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elpais.com/elpais/2019/09/13/ideas/1568388461_669237.html
Las intrigas, las frases envenenadas y las puñaladas por la espalda son, desde tiempos
inmemoriales, indisociables de la lucha por el poder. No todo es confrontación de ideas
en la política, ni todo son estrategias electorales, ni minucioso trabajo legislativo. Porque
este es un negocio como cualquier otro. Hombres y mujeres con sentimientos: a veces,
los más bajos, como el desprecio, el rencor, el odio.
“La política es, en general, una batalla de egos entre personas maleducadas”, resume un
antiguo político, hoy caído en desgracia, en La haine (El odio), el primer volumen de la
crónica sobre la desintegración de la derecha en Francia, escrito por los periodistas
Gérard Davet y Fabrice Lhomme. En otra frase citada en el inicio del libro, el mismo
político, Jérôme Lavrilleux, que durante años manejó entre bambalinas muchos hilos del
partido del expresidente Nicolas Sarkozy, afirma: “En política, el cinismo es un
instrumento cotidiano que adquiere su plena eficacia si puede apoyarse en dos patas: el
odio y la violencia”.
Francia, país que, como mínimo desde la Revolución, se ha sentido dotada de una misión
universal y se ve como ejemplo para el resto del mundo, puede ser un buen punto de
partida para observar cómo funciona el odio en el poder. El espectáculo de políticos
despellejándose en público —como se aprecia en el libro La haine, o en la reciente serie
de reportajes de los mismos Davet y Lhomme en Le Monde sobre el ocaso del Partido
Socialista francés— quizá resulte chocante, pornográfico incluso. Pero tiene tradición.
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Las manías personales y los rencores, la mezquindad y la doblez, ya las explicaron mejor
que nadie memorialistas como Saint-Simon cuando describían el Versalles de Luis XIV.
Por ejemplo: un personaje como el duque de Noailles —“la más vasta e insaciable
ambición; el orgullo más supremo; la opinión de sí mismo más confiada, y el más
completo desprecio por todo cuanto no fuese él mismo…”— parece salido de uno de los
citados relatos periodísticos sobre la política francesa actual.
“En política hay ideas e ideologías”, reconoce Davet en la cafetería de Le Monde. “Pero lo
que tiene en común esta gente es que, primero, quieren conquistar el poder y, segundo,
que son humanos. Así que, cuando quieres conquistar el poder y eres un hombre o una
mujer, en un momento dado aparece una confrontación personal”. Interviene Lhomme:
“Se nos suele reprochar que hablemos demasiado de las relaciones humanas en vez de
las ideas políticas. Pero no inventamos nada. Si hablas, como nosotros, de partidos de
Gobierno, ¿por qué las rivalidades personales han adquirido tal importancia, muy
superior a la que había hace décadas? El motivo es que la izquierda y la derecha
coinciden en lo esencial. Emmanuel Macron es la prueba”. (Macron llegó en 2017 a la
presidencia con una coalición que abarcaba el centroizquierda y el centroderecha).
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en lo esencial, Moscovici, Macron y Valls se mueven en la misma órbita, los torpedos
verbales son reveladores: el campo de batalla entre estos políticos de primer orden no es
precisamente el ideológico.
Esta no es una historia con moraleja. No siempre ganan los buenos: jugar sucio puede
ayudar a conquistar el trono. Pero, como demuestra el caso del PS y la derecha francesa,
el canibalismo acelera la muerte de los viejos partidos. El odio es el combustible que
propulsa hacia el poder, pero también una gasolina que prende fácilmente y destruye.
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