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La Productivi - Del Trabajad - Del Conocim.
La Productivi - Del Trabajad - Del Conocim.
Peter F. Drucker
Peter F. Drucker, autor de una treintena de libros y decenas de artículos, es un teórico del
management de reconocido prestigio a escala mundial.
En primer lugar, debemos echar un vistazo al momento en el que nos encontramos. Hace
sólo poco más de cien años que por primera vez una persona culta miró el trabajo manual
y a los trabajadores manuales y después empezó a analizarlos. El poeta griego Hesíodo
(siglo VIII antes de Cristo) y el poeta romano Virgilio (700 años después) cantaron al
trabajo de los granjeros. Sus poemas siguen estando entre los más bellos jamás escritos
en lengua alguna, pero ni el trabajo sobre el que cantaban ni sus granjeros guardaban el
más mínimo parecido con la realidad, ni se suponía que debían parecerse: ni Hesíodo ni
Virgilio tuvieron nunca en sus manos una hoz, nunca guardaron un rebaño de ovejas y ni
siquiera examinaron a las personas que hacían alguna de estas cosas. Cuando Karl Marx,
1.900 años después de Virgilio, se puso a escribir sobre el trabajo manual y los
trabajadores manuales, tampoco los había examinado antes, ni había tocado jamás una
máquina. El primer hombre que hizo ambas cosas es decir, trabajar como trabajador
manual y después estudiar el trabajo manual fue Frederick Winslow Taylor (1856-1915).
A lo largo de la historia, se han producido incesantes avances en lo que actualmente
denominamos “productividad” (término que apenas tiene cincuenta años). Fueron el
resultado de nuevas herramientas, nuevos métodos y nuevas tecnologías; fueron avances
en lo que los economistas denominan “capital”. Durante todos esos años se produjeron
pocos adelantos en lo que los economistas llaman “trabajo”, es decir, en la productividad
del trabajador. A lo largo de la historia ha sido axiomático que los trabajadores únicamente
podían producir más si se esforzaban más o si trabajaban más tiempo. Los economistas del
siglo XIX discrepaban sobre la mayoría de las cosas, como les ocurre a los economistas
actuales; no obstante, todos estaban de acuerdo desde David Ricardo hasta Karl Marx en
que hay una gran diferencia de técnica entre los trabajadores, pero que no hay diferencia
alguna en lo que respecta a la productividad, salvo la existente entre los trabajadores
esforzados y los perezosos o entre los trabajadores físicamente fuertes y los débiles. La
productividad no existía. Ésta sigue siendo un “factor ajeno” y no forma parte de la
ecuación en la mayor parte de las teorías económicas contemporáneas (por ejemplo, en la
de Keynes, pero tampoco queda recogida en la de la Escuela Austríaca).
En la década que siguió al primer examen y estudio del trabajo por parte de Taylor, la
productividad del trabajador manual inició una subida sin precedentes. Desde entonces, ha
ido creciendo constantemente a un ritmo del 3% al año compuesto, lo cual significa que se
ha multiplicado por cincuenta desde Taylor. Todos los logros económicos y sociales del
siglo XX están basados en esta proeza. La productividad del trabajador manual ha creado
lo que ahora denominamos economías “desarrolladas”. Antes de Taylor no existía
semejante cosa; todas las economías eran igualmente “subdesarrolladas”. Actualmente,
una economía subdesarrollada o, incluso, una economía “emergente” es aquélla que no ha
conseguido, o que al menos todavía no ha conseguido, que sus trabajadores manuales
sean más productivos.
LOS PRINCIPIOS BÁSICOS DE LA PRODUCTIVIDAD DEL
TRABAJO MANUAL
Los principios básicos de Taylor parecen engañosamente simples. El primer paso para
conseguir que el trabajador manual sea más productivo consiste en examinar la tarea y
analizar los movimientos que la integran. El paso siguiente consiste en registrar cada
movimiento, el esfuerzo físico que exige y el tiempo que requiere. A continuación, los
movimientos que no son necesarios se pueden eliminar; además, siempre que hemos
examinado el trabajo manual, hemos descubierto que una gran parte de los
procedimientos tradicionalmente más sagrados resulta ser inútil y no añade nada.
Después, cada uno de los movimientos que se han conservado porque se consideran
esenciales para la obtención del producto terminado se organiza para que pueda ser
realizado de la manera más simple, la manera más fácil, la manera que exija el mínimo
esfuerzo físico y mental para el operario y la manera que requiera menos tiempo.
A continuación, estos movimientos se reúnen nuevamente en un “trabajo” que tiene una
secuencia lógica. Por último, se rediseñan las herramientas necesarias para realizar los
movimientos. Siempre que hemos examinado un trabajo independientemente de los miles
de años que se haya estado realizando, hemos descubierto que las herramientas
tradicionales no son apropiadas para la tarea. Eso fue lo que ocurrió, por ejemplo, con las
palas empleadas para transportar la arena en una fundición (la primera tarea que estudió
Taylor). La forma no era apropiada, el tamaño no era apropiado y el mango no era
apropiado. Descubrimos que lo mismo se podía decir de las herramientas tradicionales de
los cirujanos. Los principios básicos de Taylor parecen obvios; los métodos eficaces
siempre lo parecen. No obstante, Taylor estuvo experimentando veinte años para
concebirlos.
Durante estos últimos cien años, se han producido muchos más cambios, revisiones y
mejoras. Durante el pasado siglo también ha cambiado el nombre por el cual se conoce la
metodología. Al principio, Taylor comenzó a denominar su método como “análisis de
tareas” o “gestión de tareas”. Veinte años después fue rebautizado con el nombre “gestión
científica”. Otros veinte años más tarde, tras la Primera Guerra Mundial, se conoció como
“ingeniería industrial” en Estados Unidos y Japón, y como “racionalización” en Alemania.
Que alguien proclame que su método “rechaza” a Taylor o lo “sustituye” es casi una regla
de “relaciones públicas”. El mismo motivo que hizo tan convincentes a Taylor y su método
los hizo también impopulares. Lo que Taylor vio cuando examinó el trabajo contradecía
todo lo que los poetas y filósofos habían dicho sobre el trabajo, desde Hesíodo y Virgilio
hasta Karl Marx. Todos ellos solemnizaban la “técnica”. Taylor demostró que en el trabajo
manual no existe tal cosa. Únicamente existen movimientos simples y repetitivos. Lo que
les hace ser más productivos es el conocimiento, es decir, la forma de juntar, organizar y
llevar a cabo esos movimientos simples y carentes de técnica. De hecho, Taylor fue la
primera persona en aplicar el conocimiento al trabajo.
Esto también le sirvió a Taylor para ganarse la permanente enemistad de los sindicatos de
su época, que eran sindicatos de artesanos y se basaban en la mística de la técnica
artesana y en su monopolio sobre ella. Además, Taylor defendía y esto todavía sigue
siendo un sacrilegio para los sindicatos que los trabajadores debían ser remunerados en
función de su productividad, es decir, en función de sus resultados, no de su aportación
(por ejemplo, las horas trabajadas). Sin embargo, la definición de Taylor del trabajo como
una serie de operaciones también explica en gran medida que fuera objeto de rechazo por
parte las personas que no realizaban trabajo manual alguno: los descendientes de los
poetas y filósofos de antaño, los literatos e intelectuales. Taylor destruyó el lado poético
del trabajo. En lugar de una “noble técnica”, lo convirtió en una serie de movimientos
simples.
Sin embargo, todos los métodos que durante estos últimos cien años han tenido el más
mínimo atisbo de éxito en el aumento de la productividad de los trabajadores manuales y
junto con ella, el aumento de sus salarios reales se han basado en los principios básicos de
Taylor, por mucho que sus antagonistas hayan insistido en sus diferencias con respecto a
éste. Esto sucede con la “ampliación del trabajo”, el “enriquecimiento del trabajo” y la
“rotación del trabajo”, ya que todos ellos utilizan los métodos de Taylor para reducir el
cansancio de los trabajadores y, por lo tanto, aumentar su productividad. Lo mismo se
puede decir de ampliaciones de los principios básicos del análisis de tareas y la ingeniería
industrial de Taylor, como, por ejemplo, la línea de montaje de Ford (desarrollada después
de 1914, cuando Taylor estaba ya enfermo, anciano y retirado). Exactamente lo mismo
ocurre con técnicas japonesas como los “círculos de calidad”, la “mejora continua” (kaizen)
y la “entrega justo a tiempo”.
De todas formas, el mejor ejemplo es la “gestión de la calidad total” de W. Edward
Deming. Lo que hizo Deming y lo que hace que la gestión de la calidad total sea eficaz fue
analizar y organizar el trabajo exactamente del mismo modo en que lo hizo Taylor. Sin
embargo, añadió también el control de calidad (alrededor de 1940) que se basaba en una
teoría estadística que se había desarrollado diez años después del fallecimiento de Taylor.
Por último, en los años setenta, Deming sustituyó el cronógrafo y las fotografías en
movimiento de Taylor por el circuito cerrado de televisión y la simulación informática. Los
analistas del control de la calidad de Deming son el vivo retrato de los ingenieros de
eficacia de Taylor y funcionan del mismo modo.
A pesar de sus limitaciones y deficiencias y tenía muchas, ningún otro estadounidense, ni
siquiera Henry Ford, ha conseguido influir tanto como Taylor. La “gestión científica” (y su
sucesora, la “ingeniería industrial”) es la única filosofía que se ha extendido por todo el
mundo, más aun que la Constitución y los Documentos Federalistas. En el siglo pasado,
solamente hubo una filosofía mundial que pudiese competir con la de Taylor: el marxismo.
Al final, Taylor ha triunfado sobre Marx.
Durante la Primera Guerra Mundial, la gestión científica arrasó en Estados Unidos junto con
la línea de montaje de Ford, basada en las teorías de Taylor. En los años veinte, la gestión
científica se extendió por Europa occidental y se comenzó a adoptar en Japón.
Durante la Segunda Guerra Mundial, tanto los éxitos alemanes como los estadounidenses
estuvieron directamente basados en la aplicación de los principios básicos de Taylor a la
formación. El Estado Mayor alemán, tras haber perdido la Primera Guerra Mundial, aplicó la
“racionalización” (es decir, la gestión científica de Taylor) al trabajo de los soldados y a la
formación militar. Esto permitió a Hitler crear una máquina de combate magnífica en los
seis cortos años transcurridos entre su llegada al poder y 1939. En Estados Unidos se
aplicaron los mismos principios básicos a la formación de una mano de obra industrial, al
principio a modo de prueba durante la Primera Guerra Mundial y, después, plenamente
durante la Segunda Guerra Mundial. Gracias a esto, los estadounidenses lograron mejores
resultados de producción que los alemanes, aun a pesar de que la proporción de población
masculina estadounidense que estaba en el ejército y, por lo tanto, no se dedicaba a la
producción industrial era superior a la alemana. Después, la gestión científica basada en la
formación hizo que la productividad de la mano de obra civil estadounidense fuese más del
doble casi el triple de la productividad de los trabajadores de la Alemania de Hitler y de la
Europa dominada por éste. Por tanto, la gestión científica dio a Estados Unidos la
capacidad de superar en número a los alemanes y a los japoneses en el campo de batalla
y, a pesar de ello, lograr unos resultados de producción exponencialmente superiores a los
de estos dos países.
Desde 1950, el desarrollo económico fuera del mundo occidental se ha basado
principalmente en imitar lo que Estados Unidos hizo en la Segunda Guerra Mundial, es
decir, aplicar la gestión científica para hacer que el trabajador manual sea más productivo.
Todos los desarrollos económicos anteriores se habían basado en innovaciones
tecnológicas: primero, en Francia en el siglo XVIII; después, en Gran Bretaña desde 1760
hasta 1850; y, por último, en las nuevas grandes potencias económicas, Alemania y
Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX. Los países no occidentales que se
desarrollaron tras la Segunda Guerra Mundial, comenzando por Japón, renunciaron a la
innovación tecnológica. En su lugar, importaron la formación que Estados Unidos había
desarrollado durante la Segunda Guerra Mundial basándose en los principios básicos de
Taylor y la utilizaron para lograr que una mano de obra pre-industrial y básicamente
carente de técnica, casi de la noche a la mañana, fuera enormemente productiva (por
ejemplo, en Japón casi las dos terceras partes de la población activa, en 1950, seguía
viviendo en el campo y carecía de técnica alguna para ningún trabajo que no fuese el
cultivo de arroz). No obstante, aunque era una mano de obra enormemente productiva,
seguía estando retribuida durante una década o más con salarios pre-industriales, de
forma que esos países primero Japón, luego Corea y más tarde Taiwan y Singapur podían
producir los mismos productos manufacturados que los países desarrollados, pero con una
fracción de sus costes laborales.
• El trabajo del conocimiento requiere aprendizaje continuo por parte del trabajador
del conocimiento, pero también exige enseñanza continua por su parte.
¿Cuál es la tarea?
La pregunta esencial en la productividad del trabajador del conocimiento es la siguiente:
¿cuál es la tarea? También es la dimensión en la que la productividad del trabajador del
conocimiento es más diferente de la del trabajador manual. En el trabajo manual, la
pregunta esencial siempre es la siguiente: ¿cómo debe hacerse el trabajo? En el trabajo
manual, la tarea siempre viene dada. Ninguna de las personas que han analizado la
productividad del trabajador manual se ha preguntado nunca “¿qué se supone que tiene
que hacer el trabajador manual?”. Su única pregunta era “¿cuál es la mejor manera de que
el trabajador manual haga su trabajo?”. Esto es tan válido para la gestión científica de
Frederick W. Taylor como para las personas de Sears Roebuck o Ford Motor Company, que
fue la primera en diseñar la línea de montaje, y es igualmente válido para el control de la
calidad total de W. Edward Deming.
Una vez más, en el trabajo del conocimiento la pregunta es la siguiente: ¿cuál es la tarea?
Uno de los motivos que lo explica es que el trabajo del conocimiento, a diferencia del
trabajo manual, no programa al trabajador. El trabajador de una línea de montaje de
automóviles que pone una rueda está programado por la llegada simultánea del chasis del
coche por una línea y la rueda por la otra. El agricultor que ara un campo con el fin de
prepararlo para la siembra no se sube a su tractor para atender una llamada telefónica, ni
para asistir a una reunión, ni para redactar una circular. En el trabajo manual siempre es
evidente lo que hay que hacer.
Sin embargo, en el trabajo del conocimiento la tarea no programa al trabajador. Una crisis
importante en un hospital, como, por ejemplo, cuando un paciente de repente entra en
coma, indudablemente sí controla la tarea de la enfermera y la programa; no obstante, por
lo demás, es básicamente la enfermera la que decide si dedica el tiempo a la cama del
paciente o a rellenar el papeleo. Los ingenieros se tienen que apartar constantemente de
su tarea porque tienen que redactar un informe o retocarlo, porque deben asistir a una
reunión, etc. El trabajo de un vendedor en unos grandes almacenes consiste en atender al
cliente y ofrecerle la mercancía por la que está interesado o por la que debería interesarse;
sin embargo, el vendedor tiene que dedicar una gran cantidad de tiempo al papeleo, a
comprobar si hay mercancía en existencias, a revisar cuándo y cómo se puede entregar,
etc.; todas estas cosas apartan al vendedor del cliente y no aportan nada a su
productividad, que consiste en hacer aquello por lo que se le paga a un vendedor, que es
vender y satisfacer al cliente.
El primer requisito al abordar el trabajo del conocimiento es averiguar cuál es la tarea,
para conseguir que los trabajadores del conocimiento se concentren en la tarea y eliminar
todo lo demás, por lo menos, en la medida en que sea posible eliminarlo. Esto exige que
los trabajadores del conocimiento definan cuál es o debería ser su tarea, y eso es algo que
únicamente ellos pueden hacer. Por lo tanto, el estudio de la productividad del trabajador
del conocimiento empieza por preguntar al propio trabajador del conocimiento: ¿cuál es su
tarea?, ¿cuál debería ser su tarea?, ¿qué se supone que debe aportar? y ¿qué le impide
realizar su tarea y habría que eliminar?
Los trabajadores del conocimiento casi siempre han estudiado con detalle estas preguntas
y pueden responder a ellas. A pesar de todo, por lo general se requiere tiempo y esfuerzo
para reestructurar sus empleos de modo que realmente puedan realizar la aportación por
la que se les retribuye. No obstante, la formulación de las preguntas y la adopción de
actuaciones en función de las respuestas suele duplicar o triplicar la productividad del
trabajador del conocimiento, y bastante rápidamente.
Se formularon estas preguntas a las enfermeras de un importante hospital. Existía una
clara división con respecto a cuál era su tarea: un grupo afirmaba que “cuidar a los
pacientes” y otro decía que “contentar a los médicos”. Sin embargo, había un acuerdo
unánime sobre las cosas que las hacían ser improductivas. Las denominaban “tareas
rutinarias”: papeleo burocrático, arreglos florales, responder a las llamadas telefónicas de
los familiares de los pacientes, contestar a las llamadas de los pacientes, etc. Todas ellas o
casi todas podrían ser encargadas a una empleada administrativa de planta que no fuera
enfermera y que cobrase mucho menos que ésta. Inmediatamente, se duplicó con creces
la productividad de las enfermeras de planta, medida en función del tiempo que las
enfermeras pasaban junto a los pacientes. La satisfacción de los pacientes también se
duplicó y la rotación de enfermeras (que había sido catastróficamente alta) prácticamente
desapareció; todo ello en cuatro meses.
Una vez que se ha definido la tarea, es posible abordar los siguientes requisitos, que
además serán abordados por los propios trabajadores del conocimiento (véase el cuadro
2).
LOS TECNÓLOGOS
Una gran cantidad de trabajadores del conocimiento realizan al mismo tiempo trabajo del
conocimiento y trabajo manual. Yo los denomino “tecnólogos”. En este grupo se incluyen
personas que aplican conocimiento del más alto nivel.
Los cirujanos que se disponen a realizar una operación para corregir un aneurisma cerebral
antes de que genere una hemorragia cerebral mortal dedican muchas horas al diagnóstico
antes de operar, lo cual requiere un conocimiento especializado de primera categoría.
Nuevamente, durante la operación, puede producirse una complicación inesperada que
exige conocimiento teórico y criterio, ambos de primera categoría. No obstante, la cirugía
en sí misma es un trabajo manual, y un trabajo manual que se compone de operaciones
manuales repetitivas en el cual lo más importante es la rapidez, la exactitud y la
uniformidad. Estas operaciones se estudian, organizan, aprenden y practican exactamente
igual que las de cualquier trabajo manual, es decir, con los mismos métodos que Taylor
desarrolló para el trabajo en fábricas.
En el grupo de tecnólogos también se incluyen grandes cantidades de personas en cuyo
trabajo el conocimiento está relativamente subordinado, aunque es siempre esencial. El
trabajo de un oficinista de archivo y el de un operador informático, sucesor del oficinista
requiere un conocimiento del alfabeto que ninguna experiencia puede enseñar. Este
conocimiento es una pequeña parte de una tarea que, por lo demás, es manual, pero es su
fundamento y resulta completamente esencial.
Posiblemente, los tecnólogos son el mayor grupo de trabajadores del conocimiento.
Además, es posible que sea el grupo que más rápidamente crece. En él encontramos a la
gran mayoría de los trabajadores sanitarios: técnicos de laboratorio, técnicos de
rehabilitación, técnicos en representación de imágenes como rayos X, ultrasonidos,
resonancia magnética, etc. También se incluyen los dentistas y todo el personal dental de
apoyo. Se incluyen los mecánicos de automóviles y todo tipo de personas dedicadas a la
instalación y reparación. De hecho, los tecnólogos posiblemente son los auténticos
sucesores de los trabajadores cualificados del siglo XIX y XX.
Asimismo, los tecnólogos son el único grupo en el que los países desarrollados pueden
tener una ventaja competitiva auténtica y duradera. Cuando se trata de grandes
conocimientos, ningún país puede seguir gozando de ventaja del modo en que lo hizo
Alemania en el siglo XIX gracias a su universidad. Entre los físicos, matemáticos y
economistas teóricos y similares, no existe “nacionalidad”. Cualquier país puede, con un
coste bastante reducido, formar a una cantidad considerable de personas con grandes
conocimientos. Por ejemplo, India, a pesar de su pobreza, ha formado a una cantidad
bastante grande de físicos y programadores informáticos de primera categoría. Del mismo
modo, no existe “nacionalidad” por lo que se refiere a la productividad del trabajo manual.
La formación basada en la gestión científica ha hecho que todos los países sean capaces de
conseguir, de la noche a la mañana, la productividad del país, sector o empresa más
avanzado. Únicamente mediante la educación de tecnólogos podrán los países
desarrollados seguir teniendo una ventaja competitiva considerable y duradera.
Hasta la fecha, Estados Unidos ha sido el único país que ha desarrollado esta ventaja a
través de sus característicos sistemas nacionales de facultades de la comunidad. La
facultad comunitaria en realidad fue diseñada (en los años veinte) para educar a
tecnólogos que tienen tanto los conocimientos teóricos necesarios como la destreza
manual. Estoy convencido de que es aquí donde sigue estando la enorme ventaja de
productividad de la economía estadounidense y la habilidad americana (única hasta el
momento) de crear industrias nuevas y diferentes casi de la noche a la mañana.
En la actualidad, no existe nada parecido a las Facultades de la Comunidad
estadounidenses en ningún otro país. El famoso sistema educativo japonés genera,
alternativamente, personas preparadas únicamente para el trabajo manual o personas
preparadas solamente para el trabajo del conocimiento. Está previsto que en el año 2003
se ponga en marcha la primera institución japonesa dedicada a la formación de tecnólogos.
El aún más famoso sistema alemán de aprendizaje (iniciado en 1830) fue uno de los
principales factores que llevaron a Alemania a convertirse en el líder mundial de la
fabricación. No obstante, centraba su atención todavía lo hace principalmente en las
capacidades manuales y en escasos conocimientos teóricos. Por tanto, corre el riesgo de
quedarse pronto obsoleto.
Se prevé que los demás países desarrollados se pondrán bastante rápidamente a la altura
de Estados Unidos. Sin embargo, los países “emergentes” o del “Tercer Mundo”
posiblemente llevan décadas de retraso, en parte porque educar a tecnólogos es caro y, en
parte, porque en esos países las personas con conocimientos todavía consideran con
desdén o, incluso, con desprecio la posibilidad de trabajar con sus propias manos. La
actitud dominante sigue siendo la de “para eso tenemos sirvientes”. Sin embargo, en los
países desarrollados cada vez son más los trabajadores manuales que pasan a ser
tecnólogos. Para aumentar la productividad del trabajador del conocimiento, hay que
conceder interés prioritario al aumento de la productividad de los tecnólogos.
• Por encima de todo, este ejemplo demuestra que hay que tratar a los tecnólogos
como trabajadores del conocimiento. Independientemente de lo importante que
sea la parte manual de su trabajo y es posible que ocupe tanto tiempo como en
el caso de los instaladores de AT&T, la atención se debe centrar en conseguir que
el tecnólogo tenga los conocimientos, la responsabilidad y la productividad de un
trabajador del conocimiento.
¿CÓMO EMPEZAR?
Para lograr que los trabajadores del conocimiento sean más productivos, hacen falta
cambios en actitudes básicas, mientras que para conseguir que los trabajadores manuales
sean más productivos únicamente hace falta decirles cómo hacer el trabajo. Además,
lograr que los trabajadores del conocimiento sean más productivos exige cambios de
actitud no sólo por parte del trabajador del conocimiento individual, sino también por parte
de toda la organización. Por tanto, hay que realizar una “prueba piloto”, como debería
hacerse con cualquier cambio importante. El primer paso consiste en encontrar un área de
la organización en la cual haya un grupo de trabajadores del conocimiento que sean
receptivos (por ejemplo, en el caso de los cirujanos ortopédicos, fueron cuatro médicos
que llevaban tiempo defendiendo la necesidad de grandes cambios los que en un primer
momento pusieron en práctica sus nuevas ideas).
El siguiente paso consiste en trabajar con constancia, con paciencia y durante un período
de tiempo razonable con este pequeño grupo. En los primeros intentos, aun suponiendo
que sean recibidos con gran entusiasmo, casi con certeza surgirán todo tipo de problemas
imprevistos. Sólo después de que la productividad de este pequeño grupo de trabajadores
del conocimiento haya aumentado notablemente, se podrá extender a un área mayor, o a
toda la empresa, la nueva manera de hacer el trabajo. En ese momento, se conocerán los
principales problemas, como dónde cabe esperar la mayor resistencia (por ejemplo, por
parte de los directivos medios) o qué cambios se necesitan en las tareas, la organización,
las mediciones o las actitudes para conseguir una eficacia plena. Prescindir de la etapa
piloto y siempre hay presiones para prescindir de ella únicamente significa que los errores
se hacen públicos, mientras que los éxitos permanecen ocultos. Sólo significa desacreditar
a la empresa entera. Si se lleva a cabo una prueba piloto apropiada, se podrá mejorar
mucho la productividad de los trabajadores del conocimiento.
La productividad de los trabajadores del conocimiento es el principal reto de gestión del
siglo XXI. En los países desarrollados, es su primera exigencia de supervivencia. En estos
países, no pueden confiar en mantenerse de otra forma, por no hablar de mantener su
liderazgo y su nivel de vida. En el siglo XX, este liderazgo dependía en gran medida de
conseguir que los trabajadores manuales fueran más productivos. Cualquier país, cualquier
sector, cualquier empresa hoy día puede lograrlo utilizando los métodos que los países
desarrollados han elaborado y puesto en práctica en los 120 años transcurridos desde que
Frederick Winslow Taylor analizó por primera vez el trabajo manual. Actualmente,
cualquiera, en cualquier lugar, puede aplicar esas políticas a la formación, la organización
del trabajo y la productividad de los trabajadores, aunque éstos tengan poca formación, o
incluso ninguna, y carezcan completamente de capacitación.
Sobre todo, la oferta de jóvenes disponibles para el trabajo manual se está reduciendo en
los países desarrollados en Europa Occidental y en Japón muy deprisa y en Estados Unidos
algo más despacio, mientras que en los países emergentes y en vías de desarrollo seguirá
aumentando rápidamente durante otros treinta o cuarenta años, por lo menos. La única
posible ventaja en la que los países desarrollados pueden confiar es en la oferta de
personas preparadas, formadas e instruidas para el trabajo del conocimiento. Ahí, durante
otros cincuenta años, los países desarrollados pueden contar con gozar de notables
ventajas, tanto en cantidad como en calidad. El hecho de que esta ventaja se traduzca en
resultados depende de la habilidad que demuestren los países desarrollados y cada uno de
los sectores, empresas e instituciones de estos países para aumentar la productividad de
los trabajadores del conocimiento y para hacerlo con la misma rapidez con que han logrado
aumentar la productividad de los trabajadores manuales en los últimos cien años.
Los países y los sectores que han llegado a los primeros lugares del mundo en los últimos
cien años son países y sectores que han liderado el incremento de la productividad de los
trabajadores manuales: Estados Unidos, en primer lugar, y Japón y Alemania, en segundo
lugar. Dentro de cincuenta años puede que mucho antes, el liderazgo de la economía
mundial se habrá trasladado a los países y sectores que hayan logrado aumentar con más
éxito y sistemáticamente la productividad de los trabajadores del conocimiento.
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