Está en la página 1de 3

La obsolescencia del bien común

elpais.com/elpais/2019/06/29/opinion/1561821531_172594.html

30 de junio de
2019

COLUMNA i

Hoy predomina la política de vuelo raso, pacata, pero, sobre


todo, facciosa. Cada actor político solo es capaz de ver su
propio interés, no el del conjunto
Conéctate
Fernando Vallespín
30 JUN 2019 - 00:00 CEST (Central European Summer Time)

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias durante su reunión en el Congreso de los Diputados el


pasado 11 de junio. Uly Martín EL PAÍS

Cuanto mayor es la urgencia por sintonizar nuestras sociedades a los nuevos desafíos,
tanto menor parece la capacidad de la política para ponerse a la tarea. El milagro es que
hayamos conseguido gestionar los asuntos corrientes desde el 2015, que es cuando de
verdad comenzó nuestra ingobernabilidad. La política inercial permite ir tirando, desde

1/3
luego, pero no sirve para resolver cuestiones de peso, como el conflicto catalán, o
emprender las reformas necesarias para afrontar lo que se nos viene encima con el cambio
climático o el desarrollo tecnológico.

Hoy predomina la política de vuelo raso, pacata, pero, sobre todo, facciosa. Cada actor
político solo es capaz de ver su propio interés, no el del conjunto. Y actúa en consecuencia.
Lo vimos en los pactos municipales, más sintonizados a acceder a las poltronas que a
buscar consensos en torno a políticas. Y lo mismo cabe decir de la distribución del poder en
las autonomías y, ya más recientemente, en la disputa en torno a un posible pacto para
conseguir la gobernabilidad del Estado. Cada cual atiende exclusivamente a su interés
particular. El bien común se mide por el rasero del qué-obtengo-yo-a-cambio.

La política en su acepción más noble es la adición de voluntades para conseguir fines


colectivos. Hoy parece predominar lo contrario, la sustracción de voluntades hasta no
conseguir la realización de fines particulares. Cuando se pacta no se busca el
entendimiento, sino el tratar de maximizar el interés de cada parte. Cada cual saca sus
escaños a subasta para ver cuánto pueden conseguir a cambio de ponerlos al servicio de lo
presuntamente común. O, lo que es lo mismo, cada escaño tiene un precio, si no lo pagas
no puedes contar con él.

Lo interesante del caso es que lo hacen con total impunidad; es decir, presumen estar
avalados por sus propios votantes. Es más, se ven casi impelidos a actuar en esta línea
porque ha acabado por extenderse una visión del adversario político como puro enemigo.
¿Y quien pacta con el enemigo? Este es el residuo que ha dejado tras de sí la nueva ola
populista, que ha contagiado a los demás partidos su visión schmittiana de la política y la
glorificación del enfrentamiento existencial. La polarización sataniza a los adversarios e
inmuniza, en consecuencia, frente al entendimiento. Las palabras, los relatos, importan. Son
actos performativos. No es fácil pactar con alguien al que previamente has calificado de
felón. Y esto hace que se cree una burbuja en el precio de los escaños si se busca la
transversalidad.

Menos mal que nos queda Dinamarca, cuyo último pacto de gobierno es envidiable y
muestra que otra política es posible. No por casualidad Fukuyama usaba el “llegar a
Dinamarca” como metáfora de la persecución del buen gobierno. Hoy por hoy nos separa
de ella casi lo mismo que la distancia geográfica. Pero, una nota final de optimismo: al
pueblo español ya se le está acabando la paciencia. Se extiende esa idea tan nuestra de que
los políticos no se están ganando el sueldo. Y, sobre todo, que es preferible la
gobernabilidad a torcer el brazo al enemigo. Aviso a navegantes.

Se adhiere a los criterios de Más información >


NEWSLETTER

Recibe el boletín de Opinión


2/3
Lo más visto en...
» Top 50

3/3

También podría gustarte