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José María Arguedas

El pequeño pueblo de Puquio consta de tres zonas: la zona de los “vecinos”


(blancos), la de loscholos y los ayllus. La distribución de la tierra ha ido
variando con el correr del tiempo: mientras que originalmente los ayllus
estaban situados en la mejor zona, lentamente, a través de legalidades y
distintos documentos, los vecinos han ido desplazando a los indios.

En Puquio la celebración de la independencia (el 28 de julio), siempre ha


incluido una corrida de toros y es una tradición fuertemente acendrada en los
indios, a pesar de que la independencia (como concepto) no les significa. La
corrida es fuente de orgullo y competencia de todos los ayllus, que se
esfuerzan por presentar al mejor “toreador.” Puesto que ninguno de los
toreadores está entrenado, las corridas son fiestas sangrientas. La celebración
no está restringida a los indios, sino que el pueblo todo participa de un modo u
otro en la celebración. Los patrones, además de permitir unos días de
descanso para la fiesta, proveen un toro.

En esta fiesta en particular, dos eventos rompen la rutina. En primer lugar, la


captura de “el Misito,” un toro míticamente salvaje, reconocido por su bravura
y respetado al punto de la idolatría. En segundo lugar, los cambios que los
“vecinos” de Puquio solicitan de parte del gobierno. Aludiendo a la crudeza y
ferocidad de la corrida, al salvajismo que la misma supone, a la necesidad de
proteger al “indígena desvalido y de retrasado cerebro” (Arguedas 75), los
vecinos solicitan que el gobierno pase una ley reglamentando las
corridas. Entre las provisiones de dicho reglamento está el que solamente un
torero profesional —traído, en este caso, de la capital, y a costa de los
indios— puede torear. La nueva ley, si bien decepciona a los indios, que
hallan placer en la corrida, no los amedrenta: deciden tener la celebración
como siempre, a como dé lugar y envían una comisión a contratar a un
renombrado torero.

Nuevamente, los vecinos intentan detener a los indios, con la excusa de que
no se puede hacer la corrida en la plaza del pueblo, donde siempre se ha
hecho, debido al tamaño. Los indios salen nuevamente al frente y construyen
un corral de eucaliptos. A esto llega la noticia/rumor de una carretera en el
cerro, entre Coracora y el puerto de Chala. Según los comentarios, los de
Coracora decían que ellos eran más hombres que los puquianos. Esta
maniobra de los “vecinos” en conjunto, únicamente logra que los puquianos se
hagan parte de la cuestión y se pongan a trabajar en la carretera. Para el 28 de
julio, el toreador está contratado y ha llegado al pueblo, hay un corral de
eucaliptos y la carretera —obra formidable, teniendo en consideración la
maquinaria disponible a los indios y el trabajo que supone en los cerros— está
lista. En el pequeño corral de eucaliptos se amontona la gente para ver la
corrida. El toreador, al demostrar cobardía ante un toro, y esconderse en la
tablada, decepciona a los indios, quienes deciden tomar la desabrida corrida
por su cuenta. Le toca el turno al Misito quien, contrario a su fama, se
demuestra tranquilo, desinteresado en la corrida. Al azuzarlo, cambia y el
corral se transforma en un matadero, en el que salen heridos los toreadores y
el ícono de fuerza, valor y libertad, el Misito, es descuartizado, con lo que la
sangrienta fiesta concluye.

BIBLIOGRAFÍA

 Arguedas, José María. Yawar fiesta. Segunda edición. Santiago, Chile: Editorial
Universitaria, 1973.

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