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La noche que nos vimos, fue algo sorprendente.

Nunca pensé que ver a esa persona frente a mí, resultara en una sorpresa tan impresionante.

Esa noche, iba a casa, pensando en mis cosas: La universidad, los quehaceres al llegar, la tarea
para mañana, la salida del jueves, el trabajo a mitad de la tarde; no había nada que no pasara por
mi cabeza, más luego le vi. Fue algo que me pareció en un principio, bastante normal, hasta que
llegó ante mí, levantó su mirada y dijo: “Hola. Te he estado esperando durante un largo tiempo.
Desde que me dejaste hace años, tuve la certeza de que volverías pronto, y a pesar de la demora,
aquí estás, justo como lo había imaginado”.

Sus palabras me sorprendieron. No sé que estaba sucediendo en ese momento, pero, era seguro
que lo que estaba delante de mí no era un sueño. Sin apuro, aunque sin pedir permiso, me tomó
de la mano y comenzó a halarme a cierta dirección.

“Ven, vamos a caminar” dijo, halando con fuerza para llevarme lejos de casa, a pesar del peso de
mi bolso, la transpiración corriendo por mi piel, el calor de ese día que moría con el sol en el
horizonte, nada de eso le importó, y pese a todo ello, yo no me resistí.

Vimos el cielo teñirse de los colores del crepúsculo, las luces de las casas encenderse como faroles
de las tinieblas que se asomaban, los sonidos urbanos se apagaban, o cambiaban de sintonía por
algo menos invasivo a la mente, reclamando terreno al sueño, o a la privacidad de las personas.

Caminamos por las calles, por aceras, por escaleras y pendientes, no obstante, solo cuando
tocamos el pasto, fue cuando por fin pudimos hablar.

“¿Cuando es que dejamos de vernos?” pregunté.

“Hace ya 8 años, tu te fuiste para hacerte mujer, y yo me quedé en el rincón de la casa, viendo
como desaparecía tu silueta. Te peinaste como otra chica. Te vestiste distinto a como antes.
Hablabas de otras cosas, y yo solo veía como te alejabas sin decirme nada”.

Sus palabras hicieron que me tomara del pecho, suspirando por aquella verdad que estuvo oculta
todo este tiempo. Le miré, sonreí con tristeza, más me devolvió la sonrisa, aunque con una gran
alegría.

“Ahora que estamos juntas, ven, subamos a los columpios” dijo así, para luego correr hasta donde
estaban unos juegos para niños. Le vi levantar el polvo, romper en risas, subir al columpio y
agitarse con gozo de un lado al otro. Su entusiasmo me había contagiado.

Sin nadie que nos viere, solté el bolso y corrí hasta aquel sitio para, subiendo al juego, hacerle
compañía con la misma alegría a quien me había arrastrado al recuerdo.

Vi el cielo moverse de arriba abajo, así como la tierra elevarse y descender. Oí los susurros de los
grillos así como el ocasional rugido de un auto que pasaba por la calle. Sentí aquella como el
viento se colaba por mi cabello, al igual que mi aliento caliente escapándose en esa noche de
invierno, y recordé, recordé aquel sentimiento que me trajó la nieve una vez que empezó a caer
nuevamente.

“¿Hace mucho que no sentimos esto, verdad?” preguntó ella, sosteniéndome la mirada con una
sonrisa; yo no pude sostenersela por mucho tiempo. Una lágrima corrió por mi mejilla a tan solo
ver las zapatillas rojas que brillaban con el fulgor de la luna que se colaba entre las nubes grises.

- Hace mucho que la libertad se había ido de mí – dije, sin reprimir mis lágrimas ante
aquello.

“La libertad nunca se fue, tu te encerraste en la esclavitud de la sociedad” dijo ella, bajando la
mirada mientras apretaba sus labios por un momento. “Una vez que entendimos que las personas
se cierran a favor de sus responsabilidades, de su temores y sus discriminaciones, al vernos
expuestos a la soledad, tuviste que adaptarte, excluyéndome de tu vida desde ese entonces”
explicó, siendo que bajó aún más la cabeza, ocultando su mirada entre su hermoso y largo cabello
oscuro, así como en un sollozo tenue que se iba haciendo más y más intenso.

- No quería que me aislaran, que me execraran, que me tildaran de alguien que no quería
crecer- respondí, avergonzada de lo que reconocía.

“Al final… Has crecido y yo no, pero, eso no significa que no puedas vivir conmigo” dijo,
reconociendo que, para alguien como yo, era posible seguir siendo lo que ahora estaba frente a
mí, aunque mi edad, mi mente y mi cuerpo hayan madurado.

Ella, enjugándose las lágrimas, me sonrió ampliamente, y yo, al ver ello, fui quien comenzó a llorar
desconsoladamente. No pude mantener mis ojos abiertos dado al dolor que sentía por aquella
verdad que estaba delante de mí, más oí a mi lado que, con lentitud, el columpio se detuvo,
bajaron de él y, posteriormente, sentí como el calor me abrigó de par en par.

“Aunque tus sueños han cambiado a lo largo de tu vida, nunca me olvides ni dejes que tu corazón
borré lo que fuimos” susurró cerca de mi oído.

Las cristalinas gotas se filtraban a través de mis brazos. Un susurro se coló por mis oídos y el
silencio, roto por mis gemidos y el viento, fue lo que reinó en ese entonces. El sonido de mis
lamentos se convirtieron en una afirmación, y mis ojos cerrados, volvieron a abrirse, estas vez,
para ver que no había nada allí, tan solo mis manos abrazando mi rostro ante el frio que golpeaba
mi cuerpo con a nevada que estaba cayendo en ese momento. Allí lo entendí todo, y una sonrisa
se dibujó de par en par.

Al día siguiente, fui a la universidad y disfruté la mañana con mis amigos, hablando como si los
estuviese conociendo nuevamente. Mi trabajo fue algo ligero, ya que todo parecía nuevo aunque
ya era algo habitual para mí. Antes de llegar a casa, en horas de la tarde, fui al parque para jugar
nuevamente en los columpios, encontrando a algunos niños que jugaban con la nieve. Sin dudarlo,
fui a divertirme con ellos, arrojando bolas de nieve a cada uno de ellos, recibiendo mi merecido en
variadas ocasiones. Los padres encontraron muy curioso que perdiere el tiempo así cuando una
mujer adulta como yo, debía tener cosas que hacer, más solo les respondí:

- Ayer me visitó alguien muy importante- respondí, rememorando lo que me susurró ella al
oído antes de desaparecer -, me dijo que no le olvidase quien fui cuando niña, porque la
naturaleza, aunque cruel y cruda, es un espacio donde la felicidad existe, sólo si no
olvidamos quienes fuimos en nuestra infancia, así como la felicidad y la inocencia que esto
traía.

Sin que quede duda, no olvidaré de nuevo a esa niña, esa chica de cabello oscuro y vestido claro,
de ojos fascinados y sonrisa tierna, de manos pequeñas pero dispuestas a tomar el mundo; esa,
era yo misma hacía muchos años atrás.

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