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Asi Hablaba Jesus Extract PDF
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Así hablaba
Así como Dios usó palabras para crear el mundo y darnos mandamientos,
nosotros también usamos palabras con diversos motivos. De hecho, utiliza-
mos el mismo lenguaje para conversar entre nosotros que para hablar con
Dios. Entonces, ¿puede nuestra charla cotidiana ser tan importante como las
palabras y oraciones que escuchamos desde el púlpito? El autor dice categóri-
camente que sí.
Así hablaba Jesús explora cómo el Maestro usaba el lenguaje. Él era
pragmático y no abstracto, metafórico y no dogmático. Su lenguaje no era el
Jesús
lenguaje directo de la información o la instrucción, sino un lenguaje indirecto
y oblicuo que requiere una imaginación participante: un lenguaje “sutil”. A
lo largo del libro, el autor señala la manera cautivante e imaginativa en que
Jesús le hablaba —tanto a la gente como a su Padre— como un modelo para
nosotros hoy día.
“El lenguaje —que se nos otorga para glorificar a Dios, para recibir
EUGENE H. PETERSON
la revelación divina, para testimoniar la verdad de Dios, para ofrecerle
alabanzas a Él— corre un peligro constante. Con demasiada frecuen-
cia se diseca la Palabra viva hasta convertirla en un cadáver proposi-
cional, que luego se divide en especímenes hermenéuticos que se colo-
can en botellas de cloroformo. Como resultado obtenemos palabrerías
divinas… Anhelo alimentar una toma de conciencia de la santidad que
tienen las palabras, el don sagrado del lenguaje, ya sea que los utilic-
emos en un sentido vertical u horizontal, tal como lo hizo Jesús.”
EUGENE H. PETERSON
Reconocimientos..............................................................................................7
Introducción................................................................................................... 9
El lenguaje —que nos es dado para glorificar a Dios, para recibir la re-
velación de Dios, para testimoniar la verdad de Dios, para ofrecer ala-
banzas a Dios— corre un peligro constante. Con demasiada frecuencia
se deseca la Palabra viva hasta convertirla en cadáveres proposicionales,
para luego dividirla en especímenes hermenéuticos en botellas de clo-
roformo.
* * *
Mi preocupación es que usemos el don de Dios del lenguaje en con-
sonancia con el Dios que habla. Jesús es la persona principal con la que
tenemos que relacionarnos en este negocio. Sobre todo Jesús. Jesús, la
Palabra hecha carne. Jesús que “habló, y todo fue creado” (Salmo 33.9)
aun “desde la creación del mundo” (Mateo 13.35). Jesús que contaba
historias en los caminos y alrededor de la mesa durante la cenas en
Galilea y mientras viajaba por Samaria. Jesús que oraba en el Jardín y
desde la Cruz en Jerusalén. Jesús es la Palabra de Dios dirigida a noso-
tros en una variedad de entornos y circunstancias. Él entabla conversa-
ciones con nosotros en el leguaje que recibimos de los Evangelios. Esas
conversaciones las continúa el Espíritu Santo con nosotros tal como él
lo prometió: “Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará
a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta sino que dirá
sólo lo que oiga y les anunciará las cosas por venir” ( Juan 16.13-14).
Así hablaba Jesús
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El lenguaje y la manera en que lo usamos en la comunidad cristia-
na son el punto principal de esta conversación sobre la espiritualidad
del lenguaje. El lenguaje, todo él —cada vocal, cada consonante— es
un don de Dios. Dios usa el lenguaje para crear y ordenar; nosotros
usamos el lenguaje para confesar nuestros pecados y cantar alabanzas
a Dios. Es el mismo lenguaje que usamos para conocernos los unos
a los otros, para comprar y vender, para escribir cartas y leer libros.
Usamos las mismas palabras para hablar entre nosotros que para ha-
blar con Dios: los mismos sustantivos y verbos, los mismos adverbios
y adjetivos, las mismas conjunciones e interjecciones, las mismas pre-
posiciones y pronombres. No hay un lenguaje del “Espíritu Santo” que
se utiliza para los asuntos relacionados con Dios y la salvación y luego
un lenguaje mundanal aparte para comprar repollos y automóviles. “El
pan nuestro de cada día dánoslo hoy” y “pásame las papas” vienen de la
misma reserva común de palabras.
El hablar es mucho más que decir las palabras correctas y pronun-
ciarlas bien. Quiénes somos y la manera en que hablamos es lo que hace
la diferencia. No hay duda de que podemos pensar en muchas maneras
creativas de usar mal las palabras: podemos blasfemar y maldecir, po-
demos mentir y engañar, podemos acosar y abusar, podemos chismear
y ridiculizar. O no. Cada vez que abrimos la boca, en conversaciones
mutuas o en oraciones a nuestro Señor, la verdad y comunidad cristia-
nas están en juego. Es así que, lo primero en la lista de prioridades de la
comunidad cristiana durante todas las generaciones es desarrollar dili-
gentemente una voz que hable en consonancia con el Dios que habla,
es hablar de manera que la verdad sea dicha y se forme comunidad y es
orar al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo y no a algún ídolo en
forma de becerro de oro que haya sido creado por uno de los numero-
sos descendientes de Aarón.
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Prefacio
entre las palabras que usamos en los estudios bíblicos y las palabras
que usamos cuando estamos fuera pescando truchas. Deseo cultivar
un sentido de continuidad entre las oraciones que le ofrecemos a Dios
y las conversaciones que tenemos con la gente con la que hablamos y
que nos habla a nosotros. Deseo alimentar la conciencia de la santidad
de las palabras, el don sagrado del lenguaje, ya sean dirigidas vertical u
horizontalmente. Tal como lo hizo Jesús.
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De modo que Jesús es mi texto para cultivar un lenguaje que honra
la santidad inherente en las palabras: el arraigo de Dios, la encarnación
de Cristo, la vida del Espíritu. La primera parte de la conversación:
“Jesús en sus historias” escucha mientras Jesús habla con la gente de su
época mientras pasea por los campos de trigo, ingiere su comida, nave-
ga por el lago, responde preguntas, lidia con hostilidades. La segunda
parte de la conversación: “Jesús en su oraciones” nos sumerge en la ma-
nera en que Jesús oró a su Padre: las oraciones en Galilea, las oracio-
nes en Jerusalén, las oraciones en Getsemaní, las oraciones en Gólgo-
ta. Mientras escuchamos a Jesús mientras habla y luego participamos
en sus oraciones, espero que nosotros juntos, los lectores y el escritor,
desarrollemos una aversión inteligente a todas las formas de desperso-
nalización del lenguaje “divino” y adquiramos el gusto y talento por el
lenguaje siempre personal que usa Dios, incluso en nuestras conversa-
ción y charlas triviales, quizás en especial en nuestras charlas triviales,
para crearnos y salvarnos y bendecirnos a cada uno de nosotros.
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Así hablaba Jesús
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El lenguaje es principalmente un medio de revelación, tanto para
Dios como para nosotros. Al usar palabras, Dios se revela a nosotros.
Al usar palabras, nosotros nos revelamos a Dios y a los demás. Por me-
dio del lenguaje, el ciclo completo de hablar y escuchar, tanto Dios
como los hombres y mujeres creados por su Palabra pueden revelar
vastos interiores que de otra manera no serían accesibles.
Esto es importante. Es importante pensar en ello ya que no es algo
que sea obvio. Y es importante que lo reconsideremos a menudo, ya
que la vasta industria de las comunicaciones trata principalmente al
lenguaje como información o estímulo, pero no como revelación. En
la gran mayoría de las veces, cuando se usa la palabra “Dios” en nuestra
sociedad es apenas una pieza de información, despersonalizada hasta
quedar convertida en una mera referencia o rebajada a una blasfemia.
George Steiner, uno de los escritores que mejor percepción tiene del
lenguaje, argumenta poderosamente que el comunicar información
no es más que una función marginada y altamente especializada del
lenguaje.2 Pero el lenguaje que aprendemos junto a nuestros padres y
hermanos y amigos tiene su origen en el Dios revelador. Todo nues-
tro hablar y escuchar se lleva a cabo en el mundo del lenguaje que está
formado y sostenido por el hablar y escuchar de Dios. Las palabras
que Dios usa para crear y nombrar y bendecir y ordenar en Génesis
son las mismas palabras que escuchamos que Jesús usa para crear y
nombrar y sanar y bendecir y ordenar en los Evangelios. Jesús habla,
y nosotros escuchamos hablar a Dios.
El Jesús conversacional
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Jesús en Samaria
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El predicar viene primero. Es la clase de lenguaje que define, tanto
en significado y manera, qué es lo que concierne a Jesús. Las primeras
palabras fuera de la boca de Jesús, según nos lo informa Marcos (que
fue el primero en escribir un Evangelio), fue una predicación: “Jesús se
fue a Galilea a anunciar las buenas nuevas de Dios. «Se ha cumplido el
tiempo —decía—. El reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las
buenas nuevas!»” (Marcos 1.14-15). Concluye su sermón con un llama-
do al altar que fue respondido por cuatro pescadores. Estaba en camino.
El predicar es una proclamación. El predicar anuncia lo que Dios
está haciendo aquí y ahora, en este momento y en este lugar. Llama
además a los oyentes a responder apropiadamente. El predicar son las
noticias, las buenas nuevas que Dios está vivo y presente y en acción:
“Quizás no lo sabían, pero el Dios vivo está aquí, aquí mismo en esta
calle, en este santuario, en este vecindario. Y está obrando ahora mis-
mo. Ya mismo está hablando, en este preciso instante. Si saben lo que
es bueno para ustedes, querrán participar”.
Todos los escritores de los Evangelios nos dan una detallada orien-
tación del predicar de Jesús, pero Marcos se destaca como el primero
entre sus pares: su lenguaje incisivo, urgente mantiene con gran destre-
za el aquí, el ahora y lo personal delante de nosotros.
El predicar es el lenguaje que nos involucra personalmente en la
acción de Dios en el presente. El predicar se destaca por comunicar
lo personal y presente. El oyente no puede suponer que las palabras
predicadas sean para otra persona más que él o ella. El oyente no debe
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Jesús en Samaria
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Jesús en Samaria
Lo que Jesús hizo y dijo en los primeros años en Galilea tiene conti-
nuidad con lo ocurrido en la última semana en Jerusalén. La transición
entre los dos lugares se narra como un viaje por Samaria, la región que
separaba a Galilea de Jerusalén. Samaria no era territorio exactamente
enemigo, pero era sin duda un territorio poco amigable. Los samarita-
nos y los judíos tenían varios cientos de años de enemistad entre ellos.
No se tenían confianza, ni se agradaban mutuamente. De vez en cuan-
do irrumpía la violencia, incluso encuentros sangrientos. Josefo cuenta
la historia de un incidente en que los samaritanos mataron a unos pe-
regrinos galileos que estaban atravesando Samaria camino a Jerusalén
rumbo a una de las festividades. Más tarde, guerrilleros judíos atacaron
poblados samaritanos en señal de venganza.3 Ir desde Galilea a Jerusa-
lén era un viaje peligroso de unas sesenta o setenta millas: un viaje de
tres a cinco días a lomo de burro o a pie.
Durante ese viaje por Samaria, yendo desde Galilea a Jerusalén, Jesús
se toma el tiempo para contar historias que preparan a sus seguidores para
incluir lo común y corriente de su vida a la conciencia y participación de
la vida del reino. Jesús anuncia a sus discípulos que él se dirige a Jerusa-
lén para ser crucificado y los llama a ir con él. Mientras caminan juntos
durante varios días, él los prepara para su vida posterior a la crucifixión y
resurrección. Se avecinan dramáticos acontecimientos en perspectiva. Sus
vidas van a cambiar desde el interior. Pero al mismo tiempo, lidiarán con
las mismas personas, las mismas rutinas, las mismas tentaciones, la misma
cultura romana y griega y hebrea, los mismos hijos y los mismos padres, la
espera a veces interminable, enfrentando la indiferencia de muchos que
los rodean, tratando con las tremendas hipocresías de los que se creen mo-
ralmente superiores, las estupideces de la guerra, lo absurdo del evidente
consumo y las mentiras de los altaneros gobernantes. Todo va a cambiar y,
sin embargo, todo seguirá siendo lo mismo. Jesús los está preparando para
vivir en un mundo que no conoce ni desea conocer a Jesús. Jesús los está
preparando (¡a nosotros!) para vivir una vida de crucifixión y resurrección
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Jesús en Samaria
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Hay dos cosas que me interesan en la Narrativa del Viaje. Primero,
es lo que ocurre “entre” las dos zonas de interés de la vida y ministerio
de Jesús: Galilea y Jerusalén. Jesús y sus discípulos están viajando por la
región poco conocida y amigable de Samaria. Al contrario de Galilea y
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Jesús en Samaria
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El segundo punto de interés en la Narrativa del Viaje es la fre-
cuencia con la que Jesús cuenta historias, las pequeñas historias que
llamamos parábolas. En estos diez capítulos, Jesús cuenta mayormen-
te historias. Diez de la historias en la parte central del Evangelio de
Lucas son exclusivas de Lucas. Todos los escritores de los Evangelios
lo presentan a Jesús relatando historias —“no les decía nada sin em-
plear parábolas” (Marcos 4.34) — pero Lucas supera a sus hermanos
evangelistas. Y es precisamente en esta Narrativa del Viaje donde
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4 Jean Sulivan: Morning Light (New York: Paulist Press, 1988), p. 64.
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A los maestros espirituales les gusta mucho la parábola, ya que no
hay nada más común y corriente que ver que la gente que desea hablar
de Dios pierda el interés en las personas a las que les están hablando.
La charla religiosa se despersonaliza hasta convertirse en palabrería di-
vina. La palabrería divina se usa para organizar a la gente en causas que
ya no nos involucran, para llevar adelante mandatos que ya no nos or-
denan. Cuando las palabras de Jesús se convierten en el tema de discu-
siones, en herramientas verbales para la manipulación, en intentos de
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Jesús en Samaria
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Existe una antigua disciplina que la cuidadosa atención que le pres-
tamos a esta clase de lenguaje: el lenguaje que usamos en discursos per-
sonales coloquiales, el lenguaje que se lleva a cabo junto de la predica-
ción y enseñanza como esencial para la formación comunitaria de la
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Sin disminuir ni marginar el rol estratégico de tales directores espiri-
tuales, deseo al mismo tiempo extender la conciencia de lo que ellos mode-
lan a los rangos de las personas laicas que no se dan cuenta de las maneras
en que el Espíritu Santo respira a través de nuestras conversaciones más
informales y el clero que sólo está consciente de que están pronunciando la
7 La exposición fundamental de esta práctica, y sin duda la mejor, se en-
cuentra en el libro de Martin Thornton: Spiritual Direction (Cambridge: Cowley
Publications, 1984). Thornton es un anglicano que escribe a partir de esa tradición.
Pero lo que escribe se puede traducir fácilmente a cualquier otra tradición que ocu-
pemos. En Spiritual Direction in the Early Christian East, traducción de Anthony
P.Gythiel (Kalamazoo,Mich.: Cistercian Publications, 1990) de Irenee Hausherr
encontramos una base sólida del desarrollo temprano de la práctica.
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Así hablaba Jesús
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La conversación espontánea en el santuario de Siló entre el anciano
y sacerdote casi ciego Elí y el joven Samuel es un clásico ejemplo de esta
clase de conversación no premeditada. Era de noche y Samuel estaba en
la cama. Escuchó una voz que llamaba su nombre: “¡Samuel! ¡Samuel!”
Elí era la única otra persona en el santuario y, por lo tanto, Samuel supu-
so que Elí lo estaba llamando. Saltó de la cama y corrió junto a Elí: “Aquí
estoy, ¿para qué me llamó usted?” Elí le dijo que él no lo había llamado y
que regresara a la cama. Ese mismo intercambio se llevó a cabo tres veces.
Después de la tercera vez, el sacerdote se dio cuenta de que era el Señor
que lo estaba llamando a Samuel, así que le dijo que si volvía a suceder,
que orara: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Volvió a ocurrir una
cuarta vez y Samuel, tal como se le había instruido, dijo: “Habla, que tu
siervo escucha”. Había nacido un profeta.
Elí, un pastor incompetente a lo sumo, pudo sin embargo identifi-
car la voz de Dios en lo que Samuel suponía que era la voz de su sacer-
dote. De esa manera, dirigió a Samuel a una vida de oración en la que
se formó como profeta de Dios (1 Samuel 3.1-18).
En la carta de Pablo a los gálatas encontramos otra conversación in-
formal y bíblica —no es predicación ni enseñanza— que nos alerta sobre
la manera en que el lenguaje de los relatos inician indirectamente su tarea
de revelación. Pablo presta testimonio de su conversión y su integración
prolongada y penosa (¡diecisiete años!) a la comunidad cristiana. En su
informe, alude a sus conversaciones con Pedro (Cephas) en Jerusalén du-
rante una visita de quince días. La palabra griega que usa para describir
las conversaciones es historeo. Es una palabra que alude a la “historia” de
una nación o de un pueblo., pero tiene un sentido más informal y per-
sonal cuando la usa Pablo, algo más casual, como en el caso de “historias
intercambiadas”. El erudito alemán Friedrich Büchsel sugiere “una visita
con el fin de conocerse”.8 Ellos no estaban predicando ni enseñando, sino
simplemente llegando a conocerse, contándose historias y discerniendo en
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Los Zebedeo
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compras. Y la casa y el jardín eran una ofensa. Existía una fácil solución:
la topadora. La belleza de la casa y el jardín no poseía un valor en efectivo
en comparación con la fealdad y el asfalto del centro de compras, y así es
que enviaron a la topadora para eliminarla. Cuando lo vi, recuerdo que
pensé: “Los Zebedeo están dedicados a ello otra vez”.
Cuando la compañía de Jesús, rumbo a Jerusalén para establecer
definitivamente el reino de Dios, se topó con la falta de hospitalidad
de los samaritanos, los hermanos Zebedeo tenían (o pensaban que te-
nían) los medios tecnológicos necesarios para eliminarlos del camino.
En el caso de ellos, no se trataba de una topadora, pero era la tecnología
igualmente efectiva y espiritualmente superior del fuego de Elías.
Una sorprendente cantidad de cristianos, sin prestar oídos a la re-
prensión de Jesús, continúa uniéndose con los Zebedeo. Llenos de celo
en su devoción a Jesús, no toleran ninguna interferencia. El resultado
es la violencia. Ésta se lleva a cabo en sus familias, en sus iglesias, entre
sus amigos. A lo largo de varios siglos, ellos han matado a judíos y mu-
sulmanes, comunistas y brujas y herejes y, más cerca de casa, a los ame-
ricanos nativos. La mayor parte de la violencia, quizás toda, comienza
con el lenguaje. Jesús nos advirtió que así sería: “Ustedes han oído que
se dijo a sus antepasados: ’No mates, y todo el que mate quedará sujeto
al juicio del tribunal’. Pero yo les digo que todo el que se enoje con
su hermano quedará sujeto al juicio del tribunal. Es más, cualquiera
que insulte a su hermano quedará sujeto al juicio del Consejo. Pero
cualquiera que lo maldiga quedará sujeto al juicio del infierno” (Mateo
5.21-22).
De manera que todos nosotros sin excepción necesitamos una ense-
ñanza profunda del lenguaje de Jesús: la manera en que él hablaba con
sus seguidores, y la manera en que hablaba con aquellos con los que se
encontró mientras viajaba por Samaria. El viaje que comenzó con los
hermanos Zebedeo decididos a llamar fuego del cielo para matar a los
insolentes samaritanos terminó unos pocos días después cuando los
romanos mataron a Jesús por entorpecer la paz. Una violencia amena-
zada en el comienzo; una acabada violencia al final. Pero entre una cosa
y la otra, un suave y atento lenguaje de sugerencias, un lenguaje que
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Jesús en Samaria
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Mi intención en las páginas que siguen a continuación en la prime-
ra parte de este libro es observar, una tras otra, las diez parábolas exclu-
sivas de Lucas que él coloca en la Narrativa del Viaje. Deseo recuperar
la facilidad de usar este estilo verbal de relato, este lenguaje caracterís-
tico de Jesús, la parábola, para usarlo en nuestros propios viajes por
nuestra propia Samaria americana, en este país tan indiferente a Jesús
y su lenguaje.
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