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ENCIUDARTE ||| N°5/ DIC/ 2020.

ISSN 2683-8303
||| Intertextualidad y taxonomía de microrrelatos científicos. Julio Ricardo Estefan

INTERTEXTUALIDAD Y TAXONOMÍA DE MICRORRELATOS CIENTÍFICOS

Julio Ricardo Estefan

Introducción

Han pasado varios años desde que el microrrelato, allá por mediados de los ’90
del siglo pasado, fuera definido como un nuevo género literario, con una serie de
características que lo diferenciaban del cuento o la poesía, y en ese lapso son
numerosos los escritores que dedicaron sus horas a cultivar el desafiante planteo que
entraña su escritura. Dentro de este grupo, no son pocos los cultores del género que
exploraron las posibilidades que las ciencias naturales podían aportar con sus teorías,
sus referencias, sus descripciones, sus anécdotas, sus experimentos y las biografías
de sus descubridores, ricas en historias muchas veces entre hilarantes y sarcásticas,
dos características que congeniaban muy bien con el microrrelato.
De hecho, tenemos una definición de microrrelato que promueve esta relación
al vincularlo con el movimiento uniforme de una partícula, utilizando la conocida
fórmula de velocidad:

“En ocasiones, estos textos breves hacen suya la fórmula


Velocidad=Espacio÷Tiempo, para encontrar nuevas denominaciones; esta
vez basadas en términos que aluden al tiempo como la magnitud que
establece el lapso dedicado a la lectura en relación con la velocidad y
extensión del texto, como, por ejemplo: ficción de un minuto, ficción rápida,
ficción súbita, cuento alígero, cuentos rápidos y relatos relámpago”. (Blanco,
2020, el destacado es nuestro).

Por supuesto, la relación entre la ciencia y la literatura es prolífica desde mucho


antes y todos estamos familiarizados con los trabajos literarios de Julio Verne que
anticipó innumerables desarrollos científicos y tecnológicos, como bien menciona
Ginés S. Cutillas en su ensayo:

“(…) el submarino eléctrico, el helicóptero, la videoconferencia, las pistolas Táser,


los viajes espaciales, la guerra de drones, Internet, la silla eléctrica, los misiles
teledirigidos, las velas solares, incluso el concepto de holograma en una obra
menor publicada en 1892 con el título El castillo de los Cárpatos, que más tarde
retomó en 1940 Bioy Casares en La invención de Morel, y aún más tarde, ya en

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1977 y presentándolo como propio, George Lucas en La Guerra de las Galaxias,


dándole forma visual a la idea”. (Cutillas, 2019).

Edgar Allan Poe fue otro pionero, dando una resolución completamente válida
a una vieja pregunta cosmológica, conocida como Paradoja de Olbers, sobre el porqué
de la oscuridad del cielo nocturno si el número de estrellas en el firmamento se
consideraba infinito y por lo tanto debería ser tan brillante como el Sol. Poe, en su
ensayo filosófico Eureka, escrito en 1847, adelanta la solución que hoy aceptamos:
“(…) la luz de las estrellas más lejanas no nos habría llegado aún, lo que implica que
la velocidad de la luz no podía ser infinita, y que el universo no debía existir desde
siempre. Ambas condiciones debían darse a la vez. De esa forma, Poe llega a deducir
en Eureka que el universo debió tener un origen, un instante inicial”. (Ballesteros, s/f).
Es decir, que también anticipa la teoría del Big Bang, que se formularía en 1917 y se
confirmaría, 118 años más tarde, con el descubrimiento del fondo de microondas en
1967.
Como dije, son numerosos los autores que han escrito trabajos literarios
vinculados a nociones científicas o anticipándose a ellas. En la creación de nuestro
género breve, los autores no van a la saga. Cutillas (2019) menciona algunos
destacados cultores españoles: “Entre los cultivadores del microrrelato científico
actual, deudores de todos estos maestros precursores de literatura científica, podemos
encontrar, por decir algunos, a Miguel Ángel Zapata, Ángel Olgoso, Juan Jacinto
Muñoz Rengel, Carlos Almira, Manuel Moyano, Manu Espada, Federico Fuertes
Guzmán o Rubén Abella”. Y en Argentina podemos mencionar, desde Jorge Luis
Borges y Julio Cortázar hasta nuestros contemporáneos Ana María Shua, Raúl Brasca
o Rogelio Ramos Signes, por mencionar unos pocos nombres de una extensa lista de
escritores. Latinoamérica también tiene una larga tradición y enumerar autores se
vuelve una tarea casi imposible en un trabajo como éste.

La intertextualidad en los microrrelatos


Hablar de intertextualidad en la microficción puede parecer un lugar común,
dado que, desde la definición de estos “cuentos concentrados al máximo, bellos como
teoremas; relatos esenciales, exigentes para con el lector pero también dadores de un
placer análogo al que proporciona el poema” (Lagmanovich, 1996), uno de sus rasgos,
en cuanto a la temática, corresponde a la intertextualidad. En palabras de Belén
Mateos Blanco la intertextualidad funciona “como una herramienta de escritura que los

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cultivadores del género utilizan para relacionar de manera efectiva dos microtextos y
construir así la temática que desarrollaran los rasgos formales” (Blanco, 2020).
Siguiendo con esta autora, la intertextualidad:

“(…) se concreta en la existencia de una relación entre ambos [textos] en un


plano que trasciende el texto como unidad cerrada. Este tipo de referencias,
nexos y alusiones favorecen la hiperbrevedad al evitar concretar en la
escritura ciertos datos cuyo conocimiento se presuponen gracias al bagaje
literario del lector. (…) La intertextualidad en el microrrelato refuerza aún
más el pacto de lectura entre autor y lector. [Éste] debe poseer unos
conocimientos lectores enciclopédicos, un afianzado acervo cultural que den
sentido a los elementos dispuestos cuidadosamente en el texto por el autor”.
(Blanco, 2020, p. 9).

En pocas palabras, la intertextualidad entraña una exigencia para el lector. Y


dicha exigencia aparentemente tiene mayor peso cuando las referencias son de índole
científica. Podríamos pensar entonces, que este tipo de microrrelato que
denominamos “científico” va dirigido a un grupo especial de lectores. Sin embargo,
estamos convencidos que, con el alcance actual de las tecnologías de la información y
comunicación, esta hipótesis no es necesariamente cierta.

Una taxonomía de microrrelatos científicos


La escritura de microrrelatos científicos puede plantearse desde diferentes
enfoques, que nos permiten hacer un ensayo de clasificación de los mismos:
a) Algunos autores tocan tangencialmente el fenómeno científico, haciéndolo
funcional a la trama. “(…) las ideas y conjeturas científicas diseminadas en los textos
de estos autores nunca aparecen sistematizadas, porque el interés literario se
antepone siempre al científico”. (Andrés-Suárez, 2015). Este tipo de microrrelatos
científicos no implican un esfuerzo ni un conocimiento pormenorizado por parte del
lector.
b) Otros, profundizan el hecho científico, buscando una vuelta de tuerca que
refuerce el texto, dándole a la referencia una importancia crucial para la trama. “De
esta manera, no es difícil encontrar paradigmas matemáticos que arraiguen a la
perfección en estos tipos de textos: la recursividad, los números complementarios, la
reducción al absurdo, las clasificaciones de elementos, el concepto del infinito, la
teoría del caos, la trigonometría, la teoría de conjuntos, la combinatoria, la teoría de

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juegos, las leyes de la óptica… Por no hablar de conceptos científicos como los viajes
temporales, los anacronismos, el laberinto o los métodos de investigación”. (Cutillas,
2019). El conocimiento que debe poseer el lector es un poco más especializado, sin
que sea un requisito sine qua non.
c) Finalmente, hay autores que priorizan el hecho científico. Es una inversión
de la ecuación: la literatura está ahora al servicio del relato para enriquecer el
acontecimiento científico narrado, buscando convertirlo en ficción aunque se trate de
un hecho histórico, como en el caso de los datos biográficos o los experimentos que
se reescriben desde este enfoque. Se requiere de un lector con amplios conocimientos
sobre el tema tratado, aunque, como dijimos más arriba, el desarrollo de las
tecnologías de la comunicación, la información, y la exploración que todos podemos
hacer en Internet, posibilita que cualquier lector pueda encontrar referencias a
cualquier tema y entender la intertextualidad sin mayores inconvenientes. Quizás,
incluso signifique un desafío a realizar otras lecturas complementarias y a extender su
biblioteca de conocimientos.
En todos los casos, parafraseando a Blanco (2020), el impacto que
experimenta el lector de un microrrelato científico es el resultado de una elaboración
minuciosa y fundamentada del autor desde el título y la desnudez del texto, hasta la
intertextualidad, el humor o los finales sorpresivos que, por lo general, están presentes
en los mismos.

Breve antología inconclusa


A continuación hemos seleccionados unos pocos microrrelatos científicos que
presentamos como muestra o ejemplo de los diferentes tipos que hemos clasificado en
este trabajo.

Del rigor en la Ciencia


En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una
sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una
Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los
Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del
Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la
Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era
Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y los Inviernos. En
los desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por

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Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas
Geográficas.
Suárez Miranda, Viajes de Varones Prudentes, Libro Cuarto, Cap. XLV, Lérida,
1658.
Jorge Luis Borges (El Hacedor, 1960)

Comenzamos con un clásico de Jorge Luis Borges. La intertextualidad con la


cartografía no impide la lectura amena ni la comprensión por parte del lector. La
ciencia, entonces, es una simple referencia que apoya el trabajo literario del autor. Es
interesante la atribución del texto a un supuesto autor del siglo XVII, buscando la
credibilidad (un frecuente recurso literario de Borges). En nuestra clasificación
corresponde al tipo a).

Apostasía
Seis milenios después de la extinción del hombre, las máquinas que éste dejó
como legado han evolucionado por sí mismas hasta desarrollar una civilización
que abarca toda la galaxia. Entre los robots se ha extendido el culto de Ung, el
Dios Metal. Sus sacerdotes enseñan que la Máquina Primaria, de la que todos
provienen, fue modelada por el mismo Ung a partir de un informe trozo de hierro.
En ciertos planetas del Brazo de Orión ha surgido, sin embargo, una secta
disidente. Sus miembros postulan que los primeros robots fueron creados, en
realidad, por humildes criaturas orgánicas. No habrá clemencia para estos herejes.
Perseguidos sin descanso, una vez que se les dé caza serán martirizados hasta el
desguace.
Manuel Moyano (Teatro de Ceniza, 2011)

Este microrrelato, según nuestra taxonomía, también pertenece al tipo a). La


referencia científica es leve, entremezclando el texto bíblico del Génesis con la teoría
de la evolución de Darwin. Ubica a los disidentes en nuestra Galaxia y sospechamos
que viven aún en la Tierra. No se le exige al lector una biblioteca especializada.
“Moyano (…) presenta un mundo donde sólo han sobrevivido unos robots que
sospechan que sus creadores fueron entes orgánicos y que repiten los mismos errores
que estos”. (Cutillas, 2019).
El siguiente microrrelato, es otro ejemplo del tipo a):

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Génesis, 3
Aquella mañana empezamos a ver las cosas más claras: la complejidad del
universo, la evolución de los seres vivos, que sobre un punto de apoyo se podría
levantar el planeta, que era la tierra la que giraba alrededor del sol y no al contrario
y, sobre todo, intuimos que la existencia es un misterio indescifrable. No habían
pasado ni dos horas cuando llegó el guardia con la carta de desahucio: el casero
había conseguido echarnos a la calle. Nos vinimos a este lugar frío, tuvimos hijos.
Del resto saben ustedes mucho más que nosotros. El caso es que aquella
mañana, en el desayuno, habíamos compartido una manzana.
José María Merino (La glorieta de los fugitivos, 2007)

La intertextualidad se da entre la ley de la palanca de Arquímedes, el modelo


copernicano del sistema solar y una reescritura del Génesis en términos de dichas
referencias científicas.
En esta misma categoría, podemos ubicar el siguiente microrrelato de Ana
María Shua:

La Manzana
La flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la
manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una
mitad y la ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como
nunca llega a formularse la ley de la gravedad.
Ana María Shua (La sueñera, 1984)

La intertextualidad científica nuevamente es mínima, todo el mundo está


familiarizado con la ley de Newton. Pero el microrrelato no utiliza ningún dato que surja
de dicha ley, es sólo una referencia que no exige mayor esfuerzo por parte del lector.
Como en los dos casos anteriores, la autora reescribe el texto bíblico reconectando los
sucesos narrados.
Como podemos ver, los de tipo a) son los microrrelatos más frecuentes cuando
quien escribe no es un científico o alguien directamente relacionado con las ciencias
naturales.
Veamos ahora algunos ejemplos del tipo b):

Amor asintótico
Se vieron y corrieron el uno hacia el otro, pero cada paso que daban les exigía el
doble de esfuerzo que el anterior. Sin embargo, el deseo crecía aún más rápido y

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los obligaba a seguir. Exhaustos, se acercaron lo suficiente para verse el color de


los ojos; otro poco, y ella advirtió que él tenía dientes muy blancos y perfectos;
otro, y él vio un lunar diminuto en la frente de ella; un poco más, y sólo tenían que
estirar el cuerpo y tender sus manos para tocarse. Estiraron el cuerpo. Las manos
se buscaron, avanzaron penosamente, siguen avanzando, las yemas de los dedos
ya sienten la inminencia del roce, están muy cerca, cada vez más cerca, las
marcas del esfuerzo descomunal se graban en las caras mientras el deseo se
vuelve intolerable y ellos empujan sus manos hacia el límite infinitamente próximo,
absolutamente inalcanzable.
Raúl Brasca (Minificciones. Antología personal, 2017)

Paquita Noguerol hace un análisis muy interesante sobre este texto, dice: “La
reconocida libertad de la que su escritura hace gala lo hace recurrir en su obra (…) a
términos (…) procedentes de las denominadas ciencias duras. [En] “Amor asintótico”
—en geometría se denomina asíntota a la línea recta que, prolongada
indefinidamente, se acerca progresivamente a una curva sin llegar nunca a
encontrarla, por lo que pocas definiciones más adecuadas para hablar de una relación
amorosa de carácter tantálico—”. (Noguerol, 2017). Sólo resta destacar que la
definición matemática mencionada debe formar parte del acervo cultural del lector,
aunque, por el contexto, puede intuirlo y, en última instancia, siempre tendrá en su
teléfono móvil o en su notebook la posibilidad de averiguarlo, buscador mediante.
Los microrrelatos científicos de tipo c) requieren un mayor conocimiento de los
aspectos científicos, por parte del lector. Nos tomamos la libertad de compilar un texto
que nació como un poema pero que, reescrito de esta manera, funciona perfectamente
como microrrelato con una marcada intertextualidad científica. Sucede a menudo,
como el autor ha manifestado en reiteradas oportunidades, que algunos poemas
narrativos pueden ser intercambiados y presentados como microrrelatos, dada la
cercanía de los géneros. Con esa salvedad, analicemos:

El trompo
Cuando jugaba a los trompos con mi padre siempre me ganaba. Yo ponía todo mi
empeño pero era muy corto de vista, y él siempre me ganaba. Mi trompo giraba
plácidamente en la mano de mi padre y su trompo se escapaba por entre mis
dedos. Yo ponía todo mi empeño pero quien ganaba era él. Y reía, no burlándose
reía como a la espera de algo que no llegaba, una explicación, una deducción que
estaba al alcance de mis ojos pero yo era muy corto de vista. “Hay que mirar
detenidamente” me decía. “Hay que mirar y sacar conclusiones” mientras mi

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trompo bailaba en la palma de su mano y él reía con sus dientes chiquitos


gastados por el tiempo.
Un día tras una inolvidable clase de Física en el colegio volví a casa y le pedí que
enrollara el trompo. Hacía más de cinco años que no jugábamos a eso y mi padre
me miró de una manera difícil de describir, con cariño, con satisfacción, pero más
que todo con alivio, como diciendo “Ha llegado el momento.” Mi padre era zurdo
(siempre lo supe, pero no deduje) y enrollaba en sentido contrario a las agujas del
reloj, por eso el trompo que él preparaba se escapaba de mi mano torpemente
diestra, y no de la suya, astutamente siniestra.
La infancia es un despiadado campo de aprendizaje donde las clases prácticas se
dictan fuera de horario.
Rogelio Ramos Signes (inédito)

La epifanía sucede tras esa “inolvidable clase de Física” y esto da la pauta de


su referencia con el hecho narrado. Es importante conocer los conceptos involucrados
en el principio de conservación del momento angular para comprender la explicación
que esboza el autor: porqué un trompo (o peonza, como dirían los españoles) girando
en una dirección diferente a la acostumbrada, porque lo lanzó un zurdo, puede suscitar
tal inconveniente al tratar de mantenerlo girando en la mano de un diestro.
He aquí otro exponente del tipo b):

Hipótesis de Borel
Después de incontables generaciones de monos golpeando teclas al azar durante
miles de años, uno de ellos consigue por fin escribir El rey Lear. Hace tanto
tiempo, sin embargo, que el idioma inglés fue completamente olvidado, que los
sucesores del experimento no encuentran lógica alguna en aquel mazo de papeles
y lo arrojan sin vacilar a la trituradora.
Manuel Moyano (Teatro de Ceniza, 2011)

Sin un buen conocimiento de las leyes del azar y las probabilidades, la lectura
se reduce a una anécdota simpática. No decimos que carezca de sentido para el
lector, pero se pierde la sutileza con que el autor lo ha compuesto. El asombro que
causa el hecho de que el texto escrito por las sucesivas generaciones de monos sea
descartado y destruido no se produce sin dicho conocimiento. El lector debe completar
la tarea del autor, con mucha más pericia que en otro tipo de microrrelatos.

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Conclusiones
La intertextualidad, convertida en reescritura en muchos casos, es una
característica primordial de los microrrelatos científicos. Sin ella, ni siquiera podríamos
hablar de tales microrrelatos. Definidos como tales, buscamos esbozar una
clasificación en tres categorías básicas, directamente relacionadas con la profundidad
de las referencias científicas a las que apela el autor en su construcción. Somos
conscientes, sin embargo, de que los límites de los diferentes grupos de nuestra
taxonomía no son rígidos y que se pueden correr significativamente según los
conocimientos de los lectores y he ahí lo más interesante de este ejercicio de análisis.

Bibliografía

Andrés-Suárez, I. (2015) Cuestionamiento de la ciencia y de la tecnología en el


microrrelato español actual ‖. MicroBerlín: de minificciones y microrrelatos, 165-180.
Ballesteros, F. J. (s/f) La pasión de Poe por la Ciencia.
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Lagmanovich, D. (1996) “Hacia una teoría del microrrelato hispanoamericano”.
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2.
Larice, M. E. (2017) “Sobre el microrrelato y una estrategia de acercamiento
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2017).
Noguerol Jiménez, F. (2017) “Brasca, el hacedor. Prólogo”. Minificciones.
Antología personal de Raúl Brasca. Premio Iberoamericano de Minificción “Juan José
Arreola”. Ficticia S. de R. L. de C. V. México.
Sánchez, Y. (2009) “Nanofilología”. Miniaturización fractal. Iberoamericana
(2001-2009), 9(36), 143-152.

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