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FERNANDO PESSOA. SUS HETERÓNIMOS. ÁLVARO DE CAMPOS.

PESSOA POR SÍ MISMO

Nombre completo: Fernando António Nogueira Pessoa.

Edad y origen: Nació en Lisboa, parroquia de los Mártires, finca n.º 4 del Largo de S.
Carlos (hoy del Directório) el 13 de junio de 1888.

Filiación: Hijo legítimo de Joaquim de Seabra Pessoa y de D. Maria Madalena


Pinheiro Nogueira. Nieto paterno del general Joaquim António de Araújo Pessoa,
combatiente de las campañas liberales, y de Dña. Dionísia Seabra; nieto materno del
Consejero Luís António Nogueira, jurisconsulto y que fue Director General del
Ministerio del Reino, y de Dña. Madalena Xavier Pinheiro. Ascendencia general:
mezcla de hidalgos y judíos.

Estado: Soltero.

Profesión: El nombre correcto sería «traductor», pero es más exacto el de


«corresponsal extranjero de casas comerciales». El ser poeta o escritor no
constituye una profesión, sino una vocación.

Domicilio: Calle Coelho da Rocha, 16, 1º. Dto. Lisboa. (Dirección Postal – Caja Postal
147, Lisboa).

Funciones sociales que ha desempeñado: Si por eso se entiende cargos públicos o


funciones destacadas, ninguna

Obras que he publicado: La obra está esencialmente dispersa, por varias revistas y
publicaciones ocasionales. Lo que, de libros o folletos, considera como válido, es lo
siguiente: «35 Sonnets» (en inglés), 1918; «English Poems I-II» y «English Poems III»
(en inglés también), 1922, y el libro «Mensagem», 1934, premiado por el Secretariado
de Propaganda Nacional, en la categoría «Poema». El folleto «O Interregno»,
publicado en 1928, constituyendo una defensa de la Dictadura Militar en Portugal,
debe ser considerado como no existente. Habría que revisar todo eso y tal vez
repudiar mucho.

Educación: En virtud de, fallecido su padre en 1893, su madre haber casado, en 1895,
en segundas nupcias, con el Comandante João Miguel Rosa, Cónsul de Portugal en
Durban, Natal, fue allí educado. Ganó el premio Reina Victoria de estilo inglés en la
Universidad del Cabo de Buena Esperanza en 1903, en el examen de admisión, a los
15 años.

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Ideología Política: Considera que el sistema monárquico sería el más propio para
una nación orgánicamente imperial como es Portugal. Considera, al mismo tiempo,
la Monarquía completamente inviable en Portugal. Por eso, de haber un plebiscito
entre regímenes, votaría, si bien con pena, por la República. Conservador de estilo
inglés, esto es, liberal dentro del conservadurismo, y absolutamente anti-
reaccionario.

Posición religiosa: Cristiano gnóstico y por tanto enteramente opuesto a todas las
Iglesias organizadas, y sobre todo a la Iglesia de Roma. Fiel, por motivos que más
adelante están implícitos, a la Tradición Secreta del Cristianismo, que tiene íntimas
relaciones con la Tradición Secreta en Israel (la Santa Kabbalah) y con la esencia
oculta de la masonería.

Posición iniciática: Iniciado, por comunicación directa de Maestro a Discípulo, en los


tres grados menores de la (aparentemente extinta) Orden Templaria de Portugal.

Posición patriótica: Partidario de un nacionalismo místico, del que sea abolida toda
la infiltración católico-romana, creándose, si es posible, un sebastianismo nuevo,
que la substituya espiritualmente, si es que en el catolicismo portugués hubo alguna
vez espiritualidad. Nacionalista que se guía por este lema: «Todo por la humanidad,
nada contra la nación».

Posición social: Anti-comunista y anti-socialista. Lo demás se deduce de lo expuesto


arriba.

Resumen de estas últimas consideraciones: Tener siempre en la memoria al mártir


Jacques de Molay, Grado-Maestre de los Templarios, y combatir, siempre y en todo
lugar, a los tres asesinos: la Ignorancia, el Fanatismo y la Tiranía.

Lisboa, 30 de marzo de 1935 [en el original 1933, por aparente lapsus].

FRAGMENTOS DE CARTAS DE PESSOA

a) A Armando Cortes- Rodrigues


(19 de enero de 1915)

Entre los que me rodean no encuentro una actitud ante la vida que concuerde con
mi íntima sensibilidad, con mis aspiraciones y ambiciones, con todo cuanto
constituye lo fundamental de mi ser espiritual. Encuentro, sí, quien está de acuerdo
con actividades literarias que están apenas en los alrededores de mi sensibilidad. Y
eso no me basta. Todo cuanto es futilidad literaria, mero arte, va gradualmente
sonándome más a hueco y repugnante. Poco a poco he alzado mis propósitos y
ambiciones a la altura de las cualidades que recibí. Llevar a cabo una acción sobre la

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humanidad, contribuir con todo el poder de mi esfuerzo a la civilización, se están
convirtiendo en los graves y pesados fines de mi vida. Y así, hacer arte me parece
cada vez una cosa más importante, una misión más terrible, un deber que cumplir
arduamente sin desviar los ojos del fin. Por eso mi concepto puramente estético del
arte se ha elevado y se ha hecho más difícil; me exijo ahora mucha más perfección y
una elaboración más cuidada.
He perdido la ambición grosera de brillar por brillar y esa otra, groserísima, de
querer épater. No me aferro ya a la idea del Interseccionismo con ningún ardor o
entusiasmo. La idea patriótica, siempre presente en mis propósitos, aumenta ahora
en mí; y no pienso en hacer arte sin meditar hacerlo para erguir alto el nombre
portugués.
Mantengo mi propósito de lanzar pseudónimamente la obra de Caeiro-Reis-
Campos. Es toda una literatura que he creado y vivido, que es sincera porque es
sentida y que constituye una corriente con posible influencia benéfica sobre los
demás. Lo que yo llamo literatura insincera no es la análoga a la de Alberto Caeiro,
Ricardo Reis o Álvaro de Campos, que es algo sentido en la persona del otro: está
escrito dramáticamente pero es sincero, como es sincero lo que dice el rey Lear, que
no es Shakespeare, sino una creación suya. Llamo insinceras a las cosas hechas para
sorprender, y también a las cosas que no contienen una idea metafísica
fundamental, esto es, por donde no pasa una noción de la gravedad y del misterio
de la Vida. Por eso es serio todo lo que he escrito bajo los nombres de Caeiro, Reis,
Alvaro de Campos. Puse en los tres un profundo concepto de la vida, distinto en
cada uno, pero en todos atento a la importancia misteriosa del existir.

b) A Joao Gaspar Simoes


(11 de diciembre de 1931)
A mi parecer la función del crítico debe concentrarse en tres puntos: (1) estudiar al
artista exclusivamente como artista y sólo dar cabida en el estudio a lo que sea
rigurosamente necesario del hombre para explicar al artista; (2) buscar lo que
podríamos llamar la explicación central del artista (tipo lírico, tipo dramático, tipo
lírico elegíaco, tipo dramático poético, etc.); (3) comprendiendo la esencial
inexplicabilidad del alma humana, cercar estos estudios y estas indagaciones de una
leve aura poética de desentendimiento. Este tercer punto tiene tal vez algo de
diplomático, pero incluso con la verdad, mi querido Gaspar Simoes, hay que tener
diplomacia.
Aclararé el punto (2). Prefiero explicarlo con un ejemplo. El punto central de mi
personalidad como artista es que soy un poeta dramático; tengo continuamente en
todo cuanto escribo la exaltación íntima del poeta y la despersonalización del
dramaturgo. Desde el punto de vista humano –en que al crítico no compete entrar,
pues entrar no le sirve de nada- soy un histérico-neurasténico. En cuanto el crítico
señale, sin embargo, que soy esencialmente poeta dramático, tiene la llave de mi

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personalidad. Provisto de esta llave, puede abrir todas las cerraduras de mi
expresión. Sabe que, como poeta, siento; que, como dramático transmuto
automáticamente lo que siento hacia una expresión ajena a lo que sentí,
constituyendo en la emoción una persona inexistente que la sintiese
verdaderamente y por eso sintiese lo que yo, puramente yo, me olvidé de sentir.

c) A Adolfo Casais Monteiro


(13 de enero de 1935)

Desde niño tuve tendencia a crear en torno a mí un mundo ficticio, a rodearme de


amigos y conocidos que nunca existieron. Recuerdo al que fue mi primer
heterónimo, o mejor, mi primer conocido inexistente –un tal Chevalier de Pas de mis
seis años, mediante el cual me escribía cartas suyas a mí mismo.
Esta tendencia a crear en torno mío otro mundo, igual a éste, pero con otra gente,
nunca se me ha ido de la imaginación.
Alrededor de 1912 se me ocurrió escribir unos poemas de índole pagana. Esbocé
unas cosas en verso irregular, y abandoné el asunto. Año y medio, o dos años
después, di un día en gastarle una broma a Sá-Carneiro, en inventar un poema
bucólico, de naturaleza complicada. Estuve unos días elaborándolo pero no
conseguí nada. Un día en el que finalmente desistí –fue el 8 de marzo de 1914- me
acerqué a una cómoda alta y tomando un papel comencé a escribir, de pie, como
escribo siempre que puedo. Y escribí de corrido treinta y tantos poemas, en una
especie de éxtasis cuya naturaleza no conseguiré definir. Fue el día triunfal de mi
vida y nunca podré tener otro así. Abrí con un título, El Guardador de Rebaños. Y lo
que siguió fue la aparición de alguien en mí, a quien di al momento el nombre de
Alberto Caeiro. Discúlpeme lo absurdo de la frase: apareció en mí mi maestro. Una
vez escritos estos treinta y tantos poemas, inmediatamente tomé otro papel y
escribí, también de corrido, los seis poemas que constituyen Lluvia Oblicua de
Fernando Pessoa. Fue el regreso de Fernando Pessoa Alberto Caeiro a Fernando
Pessoa él solo. O mejor, fue la reacción de Fernando Pessoa contra su inexistencia
como Alberto Caeiro.
Aparecido Alberto Caeiro, traté al punto de descubrirle unos discípulos. Arranqué
de su falso paganismo al Ricardo Reis latente, le descubrí el nombre y se lo ajusté a
él mismo, porque entonces ya lo veía. Y de repente, y en derivación opuesta a la de
Ricardo Reis, me surgió impetuosamente un nuevo individuo. De golpe y a máquina
de escribir, sin interrupción ni enmienda, surgió la Oda Triunfal de Álvaro de Campos
–la Oda con ese nombre y el hombre con el nombre que tiene.
Yo veo delante de mí, en el espacio incoloro pero real del sueño, las caras, los
gestos de Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos. Construí sus edades y sus vidas.
Ricardo Reis nació en 1887 en Oporto, es médico y está ahora en Brasil. Alberto
Caeiro nació en 1889 y murió en 1915; nació en Lisboa, pero vivió casi toda su vida en

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el campo. No tuvo profesión, ni casi ninguna educación. Álvaro de Campos nació en
Tavira, el día 15 de octubre de 1890. Éste es ingeniero naval (por Glasgow), pero
ahora está aquí, en Lisboa, inactivo. Caeiro era de estatura media, y aunque frágil
realmente (murió tuberculoso), no parecía tan frágil como era. Ricardo Reis era un
poco, pero muy poco, más bajo, más fuerte, más seco. Álvaro de Campos es alto
(1.75 m de estatura, 2 cm más que yo), delgado y un poco tendente a encorvarse.
Cara afeitada todos –Caeiro rubio sin color, ojos azules; Reis de un vago moreno
mate; Campos entre blanco y moreno, tipo vagamente de judío portugués, sin
embargo, el cabello liso y normalmente peinado al lado, monóculo. Caeiro, como he
dicho, no tuvo más educación que casi ninguna –sólo instrucción primaria; murieron
pronto su padre y su madre y se quedó en la casa viviendo de unas pequeñas rentas.
Vivía con una vieja tía, tía abuela. Ricardo Reis, educado en un colegio de jesuitas,
es, como he dicho, médico; vive en Brasil desde 1919, pues se desterró
espontáneamente por ser monárquico. Es un latinista por educación ajena y un
semihelenista por educación propia. Álvaro de Campos tuvo una educación normal
de instituto; después fue mandado a Escocia a estudiar ingeniería, primero
mecánica y después naval. En unas vacaciones hizo un viaje al Oriente, de donde
resultó el Opiario. Le enseñó latín un tío de la Beira que era cura.
¿Cómo escribo en nombre de estos tres?... Caeiro por pura e inesperada
inspiración, sin saber que iba a escribir. Ricardo Reis, después de una deliberación
abstracta que súbitamente se concreta en una oda. Campos, cuando siento un
súbito impulso para escribir y no sé qué. Mi semiheterónimo Bernardo Soares, que
además se parece en muchas cosas a Álvaro de Campos, aparece siempre que estoy
cansado o soñoliento, de manera que tengo un poco suspensas las cualidades de
raciocinio y de inhibición. Es un semiheterónimo porque, no siendo su personalidad
la mía, no es diferente de la mía, sino una simple mutilación de ella. Soy yo menos el
raciocinio y la afectividad. La prosa, salvo lo que el raciocinio da de tenue a la mía, es
igual a ésta, y el portugués perfectamente igual; mientras que Caeiro escribía mal el
portugués, Campos razonablemente, pero con lapsus como decir “yo propio” en
lugar de “yo mismo”, etc; Reis mejor que yo, pero con un purismo que considero
exagerado. Lo difícil para mí es escribir la prosa de Reis o de Campos. La simulación
es más fácil en verso, incluso porque es más espontánea.

TEXTOS DE PESSOA SOBRE LA HETERONIMIA

I) No sé quién soy ni qué alma tengo.


Cuando hablo con sinceridad, no sé con qué sinceridad hablo. Soy diversamente
otro respecto a un yo que no sé si existe (si es esos otros).
Siento creencias que no tengo. Me arroban ansias que repudio.

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Me siento múltiple. Soy como una habitación con innumerables espejos
fantásticos que distorsionan en reflejos falsos una única realidad anterior que no
está en ninguno y está en todos.
Como el panteísta se siente árbol, e incluso flor, yo me siento varios seres. Me
siento vivir vidas ajenas, parcialmente, como si mi ser participara de todos los
hombres, incompletamente de cada uno, por una suma de no-yos sintetizados en un
yo postizo.

II) ¡Sé plural como el universo!

III) Hay autores que escriben dramas y novelas, y en esos dramas y en esas novelas
atribuyen sentimientos e ideas a las figuras que los pueblan, y muchas veces se
indignan de que sean tomados por sentimientos suyos, o ideas suyas. Aquí la
sustancia es la misma, aunque la forma sea diversa.
Ni esta obra ni las siguientes tienen nada que ver con quien las escribe. Ni está de
acuerdo con lo que está escrito en ellas, ni está en contra. Como si le fuera dictado,
escribe.
Afirmar que estos hombres, todos diferentes, todos bien definidos, que pasaron
por su alma, no existen, no puede hacerlo el autor de estos libros; porque no sabe
qué es existir, ni cuál, Hamlet o Shakespeare, es más real, o real de verdad.
Es posible que más tarde otros individuos de este mismo tipo de verdadera
realidad aparezcan. Serán siempre bienvenidos a mi vida interior, donde conviven
mejor conmigo de lo que yo consigo vivir con la realidad externa.
Volviéndome así, cuando menos, un loco que sueña alto, tal vez contribuya a
engrandecer el universo, porque quien al morir deja escrito un verso bello, deja más
ricos los cielos y la tierra.
Con una falta tal de literatura como hay hoy, ¿qué puede hacer un hombre de
genio sino convertirse él solo en una literatura? Con una falta tal de gente con la que
poder convivir como hay hoy, ¿qué puede hacer un hombre de sensibilidad sino
inventar sus amigos, o por lo menos, sus compañeros de espíritu?

ESTUDIOS CRÍTICOS SOBRE SU OBRA (extractos)

.-Lo trágico y los destinos del Desasosiego-.


Por José Gil

¿Qué es lo trágico? La idea que heredamos de los tragedas griegos remite a un


destino inexorable que lleva a la catástrofe, resaltando la soledad del héroe,
abandonado por dioses y hombres. Hölderlin afirma que lo trágico resulta de la

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separación entre dioses y hombres. La tragedia nace del hybris, de un exceso del
deseo humano que se quiere aparejar a los dioses, aboliendo toda ley y todo límite.
La separación adviene con el retraimiento de los dioses, quienes apartan al
hombre como respuesta a su exceso (hybris). Así, el hombre camina solo, y el
resultado de su acción se revela opuesto a su intención y voluntad, pues buscando
aproximarse a lo divino, se aleja más y más de ello.
Esa separación genera una catástrofe del sentido, pues la vida, mero desarrollo del
tiempo humano, histórico, termina siendo búsqueda de un sentido que escapa
siempre. Se acaban los ciclos perfectos en que el fin vuelve al principio y la muerte
es un renacer. Dios, que es tiempo pleno, dejó al hombre en ese instante trágico en
el que desea acompañar el tiempo cósmico sin conseguirlo jamás.
Álvaro de Campos es el heterónimo en quien más claramente se manifiesta un
contenido trágico. En el poema Tabaquería esta esencia trágica se aprecia en la
oposición de dos tiempos divergentes: el de la realidad banal simbolizada por la
tabaquería “como cosa real por fuera”, y el del sueño “como cosa real por dentro”.
La separación trágica se manifiesta en el destino que revela el fracaso del sueño,
llevándolo a un resultado contrario a su intención: soñó para nada, quiso ser mejor
que Napoleón, que Kant, que Cristo, y no fue sino “el de la buhardilla”. Oyó la voz de
Dios, pero en un pozo tapado, conquistó el mundo, pero antes de levantarse de la
cama.
El juego de oposiciones propio del discurso de la tragedia griega se hace patente
en la obra de Álvaro de Campos (“Lisbon revisited”, “Tabaquería”, etc). Su aguda
conciencia de la separación con lo divino proviene de su hybris, del impulso que lo
lleva a desear igualarse con Dios (o Napoleón, o Kant, o Cristo).
“Dios” es un término que aparece en sus poemas para justificar el absoluto que el
poeta aspira alcanzar: ser todo y todos los otros, vivir todo de todas las maneras.
Como en este fragmento del poema “Al final la mejor manera de viajar es sentir”:
“Al final la mejor manera de viajar es sentir.
Sentirlo todo de todas las maneras.
Sentirlo todo excesivamente,
porque todas las cosas son, en verdad, excesivas,
y toda la realidad es un exceso, una violencia,
una alucinación extraordinariamente nítida
que vivimos todos en común con la furia de las almas,
el centro al que tienden las extrañezas fuerzas centrífugas
que son las psiques humanas en su armonía de sentidos.

Cuanto más sienta, cuanto más sienta como varias personas,


cuanto más personalidades tenga,
cuanto más intensamente, estridentemente, las tenga,
cuanto más simultáneamente sienta con todas ellas,

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cuanto más unificadamente diverso, dispersamente atento,
esté, sienta, viva, sea,
más poseeré la existencia total del universo,
más completo seré a lo largo del espacio entero.
más análogo seré a Dios, sea Dios quien sea,
porque sea Dios quien sea,
porque sea quien sea ciertamente lo es Todo
y fuera de Él sólo hay Él, y Todo para Él es poco.”
Estos versos ubican la problemática de lo trágico en el centro de la heteronimia:
Álvaro de Campos, Bernardo Soares, Ricardo Reis y Fernando Pessoa ortónimo,
todos sufren la compulsión de un vivir infinitamente múltiple. Acaso Alberto Caeiro,
el maestro de poetas, según Pessoa, es el único heterónimo alejado del conflicto
trágico, pero porque siente que ha llegado a la meta de sentir todo de todas las
maneras, comprendiendo la realidad de las cosas sin deformarla, sin analizarla.
En Fernando Pessoa el hybris es el exceso en el sentir y en el querer saber, que lo
empuja al análisis de las sensaciones, fundamento de su arte poética. Ese análisis
provoca una separación o ruptura entre sensación y conciencia que precipita todo lo
demás. Éste sería el esquema general de lo trágico en Pessoa: pulsión absoluta del
sentir, separación necesaria para alcanzar ese fin, desenvolvimiento de la acción
poética que desemboca en su contrario, fracaso del sueño y de la poesía, tragedia
de la vida de un poeta, que en nombre de la vida y para poder vivirla intensa y
completamente, se ve llevado por esa misma acción al distanciamiento ilimitado, a
la derrota en la vida real. La heteronimia produce desasosiego, ese desapego de
todo que disuelve el “yo” en los heterónimos, que surge una vez agotadas las ideas
con que damos sentido a la vida, instalándose el horror de vivir enclaustrado en una
celda infinita y el deseo de escapar más allá del ser y del no ser. Ninguna categoría
del pensamiento puede satisfacer al desasosiego porque la vida es más rica, y esa
insatisfacción permanente genera cansancio, tedio, el horror de vivir.
¿Cuál es el problema fundamental de Fernando Pessoa? El intento incansable, en
todos los heterónimos, de transportar la vida hacia el pensamiento. La vida es
siempre más rica, más fuerte y diversa, y debe irrigar al pensamiento. Así, según las
estrategias desplegadas para ajustar el pensamiento a la vida, el desasosiego toma
destinos diferentes: trágico en Álvaro de Campos y Bernardo Soares, estoico en
Ricardo Reis, melancólico en Fernando Pessoa ortónimo, sereno en Alberto Caeiro.

La regeneración pessoana en el ingeniero de Tavira


Por Rodrigo Ribeiro de Almeida

Se han esbozado muchas interpretaciones para explicar la heteronimia en la obra


de Pessoa. Una de las explicaciones se relaciona con la cuestión del supra Camões.

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La idea fue elaborada por Pessoa a partir del sebastianismo, movimiento que
sirviéndose del mito del regreso del rey Don Sebastião, preveía la futura grandeza
de Portugal gracias a su fidelidad al pasado. El supra Camões era una especie de
super poeta que colocaría las letras portuguesas en un escalón por encima de su
época áurea y de su figura superior (Camões). ¿Se refería Pessoa a sí mismo?
Por otra parte, Pessoa afirmó que sus heterónimos debían ser leídos como si se
trataran de poetas reales –por ello se refería a su producción como un “drama en
gente”- proporcionándoles una biografía, un físico, un carácter, y estableciendo
entre ellos una red de vínculos amistosos, de magisterio e influencia literaria.
La obra de Fernando Pessoa constituye el punto de partida de la literatura
portuguesa contemporánea. Le dio forma literaria al sentimiento de crisis de la
Modernidad, respetando la tradición portuguesa pero superando el retoricismo, el
sentimentalismo y el idealismo vano y vago en los que ésta había incurrido.
Los temas de la personalidad, de la conciencia y del fingimiento encuentran en el
recurso de la heteronimia un camino lógico: una vez superado el Saudosismo inicial,
Pessoa exige el ejercicio de una lírica indefinida, sin límites, pero al servicio de la
inteligencia y dominada por la razón, una lírica sensorial e idealista que explique
racionalmente el mundo a su alrededor. Su tendencia a una poesía dialéctica,
basada en juegos de oposición y complementaridad, como sinceridad / fingimiento,
conciencia / inconciencia, personalidad / despersonalización, es fruto de su interés
por un arte nuevo, pero no revolucionario.
Heteronimia: “O drama em gente”
En la carta enviada a Casais Monteiro el 13 de enero de 1935, Pessoa dio a entender
que es posible explicar la heteronimia a través de varias formas: por una vía psíquica
y orgánica (se define como histérico neurasténico), por tendencias lúdicas de raíz
infantil ( inventaba personajes siendo niño y se comunicaba con ellos por carta), y
también por temas estético literarios, a los que podríamos añadir sociales.
El Pessoa ortónimo es un sujeto poético marcado por la angustia existencial y el
inconformismo que dicta el deseo de despersonalización. En los heterónimos busca
encontrar respuesta a su constante inquietud, a su desasosiego, y es posible
reconocer la existencia de ejes transversales temáticos en sus cuatro principales
sujetos poéticos. Álvaro de Campos, por ejemplo, comparte con Pessoa los
siguientes rasgos: el dolor de ser lúcido, la nostalgia de la infancia perdida, la
fragmentación interior, la soledad, y el tedio.
Hablar de la poética de Pessoa es hablar de un complejo juego dramático entre
distintas voces líricas autónomas: la heteronimia. Los heterónimos se entienden
como proyecciones alterizantes de un yo múltiple. El desdoblamiento de
personalidades poéticas es el reflejo del modo contemporáneo de entender la
subjetividad. La experiencia del progreso, de la civilización, de la megalópolis, en sus
grandezas y miserias, atañe a un sujeto que progresivamente pierde sus referentes
ideológico culturales estables y se dispersa de sí mismo. De todo esto es reflejo la

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heteronimia pessoana en su ruptura de la unicidad del sujeto. El sujeto se encuentra
en crisis, y su lenguaje será simultáneamente la manifestación de esa crisis.
El heterónimo es la convergencia de tres componentes: un nombre propio
atribuido a un sujeto poético; una identidad dotada de características psicológicas e
ideológico –culturales propias; y un estilo propio, establecido por una escritura
poética autónoma en relación a la del ortónimo.
No es necesario leer la heteronimia en un registro psicopatológico, ni considerarla
como una invención gratuita y arbitraria, sino como un signo de época, transcultural
y motivado por rupturas éticas e ideológicas.
Los heterónimos principales (Caeiro, Reis y de Campos), el Pessoa ortónimo, el
semiheterónimo Bernardo Soares, y el creador de textos filosóficos António Mora,
son autores de obras que como en una función teatral, establecen un diálogo entre
sí. Ese diálogo, representación máxima del drama en gente, llevará a Pessoa a una
contradicción constante y a coquetear conscientemente con la locura. Encontramos
en ellos divergencias temáticas y especificidades estilísticas. Son, por ello, poetas
distintos. Pessoa explica que en Caeiro puso todo su poder de despersonalización
dramática, en Reis toda su disciplina mental, y en A. de Campos toda la emoción que
no halla en él ni en su vida. Partiendo de una moderna conciencia del vacío
ontológico, Pessoa ficcionó otros “Yo” como manera de sanar la herida de la
identidad.
El dolor real, personal y privado, Pessoa lo sustituye por el dolor artístico, fingido
porque es estéticamente elaborado, asequible al lector, y discursivamente
representado. Ese refugiarse en su actividad heteronímica y su convicción de no
poder ser entendido por sus contemporáneos lo conducen a la alienación y al
desencanto, a la conciencia de la dificultad de realizar sus sueños y proyectos.
Pessoa afirma que tiene cualidades que son negativas para influir en un ambiente
social, ya que es un razonador minucioso y analítico, y el público no es capaz de
seguir un razonamiento ni de prestar atención a un análisis. También pretende
descubrir la verdad, y al público le agrada la mentira. Además de que la verdad
siempre es compleja, y el público no comprende ideas complejas.
Insatisfecho con la época que le tocó vivir, incapaz de vivir en plenitud,
padeciendo la fragmentación, Pessoa ansía vivencias, estados de ilusión, sueños que
posibiliten una realidad alternativa. El deseo de viajar, de ser lo que no es, refleja
esta insatisfacción permanente, e incluso aquello que está próximo es sentido como
lejano. Todo esto alcanzará expresión en A. de Campos en sus diferentes etapas
poéticas.
Álvaro de Campos
El análisis de la figura y producción literaria de este heterónimo siempre ha
establecido la existencia de tres Álvaro de Campos paralelos a la vida del ortónimo.
Sin embargo, recientemente la crítica Teresa Rita Lopes defiende que la trayectoria

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de Campos debería dividirse en cuatro fases, siguiendo una evolución a la par de la
de Pessoa. Esas fases serían:
*POETA DECADENTE (1913 -14), desde la escritura de “Opiario” hasta conocer a su
maestro Alberto Caeiro. Influencia de la cultura francesa (poesía simbolista y
finisecular)
*INGENIERO SENSACIONISTA (1914 -22), fase eufórica en la que escribe sus poemas
más conocidos (“Oda triunfal”, “Oda marítima”, “Pasaje de las Horas”) bajo cierta
influencia vanguardista (el Futurismo) y del poeta Walt Whitman, cantor del mundo
y la vida. Proyectos de regeneración de Portugal y optimismo sobre el futuro, por lo
cual escribe su manifiesto “Ultimatum”.
*INGENIERO METAFÍSICO (1923 -30), el desencanto y la madurez empiezan a dejar
huella. Pierde la euforia estridente de la fase anterior y se vuelve más reflexivo,
como en “Tabaquería”, en los dos “Lisbon revisited”, en “Maestro, mi Maestro
Querido” o “Aniversario”. Escribe también dos ensayos donde insiste en las ideas
planteadas en “Ultimatum” pero sin la misma fuerza.
*INGENIERO RETIRADO (1931 -35), fase terminal, finalizada con su “muerte”
creativa, debido a la muerte física de Pessoa. El desencanto lo domina, motivado no
sólo por la edad, sino por el contexto político y cultural portugués que frustraron
todos sus proyectos, y a la vez los de Pessoa. En esta fase está muy próximo a los
fragmentos escritos por el semiheterónimo Bernardo Soares en su Libro del
Desasosiego.
Tanto Pessoa como Campos se encuentran abúlicos y desencantados al final de
sus vidas. Textos como “Oda a Noche”, los dos “Lisbon revisited” y “Tabaquería”
evidencian desencanto y tedio, y traducen escepticismo frente a los engaños de la
Modernidad.
El problema de la angustia existencial en la vida y producción de Pessoa conduce
al inconformismo y consecuente deseo y práctica de despersonalización. A este
desasosiego hay que sumar la constante fragmentación del yo, su tedio existencial
en aumento. Su intelectualización lo conduce al autoanálisis y la indefinición
respecto a su identidad: angustia del autoconocimiento. Pessoa y Campos desean
vivencias y sueños que posibiliten “cosas imposibles que procuramos en vano”, sin
dejar nunca de tener presente la inmortalidad que creía le sería otorgada como
consecuencia de su labor literaria. Aún siendo consciente de la imposibilidad de
cumplir muchos de sus sueños, Campos afirmará: “la única compensación moral que
debo a la literatura es la gloria futura de tener escritas mis obras presentes”.

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