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Índice

De familias, redes y elites de poder: una introducción crítica


Molina Puche, Sebastián e Irigoyen López, Antonio 9

BLOQUE 1.
SOBRE REDES DE RELACIÓN SOCIAL: EL VALOR DE LA ALIANZA

Histoire sociale et formalisation statistique


Gribaudi, Maurizio 25

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional


Imízcoz Beúnza, José María 45

Redes personales en el gobierno de una monarquía compuesta:


el condado de Borgoña, Besançon y la corte de Madrid
Windler, Christian 89

Negocios y clientelismo político: los mecanismos de la movili-


dad social en la burguesía valenciana del siglo XVIII
Franch Benavent, Ricardo 113

/D FRPXQLGDG PHUFDQWLO HQ OD YLOOD GH $OEDFHWH D ÀQDOHV GHO
Antiguo Régimen: redes familares y alianzas sociales
Gómez Carrasco, Cosme Jesús 153

Prácticas matrimoniales de los portugueses en Madrid durante


el siglo XVII
Pulido Serrano, Juan Ignacio 171

BLOQUE 2.
LAS ELITES DE PODER EN LA MONARQUÍA HISPÁNICA:
EL ANSIA POR PERVIVIR.

La pervivencia de las elites de poder en América Central.


Siglo XVI-XX
Casaus Arzú, Marta Elena 197

7
Poder peleado, poder compartido: familias y estado en la Améri-
ca española colonial
Bertrand, Michel 217

Nobreza e Estado da Índia. Um modelo de mobilidade social


(século XVI e primeira metade do XVII)
Soares da Cunha, Mafalda 237

El mayorazgo de los Pacheco, señores de Villena, y los deseos


de ocultar la movilidad social en el medievo
Ortuño Molina, Jorge 261

/RVFRQÁLFWRVDQWLVHxRULDOHVHQOD&RURQDGH&DVWLOOD
grupos, familias y relaciones sociales en Berástegui
(Guipúzcoa), Siglos XIV-XVI
Sánchez Ibáñez, Raquel 281

Hacienda y memoria. Movilidad social en la Extremadura


rural del período moderno
Gil Soto, Alfonso 299

Redes de parentesco de la elite local de Villena a principios del


siglo XVIII
Azorín Abellán, José 321

Entre la Corona de Castilla y la de Aragón: el mayorazgo y la


propiedad vinculada entre el Reino de Murcia y el de Valencia
(ss. XVII-XVIII)
Pérez García, Manuel 345

8
De familias, redes y
elites de poder:
una introducción crítica1
Sebastián Molina Puche
Universidad de La Rioja
Antonio Irigoyen López
Universidad de Murcia

En los últimos años la historia de la familia parece estar de moda,


aunque hace ya tiempo que ha dejado de ser una moda.
Abrimos este trabajo con un pequeño juego de palabras con el que
pretendemos mostrar una realidad que, pese a estar sobradamente
contrastada, parece escaparse en ocasiones a ojos poco avezados: no
cabe duda que en los últimos tiempos se ha generalizado el interés
por el estudio de la familia en la historiografía modernista españo-
la (es decir, parece estar de moda), multiplicándose los trabajos que
hacen referencia a temáticas tales como matrimonio, patrimonio o
redes de parentesco, hasta hacer de ciertos conceptos como estrate-
gia o movilidad social algo habitual. Sin embargo, todo ello no debe
llevar a nadie a pensar que se trata de una mera tendencia temporal,
fútil y pasajera (es decir, una moda2), ni que es algo que ha aparecido
de la nada a mediados de la década pasada. No, la historia de la fa-
PLOLDHVXQDWHQGHQFLDKLVWRULRJUiÀFDTXHYDFDPLQRGHFXPSOLUHO

1 El presente trabajo ha sido realizado gracias a la concesión de una beca posdoctoral del Mi-
nisterio de Educación y Ciencia (EX2006-0501), y forma parte del proyecto de investigación
«Sociedad, familias y grupos sociales. Redes y estrategias de reproducción socio-cultural en
Castilla durante el Antiguo Régimen (siglos XV-XIX)», referencia: HUM2006-09559, del que
HV,QYHVWLJDGRU3ULQFLSDO)UDQFLVFR&KDFyQ\KDVLGRÀQDQFLDGRDVLPLVPRSRUHO0LQLVWHULR
de Educación y Ciencia (Secretaría de Estado de Universidades e Investigación).
2 Según el Diccionario de la RAE, una moda es un “…uso, modo o costumbre que está en boga
durante algún tiempo…”, mientras que estar de moda es “…usarse o estilarse una prenda de
vestir, tela, color etc., o practicarse generalmente una cosa”: Diccionario de la Lengua Española,
RAE, XXI edición, Madrid, 1992, pp. 1385.

De familias, redes y elites de poder: una introducción crítica 9


medio siglo de antigüedad. El camino iniciado por la reconstrucción
de familias de Louis Henry y Michel Fleury en los años cincuenta
del siglo XX preparó el camino para que ya, en la década siguiente,
la famila se conviertiera en objeto de estudio preferente para dos
ámbitos tan dispares como eran el grupo de Cambridge, con Peter
Laslett a la cabeza, y el grupo de los Annales, con Philippe Ariès
o Jean-Louis Flandrin, entre otros. Estas distintas perspectivas evi-
dencian el gran potencial analítico que encierra la familia puesto
que, no en vano, estos dos grupos de investigación procedían de
dos parcelas de conocimiento tan distintas como eran la demografía
histórica y la llamada entonces historia de las mentalidades.
En el año 2007, se ha celebrado el veinticinco aniversario de la fun-
dación, por parte del profesor Francisco Chacón Jiménez, con la
pronta y afortunada incorporación del profesor Juan Hernández
Franco, del Seminario Familia y Elite de poder en el Reino de Murcia,
siglos XV-XIX3 perteneciente al Departamento de Historia Moderna,
Contemporánea y de América de la Universidad de Murcia. Esta
efeméride, más allá de ser una referencia más o menos simbólica,
YHULÀFDTXHXQREMHWRGHHVWXGLRFRPRHVODIDPLOLDTXHOOHYDPiV
de un cuarto de siglo como temática central y principal de multitud
de trabajos por parte de la historiografía española, todavía se en-
FXHQWUDHQFRQWLQXDUHYLVLyQUHGHÀQLFLyQ\GHVDUUROOR3RUHVWDUD-
]yQHOHVWXGLRKLVWyULFRGHODIDPLOLDQRSXHGHVHUFDOLÀFDGRFRPR
una mera moda y sí como una vía epistemológica con grandísimas
posibilidades.
Es más, el hecho de que la familia goce de una aceptación y se-
guimiento tan amplio –causa por la cual podría pensarse que se
encuentra actualmente de moda– es buena muestra de su validez e
3 Con motivo de dicho aniversario el citado seminario y grupo de investigación celebró un
congreso internacional sobre historia de la familia, que tuvo lugar en Murcia y Albacete entre
los días 12 y 14 de diciembre del pasado año 2007, en el cual fue presentado un interesante
libro colectivo, en el que han colaborado numerosos investigadores especialistas en la historia
de la familia: CHACÓN JIMÉNEZ, F. y HERNÁNDEZ FRANCO, J. (edit), Espacios sociales,
universos familiares. La familia en la historiografía española, Murcia, 2007; y ha permitido la apa-
rición de otra obra, editada por los profesores Francisco Chacón Jiménez, Juan Hernández
Franco y Francisco García González, titulada Familia y organización social en España y América,
siglos XV-XIX (Murcia, 2008), en la que se recogen los textos de las ponencias invitadas al
citado congreso.

10 Sebastián Molina Puche, Antonio Irigoyen López


importancia como elemento explicativo del funcionamiento de la or-
ganización y la jerarquización social durante el Antiguo Régimen. Y
de igual manera, el hecho de que, pese a todo lo realizado y lo mu-
cho que se ha avanzado, sea tanto el trabajo por hacer4 y tantos los
interrogantes que pueden (y deben) ser resueltos gracias a la familia,
no hace más que denotar el mucho futuro que queda por delante a
lo que algunos siguen considerando como una nueva moda historio-
JUiÀFD3RUTXHODIDPLOLDHVXQDGHODVKHUUDPLHQWDVPiVLQGLFDGDV
para explicar la organización social. En 1991, Francisco Chacón es-
FULEtD´WHQHPRVFODUDPHQWHGHÀQLGRVXQREMHWR\XQREMHWLYRFLHQWt-
ÀFRVIDPLOLD\UHSURGXFFLyQVRFLDOGHOVLVWHPDµ5. Que todavía a día
de hoy estas palabras sigan estando vigentes, está testimoniando la
capacidad analítica de la familia. Más aún en unos momentos en que
ODKLVWRULDGHODIDPLOLDWDPELpQVHKDEUiGHEHQHÀFLDU\HQULTXHFHU
de las últimas tendencias y las nuevas perspectivas teóricas que se
están abriendo paso dentro de la Historia social, en especial sobre la
revisión del concepto de sociedad6. Del mismo modo, no van a ser
menos importantes las contribuciones de la nueva Historia cultural,
donde el estudio de las representaciones, las prácticas, la cultura ma-
terial o la vida cotidiana son ámbitos de estudio en los que la familia
desempeña un papel fundamental a la hora de intentar comprender
los comportamientos sociales del pasado7. De esta manera adquie-
ren verdadero sentido las palabras recientemente publicadas por el
mismo profesor Chacón cuando indica que para estudiar la estructu-
ración de las sociedades en grupos sociales y las desigualdades que

4 Hace veinte años, en 1987, ya se señalaba lo mucho que quedaba por hacer en lo referente a
la historia de la familia en España: CHACÓN JIMÉNEZ, F., “La familia en España: una histo-
ria por hacer”, en J. Casey, F. Chacón Jiménez, et al (edit.), La familia en la España mediterránea:
siglos XV-XIX, Barcelona, 1987, pp. 13-35. En estos momentos, la situación es bien distinta en
ciertos aspectos, pero muy semejante en otros: no se trata, en modo alguno, de un objeto de
estudio desconocido y con necesidad de mostrar su valía, sin embargo, y al igual que ocurría
en sus “comienzos”, cuenta con mucho futuro por delante, y es mucho lo que resta todavía
por hacer.
5 CHACÓN JIMÉNEZ, F., “Nuevas tendencias de la demografía histórica en España: las
investigaciones sobre historia de la familia”, Boletín de la Asociación de Demografía Histórica
(ADEH), IX, 2 (1991), pp. 84-85.
6 CABRERA, M. A. y SANTANA ACUÑA, A., “De la historia social a la historia de lo social”,
Ayer, 62 (2006), pp. 165-192.
7 BURKE, P., ¿Qué es la Historia cultural?, Barcelona, 2006, pp. 69-124.

De familias, redes y elites de poder: una introducción crítica 11


se generan, es cuando “la familia se convierte en un laboratorio de
relaciones de clase y procesos sociales”8.
De todo lo anterior hay algo que se deduce con facilidad: que la
familia no tiene interés en sí misma sino en tanto que es un instru-
mento analítico de la organización social del pasado. Una sociedad
la del Antiguo Régimen en la que el linaje, la desigualdad y la domi-
nación constituían sus ejes vertebradores, los cuales condicionaban
la posición social que las familias y los individuos que a ellas perte-
necían ocupaban y desde la cual desplegaban sus acciones. De este
modo, las familias y los individuos pasan a convertirse en núcleos
primarios para comprender la estructura social puesto que son el
centro de unas relaciones sociales que son las que conformaban la
sociedad93XHVFRPRGHÀHQGH,Pt]FR]ORVYtQFXORVVRFLDOHVWLHQHQ
entidad y, en cuanto tales, son estructuraciones sociales reales; lo
social está hecho de relaciones, lo que teje la sociedad son los víncu-
los y redes de relaciones entre individuos y colectivos10. De ahí que
nunca se pueda hablar del individuo aislado y menos en la sociedad
estamental donde, como explicaba Maravall, “todo cuanto el hom-
bre es equivale a lo que es en la sociedad”11.
Por todo ello, no puede extrañar que a la familia como objeto analí-
WLFROHDFRPSDxHRWURFX\DVYLUWXGHVKDQVLGRSXHVWDVGHPDQLÀHV-
WRHQQXPHURVDVRFDVLRQHV1RVHVWDPRVUHÀULHQGRDODUHGVRFLDO
En efecto, si se acepta que las relaciones sociales son las que estruc-
turaban la sociedad, es primordial conocer los mecanismos que se
articulaban para su funcionamiento. De esta forma, el concepto de
red social ayuda a comprender los procesos en que individuos y
familias se veían inmersos y también, por supuesto, la perviven-
cia del linaje, la desigualdad y la dominación como fundamentos
de la sociedad del Antiguo Régimen; o, lo que es lo mismo, sirve

8 CHACÓN JIMÉNEZ, F., “La revisión de la tradición: prácticas y discursos en la nueva his-
toria social”, Historia Social, 60 (2008), p. 153.
9 GRIBAUDI, G., “La metafora della rete: Individuo e contesto sociale”, Meridiana, 15, 1992,
p. 98.
10 IMÍZCOZ BEÚNZA, J. M., “Actores sociales y redes de relaciones en las sociedades del
Antiguo Régimen. Propuestas de análisis en historia social y política” en C. Barros (ed.) His-
toria a debate, tomo II: El retorno del sujeto, Santiago de Compostela, 1995, pp. 341-353.
11 MARAVALL, J. A., Poder, honor y élites en el siglo XVII, Madrid, 1989, p. 27.

12 Sebastián Molina Puche, Antonio Irigoyen López


para explicar la reproducción social del sistema. Red social y fami-
lia están íntimamente vinculadas. Primero, porque con frecuencia
HOSDUHQWHVFRMXJDEDXQSDSHOIXQGDPHQWDOHQODFRQÀJXUDFLyQGH
la red. Segundo, porque superando los lazos sanguíneos, permite
adentrarnos en una amplia variedad de relaciones sociales, ya sean
verticales, ya sean horizontales, que son las que dinamizaban, no
sólo la estructura social, sino también la política, la cultura o la eco-
nomía del Antiguo Régimen.
El libro que presentamos con estas líneas es buen ejemplo de todo
ORTXHHVWDPRVDÀUPDQGRKDVWDDKRUDORVWUDEDMRVTXHDSDUHFHQHQ
la obra demuestran que la historia de la familia, que se encuentra
en plena madurez, goza también de muy buena salud y de un vigor
poco menos que envidiable.
Se trata de catorce trabajos en los que se tratan temáticas muy dis-
tintas que sólo tienen, en algunos casos, como punto en común a
la familia (contamos con ejemplos que van desde el análisis de las
redes de relación social de los comerciantes valencianos del siglo
XVIII, a un trabajo sobre las estrategias de reproducción social de
una familia de la más vieja aristocracia castellana en el siglo XV,
pasando por el estudio de las elites centroamericanas en el tiempo
largo o el análisis de la nobleza de servicio portuguesa en el siglo
;9, SHURTXHVLUYHQSDUDPRVWUDUODÁH[LELOLGDGDGDSWDELOLGDG\
capacidad explicativa de la metodología y los conceptos utilizados,
cuando no acuñados, por la historia social de la familia.
El hecho de que contemos con artículos de una serie de historiadores
de reconocido prestigio internacional (pues hemos tenido la enorme
fortuna de contar con la colaboración de un inmejorable plantel de
investigadores extranjeros) y que cuentan a sus espaldas con largas
trayectorias de investigación -Christian Windler, Michel Bertrand,
Ricardo Franch Benavent, Maurizio Gribaudi, José María Imízcoz
Beúnza, Marta Elena Casaús Arzú, Mafalda Soares da Cunha-, junto
a una serie de jóvenes investigadores representantes, en buena par-
te, de las más novedosas líneas y temáticas de investigación que se
están desarrollando en la actualidad (Ignacio Pulido Serrano, Jorge
Ortuño Molina, Cosme Jesús Gómez Carrasco, Raquel Sánchez Ibá-

De familias, redes y elites de poder: una introducción crítica 13


ñez, Alfonso Gil Soto…) demuestra que el interés por la historia de
ODIDPLOLDQRHVHQPRGRDOJXQRÁRUGHXQGtDQLVHWUDWDGHXQD
vertiente de la historiografía social superada y en declive.
Obsta decir que es justamente este equilibrio entre veteranía y ju-
ventud, entre madurez intelectual y nuevas propuestas de inves-
tigación, junto a la gran diversidad de temáticas, casuística, crono-
logía y puntos de vista (como ya hemos señalado, contamos con
cuatro artículos de investigadores extranjeros que nos ofrecen la
posibilidad de obtener una interesantísima y siempre conveniente
perspectiva comparativa con otros espacios y otras historiografías
del entorno) lo que hace de esta obra colectiva -que es en nuestra
opinión muy completa y diversa-, una muy importante y novedosa
aportación para los estudios sobre historia de la familia, y no sólo
para la historiografía modernista española.
Los citados trabajos han sido divididos en dos bloques o secciones:
una titulada Sobre redes de relación social: el valor de la alianza, en la cual,
y como queda indicado perfectamente en el enunciado, agrupamos
los trabajos que tienen a las redes de relación social como objeto cen-
tral de su análisis; y un segundo bloque que lleva por título Las elites
de poder en la Monarquía Hispánica: el ansia por pervivir, en la que que-
dan aglutinados los artículos que tratan, grosso modo, sobre las estra-
tegias familiares de reproducción social de diversas elites de poder en
distintos territorios hispánicos y en etapas históricas diferentes.
Somos muy conscientes de que, al tratarse de dos temáticas tan fé-
rreamente relacionadas, resulta muy difícil separar los trabajos en
dos secciones distintas: no en vano, y como es de sobra conocido,
los primeros trabajos realizados sobre redes sociales por parte de la
disciplina histórica estaban centrados en el análisis de redes clien-
telares y de patronazgo a nivel político12, y por lo tanto, en ellas
quedaban integrados y eran estudiados individuos pertenecientes
a grupos de poder de distinto nivel. Y de igual modo, no cabe duda
6LUYDQFRPRHMHPSORHODUWtFXORGH02861,(55´/HVÀGpOLWpVHWOHVFOLHQWqOHVHQ)UDQFH
aux XVIe, XVIIe et XVIIIe siècles”, Histoire Sociale-Social History, 29, 1982, pp. 35-46; los tra-
bajos recogidos en la obra colectiva Durand, Y. (dir.), Hommage à Roland Mousnier. Clientèles et
ÀGpOLWpVHQ(XURSHjO·pSRTXHPRGHUQH, Paris, 1981; y el que ya es todo un referente KETTERING,
S., Patrons, brokers and clients in Seventeenth-century France, Oxford, 1986.

14 Sebastián Molina Puche, Antonio Irigoyen López


que uno de los principales rasgos de cualquier elite13, independien-
temente de la escala o ámbito en el que desarrolle su poder o ca-
SDFLGDGGHLQÁXHQFLD DQLYHOLPSHULDO´HVWDWDOµUHJLRQDOUHJQtFROD
o simplemente local), es su gran potencial relacional tanto a nivel
horizontal, esto es, entre los miembros del grupo de poder, como
vertical con individuos que se encuentran en estratos inferiores de
la sociedad, y con los que puede crear relaciones de solidaridad,
clientelismo o dominio14.
De ahí que artículos como el de Christian Windler o el de José Azo-
rín Abellán, por la temática tratada en ambos (la importancia de
las redes de relación social en la conformación y permanencia de
dos elites de poder bien diferentes), podían haber formado parte
de cualquiera de las secciones en las que hemos dividido el libro.
6LQ HPEDUJR VL KHPRV GHFLGLGR ÀQDOPHQWH VLWXDUORV FDGD XQR HQ
un bloque distinto (el del profesor Windler en el referido a redes de
relación social y el Azorín Abellán en el referido a elites de poder)
es porque existe una gradación –mínima, es cierto- de dedicación a
una u otra temática en cada uno de los casos.
Sea como fuere, no cabe duda que tanto las redes de relación social
como las elites de poder son dos de los objetos de estudio más inte-
resantes y más habitualmente tratados por la historiografía moder-
nista actual. Tampoco debemos ver en ello una simple moda histo-
ULRJUiÀFDWDQWRHODQiOLVLVGHODVUHGHVGHUHODFLyQVRFLDOFRPRHOGH
los grupos de poder, en sus múltiples variantes y perspectivas, aún
han de aportar mucho a la disciplina histórica, entre otras razones,
13 Sobre el concepto de elite y la importancia de las redes de relación para las mismas, ver
MOLINA PUCHE, S., “Elite local: análisis de un concepto a través de las familias de poder del
corregimiento de Villena-Chinchilla en el siglo XVII”, Estudis, 31, 2005, 197-222.
14 Sobre la importancia de las redes de relación social para los miembros de todo grupo
de poder, ver CHACÓN JIMÉNEZ, F., “Estructuración social y relaciones familiares en los
grupos de poder castellanos en el Antiguo Régimen. Aproximación a una teoría y método de
trabajo”, en J. L. Castellano Castellano, J. P. Dedieu y M. V. López Cordón (coord.), La pluma, la
mitra y la espada. Estudios de Historia Institucional en la Edad Moderna, Barcelona, 2000, pp. 355-
362; CHACÓN JIMÉNEZ)´3REODFLyQIDPLOLD\UHODFLRQHVGHSRGHU1RWDV\UHÁH[LRQHV
sobre la organización social hispánica: circa siglo XV-circa siglo XVII”, en M. Rodríguez Can-
cho (coord.), Historia y perspectivas de investigación. Estudios en memoria del profesor Ángel Rodrí-
guez Sánchez, Mérida, 2002, pp. 85-95. A este respecto, también resulta altamente interesante
el trabajo de PRO RUIZ,-´/DVHOLWHVGHOD(VSDxD/LEHUDOFODVHV\UHGHVHQODGHÀQLFLyQGHO
espacio social (1808-1931)”, Historia Social, 21, 1995, pp. 47-69.

De familias, redes y elites de poder: una introducción crítica 15


porque lo que en un principio se había circunscrito y aplicado, por
XQODGRDOHVWXGLRGHXQWLSRGHUHODFLRQHVPX\HVSHFtÀFDV\SRU
otro, al análisis de un conjunto de individuos caracterizados por
pertenecer a ciertas instituciones de poder, ahora se está aplicando
a otros ámbitos y colectivos, aumentandose así la capacidad expli-
cativa de ambas temáticas.
En efecto, hasta hace relativamente poco tiempo, y tal vez por in-
ÁXHQFLDGHXQRGHORVLQYHVWLJDGRUHVSLRQHURVHQODXWLOL]DFLyQGHO
concepto de red social en historia (nos referimos a Roland Mousnier),
el uso de éste se encontraba prácticamente reducido al análisis de
las redes clientelares y al estudio de las alianzas en el seno de ciertas
LQVWLWXFLRQHVRFROHFWLYRVDÀQGHKDOODUHQHOODVRSRUPHGLRGHHOODV
explicación a hechos y procesos de carácter eminentemente político.
Frente a este “punto de arranque”, en estudios recientes el tipo de
relaciones sociales contempladas en el análisis histórico se ha visto
muy ampliado: ya no sólo se atiende a las relaciones de alianza por
FXHVWLRQHVSROtWLFDVRDODVGHÀGHOLGDG\GHSHQGHQFLDSURSLDVGHODV
clientelas, sino que también se contemplan otras relaciones de carác-
ter bien distinto, como pueden ser las de vecindad, compadrazgo y
paisanaje15HLQFOXVRODVGHULYDGDVGHOSDUHQWHVFRÀFWLFLR16. Esta am-
pliación del tipo de relaciones analizadas ha permitido aumentar el
espectro social objeto de análisis (ya no son sólo los individuos “po-
derosos” los estudiados, sino también, y junto a éstos, otros sectores
sociales inferiores como los mercaderes o el campesinado), y con ello,
dar explicación no sólo a hechos de carácter político, sino también a
temáticas clave como pueden ser las formas de dominación, de soli-
daridad y colaboración en -y lo que es más interesante, también en-
tre- diversos estratos y ámbitos sociales, todo lo cual nos lleva a obte-
ner nuevos indicios que nos permiten explicar y aproximarnos a un
mejor conocimiento de la organización social de la época moderna.
De ahí que se trate de una de las temáticas más seguidas y una de las
herramientas explicativas más utilizadas actualmente en los estudios
15 PRO RUIZ, J., “Socios, amigos y compadres: camarillas y redes personales en la sociedad
liberal”, en F. Chacón Jiménez y J. Hernández Franco (eds.), Familia, poderosos y oligarquías,
Murcia, 2001, pp. 153-173.
16 En este sentido, resultan interesantes los trabajos recogidos en REDONDO, A. (dir.), Les
SDUHQWpVÀFWLYHVHQ(VSDJQH ;9,H;9,,HVLqFOHV), París, 1988

16 Sebastián Molina Puche, Antonio Irigoyen López


de la “nueva historia social17”. Los seis trabajos que aparecen en esta
obra que han sido agrupado en el primer bloque -Sobre redes de rela-
ción social: el valor de la alianza- así lo atestiguan. Abrimos esta sección
con un muy interesante artículo del profesor Maurizio Gribaudi en
el que trata la necesidad de realizar una revisión de las categorías
analíticas utilizadas habitualmente en los estudios que hacen uso de
los grandes censos del siglo XIX, pues sólo uniformizando esas cate-
JRUtDVVHSXHGHQKDFHUFRPSDUDWLYDVVLJQLÀFDWLYDV\OOHJDUDFRQFOX-
siones de interés sobre las redes que crean en el conjunto social los
individuos procedentes de distintos sectores socioprofesionales. Esta
apertura de corte metodológico da paso a varios trabajos en los que
se aplica el concepto de red social a espacios y tiempos bien distintos.
Si en el trabajo de José María Imízcoz Beúnza (uno de los más reco-
nocidos especialistas en el tema) se nos muestra la importancia de las
redes de relación social en “Redes, grupos, clases. Una perspectiva
desde el análisis relacional”; el de Christian Windler, haciendo uso
GHOVLJQLÀFDWLYRHMHPSORGHORV3HUUHQRWGH*UDQYHOOHTXHVHUYLUiQ
de nexo de unión entre la corte de Carlos V y Felipe II y el condado de
Borgoña, expone la transcendencia que tenían las relaciones sociales
–cuando no directamente personales- en el gobierno de una monar-
quía compuesta como la hispánica. Pero si las redes de relación social
parecen tener enorme importancia en el ámbito del poder, en el de
los negocios se convierte en un elemento totalmente clave, tal y como
nos muestran los trabajos de Ricardo Franch Benavent y de Cosme
Jesús Gómez Carrasco. En el artículo que nos presenta el profesor
)UDQFKHVDQDOL]DGDODLQÁXHQFLDTXHWLHQHHOFOLHQWHOLVPRSROtWLFRHQ
los procesos de movilidad social ascendente de la burguesía comercial
valenciana de la segunda mitad del siglo XVIII: muchas de las con-
cesiones de abastecimientos urbanos, que normalmente generaban
HQRUPHVEHQHÀFLRVDTXLHQHVODVORJUDEDQSDVDEDQQHFHVDULDPHQWH
SRUODSUHYLDLQWHJUDFLyQGHOEHQHÀFLDULRHQODVUHGHVFOLHQWHODUHVGH
las oligarquías locales, que eran quienes designaban a quienes debían
llevar a cabo la labor de abastecimiento. Por su parte, Gómez Carras-
co analiza la importancia de las redes de parentesco en las estrategias

17 CHACÓN JIMÉNEZ, F., “La revisión de la tradición: prácticas y discurso en la nueva his-
toria social”, Historia Social, 60, 2008, pp. 145-154.

De familias, redes y elites de poder: una introducción crítica 17


de reproducción social de los comerciantes albacetenses en el tránsito
de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea: en este caso, son las
alianzas matrimoniales las que facilitan a los miembros más destaca-
dos del grupo mercantil local a entrar a formar parte del concejo, y
FRQHOORDFUHFHQWDUVXLQÁXHQFLDHQODVRFLHGDGORFDO8QDLPSRUWDQ-
cia similar, o si cabe aún mayor, tienen las redes de parentesco para
XQDGHODVPLQRUtDVVRFLDOHVPiVLQÁX\HQWHV\DOPLVPRWLHPSRSHU-
seguidas, en la España del siglo XVII: los portugueses, siempre en el
punto de mira de la Inquisición pues sobre ellos pesa la sospecha de
ser cristianos nuevos. Como nos muestra Juan Ignacio Pulido, para
los portugueses que migran a Castilla, las alianzas matrimoniales que
crean se convierten en un elemento clave, bien porque por medio de
una fuerte endogamia social un importante sector de ellos –con ma-
yor incidencia entre los cristianos nuevos- logra mantener sus rasgos
identitarios y la cohesión interna del grupo; bien porque por medio
de una marcada exogamia otro nutrido sector intenta lograr la asimi-
lación total en la sociedad de acogida. Seis interesantes trabajos, seis
visiones distintas que denotan la importancia del análisis de redes
para la comprensión de las sociedades pretéritas.
Caso semejante ocurre con los estudios relacionados o centrados en
las elites de poder. Al igual que sucede con lo dicho anteriormente
en el caso de los estudios sobre familia, el de las elites de poder es
una de las temáticas que, como señalaba hace ya algún tiempo el
profesor García Cárcel18PiVSURGXFFLyQKLVWRULRJUiÀFDKDSURGX-
cido en los últimos años. No es ninguna casualidad que, en el caso
de la historiografía española, el aumento del interés por las elites de
poder -y en especial por el de éstas a nivel local19- y por la familia
18 GARCÍA CÁRCEL, R., “Presente y futuro de la investigación sobre las elites en la Catalu-
ña del Antiguo Régimen”, Bulletin Hispanique, 97-1, 1995, pp. 385-396; una opinión también
compartida por el profesor Francisco Chacón: CHACÓN JIMÉNEZ, F., “Población, familia
\UHODFLRQHVGHSRGHU1RWDV\UHÁH[LRQHVVREUHODRUJDQL]DFLyQVRFLDOKLVSiQLFDFLUFDVLJOR
XV-circa siglo XVII”, en M. Rodríguez Cancho (coord.), Historia y perspectivas de investigación.
Estudios en memoria del profesor Ángel Rodríguez Sánchez, Mérida, 2002, pp. 85-95.
19 Un listado no exhaustivo de los muchos trabajos dedicados a las oligarquía y elites locales
en la España moderna en MOLINA PUCHE, S., “Más allá del concejo. Sobre elites locales a
través del ejemplo del corregimiento de Chinchilla en el siglo XVII”, Revista Historia Social y
de las Mentalidades, 11-2, 2007, pp. 7-27; y SORIA MESA, E., “Los estudios sobre las oligarquías
municipales en la Castilla moderna. Un balance en claroscuro”, Manuscrits, 18, 2000, pp. 187-
195.

18 Sebastián Molina Puche, Antonio Irigoyen López


hayan corrido parejos, al igual que ocurre con el nombre de nuestro
seminario: no debe extrañarnos porque no se puede desligar el con-
cepto “elite” de familia, pues hacerlo sería tanto como vaciarlo de
contenido. En efecto, como es bien conocido, los numerosos trabajos
sobre elites aparecidos en los últimos años en España son el resulta-
do, en buena parte, de un “proceso evolutivo” que, partiendo de la
llamada historia social de las instituciones, ha llegado hasta la actual
historia de las familias dominantes o familias de poder20. En este “proce-
VRµTXHKDVLJQLÀFDGRHOSDVRGHOHVWXGLRGHODVROLJDUTXtDV²HVGH-
cir, de aquellos segmentos sociales que ocupaban las instituciones
de poder- al del estudio de las elites –o lo que es lo mismo, familias
que disponen de capacidad de mando y distinción-, ha tenido un
HQRUPHSHVRHLQÁXHQFLDODKLVWRULDVRFLDOGHODIDPLOLD'HKHFKR
no cabe duda que ha sido ésta la que ha permitido explicar no sólo
cuáles son los rasgos y elementos distintivos de toda elite (unos
rasgos que no se reducen a la pertenencia a una institución o a un
estamento, pues son muchos, y muy variados los elementos que los
componen21), sino que también, y lo que tal vez sea más importante,
dar las claves explicativas de cómo conseguían estas familias domi-
nantes mantener y perpetuar en su seno esos elementos distintivos,
DÀQGHORJUDUVXFRQWLQXLGDGHQODFLPDGHODSLUiPLGHVRFLDO22. De
manera que, sin lugar a dudas, este proceso que ha supuesto el paso
del estudio de las oligarquías al de las elites o familias de poder, que
va mucho más allá de un simple cambio terminológico, ha permi-

20 HERNÁNDEZ FRANCO, J. y MOLINA PUCHE, S., “Mantenerse arriba. Las familias do-
minantes en la Castilla moderna”, en F. Chacón Jiménez y J. Hernández Franco (edit.), Espa-
cios sociales…, pp. 219-249.
21 Algo que ya contemplaba originalmente el autor que “introdujo” el término en la historio-
grafía española, José Antonio Maravall: MARAVALL, J. M., Poder, honor y elites en la España del
siglo XVII, Madrid, 1979. Con posterioridad esta multiplicidad de variables a tener en cuenta
en lo referente al poder y distinción de las elites ha sido revisado por autores como BURGOS
ESTEBAN, F. M., Los lazos del poder. Obligaciones y parentescos en una elite local castellana en los
siglos XVI y XVII, Valladolid, 1994; SILVEIRA SOUSA, P., “As elites açorianas e os espaços po-
líticos locais na segunda metade do século XIX: algumas notas sobre os concelhos do Distrito
de Angra”, Estudos Autárquicos, 6-7, 1996, pp. 243-290; y MOLINA PUCHE, S., “Elite local:
análisis…”.
22 HERNÁNDEZ FRANCO, J., “Consolidación y continuidad de las oligarquías castellanas
(siglos XVII-XVIII), en F. Chacón Jiménez y N. G. Monteiro (coord.), Poder y movilidad social:
cortesanos, religiosos y oligarquías en la península Ibérica (siglos XV- XIX), Madrid, 2006, pp. 215-
246.

De familias, redes y elites de poder: una introducción crítica 19


tido una mejor comprensión de la organización social del Antiguo
Régimen. De ahí que, pese a la mucha literatura producida, la de las
elites siga siendo una de las temáticas “estrella” en la historiografía
modernista actual, y siga siendo mucho lo que todavía le quede por
aportar, como puede observarse en los ocho trabajos que aparecen
en esta obra. El trabajo con el que abrimos este bloque, el de la pro-
fesora Marta Elena Casaús, es buen ejemplo de ello, pues se trata
GHXQDGHODVPXHVWUDVPiVJUiÀFDVGHFyPRXQDQiOLVLVGHWLHPSR
largo puede permitirnos observar cuáles han sido las vías y estrate-
gias que han permitido a una elite de poder perpetuarse en la cima
de la sociedad (en este caso, centroamericana) a lo largo de cuatro
siglos. Siguiendo en el ámbito americano, el artículo de Michel Ber-
trand nos muestra cómo la corona española logró alcanzar un sabio
equilibrio entre intereses familiares e intereses estatales, entre elites
ORFDOHV\SRGHUFHQWUDODÀQGHTXHVHPDQWXYLHUDVXDXWRULGDGHQ
un amplio y muy lejano espacio colonial no siempre dispuesto a ha-
cer acatar las órdenes llegadas de Madrid. Por su parte, el trabajo de
Mafalda Soares da Cunha, centrado también en las sociedades colo-
QLDOHVDQDOL]DODLQÁXHQFLDHLPSRUWDQFLDTXHWXYRSDUDODVIDPLOLDV
de la primera nobleza portuguesa prestar servicios a la corona en las
posesiones imperiales: servir al rey en Brasil, Angola o Macao suele
suponer un importante espaldarazo para muchas familias en proce-
so de promoción social, pero implica una serie de riesgos que lleva
a que muchos padres que han medrado en la guerra, busquen para
VXVKLMRVRÀFLRVPHQRVDUULHVJDGRVDÀQGHTXHHODVFHQVRVRFLDOQR
se vea truncado por falta de descendientes varones. El resto de tra-
bajos se centran en el ámbito hispánico, y sirven de contrapunto a
los tres primeros. Jorge Ortuño Molina analiza el caso de una fami-
lia (los Pacheco, marqueses de Villena) que, aunque a mediados del
siglo XV forma parte de la más elevada y poderosa aristocracia cas-
tellana, todavía se esfuerza en intentar ocultar unos orígenes mucho
menos gloriosos. También está centrado en esa compleja etapa his-
tórica que es el tránsito entre la Edad Media y la Edad Moderna el
interesante trabajo de Raquel Sánchez Ibáñez, que analiza el difícil
mantenimiento en el poder de ciertas familias guipuzcoanas que
se ven implicadas en enfrentamientos banderizos. Alfonso Gil Soto

20 Sebastián Molina Puche, Antonio Irigoyen López


y José Azorín Abellán analizan las estrategias de reproducción so-
cial de sendas elites locales castellanas que, pese a encontrarse muy
alejadas entre sí (Extremadura y el Norte del Reino de Murcia), de-
muestran ser –haciendo honor al título de la obra-, muy parecidas, y
basadas principalmente en la atención a la elección del cónyuge y a
la puesta en práctica de ciertas tácticas y estrategias en el momento
de la transmisión intergenacional del patrimonio, un momento en
el cual tiene una especial relevancia una “herramienta”, el mayoraz-
go, que se convierte en el elemento central del análisis del último de
los trabajos recogidos en este libro, el de Manuel Pérez García.
En síntesis, se trata ésta de una obra en la que se pretende mostrar
las nuevas perspectivas de investigación que se abren para la histo-
ria de la familia a través de dos conceptos clave como son las redes
de relación social y el análisis de las elites de poder. Fijar nuestra
atención en ambos elementos responde al convencimiento de que
por medio de ellos se puede conocer y explicar las relaciones entre
sectores de poder y organización social, totalmente impregnada de
vínculos y lazos de dependencia atravesados por los intereses y las
estrategias familiares.
En suma, con esta nueva aportación, el Seminario Familia y Elite
de poder pretende continuar el camino iniciado ya hace veinticinco
años, que no es otro que cumplir con el objetivo de intentar renovar
los estudios sobre Historia de la Familia, y convertirse en un espa-
cio para la exposición y discusión de nuevas teorías, de nuevas for-
mas de análisis y de nuevas propuestas de investigación. Creemos
ÀUPHPHQWH HQ ODV SRVLELOLGDGHV DQDOtWLFDV TXH RIUHFH HO FRQFHSWR
familia; somos conscientes de que se trata de un concepto dema-
siado amplio23 pero, sabiendo las múltiples realidades que puede
encerrar, nos basta para privilegiar la fuerza que tenía el parentesco
en la sociedad tradicional pues la familia era la célula básica de la
organización social24. Una organización social la del Antiguo Régi-
men que era jerárquica y desigual pero también viva y dinámica
ya que se hallaba recorrida por relaciones sociales de todo tipo que
23 MARTÍNEZ LÓPEZ, D., Tierra, herencia y matrimonio, Jaén, 1996, pp. 24-27.
24 CHACÓN JIMÉNEZ, F., “La familia en España: una historia por hacer” en J. Casey, F. Cha-
cón et al., La familia en la España mediterránea: siglos XV-XIX, Barcelona, 1986, p. 14.

De familias, redes y elites de poder: una introducción crítica 21


condicionaban y, al mismo tiempo, garantizaban su existencia. O, al
menos, eso era lo que los grupos sociales dominantes querían pen-
sar. De ahí que nos interese tanto estudiar las permanencias sociales
como también, incluso más, el cambio social.

22 Sebastián Molina Puche, Antonio Irigoyen López


BLOQUE 1

SOBRE REDES DE
RELACIÓN SOCIAL:
EL VALOR DE LA ALIANZA
Histoire sociale et
formalisation
statistique
Maurizio GribaudI
LDH-EHESS, París

L’histoire sociale des trente dernières années, s’est largement dévelop-


pée dans les sillons tracés par les comptages statistiques du siècle pré-
FpGHQW3RXUOHVFRQWUDVWHURXSRXUOHVUHSUHQGUHSRXUOHVPRGLÀHURX
SRXUOHVVSpFLÀHU0DLVWRXMRXUVjO·LQWpULHXUG·XQFDGUHIRUPpSDUGHV
YLVLRQVWRXWHVULYpHVjODTXrWHGHFRKpUHQFHVHWG·KRPRJpQpLWpVGHORQ-
gue durée.
Nous avons tous longuement discuté sur la nature de ces repré-
VHQWDWLRQVTXLVHIRUPHQWHWVHVWDELOLVHQWVXUWRXWjSDUWLUGHODÀQ
du XIXe siècle1 (W QRXV VDYRQV PDLQWHQDQW JUkFH j O·LPSRUWDQWH
PDVVHGHWUDYDX[GpGLpVjFHVWKqPHVMXVTX·jTXHOSRLQWGHUULqUH
les savantes séries de chiffres accumulées depuis deux siècles, se
nichent les peurs, les hantises et les espoirs de leurs producteurs.
/D SOXSDUW GHV KLVWRULHQV RQW DLQVL SULV FRQVFLHQFH GH OD GLIÀFXOWp
GHVDLVLUODQDWXUHFRPSOH[HG·XQHVRFLpWpjWUDYHUVGHWHOOHVVpULHV
de chiffres. Mais, cette lucidité ne semble pas pour autant les avoir
poussés jusqu’au remaniement critique des nombreuses grilles in-

1 Les travaux sur ces thèmes sont plus que nombreux. Je citerai uniquement ceux qui me
VHPEOHQWDYRLUOHSOXVFRQWULEXpGHPDQLqUHRULJLQHOOHjO·pWXGHGHFHVTXHVWLRQV&I'(652-
SIÈRES, Alain, La politique des grands nombres- histoire de la raison statistique, Paris, 1993 ; de
PORTER, Theodore, The Rise of Statistical Thinking, 1820-1900, Princeton, 1986, et aussi, Trust
in Numbers: The Pursuit of Objectivity in Science and Public Life, Princeton, 1995 ; BRIAN, Eric,
/D0HVXUHGHO·eWDW$GPLQLVWUDWHXUVHWJpRPqWUHVDX;9,,,e siècle, Paris, 1994; PATRIARCA, Sil-
vana, Numbers and Nationhood - Writing Statistics in Nineteenth-Century Italy, New York, 1996;
BLUM, Alain et GRIBAUDI, Maurizio, «Des catégories aux liens individuels : l’analyse statis-
tique de l’espace social », Annales E.S.C., n° 6, 1990 ainsi que « Les déclarations professionnel-
les. Pratiques, inscriptions, sources » Annales E.S.C., n° 4, 1993.

Histoire sociale et formalisation statistique 25


terprétatives fondées sur une vision comptable de l’évolution his-
torique.
&HUWHVOHVPLQXWLHXVHVIRXLOOHVPHQpHVj SOXVLHXUV HQGURLWV HW QL-
veaux des sociétés modernes et contemporaines tout au long des an-
QpHV·HW·RQWVHQVLEOHPHQWFRPSOH[LÀpOHVSRUWUDLWVWUDGLWLRQ-
nellement rendus. Pour l’historiographie française, par exemple, en
sont le témoignage heureux les synthèses récemment opérées sur
l’histoire industrielle, sociale et paysanne du XIXe siècle2. Cepen-
dant, malgré ces avancées, nos manières de penser l’évolution de
ce siècle, restent fondamentalement arrimées aux scansions suggé-
rées et corroborées par les mesures et les catégories des anciennes
statistiques. Ainsi, le XIXe siècle reste presque inévitablement une
période de transition, laps de temps où s’épuisent les indicateurs de
l’Ancien Régime et montent les chiffres des forces industrielles et
des administrations de la France contemporaine.
Le problème n’est pas dans la déformation du réel opérée par les cadra-
ges idéologiques d’une catégorie donnée. Certes celle-ci reste le calque
plus important qui pèse dans la construction de toute source statistique.
(QWDQWTXHWHOOHHOOHVHVLWXHGDQVXQFRQWH[WHELHQGpÀQLTXLQRXVGp-
YRLOHGqVOHGpSDUWODQDWXUHVSpFLÀTXHGHVRQUHJDUGGHVRQDPELJXwWp
0DLVODGLIÀFXOWpUHVWHODVpULHOHÀQDOLVPHLPSOLFLWHpWDEOLDYHFO·LQWUR-
duction massive du jargon statistique dans les sciences sociales, entre
de suites ordonnées d’observations chiffrées. En fait, l’idée de pouvoir
XWLOLVHUVDQVSUREOqPHXQHPrPHFDWpJRULHSRXUUpXQLUHWFRPSDUHUGHV
ensembles d’observations opérées sur l’espace social dans des lieux et
jGHVPRPHQWVGLIIpUHQWVHVWORLQG·rWUHpYLGHQWH6LHOOHQRXVDSSDUDvW
FRPPHWHOOHF·HVWVHXOHPHQWSDUFHTX·HOOHV·HVWLPSRVpHjWUDYHUVGHV
SURFHVVXVVRFLDX[TXLUHVWHQWHQFRUHjpFODLUFLU
6DQVSUpWHQGUHGRQQHUGHVUpSRQVHVjFHVTXHVWLRQVFRPSOH[HVMH
WHQWHUDLGDQVODSUHPLqUHSDUWLHGHPRQWUHUFRPPHQWVHFRQÀJX-
rent très concrètement les biais d’une lecture fondée sur la mise en

2 Cf. notamment, pour l’histoire sociale, CHARLES, Christophe, Histoire sociale de la France
au XIXe siècle, Paris, 1991, pour l’histoire du monde paysan, MAYAUD, Jean-Luc, La petite
exploitation rurale triomphante, France XIXe siècle, Paris, 2000 et pour l’histoire de l’industrie,
WORONOFF, Denis, +LVWRLUHGHO·LQGXVWULHHQ)UDQFH²GX;9,e siècle à nos jours, Paris, 1994.

26 Maurizio Gribaudi
série statistique d’une base de données quantitatives. Dans une se-
conde partie, je démontrerai comment, en déplaçant l’accent sur les
articulations internes aux données nominatives, il est possible de
SDUYHQLUjXQHDQDO\VHTXLUHVWLWXHXQHLPDJHPRLQVULJLGHGHVSKp-
nomènes sociaux.

Fréquence et durée : la construction d’un phénomène


Les biais induits par une lecture sérielle des données statistiques
apparaissent de manière particulièrement claire dans le cas des dis-
tributions des activités professionnelles. Depuis toujours, on tente
de mesurer les changements dans la structure du marché du travail
en analysant la progression et la croissance, au cours du temps, de
grandes masses de renseignements nominatifs, agrégés et organisés
G·DSUqVOHVPrPHVFDWpJRULHV
L’image typique, et qui semble totalement naturelle, est celle de l’évo-
lution de groupes d’activités. Les catégories d’agrégation peuvent
changer mais les techniques utilisées pour former et comparer les
JURXSHVUHVWHQWOHVPrPHV3DUH[HPSOHHQDGRSWDQWOHVFDWpJRULHV
du recensement de 1896, nous pourrions penser que les trois groupes

Histoire sociale et formalisation statistique 27


A, B et C réuniraient respectivement les activités agricoles, de l’arti-
sanat et du commerce. Cela nous induirait, presque inévitablement,
jOLUHHWjSHQVHUQRVGRQQpHVjWUDYHUVO·LPDJHG·XQHPrPHVWUXFWXUH
qui évolue au cours du temps. Nous dirions ainsi que le groupe A
diminue progressivement en faveur des groupes C et surtout B.
2UO·LPSUHVVLRQQDWXUHOOHUHVVHQWLHjXQHWHOOHOHFWXUHQRXVDPqQH
jIDLUHO·LPSDVVHVXUOHVQRPEUHXVHVRSpUDWLRQVLPSOLTXpHVSDUPL
lesquelles deux, au moins, posent d’évidents problèmes. La premiè-
UHHVWTX·HQDJUpJHDQWDYHFOHVPrPHVFDWpJRULHVGHVREVHUYDWLRQV
FRUUHVSRQGDQW j GLIIpUHQWV PRPHQWV WHPSRUHOV QRXV DVVXPRQV
implicitement leur pertinence pour saisir et décrire des espaces
SURIHVVLRQQHOVjGHVPRPHQWVVRXYHQWWUqVpORLJQpHV&RPPHVLOH
marché du travail de la France du Premier Empire était structuré
GHODPrPHPDQLqUHTXHFHOXLGHOD0RQDUFKLHGH-XLOOHWRXGHOD
7URLVLqPH 5pSXEOLTXH ,O \ D GRQF Oj XQ SUREOqPH pYLGHQW G·DQD-
FKURQLVPHTXLLQGXLWODSURMHFWLRQG·XQHPrPHIRUPHGHOHFWXUHVXU
une série d’observations temporelles théoriquement différentes. La

28 Maurizio Gribaudi
deuxième opération qui pose problème est fondée sur les modalités
PrPHVGHO·DJUpJDWLRQ&DUHWFHODDpWpVRXOLJQpjPDLQWHVUHSULVHV
O·H[LJHQFHGHV\QWKqVHHWGHVLPSOLÀFDWLRQUHYHQGLTXpHSDUODVWD-
tistique descriptive fait que dans chaque groupe sont agrégées des
activités dont la cohérence est moins fondée sur des proximités ex-
primées par les pratiques professionnelles réelles que par le regard
de l’administrateur ou du chercheur.
 &HWWH GpPDUFKH DSSDUDvW FRPPH SDUWLFXOLqUHPHQW SUREOpPDWLTXHV
dans les analyses des mobilités professionnelles intergénérationnel-
OHV&HVDQDO\VHVIRFDOLVpHVVXUOHVÁX[REVHUYpVDXFRXUVGXWHPSV
entre les différentes catégories par les changements observés entre les
SURIHVVLRQVGHVÀOVSDUUDSSRUWjFHOOHVGHVSqUHVRQWpWppJDOHPHQW
naturalisées dans le sens commun de nos sociétés. Pourtant, davan-
tage que dans le premier cas, les mesures semblent dépendre presque
uniquement des opérations d’agrégation des données nominatives.
Ainsi, en reprenant les catégories du recensement de 1896, nous re-
groupons dans les « activités agricoles » les dénominations profes-
sionnelles de journalier, agriculteur, laboureur, et vigneron ou dans les
« activités artisanales » les dénominations de charron, tisserand, meu-
nier, serrurier, et chaudronnier, et ainsi de suite. Ces opérations peuvent
DSSDUDvWUHDQRGLQHV0DLVHOOHVLPSOLTXHQWG·XQHSDUWO·DVVLPLODWLRQ
de gammes de pratiques et d’expériences professionnelles dont la co-
KpUHQFH HVW ORLQ G·rWUH pYLGHQWH HW G·DXWUH SDUW OD SHUWH WRWDOH GHV
UHQVHLJQHPHQWVVXUOHVDUWLFXODWLRQVUpHOOHPHQWRXYHUWHVjO·LQWpULHXU
de l’espace professionnelle par les pratiques individuelles.
&HVELDLVGHYLHQQHQWHQFRUHSOXVpYLGHQWVVLQRXVUHSUpVHQWRQVOHVPr-
mes articulations sous forme de graphe en reliant chaque profession
GpFODUpHSDUXQSqUHDYHFFHOOHGpFODUpHSDUVRQÀOV$O·HQFRQWUHGHV
représentations traditionnelles de la statistique descriptive, cette forme
GHUHSUpVHQWDWLRQLOOXVWUHVXUWRXWOHVDUWLFXODWLRQVLQWHUQHVjXQHEDVH
GHGRQQpHV/HPrPHHVSDFHSURIHVVLRQQHOTXLQRXVDSSDUDLVVDLWVWUXF-
turé en trois seuls groupes compacts, révèle ici des structures beaucoup
plus complexes. Des activités comme celle de journalier, de tisserand,
meunier ou marchand, se posent comme le point de liaison entre des
zones différentes d’activité professionnelle. Ainsi, par exemple, il est

Histoire sociale et formalisation statistique 29


clair que l’activité de journalierHVWHQPrPHWHPSVIRUWHPHQWOLpHjGHV
SUDWLTXHV DUWLVDQDOHV HW RXYULqUHV TX·j G·DXWUHV SURIHVVLRQV LQVFULWHV
dans le seul horizon agricole.
1RXVSRXYRQVIDLUHODPrPHUHPDUTXHSRXUG·DXWUHVDFWLYLWpVTXL
apparaissent comme des nœuds d’articulation et de mobilité entre
différentes pratiques professionnelles. L’image est donc plus claire
HWÀQHGDQVVDGpÀQLWLRQGHFHOOHUHVWLWXpHSDUODGpPDUFKHFODVVL-
TXH(OOHQRXVDSSDUDvWDXVVLFRPPH0rPHVLGDQVFHFDVDXVVL
surgissent des nombreux biais dans la traduction de l’ensemble des
UHQVHLJQHPHQWVQRPLQDWLIVVRXVODIRUPHGHJUDSKHO·LQWpUrWGHFHW-
te approche est qu’elle permet de renverser l’optique des représen-
tations traditionnelles, fondées sur une image de phénomène qui
privilégie uniquement la fréquence et la stabilité.

Les articulations d’une société en mouvement


6L QRXV UHWHQRQV XQH WHOOH RSWLTXH HQ O·DSSOLTXDQW j XQH EDVH GH
données quantitativement importante, nous pouvons constater

30 Maurizio Gribaudi
qu’en réalité tout espace professionnel est structuré par des articu-
lations analogues. Dans ce graphe, j’ai reporté les liens tracés entre
OHVSURIHVVLRQVG·XQJURXSHGHSqUHVHWGHOHXUVÀOVSRXUODSpULRGH
1805-18253. Comme on peut le constater, les formes émergeantes
PHWWHQWHQYDOHXUOHVPrPHVDVSHFWV&KDTXHDFWLYLWpHVWGpÀQLVVD-
EOHXQLTXHPHQWjSDUWLUGHVIRUPHVFRQFUqWHVGHVHVDUWLFXODWLRQV
Ainsi, par exemple, les nombreuses activités agricoles qui occupent
une des zones centrales du graphe sont marquées par des relations
ouvertes, d’une part, avec un espace ouvrier et artisan, d’autre part,
avec le monde de l’armée et des métiers techniques.

6LRQYRXODLWLOOXVWUHUGHPDQLqUHV\QWKpWLTXHODVWUDWLÀFDWLRQSUR-
fessionnelle pour cette période en se fondant sur ces données, celle-

3 Ces données et celles qui suivent sont extraites d’un échantillon de 46 000 actes de maria-
JHVUpFROWpVVXUWRXWHOD)UDQFHGDQVOHFDGUHGHO·HQTXrWHGLULJpHSDU-DFTXHV'XSkTXLHUVXU
les généalogies descendantes de 3000 familles entre 1802 et 1990. Pour une description de
O·HQTXrWHFI'83Ç48,(5-DFTXHVHW.(66/(5'HQLV©/DVRFLpWpIUDQoDLVHDX;,;e siècle,
Tradition, transition, transformations », in Population, 3, 1994. Pour faciliter la lecture, j’ai
retenu les liens engendrés autour des déclarations professionnelles qui structurent les articu-
lations centrales du corpus : employé, ingénieur, instituteur, marchand, négociant, notaire,
RIÀFLpSURSULpWDLUH-·DLHQVXLWHUHWHQXWRXWHVOHVGpFODUDWLRQVUHOLpHVjFHVGpFODUDWLRQV HQ
position de départ comme d’arrivée) ainsi que tous les liens (de chemin deux, d’arrivée et de
GpSDUW UHOLpHVjFHVQRXYHOOHVGpFODUDWLRQV

Histoire sociale et formalisation statistique 31


ci ne serait donc sans doute pas fondée sur des catégories bien étan-
FKHVHWYHUWLFDOHPHQWGpSOR\pHV0DLVHOOHFRUUHVSRQGUDLWSOXW{Wj
O·LPDJHG·XQHFRQÀJXUDWLRQG·DFWLYLWpVRUJDQLVpHVSDUGHVDUWLFXOD-
tions locales, souvent en tension entre elles :

,FLM·DLPLVHQYDOHXUVXUODPrPHÀJXUHOHV]RQHVPDUTXpHVSDU
des connexions qui explicitent des cohérences particulières. On voit
ainsi que l’espace professionnel est réellement structuré par la pré-
VHQFHGH]RQHVjO·LQWpULHXUGHVTXHOOHVGHVPrPHVSURIHVVLRQVDUWL-
culent des cohérences et des perspectives sociales très différentes.
Dans la partie supérieure du graphe nous avons une auréole d’acti-
YLWpVSURSUHVjO·pOLWHGHO·pSRTXH4, tandis qu’au centre se remarque
une zone structurée par les liens ouverts entre des activités agri-
coles, artisanales et ouvrières5. Cette zone est clairement écartelée
entre deux formes d’articulations dans lesquelles s’inscrivent des
expériences sociales et professionnelles analogues quant au statut et
aux ressources économiques, mais différentes par les perspectives
de mobilité professionnelle et sociale qu’elles offrent : d’une part,
sur la gauche, des activités ouvrières et artisanes s’articulent fonda-
4 Soulignées par un trait bleu.
5 Soulignées respectivement en vert, noir, et rouge.

32 Maurizio Gribaudi
mentalement avec celles du commerce6 ; d’autre part, sur la droite
du graphe, des métiers ouvriers et artisanaux montrent des liens
forts avec le monde de l’armée. Ces tensions et ces écartements ne
sauraient nous étonner. Les actes auxquels elles se réfèrent ont été
enregistrés au cours du Premier Empire, période marquée, dans l’ho-
rizon d’un grand nombre d’individus et de familles, par l’ouverture
de perspectives de mobilité tracées dans le corps de l’armée. Mais
HOOHDVLJQLÀpDXVVLSRXUGHVDXWUHVIDPLOOHVPRGHVWHVO·HQWUHSULVH
d’une gamme croissante d’activités de fabrication et de négoce.
En nous positionnant sur les angles morts des représentations sta-
WLVWLTXHV QRXV GpFRXYURQV GHV LPDJHV j OD IRLV SOXV FRQWUDVWpHV HW
plus précises de celles traditionnellement proposées. Certes, comme
SRXU WRXWH GHVFULSWLRQ VWDWLVWLTXH OH VWDWXW GH FHV ÀJXUHV HVW SOXV
qu’incertain. Reste qu’elles restituent des images extraordinairement
proches de la complexité de pratiques professionnelles souvent évo-
quée dans la littérature romanesque de l’époque mais très largement
occultée par les démarches statistiques traditionnelles. Car, il est évi-
GHQWTX·XQHPrPHDFWLYLWpSURIHVVLRQQHOOHHVWLQVFULWHGDQVGHV]RQHV
VRFLDOHVTXLOXLFRQIqUHQWXQHYDOHXUHWXQHYLVLELOLWpELHQVSpFLÀTXHV
3DUH[HPSOHDXFRXUVGHODSpULRGHGHjGXJUDSKLTXHXQH
activité comme celle de cordonnier s’inscrit dans un espace totalement
DJULFROHPDLVHOOHSHXWrWUHDXVVLGLUHFWHPHQWUHOLpHjGHVSUDWLTXHVHW
jGHVSHUVSHFWLYHVSOXVIRUWHPHQWPDUTXpHVSDUOHFRPPHUFHHWOHQp-
JRFHRXHQFRUHjGHVH[SpULHQFHVVRFLDOHVTXLSHUoRLYHQWDWWHLJQHQW
et pratiquent uniquement les ressources ouvrières et artisanales.
A l’examen des formes locales des graphes, nous avons pu remarquer
que leur polarité n’est pas uniquement donnée par une seule et unique
opposition entre zones supérieures et zones inférieures du marché du
travail. Mais qu’elle est plutôt le produit des différentes gammes de
WHQVLRQV H[SULPpHV j WUDYHUV OHV IRUPHV G·DUWLFXODWLRQ HW GH PRELOLWp
professionnelles qui segmentent de l’intérieur le marché du travail.
Et, d’après la série des graphes, nous remarquons que ces formes et
ces tensions marquent l’espace professionnel considéré sur l’ensem-
EOHGXVLqFOHWRXWHQpYROXDQWHWHQVHPRGLÀDQWVHQVLEOHPHQW2QOH

6 Soulignées par un trait jaune.

Histoire sociale et formalisation statistique 33


voit clairement dans la série des 16 graphes ci après qui correspondent
aux observations relevés pour les périodes successives. Nous notons
OjXQHpYLGHQWHFRQWLQXLWpPRUSKRORJLTXHSXLVTXHOHVVWUXFWXUHVTXL

34 Maurizio Gribaudi
caractérisent chacun des graphes sont très proches et clairement en-
gendrées par celles qui les précèdent. Nous voyons aussi qu’elles évo-
luent constamment au cours du temps, et une comparaison entre deux
moments éloignés montre des remarquables différences.
Penchons nous brièvement sur la dynamique interne de cette évolution.
Elle se fait par un rythme presque respiratoire, déployé sur deux mouve-
ments amples et étalés sur le siècle
Le premier mouvement s’étend sur la première moitié du siècle et at-
teint son point culminant sous la Monarchie de Juillet. Au cours de
cette phase, les deux zones observées pour le début du siècle s’accrois-
VHQWVHQVLEOHPHQWWRXWHQVSpFLÀDQWGDYDQWDJHOHXUVWUDLWVHWHQSDUYH-
QDQWjFRQVWLWXHUGHVDUWLFXODWLRQVEHDXFRXSSOXVVLJQLÀFDWLYHVDYHFGH
nombreuses activités des élites. Ce mouvement est donc marqué par
une dynamique réelle de mobilité professionnelle et sociale : les liens
seulement ébauchés sous le Premier Empire et la Restauration se mul-
tiplient et dominent ainsi une grande partie du graphe, en constituant
deux pôles importants d’échange et d’investissement professionnels.
/DÀJXUHODKXLWLqPHGHODVpULHHVWFODLUH'·XQHSDUWOHVDFWLYLWpVGH
commerce qui s’articulaient, au début du siècle presque uniquement
entre des activités artisanales et ouvrières, montrent ici des liens avec

Histoire sociale et formalisation statistique 35


des professions et des positions sociales jadis inaccessibles comme
celles d’avocat, de médecin ou d’architecte, ainsi que des proximités
tout aussi fortes avec les négociants, les propriétaires, les rentiers, etc.
D’autre part, dans la zone opposée du graphe, se retrouvent les proxi-
mités observées entre les activités artisanales et ouvrières avec l’espace
de l’armée et de la fonction publique. Mais, dans ce cas aussi, les liens
VHVRQWPXOWLSOLpVWRXWHQVSpFLÀDQWXOWpULHXUHPHQWODQDWXUHGHOHXU
proximité professionnelle fondée alors autour des activités techniques
GXPpFDQLFLHQDXIDEULFDQWGXYpULÀFDWHXUDXFKLUXUJLHQGHO·RIÀFLHU
au chaudronnier, de l’instituteur au voiturier…).
Ce premier mouvement d’ouverture et de mobilité se bloque. Une rup-
ture se dessine dès la période 1845-1865 par une crispation de l’espace
SURIHVVLRQQHOVWUXFWXUpDXWRXUGHVDFWLYLWpVGHVpOLWHVTXLUHYLHQQHQWj
une tendance d’endogamie sociale, marquée par un réel assèchement
des passerelles de mobilité ouvertes sous la Monarchie de Juillet.

Cette rupture, presque une syncope dans l’évolution d’une pièce


musicale, s’accompagne par la naissance de nouvelles articulations
qui se dessinent, dès les années 1850, autour des activités du négoce,
et des petits emplois du public et du privé (cf. les articulations en haut
du graphe ci-dessous).

36 Maurizio Gribaudi
$SUqVODV\QFRSHGHODÀQGHOD0RQDUFKLHGH-XLOOHWGHQRXYHOOHV
perspectives professionnelles s’ouvrent au cours du Second Empire.
Mais les graphes restituent aussi l’image d’un espace professionnel
bloqué sous le tiraillement des fortes tensions contradictoires. Car,
au cours de cette période, l’évolution et la dynamique se concréti-
sent surtout par les développements divergents des différentes zo-
nes d’agrégation qui les composent.
1RXVSRXYRQVDLVpPHQWREVHUYHUFHSKpQRPqQHjWUDYHUVO·pYROXWLRQ
IRUPHOOHGHVÀJXUHVSRXUODSpULRGH ÀJXUHVjGHODVp-
ULH 0rPHV·LOQ·HVWSDVSRVVLEOHLFLGHV·DWWDUGHURXWUHPHVXUHVXUFHV
DVSHFWVLOVXIÀUDGHUHPDUTXHUTXHGDQVOHVGLIIpUHQWHV]RQHVGHVWUXF-
WXUDWLRQGXPDUFKpGXWUDYDLOWHQGHQWjVHUpGXLUHGHPDQLqUHVHQVLEOH
les possibilités de mobilité vers d’autres espaces professionnels. Ré-
duction qui produit un renforcement de la cohérence de chaque zone
HWO·LQWHQVLÀFDWLRQGHVRSSRVLWLRQVLQWHUQHVjODFRQÀJXUDWLRQJOREDOH
Ainsi nous voyons l’espace structuré par les professions agricoles
s’épurer des nombreux liens ouverts jadis avec les activités de l’ar-
tisanat ou du commerce, pour s’enfermer dans un univers presque
XQLTXHPHQW GRPLQp SDU OH ODEHXU GH OD WHUUH 'H PrPH j SDUWLU
des liens développés au cours de la Monarchie de Juillet entre les

Histoire sociale et formalisation statistique 37


activités artisanales, ouvrières et de la fonction publique, se décante
progressivement une forme plus compacte et réduite presque exclu-
sivement aux statuts artisans et ouvriers.
Dans ce processus le phénomène plus remarquable est sans doute
FHOXLGHO·HIÀORFKHPHQWHWODGLVSDULWLRQGHO·HVSDFHMDGLVVWUXFWXUp
par des liens forts entre marchands, artisans et ouvriers. Plus que
GLVSDUDvWUH FHW HVSDFH TXL FRQVWLWXDLW XQH SDVVHUHOOH LPSRUWDQWH
de mobilité professionnelle au cours de la Monarchie de Juillet, se
métamorphose. Car nombre de ses articulations centrales restent et
SDUWLFLSHQWjODVWUXFWXUDWLRQG·XQH]RQHIRUPpHjSDUWLUGHVDQQpHV
1855 autour du négoce, et des petits emplois du public et du privé.
Tout en étant engendrées par des pratiques anciennes, ces articula-
tions constituent la réelle nouveauté de la période ouverte par le Se-
conde Empire. Elles suggèrent non seulement la naissance et l’essor
d’une large gamme d’activités de bureau, mais elles nous parlent
aussi de leur découverte et de leur progressive colonisation par des
nombreuses familles d’artisans et de petits commerçants.
La continuité des formes que nous observons dans la série des sei-
ze graphes ne saura donc cacher les importantes transformations
connues par leurs articulations internes. Comme celles qui les pré-
FqGHQWOHVÀJXUHVREWHQXHVSRXUOHVGHUQLqUHVGpFHQQLHVGXVLqFOH
sont structurées par des oppositions analogues dessinées sur les
axes verticaux et horizontaux. Mais la nature des articulations inter-
QHVjFKDTXHFRQÀJXUDWLRQV·HVWGUDVWLTXHPHQWPRGLÀpH$XGpEXW
du siècle, pour de nombreuses familles artisanes et ouvrières, les
parcours de mobilité professionnelle envisageables se découpaient
dans l’horizon de l’armée et la gamme de petits emplois de la fonc-
tion publique qui lui sont connectés. Au cours du Second Empire,
et davantage encore sous la Troisième République, les emplois du
publique apparaissent surtout reliés aux administrations centrales
et réservées aux familles ancrées dans le monde du petit commerce
et de l’artisanat.
En fait, au cours de cette deuxième phase, les activités ouvrières
et artisanales montrent des articulations possibles presque uni-
TXHPHQWjO·LQWpULHXUG·XQSDUFRXUVG·HQGRJDPLHSURIHVVLRQQHOOH

38 Maurizio Gribaudi
Comme si ces liens illustraient la présence d’une vraie cohérence
ouvrière, d’un découpage de l’espace social marqué par des pra-
tiques qui ne peuvent envisager d’autres perspectives que celle de
OD UHSURGXFWLRQ GDQV OH PpWLHU (Q PrPH WHPSV LO HVW LQWpUHVVDQW
de remarquer que cette zone d’articulations artisanales et ouvriè-
res montre des liens qui la rapprochent des activités d’élite, mais
uniquement techniques et principalement agencées autour des liens
GHVRIÀFLHUVGHO·DUPpH
Les oppositions qui étarquent les zones inférieures des graphes au
cours des dernières décennies du XIXe siècle sont marquées par
deux modalités de nature totalement différente de s’inscrire dans
l’espace professionnel. D’une part, nous avons la zone structurée
par les liens entre activités ouvrières et artisanales, qui ouvre de ra-
res possibilités de mobilité vers des professions également fondées
sur le savoir technique et les compétences. D’autre part, nous avons
la zone des liens ouverts entre les petits commerçants, les artisans
et les emplois de la fonction publique, qui articule des passerelles
GHPRELOLWpIRQGpHVVXUGHVSUR[LPLWpVSOXVGLIÀFLOHVjGpÀQLUGDQV
OHXUVFRQWHQXVPDLVSHXYHQWrWUHLQWHUSUpWpHVFRPPHOHSURGXLWGH
proximités et d’ouvertures professionnelles favorisées par les for-
mes de relations directement nouées dans l’espace social.
A l’examen du graphe illustrant les dernières décennies du siècle,
FHWWHWHQVLRQQRXVDSSDUDvWGHPDQLqUHpYLGHQWH$LQVLM·DLPLVHQ
évidence ces deux zones particulières (A et B), pour graphe articulé
par les déclarations professionnelles de la période 1885-1905 :
,FLO·pFDUWHPHQWHVWQHW&RPPHVLOHXUVFRPSRVDQWHVV·pWDLHQWGpÀ-
nitivement décantées, les deux espaces apparaissent caractérisés par
des grappes de professions bien distinctes. Dans la zone A, dominent
les liens ouverts entre les professions de l’emploi (des secteurs pu-
blic7 et privés8) et dont on peut lire clairement les relations encore
ouvertes avec les activités de l’agriculture et, surtout, du petit com-
merce9. Dans la zone B, en revanche, les articulations rapprochent

7 Soulignées par un trait orange


8 Soulignées par un trait violet
9 Soulignées respectivement en vert et en jaune.

Histoire sociale et formalisation statistique 39


PDVVLYHPHQWGHVDFWLYLWpVDUWLVDQDOHVHWRXYULqUHVjKDXWHVSpFLÀFLWp
technique10. Entre ces deux zones, un espace de raccord rassemble
de nombreuses activités proches aux deux zones, mais qui apparais-
sent moins spécialisées et plus fortement enracinées dans un paysage
d’artisanat agricole.
Ce graphe montre donc la présence d’une vraie fracture ouverte dans
la structure du marché du travail de la France du XIXe siècle. D’une
part, une France enracinée dans le monde des campagnes mais dans
laquelle dominent les expériences du travail technique, celui des mé-
tiers ouvriers et, surtout, de l’artisanat spécialisé. Pour les individus
HWOHVIDPLOOHVTXLpYROXHQWjO·LQWpULHXUGHFHWHVSDFHOHVUDUHVSRVVL-
bilités de mobilités sont découpées dans cet unique horizon profes-
VLRQQHOHWGRQQHQWDFFqVjGHVSURIHVVLRQVWHFKQLTXHVFRPPHFHOOHV
G·LQJpQLHXUDUFKLWHFWHFKLUXUJLHQPDLVDXVVLjGHVDFWLYLWpVUHOLpHV
autours de l’armée. D’autre part, nous avons la France des petits
commerçants et artisans qui ont découvert et progressivement colo-
QLVpOHPRQGHGHVDGPLQLVWUDWLRQVORFDOHVHWFHQWUDOHVHQSDUYHQDQWj

10 Respectivement en noir et en rouge.

40 Maurizio Gribaudi
s’y enraciner stablement. Leurs formes de mobilités s’ouvrent vers la
haute administration, les professions libérales et le négoce.
Ces deux Frances s’opposent non seulement par les types de par-
cours professionnels qu’elles hébergent mais aussi par leurs moda-
lités de se greffer sur les zones plus riches du marché du travail.
Ainsi, les ressources importantes fournies par les professions de
l’Etat sont totalement accaparées par une partie relativement res-
treinte de l’espace social qui les contrôle de manière quasi exclusive.
Les tensions très fortes présentes, dans la France du vingtième siè-
cle et encore dans celle du début du vingt et unième siècle, entre sa-
lariés du secteur public et salariés des secteurs privés, s’enracinent
dans cette longue évolution.

Conclusion
Dans cet article j’ai montré les problèmes auxquels est confrontée
l’histoire sociale dans l’utilisation de pratiques statistiques nées et
développées dans le cadre des administrations centrales du XIXe
siècle. Fondées sur des procédures apparemment simples et ano-
dines, ces approches introduisent une série de modèles implicites
TXLWUDQVIRUPHQWOHVDUWLFXODWLRQVSUpVHQWHVjO·LQWpULHXUG·XQHEDVH
de données pour mettre en valeur, presque uniquement, les dimen-
sions de la stabilité et de la continuité des catégories retenues. En
P·DSSX\DQWVXUFHFRQVWDWM·DLSURSRVpXQHOHFWXUHSOXVDGKpUHQWHj
la nature des informations enregistrées sur les articulations internes
des bases de données professionnelles.
0rPHVLSOXVTXHVXFFLQFWHFHWWHOHFWXUHGHO·pYROXWLRQGHO·HVSDFH
professionnel français tout au long du XIXe VLqFOH PRQWUH O·LQWpUrW
d’une technique d’analyse de ce type11. Elle a permis de mettre en
OXPLqUHXQSD\VDJHWUqVFRQWUDVWpTXLVHPRGLÀHGHPDQLqUHSOXV

11 Personnellement j’aime utiliser l’analyse de graphes dans sa forme plus simple d’illustration
JUDSKLTXH 0DLV G·DXWUHV FKHUFKHXUV RQW SURSRVp G·DXWUHV WHFKQLTXHV WRXWHV DWWHQWLYHV j
O·DQDO\VHGHVIRUPHVVSpFLÀTXHVG·XQHEDVHGHGRQQpHVFRPPHOHPRQWUHQWQRWDPPHQWOHV
WUDYDX[GH1RHO%RQQHXLOHWGH3DXO$QGUp5RVHQWDOVXUOHVPrPHVEDVHVGHGRQQpHVPDLV
jSDUWLUGHVWKpRULHVPDWKpPDWLTXHVGHODYLDELOLWpFI%211(8,/1RHODQG526(17$/
Paul-André, «Changing social mobility in 19th century France», Historical Methods, Spring
32-2, 1999.

Histoire sociale et formalisation statistique 41


TXHVLJQLÀFDWLYHDXFRXUVGXWHPSV$XGpEXWGXVLqFOHOHVIRUPHV
GHVWUDWLÀFDWLRQHWGHPRELOLWpVRFLDOHVHPEOHQWVHVWUXFWXUHUDXWRXU
d’un contraste ouvert entre les activités découpées dans l’horizon
d’une paysannerie qui s’oriente vers les métiers de l’armée et de
l’artisanat, et, celle d’une paysannerie bien enracinée dans la terre
mais connectée aussi aux activités du commerce et de la fabrique. A
ODÀQGXVLqFOHOHVRSSRVLWLRQVGHIRQGVV·DUWLFXOHQWHQWUHOHVH[Sp-
riences professionnelles marquées par le sceau des métiers de l’Etat,
de l’artisanat et du petit commerce, et celles presque uniquement
découpées dans le cadre des métiers techniques et qui assurent les
rares possibilités de mobilité sociale pour les familles ouvrières.
Une telle lecture nous révèle donc les bouleversements qui ont tota-
lement transformé la structure plus intime de la société française en
l’espace d’un siècle. Mais elle permet aussi d’observer que le passage
HQWUHFHVGHX[H[WUrPHVVHIDLWSDUXQHG\QDPLTXHSDUWLFXOLqUHPHQW
LQWpUHVVDQWHTX·RQSRXUUDLWGpÀQLUG·pYROXWLRQGDQVODGLYHUVLÀFDWLRQ
GHVIRUPHV(QHIIHWPrPHVLOHVDUFKLWHFWXUHVIRUPHOOHVGHVJUDSKHV
se maintiennent et se reproduisent au cours de la période, nous avons
SXYRLUTXHODFRQÀJXUDWLRQHVWLQVWDEOH'HVFKDQJHPHQWVFRQWLQXV
se concrétisent dans les marges des activités professionnelles plus fré-
quentes. Si ces petits changements ont un impact uniquement local,
LOVLQGXLVHQWWRXVFHSHQGDQWODUpRUJDQLVDWLRQHWODPRGLÀFDWLRQGH
O·HQVHPEOHGHODFRQÀJXUDWLRQJOREDOHGXV\VWqPH
1RXVVRPPHVGRQFFRQIURQWpVjXQSKpQRPqQHGHGRXEOHGLVFRQ-
tinuité. D’une part, une discontinuité de type synchronique qui
V·DQFUHGDQVO·HVSDFHGDQVXQHPrPHVRFLpWpHWGDQVOHVPrPHV
espaces physiques, des pratiques qui apparaissent égales du point
de vue formel peuvent s’inscrire dans de formes d’expérience so-
ciale très différentes. D’autre part, une discontinuité de type dia-
chronique qui se déploie dans le temps: puisque chaque pratique
SURIHVVLRQQHOOHWURXYHVHVFRQWHQXVjSDUWLUGHVUHODWLRQVVSpFLÀ-
ques qu’elle entretient avec un large ensemble d’autres pratiques,
chaque changement ou altération dans un ou plusieurs éléments
GHFHWHQVHPEOHPRGLÀHQpFHVVDLUHPHQWVDQDWXUHHWVDVLJQLÀFD-
tion.

42 Maurizio Gribaudi
La nature de ces discontinuités semble particulièrement intéressante
pour l’histoire sociale. Elle permet de penser et saisir la distance qui
VHFUHXVHSURJUHVVLYHPHQWjFKDTXHLQVWDQWHQWUHOHVIRUPHVG·XQ
présent et celles de ses passés mais aussi de ses futurs proches ou
ORLQWDLQV(OOHQRXVLQYLWHDLQVLjUHIXVHUO·LPDJHG·pYROXWLRQXQLTXH
et nécessaire qui s’est introduite dans le sens commun, par les dé-
marches d’une statistique hantée dès sa naissance, par la nécessité
GHUHVWLWXHUFRKpUHQFHjGHVVRFLpWpV

Histoire sociale et formalisation statistique 43


Redes, grupos, clases.
Una perspectiva desde
el análisis relacional
José María Imízcoz Beunza
Universidad del País Vasco

En 1993 planteé una serie de propuestas metodológicas para reno-


var el análisis de los actores sociales y políticos en las sociedades
del Antiguo Régimen, a partir de las nuevas tendencias que comen-
zaban a despuntar en la historiografía internacional desde los años
19801. Partía de una crítica de las limitaciones de las categorías tradi-
FLRQDOHVGHDQiOLVLVVRFLDOGHVX´FRVLÀFDFLyQµ\SUHGHWHUPLQDFLyQ
para proponer un análisis relacional, que partiera de las relaciones
HIHFWLYDVHQWUHORVDFWRUHVVRFLDOHVSDUDFRQRFHUPHMRUVXVFRQÀJX-
raciones colectivas. Estas ideas fueron bien acogidas, pero también
KXERFUtWLFDV/DVPiVVLJQLÀFDWLYDVIXHURQODVGH0DXUR+HUQiQ-
dez, publicadas en dos trabajos de 1999 y 20012. El seminario or-
ganizado en 2003 en la Universidad de Murcia, al que corresponde
este artículo, sirvió para dialogar en torno a estas cuestiones.
En las críticas de Mauro Hernández hay varios elementos de fon-
do sobre los que me parece importante volver. La primera crítica
VHUHÀHUHDOSUHVXQWRDEDQGRQRGHORVJUXSRV\FODVHVHQIDYRUGH
las individualidades y a la supuesta sustitución de las “categorías
sociales” tradicionales, como los grupos o las clases, por otras como
1 IMÍZCOZ, J. M., “Actores sociales y redes de relaciones en las sociedades del Antiguo Ré-
gimen. Propuestas de análisis en Historia social y política”, en Actas del Congreso Internacio-
nal Historia a Debate, Santiago de Compostela (7-11 de julio de 1993), 1995, t. II, pp. 341-353.
2 HERNÁNDEZ, M., “Oligarquías: ¿con qué poder?”, en F. J. Aranda Pérez (coord.), Poderes
intermedios, poderes interpuestos: Sociedad y oligarquías en la España Moderna, Cuenca, Universi-
dad 1999, pp.15-48; HERNANDEZ, M., “Sobre familias, relaciones y estrategias familiares en
una élite ciudadana (Los regidores de Madrid, siglos XVI-XVIII)”, en F. Chacón Jiménez y J.
Hernández Franco (eds.), Familias, poderosos y oligarquías, Murcia, 2001, pp. 61-80.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 45


las redes: “Cuando se pretende como Imízcoz reemplazar con estas
“redes” (familias, clanes, linajes, clientelas) a las “categorías” (clases
o grupos sociales) aduciendo que éstas suponen visiones parciales,
GHÀQLFLRQHVRQWROyJLFDV\FULWHULRVSUHVHQWLVWDVPHWHPRTXHYDPRV
por mal camino”. “Porque, a poco que nos descuidemos, nos en-
contraremos, pese a las protestas del autor, con desestructuración y
vuelta a las simples individualidades”. “Aunque dice expresamente
que se trata de un enfoque complementario al uso de categorías”,
no se ve tal complementariedad, sino un mero desplazamiento3.
En un trabajo posterior, más extenso, pude desarrollar mejor algunas
de estas ideas, lo que me evita tener que retomarlas aquí4. Aún con
todo, en el texto de 1993 hay expresiones que pueden dar pie a malen-
tendidos y agradezco la oportunidad de poder precisarlas ahora. Mi
propuesta metodológica no busca desplazar a las “categorías sociales
de análisis”, sino superar sus limitaciones. Parte de una crítica de los
OtPLWHVTXHWUDGLFLRQDOPHQWHKDQFRPSRUWDGRODVFDWHJRUtDVFODVLÀFD-
torias, en particular de los problemas de predeterminación, segmen-
tación, separación de los diferentes y atribución de agencia histórica,
pero con la intención de que podamos construir categorías de análisis
más pertinentes. Para ello, proponía partir, en la investigación, de la
observación empírica de los hombres y mujeres en sus acciones, esto
es de los actores reales, contemplando las relaciones efectivas entre
ellos, con su pluralidad de contenidos, tanto las relaciones que les
YLQFXODQFRPRODVTXHOHVRSRQHQSDUDUHFRQVWUXLUVXVFRQÀJXUDFLR-
nes colectivas, siguiendo un método inductivo. Hablaremos de ello,
pero no creo que sea esto lo que plantea problemas.
El problema se centra en el determinismo con que se ha manejado
el concepto de clase social. Para Mauro Hernández, “el análisis a es-
cala macro tiene que seguir basándose en la noción de clase social”5.
“Este último nivel” (de clases sociales y fracciones de clase) le pare-
ce “imprescindible”: “la dinámica de la desigualdad, la explotación

3 HERNÁNDEZ, M., “Oligarquías: ¿con qué poder?...”, p. 30 y nota 32


4 IMÍZCOZ, J. M., “Comunidad, red social y élites. Un análisis de la vertebración social en el
Antiguo Régimen”, en J. M. Imízcoz (dir.), Elites, poder y red social. Las élites del País Vasco y Na-
varra en la Edad Moderna, Bilbao, 1996, pp. 13-50 (Disponible en www.ehu.es/grupoimizcoz)
5 HERNÁNDEZ, M., “Oligarquías: ¿con qué poder?...”, pp. 36-37

46 José María Imízcoz Beunza


\HOFRQÁLFWRVRFLDOHVORTXHQRVSHUPLWHDQDOL]DUFRQPiVSUHFLVLyQ
todos los niveles anteriores”6. Creo que detrás de esta idea se halla
el viejo determinismo de que la clase “es lo que nos permite analizar
todos los niveles anteriores”. La clase seguiría determinando y dan-
do sentido, en última instancia, a todo el campo interpretativo.
Desde estas premisas, el autor desestima mi propuesta de enten-
der el poder como relación. “Se me escapa la supuesta dicotomía
que plantea Imízcoz entre una visión de “el poder como relación
o el poder como dominación”, opción particularmente característi-
ca del materialismo dialéctico” y propugna que el poder es única-
mente “una relación de dominación”7. Mauro Hernández entiende
que “la relación de poder (...) existe sólo cuando se ejerce contra los
LQWHUHVHVGHRWURV\HQEHQHÀFLRSURSLRµ\´VHFRQFUHWDHQIRUPDV
diversas”, pero todas negativas: “coerción, fuerza, manipulación,
autoridad”8. Considera que el poder es únicamente “una relación
de dominación”9 y propone “entender las relaciones de poder
como uno de los componentes fundamentales de las relaciones en-
tre clases sociales”, siendo “las relaciones de clase” “relaciones de
apropiación y (...) de dominación”10. “En última instancia, lo que de-
termina la naturaleza de las relaciones de poder son esos intereses
(...) que en cada relación son siempre contrapuestos”11.
En las páginas que siguen me voy a centrar en tres aspectos. En la
primera parte nos interrogaremos sobre cómo escapar a la predeter-
minación mediante un análisis inductivo y relacional. Hablaremos
GHORV´JUXSRVµ\´FODVHVµHQFXDQWRFDWHJRUtDVFODVLÀFDWRULDV\DQD-
líticas, para mostrar que no se trata de desplazar a las categorías,
sino de evitar los problemas de predeterminación. Esto me obligará
a volver sobre algunas cosas que creía superadas por la historiogra-
fía, como el determinismo con que se ha utilizado el concepto de
clase social. Como solución, en clave positiva, se propone construir

6 Ibid., p. 30 y nota 32.


7 Ibid., p. 26, nota 25.
8 Ibid., p. 27.
9 Ibid., p. 26, nota 25.
10 Ibid., p. 27.
11 Ibid., p. 40.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 47


las categorías de análisis siguiendo un método inductivo, a partir
de la observación de los actores efectivos de la acción histórica –los
individuos- y de sus relaciones en la acción.
En un segundo momento, nos centraremos en los “grupos sociales”
como agrupaciones o conjuntos estructurados de individuos. Aquí
UHÁH[LRQDUHPRVVREUHODUHODFLyQHQWUH´FRQGLFLyQVRFLDOµ\UHGHVGH
relaciones. Observaremos algunos problemas que acechan tradicio-
nalmente a los estudios de “grupos sociales”, en particular los riesgos
de segmentación, de separación de los diferentes y de atribución de
DJHQFLDKLVWyULFD\UHÁH[LRQDUHPRVVREUHTXpSXHGHDSRUWDUHODQiOLVLV
relacional para paliar estos problemas.
3RU ~OWLPR WUDWDUHPRV GHO SRGHU FRPR UHODFLyQ 5HÁH[LRQDUHPRV
VREUHODSOXUDOLGDGGHH[SHULHQFLDV\GHVLJQLÀFDGRVGHODVUHODFLR-
nes verticales en la sociedad del Antiguo Régimen, buscando inte-
grar tanto los elementos de explotación como los de cooperación.

1. ¿Cómo escapar a la predeterminación? Hacia un análisis in-


ductivo y relacional.
Antes de ir más lejos en esta línea, es necesario primero aclarar un
malentendido en cuanto al uso de categorías de análisis como “gru-
po” o “clase”. El problema no es de términos sino de contenidos.
Es importante saber si hablamos de la “clase” o el “grupo” como
FDWHJRUtDVGHFODVLÀFDFLyQRFRPRDJUXSDFLRQHVRFRQMXQWRVHVWUXF-
turados de individuos. En el primer caso, basta con que los indivi-
duos tengan unos atributos o características semejantes, económi-
cas, estatutarias, políticas, culturales, etc. En cambio, para hablar
con propiedad de la clase o grupo como conjunto estructurado de
individuos es necesario que dichos individuos estén efectivamen-
te agrupados, lo cual supone que hay unas vinculaciones efectivas
entre ellos, ciertas actividades conjuntas, unos intercambios, una
conciencia de pertenencia al grupo y, en principio, una actuación
colectiva o solidaria en un espacio social.
El empleo de los términos de “clase” o “grupo” en el primer sentido,
FRPRFDWHJRUtDGHFODVLÀFDFLyQQRSODQWHDPD\RUHVSUREOHPDV$Vt

48 José María Imízcoz Beunza


cuando decimos que “el campesinado”, “el artesanado”, “la burgue-
sía”, etc. son “grupos sociales”, o “clases”, en realidad se trata de una
forma de describir que empleamos los historiadores para referirnos a
una clase de gente que tiene determinados atributos o rasgos seme-
jantes. “Clase” es un término que ha cobrado diferentes acepciones,
VHJ~Q ODV GRFWULQDV KLVWRULRJUiÀFDV SHUR TXH GH XQ PRGR JHQpUL-
FR\YiOLGRSDUDHODQiOLVLVGHFXDOTXLHUVRFLHGDGVLJQLÀFDVHJ~QHO
Diccionario de la Real Academia de la Lengua, “el orden o número
GH SHUVRQDV GHO PLVPR JUDGR FDOLGDG X RÀFLRµ R ´HO FRQMXQWR GH
personas que corresponden al mismo nivel social y que presentan
FLHUWD DÀQLGDG GH PHGLRV HFRQyPLFRV LQWHUHVHV FRVWXPEUHV HWFµ
¢&yPRQRXWLOL]DUORSDUDFODVLÀFDUGLVWLQJXLU\GHVFULELU"´(VWDPHQ-
to” designa los grupos de estatuto personal con los que se represen-
taba la sociedad del Antiguo Régimen, según criterios de función y
honor heredados de la Edad Media. Más genérico, “grupo social” es
XQWpUPLQRÁH[LEOHHLQFOX\HQWHTXHSHUPLWHLQWHJUDUHOHPHQWRVGH
condición económica, de estatuto, de cultura, etc. El carácter genérico
y abierto del término “grupo” hace que sea el menos problemático
y el más frecuentemente empleado. El uso de estos términos como
FDWHJRUtDVGHFODVLÀFDFLyQGHVFULSFLyQ\DQiOLVLVGHODVRFLHGDGPH
parece, desde luego, totalmente pertinente, con tal de que correspon-
dan ajustadamente a la realidad que se pretende describir.
En este sentido, los historiadores han debatido sobre cómo esta-
ba organizada la sociedad del Antiguo Régimen. En los años 1960
hubo debates más o menos enconados y excluyentes para caracte-
rizar a las formaciones de aquella sociedad como “estamentos” o
como “clases”. El uso de “clase social” ha sido el más problemático.
/DPD\RUtDGHKLVWRULDGRUHVVHKDQQHJDGRDGHÀQLUDORVJUXSRV
sociales del Antiguo Régimen como “clases”, en el sentido pleno
del término que le ha dado el materialismo histórico, esto es, como
formaciones o agrupaciones sociales organizadas como tales y con
una conciencia explícita de clase. Dentro del propio marxismo, E. P.
Thompson piensa que la clase como fenómeno histórico, no como
categoría o estructura analítica, supone actuación y conciencia, y
niega explícitamente la existencia de clases sociales propiamente di-
chas en la Inglaterra del siglo XVIII, antes de la formación histórica

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 49


de la clase obrera12. Al cabo de aquellos debates, los historiadores
llegaron a síntesis de sentido común que combinan sin mayores
problemas elementos de diferencia estamental y de diferencia eco-
nómica en la caracterización de los diversos “grupos sociales”. Este
tampoco es el problema.
(OXVRGHHVWDVFODVLÀFDFLRQHVFRQÀQHVGHVFULSWLYRVSDUDFDUDFWH-
rizar los rasgos de riqueza, actividad, honor, cultura, valores, etc.
de los grupos sociales- no plantea problemas mientras se trate de
un uso relativo y complementario, no absoluto. Todas ellas corres-
ponden a una dimensión de la realidad, pero ninguna agota toda la
UHDOLGDG'HDKtODQHFHVLGDGGHWHQHUODVWRGDVHQFXHQWDUHÁH[LR-
nando, al mismo tiempo sobre los contenidos y los límites de cada
una de ellas. La realidad es poliédrica, tiene diferentes dimensio-
nes, y las categorías que utilizamos los historiadores (estamentos,
clases, grupos, redes) corresponden a realidades parciales, que se
combinan y sirven para describir diferentes aspectos de una reali-
dad compleja.
Cada categoría está establecida con respecto a un referente y es útil
para analizar la parte de realidad relacionada con ese referente. Así,
la clase se ha referido principalmente a la diferencia de posición en el
aparato de producción, a la desigualdad económica y a la oposición
GHLQWHUHVHVTXHHOORSRGtDFRQOOHYDU(OHVWDPHQWRVHUHÀHUHDODGL-
ferencia de posición en un sistema de valores y en el ordenamiento
jerárquico y jurídico correspondiente. Estas categorías son inmedia-
tamente útiles y operativas para explicar aquellos funcionamientos o
SURFHVRVTXHFRQFLHUQHQDOUHIHUHQWHHPSOHDGRSDUDGHÀQLUODVDTXH-
lla parte de realidad de la que dan cuenta. Así, por ejemplo, a tra-
vés de ellas nos acercamos a cierta relación entre las diferencias en el
aparato de producción, los intereses económicos contrapuestos y las
“relaciones de clase”, o a cierta relación entre los valores del Antiguo
5pJLPHQODMHUDUTXtDHVWDPHQWDO\ODVGLIHUHQFLDVKRQRUtÀFDV
La otra acepción de “grupo” o de “clase” es la de una agrupación,
un conjunto estructurado de individuos, vinculados entre sí más o

12 KAYE, H. J., Los historiadores marxistas británicos. Un análisis introductorio, Zaragoza, 1989,
p. 162.

50 José María Imízcoz Beunza


menos establemente, con una organización común y con una con-
FLHQFLDGHFODVHRGHJUXSRHVSHFtÀFD&XDQGRVHSUHWHQGHTXHHVWRV
“grupos” o “clases” actúan colectivamente como “agentes históri-
cos”, se supone que reúnen esas características. Aquí es donde se
plantea el problema central. No basta con tener unos atributos co-
munes o con ocupar una misma posición en la jerarquía social para
estar efectivamente agrupados, para tener una conciencia común y
para actuar conjuntamente.
(OSUREOHPDVHKDSODQWHDGRFXDQGRPRGHORVKLVWRULRJUiÀFRVPiV
R PHQRV GHWHUPLQLVWDV KDQ WRPDGR HVWDV FDWHJRUtDV FODVLÀFDWRULDV
como los agentes de la Historia, pretendiendo que su agencia pro-
ducía y explicaba todo el devenir histórico. El paradigma de este de-
terminismo fue el materialismo histórico, en su versión estructura-
OLVWD\HFRQRPLFLVWDHVSHFLDOPHQWHLQÁX\HQWHKDVWDORVDxRV
Según estos modelos, la sociedad era un todo estructurado que evo-
lucionaba guiada por algún principio rector de carácter universal
que confería unidad al proceso y lo dotaba de sentido. Todos los
niveles de la sociedad estaban trabados y guiados por una ley de
desarrollo que determinaba el futuro. Esta globalidad se construía
a partir de la coherencia de un principio único o dominante de in-
teligibilidad. Se pretendía entender la interrelación orgánica de los
diversos elementos y planos de una sociedad en movimiento y para
ello se proponían modelos de explicación que concebían a la socie-
dad como una estructura en la que unos niveles determinaban o
condicionaban a otros13. En los modelos que dominaron hasta los
años 1970 –el materialismo histórico, la historia socio-económica
o la historia regional de AnnalesORHFRQyPLFRGHÀQtDORVRFLDO\
determinaba lo político y lo cultural. Las diferencias en el aparato
GHSURGXFFLyQGHÀQtDQD´FODVHVµR´JUXSRVVRFLDOHVµFRQLQWHUHVHV
antagónicos, a los que se atribuía la agencia histórica y cuya lucha a
través de los siglos era el motor del devenir histórico.
6LQHPEDUJRGHVGHÀQDOHVGHORVDxRVVHHPSH]yDSURGXFLUOD
FULVLVGHORVJUDQGHVSDUDGLJPDVFLHQWtÀFRVTXHXQLÀFDEDQODLQYHV-

13 JULIÁ, S., Historia social-sociología histórica, Madrid, 1989; Ibid., “¿La historia en crisis?”, El
País, 29 de julio de 1993.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 51


tigación histórica y que habían dominado la historiografía durante
el siglo XX. Lenta pero inexorablemente, en las décadas de 1980 y
 VH SURGXMR XQD UHQRYDFLyQ KLVWRULRJUiÀFD TXH SRU GLYHUVDV
vías, fue ahondando en “la complejidad de lo social” y llevando “de
ORHVWUDWLÀFDGR\XQLFDXVDODORFRPXQLFDQWH\PXOWLFDXVDOµ14. Los
determinismos imperantes hasta entonces –los excesos del estructu-
ralismo, del marxismo vulgar o del economicismo- se fueron supe-
rando progresivamente, a medida que se redescubría a los hombres
y mujeres como agentes de los procesos de cambio y que se partía
de las experiencias y relaciones efectivas de los actores sociales para
UHFRQVWUXLUVXVFRQÀJXUDFLRQHVFROHFWLYDV
(Q HVWH PRYLPLHQWR FRQYHUJLHURQ SURSXHVWDV KLVWRULRJUiÀFDV TXH
provenían de diferentes horizontes intelectuales. Dentro de la mis-
ma historiografía marxista, historiadores británicos como Edward
P. Thompson y Eric Hobsbawm llevaros a cabo, ya desde los años
1960, una importante apertura respecto al marxismo estructuralis-
ta y el determinismo economicista, integrando en sus modelos de
cambio histórico una pluralidad de factores y poniendo en valor al
hombre como agente de los procesos de cambio, a partir de la obser-
vación de sus prácticas, vivencias y concepciones.
E. P. Thompson, en particular, con su estudio sobre la formación de
ODFODVHREUHUDHQ*UDQ%UHWDxDGHVFRVLÀFy\HQULTXHFLyODQRFLyQ
de clase. Criticó el marxismo estructuralista y el determinismo eco-
nómico del modelo de clase que dominaban hasta entonces. Atacó,
en particular, el marxismo de Louis Althusser como “estructura-
lismo estático que excluye la acción como proceso”, “que no tiene
medios para manejar la experiencia”, un “sistema cerrado”, cuya
pretensión de ser un “modelo de totalidad” no es sino “dogma idea-
lista” y “estalinismo”. Desechó “la determinación de lo económico
en última instancia”, aseverando que “la noción de niveles pasean-
GRSRUODKLVWRULD  HVXQDÀFFLyQDFDGpPLFDµXQDSUiFWLFDWHyULFD
´WRWDOPHQWHDXWRFRQÀUPDWRULD  TXHVHPXHYHQRVyORGHQWURGHO
círculo de su propia problemática sino del de sus propios proce-

6721(/´7KH5HYLYDORI1DUUDWLYH5HÁHFWLRQVRQD1HZ2OG+LVWRU\µPast and Present,


85 (nov. 1979), pp. 3-24 (traducido en Debats, 4, pp. 91-110).

52 José María Imízcoz Beunza


GLPLHQWRVDXWRSHUSHWXDGRUHV\DXWRHODERUDGRUHVµ(QGHÀQLWLYD
“un universo auto-generador de conceptos que impone su propia
realidad sobre los fenómenos de la existencia material y social”15.
(37KRPSVRQFULWLFyODFRVLÀFDFLyQGHODFODVHVRFLDOHQWHQGLHQGR
que la clase debe ser entendida como una relación histórica, como
experiencia, como encuentro, no como un objeto o una estructura.
“Las clases no existen como entidades separadas, que miran en de-
rredor, encuentran una clase enemiga y empieza luego a luchar. Por
el contrario, las gentes se encuentran en una sociedad estructurada
en modos determinados (crucialmente, pero no exclusivamente, en
relaciones de producción), experimentan la explotación (o la necesi-
GDGGHPDQWHQHUHOSRGHUVREUHORVH[SORWDGRV LGHQWLÀFDQSXQWRV
de interés antagónico, comienzan a luchar por estas cuestiones y en
el proceso de lucha se descubren como clase, y llegan a conocer este
descubrimiento como conciencia de clase. La clase y la conciencia
de clase son siempre las últimas, no las primeras, fases del proceso
real histórico”16. Esto es, la clase como fenómeno histórico, no como
categoría o estructura analítica, supone actuación y consciencia17.
(VWDGHÀQLFLyQGHODFODVHFRPRUHODFLyQPHSDUHFHHVSHFLDOPHQWH
interesante para el análisis relacional, en que las “relaciones de cla-
se” encajan como un tipo de relaciones entre otras posibles. Volve-
remos sobre ello en la tercera parte.
Por otro lado, la crítica de los modelos deterministas y la mejora de
las técnicas de observación llevaron a los historiadores a mirar más de
cerca el tejido social. A partir de trabajos como los de Lawrence Stone,
la prosopografía, o estudio de un grupo a partir del conocimiento del
conjunto de sus miembros, superó la capacidad de observación de
los estudios genéricos tradicionales de “grupos sociales” y ha contri-
buido a mejorar el análisis de grupos, con notables aplicaciones, en
particular, al conocimiento de las elites políticas y administrativas18.
Por su parte, la microhistoria de Giovanni Levi aplica el análisis in-

15 TOMPHSON, E. P., La miseria de la teoría, Barcelona, 1981; KAYE, H. J., Los historiadores
marxistas británicos…, pp. 188-194.
16 THOMPSON, E. P., Tradición, revuelta y conciencia de clase, Barcelona, 1984, p. 37.
17 KAYE, H. J., Los historiadores marxistas británicos..., p. 162.
18 STONE, L., El Pasado y el Presente, México, 1986, pp. 61-94.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 53


ductivo microscópico a la observación de una comunidad campesina
y demuestra que, partiendo del seguimiento nominal de los indivi-
duos en sus interacciones, es posible construir categorías sociales de
JUDQDOFDQFHKLVWRULRJUiÀFR19.
(QÀQHQHVWDPLVPDOtQHDGLYHUVDVYDULDQWHVGHORTXHSRGHPRV
llamar “análisis relacional”, parten también de la observación de las
relaciones efectivas entre los actores sociales para reconstruir sus
FRQÀJXUDFLRQHV FROHFWLYDV VXV DVRFLDFLRQHV \ FRQÁLFWRV \ VXV GL-
námicas de cambio social y político. En esta línea destacan las pro-
puestas de François-Xavier Guerra sobre los actores sociales y sus
vínculos en procesos políticos20, los trabajos, en la historia social del
poder, sobre patronazgo y clientelismo, y los recientes “análisis de
red social” -“network analysis”-, de la sociología de redes y de la
antropología, cuya importación a la historia es aún muy reducida y
QRH[HQWDGHGLÀFXOWDGHV21.
$OFDERGHHVWDHYROXFLyQKLVWRULRJUiÀFDODFUtWLFDGHORVPRGHORV
deterministas y de las categorías preestablecidas se ha generalizado
entre los historiadores, en favor de una investigación de tipo in-
ductivo, más atenta a la observación empírica. Así, un historiador
tan poco sospechoso de revisionismo como Josep Fontana critica los
DEXVRVGHODVXSXHVWD´KLVWRULDFLHQWtÀFDµTXHLPSRQHDODUHDOLGDG
un modelo preestablecido y propone como solución partir de la ob-
servación del acontecimiento en sus diversas dimensiones: “La li-
nealidad de este modelo está asociada a una práctica errónea de los
KLVWRULDGRUHVQDFLGDGHODIDODFLDFLHQWLÀVWDTXHORVOOHYDDSURFH-

19 LEVI, G., La herencia inmaterial, Madrid, 1990; Ibid., “Sobre microhistoria”, en P. Burke
(ed.), Formas de hacer Historia, Madrid, 1993, pp. 119-143.
20 GUERRA, F. X., /H0H[LTXHGH·$QFLHQ5pJLPHjOD5pYROXWLRQ, Paris, 1985; GUERRA, F.X.,
«Pour une nouvelle Histoire politique: acteurs sociaux et acteurs politiques», en Structures et
cultures des sociétés ibéroaméricaines, Bordeaux, 1990, pp. 245-260.
21 REQUENA SANTOS, F. (ed.), Análisis de redes sociales. Orígenes, teorías y aplicaciones, Ma-
drid, 2003; MOLINA, J. L., El análisis de redes sociales sociales. Una introducción, Barcelona, 2001;
MOUTOUKIAS, Z., “Narración y análisis en la observación de vínculos y dinámicas sociales:
el concepto de red personal en la historia social y económica, en M. Bjerg y H. Otero (comps.),
Inmigración y redes sociales en la Argentina moderna, Tandil, 1995, pp. 221-241; GRIBAUDI, M.
y BLUM, A., “Des catégories aux liens individuels: L’analyse statistique de l’espace social”,
AESC, 45-6, 1990, pp. 1365-1402; GRIBAUDI, M. (dir), (VSDFHVWHPSRUDOLWpVVWUDWLÀFDWLRQV([HU-
cices sur les réseaux, París, 1998.

54 José María Imízcoz Beunza


der a partir de un análisis abstracto, supuestamente inspirado en las
“leyes de la historia”, hacia el dato puntual, coleccionando hechos
que puedan encajarse en el lugar que se les ha asignado previamen-
te en el modelo interpretativo. Cuando lo que convendría es, por
el contrario, comenzar por el hecho concreto, por el acontecimien-
to con todo lo que tiene de complejo y peculiar (...) El historiador
acostumbra a proceder como quien resuelve un rompecabezas, un
puzzle, valiéndose de un modelo que le muestra las líneas generales
de la solución, y va buscando el lugar concreto en que las líneas de
ODSLH]D  HQFDMDQFRQH[DFWLWXGORFXDOOHVLUYHSDUDFRQÀUPDUOD
validez de la solución anticipada, del modelo interpretativo que ha
adelantado como hipótesis de partida. Pero un acontecimiento no es
una pieza plana que pueda explicarse por completo a partir de este
ajuste, sino un poliedro, un cuerpo de tres dimensiones con un gran
número de caras, una de las cuales encaja en el modelo de nuestro
rompecabezas, mientras que las otras lo sitúan en un haz de diver-
sas relaciones que determinan que puedan encajar en otros tantos
modelos. Si partimos de la solución preestablecida, sólo veremos
esta dimensión plana de los hechos; si partimos del acontecimiento,
podremos distinguir la diversidad de los planos que se entrecruzan
en él”22.

- El método inductivo y el análisis relacional: de los actores rea-


les a las categorías sociales
(Q GHÀQLWLYD KD\ GRV PpWRGRV GH DQiOLVLV GH JUXSRV VRFLDOHV FRQ
una diferencia básica en cuanto al punto de partida y al procedimien-
WR(OSULPHURSDUWHGHXQDGHÀQLFLyQSUHYLDGHFDWHJRUtDVFRQXQD
entidad ontológica más o menos preestablecida, y va a buscar sus
regularidades y sus desviaciones. También su evolución, pero dentro
de un marco predeterminado y más o menos cerrado, en la medida
HQ TXH YLHQH GDGR \ VX GHÀQLFLyQ HV D SULRUL (O VHJXQGR PpWRGR
parte de los actores sociales. Parte de los individuos, de sus acciones
e interacciones, observa cómo se relacionan efectivamente entre ellos
HLQWHQWDUHFRQVWUXLUVXVDJUXSDFLRQHV\FRQÀJXUDFLRQHVFROHFWLYDV

22 FONTANA, J., La historia de los hombres, Barcelona, 2001, p. 355.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 55


El método inductivo no es nuevo. Los historiadores siempre lo han
practicado en algún grado, aunque sea intuitivamente, en su trabajo
GRFXPHQWDO0DXUL]LR*ULEDXGLHQ´(FKHOOHSHUWLQHQFHFRQÀJXUD-
tions”, 23 lo formula de forma explícita y sistemática. Gribaudi pone
de relieve la alternativa entre dos modelos de causalidad fundados
sobre retóricas demostrativas diferentes: el modelo de los análisis
macro-sociales clásicos, de tipo deductivo, establecido a partir de
FDWHJRUtDV SUHGHÀQLGDV \ HO PRGHOR GH DQiOLVLV LQGXFWLYR WDO \
como lo utiliza, por ejemplo, Giovanni Levi en su trabajo de micro-
historia. La diferencia entre ambos métodos no reside en la escala
de observación empleada, micro o macro, que, de hecho, se pueden
combinar, sino en dos modelos de causalidad diferentes.
El análisis deductivo busca construir sus pruebas a partir de un
modelo global. La argumentación sigue la dirección implicada por
las jerarquías causales presupuestas. La demostración está entera-
mente preinscrita en las categorías establecidas en el modelo y los
datos empíricos tienen una función que es fundamentalmente de
ilustración. Al contrario, el análisis inductivo construye el conjunto
de su argumentación a partir de los datos empíricos. La retórica de
la demostración es de tipo generativo: las fuentes proveen el mate-
rial bruto para individualizar y analizar mecanismos y dinámicas
sociales.
Los dos procedimientos no tienen el mismo grado de solidez. En el
primero, la función de ilustración de los datos empíricos se asegura
gracias a una reducción drástica de su complejidad, a través de la
traducción de sus contenidos individuales y contextuales en los de
las categorías establecidas. La prueba empírica en este caso es débil.
En el segundo caso, al contrario, lejos de rechazar la diversidad de
comportamientos observados, se asume la variación y la dispersión,
elaborando sus categorías a partir de estas.
En cuanto a la construcción lógica, el procedimiento deductivo, al
FRQVWLWXLUSUXHEDV\JHQHUDOL]DUODVDSDUWLUGHXQPRGHORUHLÀFDGH
hecho, las categorías que constituyen su objeto de análisis. El concepto

 *5,%$8', 0 ©(FKHOOH SHUWLQHQFH FRQÀJXUDWLRQ ª HQ - 5HYHO GLU  -HX[ G·pFKHOOH /D
PLFURDQDO\VHjO·H[SpULHQFH, París, 1996, pp. 127-129.

56 José María Imízcoz Beunza


GH´QRUPDµORVWLSRVDWUDYpVGHORVTXHGLIHUHQFLD\FODVLÀFDHOPD-
WHULDOHPStULFRVRQDOPLVPRWLHPSRHOSURGXFWR\ODMXVWLÀFDFLyQGH
esas mismas categorías. El historiador queda prisionero de las repre-
sentaciones que pesan no sólo sobre el objeto sino sobre los instrumen-
tos metodológicos empleados. En cambio, el procedimiento inductivo
micro-social evita estos problemas. Sus categorías se constituyen en el
curso del análisis. Estas se fundan, por lo tanto, a partir de la variabi-
lidad misma de los datos empíricos y la asume plenamente. Así, este
procedimiento se aleja de manera crítica de las categorías que dan for-
ma al objeto, pero dan cuenta de los valores y de los contenidos que
ellas recubren en momentos y contextos diferentes.
(Q GHÀQLWLYD HQ XQD YLVLyQ GHGXFWLYD PDFURVRFLROyJLFD OR UHDO
está determinado ante todo por fenómenos estructurales y extra-in-
dividuales. El proceso de modernización, la estructura económica,
el mercado, el Estado, las clases, etc. son concebidos como agentes
históricos dotados de una realidad y de una autonomía propias. En
ORVFDVRVPiVH[WUHPRVHVWRKDOOHYDGRDXQDFRVLÀFDFLyQVXSHUODWL-
va. En cambio, en una visión micro-sociológica, como la de G. Levi,
las instituciones no tienen vida autónoma, no tienen realidad sino
en tanto que “llevadas” por los actores sociales, que las constituyen
\VHUHÀHUHQDHOODVHQVXVDFFLRQHV
Los “análisis de redes sociales” parten de estos mismos principios in-
ductivos. Como sintetizan A. Degenne y M. Forsé, tradicionalmente,
la Sociología clásica ha pensado la realidad social en términos de ca-
tegorías y no en términos de relaciones. Busca explicar las conductas
y la acción social en función de categorías como la clase, la profesión,
el género, la edad, la religión, el nivel cultural, etc. Estas categorías
son construidas a priori como agregación de individuos que tiene
atributos semejantes, ya sean “naturales (sexo, edad, etc.) o “socia-
les” (categorías socio-profesionales, clases según su riqueza, estatus
jurídico, niveles de cultura, etc.) Estas categorías tienen la ventaja de
corresponder a las representaciones del sentido común: esto es, go-
zan de un grado de realidad fuerte y evidente a primera vista, ya que
FRUUHVSRQGHQDODVFODVLÀFDFLRQHVFRQODVTXHKDELWXDOPHQWHHQWHQ-
demos e interpretamos la realidad social y/o a las representaciones

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 57


con que se representan a sí mismos los actores sociales. A partir de
ahí, se buscan las correlaciones entre “categorías sociales” y conduc-
tas, con el objeto de dar cuenta de las dinámicas sociales, observando
en qué medida esas categorías descriptivas están relacionadas signi-
ÀFDWLYDPHQWHFRQODVYDULDEOHVTXHVHLQWHQWDQH[SOLFDU
Sin embargo, este procedimiento plantea el problema de la prede-
terminación que acecha a todo método deductivo. El análisis reposa
sobre categorizaciones establecidas a priori, anteriores a la observa-
FLyQ\HOHVWXGLRGHVXVFRUUHODFLRQHVFRQVLVWHDPHQXGRHQYHULÀ-
car la mayor o menor pertinencia de dicha categorización. Por un
lado, se supone que la estructura social viene dada por un conjunto
de atributos y que los individuos que comparten determinados atri-
butos están próximos estructuralmente, vinculados, cosa que no se
puede saber si no se empieza por investigar cuáles son las relacio-
nes efectivas entre las unidades de análisis24. Por otro lado, el análi-
sis categorial basado en los atributos no percibe las interrelaciones
que superan las fronteras de esas categorías25.
Siguiendo a A. Degenne y M. Forsé, podemos decir que las catego-
UtDVQRVRQVLQRHOUHÁHMRGHODVUHODFLRQHVHVWUXFWXUDOHVTXHYLQFX-
lan a los individuos. Esto no es nuevo. Como decía Radcliffe-Brown,
“en el estudio de la estructura social, la realidad concreta que nos
ocupa es la serie de relaciones realmente existentes en un momento
dado que ligan a ciertos seres humanos”26. Las categorías no pueden
ser dadas a priori y de una vez por todas, sino que deben emerger
del análisis de las relaciones entre los elementos que componen la
estructura. Esto es, el punto de partida de la investigación empírica
GHEHVHUHOFRQMXQWRGHUHODFLRQHVTXHODFRQÀJXUDQ6LXQDHVWUXF-
tura es un conjunto de elementos ligados unos a otros por diversas
relaciones, es pertinente partir de la investigación empírica de estas
relaciones para comprender la estructura27.

24 DEGENNE, A. y FORSÉ, M., Les réseaux sociaux. Une analyse structurale en sociologie, Paris,
1994, pp. 5-6.
25 MOLINA, J. L., El análisis de redes sociales sociales. Una introducción, Barcelona, 2001, p. 19.
26 RADCLIFFE-BROWN, A. R., Estructura y función en la sociedad primitiva, Barcelona, 1972,
p. 219.
27DEGENNE, A. y FORSÉ, M., Les réseaux sociaux..., p. 7.

58 José María Imízcoz Beunza


El análisis de redes no parte de una categoría predeterminada –que
se daría por establecida a priori- para luego ir a rellenar su conte-
nido, sino que es inductivo. Parte de los individuos como actores
sociales, analiza el conjunto de las relaciones que mantienen en su
DFFLyQ SDUD HQFRQWUDU SRU LQGXFFLyQ VXV FRQÀJXUDFLRQHV FROHFWL-
vas y las regularidades de los comportamientos, atributos o estatus
TXHUHYHODQHVWDVFRQÀJXUDFLRQHV28. De este modo se evita atribuir
la acción -y la correspondiente “agencia histórica”- a una categoría
predeterminada por un modelo exterior al campo de observación.
Al contrario, la evidencia de los actores individuales y colectivos
resulta de la observación empírica de la propia acción.
El análisis de redes no busca sólo aprehender, de forma inductiva,
FXiOHVVRQODVFRQÀJXUDFLRQHVVRFLDOHVSHUWLQHQWHVVLQRFRPSUHQGHU
cómo la estructura condiciona los comportamientos de los individuos
y, al mismo tiempo, cómo resulta de sus interacciones. En efecto, des-
de la perspectiva metodológica de redes, la estructura es tanto condi-
cionamiento como efecto emergente. Por un lado, la red de relaciones
es una estructura que pesa sobre las orientaciones, las actividades, los
comportamientos, las opiniones de los individuos, y su análisis sirve
para explicar fenómenos sociales en clave estructural. Pero, al mismo
tiempo, esas estructuras son un efecto emergente de la acción de los
individuos que forman parte de la red de relaciones. Por lo tanto, la
estructura no es algo inmóvil, sino producto de la acción social29. Este
tipo de análisis es especialmente sensible para observar cómo se pro-
duce el cambio histórico por la acción de los actores sociales.
Por otra parte, al estudiar correlaciones entre categorías y conduc-
tas, los datos no ofrecen una explicación sobre el porqué de esas
correlaciones. Para explicarlo, la Sociología clásica ha recurrido tra-
dicionalmente a explicaciones normativas, culturales y psicologi-
zantes. Según éstas, el comportamiento social está normativamen-
te orientado y los individuos de una misma categoría tienen una
misma mentalidad o conciencia colectiva, comparten las mismas
normas y actúan conforme a esas normas interiorizadas. Como esto

28 Ibid., p. 7.
29 Ibid., p. 8.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 59


sólo resulta cierto como media, se interpreta que los comportamien-
tos divergentes son marginales dentro del grupo o clase, cuando se
pueden deber a que la categoría construida a priori no es correcta.
El análisis de red social, al contrario, rechaza las explicaciones según
las cuáles los actores son movidos por fuerzas (normas interioriza-
das, hábitos, etc.) esto es, por una causalidad abstracta. Las normas
no son la causa mecánica de la conducta sino efectos de la situación
relacional de la que forman parte los individuos30.
(QGHÀQLWLYDHODQiOLVLVGHUHGVRFLDOQRDFHSWDODSUHGHWHUPLQDFLyQ
anterior a la observación, que supone explicar las conductas y la
dinámica social a partir de los atributos de los actores –y de las cla-
VLÀFDFLRQHVFDWHJRUtDVR´JUXSRVµFRUUHVSRQGLHQWHV\DSDUWLUGH
las normas que imperan supuestamente en esos “grupos”. En esto,
su apuesta metodológica es semejante a la que hemos observado en
el análisis microhistórico inductivo y es común a un movimiento
de fondo que se abre paso actualmente en todas las ciencias socia-
les: partir de los actores y de sus relaciones efectivas para observar
cómo se articulan realmente y explicar sus conductas y dinámicas.
Por éstas y por otras vías, en las últimas décadas se abre paso con
IXHU]DORTXHSRGUtDVHUXQQXHYRSULQFLSLRXQLÀFDGRUFHQWUDGRQR
en un modelo de explicación predeterminado, exterior a la observa-
ción, sino en el mismo punto de partida de la observación: los acto-
res sociales. Partir de los hombres y mujeres como protagonistas de
su historia para descubrir cómo, en sus experiencias y dinámicas, se
relacionan las diferentes dimensiones de la realidad y cómo se pro-
duce el cambio histórico. Es un principio de historia global humilde
SHUR HÀFD] XQ SULQFLSLR GH FRKHUHQFLD TXH VH VLW~D HQ OD PLVPD
fuente de observación y en el mismo origen en que se produce y
PDQLÀHVWD OD KLVWRULD 3DUWLHQGR GH ORV DFWRUHV VRFLDOHV HV SRVLEOH
percibir la relación intima y efectiva entre dimensiones que, de otro
modo, aparecen disociadas y que relacionamos de forma sobreveni-
da mediante supuestas cadenas de dependencia o determinación.
En esta línea, he hecho una propuesta de vuelta a la globalidad, pero
no como suma sobrevenida de todas las dimensiones de la Historia,
30 Ibid., pp. 6-7.

60 José María Imízcoz Beunza


atadas según un modelo de determinación ajeno a la observación,
sino desde la misma fuente de la observación: partir de los actores
sociales y seguirlos como sujetos de una historia que es al mismo
tiempo económica, social, política y cultural, como actores de unas
dinámicas en las que se forja el cambio histórico31.

2. Aportaciones del análisis relacional al estudio de los “grupos


sociales”
¿Cómo se pueden aplicar estos principios a los estudios clásicos
de “grupos sociales”? ¿Cómo se hacen compatibles? ¿Qué pueden
aportar?
El grupo, o el conjunto social de que se trate, es al mismo tiempo el
punto de partida de nuestra investigación y un objeto problemático.
Esto nos sitúa ante el problema clásico de la “construcción de obje-
to” por parte del investigador. Este punto de partida es necesario a
priori, por ejemplo para acotar un “grupo” como objeto de estudio.
Pero hay que tener en cuenta que los límites que establecemos, o
que aceptamos, limitan otro tanto nuestro campo de visión.
Como hemos comentado, el grupo es una denominación ambigua
que puede servir tanto para referirnos genéricamente a un conjun-
to de individuos con características semejantes como a un conjun-
to estructurado de individuos32. La primera acepción basta cuando
se trata simplemente de “describir” los grupos o clases que com-
ponen una sociedad, pero la segunda es necesaria para explicar el
FDPELRKLVWyULFRHVWRHVFXDQGRVHWUDWDGHLGHQWLÀFDUDORVDJHQ-
tes sociales y políticos que actúan en una sociedad y producen
HOFDPELR3RUWDQWRSDUDGHÀQLUFRUUHFWDPHQWHHO´JUXSRµFRPR
conjunto de actores vinculados en la acción es necesario conocer
sus lazos sociales efectivos.
Esto plantea una serie de preguntas. ¿Los individuos que de-
finimos como “grupo social” están efectivamente agrupados y
,0Ì=&2=-0´$FWRUHVUHGHVSURFHVRVUHÁH[LRQHVSDUDXQDKLVWRULDPiVJOREDOµRe-
vista da Facultade de Letras História, Porto, III Série, vol.5, 2004, pp. 136-138.
*8(55$);´(ODQiOLVLVGHORVJUXSRVVRFLDOHVEDODQFHKLVWRULRJUiÀFR\GHEDWHFUtWL-
co”, Anuario del IEHS, 15, 2000, p.118.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 61


tiene una acción en común? ¿No hay gente de diferente condi-
ción social, que clasificamos por separado, pero que actúan con-
juntamente? ¿La definición del grupo en función de un mismo
espacio físico, de la pertenencia a una institución o del ejercicio
de una misma profesión no nos lleva a agrupar a sujetos que,
aunque sean de la misma condición y coincidan en el mismo es-
pacio físico o institución, forman parte de dinámicas diferentes?
¿Cuáles son los límites del “grupo”? ¿No están quedando fue-
ra de nuestra observación elementos situados en otros espacios,
instituciones y profesiones que, sin embargo están relacionados
con los anteriores y contribuyen a la dinámica del “grupo”?
3DUHFH~WLOUHÁH[LRQDUVREUHORVSUREOHPDVGHVHJPHQWDFLyQVHSD-
ración de los diferentes y atribución de agencia histórica que conlle-
va el trabajo sobre grupos sociales, para ver de qué modo el análisis
relacional puede contribuir a superarlos.

- “Condición social” y redes de relaciones.


(ODQiOLVLVUHODFLRQDOQRVXVWLWX\HDODQiOLVLVFODVLÀFDWRULRHVWDEOHFL-
do a partir de los atributos ni está reñido con él. De hecho, las rela-
ciones de los individuos están muy relacionadas con su condición
social. Los antropólogos e historiadores lo han tenido en cuenta y, a
ODKRUDGHGHÀQLUODHVWUDWLÀFDFLyQVRFLDOKDQREVHUYDGRXQDVHULH
GHLQGLFDGRUHVXQRODVDFWLYLGDGHVRSRVHVLRQHVTXHGHÀQHQUHDOR
simbólicamente la posición de los individuos en la sociedad; dos, los
vínculos y relaciones sociales, esto es, el modo en que los individuos
se asocian y relacionan; y tres, los valores que expresan el lenguaje
y los signos de identidad, tanto lo que los individuos expresan para
valorarse como todos los signos distintivos o expresiones que mani-
ÀHVWDQXQDLGHQWLGDGFRP~QRXQDDOWHULGDGUHVSHFWRDRWURV33.
En la sociedad del Antiguo Régimen observamos una relación es-
trecha entre “condición” y “relaciones”. En una condición social de
determinado nivel de fortuna, estatus, poder y cultura se tejen de-
terminados parentescos, alianzas y amistades. Este conjunto de rela-
33 MORELL PEGUERO, B., Mercaderes y artesanos en la Sevilla del descubrimiento, Sevilla, 1986,
pp. 12-13.

62 José María Imízcoz Beunza


FLRQHVHIHFWLYDVUHYHODGHKHFKRODVFRQÀJXUDFLRQHVVRFLDOHVUHDOHV
los grupos efectivos soldados en la práctica por esas relaciones. Por
otra parte, las relaciones personales que establecen los miembros de
un grupo o círculo social no son algo desligado de sus intereses eco-
nómicos y políticos, sino que están íntimamente relacionadas con
esos intereses, con las actividades, asociaciones y rivalidades que se
producen en su búsqueda y consecución.
Las relaciones entre individuos permiten observar la construcción
de la identidad y de la alteridad, la percepción del “in-group” y
GHO´RXWJURXSµ\ODLGHQWLÀFDFLyQGHORVXSHULRU\GHORLQIHULRU
Las relaciones con los parientes, amigos, socios, conocidos y clien-
WHVFRQÀJXUDQUHGHVPiVRPHQRVGHQVDV\H[WHQVDV/DVSUiFWLFDV
de estas relaciones muestran sus contenidos efectivos: su carácter
estable o efímero, sus contenidos económicos y políticos, sus in-
tercambios de servicios y de contraprestaciones, sus solidaridades
\ FRQÁLFWRV (VWDV UHODFLRQHV PXHVWUDQ HO SDSHO GH FDGD DFWRU HQ
sus diferentes esferas de actividad, con quiénes entra en contacto
en cada una de ellas, los negocios e intercambios de favores, los
círculos de sociabilidad comunes, las prácticas conjuntas de ocio,
las prácticas culturales de distinción y de representación que com-
parten, la solidaridad de intereses, las rivalidades, la construcción
de adversarios, cuáles son los elementos de agrupación comunes
y las fallas internas34.
De hecho, los métodos empíricos para el análisis de grupos sociales
han evolucionado desde los estudios genéricos a la prosopografía
y las redes sociales, especialmente en el caso de las elites, donde es
más factible por la disponibilidad de fuentes documentales. Desde
los inicios de la Historia social, lo más habitual ha sido el estudio de
un “grupo” o de una “clase” como un conjunto social con atributos
comunes de riqueza, poder, estatus y cultura. En este tipo de traba-
jos, el estudio consistía en observar las características comunes, en
distinguir, según los casos, la tipología interna y las excepciones, y
en establecer los contrastes con otros grupos. Los casos individuales
servían como ejemplo para mostrar los rasgos del grupo.

34 SERNA Y PONS, El nombre del burgués..., pp. 109-111.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 63


(OVLJXLHQWHSDVRVLJQLÀFDWLYRHQHODQiOLVLVGHORVJUXSRVVRFLDOHV
fue la prosopografía o “biografía colectiva”35, que consiste es el es-
tudio de un grupo a partir del conocimiento de los individuos que
lo componen. Este procedimiento se ha aplicado especialmente al
estudio de grupos de las elites, como la nobleza, los miembros de
una administración o de un gobierno. El trabajo es laborioso, pero
procura un conocimiento mucho más rico de las características y
composición del grupo, de sus rasgos comunes y de su diversidad
interna.
El último paso en esta evolución ha sido el análisis de redes socia-
les36. En principio, esta metodología no parte de un grupo prede-
WHUPLQDGRQRSUHGHÀQHFXiOHVHOJUXSR\FXiOHVVRQVXVFRPSR-
nentes, sus contenidos y sus fronteras exteriores, sino que consiste,
al contrario, en descubrirlo, por inducción, a partir de los vínculos
efectivos entre individuos. Parte de la observación empírica de las
relaciones efectivas entre los individuos, de sus intercambios y soli-
GDULGDGHVDFWLYDVSDUDUHFRQVWUXLUVXVFRQÀJXUDFLRQHVVRFLDOHVUHD-
les, es decir, aquellas que funcionan efectivamente en la práctica.
Pero el análisis relacional se puede aplicar al estudio de un gru-
po social, por ejemplo, combinándolo con la prosopografía. En este
caso, aporta un instrumento muy útil para trabajar en profundidad
los elementos relacionales en el seno del grupo y, en la medida en
que las relaciones de los individuos del “grupo” escapan a las pre-
determinaciones de los marcos preestablecidos, revela elementos
importantes del grupo que, al quedar fuera del campo de visión de
los estudios clásicos, no veíamos. Por ejemplo, en el estudio de la
nobleza o de las oligarquías locales, muestra las relaciones verticales
de patronazgo y de clientelismo que alimentaban las bases sociales
GHVXSRGHUHLQÁXHQFLD(QOD+LVWRULDVRFLDOGHOD$GPLQLVWUDFLyQ
revela las redes de poder que desbordan a una institución o terri-

35 STONE, L., El Pasado y el Presente, México, 1986, pp. 61-94.


35258,=-´/DVpOLWHVGHOD(VSDxDOLEHUDOFODVHV\UHGHVHQODGHÀQLFLyQGHOHVSDFLR
social (1808-1931), Historia Social, 21, 1995; PRO RUIZ, J., “Socios, amigos y compadres: cama-
rillas y redes personales en la sociedad liberal”, en F. Chacón Jiménez y J. Hernández Franco
(eds.), Familia, poderosos y oligarquías, Murcia, 2001, pp. 153-173.

64 José María Imízcoz Beunza


torio37; esas redes de las que los administradores de una institución
forman parte y que son clave para explicar muchos aspectos, como
su acceso y reproducción en dicha institución.

- Segmentación, separación y atribución de agencia histórica:


Problemas de las categorías sociales y aportaciones del análisis
relacional
Uno de los problemas clásicos de los estudios de tipo sectorial sobre
grupos es el de la segmentación. Al limitar de entrada “el grupo” o
el “marco” de observación, delimitamos lo que podemos ver, pero
también lo que no.
Al acotar el estudio de un grupo que corresponde a un estatuto, a una
categoría socio-profesional, a una institución o a un espacio, delimi-
tamos un segmento. Esto plantea un problema de segmentación que
podemos expresar con la imagen de la ventana. Una ventana es un ob-
VHUYDWRULRHÀFD]SRUTXHQRVSHUPLWHYHU\ORTXHYHPRVHVUHDO6LQHP-
bargo, el objeto que observamos forma parte de algo más amplio, que el
marco de la ventana nos impide ver. Creo que esto no es un problema
mientras seamos conscientes de ello, porque el historiador siempre se
asoma a modestas ventanas de algo en realidad mucho más complejo.
El problema es cuando no sabemos que no vemos. Un objeto cobra su
SOHQRVLJQLÀFDGRHQHOFRQMXQWRGHXQSDLVDMHFRPRSDUWHGHpO(VWiHQ
relación con otros elementos que escapan a ese marco, pero que tienen
PXFKRTXHYHUFRQVXVLJQLÀFDGR6HJXLUDORVDFWRUHVHQVXVLQWHUDF-
ciones, en el conjunto más completo posible de sus relaciones, es una
buena manera de superar el corte de la realidad que impone un marco
ÀMRRSUHHVWDEOHFLGR
1RGLVSRQHPRVDKRUDGHHVSDFLRSDUDHMHPSOLÀFDUHVWRVSUREOHPDVGH
segmentación. En nuestro trabajo sobre la formación de nuevas elites
dirigentes en la Monarquía del siglo XVIII, el seguimiento de los gru-
pos familiares de origen vasco-navarro muestra que los marcos clásicos
HPSOHDGRVKDVWDDKRUDSDUDVXHVWXGLRVRFLRSURIHVLRQDOHVJHRJUiÀ-
cos o institucionales- no permiten percibir plenamente su dinámica.
37 DEDIEU, J. P., “Procesos y redes. La historia de las instituciones administrativas de la épo-
ca moderna hoy”, en La pluma, la mitra y la espada, Madrid, 2000, pp. 13-30.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 65


Para superar esa segmentación, es necesario un seguimiento de los ac-
tores y de sus redes sociales que desborde esos compartimentos estan-
cos y que haga posible aprehender la relación entre espacios y sectores
de actividad distantes, y entre dinámicas que, desde fuera, no parecen
UHODFLRQDGDV\TXHKDELWXDOPHQWHGLVRFLDPRVFRQHOÀQGHKDOODUVX
FRKHUHQFLDLQWHUQD\VXVLJQLÀFDGRHQSURFHVRVFRPSOHMRVGHFDPELR
histórico, de los que estos actores son agentes principales38.
Supongamos que miembros de estos grupos familiares se instalan de
IRUPDVLJQLÀFDWLYDHQODROLJDUTXtDGHXQDFLXGDGFRPRSXHGHVHUOD
Corte, Cádiz, o cualquier cabildo de las Indias. Un estudio de esa oli-
garquía urbana como “grupo social” se va a ver desbordado por to-
das partes por unas redes de familias que están actuando a una escala
más abierta, que están penetrando en instituciones y en economías de
diverso signo, y que, además, actúan relacionados entre sí, de tal ma-
nera que ninguna de estas “instituciones” o “espacios” está aislada
ni agota los contenidos del grupo. En estas condiciones, es legítimo
preguntarse hasta qué punto las claves de explicación de los rasgos y
del funcionamiento del “grupo” se hallan únicamente en el seno de
ese segmento –de ese espacio o institución-, o en otras dinámicas que
atraviesan ese segmento y lo desbordan ampliamente. Y la siguiente
cuestión es hasta qué punto esa parte de la realidad que queda fuera
GH OD FDWHJRUtD GHWHUPLQDGD GH DQWHPDQR FRPSOHWD R PRGLÀFD ODV
conclusiones. Porque en una institución o gobierno municipal pue-
den encontrarse sujetos cuyas trayectorias corresponden a dinámicas
muy diferentes, incluso contrarias, aunque en un momento coincidan
en unos mismos espacios ¿Hasta qué punto algunos rasgos que utili-
]DPRVSDUDKDFHUODPHGLDÀQDOHLGHQWLÀFDUVRFLDOPHQWHDOJUXSRQR
corresponden a procesos de cambio que se juegan en otros espacios,
o que pertenecen, en realidad, a dinámicas diferentes?
Otro riesgo de las categorías preestablecidas es el de separar u opo-
ner sistemáticamente a los diferentes, como si, por su desigualdad
de “clase”, debieran ser opuestos por principio y no pudieran estar
vinculados y actuar de consuno en la acción colectiva. La misma ló-
gica ha llevado a considerar como agrupados a aquellos que, siendo
38 IMÍZCOZ, J. M., “Las élites vasco-navarras y la Monarquía hispánica: construcciones sociales,
políticas y culturales en la Edad Moderna”, Cuadernos de Historia Moderna, 2008 (en prensa).

66 José María Imízcoz Beunza


de la misma condición social, sin embargo no están vinculados en-
tre si y no actúan conjuntamente, o incluso se enfrentan en bandos o
partidos opuestos, siguiendo diferentes liderazgos.
Un ejemplo paradigmático de ello es el modo en que se llegó a in-
terpretar, en los años 1970, las luchas de bandos medievales en el
País Vasco como una lucha de clases entre el campesinado y los
“señores feudales”39, al considerar los saqueos y exacciones que los
´SDULHQWHVPD\RUHVµLQÁLQJtDQDORVFDPSHVLQRVFRPRDFFLRQHVGH
los “señores feudales” contra “el campesinado”, sin observar que
dichos “parientes mayores” actuaban a la cabeza de sus seguidores
campesinos y saqueaban a los seguidores de sus enemigos, no a los
suyos propios. De este modo, la articulación vertical de los bandos
se convertía en una lucha de clases sociales.
Los análisis de clases, en particular, han limitado a priori las relacio-
nes de una clase a las relaciones horizontales entre individuos de la
misma condición, excluyendo de entrada las relaciones de intercam-
bio o cooperación con individuos de otra condición, o suponiendo
TXHpVWDVVyORSRGtDQVHUUHODFLRQHVGHRSRVLFLyQ\GHFRQÁLFWR(VWH
esquema ha llevado durante decenios a estudiar la oligarquía como
grupo de familias en el poder, vinculadas por lazos intraoligárquicos
de parentesco, endogamia matrimonial, intereses económicos, poder
político, etc. Esto es, la oligarquía como un “bloque de poder”, una
clase dominante, más o menos separada del resto de la sociedad y
que ejercía su dominación sobre las clases subalternas desde arriba.
Sin embargo, la historiografía reciente ha descubierto también las
relaciones verticales y, en particular, las relaciones de patronazgo
y clientelismo40. Relaciones clientelares hacia arriba, con los estu-
)(51É1'(='(3,1('2(´¢/XFKDGHEDQGRVRFRQÁLFWRVRFLDO"µHQHistoria General
del País Vasco, Bilbao-San Sebastián, 1981, vol. VI, pp. 123-135.
40 Entre otros, KETTERING, S., Patrons, Brokers and Clients in Seventeenth Century France, New
York, Oxford, 1986; MARTÍNEZ MILLÁN, J., “Las investigaciones sobre patronazgo y clien-
telismo en la administración de la Monarquía Hispana durante la Edad Moderna”, Studia His-
torica. Historia Moderna, 15, 1996, pp. 83-106; FEROS, A., “Clientelismo y poder monárquico en
la España de los siglos XVI y XVII”, Relaciones, 19-73, Invierno 1998, pp. 17-49; WINDLER, C.,
eOLWHVORFDOHVVHxRUHVUHIRUPLVWDV5HGHVFOLHQWHODUHV\0RQDUTXtDKDFLDÀQDOHVGHO$QWLJXR5pJLPHQ,
Sevilla, 1997; TORRAS RIBÉ, J. M., Poders i relacions clientelars a la Catalunya dels Austria: Pere
Franquesa, 1547-1614, Vic, 1998; ROBLES EGEA, A. (dir.), Política en penumbra. Patronazgo y
clientelismo político en la España contemporánea, Madrid, 1996.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 67


dios sobre la Corte y sobre las relaciones de patronazgo cortesano
que, como se está demostrando, resultaban clave para la posición
de las familias de las oligarquías locales en sus territorios. Y relacio-
nes clientelares hacia abajo: las relaciones de los poderosos con los
subalternos y, sobre todo, las relaciones privilegiadas con sus inter-
mediarios, leales, deudos, que constituían los principales puntos de
DSR\RGHVXLQÁXHQFLD&RPRYHUHPRVHQODWHUFHUDSDUWHHVWDUH-
QRYDFLyQKLVWRULRJUiÀFDPHMRUDFRQVLGHUDEOHPHQWHODFRPSUHQVLyQ
del modo en que se ejercía la dominación de los poderosos.
El análisis relacional, al observar el conjunto de las relaciones y sus
GLIHUHQWHVVLJQLÀFDGRVSHUPLWHYHUWDQWRORVYtQFXORVHQWUHORVLQGL-
viduos de una misma condición económica como las relaciones con
elementos más elevados o más bajos en la escala social. Además,
muestra en qué consisten estas relaciones, qué intercambios com-
SRUWDQ TXp VLJQLÀFDGRV OHV GDQ ORV GLIHUHQWHV DFWRUHV \ FRQ TXp
consecuencias.
Por último, un problema central, relacionado con los anteriores, es
el riesgo de atribuir la agencia histórica a actores que no lo son. El
SUREOHPDQRUHVLGHHQODFODVLÀFDFLyQRHQODGHVFULSFLyQVLQRHQ
tomar las categorías preestablecidas como los agentes de la Histo-
ria, siguiendo modelos predeterminados de evolución histórica.
El análisis relacional e inductivo es un instrumento especialmente
apto para observar a los actores que actúan realmente en un proceso
histórico. Investiga qué individuos actúan efectivamente, qué son
unos con respecto a otros, cómo se asocian, cómo se agrupan en un
FRQÁLFWRFRQWUDTXLHQHVVHHQIUHQWDQFRQTXpLQWHUHVHV\GLYHUJHQ-
FLDV TXp GLVFXUVRV OHJLWLPDGRUHV XWLOL]DQ FRQ TXp VLJQLÀFDGRV \
FRQTXpÀFFLRQHV(VWRD\XGDDHYLWDUDWULEXLUODDJHQFLDKLVWyULFD
a actores “alegóricos” (como el Pueblo, el Estado, la Burguesía, el
Campesinado, el Proletariado, la Administración, el Poder, etc.) a
partir de modelos predeterminados y, muchas veces, de las legiti-
maciones que utilizan y manipulan los propios actores en su ac-
ción41.

41 BOLTANSKI, L. y THÉVENOT, L., 'H OD MXVWLÀFDWLRQ /HV pFRQRPLHV GH OD JUDQGHXU, Paris,
1991.

68 José María Imízcoz Beunza


Este tipo de atribuciones han servido en el pasado para explicar
grandes procesos de cambio histórico y han tenido aplicaciones de
HQRUPHLQÁXHQFLD8QPRGHORGHWHUPLQDQWHSDUDOD+LVWRULDPR-
derna ha sido el de la “revolución burguesa”. La revolución liberal
era la obra de una clase emergente, la burguesía, que, tras una
larga oposición contra la aristocracia, se hacía con el poder para
transformar el sistema de acuerdo con sus intereses, en particular
para favorecer el desarrollo del capitalismo. Esta tensión daba sen-
tido a toda la historia social de la Edad Moderna, que se entendía
FRPR XQD VHULH FDUDFWHUtVWLFD GH FRQWUDGLFFLRQHV \ GH FRQÁLFWRV
a medida que se producía la emergencia de “la burguesía”, que
GHVHPERFDEDQÀQDOPHQWHHQODUHYROXFLyQEXUJXHVD(QVXFRQR-
cido estudio sobre “Los notables de Madrid”, Jesús Cruz contesta
esta atribución de agencia histórica, constata la escasez de trabajos
empíricos que la apoyan y estudia el proceso de formación de los
grupos sociales que propiciaron el desmantelamiento del Antiguo
Régimen. Sigue a los grupos de comerciantes, banqueros, funcio-
narios y políticos madrileños, entre 1750 y 1850, observando la
reproducción social de sus familias, sus variaciones y continuida-
des. Como resultado, concluye que las elites liberales que llevaron
a cabo la revolución política en la primera mitad del siglo XIX no
constituían una clase nueva, “la burguesía”, sino grupos de “no-
tables” que eran en buena medida herederos de las elites adminis-
WUDWLYDV\ÀQDQFLHUDVTXHJREHUQDEDQHO(VWDGRGHORV%RUERQHVHQ
el siglo XVIII42.
No interesa ahora tanto el caso como la ejemplaridad del caso,
sobre todo en una cuestión tan central como es ésta. Este ejem-
plo muestra que la observación de los actores sociales deshace
la atribución de agencia histórica a categorías impuestas por
modelos predeterminados, pero no renuncia a las categorías de
análisis, sino al contrario, permite construirlas con mejores bases
empíricas.

42 CRUZ, J., Los notables de Madrid. Las bases sociales de la Revolución liberal española, Madrid,
2000, pp. 11-14. En otros países el abandono del paradigma de la “revolución burguesa” se
generalizó mucho antes, en particular a partir del libro decisivo de FURET, F., Pensar la revo-
lución francesa, París, 1978.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 69


3. La desigualdad y las relaciones verticales en la sociedad del
Antiguo Régimen: el poder como dominación vs. el poder como
relación.
La visión de la sociedad como un conjunto de clases enfrenta-
das unas a otras predetermina una visión desde la que sólo se
pueden ver determinadas cosas, pero nunca otras. El grado de
esta exclusión depende del grado de fundamentalismo en su
aplicación. En la práctica, este modelo ha sólido comportar las
siguientes predeterminaciones sistemáticas: entre las clases so-
ciales sólo caben relaciones de explotación y de lucha contra la
explotación. Al contrario, las solidaridades son sólo horizonta-
les, nunca verticales. Sólo son relevantes los conflictos de opo-
sición entre desiguales, lo que lleva a infravalorar los conflictos
entre semejantes.
Tras los avances de la investigación en los últimos veinte años, creo
que no merece la pena volver sobre ello. Desde el punto de vista del
análisis relacional, me interesa más entrar en diálogo, aunque sea
diferido, con la apertura que operó E. P. Thompson dentro del ma-
terialismo histórico, al considerar la clase como una relación.

- Du côté de chez Thompson.


E. P. Thompson propuso una explicación de las relaciones de clase
a partir de las experiencias de los actores sociales. A mi entender,
la “relación de clase” es una de las dimensiones posibles de las
relaciones sociales. Para el análisis relacional, las relaciones de ex-
plotación son tan importantes como las de cooperación y debe ser
capaz de analizar abiertamente ambas dimensiones, interrelacio-
nándolas.
Como hemos visto, para E. P. Thompson, la clase debe ser entendida
como una relación histórica y no como un objeto o una estructura.
La “experiencia” es fundamental para entender su concepto de clase:
“Si detenemos la historia en un punto determinado, entonces no hay
clases sino simplemente una multitud de individuos con una multi-
tud de experiencias. Pero si observamos a esos hombres a lo largo de

70 José María Imízcoz Beunza


XQSHULRGRVXÀFLHQWHGHFDPELRVRFLDOREVHUYDUHPRVSDXWDVHQVXV
relaciones, sus ideas y sus instituciones”43.
“La clase cobra existencia cuando algunos hombres, de resultas de
sus experiencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y arti-
culan la identidad de sus intereses a la vez comunes a ellos mismos
y frente a otros hombres cuyos intereses son diferentes (y normal-
mente opuestos) a los suyos”44. “La experiencia de clase está am-
pliamente determinada por las relaciones de producción en las que
los hombres nacen, o en las que entran de manera involuntaria. La
conciencia de clase es la forma en que se expresan estas experiencias
en términos culturales: encarnadas en tradiciones, sistemas de valo-
res, ideas y formas institucionales”45.
Estoy de acuerdo en que la conciencia de los actores sociales se for-
ma en sus experiencias y en que éstas están muy relacionadas con
las “relaciones productivas” en las que tienen lugar esas experien-
cias. “Relaciones productivas” en el sentido amplio en que lo en-
tiende E. P. Thompson: “Lo que (...) hace el modo de producción
es proporcionar (...) un núcleo de relación humana a partir del cual
todo lo demás crece”46.
Donde discrepo es en el a priori de que esas “relaciones producti-
vas” tengan que dar lugar a un sólo tipo de experiencias, esto es
a experiencias negativas de explotación. Hoy día esto sólo se pue-
de defender desde un parti pris ideológico, ajeno a la investigación.
La observación de las relaciones de patronazgo y clientelismo en la
sociedad del antiguo régimen nos muestra de forma abrumadora
que esas mismas “relaciones de producción” –la propia desigual-
dad profunda de la sociedad del antiguo régimen- eran también
la base de “relaciones distributivas” que alimentaban otro tipo de
experiencias y otro tipo de conciencia. El reto para la investigación
actual es observar de la forma más abierta posible la pluralidad de

43 THOMPSON, E. P., La formación histórica de la clase obrera en Inglaterra, Barcelona, 1989, t. I,


p. XV; KAYE, H. J., Los historiadores marxistas británicos..., pp. 161-162.
44 THOMPSON, E. P., La formación histórica..., t. I, p. XIV.
45 THOMPSON, E. P., La formación histórica..., t. I, p. XIV; KAYE, H. J., Los historiadores marxis-
tas británicos..., p. 162.
46 KAYE, H. J., Los historiadores marxistas británicos..., p. 160.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 71


experiencias de diferente signo y percibir la diversidad de valores
que cobran las relaciones entre desiguales, superando los modelos
unívocos o reduccionistas de cualquier tipo.
Thompson huye del determinismo, incluso en el caso de que la
experiencia de la desigualdad fuese una experiencia unívoca de
clase: si “la experiencia de clase está en gran manera determinada
por las relaciones productivas” que experimenta el hombre, esto
no determina una “conciencia de clase”. “Si bien la experiencia
aparece como determinada, la conciencia de clase no lo está. Po-
demos ver una cierta lógica en las respuestas de grupos laborales
similares que tienen experiencias similares, pero no podemos for-
mular ninguna ley”47. Este no-determinismo deja abierta la puerta
a la observación empírica de actitudes diferentes ante experiencias
semejantes. Incluso de comportamientos sucesivos, rebeldes y de-
ferentes, de una misma persona. Pero, a mi entender, esta poliva-
lencia y variabilidad de las respuestas puede corresponder a la
variedad de experiencias simultáneas –de cooperación y de oposi-
ción- que caracterizaban a las relaciones verticales en la sociedad
del antiguo régimen, y al peso mayor o menor de unos u otros
elementos según las situaciones.
$TXt SRGUtDPRV UHWRPDU OD UHÁH[LyQ GH ( 3 7KRPSVRQ VREUH HO
“ser social” y la “conciencia social” para abrirla a una conceptuali-
zación más global de las relaciones sociales, ampliando “experien-
cia de clase” a “experiencia social” y “conciencia de clase” a “con-
ciencia social”, cualesquiera que puedan ser los contenidos plurales
y aparentemente contradictorios de estas.
Por decirlo ampliamente: la “conciencia social” de los individuos
se forja en sus experiencias. Pero éstas pueden ser (y de hecho son,
como se observa empíricamente) de diferente signo. En un sistema
social y económico basado en la desigualdad y en la jerarquía en el
seno de cada célula social, las experiencias pueden ser tanto de vin-
culación, servicio, paternalismo y lealtad, en las que se forma una
conciencia de lealtades corporativas y verticales, como de explota-
ción, abuso y lucha.
47 THOMPSON, E. P., La formación histórica..., t. I, p. XIV.

72 José María Imízcoz Beunza


Thompson reconoce, en la Inglaterra del siglo XVIII, la importancia de
las relaciones de clientelismo entre la gentry y la plebe, la conciencia
vertical de los artesanos urbanos, la unidad de producción y de tra-
bajo de la economía doméstica tradicional y las “obligaciones mutuas
vinculantes” que regían estas relaciones verticales... y sin embargo
no saca mayores consecuencias. Desde el concepto de clase es difícil
percibir todo lo que no sea “relación de clase”. O quizás, simplemen-
te, este no era su objeto de estudio y sólo lo abordó para hacer frente
a historiadores conservadores que pretendían instrumentalizar estos
elementos para alimentar la idea de un “consenso” entre patricios y
plebeyos.
En efecto, Thompson reconoce la importancia de las formas de orga-
nización social “verticales”, pero no el uso irenista que se ha hecho
de ellas. Critica, con razón, el concepto de “paternalismo”, de “con-
senso” o de “sociedad de una clase” utilizado por autores como Pe-
ter Laslett. Sin embargo, al partir de la experiencia de las relaciones
sociales, deja la puerta abierta a un análisis más plural de éstas. Por
ejemplo, al hablar de las reciprocidades verticales: “En mi propia
práctica he encontrado la reciprocidad gentry-multitud, el “equili-
brio paternalista” en el cual ambas partes de la ecuación eran, hasta
cierto punto, prisioneras de la contraria, más útil que las nociones
de “sociedad de una sola clase” o de consenso”48. O al referirse a la
conciencia vertical de los artesanos: “Yo acepto el argumento de que
muchos artesanos urbanos revelaban una conciencia “vertical” del
RÀFLR HQ OXJDU GH XQD FRQFLHQFLD ´KRUL]RQWDOµ GH OD FODVH REUHUD
industrial madura)”49. Sin embargo, no admite, con razón, que esto
se utilice para dar una imagen de consenso: “Pero esta conciencia
vertical no estaba atada con las cadenas diamantinas del consenso
a los gobernantes de la sociedad”50. En la misma línea, reconoce la
importancia para la organización social de la “unidad doméstica
económica” (del pequeño taller familiar, etc.) pero critica la visión
irenista que se ha dado de ello y, cuando Peter Laslett describe el

48 THOMPSON, E.P., “La sociedad inglesa en el siglo XVIII”, en Tradición, revuelta..., Barce-
lona, 1979, p. 39.
49 Ibid., p. 31.
50 Ibid., p. 31.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 73


calor del hogar (“Hubo un tiempo en que toda la vida transcurría
en la familia, en un círculo de rostros amados y familiares, de ob-
jetos conocidos y acariciados, todos de proporciones humanas”51),
Thompson añade que esto era así “incluso si el calor se debía a la
rebelión impotente contra una dependencia abyecta, con tanta fre-
cuencia como al respeto mutuo”52.
7KRPSVRQGHÀHQGHODYDOLGH]GHODH[SHULHQFLDSHURHQUHDOLGDG
pone límites a la experiencia, o, cuando menos, sólo reconoce legi-
timidad explicativa a determinadas experiencias, las que coinciden
con el modelo preestablecido. Así se ve, por ejemplo, en la descali-
ÀFDFLyQGHHVDSDUWHGHODH[SHULHQFLDTXHOODPD´SDWHUQDOLVPRµDO
que ningunea como un término descriptivo impreciso... que tiende
a ofrecer un modelo de orden social visto desde arriba, que contie-
ne implicaciones de calor y de relaciones personales que suponen
nociones valorativas y que confunde lo real con lo ideal53. Una cosa
es criticar ajustadamente el pretendido “consenso” y otra ignorar
todas las experiencias de las relaciones verticales que no son de ex-
plotación.
Creo que la predeterminación comienza cuando se pretende dictar
de forma excluyente lo que es objetivo (en este caso “los intereses
de clase”) y lo que es subjetivo o idealista. La secuencia es sencilla:
determinado “modo de producción” se caracterizaría por determi-
nadas “relaciones de producción” que producirían determinada
´H[SHULHQFLD GH FODVHµ TXH FRQÀJXUDUtD GHWHUPLQDGR ´VHU VRFLDOµ
al que correspondería determinada “conciencia de clase”. Todo em-
pieza por una reducción de lo real.
Parece que la única conciencia objetiva, y, por tanto, válida para la
explicación histórica, sólo puede ser “la conciencia de clase”, que
es la única que correspondería al “ser social” objetivo. Cuando lo
subjetivo o idealista no corresponde a lo “objetivo”, esto es a los
verdaderos-intereses-de-clase, ya es algo “impostado”, superpuesto
a los intereses de los plebeyos por contaminación de los discursos

51 LASLETT, P., El mundo que hemos perdido, Madrid, 1987, p. 40.


52 THOMPSON, E. P., “La sociedad inglesa…”, p. 18.
53 THOMPSON, E. P., “La sociedad inglesa...”, pp. 19-20.

74 José María Imízcoz Beunza


o valores de los privilegiados. Así, la cultura plebeya sería (sólo) la
propia cultura del pueblo, una defensa contra las intrusiones de la
gentry o del clero54/DVH[SUHVLRQHVSRSXODUHVDÀQHVDORVXVRVSD-
tricios resultarían de una imposición: “Incluso se ve a la plebe como
cautiva de una prisión lingüística obligada, hasta en los momentos
de rebelión, a moverse dentro de los parámetros del constituciona-
lismo, de la “Vieja Inglaterra”, de la deferencia a los líderes patricios
y del patriarcado” 55. O corresponderían a un mero uso instrumen-
tal: cuando el pueblo busca una legitimación de la protesta, recurre
a menudo a las regulaciones paternalistas (...) y selecciona partes
mejor pensadas para defender sus intereses del momento56. ¿Sólo
eso? ¿No tienen otras experiencias recíprocas en que se generen va-
lores en parte comunes?
&UHR TXH ORV FRQÁLFWRV PiV FDUDFWHUtVWLFRV HQ OD VRFLHGDG GHO DQ-
WLJXRUpJLPHQVRQFRQÁLFWRVSRUODGHIHQVDGHORVGHUHFKRVGHODV
partes para que se cumplan las “obligaciones mutuas vinculantes”.
&RQÁLFWRVFRQWUDORVDEXVRVPDORVXVRVDUELWUDULHGDGHVDSURSLD-
ciones que van contra esos “derechos”, que exceden o contravie-
nen los límites del poder justo, tal y como lo legitima y delimita la
costumbre y la práctica habitualmente admitida de esas relaciones
contractuales, los deberes respectivos de esas “obligaciones mutuas
YLQFXODQWHVµ3LHQVRTXHHVWRVFRQÁLFWRVQRVGLFHQPXFKRVREUHODV
experiencias efectivas de unas relaciones verticales caracterizadas
por “obligaciones mutuas vinculantes”. Probablemente, la defensa
de lo que “debería ser” nos habla masivamente de lo que podría ser
porque muchas veces es.
De hecho, la explicación de E. P. Thompson de la formación histórica
de la clase obrera está muy relacionada con la desintegración de es-
tas formas de organización doméstica, corporativa y jerárquica, y la
ruptura de las obligaciones mutuas vinculantes. Thompson describe
el carácter colectivo de las experiencias de explotación de los trabaja-
dores ingleses, pero lo hace destacando las actividades y experiencias
individuales de artesanos y obreros. Entre las ofensas sufridas por
54 THOMPSON, E. P., Costumbres en común..., p. 25.
55 THOMPSON, E. P., Costumbres en común..., p. 23.
56 THOMPSON, E. P., “La sociedad inglesa...”, p. 45.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 75


los trabajadores con los cambios de las relaciones sociales de produc-
ción destaca la aparición de una clase patronal sin la autoridad o las
obligaciones tradicionales, la distancia creciente entre patrón y hom-
bre, la transparencia de la explotación como fuente de riqueza y de
poder nuevos, la falta de status y de independencia del trabajador,
su reducción a la dependencia total de los elementos de producción
del patrón, la parcialidad de la ley, la ruptura de la economía familiar
tradicional; la disciplina, monotonía, horas y condiciones de trabajo;
la pérdida del descanso y la amenidad; la reducción del hombre al
status de “instrumento”57.
Al mismo tiempo que se rompían las formas tradicionales de la eco-
nomía familiar vertical y sus obligaciones mutuas vinculantes, los
nuevos patronos tendieron a formar una sociabilidad separada, con
barrios exclusivos, ostentación de mansiones, prácticas de distin-
ción, etc. que no hacían sino revelar con mayor transparencia los
resultados de su explotación58. El proceso histórico de “separación”
de los “diferentes” que se produce en la Europa moderna es algo
poco estudiado, a pesar de que tiene sólidos antecedentes en el cam-
po de las sociabilidades y de las formas culturales59.

- Las experiencias plurales de la desigualdad.


Para entender cuáles eran las bases sociales del poder en la sociedad
del Antiguo Régimen, es necesario sintetizar las dos grandes con-
cepciones sobre el poder. La primera lo considera como una conse-
cuencia de las estructuras sociales que distribuyen los recursos de
forma desigual entre los grupos, lo que permite a los grupos privi-
legiados ejercer su dominación sobre la sociedad. Según este para-
digma, cuya fuente principal se halla en la obra de Marx, el poder
político sería la expresión de las relaciones sociales de producción y

57 KAYE, H. J., Los historiadores marxistas británicos..., p.169.


58 Ver, por ejemplo, THOMPSON, E.P., La formación histórica de la clase obrera. Inglaterra: 1780-
1832, Barcelona, 1977, t. II, pp. 16, pp. 22-23, p. 27, p. 28; Ibid., Tradición, revuelta y consciencia
de clase..., p. 44.
59 Por ejemplo, CHARTIER R. y NEVEUX, H., en G. Duby (dir.), Histoire de la France urbaine,
Paris, 1981, t. II, pp. 180-198; ELIAS, N., El proceso de la civilización, México-Madrid-Buenos
Aires, 1987, BURKE, P., La cultura popular en la Europa moderna, Madrid, 1990.

76 José María Imízcoz Beunza


el instrumento de la dominación de una clase sobre otra. La segun-
da concepción considera el poder como una relación, como una in-
teracción entre grupos e individuos, y se inspira principalmente en
0D[:HEHUTXLHQGHÀQHHOSRGHUFRPR´ODSUREDELOLGDGGHTXHXQ
actor sea capaz de imponer su voluntad en el marco de una relación
social, a pesar de las resistencias eventuales y cualquiera que sea el
fundamento sobre el que repose esa eventualidad”. Esta concepción
pone el acento en los aspectos relacionales del poder, que implican
la posibilidad de ciertos individuos o grupos de actuar sobre otros
en una relación de poder consciente. Desde este punto de vista, no
se dispone de poder sino con respecto a otros y son, por tanto, los
otros quienes hacen efectivo un poder dado, en la medida en que es
pertinente en la relación de que se trate60.
(QORTXHVHUHÀHUHDODVRFLHGDGGHO$QWLJXR5pJLPHQDPERVSXQ-
tos de vista se pueden sintetizar así: la desigualdad en la distribu-
ción de los recursos era, en efecto, la base material del poder de los
grupos privilegiados, pero esto no daba lugar a dos clases separadas,
una de dominantes y otra de dominados, establecidas como forma-
ciones sociales apartadas una de otra, antagónicas y relacionadas
sólo mediante relaciones de dominación y de exacción de rentas,
desde “arriba”, y de pago de tributos y resistencia, desde “abajo”.
La desigualdad era al mismo tiempo la base de la dominación y de
la protección, la base, por tanto, de relaciones verticales necesarias
que podían cobrar valores diferentes y contradictorios. La desigual-
dad social no se expresaba tanto como separación sino mediante
estrechos vínculos personales de dependencia, en una sociedad ba-
sada en relaciones de paternalismo y deferencia, de autoridad y de
subordinación. De hecho, la propia desigualdad constituía la base
PLVPDGHLQWHUFDPELRVYHUWLFDOHVGHVLJXDOHVGHXQDHVSHFtÀFDHFR-
QRPtDTXHSRGtDFREUDUGLIHUHQWHVVLJQLÀFDGRVGHVGHORVPiVHV-
trechos intercambios de patrocinio y de servicio, de liberalidad y
de agradecimiento, hasta las más aborrecidas imposiciones, abusos
y sumisiones. Estas relaciones articulaban de forma privilegiada el
entramado social, vehiculaban muy diversas prácticas e intercam-
60 MERRIEN, F. X., “La sociologie politique”, en J. P. Durand y R. Weil (dir.), Sociologie contem-
poraine, Paris, 1989, pp. 424-425.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 77


bios, y comportaban un amplio abanico de experiencias, desde lo
legítimo y admitido hasta el abuso y la condena, desde la coopera-
FLyQ\ODFRQFRUGLDKDVWDHOGHVFRQWHQWR\HOFRQÁLFWR
La economía de la sociedad del Antiguo Régimen era en gran medi-
da una economía vertical de intercambio de servicios y contrapres-
taciones entre desiguales, lo que está en la base de las relaciones de
patronazgo y clientelismo, y en las relaciones de servicio y domes-
ticidad de las economías domésticas. Esto era así desde la cúspide
KDVWDODEDVH$OH[LVGH7RFTXHYLOOHGHÀQtDODVRFLHGDGGHO$QWLJXR
Régimen como una sociedad jerárquica en la que los hombres for-
maban “una cadena que remontaba del campesino al rey”: “En las
sociedades aristocráticas, todos los ciudadanos están situados en un
SXHVWRÀMRXQRVSRUHQFLPDGHRWURVµGHWDOPRGRTXH´FDGDXQR
de ellos percibe siempre, más alto que él, un hombre cuya protec-
ción le es necesaria, y, más bajo, descubre otro al cual puede recla-
mar asistencia” 61.
Empezando por el rey. Los patriciados locales se hallaban vincula-
GRVDODFRURQDSRUXQÁXMRFRQVWDQWHGHLQWHUFDPELRVHQHOTXHUH-
cibían favores, cargos, honores y pensiones a cambio de una lealtad
y servicio que debía asegurar la gobernabilidad del territorio y la
percepción de los impuestos reales, y este intercambio vertical era
la clave de bóveda del sistema político62.
Como ha observado E. P. Thompson, “las clases dominantes han ejer-
cido la autoridad por medio de la fuerza militar, e incluso la econó-
mica, de una manera directa y sin mediaciones, muy raramente en
la Historia, y esto sólo durante cortos períodos”63. En este sentido,
Ignacio Atienza ha puesto de relieve que la dominación de los pode-
rosos se ejercía normalmente no por la imposición y la fuerza, sino
mediante “los mecanismos ordinarios” de la dominación, propios

61 TOCQUEVILLE, A. de, De la democracia en América, VER


62 DEDIEU, J. P. y MOUTOUKIAS, Z., “Approche de la théorie des réseaux sociaux”, en J. L.
CASTELLANO y J. P. DEDIEU (dirs.), Réseaux, familles et pouvoirs dans le monde ibérique à la
ÀQGHO·$QFLHQ5pJLPH, Paris, 1998, p. 20 ; YUN CASALILLA, B., La gestión del poder: Corona y
economías aristocráticas en Castilla, siglos XVI-XVIII, Madrid, 2002.
63 THOMPSON, E. P., “Folklore, antropología e Historia social”, Historia Social, 3, 1989, p.
88.

78 José María Imízcoz Beunza


del patronazgo clientelar: mediante la entrega de gracias y mercedes,
protegiendo, prestando favores y ventajas, recompensando servicios
y lealtades, ejerciendo un variado mecenazgo, buscando la integra-
ción y el entendimiento, pero recurriendo a la coacción y a la violen-
cia cuando era necesario64.
Los poderosos concentraban las rentas, pero también eran sus princi-
pales distribuidores. La economía de la casa aristocrática no se regía
SRUXQDOyJLFDFDSLWDOLVWDGHPD[LPL]DFLyQGHEHQHÀFLRV\GHDGHFXD-
ción de gastos e ingresos, sino que cumplía una doble función de cap-
tación y de redistribución de recursos, siendo ambas vitales para su
posición y poder65. En buena medida, la captación de ingresos estaba
destinada a alimentar la base social de su poder: a nutrir su prestigio,
mediante la ostentación de su grandeza y la representación de todo
su capital simbólico, y a sustentar una base clientelar lo más amplia
posible, mediante una política de gracias y mercedes que mantuviera
ODÀGHOLGDGGHHPSOHDGRVFULDGRV\YDVDOORV
Como ha mostrado Ignacio Atienza, esta economía era selectiva. Se
concentraba en unas relaciones privilegiadas que resultaban claves
para sustentar la autoridad del señor. El gobierno de la casa aris-
tocrática se apoyaba en una pirámide de empleados y criados. Los
principales cargos subalternos eran la correa de transmisión de la
voluntad del señor y le servían como informadores, incluso con-
ÀGHQWHV \ DVHVRUHV (O VHxRU WDPELpQ PDQWHQtD UHODFLRQHV SULYLOH-
giadas con los grupos intermedios de alcaldes, jueces, maestros y
sacerdotes, y alimentaba relaciones de patronazgo con las familias
GHFDEDOOHURV\EXHQRVKLGDOJRVGHVXVWHUULWRULRV(QGHÀQLWLYDOD
LQÁXHQFLDGHORVVHxRUHVVHDSR\DEDHQXQDDPSOLDFOLHQWHODGHÀH-
les servidores y deudos, que alimentaban constantemente66.
64 ATIENZA HERNANDEZ, I., “Consenso, solidaridad vertical e integración versus violen-
cia en los señoríos castellanos del siglo XVIII y la crisis del Antiguo Régimen”, en E. Sarasa
y E. Serrano (eds.), Señorío y Feudalismo en la Península Ibérica (ss. XII-XIX), Zaragoza, 1993,
vol. II, pp. 276-279.
65 SANCHEZ LEON, P., “Aspectos de una teoría de la competencia señorial: organización
patrimonial, redistribución de recursos y cambio social”, Hispania, LIII/3, 185, 1993, pp. 885-
905.
66 ATIENZA, I., “Teoría y administración de la casa. Linaje, familia extensa, ciclo vital y
aristocracia en Castilla (s.XVI-XIX)”, en F. Chacón Jiménez et al. (eds.), Familia, grupos sociales
y mujer en España (s. XV-XIX), Murcia, 1991, pp. 37-39, p. 41, p. 45.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 79


A través de estas relaciones privilegiadas con sus servidores y clien-
tes, los señores hacían efectivo su poder. Pero también los depen-
dientes, gracias a sus relaciones privilegiadas con sus superiores,
obtenían el favor, la recompensa, la promoción, determinados re-
FXUVRV FLHUWD LQÁXHQFLD /D GHSHQGHQFLD WHQtD VXV VHUYLGXPEUHV
pero la posición privilegiada como representantes o deudos del se-
xRUSRGtDUHVXOWDUPX\EHQHÀFLRVDSDUDVXHFRQRPtDVRFLDO(UDXQ
elemento que les procuraba estatus y honorabilidad, pero también
les podía servir para alimentar su propia red de relaciones: les per-
mitía hacerse valer ante los subalternos como intercesores o con-
ducto necesario para conseguir favores y, a cambio, podían obtener
para si mismos determinados servicios, ventajas materiales o sim-
plemente crédito, alimentando así sus propias relaciones de amis-
tad y clientelismo.
Muchos sectores estaban directamente interesados en la redistribu-
ción de las rentas de los poderosos. Desde luego, sus administrado-
res, empleados y criados abundantes, y, tratándose con mucho de
los principales consumidores, todos aquellos que producían para
ellos o les aprovisionaban: comerciantes, tenderos, canteros, pinto-
UHVRUIHEUHVOLEUHURVPDHVWURV\DUWHVDQRVGHPX\GLYHUVRVRÀFLRV
En todas las ciudades se concentraba un alto porcentaje de pobla-
ción dependiente dedicada a prestar servicio a las familias acomo-
dadas de la aristocracia y el clero, del comercio y del artesanado.
La dependencia no sólo se imponía desde arriba, sino que se bus-
caba desde abajo. Se buscaba la protección, no por consenso o ad-
hesión, sino por necesidad, como vía necesaria tanto para medrar
como para subsistir. Las familias humildes dependían mucho de los
recursos que controlaban los más poderosos y ricos que ellas. De-
pendían de las necesidades de consumo de los más pudientes, del
control de materias primas y del reparto de encargos y contratas por
los comerciantes y artesanos dominantes, de los empleos menores,
arriendos de tabernas y carnicerías concejiles, cuyo nombramien-
to estaba en manos de la oligarquía municipal, del reclutamiento
de mano de obra al servicio de las casas principales, de jornaleros
para la agricultura, o de trabajadores para las faenas en torno a las

80 José María Imízcoz Beunza


ferrerías, del arriendo de tierras de labranza en el campo y de aloja-
mientos en la ciudad, de los préstamos de grano para sembrar o de
DQLPDOHVGHWLURSDUDODEUDUGHODEHQHÀFHQFLDSDWURFLQDGDSRUORV
más pudientes, etc.
Se ve que los poderosos, al controlar los medios de producción y
las fuentes de riqueza y de trabajo, las instituciones y las vías de
promoción, etc. eran un recurso necesario, o al menos muy útil, para
quienes desean prosperar, o simplemente sobrevivir, y los de abajo
acudían a esas fuentes de recursos para solicitar su ayuda. Segura-
mente, esta demanda social desde abajo no era genérica sino selecti-
va, como era sin duda selectiva la integración activada desde arriba.
(QGHÀQLWLYDHVWDHFRQRPtDGHODGHVLJXDOGDGOOHYDEDDORVLQIHULR-
res a buscar los recursos que controlaban los superiores, a participar
en la “economía distributiva” que estos administraban.
Parece que cualquier economía que mueven los poderosos tiene por
debajo una pirámide de interesados, asociados o subordinados a
HOODDORVÁXMRVTXHPXHYH\DORVLQWHUHVHVTXHSURFXUD/DHFRQR-
mía de los poderosos se apoyaba en esta base, la necesitaba, la uti-
lizaba, y al mismo tiempo la alimentaba. Hay una relación de inte-
rés objetivo entre las familias principales y la cadena de servidores,
deudos y empleados en las economías subordinadas o interesadas
HQHVRVÁXMRV
Un elemento de la supremacía de las familias principales fue su
política paternalista. A través de la donación y de los comporta-
mientos caritativos, los notables establecían relaciones de solida-
ridad jerárquica con la comunidad. La donación tenía una función
importante como expresión de un status privilegiado y como ele-
mento de legitimación de las familias poderosas. Mostrarse gene-
roso y magnánimo no era solamente un acto de liberalidad de los
poderosos, sino una obligación propia de su status privilegiado,
una característica de su papel dirigente67. Era un símbolo de pres-
tigio y suponía cierta subordinación y agradecimiento por parte
de los agraciados. A través de la caridad de los poderosos, una

67 HESPANHA, A. M., La gracia del derecho. Economía de la cultura en la Edad Moderna, Ma-
drid, 1993, pp. 151-176.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 81


parte de la renta se distribuía entre las clases más pobres de la
VRFLHGDGPHGLDQWHODEHQHÀFHQFLDODVLQVWLWXFLRQHVDVLVWHQFLDOHV
los hospitales, las obras pías. Esto les prestigiaba como los bene-
factores de la comunidad, y así se encargaban de publicitarlo por
diversos medios.
Para los dependientes, estas relaciones podían cobrar diferentes
VLJQLÀFDGRV VHJ~Q ORV FDVRV (UDQ DPELYDOHQWHV \ YDULDEOHV 3R-
dían oscilar entre las mejores ventajas de la subordinación, bene-
ÀFLiQGRVHGHODGLVWULEXFLyQGHUHFXUVRV\ODGHOHJDFLyQGHSRGHU
por los superiores, y las peores expresiones de explotación, su-
misión y violencia. Hasta ahora se ha investigado principalmente
la resistencia frente a los abusos de los poderosos, más fácil de
detectar gracias a los numerosos pleitos que se conservan en los
archivos judiciales. Sabemos muy poco en el otro sentido. Las in-
vestigaciones recientes muestran abundantes manifestaciones de
demanda desde abajo, el recurso de los “inferiores” a los “supe-
riores” para obtener su apoyo y protección. Ignacio Atienza, por
ejemplo, se ha referido a los miles de cartas dirigidas a los señores
por campesinos, sirvientes, empleados, curas, para solicitar todo
WLSRGHIDYRUHVDFDPELRGHORVFXDOHVJDUDQWL]DEDQVXÀGHOLGDG
Algo semejante se observa en el estudio de Enriqueta Sesmero en
la Vizcaya del siglo XIX, o en las relaciones entre patronos corte-
sanos, mediadores y campesinos de las comunidades originarias
de “la hora Navarra del XVIII”68. En cualquier caso, queda mucho
por investigar en esta dirección.
En cualquier caso, esta economía no se daba de una forma genérica,
sino en un contexto grupal, diferencial, que tendía a favorecer a los
DPLJRVÀHOHVVHUYLGRUHVGHXGRVOHDOHVEXHQRVYDVDOORV\DFDVWLJDU
a los enemigos, traidores y competidores, así como a sus allegados
y dependientes, como muestran los funcionamientos de los bandos,

68 SESMERO, E., “La buena voluntad para vivir juntos: Campos y Ormaecheas, paradigma
de engranaje vertical entre terratenientes y caseros (ca. 1800-1876)”, en J. M. Imízcoz (dir.), Re-
des familiares y patronazgo. Aproximación al entramado social del País Vasco y Navarra en el Antiguo
Régimen (siglos XV-XIX), Bilbao, 2001, pp. 263-301; IMÍZCOZ, J. M., “Patronos y mediadores.
Redes familiares en la Monarquía y patronazgo en la aldea: la hegemonía de las elites bazta-
nesas en el siglo XVIII”, en J. M. Imízcoz (dir.), Redes familiares y patronazgo..., pp. 225-261.

82 José María Imízcoz Beunza


IDFFLRQHV \ FOLHQWHODV /D JUDWLÀFDFLyQ GH ORV SRGHURVRV HUD VHOHF-
tiva, recompensaba los servicios de las relaciones privilegiadas en
TXHVHDSR\DEDHVSHFLDOPHQWHVXLQÁXHQFLD\FDSDFLGDGGHDFFLyQ
HQODYLGDVRFLDO\SROtWLFD3UHPLDEDQODÀGHOLGDG\FDVWLJDEDQOD
rebeldía, esto es, favorecían pirámides de lealtades, selectivas, pero
VLQ GXGD VXÀFLHQWHV D WUDYpV GH VXV FDVFDGDV GH LQWHUPHGLDULRV
para mantener la hegemonía social.
Por otro lado, en la sociedad del Antiguo Régimen, la producción
y el trabajo se organizaban en estructuras verticales y corporati-
vas, en formaciones domésticas, gremiales, comunitarias, señoria-
les y clientelares. Primero en la Economía o economía doméstica,
estructura absolutamente mayoritaria, que vinculaba jerárquica-
mente, en una misma célula de trabajo, producción y consumo, a
maestros y aprendices, a comerciantes y dependientes de comer-
cio, a labradores y mozos de labranza, a amos y criado, a maridos,
mujeres, hijos y dependientes. Los criados de las casas aristocráti-
cas y principales, los aprendices de la artesanía, los servidores del
comercio y la servidumbre campesina vivían en la casa de su señor
y patrón69.
En todas las ciudades se concentraba un porcentaje muy alto de
población dependiente, dedicada a prestar servicio a las familias
acomodadas de la aristocracia y el clero, del comercio y del arte-
sanado70. En las clases bajas se daba una fuerte tendencia “nidí-
fuga”, sobre todo en los sectores sometidos a mayores presiones
disgregadoras por la pobreza, la enfermedad y la orfandad. Esto
llevaba a muchos niños y jóvenes a buscar su supervivencia en el
servicio. Las familias más establecidas, con casas y haciendas más
estables, necesitaban mano de obra e incorporaban a dependien-
tes, aprendices o criados. Cuanto más pujantes económicamente y
más elevadas en la escala social, más mano de obra encuadraban
a su servicio. Esto les procuraba también prestigio, proporcional

69 BRUNNER, O., “La «casa grande» y la «oeconomica» de la vieja Europa”, en Nuevos


caminos de la historia social y constitucional, Buenos Aires, 1976; Ibid., Estructura interna de Oc-
cidente, Madrid, 1991.
70 MARCOS MARTÍN, A., España en los siglos XVI, XVII y XVIII. Economía y Sociedad, Bar-
celona, 2000.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 83


al número y calidad de sus dependientes71, y les reforzaba en su
papel de integración jerárquica y disciplinamiento de los subalter-
nos72.
La relación del criado con el señor era de gran dependencia personal,
con todos los inconvenientes, pero también ventajas, que esto podía
comportar, desde los castigos físicos y los abusos sexuales, hasta la
camaradería, la recompensa económica y la promoción social73. Es-
tos dependientes se encuadraban socialmente como miembros de la
casa a la que de algún modo pertenecían y, a través de ella, recibían
su identidad social, estatus y derechos correspondientes en el seno
GHODFRPXQLGDGORFDOGHOJUHPLRRGHORÀFLR
Las corporaciones artesanas agrupaban a los talleres familiares,
cuya jerarquía correspondía en gran medida a jerarquías domésti-
cas. El propio Marx tendía a considerar las relaciones verticales pa-
WULDUFDOHVFRPRFDUDFWHUtVWLFDVGHOVLVWHPDJUHPLDO´/RVRÀFLDOHV\
DSUHQGLFHVGHFDGDRÀFLRVHKDOODEDQRUJDQL]DGRVFRPRPHMRUFXD-
draba al interés de los maestros; la relación patriarcal que les unía
a los maestros de los gremios dotaba a éstos de un doble poder, por
XQDSDUWHPHGLDQWHVXLQÁXHQFLDGLUHFWDVREUHODYLGDWRGDGHORV
RÀFLDOHV\SRURWUDSDUWHSRUTXHSDUDORVRÀFLDOHVTXHWUDEDMDEDQ
con el mismo maestro éste constituía un nexo real de unión que los
PDQWHQtDHQFRKHVLyQIUHQWHDORVRÀFLDOHVGHORVGHPiVPDHVWURV
y los separaba de estos” 74. E. P Thompson reconoce que “muchos
DUWHVDQRV XUEDQRV UHYHODEDQ XQD FRQFLHQFLD ´YHUWLFDOµ GHO RÀFLR
(en lugar de la conciencia “horizontal” de la clase obrera industrial
madura)”75.
La observación de los vínculos en el seno de estos talleres revela
DOJRTXHPHSDUHFHD~QPiVLPSRUWDQWHODPD\RUSDUWHGHORVRÀ-
ciales y de los aprendices, sobre todo en las pequeñas ciudades y en
71 MANTECÓN MOVELLÁN, T., “Honor, patronazgo y clientelas en el Antiguo Régimen”,
en J. M. Imízcoz (dir.), Redes familiares y patronazgo..., pp. 48-63.
72 ENRÍQUEZ, J. C., “Trabajo, disciplina y violencia. Los aprendices en los talleres artesa-
nos vizcaínos durante la Baja Edad Moderna”, en J. M. Imízcoz (ed.), Casa, familia y sociedad,
Bilbao, 2004, pp. 17-51.
73 FOISIL, M., Le Sire de Gouvberville, un gentilhomme normand au XVIe siècle, París, 1986.
74 Citado por E. P. THOMPSON en “La sociedad inglesa...”, p. 15.
75 THOMPSON, E. P., “La sociedad inglesa...”, p. 31.

84 José María Imízcoz Beunza


la inmensa mayoría de los talleres familiares, eran los hijos de los
PDHVWURV 3DUD HOORV HO DSUHQGL]DMH R OD RÀFLDOtD QR HUDQ ´FODVHVµ
sino etapas de su vida doméstica. Al lado de ellos, los aprendices
a los que se hacía contrato ante escribano –una minoría- eran, jus-
WDPHQWHORVPR]RVDMHQRVDOFtUFXORIDPLOLDU\DOSURSLRRÀFLRTXH
venían generalmente de las aldeas del entorno y se integraban en
los talleres de la ciudad en una posición subordinada. Paradójica-
mente, estos contratos de aprendizaje y los pleitos correspondientes
por incumplimiento del contrato son las fuentes que los historia-
GRUHV KHPRV XWLOL]DGR SDUD HVWXGLDU ORV FRQÁLFWRV HQWUH PDHVWURV
y aprendices, extrapolando indiscriminadamente los resultados al
FRQMXQWR GHO DUWHVDQDGR VLQ SODQWHDUQRV HO VLJQLÀFDGR SDUWLFXODU
TXHSRGtDQFREUDUHVWRVFRQÁLFWRVHQHOVHQRGHODOyJLFDGRPpVWLFD
dominante.
Desde luego, había sectores de la sociedad que no estaban encua-
drados en estas relaciones verticales en que se organizaba la super-
vivencia. La principal alternativa a este encuadramiento doméstico
era el poco alentador desarraigo y miseria de los mendigos y va-
gabundos. Mientras que los vecinos pobres eran reconocidos como
tales por sus comunidades y podían recibir el auxilio de sus círculos
de pertenencia más inmediatos (de los parientes, de las solidarida-
des vecinales y gremiales, y de la asistencia de las instituciones be-
QpÀFDV\ORVKRVSLWDOHVGHODFLXGDG ORVPHQGLJRV\YDJDEXQGRV
eran gente sin lazos familiares y comunitarios. Muchas veces se tra-
taba, en su origen, de expósitos, huérfanos o niños que huían de
la violencia familiar, mozos que abandonaban su lugar natal para
buscar sustento76\TXHDOÀORGHVXVDQGDQ]DVTXHGDEDQLQFDSD-
citados para trabajar, por accidentes y enfermedades, y buscaban
sobrevivir a base de limosnas, hurtos o apaños, al margen de las
FpOXODVVRFLDOHVHVWDEOHFLGDVVLHQGRPLUDGRVFRQGHVFRQÀDQ]DGHV-
de ellas, rechazados como vagos y como potencialmente peligrosos
RFXOSDEOHV(QGHÀQLWLYDODPLVHULDGHORVGHVDUUDLJDGRVQRKDFtD
sino prestigiar y fortalecer, por contraste, el orden doméstico domi-
nante.
76 GRACIA CÁRCAMO, J., Mendigos y vagabundos en Vizcaya (1766-1833), Bilbao, 1993, pp.
47 ss.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 85


Las obligaciones que regían las relaciones verticales de la economía
doméstica, del señorío y del patronazgo eran diferentes según el es-
tatuto, de autoridad o no, que se ocupara en el seno de una relación,
como eran diferentes las obligaciones del padre de familia y las de
los familiares y domésticos que estaban bajo su gobierno, las del
PDHVWURGHWDOOHU\ODVGHORVRÀFLDOHV\DSUHQGLFHVTXHWUDEDMDEDQ
bajo su dirección, las del señor y las de sus dependientes, las del
rey y las de sus vasallos. Pero estas obligaciones se referían a todos
sin excepción, tanto a los superiores como a los dependientes, eran
obligaciones mutuas vinculantes que obligaban recíprocamente.
En teoría, según los valores de la “economía moral” que debía im-
perar en estas relaciones para ser justas, estos vínculos verticales
GHEtDQGHUHJLUVH²FRPRH[SOLFD(37KRPSVRQUHÀULpQGRVHDORV
talleres artesanos- por “obligaciones mutuas vinculantes”77 que
obligaban tanto al superior como al subalterno78. Pero, en la prácti-
ca, estaban sometidas a una gran arbitrariedad. La autoridad estaba
en manos de señores particulares que podían abusar fácilmente de
HOOD/DLQYHVWLJDFLyQKLVWyULFDPXHVWUDODGLYHUVLGDGGHVLJQLÀFD-
dos que cobraban estas relaciones: de protección y de explotación,
de legitimidad y de abuso, de buenos usos y de malos usos, de co-
RSHUDFLyQ\FRQFRUGLDRGHUHVLVWHQFLDVRUGD\GHFRQÁLFWRDELHUWR
En cualquier caso, aquellas obligaciones mutuas vinculantes for-
maban parte de la costumbre o constitución consuetudinaria de la
FRPXQLGDGRJUXSR\GHÀQtDQORVYDORUHVGHVX´HFRQRPtDPRUDOµ
Los actores implicados valoraban con respecto a ellas lo que era jus-
to o injusto, ejercicio legítimo de la autoridad o abuso de poder,
cumplimiento del deber o deslealtad, y actuaban en consecuencia,
procurando prestaciones y recompensas, o, al contrario, imponien-
do castigos, resistiendo de forma soterrada, o enfrentándose abier-
WDPHQWH (Q FXDOTXLHU FDVR HVWDV REOLJDFLRQHV PXWXDV GHÀQtDQ HO
derecho de las partes y si las acciones respectivas se ajustaban o no
“a derecho”, y, sobre esa base, los implicados se enfrentaban entre
sí, se acomodaban, o acudían a los tribunales a pedir justicia.

77 THOMPSON, E. P., La formación histórica..., p. 28.


78 GOUREVITCH, A. J., Les catégories de la cultura médiévale, París, 1983, p. 172.

86 José María Imízcoz Beunza


El análisis relacional, al centrarse en el estudio empírico de las
relaciones entre actores, es un instrumento de primer orden para
investigar los contenidos de estas relaciones, entre ellos las mani-
IHVWDFLRQHVGHFRRSHUDFLyQ\GHFRQÁLFWRGHDFHSWDFLyQ\GHUHFKD-
zo, etc. Sin esta investigación rigurosa, la literatura sobre el tema
queda escorada por los aprioris del historiador, que no ve sino los
elementos predeterminados por un punto de partida unívoco. Esto
limita drásticamente la parte de realidad que se llega a ver, sin que
podamos saber qué representatividad tiene. De paso, perdemos la
ocasión de insertar esos resultados parciales en un conjunto que re-
sultaría mucho más rico e interesante.
El modelo de explicación de la historia del materialismo histórico
no es un modelo global, sino una lectura parcial de la realidad. Sólo
considera un aspecto del “modo de producción”, el que opone a
productores y apropiadores en relaciones de explotación. Y la “rela-
ción de clase”, entendida como oposición y lucha entre unos y otros,
no es la única, ni la principal ni la más “objetiva”, sino solamente un
tipo de relación posible en el conjunto de las relaciones sociales que
tejen esa sociedad y en el conjunto de valores que pueden cobrar
dichas relaciones. Por lo tanto, hay que insertar la historia de las
“relaciones de clase” dentro del conjunto de las relaciones sociales.

Redes, grupos, clases. Una perspectiva desde el análisis relacional 87

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