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Dios en el banquillo

God in the Dock

IGNACIO ARÉCHAGA | 20 MARZO 1996

Autor: C.S. LEWIS


Rialp. Madrid (1996). 127 págs. 1.300 ptas.

Además de destacar como profesor de literatura medieval y renacentista en Oxford y Cambridge, y creador de literatura
fantástica, C.S. Lewis (1898-1963) ejerció una profunda influencia como defensor de un cristianismo vigoroso y
sobrenatural. Testimonio de la última faceta son los ensayos divulgativos que recoge este libro, escritos entre 1942 y
1963. En ellos sale al encuentro de dificultades que se planteaban sus contemporáneos sobre los milagros, la relación
entre ciencia y fe, la inmutabilidad de los dogmas frente al progreso del conocimiento, la Redención o las exigencias
morales del cristianismo.

En seguida se advierte que lo que escandalizaba del cristianismo en los años cuarenta no es muy distinto de los
obstáculos intelectuales de hoy. Por ejemplo, se descubre que la cuestión de las sacerdotisas en la Iglesia anglicana se
planteaba ya en 1948 en los mismos términos que hoy. Los partidarios y los adversarios (Lewis entre ellos) no aducían
argumentos que no hayamos oído ahora. Lo único que ha cambiado es la Iglesia anglicana. Del mismo modo, los
apuntes de Lewis sobre el "derecho a la felicidad", invocado tanto entonces como hoy a propósito del impulso sexual,
aportan sensatez ante las promesas desmedidas de un cambio de pareja.

Quizá una diferencia respecto a los interlocutores que encontraba entonces Lewis es que el hombre y la mujer actuales
parecen menos racionalistas. En cambio, abunda más la postura evasiva que intenta deliberadamente "no averiguar si
el cristianismo es verdadero o falso, pues prevé interminables incomodidades si resultara cierto".

Desde un agnosticismo más o menos tranquilo o inquieto se puede responder que, a fin de cuentas, lo importante es
"llevar una vida decente". Pero Lewis recuerda que eso es un modo de evadir una pregunta insoslayable. La moralidad
es indispensable, pero estamos llamados a vivir la vida divina. Y, si dejamos que se produzca en nosotros ese doloroso
cambio de piel, "hallaremos debajo algo que jamás habíamos imaginado: un hombre real, un dios siempre joven, un hijo
de Dios, fuerte, radiante, sabio, bello y bañado de gozo". Lewis es así de radical. Va al fondo de los problemas con fina
lógica; expone su discurso con la sencillez del que piensa con rigor; y mantiene siempre hacia el interlocutor una
cortesía intelectual que no necesita pulir las aristas de la verdad.

Ignacio Aréchaga

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