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Cahiers d'études hispaniques

médiévales

Dichos y hechos: tácticas de la obediencia en el Cantar de mio


Cid
Alberto Montaner

Resumen
La obediencia del héroe en el Cantar de mio Cid es una decisión táctica, no estratégica, a partir de la cual se desarrolla
un proceso de persuasión de la voluntad regia que contrarrestará el efectuado por los malos mestureros gracias al
predominio de las obras sobre las palabras.

Résumé
L’obéissance du héros dans la Chanson de mon Cid est une décision tactique, non stratégique. À partir de celle-ci se
développe un processus de persuasion du roi que doit compenser les agissements des courtisans détracteurs, en raison
de la primauté des actions sur les mots.

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Montaner Alberto. Dichos y hechos: tácticas de la obediencia en el Cantar de mio Cid. In: Cahiers d'études hispaniques
médiévales. N°34, 2011. pp. 29-39;

doi : 10.3406/cehm.2011.2251

http://www.persee.fr/doc/cehm_1779-4684_2011_num_34_1_2251

Document généré le 02/06/2016


Dichos y hechos: tácticas de la obediencia
en el Cantar de mio Cid

Alberto MONTANER FRUTOS


Universidad de Zaragoza
FEHTYCH (FFI 2009-13058)
AILP (GDRE 671)

RESUMEN
La obediencia del héroe en el Cantar de mio Cid es una decisión táctica, no
estratégica, a partir de la cual se desarrolla un proceso de persuasión de la
voluntad regia que contrarrestará el efectuado por los malos mestureros
gracias al predominio de las obras sobre las palabras.

RÉSUMÉ
L’obéissance du héros dans la Chanson de mon Cid est une décision tactique, non stra-
tégique. À partir de celle-ci se développe un processus de persuasion du roi que doit compenser
les agissements des courtisans détracteurs, en raison de la primauté des actions sur les mots.

El Cantar de mio Cid ha sido ampliamente caracterizado, y con razón, como


el poema de un héroe mesurado, cuya actitud es la opuesta a la del típico
protagonista de las chansons de geste de los vasallos rebeldes1. Podría decirse
incluso que su actuación está presidida, frente al paradigma de la cólera
épica al que erróneamente lo adscribía Curtius2, por la aplicación de los
principios de inhibición de la ira que caracterizan las técnicas de compor-
tamiento descritas en psicoterapia como anger-in:

1. Para este tipo de apreciaciones generales, que forman parte del consensus studiosorum,
no remitiré a bibliografía concreta. Puede verse el estado de la cuestión para cada cuestión
o pasaje aducidos en Alberto MONTANER FRUTOS (ed.), Cantar de mio Cid (1ª ed. 1993), ed. rev.,
Madrid-Barcelona: Real Academia Española - Galaxia Gutenberg (Biblioteca Clásica, 1), 2011.
2. Ernst Robert CURTIUS, Literatura europea y Edad Media latina (2ª ed. 1954), trad. Margit
FRENK y Antonio ALATORRE, México: Fondo de Cultura Económica, 1955, p. 246: «sin un
héroe encolerizado (Aquiles, Roldán, el Cid, Hagen) o una divinidad colérica (Poseidón en la
Odisea, Juno en la Eneida) no hay epopeya».

CAHIERS D’ÉTUDES HISPANIQUES MÉDIÉVALES, n o 34, 2011, p. 29-39


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Cognitive-behavioral methods teach how to modify our anger-inducing appraisal, and how
to provide ourselves (in anger-provoking situations) with constructive self-instructions. For
example, if «It’s not fair» is an anger-arousing perception for me, then I might «convert» it
into an anger-reducing perception by recontextualizing it as «Bad things happen», or «That
is actually an opportunity for me». Or, if I’m already angry, say, at an inept driver, I might
tell myself that my annoyance is not worth it, and that perhaps the driver who is «making me
see red» is terribly upset over some incident (that would also probably make me drive poorly,
too), or is new to the area (and is therefore driving more slowly or less skillfully than normal)3.

Esto es, en definitiva, lo que el Cid hace en varios momentos clave de la


trama del Cantar, actitud que se manifiesta sobre todo en su inicio. Allí, el
de Vivar, al alejarse de «sus palacios», asume la situación mediante un des-
concertante agradecimiento divino: «–¡Grado a ti, Señor, Padre que estás
en alto! / ¡Esto me an vuelto mios enemigos malos!» (v. 8-9), lo que corres-
ponde a una recontextualización del tipo Bad things happen. En cambio, al
acercarse a Burgos y contemplar los agüeros contrapuestos de las cornejas,
asume plenamente el reto positivo que supone la expatriación: «¡Albricia,
Álbar Fáñez, ca echados somos de tierra!» (v. 14), lo que responde exacta-
mente al modelo de respuesta That is actually an opportunity for me. Por otra
parte, tras el brote de cólera que le lleva a patear la puerta de su posada bur-
galesa, «Aguijó mio Cid, a la puerta se llegava, / sacó el pie del estribera,
una ferida·l’ dava» (v. 37-38), su actitud de comprensión tras escuchar las
palabras de la «niña de nuef años» (v. 40) es homóloga de la del ejemplo del
mal conductor, en tanto que (mutatis mutandis) acepta las razones de quienes
lo encolerizan, «Cid, en el nuestro mal vós non ganades nada» (v. 47), y
asume la situación: «Ya lo vee el Cid, que del rey non avié gracia; / partiós’
de la puerta, por Burgos aguijava» (v. 50-51). Respecto de la dicotomía que
ahora nos ocupa, esto implica la neta adscripción del Campeador al polo
de la obediencia. Sin embargo, esta actitud queda matizada por el hecho de
que el héroe no se limita a una resignada aceptación o a una abatida aquies-
cencia, sino que pone en funcionamiento lo que a justo título podrían deno-
minarse las tácticas de la obediencia. Pero antes de entrar a desarrollar este
aspecto, es preciso clarificar algunos puntos previos al análisis.
La obediencia puede conceptualizarse con diferentes matices a partir
de la sujeción a un imperativo genérico e impersonal (norma, precepto) o
a uno concreto e individualizado (orden, mandato). Lo mismo sucede con
su contravención, pues si en ambos casos ésta conduciría a un acto de des-
obediencia, el primero quedaría mejor caracterizado como una transgre-
sión, mientras que el segundo lo sería como un incumplimiento. En otros
términos, si toda transgresión es desobediencia (del mismo modo que toda

3. Robert Augustus MASTERS, The Anatomy & Evolution of Anger: An Integral Exploration, [s. l.]:
Tehmenos Press, 2006, p. 76.
DICHOS Y HECHOS 31

norma implica una orden), no toda desobediencia es una transgresión (dado


que no toda orden se formula como una norma). Por otro lado, dada la
prelación jurídica de lo general sobre lo particular, es posible acatar una
norma mientras se desobedece una orden, si esta es contraria a aquella.
Resulta, además, necesario distinguir entre reacciones activas o pasivas,
de modo que la insumisión a la norma puede adoptar la forma de mera
inobservancia (actitud pasiva) o de abierta rebelión (actitud activa); mientras
que hacia el mandato caben, respectivamente, la resistencia o la insumi-
sión. Por su parte, la obediencia puede ser ciega, traducida en someti-
miento, o puede ser matizada (o, more Iesuitico, con reserva interior), lo que,
aunque en un primer momento no suponga diferencias (pues no se tra-
taría aquí de una obediencia parcial, lo que plantearía una situación dis-
tinta), sí puede y suele implicarlas a largo plazo. Finalmente, cabe señalar
que ni la obediencia ni la desobediencia exigen el recurso a la violencia,
a no ser que por tal se designe simplemente la función conativa o perlo-
cutiva del lenguaje, lo cual constituiría, a mi entender, un abuso del tér-
mino que acabaría por vaciar de sentido el concepto mismo de violencia.
En definitiva, puede establecerse que, si bien la obediencia es a la des-
obediencia lo que el cumplimiento de la norma es a su transgresión, se
trata de planos análogos, pero no idénticos, mientras que resultan inexactas
las posibles analogías obediencia/desobediencia = inacción/acción e incluso obe-
diencia/desobediencia = sumisión/insumisión. Si conjugamos las diversas varia-
bles planteadas en virtud de su concatenación, normalmente vinculada
a un proceso decisorio, considerado desde la perspectiva del análisis de
procesos, las relaciones entre las diversas manifestaciones de ambos polos
pueden plasmarse en el siguiente diagrama de flujo:

7:,-6

+]UXTQ
+WIKKQ~V 8MZ[]I[Q~V
UQMV\W

1V[]ZZMKKQ~V )KMX\IKQ~V

:-*-41Õ6 :-;1;<-6+1) :-;1/6)+1Õ6 )+)<)41-6<7


IK\Q^I XI[Q^I XI[Q^I IK\Q^W

Diagrama de flujo.
32 ALBERTO MONTANER FRUTOS

Además de estas consideraciones conceptuales de tipo genérico, al enfren-


tarse a la consideración de la obediencia en un texto medieval, resulta, a
mi juicio, de gran importancia tener en cuenta el trasfondo ético represen-
tado por la parábola evangélica de los dos hijos enviados a la viña paterna:
Quid autem uobis uidetur? Homo habebat duos filios, et accedens ad primum,
dixit: Fili, uade hodie, operare in uinea. Ille autem respondens, ait: Nolo. Postea
autem, pænitentia motus, abiit. Accedens autem ad alterum, dixit similiter.
At ille, respondens, ait : Eo, domine; et non iuit. Quis ex duobus fecit uolun-
tatem patris?4

La noción subyacente a esta parábola, que tiene un correlato más estric-


tamente escatológico en Mt 7, 21: «non omnis qui dicit mihi Domine,
Domine, intrabit in regnum cælorum; sed qui facit uoluntatem Patris mei
qui in cælis est, ipse intrabit in regnum cælorum», es la misma expresada
por el viejo refrán castellano «Obras son amores, que no buenas razones»5,
planteamiento que a su vez guarda relación con el expresado en Mt 7, 20:
«igitur ex fructibus eorum cognoscetis eos». La operatividad de esta dis-
tinción en el Cantar de mio Cid queda absolutamente de manifiesto en las
palabras del taciturno guerreador Pedro Vermúez (el único, por cierto, que
osa desobedecer al Cid, cuando derrancha, bandera en mano, al inicio de la
batalla contra Fáriz y Galve), al retar al infante don Fernando en las cortes
de Toledo: «e eres fermoso, mas mal varragán, / ¡Lengua sin manos, cuémo
osas fablar!» (v. 3327-3328). Aunque de forma menos rotundamente expre-
siva, la voz del narrador ya había presentado de modo parejo al hermano
mayor de los infantes: «E va ý Asur Gonçález, que era bullidor, / que es
largo de lengua, mas en lo ál non es tan pro» (v. 2172-2173). Además, el
caso de Pero Vermúez no sólo deja clara la primacía de los hechos sobre
los dichos, sino que revela que, desde la perspectiva ética del Cantar, la des-
obediencia no se considera intrínsecamente mala, sino que depende de
las circunstancias y del contexto en que se inserte. Aunque tampoco sea
estrictamente recomendable, cuando traduce el impulso generoso de un
pecho heroico se hace digna de consideración (v. 700-714):
Las azes de los moros ya·s’ mueven adelant,
por a mio Cid e a los sos a manos los tomar.
–Quedas sed, mesnadas, aquí en este logar,
non derranche ninguno fata que yo lo mande.–

4. Mt 21, 28-31. Cito por Biblia Sacra iuxta Vulgatam uersionem, ed. Robert WEBER, 3ª ed. rev.
por Bonifaz FISCHER et al., Stuttgart: Deutsche Bibelgesellschaft, 1984 (5ª ed., rev. por Roger
GRYSON, 2007), pero teniendo en cuenta la puntuación de Biblia Sacra iuxta Vulgatam Clemen-
tinam, ed. logicis partitionibus aliisque subsidiis ornata a Alberto Colunga et Laurentio TURRADO,
10ª ed., Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1996.
5. Recogido, aunque no por primera vez, por Hernán NÚÑEZ, Refranes o proverbios en romance,
Salamanca: Juan de Cánova, 1555, fol. 88vo.
DICHOS Y HECHOS 33

Aquel Pero Vermúez non lo pudo endurar,


la seña tiene en mano, conpeçó de espolonar:
–¡El Criador vos vala, Cid Campeador leal!
Vo meter la vuestra seña en aquella mayor az;
los que el debdo avedes veremos cómmo la acorrades.–
Dixo el Campeador: –¡Non sea, por caridad!–
Respuso Pero Vermúez: –¡Non rastará por ál!–
Espolonó el cavallo e metiól’ en el mayor az.
Moros le reciben por la seña ganar,
danle grandes colpes, mas no·l’ pueden falsar.
Dixo el Campeador: –¡Valelde, por caridad!–
No obstante, el sobrino del Cid encarna el alborotado ímpetu juvenil
asociado a los protagonistas de las enfances épicas, algo que su tío sólo
representará en las tardías Mocedades de Rodrigo, mientras que en el Cantar
encarna al héroe en su plenitud y madurez, de donde procede (o donde al
menos encuentra un correlato) la mesura que lo caracteriza. Ahora bien,
como acaba de verse, la obediencia no es un bien absoluto en la ética que
impregna el Cantar y de ahí que el Campeador sea capaz de negarse a obe-
decer a su rey en dos circunstancias muy específicas. La primera de ellas
corresponde a las vistas junto al Tajo, en que don Alfonso va a reintegrar
al héroe expulso al favor regio (v. 2019-2045):
Con unos quinze a tierra·s’ firió;
commo lo comidía el que en buen ora nació,
los inojos e las manos en tierra los fincó,
las yerbas del campo a dientes las tomó.
Llorando de los ojos, tanto avié el gozo mayor,
así sabe dar omildança a Alfonso so señor.
De aquesta guisa a los pies le cayó,
tan grand pesar ovo el rey don Alfonso:
–¡Levantados en pie, ya Cid Campeador!
Besad las manos, ca los pies no;
si esto non feches, non avredes mi amor.–
Hinojos fitos sedié el Campeador:
–¡Merced vos pido a vós, mio natural señor!
Assí estando, dédesme vuestra amor,
que lo oyan cuantos aquí son.–
Dixo el rey: –Esto feré d’alma e de coraçón.
Aquí vos perdono e dóvos mi amor
e en todo mio reino parte desde oy.–
Fabló mio Cid e dixo esta razón:
–¡Merced! Yo lo recibo, don Alfonso, mio señor.
Gradéscolo a Dios del cielo e después a vós
e a estas mesnadas que están aderredor.–
Hinojos fitos, las manos le besó,
levós’ en pie e en la boca·l’ saludó.
34 ALBERTO MONTANER FRUTOS

Todos los demás d’esto avién sabor,


pesó a Álbar Díaz e a Garcí Ordóñez.
Fabló mio Cid e dixo esta razón:
–Esto gradesco al Criador:
cuando he la gracia de don Alfonso mio señor,
valerme á Dios de día e de noch. […]–

La segunda ocasión se da en las cortes de Toledo que va a juzgar el com-


portamiento de los infantes y más concretamente al inicio de sus sesiones,
cuando el Cid y su séquito llegan al salón donde se reúne la curia plena,
si bien en este caso quizá resulte algo excesivo considerar desobediencia
el mero declinar la invitación regia (v. 3104-3122):
Assí iva mio Cid adobado a lla cort,
a la puerta de fuera descavalga a sabor,
cuerdamientre entra mio Cid con todos los sos,
él va en medio e los ciento aderredor.
Cuando lo vieron entrar al que en buen ora nació,
levantós’ en pie el buen rey don Alfonso
e el conde don Anrich e el conde don Remont,
e desí adelant, sabet, todos los otros:
a grant ondra lo reciben al que en buen ora nació.
No·s’ quiso levantar el Crespo de Grañón
nin todos los del bando de ifantes de Carrión.
El rey dixo al Cid: –Venid acá ser, Campeador,
en aqueste escaño que·m’ diestes vós en don.
¡Maguer que a algunos pesa, mejor sodes que nós!–
Essora dixo muchas mercedes el que Valencia gañó:
–Sed en vuestro escaño commo rey e señor,
acá posaré con todos aquestos mios.–
Lo que dixo el Cid al rey plogo de coraçón.
En un escaño torniño essora mio Cid posó,
los ciento que l’aguardan posan aderredor.

Como puede apreciarse, el denominador común a ambas situaciones


es que la negativa del Cid a cumplir los deseos de don Alfonso supone
adoptar una posición debidamente secundaria, en lo que la mesura del
héroe resulta guardar mejor el decoro que el entusiasmo regio, bien patente
en el v. 3116: «¡Maguer que a algunos pesa, mejor sodes que nós!», sin que
esto suponga desdoro alguno para la figura del rey, dado que aquí prima
el hecho de que el héroe, aun siendo exaltado por la máxima autoridad al
más alto puesto, sabe no envanecerse y mantener el lugar que le corres-
ponde. Por lo demás, ha de observarse que en la escena de las vistas el
Campeador se prosterna y el rey le ordena levantarse, pero si bien aquél
no obedece estrictamente la orden regia, tampoco se queda como estaba,
sino que se arrodilla y así, «hinojos fitos», es decir, en una postura inter-
DICHOS Y HECHOS 35

media, que además se corresponde a lo preceptuado por las leyes para


solicitar favores regios6, es como el vasallo recibe el perdón de su señor.
La inmediata y plena aceptación del rey, «Esto feré d’alma e de coraçón»,
y el tono exultante de toda la escena dejan sin base las interpretaciones
de este pasaje como el reflejo de un sordo antagonismo entre el señor de
Valencia y el monarca castellano-leonés7. El segundo pasaje ha sido mejor
abordado por la crítica, aunque también pueden hacerse algunas matiza-
ciones. Según señala Olson, al declinar el ofrecimiento de don Alfonso,
la desobediencia del Cid al directo mandato del rey es una prueba de su com-
pleta lealtad inconmensurablemente mayor que lo podría haber sido cualquier
obediencia complaciente y deja claro que al héroe del poema no le interesan
sólo su propio rango y honor, sino también el mantenimiento de un orden
justo en su sociedad8.

Este objetivo exige, obviamente, mantener al rey en su especial puesto


de honor; en el conflicto de lealtades al deseo regio y al orden justo, prima
la segunda, en la medida en la que no constituye un verdadero desacato.
Desde otro ángulo, aparentemente contrapuesto, Smith opina que
una evaluación del peligro igualmente realista [a la de los v. 3076-3081] lleva
al héroe a rehusar la invitación del rey a tomar asiento en el escaño real en
un lugar de gran honor pero alejado de su séquito armado (vv. 3114-3119); su
negativa es expresada, sin embargo, en los términos más diplomáticos9.

En realidad ambas explicaciones son perfectamente conciliables: el


Cid, en su prudencia, busca a un tiempo no verse indebidamente favore-
cido por el rey, cuya majestad se ensalza expresamente: «Sed en vuestro
escaño commo rey e señor» (v. 3118, subrayo), y hallarse convenientemente
rodeado de sus vasallos: «acá posaré con todos aquestos mios» (v. 3119),
«En un escaño torniño essora mio Cid posó, / los ciento que l’aguardan
posan aderredor» (v. 3121-3122). La inmediata y completa aquiescencia

6. Partidas, III, XXIV, 3: «omildosamente fincados los inojos e con pocas palabras deven pedir
merced al rey los que la han menester». Ya llamó la atención sobre este pasaje María Eugenia
Lacarra, «La representación del rey Alfonso en el Poema de mio Cid desde la ira regia hasta el
perdón real», in: Mercedes VAQUERO y Alan DEYERMOND (ed.), Studies on Medieval Spanish Literature
in Honor of Charles F. Fraker, Madison: Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1995, p. 183-195.
7. Así lo plantean, con diversos matices, Nicolás Marín, «Señor y vasallo: Una cuestión dis-
putada en el Cantar del Cid», Romanische Forschungen, 86, 1974, p. 451-461, vid. p. 459, y Maurice
MOLHO, «Inversión y engaste de inversión: Notas sobre la estructura del Cantar de Mio Cid»,
in: Organizaciones textuales (textos hispánicos), Toulouse-Madrid: université de Toulouse-Le Mirail
- Universidad Complutense - UNED, 1981, p. 193-208, vid. especialmente p. 201-202. Véase,
en sentido contrario, A. MONTANER, op. cit., p. 907.
8. Paul R. OLSON, «Symbolic hierarchy in the lion episode of the Cantar de Mio Cid», Modern
Language Notes, 62, 1962, p. 499-511, vid. p. 503.
9. Colin C. SMITH, «Did the Cid repay the Jews?», Romania, 86, 1965, p. 520-538, vid. p. 529.
36 ALBERTO MONTANER FRUTOS

regia, «Lo que dixo el Cid al rey plogo de coraçón» (v. 3120), elimina, como
en el caso de las vistas junto al Tajo, cualquier sospecha de resquemor por
parte de don Alfonso o de inconveniencia en la decisión del Campeador.
Frente a estos dos apuntes de desobediencia ad maiorem regis gloriam, el Cid
acata sin vacilación, aunque no sin temores, las dos principales decisiones
de su rey, la del exilio y la del matrimonio de sus hijas con los infantes de
Carrión. La segunda se acata con evidentes reticencias, pero de modo no
menos neto (v. 1931-1942):
Cuando lo oyó mio Cid el buen Campeador,
una grand ora pensó e comidió:
–¡Esto gradesco a Christus el mio señor!
Echado fu de tierra e, tollida la onor,
con grand afán gané lo que he yo.
A Dios lo gradesco, que del rey he su amor
e pídenme mis fijas pora los ifantes de Carrión.
Ellos son mucho urgullosos e an part en la cort;
d’este casamiento non avría sabor,
mas, pues lo conseja el que más vale que nós,
fablemos en ello, en la poridad seamos nós.
¡Afé Dios del cielo, que nos acuerde en lo mijor!–

Detrás de esta decisión se encuentra una de esas tácticas de la obediencia


a las que me refería anteriormente, aunque en este caso no la adopta el
héroe, sino el narrador. En efecto, como los estudiosos han puesto en evi-
dencia hace tiempo, la actitud del Cid viene a actuar al final como eximente
de obediencia debida que lo exonera del monumental error cometido al
concertar este matrimonio, las responsabilidades de cuya ruptura recaen
finalmente sobre el propio monarca que lo había propuesto (v. 2901-2911):
–¿Ó eres, Muño Gustioz, mio vassallo de pro?
En buen ora te crié a ti en la mi cort.
Lieves el mandado a Castiella al rey Alfonso,
por mi bésale la mano d’alma e de coraçón,
cuemo yo so su vassallo e él es mio señor,
d’esta desondra que me an fecha los ifantes de Carrión
que·l’ pese al buen rey d’alma e de coraçón.
Él casó mis fijas, ca non ge las di yo;
cuando las han dexadas a grant desonor,
si desondra ý cabe alguna contra nós,
la poca e la grant toda es de mio señor. […]–

En cambio, al acatar la orden de destierro, es el propio Rodrigo el que


adopta una determinación no estratégica (lo que llevaría a una pasiva limi-
tación a obedecer), sino táctica (es decir, orientada a la consecución de un
objetivo distinto del que parece serlo a simple vista). El texto del Cantar,
DICHOS Y HECHOS 37

con su ausencia de introspección, no permite establecer si se trata de una


decisión tomada de antemano o si va madurando al calor de los acon-
tecimientos, pero, de cualquier modo, a partir de la primera embajada
de Minaya a la corte, queda claro que el Cid actúa en el destierro con la
inequívoca voluntad de recuperar el favor de su rey y, con él, claro está,
de restaurar su honra pública. No estamos, pues, ante un caso de resig-
nación (como erróneamente podrían hacer pensar los ya citados versos
8-9, que sólo expresan su conformidad con los hechos desde el punto de
vista de su valor providencial), sino de una aceptación con reservas, cuyo
fin último es logar la revocación de la ira regia y la reversión a la situa-
ción inicial (si bien la estructura ascendente del Cantar hará que el círculo
no se cierre, sino que se abra en espiral).
Como se ha visto al analizar los procesos de obediencia/desobediencia,
la única posibilidad de cumplir un mandato sin resignarse a la situación
que produce es intentar influir sobre el mandante sin contravenir la orden
ni ejercer fuerza alguna. Para ello, queda una sola herramienta: la persua-
sión. Ahora bien, esta opción coincide, al menos formalmente, con la uti-
lizada para hacer caer al Cid en desgracia, puesto que la única forma de
influir sin violencia sobre quien ostenta la autoridad es la vía indirecta de
la acción persuasiva. Aunque en el Cantar no se explicita el modo en que
los «enemigos malos» del Cid han logrado su caída en desgracia, el hecho
de que lo hayan «buelto» (v. 9) como «malos mestureros» (v. 267), es decir,
‘urdido’ como ‘viles calumniadores’, no deja lugar a dudas sobre el pro-
cedimiento último empleado. ¿Significa esto, acaso, que el fin justifica los
medios? En realidad, en casos tan ambivalentes como este, podría acep-
tarse así sin mayores problemas, puesto que existe una diferencia esencial
entre obrar o no en perjuicio de un tercero, lo que ya separa nítidamente
la actuación de los enemigos del Cid de la de éste. Ahora bien, la manera
en que esa persuasión es ejercida por unos y por otros remite también esa
dicotomía esencial en la ética del Cantar que se establece entre dichos y
hechos. El medio del que los mestureros o mezcladores se han valido para
convencer al rey no puede ser otro que la palabra mentirosa: «Mintié el
mesturero en quanto que dizié» (Libro de Alexandre, 904a)10. En cambio,
el Campeador se vale de las presentajas que objetivan materialmente sus
acciones ante el rey don Alfonso, como deja bien patente Álvar Fáñez al
presentarle la primera de ellas (v. 872-880):
Ido es a Castiella Álbar Fáñez Minaya,
treinta cavallos al rey los enpresentava.
Violos el rey, fermoso sonrisava:

10. Cito por Jorge GARCÍA PÉREZ (ed.), Alexandre, Barcelona: Crítica (Clásicos y Modernos),
2010.
38 ALBERTO MONTANER FRUTOS

–¿Quí·n’ los dio éstos, sí vos vala Dios, Minaya?–


–Mio Cid Ruy Díaz, que en buen ora cinxo espada.
Venció dos reyes moros en aquesta batalla;
sobejana es, señor, la su ganancia.
A vós, rey ondrado, enbía esta presentaja,
bésavos los pies e las manos amas
que l’ayades merced, sí el Criador vos vala.–

Esta diferencia entre la actitud de los mestureros y la del héroe calum-


niado queda expresamente de manifiesto cuando Garcí Ordóñez, «so
enemigo malo» (v. 1836), intenta valerse del mismo tipo de recurso, la des-
calificación verbal, al actuar como vocero o abogado de los infantes en las
cortes de Toledo (v. 3270-3274):
El conde don García en pie se levantava:
–¡Merced, ya rey, el mejor de toda España!
Vezós’ mio Cid a llas cortes pregonadas.
Dexóla crecer e luenga trae la barba,
los unos le han miedo e los otros espanta. […]–

Sin embargo, es puesto en evidencia precisamente por su incapacidad


para obrar, incurriendo así en la figura del burlador burlado (v. 3280-3290):
Essora el Campeador prísos’ a la barba:
–¡Grado a Dios, que cielo e tierra manda!
Por esso es luenga, que a delicio fue criada.
¿Qué avedes vós, conde, por retraer la mi barba?
Ca de cuando nasco a delicio fue criada,
ca non me priso a ella fijo de mugier nada
nimbla messó fijo de moro nin de cristiana,
commo yo a vós, conde, en el castiello de Cabra,
cuando pris a Cabra e a vós por la barba.
Non ý ovo rapaz que non messó su pulgada,
la que yo messé aún non es eguada.–

Una actitud semejante, aunque más aviesa, se atribuye a los infantes


de Carrión, que ya habíamos visto caracterizados como más largos de
palabras que de obras. En efecto, estos no sólo son, como el conde don
García, mentirosos y fanfarrones, sino que llevan su hipocresía hasta el
puro cinismo cuando, tras sacar a sus esposas del amparo de sus suegros
con ánimo doloso gracias a la persuasión basada en la mentira, las ultrajan
brutalmente en el robledo de Corpes. Allí, frente a lo que sucedía al entrar
en combate, se emplean a fondo (v. 3734-3748):
Lo que ruegan las dueñas non les ha ningún pro,
essora les conpieçan a dar los ifantes de Carrión,
con las cinchas corredizas májanlas tan sin sabor;
DICHOS Y HECHOS 39

con las espuelas agudas, don ellas an mal sabor,


ronpién las camisas e las carnes a ellas amas a dos.
Linpia salié la sangre sobre los ciclatones,
ya lo sienten ellas en los sos coraçones.
¡Cuál ventura serié ésta, sí ploguiesse al Criador,
que assomasse essora el Cid Campeador!
Tanto las majaron que sin cosimente son,
sangrientas an las camisas e todos los ciclatones.
Cansados son de ferir ellos amos a dos,
ensayándos’ amos cuál dará mejores colpes.
Ya non pueden fablar don Elvira e doña Sol,
por muertas las dexaron en el robredo de Corpes.

No parece en absoluto casual que el Cantar describa la acción de los


infantes, con acerba ironía, mediante recursos previamente empleados en
las descripciones bélicas, ya que ello pone de relieve la catadura moral de
los yernos del Cid, tan valientes ahora con sus indefensas mujeres, como
antes cobardes en el campo de batalla11. En este punto conviene traer a
colación el resto del pasaje evangélico señalado arriba (Mt 7, 16-19):
A fructibus eorum cognoscetis eos. Numquid colligunt de spinis uuas, aut de
tribulis ficus? Sic omnis arbor bona fructus bonos facit; mala autem arbor
fructus malos facit. Non potest arbor bona fructus malos facere; neque arbor
mala fructus bonos facere. Omnis arbor quæ non facit fructum bonum exci-
ditur et in ignem mittitur.

En definitiva, se establece aquí una vez más cómo, frente a la mera


persuasión verbal y a su alcance potencialmente negativo, la persuasión
o capacidad de convencimiento basada en los hechos no admite doblez
y responde a esa ética de la acción y el esfuerzo que informa de punta a
cabo el Cantar de mio Cid. Con este trasfondo de valores, se comprende bien
que, si bien la lealtad del Campeador y su mesura no podían menos que
obligarlo a acatar sin rebelarse la orden del destierro, quedaba el rescoldo
de una íntima desobediencia, la que separa el acatamiento de la resigna-
ción o el cumplimiento de la sumisión. De esa aceptación subordinada
a un designio de más amplio alcance germina la táctica de la obediencia
que consigue, finalmente, la revocación del mandato regio y establece el
triunfo del modelo moral representado por el Cid sobre el plasmado por
sus oponentes, los malos mestureros.

11. Lo señaló ya Alan D. DEYERMOND, «Structural and stylistic patterns in the Cantar de
Mio Cid», in: Medieval studies in honor of Robert White Linher, Madrid: Castalia, 1973, p. 55-71, vid.
especialmente p. 65, y lo desarrolló Gene W. DUBOIS, «The Afrenta de Corpes and the theme of
battle», Revista de Estudios Hispánicos, 21, 1987, p. 1-8, aunque su conclusión de que se trata de
un mero reflejo o calco del motivo temático de la batalla no resulta adecuada, pues se desen-
tiende del deliberado contraste que se establece entre ambas situaciones.

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