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7 noviembre 2010
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levirato” (de “levir”: cuñado), tal como aparece regulada en el libro
del Deuteronomio (25,5-6).
En la respuesta de Jesús quedará al descubierto el presupuesto
engañoso del que parten, que les impide entender las Escrituras y
abrirse realmente al poder de Dios. Tal como era habitual en las
discusiones rabínicas, alude él también a un texto de la Torá, en
concreto al episodio de Moisés ante la zarza que ardía sin consumirse
(Libro del Éxodo 3,2-6). De ese modo, apelando incluso a aquella
parte de la Escritura que ellos reconocían –y que nombra a Dios como
“Dios de vivos”-, los desautoriza.
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Con todo ello, parece que la pregunta crucial no es: ¿qué ocurre
después de la muerte?, sino: ¿quiénes somos? El soñador se identifica
con el mundo que aparece en sus sueños; mundo que se deshace al
despertar, cuando se diluye la identidad onírica. Pero no pierde nada
valioso; aquello era sólo un sueño, ahora emerge a una identidad
mayor. De manera similar, lo que llamamos “nuestra vida” es un
sueño que nos tomamos como real y, como le ocurre al soñador,
únicamente podremos percatarnos de ello cuando “despertemos”.
Porque, del mismo modo que el soñador es incapaz de pensar la
vigilia, la mente tampoco puede ir más allá de la mente.
Por eso, tiene razón también el “maestro” que encarna Nick
Nolte en la película “El guerreo pacífico” cuando le dice al muchacho:
“La muerte es algo más radical que la pubertad; pero no es algo por
lo que debas preocuparte”. Desde otra perspectiva, Marie-Louise von
Franz, psicoterapeuta, colega y confidente de Carl Jung, y de quien se
ha dicho que interpretó más de 65.000 sueños, constató algo
parecido: “Los sueños de los moribundos no se refieren a un final,
sino a un paso”.
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el discípulo-, ¿no se supone que es usted un maestro espiritual?». «Sí
–contestó el maestro-; pero no soy un maestro espiritual muerto».
En cualquier caso, lo que importa no son las “ideas” sobre el
más allá de la muerte; a la postre, son únicamente eso: ideas. Lo
realmente importante es ir abriéndonos a experimentar la Presencia
que trasciende cualquier barrera temporal y, por ende, la misma
muerte. El ego muere; la Presencia permanece.
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