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Dossier de Textos y Actividades Curso de Ingreso Filosofia 2019 ORIGINAL PDF
Dossier de Textos y Actividades Curso de Ingreso Filosofia 2019 ORIGINAL PDF
Presentación
Sumario
1. Eco, Umberto, “El oficio de pensar”. Artículo publicado en el diario “El
país” de España, en noviembre de 1987.
Me siento filósofo a causa de Giacomo Marino. Este verano fui a Pinerolo a agasajarlo
porque fue mi profesor de filosofía en el Liceo Plana de Alesandria. Marino demostró
que se puede ser filósofo o sea pensador aun cuando uno esté condenado a ser profesor
de filosofía. Para mí ha sido maestro de la filosofía no sólo cuando me explicaba
Descartes o Kant, sino también cuando respondía a las preguntas más alocadas del tipo
de "¿Quién era Freud?", "¿Qué es un leitmotiv en. Wagner?". "¿Es lícito practicar el
boxeo?". De tal modo Giacomo Marino causó un gran disgusto a mi padre, que deseaba
(como era obvio en Piamonte) que yo fuera abogado.
Pero filosofar significa también pensar a los demás, especialmente a aquellos que nos
han precedido. Leer a Platón, Descartes, Leibniz. Y es este un arte que se aprende
lentamente. ¿Qué quiere decir reflexionar sobre un filósofo del pasado? Si tomamos en
serio todo lo que dijo, hay motivos para avergonzarse. Dijo entre otras cosas, un montón
de estupideces. Honestamente: ¿hay alguien que sienta que vive como si Aristóteles,
Platón, Descartes, Kant o Heidegger tuvieran razón en todo y para todo? ¡Vamos,
hombre! La grandeza de un buen profesor de filosofía está en hacernos volver a
descubrir a cada uno de estos personajes como hijos de su tiempo.
Cada uno ha tratado de interpretar sus experiencias desde su punto de vista. Ninguno
dijo la verdad, pero todos nos han enseñado un método de buscar esta verdad. Es esto lo
que hay que comprender: no si es verdad lo que ha dicho, sino si es adecuado el método
con el que han tratado de responder a sus interrogantes. Y de este modo un filósofo -
aunque diga cosas que hoy día nos harían reír- se convierte en un maestro.
Saber leer así a los Filósofos del pasado significa saber redescubrir de improviso las
fulgurantes ideas que han expresado.
Curso de ingreso Filosofía 2019
¿Qué hacen los filósofos cuando están trabajando? He aquí, ciertamente, una
pregunta singular, que podríamos tratar de responder diciendo, en primer lugar, lo
que no están haciendo. En el mundo que nos rodea, hay muchas cosas que se
comprenden bastante bien. Tomemos como ejemplo el funcionamiento de una
máquina de vapor. Esto cae en el dominio de la mecánica y la termodinámica.
También conocemos muchas cosas acerca de la constitución y el funcionamiento
del cuerpo humano. La anatomía y la fisiología se ocupan de estas materias. O,
finalmente, podemos considerar el movimiento de las estrellas, acerca del cual
tenemos muchos menos conocimientos. De ello se ocupa la astronomía. Todos
estos aspectos del conocimiento perfectamente definido pertenecen a una u otra
de las ciencias.
Pero todos estos campos del conocimiento limitan con un área circunambiente de
lo desconocido. Cuando se penetra en las regiones fronterizas y más allá, entonces
se pasa de la ciencia al campo de la especulación. Esta actividad especulativa es
una especie de exploración y esto, entre otras cosas, es lo que es la filosofía. Como
veremos más adelante, los distintos campos de la ciencia empezaron como una
exploración filosófica en este sentido. Tan pronto como una ciencia se asienta
sólidamente, procede con más o menos independencia, salvo en problemas
fronterizos y en cuestiones de método. Pero, en cierto modo, el proceso
exploratorio no avanza como tal; simplemente prosigue y encuentra nuevo empleo.
Hay muchas preguntas que la gente que piensa se formula en una u otra ocasión y
para las cuales la ciencia no ofrece ninguna respuesta. Y los que tratan de pensar
por sí mismos no están dispuestos a aceptar al fiado las respuestas prefabricadas
de los adivinos. Es misión de la filosofía explorar estas cuestiones y a veces darles
contestación.
Así, pues, podemos sentir la tentación de plantearnos preguntas tales como cuál es
el sentido de la vida, suponiendo que en verdad lo tenga. ¿Tiene el mundo un
propósito, conduce a alguna parte el desarrollo de la historia, o son éstas preguntas
sin sentido?
Luego, hay problemas tales como si la naturaleza está realmente regida por leyes,
o si meramente creemos que esto es así porque nos gusta cierto orden en las cosas.
Por otro lado, tenemos la cuestión general de si el mundo se halla dividido en dos
partes dispares, mente y materia, y, si esto es así, cómo se mantienen unidas.
¿Y qué podemos decir del hombre? ¿Es una partícula de polvo, arrastrándose
desamparadamente sobre un pequeño e insignificante planeta, según lo ven los
astrónomos? ¿Es un conglomerado de elementos químicos, habilidosamente
reunidos, como podrían sostener los químicos? ¿O, finalmente, es el hombre lo que
le parece a Hamlet, un ser noble por su razón, infinito por sus facultades? ¿Acaso es
el hombre todo esto al mismo tiempo?
Junto con esto, existen problemas éticos acerca del bien y del mal. ¿Hay un modo
de vivir que sea bueno y otro que sea malo, o es indiferente cómo vivamos? Si
existe un modo de vivir bueno, ¿cuál es, y cómo podemos aprender a vivir de
acuerdo con él? ¿Hay algo a lo que podamos llamar sabiduría, o lo que tal parece no
es sino simple y huera locura?
El texto publicado por Umberto Eco en La estrategia de la Ilusión (1999), es una reelaboración
ficcional, en donde Eco utliza los personajes de una de las más famosas novelas italianas de
todos los tiempos, Los novios, de Alessandro Manzoni (1895-1873), publicada por primera vez
en 1842. En esta novela, se narran las dificultades que debe atravesar Lorenzo (Renzo)
Tramaglino para poder casarse con su prometida, Lucía, frente a la oposición malévola de Don
Rodrigo, un noble español que mueve todos los hilos del poder en la región de Bergamo (Italia).
En dicha novela, Lorenzo es un joven inocente, que atraviesa una serie de trabas y ataques
dirigidos por Don Rodrigo, para lograr casarse con su novia. Entre estas trabas, encontramos a
Don Rodrigo presionando al sacerdote que debe de oficiar el casamiento de Renzo y Lucía, así
como también presionando para que Azzeccagarbugli (hábil y astuto abogado de la región)
niegue asistencia legal a Renzo, así como también lo engañe con falsos consejos. Asimismo,
Don Rodrigo utiliza, como peón en su juego macabro contra Lorenzo, a Grieso, un criminal
local que actúa como fuerza de choque para Don Rodrigo.
El Inominado, otro personaje de la novela de Manzoni, lidera una banda criminal que realiza
las tareas sucias a pedido de Don Rodrigo, aterrorizando a la población local, para que esta
acepte sumisa la creciente opresión del gobierno del noble español. Este personaje, que algunos
historiadores sostienen se encuentra basado en un personaje histórico real, Francesco
Bernandino Visconti, del cual el propio Manzoni era descendiente. Esta probable relación filiar
es utilizada por Eco para introducir a Cesare Beccaria (1738- 1794), autor de Los delitos y las
penas (1764), un afamado tratado de criminología y derecho que en el siglo XVIII abogó por el
fin del uso de la pena de muerte como herramienta de castigo para la mayoría de los crímenes
en ese momento estipulados por el código penal del norte de Italia, y a la vez, abuelo de
Alessandro Manzoni.
Eco: Te noto turbado, ¡oh, Renzo Tramaglino! ¿Qué es lo que inquieta tu ahora tan
tranquila existencia, en la paz de las leyes y el orden? ¿Quizás es Lucía, que, empujada
por los nuevos caprichos llamados «feministas», te niega los placeres del tálamo
asumiendo su propio derecho a la no procreación? ¿O Inés que, estampando besitos
demasiado intensos en las mejillas de tus retoños socava indebidamente su inconsciente
volviéndoles blandos y mother oriented? ¿O el Azzeccagarbugli que te habla de
convergencias paralelas embotando tu capacidad de intervenir en la cosa pública? ¿O
don Rodrigo que, imponiendo el cúmulo de los réditos, te obliga a pagar tributos
superiores a los del Innominado, que exporta dineros al bergamasco?
RENZO: Me turba, ¡oh, cortés visitante!, el Griso. Ahora organiza bandas de
malhechores no muy diferentes a él y, con la ayuda de tramposos deshonestos, rapta de
nuevo muchachas, pero para obtener pingües rescates y, en habiéndoles, las asesina
bárbaramente. Y, donde los hombres de bien reúnen su fortuna, aparece él con el rostro
cubierto con una media, y rapiña y saquea y toma otros rehenes y aterroriza la ciudad,
hoy teatro de insensatos crímenes, mientras los ciudadanos temblamos y los esbirros,
impotentes, no logran contener esta riada de delitos, y los buenos, los honestos se
preguntan afligidos dónde iremos a parar.
Y yo, que soy apacible y jovial, yo que me había adherido a las tesis de un grande de
estas tierras, el Beccaria, quien había demostrado para siempre que el Estado no podía
enseñar a no matar a través del asesinato legal, yo, me siento turbado. Y me pregunto si
no debiera restaurarse para tan odiosos delitos la pena de muerte, en defensa del
ciudadano indefenso y como advertencia a todos quienes intentaran hacerle daño.
Eco: Te comprendo, Renzo. Es humano que, ante vicisitudes tan atroces, que hurtan
jovencísimas hijas a bienamados progenitores, surja el pensar en la venganza y en la
defensa a ultranza. También yo que soy padre me pregunto qué haría si, con mi hijo
asesinado por desconocidos raptores, pudiera dar con los culpables antes que los
esbirros.
RENZO: ¿Y qué harías, vamos?
Eco: En el primer momento creo que querría matarlos. Pero frenaría mi impulso,
considerando mucho más afectivo para apaciguar mi exasperado dolor una larga tortura.
Los llevaría a un lugar seguro y una vez allí empezaría por trabajarles los testículos.
Después las uñas, por inserción de trozos de bambú, como se dice que hacen los crueles
pueblos orientales. Luego les arrancaría las orejas, y los atormentaría en la cabeza con
cables eléctricos pelados. Y, después de este baño de horror y de sangre, sentiría que mi
dolor, si no calmado, se habría saciado de crueldad, y me abandonaría entonces a mi
destino, sabiendo que mi mente jamás podría ya recobrar la paz y el equilibrio de antes.
RENZO: Veamos, entonces...
Eco: Sí, pero en seguida me entregaría a la guardia, para que me encadenasen y me
castigasen ejemplarmente. Porque, con todo, siempre habría cometido un delito al
haber quitado la vida a un hombre, cosa que no debe hacerse. Parecería una
justificación el hecho de que entre el dolor de un padre cegado y la insania hay muy
poca diferencia y pediría parcial indulgencia. Pero jamás podría pedir al Estado que me
sustituyese, incluso porque el Estado no tiene pasiones que satisfacer, y sólo debe
prevalecer el hecho de que quitar una vida es en cualquier caso un mal. Por tanto, el
Estado no puede segar una vida para señalar, justamente, que es delito quitar la vida.
RENZO: Conozco estos argumentos. El retorno a la pena de muerte lo piden ciertos
ambiguos individuos que querrían el orden corno terror, para poder reinstaurar los
tiempos del atropello y del acuso. Pero hace unos días he leído en una de las más
importantes gacetas del país un extenso y pacato artículo de un severo filósofo en el que
éste, después de haber sopesado las cuestiones en causa, se preguntaba con sutil
preterición si no sería lícito, frente a delitos tan graves, restaurar, con la autoridad del
Estado, el derecho a repartir generosamente penas supremas para tranquilizar al
ciudadano. De hecho, la pena de muerte tiene al menos un valor disuasorio o infunde
temor a otros malvados, mientras que las cárceles actuales, lugar de amenas
reeducaciones y de fáciles evasiones, no logran detener la mano homicida de nadie.
Eco: He escuchado estos razonamientos, que parecen convencer a todos. pero quizá tú
no conozcas a otro filósofo que nos ha enseñado mucho a todos y también a los
filósofos que piden el retorno de la pena capital. Se trata de un tal Kant, que señaló que
los hombres debían ser usados siempre como fines y no como medios...
RENZO: ¡Sublime prescripción!
Eco: Efectivamente. Si yo mato a Cayo como advertencia a Tizio, ¿no uso acaso a
Cayo como medio para advertir a Tizio, para defender a los demás de las posibles
intenciones de Tizio? Y si es lícito que use a Cayo como mensaje a Tizio, ¿por qué no
sería lícito usar a Samuel para fabricar jabón para Adolf?
RENZO: Pero hay una diferencia. Cayo ha cometido un delito y es justo que sea
castigado con igual pena, no por venganza, sino por ecuánime justicia. Samuel es
inocente. No así Cayo.
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Eco: Pero, ¿entonces ya no piensas que Cayo debe ser ejecutado para atemorizar a
Tizio, sino simplemente que hay que hacer padecer a Cayo todo cuanto él ha hecho
padecer?
RENZO: Ambas cosas juntas. Estoy autorizado a usar a Cayo como medio porque, al
hacerse indigno de ser considerado un fin en sí mismo, su muerte sirve para evitar otras,
y todos sabemos que se padece aquello que se hace padecer. El Estado es garantía para
los ciudadanos, a través de la severa balanza de la ley. Y, si para garantizar seguridad
parece útil la abstracta, rigurosa y sublime ley del talión, bienvenida sea, porque
contiene principios de antigua sabiduría. El talión del Estado no es venganza, sino
geometría.
Eco: No desdeño, oh Renzo, la antigua sabiduría. Mas dime: dado que tienes tal severa
y sobrehumana visión de la ley, y admites que la muerte con que castiga el Estado no es
asesinato, sino distribución ecuánime, si el Estado, por sorteo o rotación, te eligiese a ti
para administrar la muerte a quien ha matado, ¿aceptarías?
RENZO: No podría decir que no. Y mi conciencia estaría tranquila. Cualquiera que se
declara partidario de la pena capital debe mostrarse dispuesto a conminarla, si se lo
manda la comunidad.
Eco: Ahora dime, ¿no hay otros delitos tan odiosos y terribles como el homicidio? ¿Qué
dirías de quien, en vez de asesinar a tu hijo pequeño, cometiera en él, con inhumana
violencia, actos de sodomía, volviéndotelo loco para toda la vida?
RENZO: Sería un delito parecido, si no peor.
Eco: Y si el principio del talión del Estado fuese válido, ¿no debería, con las
aprobaciones de la ley, someterse, y violentamente, sodomía sobre su persona?
RENZO: Ahora que me lo señalas, pienso que sí, ciertamente.
Eco: Y si el Estado, por rotación o sorteo, te pidiera que le administraras violencia
sodomítica, ¿te encargarías de tal tarea?
Renzo: ¡Oh, no! ¡De ningún modo, no soy un maníaco sexual!
Eco: ¿Es que, por el contrario, eres un maníaco homicida?
RENZO: No me confundas. Lo que digo es que este segundo gesto me produciría
repulsión y disgusto.
Eco: ¿Quizás el primero te proporcionaría placer y sádica alegría?
RENZO: No me hagas decir lo que no he dicho. Matando no me causo a mí mismo
daño alguno, mientras que ocupándome en una acción que me repugna sólo sacaré
fastidio y dolor. El Estado no puede pretender que, para castigar a un malvado, sufra yo
mal alguno.
Eco: Esto me dice que tú no quieres ser usado como medio.
RENZO: ¡Oh, no!
Eco: Sin embargo usarías un hombre vivo dándole muerte, como medio de atemorizar a
otros hombres.
RENZO: Sí, pero aquél, al haber cometido el daño, es menos hombre que los demás...
¿O no?
Eco: No. Y me inquieta el hecho de que quienes están dispuestos a considerar a este
hombre menos hombre, se muestren en cambio implacables contra las prácticas
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abortivas, alegando que un ser humano es siempre un ser humano, aun cuando sea
todavía la propuesta de un feto. ¿No están en contradicción?
RENZO: Me confundes las ideas. ¿Y la legítima defensa?
Eco: Ésta considera a dos hombres, uno de los cuales pretende reducir al otro a simple
medio mientras el segundo debe evitar este atropello. Si es posible sin matar al otro,
aunque si fuese necesario impidiendo al otro hacer el mal. Y, en este caso, entre el
derecho del inocente y el derecho del culpable, prevalece el primero. Pero el Estado que
ajusticia al culpable no le impide con eso cometer el acto y simplemente, repito, lo usa
como puro medio. Y, una vez se usa un hombre como medio admitiendo que existen
hombres menos hombres que otros, se anula la esencia misma del contrato con que se
rige el Estado. Y, en realidad, la cuestión del aborto no contempla la pregunta de si es
lícito matar a un hombre, sino antes bien si un feto es un hombre y si, propuesta informe
en la profundidad del útero, está ya bajo las leyes del contrato social o sólo es propiedad
del seno materno. Pero un homicida, inserto en el contrato social, es un hombre a todos
los efectos. Y si se le considera menos hombre que a otro, mañana se podría considerar
menos hombres a quienes se atreven a defender la pena de muerte y podría proponerse
su muerte para disuadir a los demás de sostener tan insanos pensamientos.
RENZO: Pero entonces, ¿qué es lo que debería hacer?
Eco: Pregúntate si don Rodrigo, en su palacio, no controla la banda de tramposos,
pasando doblones al bergamasco e incitando al Griso a recaudar dinero mediante
homicidios.
RENZO: Pero, ¿y suponiendo que lo descubriera?
Eco: Comprenderías que el Griso en el patíbulo no garantiza la vida de tus hijos. ¿Por
qué no aterrorizar directamente a don Rodrigo?
RENZO: ¿Y qué es lo que podría aterrorizarle?
Eco: El tiranicidio. Pero éste es ya otro discurso.
53 Chomsky, Noam / Foucault, Michel (2006), La naturaleza humana: justicia versus poder Un debate.
Buenos Aires: Katz.
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miras contrapuestas de distintos filósofos sobre los problemas que atravesaba la filosofía
contemporánea en su relación con la sociedad. Dichos debates, televisados a través de la
Fundación Holandesa de Difusión, incluyeron la participación de Alfred Ayer y Arne Naess,
Leszek Kolakowski y Henri Lefebvre, Karl Popper y John Eccles, en distintos debates uno-a-
uno, a lo largo de 1970 y 1971. Todos estos debates, fueron parte de un proyecto personal del
filósofo holandés Fons Elders, quien los moderaba y comentaba. Fons Elders dedicó buena parte
de su carrera como académico en Filosofía en buscar nuevas maneras y medios para divulgar los
debates filosóficos que atraviesan a las comunidades académicas en filosofía y que pueden
resultar de insumo necesario para la discusión en el seno de la sociedad.
En este particular debate, que ha sido titulado “Chomsky – Foucault: La Naturaleza Humana.
Justicia versus Poder” se encuentran representadas dos maneras opuestas de hacer y pensar a la
filosofía. Chomsky, un lingüista de fama mundial, que además ya había expresado fuertes
argumentos de corte filosófico para oponerse a la guerra de Vietnam en 1967, y Foucault,
filósofo e historiador de las ideas, que había logrado fama y prestigio académico desplegando
una tarea de identificaciones de los mecanismos de poder que atraviesan la constitución de
saberes e instituciones que regulan nuestra vida cotidiana.
Como nota de color, en este debate podemos encontrar a Fons Elders utilizando una extraña
peluca, con el propósito de escandalizar y producir reacciones en el público del estudio
televisivo del debate. Asimismo, Fons Elders había dispuesto de otra peluca para el uso de
Foucault, pero éste se negó a utilizarla.
FOUCAULT: Sí, al menos no encuentro nada extraño que sea digno de una pregunta o
de una respuesta. No estar interesado por la política es lo que constituye un problema.
De modo que, en lugar de preguntarme a mí, debería preguntarle a alguien que no esté
interesado por la política y entonces su pregunta tendría un fundamento sólido, y usted
tendría todo el derecho de gritar enfurecido “¿Por qué no te interesa la política?”
ELDERS: Sí, es probable. Señor Chomsky, estamos todos muy interesados en conocer
sus objetivos políticos. Sabemos que adscribe al anarcosindicalismo o, como lo ha
expresado con mayor precisión, el socialismo libertario. ¿Cuáles son, según su visión,
los objetivos más importantes del socialismo libertario?
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ELDERS: Señor Foucault, ¿cree usted, después de haber escuchado esto, que podemos
describir a nuestras sociedades como democráticas?
como las instituciones clave de toda sociedad industrial, a saber, las instituciones
económicas, comerciales y financieras y, en particular, en el período que se avecina, las
grandes corporaciones multinacionales que físicamente no están lejos de nosotros esta
noche (por ejemplo, Philips en Eindhoven). Éstas son las instituciones básicas de
opresión, coerción y gobierno autocrático que parecen neutrales a pesar de todo lo que
afirman. Estamos sujetos a la democracia del mercado, y esto debe entenderse
precisamente en términos del poder autocrático, incluida su forma particular de control
que procede del dominio de las fuerzas de mercado en una sociedad no igualitaria. No
cabe duda de que debemos comprender estos hechos, y no sólo comprenderlos sino
combatirlos. Creo que la propia participación política, a la que dedicamos la mayor
parte de nuestra energía y esfuerzo, debe concentrarse en esa área. No quiero llevar el
tema al ámbito de lo personal, pero mi compromiso está sin duda en esa área, y asumo
que lo mismo ocurre respecto del de los demás.
Sin embargo, creo que sería una pena abandonar por completo la tarea, en cierto modo
más abstracta y filosófica, de intentar establecer las conexiones entre un concepto de la
naturaleza humana que dé lugar a la libertad, la dignidad, la creatividad y otras
características humanas fundamentales, y una noción de la estructura social donde estas
propiedades puedan realizarse y la vida humana adquiera un sentido pleno. Y de hecho,
si estamos pensando en la transformación social o la revolución social, aunque por
supuesto sería absurdo presentar una descripción detallada del objetivo que intentamos
alcanzar, debemos saber algo acerca de hacia dónde creemos que vamos, y dicha teoría
puede indicárnoslo.
FOUCAULT: Sí, ¿pero no se corre un peligro en ese caso? Si usted dice que existe una
cierta naturaleza humana, que esta naturaleza humana no ha recibido en la sociedad
actual los derechos y las posibilidades que le permitan realizarse… creo que eso es lo
que acaba de decir…
CHOMSKY: Sí.
FOUCAULT: Y si uno admite eso, ¿no se corre el riesgo de definir esta naturaleza
humana, que es al mismo tiempo ideal y real –y que hasta ahora fue ocultada y
reprimida– en términos tomados en préstamo de nuestra sociedad, nuestra civilización,
nuestra cultura? Voy a considerar un ejemplo y a hacer una simplificación.
El socialismo de un cierto período –fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX–
admitía en efecto que en las sociedades capitalistas el hombre no había hecho realidad
todo el potencial de su desarrollo y autorrealización; que la naturaleza humana
efectivamente estaba alienada en el sistema capitalista. Y soñaba con una naturaleza
humana finalmente liberada. ¿Qué modelo utilizó para concebir, proyectar y
eventualmente llevar a la práctica esta naturaleza humana? Fue, de hecho, el modelo
burgués. Consideraba que una sociedad desalienada era una sociedad que daba lugar,
por ejemplo, a una sexualidad de tipo burgués, a una familia de tipo burgués, a una
estética de tipo burgués. Es más, esto es lo que ha ocurrido en la Unión Soviética y en
las democracias populares: se ha reconstituido un tipo de sociedad traspuesta de la
sociedad burguesa del siglo XIX. La universalización del modelo de la burguesía ha
sido la utopía que ha animado la constitución de la sociedad soviética. Creo que usted
también se dio cuenta de lo difícil que es definir en forma exacta la naturaleza humana.
¿No corremos el riesgo de equivocarnos? Mao Tsé-Tung habló de la naturaleza humana
burguesa y de la naturaleza humana proletaria, y considera que no son lo mismo.
(…)
Curso de ingreso Filosofía 2019
NOTA: Este libro ha sido escrito durante los años 1948-1949. Cuando empleo las palabras
ahora, recientemente, etc., me refiero a ese período. Ello explica también que no cite ninguna
obra publicada después de 1949.
INTRODUCCIÓN
DURANTE mucho tiempo dudé en escribir un libro sobre la mujer. El tema es irritante,
sobre todo para las mujeres; pero no es nuevo. La discusión sobre el feminismo ha
hecho correr bastante tinta; actualmente, está punto menos que cerrada: no hablemos
más de ello. Sin embargo, todavía se habla. Y no parece que las voluminosas
estupideces vertidas en el curso de este último siglo hayan aclarado mucho el problema.
Por otra parte, ¿es que existe un problema? ¿En qué consiste? ¿Hay siquiera mujeres?
Cierto que la teoría del eterno femenino cuenta todavía con adeptos; estos adeptos
cuchichean: «Incluso en Rusia, ellas siguen siendo mujeres.» Pero otras gentes bien
informadas -incluso las mismas algunas veces- suspiran: «La mujer se pierde, la mujer
está perdida.» Ya no se sabe a ciencia cierta si aún existen mujeres, si existirán siempre,
si hay que desearlo o no, qué lugar ocupan en el mundo, qué lugar deberían ocupar.
«¿Dónde están las mujeres?», preguntaba recientemente una revista no periódica7. Pero,
en primer lugar, ¿qué es una mujer? «Tota mulier in utero: es una matriz», dice uno
[TOTA MULIER EST IN UTERO: «Toda la mujer consiste en el útero». Para indicar
que la mujer está condicionada por su constitución biológica.] Sin embargo, hablando
de ciertas mujeres, los conocedores decretan: «No son mujeres», pese a que tengan
útero como las otras.
Todo el mundo está de acuerdo en reconocer que en la especie humana hay hembras;
constituyen hoy, como antaño, la mitad, aproximadamente, de la Humanidad; y, sin
embargo, se nos dice que «la feminidad está en peligro»; se nos exhorta: «Sed mujeres,
seguid siendo mujeres, convertíos en mujeres.» Así, pues, todo ser humano hembra no
es
necesariamente una mujer; tiene que participar de esa realidad misteriosa y amenazada
que es la feminidad. Esta feminidad ¿la secretan los ovarios? ¿O está fijada en el fondo
de un cielo platónico? ¿Basta el frou-frou de una falda para hacer que descienda a la
Tierra? Aunque ciertas mujeres se esfuerzan celosamente por encarnarla, jamás se ha
encontrado el modelo. Se la describe de buen grado en términos vagos y espejeantes que
parecen tomados del vocabulario de los videntes. En tiempos de Santo Tomás, aparecía
como una esencia tan firmemente definida como la virtud adormecedora de la
adormidera. Pero el conceptualismo ha perdido terreno: las ciencias biológicas y
sociales ya no creen en la existencia de entidades inmutablemente fijas que definirían
caracteres eterminados, tales como los de la mujer, el judío o el negro; consideran el
carácter como una reacción secundaria ante una situación. Si ya no hay hoy feminidad,
es que no la ha habido nunca. ¿Significa esto que la palabra «mujer» carece de todo
contenido? Es lo que afirman enérgicamente los partidarios de la filosofía de las luces,
del racionalismo, del nominalismo: las mujeres serían solamente entre los seres
humanos aquellos a los que arbitrariamente se designa con la palabra «mujer»; las
americanas en particular piensan que la mujer, como tal, ya no tiene lugar; si alguna,
con ideas anticuadas, se tiene todavía por mujer, sus amigas le aconsejan que consulte
con un psicoanalista, para que se libre de semejante obsesión. A propósito de una obra,
por lo demás irritante, titulada Modern Woman: a lost sex, Dorothy Parker ha escrito:
«No puedo ser justa con los libros que tratan de la mujer en tanto que tal... Pienso que
todos nosotros, tanto hombres como mujeres, quienes quiera que seamos, debemos ser
considerados como seres humanos.»
8 El informe Kinsey, por ejemplo, se limita a definir las características sexuales del hombre
norteamericano, lo cual es completamente diferente.
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He advertido hace ya algún tiempo que, desde mi más temprana edad, había
admitido como verdaderas muchas opiniones falsas, y que lo edificado después
9 Esta idea ha sido expresada en su forma más explícita por E. Lévinas en su ensayo sobre Le Temps et
l'Autre. Se expresa así: «¿No habría una situación en la cual la alteridad fuese llevada por un ser a un
titulo positivo, como esencia? ¿Cuál es la alteridad que no entra pura y simplemente en la oposición de las
dos especies del mismo género? Creo que lo contrario absolutamente contrario, cuya contrariedad no es
afectada en absoluto por la relación que puede establecerse entre él y su correlativo, la contrariedad que
permite al término permanecer absolutamente otro, es lo femenino. El sexo no es una diferencia
específica cualquiera... La diferencia de los sexos tampoco es una contradicción...; no es tampoco la
dualidad de dos términos complementarios, porque dos términos complementarios suponen un todo
preexistente... La alteridad se cumple en lo femenino. Término del mismo rango, pero de sentido opuesto
a la conciencia.» Supongo que el señor Lévinas no olvida que la mujer es también, para sí, conciencia.
Sin embargo, es chocante que adopte deliberadamente un punto de vista de hombre, sin señalar la
reciprocidad entre el sujeto y el objeto. Cuando escribe que la mujer es misterio, sobrentiende que es
misterio para el hombre. De tal modo que esta descripción, que se quiere subjetiva, es en realidad una
afirmación del privilegio masculino.
10 Descartes, René (1977) Meditaciones Metafísicas con objeciones y respuestas, Madrid: Alfaguara.
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sobre cimientos tan poco sólidos tenía que ser por fuerza muy dudoso e incierto;
de suerte que me era preciso emprender seriamente, una vez en la vida, la tarea de
deshacerme de todas las opiniones a las que hasta entonces había dado crédito, y
empezar todo de nuevo desde los fundamentos, si quería establecer algo firme y
constante en las ciencias. Mas pareciéndome ardua dicha empresa, he aguardado
hasta alcanzar una edad lo bastante madura como para no poder esperar que haya
otra, tras ella, más apta para la ejecución de mi propósito; y por ello lo he diferido
tanto, que a partir de ahora me sentiría culpable si gastase en deliberaciones el
tiempo que me queda para obrar.
Así pues, ahora que mi espíritu está libre de todo cuidado, habiéndome procurado
reposo seguro en una apacible soledad, me aplicaré seriamente y con libertad a
destruir en general todas mis antiguas opiniones. Ahora bien, para cumplir tal
designio, no me será necesario probar que son todas falsas, lo que acaso no
conseguiría nunca; sino que, por cuanto la razón me persuade desde el principio
para que no dé más crédito a las cosas no enteramente ciertas e indudables que a
las manifiestamente falsas, me bastará para rechazarlas todas con encontrar en
cada una el más pequeño motivo de duda. Y para eso tampoco hará falta que
examine todas y cada una en particular, pues sería un trabajo infinito; sino que, por
cuanto la ruina de los cimientos lleva necesariamente consigo la de todo el edificio,
me dirigiré en principio contra los fundamentos mismos en que se apoyaban todas
mis opiniones antiguas.
Todo lo que he admitido hasta el presente como más seguro y verdadero, lo he
aprendido de los sentidos o por los sentidos; ahora bien, he experimentado a veces
que tales sentidos me engañaban, y es prudente no fiarse nunca por entero de
quienes nos han engañado una vez. Pero, aun dado que los sentidos nos engañan a
veces, tocante a cosas mal perceptibles o muy remotas, acaso hallemos otras
muchas de las que no podamos razonablemente dudar, aunque las conozcamos por
su medio; como, por ejemplo, que estoy aquí, sentado junto al fuego, con una bata
puesta y este papel en mis manos, o cosas por el estilo. ¿Y cómo negar que estas
manos y este cuerpo sean míos, si no es poniéndome a la altura de esos insensatos,
cuyo cerebro está tan turbio y ofuscado por los negros vapores de la bilis, que
aseguran constantemente ser reyes siendo muy pobres, ir vestidos de oro y
púrpura estando desnudos, o que se imaginan ser cacharros o tener el cuerpo de
vidrio? Mas los tales son locos, y yo no lo sería menos si me rigiera por su ejemplo.
Con todo, debo considerar aquí que soy hombre y, por consiguiente, que tengo
costumbre de dormir y de representarme en sueños las mismas cosas, y a veces
cosas menos verosímiles, que esos insensatos cuando están despiertos. ¡Cuántas
veces no me habrá ocurrido soñar, por la noche, que estaba aquí mismo, vestido,
junto al fuego, estando en realidad desnudo y en la cama! En este momento, estoy
seguro de que yo miro este papel con los ojos de la vigilia, de que esta cabeza que
muevo no está soñolienta, de que alargo esta mano y la siento de propósito y con
plena conciencia: lo que acaece en sueños no me resulta tan claro y distinto como
todo esto. Pero, pensándolo mejor, recuerdo haber sido engañado, mientras
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un cuadrado, o cuando juzgo de cosas aún más fáciles que ésas, si es que son
siquiera imaginables. Es posible que Dios no haya querido que yo sea burlado así,
pues se dice de Él que es la suprema bondad. Con todo, si el crearme de tal modo
que yo siempre me engañase repugnaría a su bondad, también parecería del todo
contrario a esa bondad el que permita que me engañe alguna vez,
y esto último lo ha permitido, sin duda.
Habrá personas que quizá prefieran, llegados a este punto, negar la existencia de
un Dios tan poderoso, a creer que todas las demás cosas son inciertas; no les
objetemos nada por el momento, y supongamos, en favor suyo, que todo cuanto se
ha dicho aquí de Dios es pura fábula; con todo, de cualquier manera que supongan
haber llegado yo al estado y ser que poseo —ya lo atribuyan al destino o la
fatalidad, ya al azar, ya en una enlazada secuencia de las cosas— será en cualquier
caso cierto que, pues errar y equivocarse es una imperfección, cuanto menos
poderoso sea el autor que atribuyan a mi origen, tanto más probable será que yo
sea tan imperfecto, que siempre me engañe. A tales razonamientos nada en
absoluto tengo que oponer, sino que me constriñen a confesar que, de todas las
opiniones a las que había dado crédito en otro tiempo como verdaderas, no hay
una sola de la que no pueda dudar ahora, y ello no por descuido o ligereza, sino en
virtud de argumentos muy fuertes y maduramente meditados; de tal suerte que, en
adelante, debo suspender mi juicio acerca de dichos pensamientos, y no
concederles más crédito del que daría a cosas manifiestamente falsas, si es que
quiero hallar algo constante y seguro en las ciencias.
Pero no basta con haber hecho esas observaciones, sino que debo procurar
recordarlas, pues aquellas viejas y ordinarias opiniones vuelven con frecuencia a
invadir mis pensamientos, arrogándose sobre mi espíritu el derecho de ocupación
que les confiere el largo y familiar uso que han hecho de él, de modo que, aun sin
mi permiso, son ya casi dueñas de mis creencias. Y nunca perderé la costumbre de
otorgarles mi aquiescencia y confianza, mientras las considere tal como en efecto
son, a saber: en cierto modo dudosas —como acabo de mostrar—, y con todo muy
probables, de suerte que hay más razón para creer en ellas que para negarlas. Por
ello pienso que sería conveniente seguir deliberadamente un proceder contrario, y
emplear todas mis fuerzas en engañarme a mí mismo, fingiendo que todas esas
opiniones son falsas e imaginarias; hasta que, habiendo equilibrado el peso de mis
prejuicios de suerte que no puedan inclinar mi opinión de un lado ni de otro, ya no
sean dueños de mi juicio los malos hábitos que lo desvían del camino recto que
puede conducirlo al conocimiento de la verdad. Pues estoy seguro de que,
entretanto, no puede haber peligro ni error en ese modo de proceder, y de que
nunca será demasiada mi presente desconfianza, puesto que ahora no se trata de
obrar, sino sólo de meditar y conocer.
Así pues, supondré que hay, no un verdadero Dios —que es fuente suprema de
verdad—, sino cierto genio maligno, no menos artero y engañador que poderoso, el
cual ha usado de toda su industria para engañarme. Pensaré que el cielo, el aire, la
tierra, los colores, las figuras, los sonidos y las demás cosas exteriores, no son sino
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Dossier de actividades
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Elabore un breve escrito en el que se expliciten las razones por las cuales usted ha
optado por estudiar Filosofía. Señale a partir del mismo, el concepto de filosofía que su
respuesta supone. Realice las incorporaciones y/precisiones que considere pertinentes
CONSIGNA 2
además, por qué considera que esos datos son pertinentes para la comprensión
del texto.
2. Señale cuál es el problema que aborda la autora y cómo lo construye (de qué
recursos se vale para plantear el problema).
3. Cree usted que este es un problema filosófico? Justifique su respuesta sea cual
fuera.