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Ciencia para explicar la religión

Con más de 2.000 millones de fieles en todo el mundo, el cristianismo es la religión más
extendida entre la humanidad. Los cristianos rinden culto a Jesucristo o Cristo, un mesías que
habría habitado entre los hombres hace aproximadamente dos mil años, y cuyo ministerio y
enseñanzas quedaron recogidas en la Biblia: el libro sagrado del cristianismo.

La Biblia narra la venida al mundo del mesías y su estancia entre los hombres para predicar los
valores de lo que luego sería la moral cristiana: una filosofía de vida basada en la solidaridad,
la empatía, la limosna y la humildad como camino para alcanzar la vida eterna o salvación. Los
valores cristianos y el culto a la figura de Jesucristo han marcado indeleblemente el curso de la
historia reciente de la Humanidad.

El Dios cristiano habría nacido de una virgen y tomado doce discípulos con los que habría
recorrido los pueblos del Mediterráneo oriental enseñando a los hombres su doctrina. Después
habría sido traicionado, detenido y ejecutado en la cruz, resucitando a los tres días para
ascender nuevamente al cielo e imponerse así sobre el Mal en el mundo.

Estos son, según el relato bíblico, los hitos en la vida de Jesucristo:

Nacido de una virgen —llamada María— un 25 de diciembre.


Al poco de nacer es visitado por tres reyes que lo encuentran siguiendo una estrella.
Inicia su ministerio rodeándose de 12 discípulos.
A los 30 años recibe el bautismo en las aguas de un río.
Es ejecutado en la cruz y tras tres días asciende al cielo.
Aunque es masivamente desconocida y en ocasiones deliberadamente ignorada, existe una
racionalización científica que explica la tradición cristiana como una alegoría de un ciclo natural
conocido desde la más remota antigüedad: la sucesión de las estaciones y el desplazamiento
del sol a través de la bóveda celeste. A la luz de esta explicación la Biblia no es más que un
libro protocientífico que abarca buena parte del saber astronómico de que la Humanidad se
había dotado en torno al año cero. Vamos a verlo.

El Sol es el objeto más idolatrado de la historia de la humanidad, y ha sido mistificado por todo
tipo de culturas y civilizaciones desde el comienzo de los tiempos. Y no es de extrañar, pues es
el Sol quien provee a la vida de la luz y el calor imprescindibles. Sin ellos no hay cosecha,
porque sin el Sol las plantas no pueden hacer la fotosíntesis. Cuando el Sol se pone reina la
noche, la oscuridad y el frío. Ambos enemigos naturales de los primeros hombres, que
descubrieron en una noche llena de peligros y depredadores dos sensaciones nuevas: el miedo
y la incertidumbre.

El hombre de la antigüedad se sentía débil en la noche, porque en la oscuridad no podía ver,


correr, ni cazar. El amanecer, en cambio, es motivo de alegría porque señala el final de las
tinieblas y el reinicio de la actividad humana. El Sol aparece por el Este y se pone cada día por
el Oeste. Cuando se esconde más allá del horizonte aparecen las estrellas, que también se
desplazan por el firmamento. Y el ciclo comienza de nuevo.

Cuando las primeras civilizaciones abandonaron la caza y se iniciaron en la agricultura y el


cultivo de la tierra se produjo un cambio muy importante en esa incipiente sociedad humana. La
comunidad dejó de desplazarse y se asentó en un terreno, porque la agricultura es una
actividad que se desarrolla y proporciona sustento a largo plazo, frente a la inmediatez de la
caza y la depredación, que hacen imposible una vida sedentaria.

Los primeros hombres agricultores tuvieron que ser grandes observadores de la Naturaleza
que los rodeaba, pues la siembra y la recolección tienen unos plazos que es preciso respetar.
¿Cómo sabrían cuál es el momento idóneo para llevar a cabo cada una? La respuesta está en
las estrellas: el más primitivo reloj y calendario de la Humanidad.

En su movimiento diario por la bóveda celeste el Sol es la primera y más fundamental evidencia
del trascurso del tiempo. Aún hoy decimos que es mediodía —la mitad del día— cuando el
astro solar se encuentra en el punto central y más alto de su recorrido habitual. Actualmente el
sentido horario del movimiento de las agujas del reloj y de todo tipo de indicadores con agujas
no es más que la evidencia del recorrido de la sombra que proyecta un árbol sobre la tierra a
medida que el Sol se desplaza por el cielo a lo largo de un día.

En realidad esto sólo es así en el hemisferio norte del planeta, pues por debajo del ecuador el
movimiento es exactamente el opuesto. Pero la gran mayoría de las tierras emergidas y de la
población mundial se han encontrado siempre en las latitudes septentrionales, por lo que es
natural que sea este caso particular la generalización de este comportamiento.

Y así como el Sol, o —mejor dicho— su movimiento, ha sido durante milenios la referencia
temporal para la Humanidad, lo es también el movimiento de las estrellas para determinar la
época del año.

El zodiaco, originado aproximadamente hacia el año mil antes de Cristo, es el calendario


astrológico más antiguo que se conoce. Representa el trayecto del Sol a lo largo de la bóveda
celeste dividida en doce constelaciones y en cuatro estaciones. Señala también las fechas de
las cuatro efemérides solares: el solsticio de invierno, el equinoccio de primavera, el solsticio de
verano y el equinoccio de otoño.

Sabemos la época del año desde la más remota antigüedad atendiendo a las estrellas que
aparecen al llegar la noche sobre el horizonte cuando el Sol se ha puesto. Así, en los meses de
invierno el Sol se pone primero por Capricornio, después por Acuario, y finalmente por Piscis.
Esto, que en el fondo fue un descubrimiento protocientífico, tuvo una importancia capital en un
momento en el que las primeras civilizaciones humanas comenzaban a aprender el oficio de la
agricultura. ¿Es tiempo ya de recoger la cosecha? — No, mejor esperamos a que el Sol se
ponga por Virgo.
Es fácil entender que la observación del firmamento se hizo poco a poco una herramienta
imprescindible para el éxito de la cosecha. Es decir, para la supervivencia de la comunidad.
Para los primeros hombres el Sol era luz y calor, pero también un reloj y un calendario del que
dependía buena parte de su conocimiento del mundo. Sin el astro solar iluminando a los
hombres durante el día, y señalando puntualmente las efemérides de la cosecha, no habría
alimento, ni vida, ni luz… ni se podía predecir la estación de las lluvias o los meses de sequía.
Sin el Sol… no hay nada.

El solsticio de verano es el momento en el que el día y la noche tienen igual duración. A partir
de ahí, y según transcurren los meses, el día se hace cada vez más corto, y las noches se
alargan proporcionalmente. Hay menos luz, menos calor, y decimos que ha llegado el invierno
cuando la situación se hace extrema: el día más corto del año precede a la noche más larga.
Esto sucede el día del solsticio de invierno: el 21 de diciembre.

Para los primeros humanos civilizados esto seguramente fuera un motivo de inquietud. Durante
seis meses el astro rey se hace cada vez más tenue y débil, hasta que llega a un punto donde
su altitud máxima sobre el horizonte es mínima. Decimos que el Sol muere el 21 de diciembre.
¿Qué sucede después? Durante tres días aparentemente nada. Para un observador en la tierra
el Sol permanece a la misma altura sobre el horizonte durante unos tres días, sin cambios
apreciables en su trayectoria sobre el horizonte. Después el proceso se invierte, y su
trayectoria diaria va tomando cada vez más altura, anunciando la llegada de la primavera, y con
ella el renacer de la vida natural.

La Biblia de los cristianos es simplemente una ficción astrológica. Una antropomorfización, una
alegoría de la sucesión de los meses y las estaciones, que hereda del culto ancestral al Sol la
mayoría de sus ingredientes. El Sol dador de vida es en realidad el mesías cristiano, que
desciende del cielo, muere a finales de diciembre, y asciende nuevamente al firmamento. Es al
Sol y a las estrellas a quien adoran los cristianos, y no a Jesucristo. Al mismo astro que separa
el día y la luz de la noche y las tinieblas, al Sol que es y ha sido el objeto más venerado de la
historia de la civilización.

Lo advierte el libro sagrado de los cristianos desde la primera palabra: «Dijo dios: “Haya luz”, y
hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad.» (Génesis). Y
aún hoy los cristianos representan a su mesías con el resplandor de una corona, y lo llaman
Dios de luz. Repasemos, por lo tanto, los hitos de la vida de Jesucristo bajo este nuevo prisma
y veamos cómo el relato bíbilico es un compendio del saber astronómico de la época, reunido
probablemente con intencionalidad pedagógica o para la simple trascendencia generacional:

Nacido de una virgen —llamada María— un 25 de diciembre. En la época y en la latitud en que


el relato bíblico fue escrito el Sol se ponía por la constelación de Virgo el 22 de diciembre, día
del solsticio de invierno. Este día es el último en el que nuestra estrella pierde altitud sobre el
horizonte. Aproximadamente tres días después el Sol comienza de nuevo a elevar
progresivamente su trayectoria o, si se quiere, sube al cielo anunciando el fin de la oscuridad y
el camino hacia el equinoccio de primavera. El Sol renace por Virgo ese día. Y «virgo» significa
«virgen» en latín. Su símbolo una eme (María) estilizada.
Al poco de nacer es visitado por tres reyes que lo encuentran siguiendo una estrella. Sirio es la
estrella más brillante del firmamento. El día del solsticio de invierno sucede una cosa curiosa:
Sirio se alinea con una constelación de tres estrellas que se conoce desde la antigüedad con el
nombre de los tres reyes. Y las cuatro luces alineadas señalan la posición en la que el Sol se
pone ese día sobre el horizonte. Metafóricamente, ese día los tres reyes se alinean con Sirio
para encontrar el lugar por donde el Sol nace.
Inicia su ministerio rodeándose de 12 discípulos. A lo largo de su viaje por la bóveda celeste el
Sol atraviesa las doce constelaciones. No es una casualidad, por lo tanto, que nuestro
calendario abarque también doce meses. El número doce tiene por este motivo gran
trascendencia en la Biblia: doce apóstoles, doce reyes, doce profetas, doce tribus en Israel,
doce hermanos de José…
A los 30 años recibe el bautismo en las aguas de un río. El año solar dura aproximadamente
360 días. Al dividirlo entre las 12 constelaciones podemos decir que el Sol permanece unos 30
días en cada una de ellas. Y así, treinta días después de nacer por Capricornio, la estrella
comienza a ponerse por Acuario, una constelación tradicionalmente asociada a la época de las
lluvias y del agua — no en vano, febrero suele ser la época de mayor pluviosidad en Europa.
Es ejecutado en la cruz y tras tres días asciende al cielo. Antes de iniciar su trayectoria
ascendiente hacia el cielo tras unos tres días en aparente reposo, el Sol amanece en el
horizonte cerca de una constelación llamada la Cruz del Sur ó Crux.
Ahora mira más allá de la ventana, mira al Sol y velo como lo han visto antes todos los demás
humanos que a lo largo de las eras han alzado la mirada al firmamento. Y en su luz y en su
resplandor verás, como vieron ellos, al único Dios que desde la inmensidad del cielo gobierna
el universo.

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