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Inteligencia Emocional

Profesor: Carolina Sougarret


Alumnos: Giovanni Cecchi.
José Cárdenas.
Vicente Andonie.
Jorge Wilson.
Fecha de entrega: 14 de Junio de 2019.
Introducción
El ser humano es una especie bien compleja debida a su alta capacidad cognitiva para
resolver problemas y concretar desafíos, pero por sobre todo por su capacidad de percibir y
desenvolverse en toda relación social y cultural, al establecer un entorno balanceado en
cuanto al bienestar personal y colectivo, que aseguren concatenar las bases fundamentales
de una sociedad tolerante, receptiva y con la capacidad de mejorar día a día.

¿Qué es lo que diferencia la racionalidad de lo emocional? Esta pregunta tan simple puede
ser un tema complejo, pero lo que llama la atención rápidamente es que la racionalidad
acostumbra a estar definida en términos más concretos, es racional la acción o el
pensamiento que se basa en la razón, que es el ámbito en el que se examinan las
compatibilidades e incompatibilidades que existen entre las ideas y los conceptos a partir de
principios de la lógica.
Es decir, lo que caracteriza la racionalidad es la consistencia y la solidez de las acciones y
pensamientos que emanan de ella. Por eso, la teoría dice que algo racional puede ser
comprendido por muchas personas, porque la coherencia de este conjunto de ideas
encajadas entre sí es una información que puede ser comunicada, al no depender de lo
subjetivo.
En cambio, lo emocional es algo que no puede ser expresado en términos lógicos, y por eso
queda "encerrado" en la subjetividad de cada uno.
En definitiva, el hecho en sí de que lo racional sea más fácil de definir qué lo emocional nos
habla sobre una de las diferencias entre estos dos conceptos: el primero funciona muy bien
sobre el papel y permite dar expresión a ciertos procesos mentales haciendo que otros los
lleguen a comprender de un modo casi exacto, mientras que las emociones son privadas,
en muchas ocasiones difíciles de interpretar y no pueden ser reproducidas fácilmente.
Desarrollo

La noción de inteligencia está vinculada a la capacidad para escoger las mejores opciones
en la búsqueda de una solución. Es posible distinguir entre diversos tipos de inteligencia,
según las habilidades que entran en juego. En cualquier caso, la inteligencia aparece
relacionada con la capacidad de entender y elaborar información para usarla de manera
adecuada
Emocional, por otra parte, es aquello perteneciente o relativo a la emoción (un fenómeno
psico-fisiológico que supone una adaptación a los cambios registrados de las demandas
ambientales). Lo emocional también es lo emotivo (sensible a las emociones).
El concepto de inteligencia emocional fue popularizado por el psicólogo estadounidense
Daniel Goleman y hace referencia a la capacidad para reconocer los sentimientos propios y
ajenos. La persona, por lo tanto, es inteligente (hábil) para el manejo de los sentimientos.
Otra definición para Inteligencia Emocional corresponde a “la capacidad de reconocer,
aceptar y canalizar nuestras emociones para dirigir nuestras conductas a objetivos
deseados, lograrlo y compartirlos con los demás”.

Para Goleman, la inteligencia emocional implica cinco capacidades básicas: descubrir las
emociones y sentimientos propios, reconocerlos, manejarlos, crear una motivación propia y
gestionar las relaciones personales.
Los pilares fundamentales en los que se concreta el concepto de inteligencia emocional, y
definiendo en más detalle las cinco capacidades básicas según Daniel Goleman
corresponden a:

● La Empatía​: Es la intención de comprender los sentimientos y emociones,


intentando experimentar de forma objetiva y racional lo que siente otro individuo.

● Habilidades Sociales: ​Conjunto de conductas que nos permiten interactuar y


relacionarnos con los demás de manera efectiva y satisfactoria. Un aspecto
interesante sobre ellas es que se pueden aprender, potenciar e ir desarrollándose
día a día con la práctica

● Autocontrol: ​Capacidad consciente de regular los impulsos de manera voluntaria,


con el objetivo de alcanzar un mayor equilibrio personal y relacional.

● Autoconciencia: ​La autoconciencia implica reconocer los propios estados de ánimo,


los recursos y las intuiciones. Así como conocer nuestras propias emociones y cómo
nos afectan, cuáles son nuestras virtudes y nuestros puntos débiles.

● La Motivación: ​Es el motivo o la razón que provoca la realización o la omisión de


una acción. Se trata de un componente psicológico que orienta, mantiene y
determina la conducta de una persona.

La inteligencia emocional tiene una base física en el tronco encefálico, encargado de regular
las funciones vitales básicas. El ser humano dispone de un centro emocional conocido
como neocórtex, cuyo desarrollo es incluso anterior a lo que conocemos como cerebro
racional.
La amígdala cerebral y el hipocampo también resultan vitales en todos los procesos
vinculados a la inteligencia emocional. La amígdala, por ejemplo, segrega noradrenalina
que estimula los sentidos.
Es importante dejar patente que aquella persona que cuente con importantes niveles de
inteligencia emocional es un individuo que gracias a la misma consigue los siguientes
objetivos en su relación con los demás:
• Que quienes le rodean se sientan a gusto con él.
• Que al estar a su lado no experimenten ningún tipo de sensación negativa.
• Que confíen en él cuando necesitan algún consejo tanto a nivel personal como
profesional.

Pero no sólo eso. Alguien que dispone de inteligencia emocional es quien:


• Es capaz de reconocer y de manejar todo lo que pueden ser las emociones de tipo
negativo que experimente.
• Tiene mayor capacidad de relación con los demás, porque cuenta con la ventaja de
que consigue entenderlos al ponerse en sus posiciones.
• Logra utilizar las críticas como algo positivo, ya que las analiza y aprende de ellas.
• Es alguien que precisamente por tener esa inteligencia emocional y saber encauzar
convenientemente las emociones negativas, tiene mayor capacidad para ser feliz.
• Cuenta con las cualidades necesarias para hacer frente a las adversidades y
contratiempos, para no venirse abajo.

El concepto de Inteligencia Emocional ha llegado a prácticamente todos los rincones de


nuestro planeta, en forma de tiras cómicas, programas educativos, juguetes que dicen
contribuir a su desarrollo o anuncios clasificados de personas que afirman buscarla en sus
parejas. Incluso la UNESCO puso en marcha una iniciativa mundial en 2002, y remitió a los
ministros de educación de 140 países una declaración con los 10 principios básicos
imprescindibles para poner en marcha programas de aprendizaje social y emocional.
El mundo empresarial no ha sido ajeno a esta tendencia y ha encontrado en la inteligencia
emocional una herramienta inestimable para comprender la productividad laboral de las
personas, el éxito de las empresas, los requerimientos del liderazgo y hasta la prevención
de los desastres corporativos. No en vano, la Harvard Business Review ha llegado a
calificar a la inteligencia emocional como un concepto revolucionario, una noción
arrolladora, una de las ideas más influyentes de la década en el mundo empresarial.
Revelando de forma esclarecedora el valor subestimado de la misma, la directora de
investigación de un headhunter ha puesto de relieve que los CEO son contratados por su
capacidad intelectual y su experiencia comercial y despedidos por su falta de inteligencia
emocional.
Sorprendido ante el efecto devastador de los arrebatos emocionales y consciente, al mismo
tiempo, de que los tests de coeficiente intelectual no arrojaban excesiva luz sobre el
desempeño de una persona en sus actividades académicas, profesionales o personales,
Daniel Goleman ha intentado desentrañar qué factores determinan las marcadas diferencias
que existen, por ejemplo, entre un trabajador “estrella” y cualquier otro ubicado en un punto
medio, o entre un psicópata asocial y un líder carismático.
Su tesis defiende que, con mucha frecuencia, la diferencia radica en ese conjunto de
habilidades de “inteligencia emocional”, entre las que destacan el autocontrol, el
entusiasmo, la empatía, la perseverancia y la capacidad para motivarse a uno mismo. Si
bien una parte de estas habilidades pueden venir configuradas en nuestro equipaje
genético, y otras tantas se moldean durante los primeros años de vida, la evidencia
respaldada por abundantes investigaciones demuestra que las habilidades emocionales son
susceptibles de aprenderse y perfeccionarse a lo largo de la vida, si para ello se utilizan los
métodos adecuados.

La inteligencia más allá del intelecto


Diversos estudios de largo plazo han ido observando las vidas de los chicos que puntuaron
más alto en las pruebas intelectivas o han comparado sus niveles de satisfacción frente a
ciertos indicadores (la felicidad, el prestigio o el éxito laboral) con respecto a los promedios.
Todos ellos han puesto de relieve que el coeficiente intelectual apenas si representa un
20% de los factores determinantes del éxito.
El 80% restante depende de otro tipo de variables, tales como la clase social, la suerte y, en
gran medida, la inteligencia emocional. Así, la capacidad de motivarse a sí mismo, de
perseverar en un empeño a pesar de las frustraciones, de controlar los impulsos, diferir las
gratificaciones, regular los propios estados de ánimo, controlar la angustia y empatizar y
confiar en los demás parecen ser factores mucho más determinantes para la consecución
de una vida plena que las medidas del desempeño cognitivo.
Tal como sucede con las matemáticas o la lectura, la vida emocional constituye un ámbito
que se puede dominar con mayor o menor pericia. A menudo se nos presentan en el mundo
sujetos que evocan la caricatura estereotípica del intelectual con una asombrosa capacidad
de razonamiento, pero completamente inepto en el plano personal. Quienes, en cambio,
gobiernan adecuadamente sus sentimientos, y saben interpretar y relacionarse
efectivamente con los sentimientos de los demás, gozan de una situación ventajosa en
todos los dominios de la vida, desde el noviazgo y las relaciones íntimas hasta la
comprensión de las reglas tácitas que determinan el éxito en el ámbito profesional.
Si bien es cierto que en toda persona coexisten los dos tipos de inteligencia (cognitiva y
emocional), es evidente que la inteligencia emocional aporta, con mucha diferencia, la clase
de cualidades que más nos ayudan a convertirnos en auténticos seres humanos. Uno de los
críticos más contundentes con el modelo tradicional de concebir la inteligencia es Howard
Gardner. Este mantiene que la inteligencia no es una sola, sino un amplio abanico de
habilidades diferenciadas entre las que identifica siete, sin pretender con ello hacer una
enumeración exhaustiva.
Gardner destaca dos tipos de inteligencia personal: la interpersonal, que permite
comprender a los demás, y la intrapersonal, que permite configurar una imagen fiel y
verdadera de uno mismo. De forma más específica, y siguiendo el sendero abierto por
Gardner, Peter Salovey ha organizado las inteligencias personales en cinco competencias
principales: el conocimiento de las propias emociones, la capacidad de controlar estas
últimas, la capacidad de motivarse uno mismo, el reconocimiento de las emociones ajenas y
el control de las relaciones.
Las habilidades emocionales no sólo nos hacen más humanos, sino que en muchas
ocasiones constituyen una condición de base para el despliegue de otras habilidades que
suelen asociarse al intelecto, como la toma de decisiones racionales. El propio Gardner ha
dicho que en la vida cotidiana no existe nada más importante que la inteligencia
intrapersonal, ya que a falta de ella, no acertamos en la elección de la pareja con quien
vamos a contraer matrimonio, en la elección del puesto de trabajo, etcétera.

Se puede dilucidar entonces que los sentimientos juegan un papel fundamental en nuestra
habilidad para tomar las decisiones que a diario debemos adoptar, pues al parecer, la
presencia de una sensación visceral es la que nos da la seguridad que necesitamos para
renunciar o proseguir con un determinado curso de acción, disminuyendo las alternativas
sobre las cuales tenemos que elegir. En suma, muchas de las habilidades vitales que nos
permiten llevar una vida equilibrada, como la capacidad para tomar decisiones, nos exigen
permanecer en contacto con nuestras propias emociones.

Inteligencia emocional para el trabajo


Una persona que carece de control sobre sus emociones negativas podrá ser víctima de un
arrebato emocional que le impida concentrarse, recordar, aprender y tomar decisiones con
claridad. De ahí la frase de cierto empresario de que el estrés estupidiza a la gente. El
precio que puede llegar a pagar una empresa por la baja inteligencia emocional de su
personal es tan elevado, que fácilmente podría llevarla a la quiebra. En el caso de la
aeronáutica, se estima que el 80% de los accidentes aéreos responde a errores del piloto.
Como bien saben en los programas de entrenamiento de pilotos, muchas catástrofes se
pueden evitar si se cuenta con una tripulación emocionalmente apta, que sepa
comunicarse, trabajar en equipo, colaborar y controlar sus arrebatos.
El tiempo de los jefes competitivos y manipuladores, que confunden la empresa con una
selva, ha pasado a la historia. La nueva sociedad requiere otro tipo de superior cuyo
liderazgo no radique en su capacidad para controlar y someter a los otros, sino en su
habilidad para persuadirlos y encauzar la colaboración de todos hacia unos propósitos
comunes.
En un entorno laboral de creciente profesionalización, en el que las personas son muy
buenas en labores específicas pero ignoran el resto de tareas que conforman la cadena de
valor, la productividad depende cada vez más de la adecuada coordinación de los esfuerzos
individuales. Por esa razón, la inteligencia emocional, que permite implementar buenas
relaciones con las demás personas, es un capital inestimable para el trabajador
contemporáneo.
En un estudio publicado en la Harvard Business Review, Robert Kelley y Janet Caplan
compararon a un grupo de trabajadores “estrella” con el resto situado en la media: con
respecto a una serie de indicadores, hallaron que, mientras que no había ninguna diferencia
significativa en el coeficiente intelectual o talento académico, sí se observaban disparidades
críticas en relación a las estrategias internas e interpersonales utilizadas por los
trabajadores “estrella” en su trabajo. Uno de los mayores contrastes que encontraron entre
los dos grupos venía dado por el tipo de relaciones que establecen con una red de personas
clave.
Los trabajadores “estrella” de una organización suelen ser aquellos que han establecido
sólidas conexiones en las redes sociales informales y, por lo tanto, cuentan con un enorme
potencial para resolver problemas, pues saben a quién dirigirse y cómo obtener su apoyo en
cada situación antes incluso de que las complicaciones se presenten, frente a aquellos otros
que se ven abocados a ellas por no contar con el respaldo oportuno.
Por otra parte, y de forma más general, la eficacia, la satisfacción y la productividad de una
empresa están condicionadas por el modo en que se habla de los problemas que se
presentan. Aunque muchas veces se evite hacerlo o se haga de forma equivocada, el
feedback constituye el nutriente esencial para potenciar la efectividad de los trabajadores. Al
proporcionar feedback, hay que evitar siempre los ataques generalizados que van dirigidos
al carácter de la persona, como cuando se le llama estúpida o incompetente, pues éstos
suelen generar un efecto devastador en la motivación, la energía y la confianza de quien los
recibe. Una buena crítica no se ocupa tanto de atribuir los errores a un rasgo de carácter
como de centrarse en lo que la persona ha hecho y puede hacer en el futuro. Harry
Levinson, un antiguo psicoanalista que se ha pasado al campo empresarial, recomienda,
para ofrecer un buen feedback, ser concreto, ofrecer soluciones y ser sensible al impacto de
las palabras en el interlocutor.
En los entornos profesionales contemporáneos, la diversidad constituye una ventaja
competitiva, potencia la creatividad y representa casi una exigencia de los mercados
heterogéneos que comienzan a imperar. Pero para poder sacarle provecho, se requiere la
presencia de aquellas habilidades emocionales que favorecen la tolerancia y rechaza los
prejuicios. A este respecto, Thomas Pettigrew, psicólogo social de la Universidad de
California, subraya una gran dificultad, pues las emociones propias de los prejuicios se
consolidan durante la infancia, mientras que las creencias que los justifican se aprenden
muy posteriormente. Así, aunque es factible cambiar las creencias intelectuales respecto a
un prejuicio, es muy complejo transformar los sentimientos más profundos que le dan vida.
La investigación sobre los prejuicios pone de relieve que los esfuerzos por crear una cultura
laboral más tolerante deben partir del rechazo explícito a toda forma de discriminación o
acoso, por pequeña que sea (como los chistes racistas o las imágenes de chicas ligeras de
ropa que degradan al género femenino). Existen estudios que han demostrado que cuando,
en un grupo, alguien expresa sus prejuicios étnicos, todos los miembros se ven más
proclives a hacer lo mismo. Por lo tanto, una política empresarial de tolerancia y de no
discriminación no debe limitarse a un par de cursillos de “entrenamiento en la diversidad” en
un fin de semana, sino que debe permear todos los espacios de la empresa y constituir una
práctica arraigada en cada acción cotidiana. Si bien los prejuicios largamente sostenidos no
son fáciles de erradicar, si es posible, en todo caso, hacer algo distinto con ellos. El simple
acto de llamar a los prejuicios por su nombre o de oponerse francamente a ellos establece
una atmósfera social que los desalienta, mientras que, por el contrario, hacer como si no
ocurriera nada equivale a autorizarlos.

Inteligencia emocional en el liderazgo

Los buenos líderes son aquellos que nunca pierden el control, que se enfrentan a sus retos
dejando a un lado sus problemas personales y confían plenamente en sí mismos.
Demuestran su inteligencia emocional en el liderazgo.
Los buenos líderes se reconocen porque escuchan a los suyos y son comunicativos y
porque se informan antes de tomar decisiones, valorando seriamente sus posible
repercusiones. Así, la inteligencia emocional juega un papel fundamental en liderazgo.
El liderazgo es una capacidad que todos deberíamos potenciar, porque seguramente en
alguna ocasión tendremos la oportunidad de ponerla en práctica como empresarios, como
padres, como maestros, como terapeutas, etc. Por lo tanto, es necesario que tengamos en
cuenta las implicaciones que la inteligencia emocional tiene para jugar este papel para
desarrollar las capacidades necesarias.
La inteligencia emocional en el liderazgo es esencial para conseguir el éxito. Después de
todo, ¿quién es más probable que tenga éxito, un líder que grita a su equipo cuando está
bajo estrés, o un líder que controla y evalúa con calma la situación?

Goleman también abordó ciertos factores a través de los cuales podemos hacernos una
idea sobre si existe un buen liderazgo dentro de una empresa:

Libertad. El sentimiento o percepción de libertad que tienen los trabajadores para aportar
ideas e innovar. Si el trabajador se siente escuchado se sentirá valorado. Si se siente
escuchado y valorado, es una señal de que se está ante un buen líder.
Responsabilidad. El grado de responsabilidad que siente un trabajador en su puesto de
trabajo. Si se trata de un bien líder, hará que todos se sientan responsables y valiosos en
sus puestos de trabajo.
Calidad de trabajo​. El nivel de la calidad del trabajo que llevan a cabo los trabajadores es
también un indicador sobre la calidad del líder.
Compensaciones. ​Si normalmente reciben compensaciones por el rendimiento y/o cómo
se perciben esas recompensas. ¿Sienten los trabajadores que se valora su trabajo?
¿Sienten que está recompensado?
La compañía.​ Nivel de claridad sobre la misión y los valores de la compañía.
Compromiso​. Nivel de compromiso que tienen los trabajadores hacia un objetivo común.

«El liderazgo no es sinónimo de dominación, sino el arte de convencer a la gente de que


colabore para alcanzar un objetivo común».
-Daniel Goleman-

Inteligencia emocional y rendimiento académico


Fernández-Berrocal y Ruiz Aranda (2008) evidenciaron la relación entre IE, rendimiento
académico, bienestar psicológico, relaciones interpersonales y el surgimiento de conductas
disruptivas. Concluyen que el déficit en habilidades de IE afecta a los estudiantes dentro y
fuera del aula, especialmente en cuatro áreas: rendimiento
académico, bienestar y equilibrio emocional, en cuanto a establecer y mantener la calidad
en las relaciones interpersonales y en el surgimiento de conductas disruptivas. Así, los
universitarios con mayor IE reportan menor grado de síntomas físicos, depresión, ansiedad
social y mayor empleo de estrategias de afrontamiento activo
en la solución de problemas (Salovey, Stroud, Woolery & Epel, 2002), e igualmente
presentan mayor número de relaciones significativas positivas y potencial resiliente (Mikulic,
Crespi & Cassullo, 2010). Este panorama contrasta con la formación tradicional que enfatiza
las habilidades académicas dejando de lado los componentes de la IE (Duarte Duarte,
2003). Varios estudios destacan la importancia de controlar variables como la inteligencia
general y algunas características de personalidad (Fernández-Berrocal, & Extremera, 2006;
Pena & Repetto, 2008), basándose tal vez en la estrecha relación que se da entre el
rendimiento académico, las habilidades sociales y la calidad de vínculos interpersonales
(Mestre, Guil, Lopes, Salovey & Gil-Olarte, 2006), dado que los estudiantes con tendencias
impulsivas y déficit en el control emocional presentan dificultades de adaptación al medio
social en general, tanto en los contextos académicos como en su vida laboral. Con base en
lo anterior, y la estrecha relación entre IE y el quehacer profesional (Zeidner, Matthews &
Roberts, 2004), se propuso este estudio con el objetivo de describir la inteligencia
emocional y determinar su relación con el rendimiento académico en estudiantes
universitarios

El estudio tuvo como objetivo describir la inteligencia emocional y determinar su relación


con el rendimiento académico en estudiantes universitarios. Participaron 263 estudiantes, a
quienes se les aplicaron diversos instrumentos, ​entre ellos el cuestionario EQ-i de BarOn
para medir la inteligencia emocional​. Se encontró un cociente de inteligencia emocional
promedio de 46,51, sin diferencias según género, pero sí para cada programa: 62,9 para
Economía; 55,69 en Medicina; 54,28 en Psicología y 36,58

Resultados
En general, el EQ presenta dependencia significativa con el programa académico y con el
semestre (p=0,000). La variable semestre presenta una oscilación al ascender de los
semestres inferiores a los superiores; en conjunto, solo en Medicina el EQ presenta un valor
significativamente mayor en el ciclo clínico que en el ciclo básico. Mediante el coeficiente de
correlación de Pearson, se encuentra relación significativa entre el EQ y el rendimiento
académico, definido como nota promedio hasta el momento, para la población general
(p=0,019). Esta dependencia en la población general se debe especialmente a la
dependencia en el programa de Medicina (p=0,001) y, en menor medida, a la dependencia
en el programa de Psicología (p=0,066). El resto de programas no presentan dependencia
en lo absoluto entre EQ y rendimiento académico.

Sistema de notas, Colombia.


Conclusión
Los estragos que la ineptitud emocional causa en el mundo son más que evidentes. Basta
con abrir un diario para encontrar consignadas las formas de violencia y de degradación
más aberrantes, que no parecen responder a ninguna lógica. Hoy por hoy no nos genera
mayor estupor escuchar que un corredor de bolsa se haya arrojado de un rascacielos tras
una repentina caída de la bolsa, que un marido haya golpeado a su esposa o que, tras
haber sido despedido, un empleado haya entrado en su compañía armado hasta los dientes
y haya asesinado a varias personas indiscriminadamente.
Estas evidencias se suman a la ola de violencia que asola al planeta, al alarmante
incremento de la depresión en todo el mundo, a los niveles de estrés que van en franco
aumento y a una interminable lista de síntomas: todos ellos dan cuenta de una irrupción
descontrolada de los impulsos en nuestras vidas y de una ineptitud generalizada, y acaso
creciente, para controlar las pasiones y los arrebatos emocionales.
Tradicionalmente hemos sobrevalorado la importancia de los aspectos puramente
racionales de nuestra psiquis, en un afán por medir y comparar los coeficientes de la
inteligencia humana. Sin embargo, en aquellos momentos en que nos vemos arrastrados
por las emociones, cuando un chico golpea a otro por burlarse de él o un conductor le
dispara a aquel que le ha cerrado la vía, la inteligencia se ve desbordada y los esfuerzos
por entender la capacidad de análisis racional de cada sujeto no parecen tener mayor
utilidad.
La abundante base experimental existente permite concluir que, si bien todas las personas
venimos al mundo con un temperamento determinado, los primeros años de vida tienen un
efecto determinante en nuestra configuración cerebral y, en gran medida, definen el alcance
de nuestro repertorio emocional. Pero ni la naturaleza innata ni la influencia de la temprana
infancia constituyen determinantes irreversibles de nuestro destino emocional. La puerta
para la alfabetización emocional siempre está abierta y, así como a las escuelas les
corresponde suplir las deficiencias de la educación doméstica, las empresas y los
profesionales que quieran lograr el éxito en el entorno de especialización y diversidad que
caracteriza al mundo moderno deben tener consciencia de sus emociones y dotarlas de
inteligencia.
Listo con mi parte, puede agregarse a el Ámbito Laboral.
Para el ámbito laboral tenemos ​un listado de las que consideraba que serían las diez
competencias más demandadas por las empresas en el horizonte de 2020, y requieren
precisamente importantes dosis de control socioemocional.
El gráfico inferior del Foro Económico Mundial muestra cuáles serán en 2020 las
habilidades más importantes y cuáles lo eran hace tres años:

La capacidad de resolver problemas complejos, el ​pensamiento crítico​, la creatividad​, la


gestión de personas, la coordinación con los demás, la inteligencia emocional, el juicio y la
toma de decisiones, la orientación al servicio, la negociación y la flexibilidad cognitiva
conforman ese horizonte de habilidades anheladas. Por tanto, se entiende, que “la
educación debe dar un giro radical desde la memorización de contenidos hacia el desarrollo
de las habilidades necesarias en la era digital”, y que la inteligencia emocional se encuentre
en el top 10 de esas competencias que contribuirán a que, poco a poco, se cierre la brecha
entre formación y empleo.

La inteligencia emocional es la clave para que nuestras relaciones e interacciones sean un


éxito y resulten beneficiosas para todas las partes implicadas, el uso de la inteligencia
emocional en nuestras relaciones con los demás se fragua en el desarrollo de una
comunicación eficaz, en el desarrollo de la experiencia interpersonal y en ayudar a los
demás a ayudarse a sí mismos.

En el ámbito laboral, el tiempo que dedicamos en cada jornada de trabajo a


interrelacionarnos con los demás puede resultar importantísimo. La interacción con
miembros de nuestra unidad o grupo de trabajo, con jefes y colaboradores, con clientes y
proveedores puede llevarnos a negociar intereses o resolver conflictos, a dirigir o guiar y a
fomentar el espíritu de equipo.

Una organización laboral es un sistema orgánico que depende de la interrelación de las y


los individuos que forman parte en ella. De ahí que sea importante para el éxito de una
entidad, no sólo que todos los empleados y empleadas aprovechen al máximo sus
capacidades, sino que también ayudan a otras personas a hacer lo propio.

La base de cualquier relación es la comunicación. La comunicación establece conexiones y


las conexiones forjan relaciones. Es fundamental disponer de una capacidad de
comunicación eficaz en el trabajo. Unas palabras equivocadas, unos gestos imprudentes o
unos conceptos mal interpretados pueden generar situaciones no deseadas. Para mejorar
nuestras relaciones con los demás debemos desarrollar técnicas eficaces cómo:

● Exteriorización: transmitir con claridad al otro lo que pensamos, sentimos y


queremos.
● Asertividad: defender nuestras opiniones, ideas y necesidades al mismo tiempo que
respetamos a los demás.
● Atención dinámica: escuchar de verdad lo que dicen los demás.
● Crítica: compartir, de forma constructiva, nuestras ideas y sentimientos sobre las
ideas y los actos de otra persona.
● Comunicación de equipo: comunicarnos en una situación de grupo.

Las dos habilidades fundamentales que conducen al conocimiento experto de las relaciones
interpersonales son, por una parte, la habilidad para analizar una relación y ejercitarla de
forma productiva y, por otra, la habilidad de comunicarnos en los niveles adecuados para
producir un intercambio eficaz de información.

En ese sentido, debemos reconocer las emociones y sentimientos de los demás y


reaccionar convenientemente ante los mismos, así como emplear las emociones para
resolver las situaciones de forma productiva y utilizarlas para ayudar a los demás a
ayudarse a sí mismos. Nuestra capacidad para lograrlo reforzará nuestra posición en la
organización: además de conseguir hacer más cosas por contar con el consenso y la
colaboración de las demás personas, el resto nos considerará un miembro indispensable
para tener en su grupo.

En suma, debemos ayudar a los demás a controlar sus emociones, a comunicarse con
eficacia, a solucionar sus problemas, a resolver sus conflictos y a sentirse motivados.
Nuestra capacidad para ayudar a los demás, junto con nuestro trato acertado en las
relaciones interpersonales y nuestra propia inteligencia emocional, pueden ayudarnos a
crear una organización emocionalmente inteligente​.
En una publicación realizada en el blog titulado Senior Manager, publicación de Pedro Rojas
denomina: “la felicidad en el trabajo es sinónimo de productividad” y para ello, se plantea
nueve razones por las cuales el empleado debe sentirse a gusto en su lugar de trabajo,
pues así sus acciones darán los mejores efectos posibles: • Un trabajador feliz, es un
trabajador motivado y optimista. • Un trabajador feliz desarrolla todo su talento y da mucho
más de sí mismo. • Un trabajador feliz se adapta mejor al equipo. • Un trabajador feliz es
mucho más creativo. • Un trabajador feliz se adapta mejor a los cambios. • Un trabajador
feliz es menos propenso a equivocarse. • Un trabajador feliz es un trabajador saludable y un
promotor de la seguridad en el trabajo. • Un trabajador feliz resuelve problemas, no los crea.
• Un trabajador feliz es un buen discípulo. El destacar las razones que provocan emociones
positivas tornando más eficiente la labor del empleado, ya sea por satisfacción con su
entorno laboral o por siente auto-motivado, es uno de los puntales de esta investigación.
Por tal razón, se destaca su necesidad a nivel psicológico y de desarrollo humano, ya que
es importante el análisis del mundo de las empresas.

Bibliografía

​ xtraido de:​ www.definición.de


Inteligencia Emocional. E
Concepto de Inteligencia. Emocional Extraído de​: www.leadersummaries.com
​ xtraido de: www.lamenteesmaravillosa.com
Inteligencia emocional en el Liderazgo. E
Inteligencia Emocional en el Rendimiento Académico: Extraído de: Páez Cala, Martha Luz;
Castaño Castrillón, José Jaime Inteligencia emocional y rendimiento académico en
estudiantes universitarios Psicología desde el Caribe, vol. 32, núm. 2, mayo-agosto, 2015,
pp. 268-285 Universidad del Norte Barranquilla, Colombia.
Habilidades más Importantes en el Ámbito Laboral. Extraído de: Think Big / Empresas,
Telefónica.

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