, y esto debe entenderse
precisamente en términos del poder autocrático, incluida su forma particular de control
que procede del dominio de las fuerzas de mercado en una sociedad no igualitaria. No
cabe duda de que debemos comprender estos hechos, y no sólo comprenderlos sino
combatirlos. Creo que la propia participación política, a la que dedicamos la mayor
parte de nuestra energía y esfuerzo, debe concentrarse en esa área. No quiero llevar el
tema al ámbito de lo personal, pero mi compromiso está sin duda en esa área, y asumo
que lo mismo ocurre respecto del de los demás.
Sin embargo, creo que sería una pena abandonar por completo la tarea, en cierto modo
más abstracta y filosófica, de intentar establecer las conexiones entre un concepto de la
naturaleza humana que dé lugar a la libertad, la dignidad, la creatividad y otras
características humanas fundamentales, y una noción de la estructura social donde estas
propiedades puedan realizarse y la vida humana adquiera un sentido pleno. Y de hecho,
si estamos pensando en la transformación social o la revolución social, aunque por
supuesto sería absurdo presentar una descripción detallada del objetivo que intentamos
alcanzar, debemos saber algo acerca de hacia dónde creemos que vamos, y dicha teoría
puede indicárnoslo.
FOUCAULT: Sí, ¿pero no se corre un peligro en ese caso? Si usted dice que existe una
cierta naturaleza humana, que esta naturaleza humana no ha recibido en la sociedad
actual los derechos y las posibilidades que le permitan realizarse… creo que eso es lo
que acaba de decir…
CHOMSKY: Sí.
FOUCAULT: Y si uno admite eso, ¿no se corre el riesgo de definir esta naturaleza
humana, que es al mismo tiempo ideal y real –y que hasta ahora fue ocultada y
reprimida– en términos tomados en préstamo de nuestra sociedad, nuestra civilización,
nuestra cultura? Voy a considerar un ejemplo y a hacer una simplificación.
El socialismo de un cierto período –fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX–
admitía en efecto que en las sociedades capitalistas el hombre no había hecho realidad
todo el potencial de su desarrollo y autorrealización; que la naturaleza humana
efectivamente estaba alienada en el sistema capitalista. Y soñaba con una naturaleza
humana finalmente liberada. ¿Qué modelo utilizó para concebir, proyectar y
eventualmente llevar a la práctica esta naturaleza humana? Fue, de hecho, el modelo
burgués. Consideraba que una sociedad desalienada era una sociedad que daba lugar,
por ejemplo, a una sexualidad de tipo burgués, a una familia de tipo burgués, a una
estética de tipo burgués. Es más, esto es lo que ha ocurrido en la Unión Soviética y en
las democracias populares: se ha reconstituido un tipo de sociedad traspuesta de la
sociedad burguesa del siglo XIX. La universalización del modelo de la burguesía ha
sido la utopía que ha animado la constitución de la sociedad soviética. Creo que usted
también se dio cuenta de lo difícil que es definir en forma exacta la naturaleza humana.
¿No corremos el riesgo de equivocarnos? Mao Tsé-Tung habló de la naturaleza humana
burguesa y de la naturaleza humana proletaria, y considera que no son lo mismo.
(…)
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Simone de Beauvoir, El segundo sexo6


(fragmento)
A JACQUES BOST.

Existe un principio bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un


principio malo que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer.
PITÁGORAS.
Todo cuanto sobre las mujeres han escrito los hombres debe tenerse por
sospechoso, puesto que son juez y parte a la vez.
POULAN DE LA BARRE.

NOTA: Este libro ha sido escrito durante los años 1948-1949. Cuando empleo las palabras
ahora, recientemente, etc., me refiero a ese período. Ello explica también que no cite ninguna
obra publicada después de 1949.

6 de Beauvoir, Simone (1969) El segundo sexo, Buenos Aires: Siglo veinte.


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INTRODUCCIÓN

DURANTE mucho tiempo dudé en escribir un libro sobre la mujer. El tema es irritante,
sobre todo para las mujeres; pero no es nuevo. La discusión sobre el feminismo ha
hecho correr bastante tinta; actualmente, está punto menos que cerrada: no hablemos
más de ello. Sin embargo, todavía se habla. Y no parece que las voluminosas
estupideces vertidas en el curso de este último siglo hayan aclarado mucho el problema.
Por otra parte, ¿es que existe un problema? ¿En qué consiste? ¿Hay siquiera mujeres?
Cierto que la teoría del eterno femenino cuenta todavía con adeptos; estos adeptos
cuchichean: «Incluso en Rusia, ellas siguen siendo mujeres.» Pero otras gentes bien
informadas -incluso las mismas algunas veces- suspiran: «La mujer se pierde, la mujer
está perdida.» Ya no se sabe a ciencia cierta si aún existen mujeres, si existirán siempre,
si hay que desearlo o no, qué lugar ocupan en el mundo, qué lugar deberían ocupar.
«¿Dónde están las mujeres?», preguntaba recientemente una revista no periódica7. Pero,
en primer lugar, ¿qué es una mujer? «Tota mulier in utero: es una matriz», dice uno
[TOTA MULIER EST IN UTERO: «Toda la mujer consiste en el útero». Para indicar
que la mujer está condicionada por su constitución biológica.] Sin embargo, hablando
de ciertas mujeres, los conocedores decretan: «No son mujeres», pese a que tengan
útero como las otras.
Todo el mundo está de acuerdo en reconocer que en la especie humana hay hembras;
constituyen hoy, como antaño, la mitad, aproximadamente, de la Humanidad; y, sin
embargo, se nos dice que «la feminidad está en peligro»; se nos exhorta: «Sed mujeres,
seguid siendo mujeres, convertíos en mujeres.» Así, pues, todo ser humano hembra no
es
necesariamente una mujer; tiene que participar de esa realidad misteriosa y amenazada
que es la feminidad. Esta feminidad ¿la secretan los ovarios? ¿O está fijada en el fondo
de un cielo platónico? ¿Basta el frou-frou de una falda para hacer que descienda a la
Tierra? Aunque ciertas mujeres se esfuerzan celosamente por encarnarla, jamás se ha
encontrado el modelo. Se la describe de buen grado en términos vagos y espejeantes que
parecen tomados del vocabulario de los videntes. En tiempos de Santo Tomás, aparecía
como una esencia tan firmemente definida como la virtud adormecedora de la
adormidera. Pero el conceptualismo ha perdido terreno: las ciencias biológicas y
sociales ya no creen en la existencia de entidades inmutablemente fijas que definirían
caracteres eterminados, tales como los de la mujer, el judío o el negro; consideran el
carácter como una reacción secundaria ante una situación. Si ya no hay hoy feminidad,
es que no la ha habido nunca. ¿Significa esto que la palabra «mujer» carece de todo
contenido? Es lo que afirman enérgicamente los partidarios de la filosofía de las luces,
del racionalismo, del nominalismo: las mujeres serían solamente entre los seres
humanos aquellos a los que arbitrariamente se designa con la palabra «mujer»; las
americanas en particular piensan que la mujer, como tal, ya no tiene lugar; si alguna,
con ideas anticuadas, se tiene todavía por mujer, sus amigas le aconsejan que consulte
con un psicoanalista, para que se libre de semejante obsesión. A propósito de una obra,
por lo demás irritante, titulada Modern Woman: a lost sex, Dorothy Parker ha escrito:
«No puedo ser justa con los libros que tratan de la mujer en tanto que tal... Pienso que
todos nosotros, tanto hombres como mujeres, quienes quiera que seamos, debemos ser
considerados como seres humanos.»

7 Desaparecida hoy; se llamaba Franchise.


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Pero el nominalismo es una doctrina un poco corta; y a los antifeministas les es


muy fácil demostrar que las mujeres no son hombres. Desde luego, la mujer es, como el
hombre, un ser humano; pero tal afirmación es abstracta; el hecho es que todo ser
humano concreto está siempre singularmente situado. Rechazar las nociones de eterno
femenino, de alma negra, de carácter judío, no es negar que haya hoy judíos, negros,
mujeres; esa negación no representa para los interesados una liberación, sino una huida
inauténtica. Está claro que ninguna mujer puede pretender sin mala fe situarse por
encima de su sexo. Una conocida escritora rehusó hace unos años permitir que su retrato
apareciese en una serie de fotografías consagradas precisamente a las mujeres
escritoras: quería que se la situase entre los hombres; mas, para obtener ese privilegio,
tuvo que recurrir a la influencia de su marido. Las mujeres que afirman que son
hombres, no reclaman por ello menos miramientos y homenajes masculinos. Me
acuerdo también de aquella joven trotskista de pie en una tribuna, en medio de un mitin
borrascoso, que se aprestaba a dar un puñetazo sobre el tablero, a pesar de su evidente
fragilidad; ella negaba su debilidad femenina, pero lo hacía por amor a un militante del
cual se quería igual. La actitud de desafío en que se crispan las americanas demuestra
que están obsesionadas por el sentimiento de su feminidad.
Y en verdad basta pasearse con los ojos abiertos para comprobar que la
humanidad se divide en dos categorías de individuos cuyos vestidos, rostro, cuerpo,
sonrisa, porte, intereses, ocupaciones son manifiestamente diferentes. Acaso tales
diferencias sean superficiales; tal vez estén destinadas a desaparecer. Lo que sí es
seguro es que, por el momento, existen con deslumbrante evidencia.
Si su función de hembra no basta para definir a la mujer, si rehusamos también
explicarla por «el eterno femenino» y si, no obstante, admitimos que, aunque sea a título
provisional, hay mujeres en la Tierra, tendremos que plantearnos la pregunta: ¿qué es
una mujer?
El mismo enunciado del problema me sugiere inmediatamente una primera
respuesta. Es significativo que yo lo plantee. A un hombre no se le ocurriría la idea de
escribir un libro sobre la singular situación que ocupan los varones en la Humanidad 8. Si
quiero definirme, estoy obligada antes de nada a declarar: «Soy una mujer»; esta verdad
constituye el fondo del cual se extraerán todas las demás afirmaciones. Un hombre no
comienza jamás por presentarse como individuo de un determinado sexo: que él sea
hombre es algo que se da por supuesto. Es solo de una manera formal, en los registros
de las alcaldías y en las declaraciones de identidad, donde las rúbricas de masculino y
femenino aparecen como simétricas. La relación de los dos sexos no es la de dos
electricidades, la de dos polos: el hombre representa a la vez el positivo y el neutro,
hasta el punto de que en francés se dice «los hombres» para designar a los seres
humanos, habiéndose asimilado la acepción singular de la palabra «vir» a la acepción
general de la palabra «homo». La mujer aparece como el negativo, ya que toda
determinación le es imputada como limitación, sin reciprocidad. A veces, en el curso de
discusiones abstractas, me ha irritado oír que los hombres me decían: «Usted piensa tal
cosa porque es mujer.» Pero yo sabía que mi única defensa consistía en replicar: «Lo
pienso así porque es verdad», eliminando de ese modo mi subjetividad. No era cosa de
contestar: «Y usted piensa lo contrario porque es hombre», ya que se entiende que el
hecho de ser hombre no es una singularidad; un hombre está en su derecho de serlo; es
la mujer la que está en la sinrazón. Prácticamente, lo mismo que para los antiguos había
una vertical absoluta con relación a la cual se definía la oblicua, así también hay un tipo
humano absoluto que es el tipo masculino. La mujer tiene ovarios, un útero; he ahí

8 El informe Kinsey, por ejemplo, se limita a definir las características sexuales del hombre
norteamericano, lo cual es completamente diferente.
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condiciones singulares que la encierran en su subjetividad; se dice tranquilamente que


piensa con sus glándulas. El hombre se olvida olímpicamente de que su anatomía
comporta también hormonas, testículos. Considera su cuerpo como una relación directa
y normal con el mundo que él cree aprehender en su objetividad, mientras considera el
cuerpo de la mujer como apesadumbrado por todo cuanto lo especifica: un obstáculo,
una cárcel. « La mujer es mujer en virtud de cierta falta de cualidades -decía
Aristóteles-. Y debemos considerar el carácter de las mujeres como adoleciente de una
imperfección natural.» Y, a continuación, Santo Tomás decreta que la mujer es un
«hombre fallido», un ser «ocasional». Eso es lo que simboliza la historia del Génesis,
donde Eva aparece como extraída, según frase de Bossuet, de un «hueso
supernumerario» de Adán. La Humanidad es macho, y el hombre define a la mujer no
en si misma, sino con relación a él; no la considera como un ser autónomo. « La mujer,
el ser relativo...», escribe Michelet. Y así lo afirma Benda en el Rapport d'Uriel: «El
cuerpo del hombre tiene sentido por sí mismo, abstracción hecha del de la mujer,
mientras este último parece desprovisto de todo sentido si no se evoca al macho... El
hombre se piensa sin la mujer. Ella no se piensa sin el hombre.» Y ella no es otra cosa
que lo que el hombre decida que sea; así se la denomina «el sexo», queriendo decir con
ello que a los ojos del macho aparece esencialmente como un ser sexuado: para él, ella
es sexo; por consiguiente, lo es absolutamente. La mujer se determina y se diferencia
con relación al hombre, y no este con relación a ella; la mujer es lo inesencial frente a lo
esencial. El es el Sujeto, él es lo Absoluto; ella es lo Otro9.

René Descartes, “Primera meditación


metafísica” 10

Las Meditaciones Metafísicas de Descartes fueron publicadas en 1641. A


continuación proponemos la lectura de la primera de las seis meditaciones que
constituyen dicha obra.

De las cosas que pueden ponerse en duda

He advertido hace ya algún tiempo que, desde mi más temprana edad, había
admitido como verdaderas muchas opiniones falsas, y que lo edificado después

9 Esta idea ha sido expresada en su forma más explícita por E. Lévinas en su ensayo sobre Le Temps et
l'Autre. Se expresa así: «¿No habría una situación en la cual la alteridad fuese llevada por un ser a un
titulo positivo, como esencia? ¿Cuál es la alteridad que no entra pura y simplemente en la oposición de las
dos especies del mismo género? Creo que lo contrario absolutamente contrario, cuya contrariedad no es
afectada en absoluto por la relación que puede establecerse entre él y su correlativo, la contrariedad que
permite al término permanecer absolutamente otro, es lo femenino. El sexo no es una diferencia
específica cualquiera... La diferencia de los sexos tampoco es una contradicción...; no es tampoco la
dualidad de dos términos complementarios, porque dos términos complementarios suponen un todo
preexistente... La alteridad se cumple en lo femenino. Término del mismo rango, pero de sentido opuesto
a la conciencia.» Supongo que el señor Lévinas no olvida que la mujer es también, para sí, conciencia.
Sin embargo, es chocante que adopte deliberadamente un punto de vista de hombre, sin señalar la
reciprocidad entre el sujeto y el objeto. Cuando escribe que la mujer es misterio, sobrentiende que es
misterio para el hombre. De tal modo que esta descripción, que se quiere subjetiva, es en realidad una
afirmación del privilegio masculino.
10 Descartes, René (1977) Meditaciones Metafísicas con objeciones y respuestas, Madrid: Alfaguara.
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sobre cimientos tan poco sólidos tenía que ser por fuerza muy dudoso e incierto;
de suerte que me era preciso emprender seriamente, una vez en la vida, la tarea de
deshacerme de todas las opiniones a las que hasta entonces había dado crédito, y
empezar todo de nuevo desde los fundamentos, si quería establecer algo firme y
constante en las ciencias. Mas pareciéndome ardua dicha empresa, he aguardado
hasta alcanzar una edad lo bastante madura como para no poder esperar que haya
otra, tras ella, más apta para la ejecución de mi propósito; y por ello lo he diferido
tanto, que a partir de ahora me sentiría culpable si gastase en deliberaciones el
tiempo que me queda para obrar.
Así pues, ahora que mi espíritu está libre de todo cuidado, habiéndome procurado
reposo seguro en una apacible soledad, me aplicaré seriamente y con libertad a
destruir en general todas mis antiguas opiniones. Ahora bien, para cumplir tal
designio, no me será necesario probar que son todas falsas, lo que acaso no
conseguiría nunca; sino que, por cuanto la razón me persuade desde el principio
para que no dé más crédito a las cosas no enteramente ciertas e indudables que a
las manifiestamente falsas, me bastará para rechazarlas todas con encontrar en
cada una el más pequeño motivo de duda. Y para eso tampoco hará falta que
examine todas y cada una en particular, pues sería un trabajo infinito; sino que, por
cuanto la ruina de los cimientos lleva necesariamente consigo la de todo el edificio,
me dirigiré en principio contra los fundamentos mismos en que se apoyaban todas
mis opiniones antiguas.
Todo lo que he admitido hasta el presente como más seguro y verdadero, lo he
aprendido de los sentidos o por los sentidos; ahora bien, he experimentado a veces
que tales sentidos me engañaban, y es prudente no fiarse nunca por entero de
quienes nos han engañado una vez. Pero, aun dado que los sentidos nos engañan a
veces, tocante a cosas mal perceptibles o muy remotas, acaso hallemos otras
muchas de las que no podamos razonablemente dudar, aunque las conozcamos por
su medio; como, por ejemplo, que estoy aquí, sentado junto al fuego, con una bata
puesta y este papel en mis manos, o cosas por el estilo. ¿Y cómo negar que estas
manos y este cuerpo sean míos, si no es poniéndome a la altura de esos insensatos,
cuyo cerebro está tan turbio y ofuscado por los negros vapores de la bilis, que
aseguran constantemente ser reyes siendo muy pobres, ir vestidos de oro y
púrpura estando desnudos, o que se imaginan ser cacharros o tener el cuerpo de
vidrio? Mas los tales son locos, y yo no lo sería menos si me rigiera por su ejemplo.
Con todo, debo considerar aquí que soy hombre y, por consiguiente, que tengo
costumbre de dormir y de representarme en sueños las mismas cosas, y a veces
cosas menos verosímiles, que esos insensatos cuando están despiertos. ¡Cuántas
veces no me habrá ocurrido soñar, por la noche, que estaba aquí mismo, vestido,
junto al fuego, estando en realidad desnudo y en la cama! En este momento, estoy
seguro de que yo miro este papel con los ojos de la vigilia, de que esta cabeza que
muevo no está soñolienta, de que alargo esta mano y la siento de propósito y con
plena conciencia: lo que acaece en sueños no me resulta tan claro y distinto como
todo esto. Pero, pensándolo mejor, recuerdo haber sido engañado, mientras
Curso de ingreso Filosofía 2019

dormía, por ilusiones semejantes. Y fijándome en este pensamiento, veo de un


modo tan manifiesto que no hay indicios concluyentes ni señales que basten a
distinguir con claridad el sueño de la vigilia, que acabo atónito, y mi estupor es tal
que casi puede persuadirme de que estoy durmiendo.
Así, pues, supongamos ahora que estamos dormidos, y que todas estas
particularidades, a saber: que abrimos los ojos, movemos la cabeza, alargamos las
manos, no son sino mentirosas ilusiones; y pensemos que, acaso, ni nuestras
manos ni todo nuestro cuerpo son tal y como los vemos. Con todo, hay que
confesar al menos que las cosas que nos representamos en sueños son como
cuadros y pinturas que deben formarse a semejanza de algo real y verdadero; de
manera que por lo menos esas cosas generales —a saber: ojos, cabeza, manos,
cuerpo entero— no son imaginarias, sino que en verdad existen. Pues los pintores,
incluso cuando usan del mayor artificio para representar sirenas y sátiros
mediante figuras caprichosas y fuera de lo común, no pueden, sin embargo,
atribuirles formas y naturalezas del todo nuevas, y lo que hacen es sólo mezclar y
componer partes de diversos animales; y, si llega el caso de que su imaginación sea
lo bastante extravagante como para inventar algo tan nuevo que nunca haya sido
visto, representándonos así su obra una cosa puramente fingida y absolutamente
falsa, con todo, al menos los colores que usan deben ser verdaderos. Y por igual
razón, aun pudiendo ser imaginarias esas cosas generales —a saber: ojos, cabeza,
manos y otras semejantes— es preciso confesar, de todos modos, que hay cosas
aún más simples y universales realmente existentes, por cuya mezcla, ni más ni
menos que por la de algunos colores verdaderos, se forman todas las imágenes de
las cosas que residen en nuestro pensamiento, ya sean verdaderas y reales, ya
fingidas y fantásticas. De ese género es la naturaleza corpórea en general, y su
extensión, así como la figura de las cosas extensas, su cantidad o magnitud, su
número, y también el lugar en que están, el tiempo que mide su duración y otras
por el estilo. Por lo cual, acaso no sería mala conclusión si dijésemos que la física, la
astronomía, la medicina y todas las demás ciencias que dependen de la
consideración de cosas compuestas, son muy dudosas e inciertas; pero que la
aritmética, la geometría y demás ciencias de este género, que no tratan sino de
cosas muy simples y generales, sin ocuparse mucho de si tales cosas existen o no
en la naturaleza, contienen algo cierto e indudable. Pues, duerma yo o esté
despierto, dos más tres serán siempre cinco, y el cuadrado no tendrá más de cuatro
lados; no pareciendo posible que verdades tan patentes puedan ser sospechosas de
falsedad o incertidumbre alguna. Y, sin embargo, hace tiempo que tengo en mi
espíritu cierta opinión, según la cual hay un Dios que todo lo puede, por quien he
sido creado tal como soy. Pues bien: ¿quién me asegura que el tal Dios no haya
procedido de manera que no exista figura, ni magnitud, ni lugar, pero a la vez de
modo que yo, no obstante, sí tenga la impresión de que todo eso existe tal y como
lo veo? Y más aún: así como yo pienso, a veces, que los demás se engañan, hasta en
las cosas que creen saber con más certeza, podría ocurrir que Dios haya querido
que me engañe cuantas veces sumo dos más tres, o cuando enumero los lados de
Curso de ingreso Filosofía 2019

un cuadrado, o cuando juzgo de cosas aún más fáciles que ésas, si es que son
siquiera imaginables. Es posible que Dios no haya querido que yo sea burlado así,
pues se dice de Él que es la suprema bondad. Con todo, si el crearme de tal modo
que yo siempre me engañase repugnaría a su bondad, también parecería del todo
contrario a esa bondad el que permita que me engañe alguna vez,
y esto último lo ha permitido, sin duda.
Habrá personas que quizá prefieran, llegados a este punto, negar la existencia de
un Dios tan poderoso, a creer que todas las demás cosas son inciertas; no les
objetemos nada por el momento, y supongamos, en favor suyo, que todo cuanto se
ha dicho aquí de Dios es pura fábula; con todo, de cualquier manera que supongan
haber llegado yo al estado y ser que poseo —ya lo atribuyan al destino o la
fatalidad, ya al azar, ya en una enlazada secuencia de las cosas— será en cualquier
caso cierto que, pues errar y equivocarse es una imperfección, cuanto menos
poderoso sea el autor que atribuyan a mi origen, tanto más probable será que yo
sea tan imperfecto, que siempre me engañe. A tales razonamientos nada en
absoluto tengo que oponer, sino que me constriñen a confesar que, de todas las
opiniones a las que había dado crédito en otro tiempo como verdaderas, no hay
una sola de la que no pueda dudar ahora, y ello no por descuido o ligereza, sino en
virtud de argumentos muy fuertes y maduramente meditados; de tal suerte que, en
adelante, debo suspender mi juicio acerca de dichos pensamientos, y no
concederles más crédito del que daría a cosas manifiestamente falsas, si es que
quiero hallar algo constante y seguro en las ciencias.
Pero no basta con haber hecho esas observaciones, sino que debo procurar
recordarlas, pues aquellas viejas y ordinarias opiniones vuelven con frecuencia a
invadir mis pensamientos, arrogándose sobre mi espíritu el derecho de ocupación
que les confiere el largo y familiar uso que han hecho de él, de modo que, aun sin
mi permiso, son ya casi dueñas de mis creencias. Y nunca perderé la costumbre de
otorgarles mi aquiescencia y confianza, mientras las considere tal como en efecto
son, a saber: en cierto modo dudosas —como acabo de mostrar—, y con todo muy
probables, de suerte que hay más razón para creer en ellas que para negarlas. Por
ello pienso que sería conveniente seguir deliberadamente un proceder contrario, y
emplear todas mis fuerzas en engañarme a mí mismo, fingiendo que todas esas
opiniones son falsas e imaginarias; hasta que, habiendo equilibrado el peso de mis
prejuicios de suerte que no puedan inclinar mi opinión de un lado ni de otro, ya no
sean dueños de mi juicio los malos hábitos que lo desvían del camino recto que
puede conducirlo al conocimiento de la verdad. Pues estoy seguro de que,
entretanto, no puede haber peligro ni error en ese modo de proceder, y de que
nunca será demasiada mi presente desconfianza, puesto que ahora no se trata de
obrar, sino sólo de meditar y conocer.
Así pues, supondré que hay, no un verdadero Dios —que es fuente suprema de
verdad—, sino cierto genio maligno, no menos artero y engañador que poderoso, el
cual ha usado de toda su industria para engañarme. Pensaré que el cielo, el aire, la
tierra, los colores, las figuras, los sonidos y las demás cosas exteriores, no son sino
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ilusiones y ensueños, de los que él se sirve para atrapar mi credulidad. Me


consideraré a mí mismo como sin manos, sin ojos, sin carne, ni sangre, sin sentido
alguno, y creyendo falsamente que tengo todo eso. Permaneceré obstinadamente
fijo en ese pensamiento, y, si, por dicho medio, no me es posible llegar al
conocimiento de alguna verdad, al menos está en mi mano suspender el juicio. Por
ello, tendré sumo cuidado en no dar crédito a ninguna falsedad, y dispondré tan
bien mi espíritu contra las malas artes de ese gran engañador que, por muy
poderoso y astuto que sea, nunca podrá imponerme nada.
Pero un designio tal es arduo y penoso, y cierta desidia me arrastra
insensiblemente hacia mi manera ordinaria de vivir; y, como un esclavo que goza
en sueños de una libertad imaginaria, en cuanto empieza a sospechar que su
libertad no es sino un sueño, teme despertar y conspira con esas gratas ilusiones
para gozar más largamente de su engaño, así yo recaigo insensiblemente en mis
antiguas opiniones, y temo salir de mi modorra, por miedo a que las trabajosas
vigilias que habrían de suceder a la tranquilidad de mi reposo, en vez de
procurarme alguna luz para conocer la verdad, no sean bastantes a iluminar por
entero las tinieblas de las dificultades que acabo de promover.

Dossier de actividades
Curso de ingreso Filosofía 2019

Antes de los textos


CONSIGNA 1.

Elabore un breve escrito en el que se expliciten las razones por las cuales usted ha
optado por estudiar Filosofía. Señale a partir del mismo, el concepto de filosofía que su
respuesta supone. Realice las incorporaciones y/precisiones que considere pertinentes

CONSIGNA 2

Después de haber escuchado/leído trabajos de sus compañeros relea atentamente el


suyo e incorpore aquello que crea necesario. Explicite el sentido de sus
incorporaciones y/o modificaciones.

Umberto Eco, “El oficio de pensar”


1. Señale en el texto las marcas a través de las cuales puede reconocerse que constituye
un “artículo periodístico”.
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2. A través de todo el artículo, Eco postula (asume o supone) un concepto de lo que la


filosofía es, aunque no lo dice explícitamente. Lea atentamente el texto y reconstruya
ese concepto. Para ello, señale las afirmaciones, ejemplos y o comentarios que el autor
realiza y en los que usted entiende que se evidencia dicho concepto.
3. Si todos coincidiéramos con esa definición de Filosofía y la usáramos como “criterio”
¿cómo clasificaríamos los siguientes casos? Realice todas las consideraciones que
considere pertinentes:
a) El cuento de Borges, “Funes el memorioso”, en el que aparece una re-
flexión sobre cómo es que pensamos y cómo es la realidad, el mundo.
b) Un estudio erudito sobre La República el texto de Platón.
c) A los filósofos del Círculo de Viena para quienes el problema de la
relación entre la mente y el cuerpo era irresoluble y, por tanto, nada que
ameritara la reflexión.
d) Un estudio elaborado por biólogos sobre el origen de la vida
humana en la tierra.
e) La entrada en un diccionario de filosofía de “Aristóteles”.
f) Las reflexiones de Marx sobre la relación entre la base económica
de la sociedad y las formas de dominación presentes en la misma.
4. Relea el texto con atención y señale si en él se asumen o se suponen otros
criterios.

Bertrand Russell, La sabiduría de Occidente


1. En el texto, Russell establece una determinada relación entre la filosofía y la
ciencia. ¿Cuál es esa relación? Explicite el criterio que utiliza al establecerla.
2. Russell afirma que “La única manera de averiguar lo que es la filosofía con-
siste en
hacer filosofía”. Esa es una afirmación que el autor fundamenta, es decir, para
la cual aporta razones:
a. señale las razones con las cuales sostiene esta afirmación.
b. en este contexto, ¿cuál es el sentido que le atribuye a la Historia de la
Filosofía?
3. Asumiendo la propuesta del filósofo inglés sobre la filosofía: ¿qué otras
preguntas, entiende usted, que “caen” en el ámbito de la filosofía?
Platón, Apología de Sócrates
1. Señale en el texto las marcas que reconozca como propias de un texto
académico y de un texto filosófico. ¿Coinciden?
2. Realice un punteo de los temas abordados por Sócrates en su alocución.
Recuerde que los temas que se abordan en un texto no son las posiciones que
sobre dicho tema o temas asume el autor del texto.
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3. En base a la respuesta anterior, releve las ideas de Sócrates sobre dichos


temas.
4. Reconstruya el concepto de filosofar que supone en su discurso. Señale los
“lugares” del texto en los que se basó para realizar esta reconstrucción.
5. Explicite la relación que Sócrates establece entre el filosofar y la ignorancia.
Extraiga las posibles consecuencias para la relación entre la filosofía y el saber.
6. Sócrates establece una analogía entre un tábano y el filósofo. Explique dicha
analogía. Exponga y justifique su opinión sobre la analogía.
7. Determine la relación que el griego postula entre la filosofía y la virtud y entre
la filosofía y la vida política.

Sobre los textos anteriores


1. Imagine que es un periodista ligado a la Filosofía y que tiene la oportunidad
de
entrevistar a los autores de los textos anteriores: ¿qué preguntas les formularía?
Exponga las razones por las que les formularía estas preguntas.
2. Realice un breve texto en el que se compare la noción de Filosofía sostenida
por los autores. ¿Con cuál de ellas usted coincide más? Exponga la
fundamentación de esta posición.
3. A pesar de estar escritos por filósofos, los textos trabajados son diversos entre
sí en más de un sentido: en relación al momento histórico en que fueron
producidos, al género al que pertenecen, a su forma de elaboración, publicación
y circulación. Considera que esas diferencias o alguna de ellas incide en las
cuestiones filosóficas? Fundamente su respuesta.

Umberto Eco, “Diálogo sobre la pena capital”


CONSIGNAS (GRUPAL)
1. Señalen cuál es el tema alrededor del que debaten Eco y Renzo. Indiquen,
además, las posiciones de ambos respecto del mismo (sus respectivas tesis).
2. Los personajes llevan adelante una discusión argumentativa en la que tratan de
demostrarle al otro que su propia posición es la correcta:
a. Señalen cuáles son los argumentos (las razones) que cada uno utiliza
para sostener su posición
b. Expliciten la relación que cada uno de los autores establece entre ellas (si
alguna es más importante que otra, cuáles dependen de cuáles, etc.)
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c. si algunos de estos argumentos, está a su vez sostenido por otro conjunto


de ideas (es decir, si funciona como una sub tesis).
3. Realicen a partir de lo anterior un esquema general de las argumentaciones de
cada uno.
4. Eco afirma que le parece contradictoria la posición de quienes sostienen la
implementación de la pena de muerte y a la vez están en contra del aborto.
Expliciten cómo es que tiene lugar dicha contradicción según el autor.
5. El debate finaliza a favor de la posición sostenida por Eco. Relean atentamente
los argumentos de Renzo y elaboren un trayecto argumentativo diferente que
pudiese evitar las objeciones de Eco.

El debate entre Foucault y Chomsky

1. Explicite el tema de discusión en el debate y las posiciones de los interlocutores


sobre el mismo.
2. Reconstruya un posible contexto en que tenga lugar este debate.
3. Señale el o los puntos en los que difieren profundamente los polemistas.
4. Según Foucault el hecho de sostener que existe una naturaleza humana podría
conducir en el planteo de Chomsky a errores políticos importantes. Reconstruya
esta crítica.
5. Según el propio Chomsky, asumir la existencia de una naturaleza humana lo
compromete con asumir un determinado modelo de sociedad. Señale al menos
otras tres cuestiones que ud. Entienda que se desprenden de asumir esto mismo.
1. En función del desarrollo del debate, conjeture una posible respuesta de
Chomsky al embate final de Foucault.

Simone de Beauvoir, El segundo sexo.

1. La autora del texto que vamos a tratar es francesa y perteneció a la llamada


escuela existencialista. Realice una búsqueda sobre aquellos antecedentes de SB
que le parezcan relevantes para la comprensión del texto que abordamos. Señale,
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además, por qué considera que esos datos son pertinentes para la comprensión
del texto.

2. Señale cuál es el problema que aborda la autora y cómo lo construye (de qué
recursos se vale para plantear el problema).

3. Cree usted que este es un problema filosófico? Justifique su respuesta sea cual
fuera.

4. Un texto filosófico por lo general presenta la posición de su autor y/o autora


sobre un determinado tema. A esa posición se la denomina “tesis”.
a. señale cuál es la tesis de SM sobre el problema
b. señale su propia tesis al respecto.

René Descartes, Meditaciones


metafísicas
1. Señale el propósito que persigue Descartes en las Meditaciones.
2. Señale cuáles son, para el autor, los fundamentos del conocimiento.
a. ¿Qué relación establece Descartes entre esos fundamentos y el problema
que pretende resolver en la Meditación?
3. Reconstruya los argumentos que ofrece Descartes en contra de la confiabilidad
de los sentidos (retome el argumento de la percepción y el de los sueños). Señale
qué conocimientos sobreviven a estos argumentos. Fundamente su respuesta.
4. Reconstruya los argumentos en contra de la confiabilidad de la razón (retome el
argumento del genio maligno).
5. Señale cuál es papel que desempeña la duda en esta Meditación. Establezca qué
relación mantiene con la verdad.
6. Un criterio de verdad es aquello que permite, en este caso a Descartes,
identificar cuándo se está delante de una verdad o algo es verdadero. Explicite el
criterio de verdad que utiliza en esta Meditación. Indique la parte del texto de la
que extrajo su respuesta.
7. Realice un esquema argumentativo de toda la Meditación.

8. Explicite cuál es, a su criterio, la situación del sujeto de la Meditación al final de


la misma. Fundamente su respuesta.
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9. Si usted tuviera el mismo problema que Descartes, lo resolvería de la misma


forma? Cómo lo haría? Fundamente su respuesta y si las hubiera, sus diferencias
con la resolución cartesiana.

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