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Nuevamente, los vecinos intentan detener a los indios, con la excusa de que
no se puede hacer la corrida en la plaza del pueblo, donde siempre se ha
hecho, debido al tamaño. Los indios salen nuevamente al frente y construyen
un corral de eucaliptos. A esto llega la noticia/rumor de una carretera en el
cerro, entre Coracora y el puerto de Chala. Según los comentarios, los de
Coracora decían que ellos eran más hombres que los puquianos. Esta
maniobra de los “vecinos” en conjunto, únicamente logra que los puquianos se
hagan parte de la cuestión y se pongan a trabajar en la carretera. Para el 28 de
julio, el toreador está contratado y ha llegado al pueblo, hay un corral de
eucaliptos y la carretera —obra formidable, teniendo en consideración la
maquinaria disponible a los indios y el trabajo que supone en los cerros— está
lista. En el pequeño corral de eucaliptos se amontona la gente para ver la
corrida. El toreador, al demostrar cobardía ante un toro, y esconderse en la
tablada, decepciona a los indios, quienes deciden tomar la desabrida corrida
por su cuenta. Le toca el turno al Misito quien, contrario a su fama, se
demuestra tranquilo, desinteresado en la corrida. Al azuzarlo, cambia y el
corral se transforma en un matadero, en el que salen heridos los toreadores y
el ícono de fuerza, valor y libertad, el Misito, es descuartizado, con lo que la
sangrienta fiesta concluye.
BIBLIOGRAFÍA
Arguedas, José María. Yawar fiesta. Segunda edición. Santiago, Chile: Editorial
Universitaria, 1973.