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1920: Los años 20 y parte de los 30 son las de las “luchas de escuelas” casi todas de
origen prebélico. Durante ellos las investigaciones psicológicas transcurren a la sombra
de múltiples sistemas y bajo el ruido de sus polémicas. Todos se excluyen entre sí y cada
una pretende ser LA psicología. Subsistemas conductistas de primera generación (una
especie de antropología filosófica con bases científicas).
Cuando las guestalt (Wertheimer, Koffka y Kohler) se habían propuesto la anhelada
superación de la oposición (conciencia de la naturaleza vs ciencia del espíritu). Nunca se
cuestionó el principio de totalidad, pero entrados los veinte surgen psicologías que
pretenden corregir defectos y carencias guestaltistas.
1927: Buhler. Lectura de crisis: De crecimiento y no de decadencia por un crecimiento
acumulado y no controlado de conocimiento y posibilidades metodológicas.
1930: En 1929, los universitarios alemanes acuden a la psicología aplicada y a la
necesidad de una formación general académica para los psicólogos profesionales.
Dificultades presupuestarias e inculpaciones críticas a la ciencia hacían inviable la
práctica de la psicología experimental en aquellas cátedras.
Mediados de los 40: Los propios neoconductistas estaban convencidos de que la unidad
de la psicología era tan inalcanzable como vaga la del conductismo. Se creo una
expectativa de unidad disciplinaria, pero luego, más que de teoría psicológica se habló
de teoría del aprendizaje.
Luego de la segunda guerra mundial, las escuelas van siendo cosa del pasado cercano y
van siendo las teorías entendidas al modo positivista, las protagonistas moleculares de
la psicología en crisis. Más multiplicidad de lenguaje y dispersión de esfuerzos y
problemas por el abandono de líneas de investigación.
Koch (1974): “La psicología tiene rigor y naturaleza empírica, pero que pueda ser una
ciencia, como disciplina integrada, lo considera una ilusión. Prefiere hablar por su gran
amplitud como “estudios psicológicos”.
1960: Alemania, psicología experimental. Vuelve a ser actual el tema tradicional de la
crisis.
Los psicólogos actuales están familiarizados con las crisis de la psicología.
Antes de Kuhn, los juicios críticos de los psicólogos sobre su disciplina han apuntado con
frecuencia a un objetivo similar: reorientarla imponiendo sus propios conceptos como
alternativa a lo que se presume y pretende viejo y caduco. El efecto es paradójico, la
psicología se transmuta así en un paisaje inquietante de trazos fuertes y amalgamados
donde cada uno da cobijo por su cuenta a una disciplina científica pretendidamente
normal y madura.
El uso de las categorías kuhnianas en el análisis de la psicología implica, por una parte,
restringir la crisis a periodos específicos y limitados del desarrollo de la psicología, y, por
otra parte, contraponerlos a otros de actividad investigadora normal y sin conciencia de
crisis intercalados entre aquellos.
Conclusión: Con crisis o sin crisis, sea esta plural o singular, y sin pretender que todo
conocimiento psicológico sea necesariamente científico, damos por sentado que el
referente que da identidad a la psicología son unas actividades estrictamente
científicas, los resultados de esas actividades y las prácticas profesionales inspiradas en
ambas. En este sentido, la psicología es una ciencia, pero una ciencia que no se da en
las ciencias convencionales y que es característica de ella: La propia conciencia de crisis,
la crisis como categoría auto atribuida, la crisis como tenía siempre recuperado por los
psicólogos frente a los resultados de su actividad.
Dos rasgos característicos: Los psicólogos jamás se han conformado con hacer solo
psicología. En psicología crisis es más que un concepto historiográfico cuyo anclaje
empírico se reduce a unos estados cíclicos comunitarios. (La psicología siempre y en
todo momento ha sido una ciencia cuya comunidad se ha reconocido en crisis).
Metodología para la historia de la psicología- Alberto Rosa Rivero- Juan Antonio Huertas
Martínez- Florentino Blanco Trejo.
La historia, interpreta, pone orden, confiere significado a lo que nos dicen. Esta práctica
nos confía en que nuestros antepasados nos confirmen lo que estamos haciendo bien,
nos señala en que nos equivocamos hacia donde tenemos que ir y ese tipo de cosas. El
historiador, parte de una actitud intencional, de un afán de moralizar (o desmoralizar),
que informa desde dentro la mera posibilidad de que la historia exista. Es frecuente que
los historiadores se conciban a sí mismos como meros transcriptores del pasado, como
instancias que se limitan a recuperar u a reordenar lo que el paso del tiempo ha ido
descolocando, ocultando o destruyendo.
No hay medios neutrales: Cada medio hace que el objeto se nos presente de una
manera diferente. El historiador es un agente social que tiene una función social
asignada, un papel que debe interpretar. La historia como disciplina es un modo cultural
de preservar la memoria colectiva sometido a la dinámica de la razón occidental, esto
es, a la dinámica del progreso. El historiador preserva el recuerdo, pero no lo puede
hacer de cualquier modo, ni a cualquier precio. Tiene la obligación formal de convertir
los recuerdos en saber compartido. Como figura social, tiene el deber hipotético de
poner el recuerdo al servicio del presente (y del futuro) sin violentar moralmente el
pasado. Surge entonces una pregunta: ¿es posible hacer historia sin una hipótesis
sobre lo que es bueno y lo que es malo para el ser humano genérico o para un grupo
concreto?, ¿Hay alguna manera de que la historia sea moralmente neutra?
El carácter moral de la historia descansa sobre todo en el modo de seleccionar sus
problemas y objetivos, y en el modo en que configura, en que da sentido, en el plano
del discurso a los resultados del proceso de la investigación. Cualquier proceso de
investigación histórica parte siempre y busca con denuedo su lugar propio, su papel en
la configuración narrativa a la que moral y epistemológicamente se somete. También
hay posición moral, lógicamente, en la posición historiográfica, en el conjunto de
asunciones ontológicas y epistemológicas que informan o dan sentido a la actividad que
como historiador uno lleva a cabo. A pesar de todo lo que se ha discurrido, la acción
humana suele ser entendida como un objeto de análisis que se puede concebir
distalmente, como un objeto natural o <naturalizable>, independiente del observador.
Pero independientemente de los matices particulares de cada forma específica de
entender la acción humana, casi todas las perspectivas con ambición científica asumen
que no se debe confundir el plano de la acción en tanto tal, con el plano del discurso
sobre la acción. Asumen, que la acción, en si misma es lo que debe ser analizado,
porque es lo que puede ser analizado. Asumen, que hay más garantías epistemológicas
cuando analizamos la acción que cuando analizamos lo que decimos sobre la acción.
Podríamos decir que la acción depende para sobrevivir de lo que decimos sobre ella, y
más en concreto de lo que discurrimos sobre ella. El discurso no puede ser entendido
entones como una mera función expresiva. Esta forma de entender el problema de la
acción enfatiza, la importancia del discurso como función objetivadora o formalizadora
de la conciencia. La historia puede ser entendida de esta manera como un tipo de
actividad social moralmente orientada hacia la preservación sistemática del pasado. El
pasado se entiende aquí como lo que decimos sobre las acciones humanas de las que se
supone una función reguladora sobre el presente. La diferencia radica en el hecho de
que cualquier discurso sobre el fenómeno humano está siempre enfrentado a un
destino paradójico: describir/explorar las acciones humanas (como es y por qué es
como es el ser humano), y, al tiempo, prescribir como deben ser las acciones humanas.
Bloor ha propuesto, desde la perspectiva del análisis del discurso, dos principios que
nosotros vamos a elevar aquí a la categoría de preceptos metametodológicos. Tales
principios se conocen como Principio de Simetría y Principio de reflexividad.
El principio de simetría nos dice que todos los acontecimientos del pasado deben ser
explicados a través de las mismas categorías. No se debe asumir que el uso de las
mismas categorías explicativas lleve a asumir que todos los factores explicativos tienen
el mismo peso en la generación de un acontecimiento histórico particular. La idea es
que el historiador debe evitar caer en los sesgos del formalismo epistemológico o del
sentido común.
El principio de reflexividad: Supone asumir el carácter histórico o, en términos más
generales, contingente, de los productos historiográficos. De esta forma, los propios
discursos históricos, en tanto productos de una actividad historiable, deben ser
explicados a través de las mismas categorías que el historiador utiliza para explicar los
productos del pasado. En definitiva, el hecho de que una teoría sea simétrica no la hace
más científica, sino más justa, en el sentido aristotélico del término, esto es, en el
sentido de hacer lo que es necesario hacer.
La historia de la ciencia es, en definitiva, un saber disciplinado, recoge datos y
documentos sobre el pasado, los examina y constituye hechos y acontecimientos con el
objeto de construir una narración que dé cuenta del pasado, nos explique los procesos
de cambio y nos haga accesible la experiencia acumulada en la cultura de la practica
científica que examina. El acceso a la memoria colectiva sobre la que la historia elabora
los productos que sitúa en el mercado simbólico, constituye un elemento nada
despreciable en el proceso interminable de constitución de la identidad colectiva e
individual de quienes constituyen la comunidad científica de la disciplina de la cual se
hace historia.
Un camino, un método, sólo existe a partir de una actividad que lo justifique, responde
a una orientación y a unas metas, y tiene un conjunto de características que no son
ajenas al esfuerzo que se ha invertido en su construcción, a la cantidad de usuarios que
ha tenido y se piensa que va a tener, o a la propia tecnología de que se disponga para
elaborarlo. La historia cobra sentido siempre en una narración, pero no en cualquier
narración, sino en narraciones empírica y conceptualmente fundamentadas. A eso se
debe la necesidad de un método que discipline el saber que se construye, de manera
que pueda producir un conocimiento compartido y comunicable. Los psicólogos, no
pueden dejar a un lado las dimensiones de temporalidad e historicidad de las acciones
humanas. La historia de la psicología es una historia intelectual, tiene entre sus
objetivos el aproximarse a la producción epistémica que nos llega, fundamentalmente
en la forma de textos.
Capítulo 1: Una concepción de la historia de la psicología: La historia de la psicología, en
tanto disciplina histórica, está sometida necesariamente a la retórica necesaria, de la
responsabilidad moral. Y esta filiación es, hasta cierto punto, independiente del dominio
concreto al que se refiere cada disciplina histórica particular. Pero el modo concreto en
que se articula la historia de la psicología como practica epistémica disciplinada
depende también, parece evidente, del hecho de que versa sobre un tipo de practica
habitualmente considerada científica. Depende, además, de la naturaleza del objeto al
que se refiere dicha practica (lo psicológico) y, finalmente, de su propia historia.
La historia de la psicología es una disciplina histórica dedicada al estudio del devenir
temporal de la psicología. Es una historia que estudia un tipo de actividades concretas,
un conjunto de prácticas sociales y los productos generados por estas prácticas. Si se
asume que la psicología es una ciencia, entonces, la historia de la psicología podría ser
considerada como un saber que pertenece al dominio de la historia de la ciencia. La
historia de la psicología es una historia intelectual, es decir, es historia, pero una historia
interesada en la producción, la distribución, y el consumo de los resultados del trabajo
intelectual de las personas, los grupos y las organizaciones dedicados a generar
productos simbólicos en el seno de la psicología, de una practica social mas o menos
regulada. Son los seres humanos quienes hablan, escriben, leen y actúan. Si se
pretende escribir, y explicar un determinado saber (la psicología en nuestro caso)
habremos de referirnos necesariamente a las acciones individuales, a los
acontecimientos sociales, a las condiciones que hicieron posible que surgieran los
productos intelectuales que configuran el ámbito del saber que se historia. Una de las
tareas del historiador intelectual consiste en recrear (y recrearse en) contextos
diferentes al de nuestro presente inmediato. En definitiva, producir contextos que
permitan alcanzar diferentes significaciones a partir de los textos a los que se accede.
La ciencia: La ciencia es una empresa intelectual, una práctica intelectual, pero además
es una práctica epistémica. Es decir, es una actividad social dedicada a producir saber
comunicable, transmisible. Las prácticas epistémicas tienen como objeto producir
visiones del mundo para comprenderlo y para que podamos orientar nuestra acción en
él. Se crean teorías sobre el funcionamiento y la naturaleza de las cosas del mundo. Es
ese saber acumulado por una sociedad a lo largo de su pasado lo que permite crear
categorías de conocimiento, explicaciones o modos de acción. Todo ello forma la base
de datos contenida en cada cultura. Es el saber acumulado en la cultura lo que hace
posible que el ser humano no este condenado a revivir en cada generación las
experiencias que otros han tenido antes. La peculiaridad de las prácticas epistémicas
estriba en el hecho de que están específicamente dedicadas a la producción de
conocimiento declarativo. Es en este sentido en el que distinguimos entre <<saber>>
cultural, colectivo, acumulado; y <conocimiento> individual. En definitiva, una práctica
epistémica es un conjunto de formas de actividad más o menos reglada que permite
producir discurso descriptivo y explicativo sobre la experiencia que tenemos del mundo
y sobre la forma en que lo concebimos. Lo que especifica a la práctica científica
respecto de otras prácticas epistémicas es que sus resultados, sus discursos, incluyen
normas de acción sobre el mundo que permiten replicar la experiencia.
Con la creación de ciertos recursos comunicativos, de lenguajes altamente
especializados y de contextos muy institucionalizados se consigue reducir algo la
ambigüedad del lenguaje común. El saber acumulado entra en un intercambio mucho
más fluido con el conocimiento individual. El lenguaje de la ciencia hace posible una
regulación más efectiva de las acciones creadoras de conocimiento individual, y facilita
su conversión, a través del discurso, en saber colectivo.
La ciencia como práctica social: Una práctica es un modo de acción socialmente reglado
mediante el cual, a partir de una materia prima dada, se construye un producto
elaborado. Las prácticas, por consiguiente, son llevadas a cabo por grupos de
individuos, no son arbitrarias, sino regladas, son resultado de una determinada deriva
histórica, se institucionalizan, llegando a cristalizar en grupos sociales con documentos
de pertenencia y con reglas explícitas sobre el modo de llevar a cabo las acciones que
configuran la práctica. Incluso con mecanismos adecuados para una enseñanza formal y
reglada que posibilita
la
6to objetivo: Se refiere al papel que puede cumplir la (HDLP) como una función auxiliar
respecto al propio avance de la psicología.
La función crítica y reflexiva de la historia de la psicología: Esta función se despliega en
varios contextos, lo que supone distintas tareas que se conforman a cada uno de ellos.
1. Una función critica con respecto a la psicología, o de obras psicológicas
concretas.
2. Una función critica respecto de la filosofía de la psicología o de la psicología
general (Vygotski- 1982/1991) Esta labor reflexiva la pueden aplicar los
psicólogos y los historiadores de la psicología haciendo explícitos los
presupuestos ontológicos, epistemológicos, o metodológicos sobre los que
descansas sus ideas.
Siempre se debe tener en cuenta que todo discurso historiográfico es un
discurso genéticamente presentista, vinculado a los intereses y a la perspectiva
del autor que historia. La narración final que se ofrece como producto final
tendrá un propósito, un interés, (explicito o no, consciente u oculto, pero en
cualquier caso implicado) en el sentido de que sostiene un argumento moral
que implica una cierta dirección para la acción futura. Por definición, no existe
una narración histórica definitiva. Y toda narración histórica es un discurso, y
como tal tiene un interlocutor, va dirigido a un público, de manera que su propia
arquitectura está construida en función de su finalidad comunicativa. No puede
ni podrá existir nunca una única historia de la psicología, sino que siempre se
trata de discursos temporal y contextualmente contingente condenados a ser
continuamente reelaborados.
1. Sensación/Percepción y Sentido
Común: Este último es algo, común
a todos los sentidos, que permite
recibir sensaciones y percepciones
de diferentes sentidos. Discrimina
qué sensación viene de qué sentido
y no de otro.
2. Imaginación: Quiere decir “hacer
presente, en la psiquis, un objeto
ausente”. Es un acto meramente
repetitivo.
3. Intelecto: Todo lo anterior es
organizado por él. Todo lo sensible
“participa de lo inteligible”. El
hombre conoce a partir de tener
“una intuición de una forma
esencial”.