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DELIMITACIÓN DE ESPACIOS MARINOS

La delimitación de espacios marítimos entre estados es más delicada que la


delimitación terrestre, dado que nadie deja, en toda lógica, en manos de vecinos el
"quántum" de su propia soberanía y jurisdicción. En el caso de estados cuya frontera
terrestre alcanza el mar (delimitación lateral), la evolución del derecho del mar ha
alargado sustancialmente la línea, ya que ya no se trata de trazar una línea de 3, 6,
o en el caso extremo, 12 millas náuticas, sino de llevarla hasta 200 millas o, incluso,
más lejos cuando se presentan circunstancias excepcionales vinculadas a la
prolongación de la plataforma continental y la existencia de islas. La longitud que
alcanza la delimitación, unida a la configuración de la costa y a la eventual presencia
de islas, favorece la transformación de lo que, a primera vista, parecía como una
simple delimitación lateral en una verdadera delimitación frontal (es decir, la que se
produce cuando las costas de los estados, con vecindad terrestre o no, se hacen
frente o están enrostradas).

Supuestos de delimitación

Si la delimitación es consustancial con la distribución del territorio terrestre entre


Estados desde el momento en que la soberanía se proyecta sobre la mar, la
multiplicación de espacios marinos bajo jurisdicción estatal y su mayor volumen
traen aparejado un aumento del número, variedad y complejidad de casos en que
la delimitación es necesaria, así como una implicación más intensa de intereses
políticos, estratégicos, económicos y sociales.

La delimitación puede concebirse, bien respecto de un espacio internacional


colindante, una vez que el ribereño ha proyectado su soberanía o jurisdicción sobre
la mar sin tropezar con los espacios marinos que pretende otro Estado, bien
respecto de estos espacios cuando los derechos de dos o más Estados han de
acomodarse a una superficie insuficiente para satisfacerlos en su totalidad.

La delimitación respecto de un espacio marino internacional se produce


mecánicamente una vez que el ribereño, normalmente mediante un acto unilateral,
ejerce el derecho a establecer un espacio marino bajo su soberanía o jurisdicción o
—tratándose de la plataforma continental— la constata, precisando su anchura y la
línea de base para su mensuración. El problema se plantea cuando en un medio
oceánico los espacios marinos reclamados pueden afectar espacios comunes como
la alta mar o la Zona Internacional de Fondos Marinos y Oceánicos (ZIFMO). A salvo
el papel reservado por la CONVEMAR, en relación con la plataforma continental
residual, a la Comisión Internacional sobre los Límites de la Plataforma Continental
(art. 76.8 y Anejo II), no existe órgano internacional competente para verificar la
forma en que un ribereño aplica las normas que sustentan sus derechos. Son, pues,
los demás Estados, directamente —y, eventualmente, la Autoridad Internacional de
Fondos Marinos — los que en su caso protestarán y objetarán los actos que
consideren no ajustados a Derecho, pre constituyendo la prueba de, al menos, su
inoponibilidad.

Llamamos Lateral a la delimitación de espacios marinos entre Estados vecinos cuya


frontera terrestre alcanza la mar. Llamamos frontal a la delimitación de espacios
marinos entre costas enrostradas, continentales y/o insulares. La delimitación
frontal es característica de Estados sin vecindad terrestre (España-Italia, Estados
Unidos-Cuba, Colombia-Nicaragua…), pero también puede darse entre Estados
vecinos, atendiendo a la configuración de la costa o a la posesión de islas (México-
Estados Unidos en el golfo de México; Panamá-Colombia en el golfo de Panamá;
Rumania-Ucrania en el mar Negro…).

En el Derecho del Mar clásico la delimitación lateral se agotaba a muy pocas millas
de la costa, en un mar territorial estrecho, eventualmente complementado por una
zona contigua proporcionada a la anchura de aquél. En cuanto a la delimitación
frontal, se presentaba sólo en estrechos internacionales o en golfos y bahías de
boca no muy amplia bajo más de un soberano. Las líneas de base seguían en
general la bajamar y las iniciativas unilaterales que se separaban de ella no solían
ser descabelladas. La equiparación del territorio insular al continental como factor
de atribución de espacios marinos no planteaba normalmente problemas agudos
porque, a fin de cuentas, la proyección de la tierra sobre la mar era modesta y los
intereses en juego limitados. El aprovechamiento de los recursos del lecho y
subsuelo marinos apenas había comenzado y la explotación pesquera era marginal
en la mayoría de los países.

Normas internacionales para la delimitación: el acuerdo de las partes

La delimitación ha de efectuarse por acuerdo de los interesados. A tal efecto las


partes implicadas han de entablar negociaciones bona fide. En su defecto, la
CONVEMAR nos dice que ningún Estado está autorizado para extender el mar
territorial más allá de la línea media, cada uno de cuyos puntos es equidistante de
los puntos más próximos de las líneas de base a partir de las cuales se mide su
anchura, añadiendo que este principio de equidistancia no es aplicable cuando
circunstancias especiales o títulos históricos justifican otra delimitación (art. 15). Por
lo que se refiere a la ZEE y a la plataforma continental, la Convención (arts. 73 y 84)
estipula que ha de hacerse mediante acuerdo sobre la base del Derecho
Internacional a fin de llegar a una solución equitativa (lo que significa un permanente
retorno, caso por caso, a la identificación de tratados, normas consuetudinarias
cristalizadas por la práctica estatal e interestatal y principios generales,
aprovechando para ello la jurisprudencia y, como medio auxiliar, la misma doctrina
científica).

El acuerdo de delimitación no tiene por qué ser un tratado formal. Puede ser incluso
tácito. Pero siendo la delimitación un asunto de gran importancia dicho acuerdo,
como ha advertido la Corte Internacional de Justicia (Controversia territorial y
marítima entre Nicaragua y Honduras en el mar Caribe, 2007), no puede presumirse
fácilmente. Quien afirma su existencia ha de probarlo convincentemente. Este es
uno de los puntos más atractivos de la controversia marítima (2008) pendiente ante
la Corte entre Perú y Chile, el primero negando y el segundo sosteniendo la
existencia de un acuerdo que fijó la divisoria siguiendo el paralelo en que la frontera
terrestre llega a la mar.

Obstáculos para el acuerdo

Una vez que se ha puesto de manifiesto la importancia del acuerdo para la


delimitación y la libertad prácticamente absoluta en que se mueven los
negociadores, conviene preguntarse por los principales obstáculos que han de
arrostrarse para lograrlo.

1) ¿Puede ser acaso el mal tono general de relaciones entre los ribereños
interesados en la delimitación el primero de ellos? No necesariamente. Si una de-
limitación es muy problemática vecinos que se llevan bien preferirán aparcarla, para
evitar que se convierta en una fuente de conflicto. España y Francia, por ejemplo,
lograron concluir un acuerdo de delimitación de la plataforma continental en el golfo
de Vizcaya (1974), pero se abstuvieron de seguir adelante con una negociación
paralela en el golfo de León, una vez advertidas sus posiciones inconciliables. En
sentido contrario, una mala relación general impide los ejercicios de cooperación en
la zona fronteriza pero puede, por lo mismo, urgir la delimitación en búsqueda de
seguridad y certidumbre. El acuerdo entre Cuba y Estados Unidos (1977) ofrece al
respecto un ejemplo paradigmático.

2) El primer obstáculo nace de la afirmación por una de las partes de que el acuerdo
ya existe y nada hay, pues, que negociar. Si hay un acuerdo en vigor ha de aplicarse
(CONVEMAR, arts. 74.4 y 83.4). Normalmente el Estado que sostiene este punto
de vista, rechazado enfáticamente por su vecino, suele ser el beneficiario del statu
quo y actúa consciente de que la línea que dice acordada o consentida es
claramente inequitativa. Así, por ejemplo, Honduras se empecinó en la presunta
existencia de un acuerdo tácito con Nicaragua que habría fijado la frontera marítima
en el paralelo 15º N, hasta que la Corte Internacional de Justicia hubo de
desmentirla (Controversia territorial y marítima entre Nicaragua y Honduras en el
mar Caribe, 2007). Asimismo, Colombia se encastilló en transfigurar el meridiano
82º, una línea de separación de archipiélagos según un tratado de 1928 y protocolo
de 1930, en divisoria de espacios marinos, hasta que también la Corte desautorizó
su infundada —e interesada-interpretación (Controversia territorial y marítima,
Nicaragua c. Colombia, 2007)…

3) La controversia sobre la soberanía del espacio terrestre determinante de los


espacios marinos por delimitar es un obstáculo formidable. Muchas de las
delimitaciones pendientes (o que han acabado en los tribunales) están dominadas
o, por lo menos, condicionadas por un contencioso terrestre (v., por ej., CIJ,
Delimitación marítima y cuestiones territoriales entre Qatar y Bahrein, 2001;
Frontera terrestre y marítima entre Camerún y Nigeria, 2002). El Estado que invoca
un título que cree legítimo sobre un territorio que está bajo la posesión de otro no
está dispuesto a reconocer las consecuencias de ese hecho en la mar. Sería un
contrasentido.

Cabe, eso sí, convenir un aprovechamiento de los recursos mediante fórmulas de


cooperación que hagan abstracción del contencioso de soberanía terrestre
pendiente y, por supuesto, de todo intento de delimitación marítima. Así, por
ejemplo, Argentina y Reino Unido suscribieron en 1995 una Declaración conjunta
para promover la exploración y explotación de hidrocarburos en el Atlántico
suroccidental, con expresa reserva —y neutralización— de sus posiciones res-pecto
de la soberanía sobre las Malvinas y los otros archipiélagos de la región, así como
de su proyección marítima.

4) La disconformidad con el fundamento alegado para establecer la soberanía o


jurisdicción sobre espacios marinos puede ser también un obstáculo para el
acuerdo. Así, la calificación de un territorio insular como isla o como roca o la
apreciación de que una roca es, en realidad, un bajío, es relevante a efectos de
delimitación (v., CIJ, Delimitación marítima y otras cuestiones territoriales entre
Qatar y Bahrein, 2001; Controversia territorial y marítima entre Nicaragua y
Honduras en el mar Caribe, 2007). Así, por ejemplo, en el asunto de la delimitación
de la plataforma continental anglo-francesa (1977), las partes debatieron la
condición de Eddystone Rock atendiendo a que, según Francia, la roca es cubierta
por las aguas en condiciones extremas de pleamar. En la controversia territorial y
marítima entre Nicaragua y Colombia, pendiente ante la Corte, la calificación de
Quitasueño como bajío o como isla o roca ha de jugar un papel estelar por sus
consecuencias en la delimitación de los espacios marinos de las partes.

5) Otra serie de obstáculos nace de las dificultades que plantea la misma


delimitación en diferentes planos, como:
a) La fijación del contexto geográfico influyente. La delimitación se verifica en un
contexto geográfico determinado cuyas circunstancias, una vez establecido, serán
relevantes para la delimitación (así, la configuración o la longitud de costa). De ahí
que, sopesando las consecuencias, las partes discrepen con frecuencia en este
punto. La Corte Internacional de Justicia ha advertido que no han de considerarse
los tramos de litoral cuya proyección marina, en razón de su situación geográfica,
no son susceptibles de superposición con los de otro país (Plataforma continental,
Túnez/Libia, 1982).

b) La ponderación de las circunstancias relevantes a efectos de trazado. Con-


formes en tener en cuenta la configuración de la costa en un contexto geográfico
convenido, la fachada o frente costero, la forma y dirección en que la frontera
terrestre alcanza la mar, o la vinculación entre una población y los
aprovechamientos marinos… ¿cómo cuantificar su peso relativo? Suponiendo el
acuerdo sobre la calificación de un territorio como isla, roca, bajío o arrecife, ¿qué
valor darle en la mesa de negociación? No es lo mismo delimitar una isla respecto
de otra isla que respecto de un litoral continental, o dos litorale continentales con un
isla interpuesta, en el lado bueno (más cerca del litoral propio) o en el lado
equivocado (más cerca del litoral ajeno). Pactar el listado de las señas de identidad
a las que ha de conformarse la delimitación es, pues, un paso necesario; pero no
basta. Avanzar más allá requiere una acomodación de intereses no siempre al
alcance de los negociadores. La equidad no impone un reparto de los espacios
marinos de manera que longitud de costa y área marina atribuida guarden la misma
o muy aproximada relación, eventualmente corregida por otras circunstancias
relevantes. Pero se entiende que sería inequitativo que países vecinos con
longitudes de costa dispares se beneficiasen de áreas marítimas similares. Ya
desde los tiempos del asunto de la delimitación de la Plataforma continental del mar
del Norte (1969) la proporcionalidad como test del resultado equitativo ha sido tenida
en cuenta, en particular en presencia de formaciones insulares (últimamente,
Delimitación marítima en el mar Negro, 2009). Las islas no son discriminadas en
cuanto tales, pero si son de tamaño reducido y/o se encuentran frente a masas
continentales de mayor entidad en el contexto geográfico influyente, sería vano —
en términos de la equidad perseguida— pretender una línea de equidistancia. Aun
así, como refleja el caso de la delimitación marítima en la región situada entre
Groenlandia y Jan Mayen (1993), suelen ser muy favorecidas (la relación de costas
—nueve a uno— se tradujo en una relación de áreas marítimas de tres a uno).

c) El empleo de las líneas de base y sus puntos de apoyo. Las discrepancias pueden
versar sobre los criterios para establecer el punto de partida de la línea cuando el
término de la frontera terrestre, como ocurre con los deltas fluviales, es muy
inestable; la línea de la bajamar; la procedencia y aplicación del método de líneas
de base rectas, sea por su longitud, por su dirección (separándose de la general de
la costa) o por los puntos de apoyo escogidos (bajíos más allá del mar territorial,
puntos de apoyo acuáticos o en territorio extranjero…); la pertinencia del cierre de
bahías y deltas; la procedencia y aplicación del principio archipelágico… De ahí que
pueda decirse que cuando las partes se ponen de acuerdo para, por ejemplo, trazar
una línea de equidistancia, los problemas apenas están comenzando, porque la
equidistancia necesita referencias y los negociadores pueden estar en esto en
profundo desacuerdo. Salvarlo requiere una cierta imaginación, sentido práctico y
mucha voluntad política. En 1977 Cuba y Estados Unidos trazaron una mediana
entre dos líneas de equidistancia hipotéticas, una que tomaba como base la línea
de bajamar, ignorando las líneas de base rectas cubanas, y otra que partía de
ellas… y de las líneas de la misma especie construidas al efecto por Estados Unidos
en el sur de Florida. Así alcanzaron un acuerdo.

d) Los sistemas de proyección cartográfica. La negociación exige utilizar cartas


iguales, calculadas sobre un datum vertical y horizontal común. Diferencias en los
sistemas de proyección cartográfica, en la determinación de coordenadas, en la
base de los datos empleados, en las escalas, pueden acabar induciendo a error y
modificando seriamente la delimitación aparentemente pactada. Ponerse de
acuerdo sobre estos puntos es, pues, esencial.

6) La coherencia de comportamiento en los diferentes escenarios costeros de un


Estado puede plantearle un problema en la negociación. Las mismas circunstancias
relevantes para la delimitación que lo favorecen en una región pueden perjudicarlo
en otra. Tal vez merezca la pena quemar un bosque para salvar un solo árbol, si es
el de la vida; pero no debiera hacerse inadvertidamente.

El acuerdo imposible: la controversia y su solución

Si no hay delimitación sin acuerdo y los negociadores fracasan habrá controversia,


para cuya solución una de dos: o se recupera, antes o después, la senda de la
negociación, en su caso con ayudas exteriores (buenos oficios, mediación,
conciliación), o se recurre a la decisión obligatoria de un tercero (árbitro o juez). La
CONVEMAR (que no es aplicable a controversias anteriores a su entrada en vigor)
es de poca ayuda porque excluye directamente los medios de arreglo arbitral y
judicial para las controversias sobre delimitación marítima que entrañen el examen
de contenciosos terrestres y faculta a las partes a hacer lo propio con cualesquiera
otras controversias sobre delimitación, de manera que la conciliación es la fórmula
más avanzada con la que, con carácter general, podría contarse.

Entregada a la prudencia de las partes, no faltan casos en que una hábil mediación
(como la papal, con posterioridad al laudo de 1977, en el asunto del Canal de
Beagle) o una conciliación (como la habida en el caso de la delimitación de la
frontera marítima entre Islandia y Noruega, 1981) permite desandar los pasos
perdidos en pos del acuerdo. Pero también cabe que las partes atribuyan
competencia a jueces o a árbitros al margen de las previsiones de la CONVEMAR,
buscando un pronunciamiento que: 1) haga las veces del acuerdo de delimitación;
2) fije el marco necesario —los principios— de dicho acuerdo; ó 3) resuelva los
puntos aún polémicos del trazado de una línea por lo demás ya convenida.

De esta manera, los órganos judiciales y arbitrales no sólo han coadyuvado a


solventar pacíficamente controversias de delimitación, sino que con sus decisiones
han acumulado un bagaje jurisprudencial útil para iluminar, racionalizar y enriquecer
la negociación de los acuerdos de delimitación por venir. El examen de la práctica
internacional y de la jurisprudencia revela que, una vez fijada las costas relevantes
para establecer los puntos de base (cuya influencia es decisiva) la operación de
delimitación arranca de la línea de equidistancia como divisoria provisional,
sometiéndola al contraste de las circunstancias que se estimen pertinentes para
confirmarla o corregirla atendiendo al resultado equitativo que se pretende (v., por
ej., CIJ, Plataforma continental, Libia/Malta, 1985; Jan Mayen, 1993; Delimitación
marítima y cuestiones territoriales entre Qatar y Bahrein, 2001; Frontera terrestre y
marítima entre Camerún y Nigeria, 2002; Delimitación marítima en el mar Negro,
Rumania c. Ucrania, 2009; CPA, Delimitación marítima entre Guyana y Surinam,
2007).

En Controversia territorial y marítima entre Nicaragua y Honduras en el mar Caribe,


(2007) la Corte insiste en que esta es la regla general, aunque en el caso concreto
estima que circunstancias especiales obligan a descartarla, considerando apropiado
sustituirla por un método aproximado a la equidistancia que considera simple y
equitativo, a saber, una bisectriz o línea que divide en partes iguales el ángulo
formado por líneas que representan la dirección general de las costas que estima
pertinentes al efecto (v. tb. Plataforma continental, Túnez/ Libia, 1982; Golfo del
Maine, 1984).

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