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Barcelona
Domingo 7 de noviembre de 2010
Siento una gran alegría al poder estar con todas las personas que formáis esta más que
centenaria Obra Benéfico-Social del Nen Déu. Agradezco al Cardenal Lluís Martínez
Sistach, Arzobispo de Barcelona, a la Hermana Rosario, Superiora de la Comunidad, a
los niños Antonio y María del Mar, que han tomado la palabra, así como a los que tan
maravillosamente han cantado, la cordial bienvenida que me han dispensado.
En catalán:
També estic agraït als presents, en especial als membres del Patronat de l’Obra, a la
Mare General i a les Religioses Franciscanes dels Sagrats Cors, als nens, joves i adults
acollits en aquesta institució, als seus pares i altres familiars, així com als professionals i
voluntaris que aquí treballen benemèritament.
[Doy también las gracias a los presentes, en particular a los miembros del Patronato
de la Obra, a la Madre General y a las Religiosas Franciscanas de los Sagrados
Corazones, a los niños, jóvenes y adultos acogidos en esta institución, a sus padres y
demás familiares, así como a los profesionales y voluntarios que aquí ejercen su
benemérita labor.
En el cuidado de los más débiles, mucho han contribuido los formidables avances de la
sanidad en los últimos decenios, que han ido acompañados por la creciente convicción
de la importancia de un esmerado trato humano para el buen resultado del proceso
terapéutico. Por eso, es imprescindible que los nuevos desarrollos tecnológicos en el
campo médico nunca vayan en detrimento del respeto a la vida y dignidad humana, de
modo que quienes padecen enfermedades o minusvalías psíquicas o físicas puedan
recibir siempre aquel amor y atenciones que los haga sentirse valorados como personas
en sus necesidades concretas.
Queridos niños y jóvenes, me despido de vosotros dando gracias a Dios por vuestras
vidas, tan preciosas a sus ojos, y asegurándoos que ocupáis un lugar muy importante en
el corazón del Papa. Rezo por vosotros todos los días y os ruego que me ayudéis con
vuestra oración a cumplir con fidelidad la misión que Cristo me ha encomendado. No
me olvido tampoco de orar por los que están al servicio de los que sufren, trabajando
incansablemente para que las personas con discapacidades puedan ocupar su justo lugar
en la sociedad y no sean marginadas a causa de sus limitaciones. A este respecto,
quisiera reconocer, de manera especial, el testimonio fiel de los sacerdotes y visitadores
de enfermos en sus casas, en los hospitales o en otras instituciones especializadas. Ellos
encarnan ese importante ministerio de consolación ante las fragilidades de nuestra
condición, que la Iglesia busca desempeñar con los mismos sentimientos del Buen
Samaritano (cf. Lc 10,29-37).
Por intercesión de Nuestra Señora de la Merced y de la Beata Madre Carmen del Niño
Jesús, que Dios bendiga a cuantos integráis la gran familia de esta espléndida Obra, así
como a vuestros seres queridos y a quienes cooperáis con esta institución u otras
semejantes a ésta. Que de ello sea prenda la Bendición Apostólica, que cordialmente
imparto a todos.