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El siglo XVI: los primeros años.- Luego de la fundación española de Lima, sus
pobladores recogían y bebían agua directamente de las orillas del Rímac o de sus
bocatomas, como el Huatica, el Maranga o Surco. Recién, en 1552, el Cabildo vio la
forma de traer agua limpia desde los manantiales de La Atarjea. La idea era buscar
fuentes más sanas de agua; además, en 1556 se creó el Juzgado Privativo de Aguas,
encargado de de atender la distribución del vital líquido en las acequias y pilas de la
ciudad.
Fue durante el gobierno del virrey Conde de Nieva que ser decidió aprovechar los
manantiales o puquios de La Atarjea , lugar pantanoso situado a 6 kilómetros de la plaza
de armas, al pie de lo cerros Santa Rosa y Quiroz. La inversión fue de 20 mil pesos para
las excavaciones y tendido de cañerías de arcilla. Los trabajos se iniciaron en 1563, con
la construcción del primer acueducto desde La Atarjea a la antigua pila de la Plaza de
Armas y las de algunos conventos, como el de San Francisco. La obra se financió con la
Contribución de la Sisa (“sisa”: impuesto o estanco).
Según Manuel Valencia Carpio (Historia del abastecimiento de agua potable de Lima,
1535-1996), en La Atarjea se construyó un depósito que recibía las aguas del manantial,
conocido como “Caja Real”; Antonio Raimondi lo llamó “Caja de Agua”. Se trataba de
un edificio que encerraba entre paredes los manantiales donde se iniciaba un canal o
acueducto de ladrillo y cal, abovedado, que en la ciudad se transformaba en una matriz
principal formada por tubos de barro cocido, que terminaba en la pila de la Plaza
Mayor. Luego, cuando creció la población, se construyó otro reservorio, llamado “Caja
de santo Tomás”. De él salía una tubería hasta la Plaza de Armas que luego se prolongó
hasta el convento de Santo Domingo; luego se construyeron otras dos que abastecían el
convento de La Encarnación y la pileta de la plazuela de San Sebastián.
a. “paja de agua”.- Caudal que pasaba por un orificio del tamaño de un amoneda
americana de un peso (unos 4,545 litros por día); la salida de agua era continua.
b. “media paja”.- Caudal que pasaba por un “tubo” de medio peso. La conexión se hacía
por medio de boquillas llamdas “bitoques”.
Esta red de distribución funcionó hasta la década de 1850, cuando el número de pilas y
pilones llegaba a 27, y abastecían los puntos más importantes de Lima: el Cercado, el
convento de Betlemitas (Barbones), Viterbo, San Francisco, santo Domingo, san
Sebastián, Belén, Santa Teresa, Santa Catalina, Abajo el Puente, la Alameda de los
Descalzos, Malambo y Las Nazarenas. Un dato importante es que los conventos y
monasterios estaban obligados a surtir de agua al vecindario.
Los aguadores.- La distribución del agua era complementada por los aguadores,
quienes llevaban, con sus acémilas, el agua a domicilio en cántaros de barro. Por
ejemplo, algunas familias acomodadas de Lima contrataban a estos aguadores, por lo
general negros libertos, para que les trajeran el agua de Piedra Liza (en Abajo el
Puente), considerada más limpia que la del Rímac o la del acueducto de La Atarjea.
Estos negros, que habían formado su gremio, cobraban medio real de plata por cada
viaje. Un “viaje de agua” consistía en dos pipas o cántaros. Se anunciaban con el
tintineo de una campanilla que sonaba a cada paso de sus asnos.
El patrón del gremio de aguadores era San Benito de Nursia (fundador del monacato
occidental, el 11 de julio), y lo festejaban en la iglesia de San Francisco. Era un día de
jolgorio. Par entrar al gremio, el futuro aguador debía pagar cuatro pesos al Alcalde para
que vaya a los fondos de la Asociación; además, semanalmente, debía abonar un real de
plata.
Por mandato del Cabildo, los aguadores debían regar, los sábados por la tarde, la Plaza
de Armas y las plazas de San Francisco, Santo Domingo, La Merced y San Agustín.
También estaban obligados, dos veces al mes, a matar los perros callejeros. La escena
era muy cruel: los ultimaban usando un garrote reforzado con plomo. Los perros que no
pagaban licencia (2 pesos anuales al Cabildo) y no llevaban el collar reglamentario,
quedaban tendidos en las calles, sobre charcos de sangre, a la espera, siempre tardía, de
los recogedores de cadáveres .
Cuentan que usaban el lenguaje más soez de la época. Además, portaban las noticias de
sensación; recogían de una casa la novedad del día y la regaban por la ciudad a través de
la servidumbre de su clientela. Por último, cuando llegaron los tiempos republicanos, el
gremio de aguadores fue muy influyente en la vida política. Los candidatos que
lograban el apoyo del gremio tenían asegurado el triunfo en las elecciones que se
llevaban a cabo en las parroquias de Lima. Hasta 1890, por ejemplo, eran una fuerza de
asalto de las mesas de sufragio.
El siglo XIX: hacia las tuberías de fierro fundido.- Durante los primeros años de la
república, los limeños siguieron haciendo uso de la primitiva red de distribución de
agua, de las pilas y pilones públicos, del servicio de los “aguadores” y de algunos pozos
excavados dentro de los límites de la ciudad. Un hecho importante ocurrió en 1834
cuando, a través de un contrato suscrito con el gobierno de Orbegoso, el inglés Thomas
Gill reemplazó las antiguas tuberías de arcilla por otras de fierro, en el tramo entre la
Caja de Santo Tomás y la pila de la Plaza Mayor. Sin embargo, el empleo de estas
tuberías recién se intensificaría en la segunda de este siglo.
En los años de la bonanza del guano, en 1855, el Estado contrató con Manuel M.
Basagoitia el tendido de tuberías de fierro a domicilio. Al poco tiempo, se unirían a él
otros inversionistas como Alejandro Prentice, Vicente Oyague, José Sevilla, entre otros,
y juntos establecerían la Empresa del Agua, que en 1864 obtuvo el privilegio exclusivo
de explotar el suministro de agua por 50 años. La Empresa construyó, en 1872, un
nuevo reservorio de agua en los terrenos de la hacienda Ansieta, por el cementerio,
cerca de la fábrica de pólvora y la huerta La Menacho. El uso de este reservorio
significó la baja de las antiguas cajas de Maravillas, de Santa Clara y de Santo Tomás.
Respecto a las tuberías de fierro, la Empresa del Agua instaló, entre 1857 y 1893 unos
73 kilómetros de tuberías. En este último año, los 115 mil habitantes de la ciudad de
Lima disponían de 36’296,256 litros de agua cada día. Aun así, el suministro se
consideraba insuficiente por las autoridades y el público usuario, que se quejaba
también por el mal servicio de la Empresa. Cabe mencionar que las zonas más alejadas
de la ciudad como Magdalena, Miraflores o Barranco no estaban incluidas en la red de
distribución de agua que abastecía a la ciudad de Lima.
En el Callao, los chalacos se abastecían de un estanque construido de cal y ladrillo en el
puquio de Chivato (cerca de la Legua). De ese estanque, salía una cañería de fierro que
avanzaba por el Camino Real (actual avenida Colonial) y llegaba al puerto por la calle
Lima (hoy avenida Sáenz Peña), hasta concluir frente al castillo del Real Felipe y en el
muelle marítimo.
“Agua potable” para los limeños, 1900-1930.- En 1913, un año antes de finalizar el
período de 50 años concedidos, el gobierno rescindió el contrato y compró la Empresa
del Agua. Para administrar el servicio, se organizó el Consejo Superior de Agua de
Lima, que se transformó luego en la Junta Municipal de Agua y finalmente en la Junta
del Agua de Lima.
Sin embargo, hasta estas alturas de nuestra historia, no hemos empleado el término
“agua potable”, pues el agua consumida por los limeños, hasta 1917, no lo era. El agua
proveniente de La Atarjea era producto de filtraciones, buena parte de la cual tenía su
origen en acequias de regadío (como las del “río” Surco), y desde su captación, hasta su
destino final, no tenía ningún tipo de tratamiento que la hiciera apta para el consumo
humano. Para colmo de males, entre la población ni siquiera se había generalizado la
costumbre hogareña de “hervir agua”.
Bajo la administración municipal del servicio de agua, lo más trascendental fue que,
después de casi 400 años, la población de Lima por fin pudo usar y beber agua
realmente potable. En mayo de 1917, gracias al impulso y gestiones del alcalde Luis
Miró Quesada en materia de sanidad, se instaló en la Caja de Aforos, a la entrada de La
Atarjea, una “Planta de Clorinación”, la primera de su género en el Perú. De esta
manera, el agua llegaba purificada al reservorio de Ansieta antes de su distribución en la
capital. Al poco tiempo también se comenzó a aplicar alúmina al agua para eliminar su
turbidez.
Lima, por obvias razones, fue una de las poblaciones incluidas en este programa, acaso
con carácter prioritario. The Foundation obtuvo, además, la administración de su
servicio de agua potable. Esta empresa cumplió con sus objetivos hasta fines del año
1929 cuando, debido a la crisis internacional, el gobierno peruano no pudo proveer más
los fondos estipulados en el contrato. Las obras se paralizaron y, en 1930, la Dirección
de Obras Públicas del Ministerio de Fomento asumió el control del servicio de agua en
la capital. Pero durante los 9 años que The Foundation estuvo a cargo del servicio, se
realizaron importantes trabajos en La Atarjea, por ejemplo:
Según el libro de Manuel Valencia, en los años 40, se realizaron las siguientes obras:
1. Construcción de 4 desarenadores
2. Ampliación del canal Santa Rosa
3. Construcción del Laboratorio de Santa Rosa
4. Construcción de floculadotes de pantalla de flujo vertical
5. Revestimiento de las pozas de sedimentación fina del 1 al 5
6. Construcción de las pozas de sedimentación del 6 al 10
7. Construcción de la estructura de medición de aforos
8. Construcción de los reservorios 3 y 4 de La Menacho
9. Se mejoraron as oficinas de administración de La Atarjea
La era del concreto armado llegó en 1955 cuando se ordenó la construcción de poco
más de 3 mil metros lineales de tuberías de concreto (reforzado centrifugado de 28
pulgadas de diámetro) entre La Menacho (La Atarjea) y el cruce de las avenidas 28 de
Julio y Aviación; luego se instalaron 500 metros lineales (con tuberías de 21 pulgadas)
desde 28 de Julio hasta el cruce con Parinacochas. Asimismo, entre 1955 y 1957, se
prolongó la tubería matriz, instalada entre 28 de Julio y Aviación, en un recorrido de 4
mil metros que se empalmó con la tubería (de 21 pulgadas) de la avenida República de
Panamá, en su cruce con la calle Los Jazmines; de allí, derivó otra tubería (de 16
pulgadas) por las avenidas Javier Prado y Pershing hasta la Brasil.
Finalmente, en 1955, el gobierno del general Odría firmó un contrato con la empresa
francesa Degrémont para ejecutar, en 11 meses, el diseño, la construcción y el
equipamiento de la Primera Planta de Tratamiento de Agua Potable de La Atarjea, con
un volumen de 5 metros cúbicos por segundo, la de mayor capacidad del mundo en esos
años. La moderna Planta, que abastecería de agua potable a la Gran Lima, fue
inaugurada el 23 de julio de 1956 con gran pompa por los funcionarios del Ministerio de
Fomento. Era, qué duda cabe, un hecho trascendental en la historia de los servicios
público en la capital peruana.
1. Lima, después de El Cairo, es la ciudad más grande del mundo ubicada en medio del
desierto, por lo que las aguas del Rímac tienen un altísimo valor y debemos darles los
mejores cuidados.
2. Lamentablemente, lo que se ha venido haciendo en las últimas décadas es todo lo
contrario: agredimos al río, está muy descuidado y, si esto persiste, nuestra calidad de
vida se verá seriamente afectada.
3. Hay que recordar que las aguas del Rímac son nuestro alimento.
4. Las aguas del Rímac son sometidas a un proceso de potabilización en La Atarjea, a
través de procesos físicos, químicos y biológicos muy complejos. Así, el agua
deteriorada que llega a La Atarjea es transformada en potable, es decir, apta para el
consumo humano, de acuerdo a rigurosos estándares internacionales.
5. Desde hace muchos años, las aguas naturales del Rímac no satisfacen las necesidades
de la población limeña durante el estiaje. Por ello, se utilizan las aguas de la cuenca alta
del río Mantaro, que son transvasadas mediante el túnel Trasandino. Pero hay que
recordar que, aún así, no son suficientes para atender las demandas de los más de 8
millones de limeños.
6. Desde que en la década de 1920, la Foundation Company reconstruyó el sistema de
galerías filtrantes, La Atarjea se ha convertido en un lugar estratégico de alta seguridad.
Aquí se encuentran dos modernas plantas de tratamiento de agua potable (construidas
entre 1955 y 1994) en un área de 315 hectáreas y a una altura de 135 metros sobre el
nivel del mar.