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La parábola del sembrador En verdad, en verdad te digo, que antes

Autor: Gregorio de Gante de que llenen de asombro a tus miradas


la prodigilidad de las cosechas,
Y bajarás al llano veras como te infaman
desde la excelsitud de la montaña; la injuria de los zafios en las piedras,
y al verte descender, llenas de angustia las rosas de tu sangre entre las zarzas,
te gritarán las águilas: los lirios de tu carne en las espinas,
¡Inmortal, no prosigas tu camino, la angustia del futuro en la alborada,
vuelve a nuestras nidadas, la sierpe de la envidia entre la sombra
porque el fango que cubre la llanura y el odio a tus alturas por los masas.
salpicará tus alas!
Y los riscos nevados: Y santificarás así el camino
con la huella sangrante de tus plantas:
¡No prosigas tu marcha, y a todos miraras serenamente,
nosotros besaremos cuando huelle y seguirás tu marcha.
nuestra nieve, tus plantas,
y en el bajo las cubrirán de espinas Perseguirán tus pasos
los odios emboscados de la zarza! muchedumbres ignaras
Y los robles que trepan por la altura: y sobre su millón de corazones
y su millón de almas
¡Detente, en la llanada arrojarás, como sobre las rocas
el día es un día de maldición de fuego, y las tierras ingratas,
la noche una asesina de esperanzas, la semilla fructuosa de la idea
el ambiente una asfixia de maldades, que florece en la mies de tu palabra.
el cielo una inclemencia desbordada,
el tiempo una vorágine, y las tierras Y gritarán los menos
una miseria insólita de savias! llenos de estupefacta
admiración: ¡cerrad vuestros graneros
Y escucharás sereno, y guardad vuestras casas,
y seguirás tu marcha. que hay un ladrón de simiente en los
Y solo el manantial que en tu camino caminos!
te dará el refrigerio de sus aguas, ¿Dónde puede llevar semilla tanta?
alegre y bullicioso
parecerá decirte: ¡baja, baja: Y escucharás sereno
y seguirás tu marcha,
daremos al oprobio de los valles derrochando el portento de tus manos
yo, mis ondinas claras, por sobre de las tierras y las almas.
mis purezas, mis linfas, mis frescores; Y te alzarás en la tiniebla
y tú inmortal, tus ansias ignota de la nada,
de perfección, visiones de futuro, ante el millón de voces que te entrañan
vislumbres del mañana; y ante la impavidez de tu montaña
donde los robles trepan implorando
y así los hombres beberán mis ondas al cielo con sus ramas,
y gustarán la miel de tu palabra; donde los hielos inhollados sueñan
yo calmaré las sedes de los cuerpos, las santificaciones de tu planta,
tú calmarás las sedes de las almas!. y adonde, por seguir tus ígneos rastros,
los cóndores desatan
Y escucharás sereno, -estrepitosamente-
y seguirás tu marcha. los negros huracanes de sus alas.
Y llegarás al llano
henchidas tus alforjas de pujanza,
ensueños, ilusiones,
altos ideales y ficciones altas.

Y pasarás ecuánime,
con las manos preñadas
de granos, que a los vientos
arrojarás, sin que hurgue tu mirada,
si cayó en el camino,
entre las peñas que a mirarte se alzan
en las fertilidades de la tierra
o en las ingratitudes de la zarza.

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