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La “guerra contra las drogas” en Estados Unidos

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Álex Maroño September 11, 2018

Fuente: Álex Maroño

Estados Unidos es el país del mundo con mayor porcentaje de ciudadanos encarcelados.
Este fenómeno se encuentra intrínsecamente ligado a la llamada Guerra contra las
Drogas, iniciada en los años 70 por el presidente Nixon, y supone una medida
discriminatoria que afecta desproporcionadamente a la población afroestadounidense.
La implantación de medidas punitivas centradas en la criminalización ha sido la principal
causa de una de las mayores lacras que lastran el país norteamericano.

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“He visto una celda llena de yonquis enfermos, silenciosos e inmóviles, en aislada miseria. Ellos
conocían la inutilidad de quejarse o moverse. Ellos sabían que básicamente nadie puede ayudar a
otro. No existe clave, no hay secreto que el otro tenga y que pueda comunicar. He aprendido la
ecuación de la droga. La droga no es, como el alcohol o la yerba, un medio para incrementar el
disfrute de la vida. La droga no es un estimulante. Es un modo de vivir”.

Con estas palabras, el célebre escritor William Burroughs recoge en su primera novela,
Yonqui, publicada en 1953, sus experiencias personales con la droga en los Estados
Unidos de primera mitad del siglo XX. El mundo de las adicciones ha sido un tema
recurrente para los novelistas estadounidenses durante años, como los viajes de Raoul
Duke y su abogado en Miedo y asco en Las Vegas, de Hunter S. Thompson, o la cruda
realidad de los personajes de Hubert Selby Jr. en Réquiem por un sueño.

Pero, lejos de recluirse en el mundo literario, la droga ha trascendido los límites de la


ficción para introducirse en un área de gran relevancia para los ciudadanos del país: la
política. Ya desde principios de los años 70, cuando el presidente Nixon lanzó una
ofensiva estatal contra la drogadicción conocida popularmente como Guerra contra las
Drogas, esta lacra se convirtió en el “enemigo público número uno” del país casi dos
décadas después de la obra del escritor beat. Desde entonces, los sucesivos Gobiernos
han llevado a cabo diversas medidas para erradicar este problema, que,
desgraciadamente, sigue vigente en la actualidad.

Para ampliar: “El tráfico de drogas en el mundo y el incremento de la heroína en EE.


UU.”, podcast Julia en la Onda de Onda Cero, 2018

A pesar de la disparidad de iniciativas, todas ellas poseen un factor común, que hunde
sus raíces en la desigualdad étnica del país. El consumo de drogas entre
estadounidenses blancos y negros es similar, pero la ratio de encarcelamiento de los
afroestadounidenses es casi seis veces la de los caucásicos. Para comprender esta
divergencia es necesario entender las múltiples medidas desde los años 70 que han
llevado a que esta “guerra” se cobre sus víctimas en función del color de la piel.

Estados Unidos contra la droga


La droga ha estado presente en Estados Unidos desde su fundación; el opio, por
ejemplo, solía utilizarse en tratamientos médicos —el presidente Thomas Jefferson
utilizaba con asiduidad el láudano para calmar sus intestinos—. La primera gran medida
para combatir la drogadicción tuvo lugar a principios del siglo XX con la adopción a nivel
federal de la Ley Harrison de Impuestos sobre Narcóticos , que restringía enormemente
el consumo de opiáceos.

Además de las diferentes iniciativas legislativas a nivel nacional —Ley de Impuestos de la


Marihuana de 1939— y regional —tradicional lucha en California contra la marihuana—,
la medida más relevante para combatir esta lacra proviene del presidente Richard Nixon.
El vilipendiado jefe de Estado republicano tuvo un gran peso en la adopción de la Ley de
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Sustancias Controladas, efectiva en el año 1971. La ley combinó diferentes leyes
federales en un único código que dividió las diferentes drogas —en inglés, drug hace
referencia tanto a medicamentos como a sustancias psicoactivas— en función de su
utilidad médica y su potencial abuso. Dicha ley recoge desde productos como el Valium
—en la categoría IV, de las menos adictivas— hasta la heroína y el LSD —categoría I, sin
utilidad médica y altamente adictivos—.

Para ampliar: “The War on Drugs: How President Nixon Tied Addiction to Crime”, Emily
Dufton en The Atlantic, 2012

La clasificación de la marihuana dentro de la categoría I ha sido objeto de disputa entre defensores y detractores de
sus utilidades como medicamente y droga recreativa. Dicha lucha se ha trasladado al plano político tras la
legalización del uso recreativo del cannabis en nueve estados del país, así como en el distrito de Columbia. Fuente:
Saltón Verde

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Esta cruzada personal del presidente Nixon contra la drogadicción se vio reforzada en
1973 con la creación de la Administración para el Control de Drogas —DEA, por sus siglas
en inglés—. Su gran importancia en la lucha contra el narcotráfico no solo se restringe a
las fronteras nacionales —con 227 oficinas nacionales—, sino que su influencia se
extiende por todo el mundo. La elevada cantidad de oficinas exteriores de la DEA
demuestra la primacía del narcotráfico en la agenda política estadounidense, lo que ha
tenido efectos positivos a escala mundial. Un ejemplo fue la llamada Operación Pez
Espada a principios de la década de los 90, que conllevó el arresto y extradición de
numerosos narcotraficantes colombianos. La colaboración de la DEA fue también
imprescindible para la caída de relevantes narcotraficantes gallegos a finales del siglo
pasado, lo que supuso un duro golpe para el tránsito de drogas vía España.

La DEA posee 86 departamentos en 62 países. Es de especial relevancia el caso de Centroamérica, que concentra la
mayor cantidad de sedes de la DEA en el extranjero. Fuente:

La presidencia de Ronald Reagan estuvo marcada por el continuismo respecto a la


política antidrogas iniciada por Nixon y su desproporcionada campaña hizo que en 1989
un 64% de la población considerase el abuso de sustancias el principal problema del país
cuando tres años antes solo el 2% opinaba lo mismo. Como contrapeso a las políticas
punitivas del presidente —que hicieron aumentar exponencialmente el número de
encarcelados por delitos relacionados con la droga—, la primera dama utilizó su
relevancia social para maquillar las iniciativas de su marido con una campaña de
concienciación social sobre los peligros de las drogas —popularmente conocida como
“Just say no”, ‘Simplemente di no’— que urgía a los jóvenes a rechazar consumir
sustancias ilegales. La campaña de concienciación —una tradición entre las primeras
damas estadounidenses— fue criticada por su simplismo y la invisibilización de factores
sociales relacionados con la drogadicción, como la pobreza, por lo que se considera un
fracaso en la concienciación nacional.
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Aún en 2018, casi la mitad de los habitantes de áreas urbanas y rurales
consideran la adicción a las drogas un problema grave, mientras que la mayoría
de los habitantes de zonas suburbanas la ven como un problema menor. Fuente:
Pew Research

Para ampliar: “Nancy Reagan and the negative impact of the ‘Just Say No’ anti-drug
campaign”, Michael McGrath en The Guardian, 2016

No obstante la feroz batalla del presidente Reagan en territorio estadounidense, en el


plano exterior su lucha contra el narcotráfico se encontraba supeditada a los mandatos
geopolíticos de la Guerra Fría. De hecho, su Administración apoyó a las anticomunistas
contras —que se oponían a la Revolución sandinista de Nicaragua, de corte izquierdista
—, así como al dictador panameño Manuel Noriega, a pesar de las numerosas pruebas
que vinculaban a los grupos contrarrevolucionarios y al general con el tráfico de cocaína
en Estados Unidos. John Kerry, posteriormente secretario de Estado con Obama, fue el
primer senador en denunciar estos lazos y acusó directamente al presidente, que
equiparaba a las contras con los Padres Fundadores de Estados Unidos. Pero Reagan
obvió todas las pruebas y siguió dándoles apoyo, en uno de los mayores escándalos
geopolíticos de la política exterior estadounidense.

Para ampliar: “How John Kerry exposed the Contra-cocaine scandal”, Robert Parry en
Salon, 2005

El último presidente estadounidense del pasado milenio, Bill Clinton, centró su primera
campaña presidencial en revocar el tratamiento punitivo de sus predecesores
republicanos respecto a la drogadicción. Sin embargo, sus promesas cayeron en saco
roto y, tras su entrada en la Casa Blanca, adoptó medidas controvertidas, como la Ley de
Control de Delitos Violentos y Orden Público en 1994, que, según sus críticos, tuvo un
gran impacto negativo en las comunidades afroestadounidenses.

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Siglo XXI: ¿el fin de la “guerra contra las drogas”?
“Si bien su nombre es Bush y su ADN es Bush, su corazón le pertenece a Ronald Reagan” .
Así definía Ken Duberstein, jefe de personal de Reagan en la Casa Blanca, al segundo
Bush en ocupar la presidencia del país. La influencia reaganiana en la Administración de
Bush hijo se puede encontrar en su política contra la droga, centrada en el castigo en vez
de en la rehabilitación y reinserción. Como consecuencia de sus medidas punitivas, en
2001, tras su toma de posesión, se sucedieron 40.000 redadas a domicilio de los equipos
SWAT —Armas Especiales y Tácticas, por sus siglas en inglés—, en su mayoría por delitos
relacionados con la droga. Pese a los aproximadamente 35 millardos de dólares anuales
invertidos por la Administración Bush en la “guerra”, las encuestas de la época afirmaban
que las drogas estaban “más disponibles que nunca”.

Muertes por sobredosis de drogas por cada millón de habitantes. Estados Unidos, el país donde el problema es más
acuciante.

Barack Obama, con una campaña centrada en las minorías y un discurso progresista,
puso fin a las medidas punitivas asociadas a la Guerra contra las Drogas. Uno de los
actos legislativos más relevantes firmados durante su presidencia fue la Ley de
Sentencias Justas. El documento no solo eliminaba la disparidad punitiva entre cocaína
en polvo y sólida —crack—, sino que también eliminaba la sanción mínima obligatoria de
cinco años por posesión de crack. Sin embargo, más allá de las provisiones legales, la ley
tiene un profundo carácter social debido al componente étnico de dicha disparidad: los
afroestadounidenses suelen ser arrestados por crack —droga asociada, como la heroína,
a los barrios pobres de las grandes ciudades estadounidenses—, mientras que los
ciudadanos caucásicos lo son por cocaína en polvo.

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Penas por posesión de cocaína y crack antes de la adopción de Ley de Sentencias Justas: la media en el primer caso
era de 14 meses; por crack, más de cinco años. Fuente: The Sentencing Project

Obama se convertía así en el primer presidente en abordar las causas que encadenaban
a las verdaderas víctimas de esta “guerra”: los afroestadounidenses. Como declararía
John Ehrlichman, asesor de Nixon en política nacional:

“Sabíamos que no podíamos ilegalizar estar en contra de la guerra o ser negro, pero al hacer que
la gente asociase a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína y luego
criminalizar ambas duramente, podíamos fracturar esas comunidades”.

A pesar de estas declaraciones y del marcado carácter racista del presidente Nixon,
afirmar que la Ley de Sustancias Controladas era una medida específicamente diseñada
para atacar a las comunidades afroestadounidenses sería una sobresimplificación de la
realidad. Sin embargo, la cruzada de Nixon contra las drogas sentó las bases de una
política punitiva —ampliada por sus sucesores— que afectó en mayor medida a esta
población y contribuyó al desarrollo de una de las peores lacras del país: la encarcelación
masiva. Este concepto, definido por el sociólogo David Garland, hace referencia a la
reclusión de un conjunto específico de una población con características comunes —en
este caso, étnicas—, con lo que el confinamiento deja de ser individual para convertirse
en un encarcelamiento sistemático de grupos enteros.

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Ratios de encarcelación por cada 100.000 habitantes. Fuente: Wikimedia

Debido al aumento exponencial de reclusos desde los años 70, Estados Unidos es el país
del mundo con mayor número de presos por población, muy por delante de países del
resto de los continentes. La ratio de prisioneros por cada 100.000 habitantes en Estados
Unidos es de 655 —sin contar los territorios no incorporados—, seguido por El Salvador
—610—, Turkmenistán —552—, Tailandia —520— y Cuba —510—; en el otro extremo de
la clasificación, con una ratio inferior a 20, se encuentran Guinea Bisáu, las islas Feroe y
República Centroafricana. Este aumento de presos afecta de forma desigual a la
población en función de su etnia y los afroestadounidenses son los peor parados de la
encarcelación masiva.

Para ampliar: “La seguridad hecha beneficio: las cárceles privadas en Estados Unidos”,
Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2016

El fenómeno de la encarcelación masiva y la Guerra contra las Drogas se encuentran


hondamente vinculados, ya que los delitos relacionados con la droga son la principal
causa de encarcelamiento en Estados Unidos: entre 1993 y 2009 se apresó a más
estadounidenses por delitos de drogas que violentos. Las sucesivas leyes antidrogas,
cada vez más sancionadoras, han tenido, por ello, un importante impacto en el aumento
de los encarcelamientos, lo que afecta de forma diferente a la población en función del
color de su piel. La presidencia de Obama fue pionera en implantar una visión diferente
en la gestión del problema: el enfoque sanitario busca reemplazar al coercitivo; la
rehabilitación sustituye a la represión. La vocación de Obama de abordar los problemas
relacionados con drogas —incluidos el alcohol y el tabaco— como temas de salud
pública es la forma más inteligente de lidiar con ello y demuestra un cambio de
perspectiva respecto al “enemigo público número uno” de Nixon.

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Los reclusos latinos y afroestadounidenses superan en porcentaje a los caucásicos. Fuente: Vox

Para ampliar: “The Drug War, Mass Incarceration and Race”, Alianza para la Política de
Drogas, 2018

Aunque la retórica de Obama no ha conseguido cambios legislativos profundos respecto


a la política antidrogas, ha sentado las bases federales para tratar el abuso de sustancias
desde la salud pública y poner fin —al menos, retóricamente— a la llamada Guerra
contra las Drogas. El nuevo presidente Trump, al contrario que su predecesor, aboga por
más castigos y menos prescripciones, en lo que parece una nueva batalla en esta
interminable guerra. Con medidas como defender la “pena de muerte contra los que
trafiquen con droga” para así frenar la crisis de los opioides que azota el país, el magnate
muestra un repliegue punitivo a los peores años de las políticas antidrogas, que no
hicieron sino aumentar la discriminación en el país, así como el número de ciudadanos
entre rejas.

Sin un claro enfoque basado en la rehabilitación, las políticas antidrogas solo perpetúan
las desigualdades étnicas, que contribuyen a encerrar en prisiones federales a miles de
afroestadounidenses, con lo cual destruyen familias y mantienen la espiral de pobreza a
la que se ven sometidas comunidades enteras. En palabras de Alice Goffman, quien
relató en On The Run: Fugitive Life in an American City el impacto de esta “guerra” en un
barrio pobre afroestadounidense: “La gran paradoja de un enfoque altamente punitivo
en el control de los delitos es que termina criminalizando tanto la vida cotidiana que
promueve la ilegalidad generalizada mientras la gente trabaja para eludirla”.

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Número de ciudadanos en cárceles federales estadounidenses. El aumento exponencial de reclusos corresponde a
la introducción de medidas cada vez más punitivas en la lucha contra la droga; el descenso en los últimos años
coincide con la presidencia de Obama. Fuente: The Sentencing Project

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