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ANDREA LA ARTISTA

Había una vez, una joven y alegre adolescente, que había aprendido a
hablar muy bien el inglés y el francés, y que anhelaba ser una gran artista.
Todo el día cantaba, bailaba y pintaba bonitos cuadros.

—Cuando termine el colegio estudiaré artes dramáticas y pintura,


triunfaré como artista y no dudo que hasta ganaré el Oscar— dijo Andrea
muy entusiasta.

—Que bonitos anhelos tienes, Andrea, pero por ahora, ayúdame a pelar
las papas. —Dijo su mamá.

— ¿Qué? ¿Pelar papas, yo? — Replicó ella —eso no, yo soy a una artista.

— ¡Ay, esta jovencita no quiere hacer tareas domésticas! ¿A quién habrá


salido? —se preguntó la madre, meneando la cabeza.

— ¡Andrea, tú que sabes francés, ve a la panadería y cómprame 15 panes


franceses —dijo jocosamente su padre una mañana.

—Pero papá, no puedo, estoy pintado otro bello cuadro y no puedo ser
interrumpida, ¿acaso hubieras interrumpido a Leonardo Da Vinci mientras
pintaba la Mona Lisa o a Miguel Ángel mientras pintaba la capilla Sixtina?

— ¡Ay!, dijo su padre agarrándose la cabeza — esta jovencita solo piensa


en su vocación artística, bueno, mandaré a su hermano, que él si compra
con gusto.

Cierto día Sofia la madre de Andrea, cansada de la actitud de su hija , le


exigió

— ¡Andreita!, hoy tú y yo entraremos a la cocina, porque te enseñaré a


preparar ricos platillos.
Al ver la decisión de su madre, Andrea aceptó, pero de mala gana.

A la hora del almuerzo todos quedaron anonadados de los platillos


cocinados por Andrea, porque el arroz con pollo ¡le salió rojo!, ¡La sopa
estaba dulce!, ¡el arroz con leche le salió anaranjado! y por último ¡el
refresco de maracuyá le salió salado!

— ¡Hey! ¿Qué es esto? —dijo el padre meneando la cabeza.

— ¡Esto es un desastre! — dijo la madre agarrándose la frente.

—El arroz con leche se le ha quedado pegado a los dientes postizos del
abuelo — dijo burlonamente su hermano David.

— Andrea, esto te pasa porque no tomaste en serio tu labor.

—Es que yo soy una artista— contestó ella. — Ustedes me obligaron a


cocinar cuando yo solo deseo dedicarme al arte.

—Hijita tu eres inteligente y muy hábil, pero además de pintar lindos


cuadros y cantar hermoso, también es bueno que aprendas otras cosas
para ayudarnos y ser solidarios con tus semejantes. Así que esta semana
aprenderás a cocinar te guste o no, es una orden — anunció el padre.

— ¡Sí, que aprenda a cocinar, que hoy casi nos mata! — dijo su burlón
hermano.

Fue así que a la semana hubo una gran reunión familiar. Abuelos, tíos y
primos fueron invitados al cumpleaños del padre, para sorpresa de todos
la comida estuvo deliciosa.

— ¡El pollo al horno, en su punto!, ¡la ensalada rusa, deliciosa!, ¡la


mazamorra morada, exquisita!

— ¡Hoy te luciste, Sofía!, la comida ha estado mejor que nunca!

— ¡Sí, es verdad! — dijo el tío Jeremías mientras se chupaba los dedos.

— ¡Esto esta tan rico que quiero más! — dijo la abuela Josefina.

—Pero no me elogien a mí, sino a Andreita, ella cocinó.


— ¡Qué!, —dijo toda la familia al unísono, ¿Andrea sabe cocinar?

— ¡Sí, ahora ella no solo sabe cantar y pintar, sino también cocinar!

— ¿Cómo así te animaste a cocinar, Andreita? —preguntó la abuela.

—Es que me di cuenta de algo, que cocinar muy bien, es también un arte.

Toda la familia la aplaudió feliz.

Autor Rafael Di Natale

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