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no existe traducción al español). En sus cuadernos, Ramanujan se limitó a anotar
sus descubrimientos matemáticos, pero nunca llevó algo parecido a un diario que
pudiera echar luz sobre su vida privada. Leavitt debe apelar a su imaginación para
crear una trama que atrape al lector. Se apoya en la vida de Hardy, mucho más
documentada; condimenta acertadamente la homosexualidad encubierta de varios
Apóstoles y lleva a buen puerto una historia real ficcionalizada. (Expresamente a
dicho que no le gusta el término “novela histórica” aunque le agrada indagar en el
pasado para obtener el material de sus ficciones).
La presencia de Ramaujan es constante en toda la novela. Aún cuando
no está en escena, notamos que todo gira en torno a él. Leavitt se atreve a incluir
algunas complicadas ecuaciones que, sin embargo, no distraen a los lectores
ávidos por saber más sobre este genio que se formó a sí mismo. Queremos
conocer los detalles de sus descubrimientos aunque no comprendamos cuán
profundos fueron para el desarrollo de la matemática. Podemos no haber oído
hablar de la hipótesis de Riemman, ni conocer absolutamente nada sobre su
función zeta. No importa si estamos enterados de que tal hipótesis es el
problema sin resolución más importante de la actualidad y que a cientos de
mentes brillantes se les ha escapado su demostración. El hecho es que los
trabajos de Hardy y Ramanujan sobre dichas cuestiones permiten, por ejemplo,
que usted y yo hagamos transacciones seguras en internet con nuestras tarjetas de
crédito.
En El contable hindú, vemos a Ramanujan preocupado por preparar su
“rasam” (sopa de lentejas agria típica de la India) ya que era un vegetariano
estricto, afirmando que sus descubrimientos son escritos en sueños por la diosa
Namagiri, angustiado por la lejanía en que se encuentra su esposa adolescente,
imposibilitado por la Gran Guerra de volver a su casa y afectado por una
dolencia que, finalmente, lo llevará a la muerte. En medio de todo, los desarrollos
matemáticos que realiza con Hardy son una especie de oasis.
Leavitt espera hasta el final para contar la anécdota más conocida:
Hardy visita a Ramanujan en el hospital donde está internado y, para romper el
hielo, comenta que ha llegado hasta allí en un taxi con un número sin ningún
interés, el 1729. Ramanujan lo disuade diciéndole que es el menor número que
puede expresarse como la suma de dos cubos, de dos maneras diferentes. Toma
su anotador y escribe: 1729 = 13 + 123 = 93 + 103. ¿Estaba al tanto del resultado
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o lo “descubrió” en aquel momento? No podemos saberlo, lo que si queda claro
es que Ramanujan no era un simple “niño calculadora” sino un genio
incuestionable: el hombre que conocía el infinito.
Fuentes:
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