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9.- El cáso del diseño de formación.

Al Supervisor le había tocado en suerte un encargo difícil. Así al menos lo veía


él; pero no llegaba al extremo de pensar, como algunos de sus colegas, que era
imposible. Se trataba, nada menos, que de diseñar y, posteriormente, encargarse
de su realización, un plan de formación para todos aquellos que tuvieran que ver
con la .administración y la gestión de los centros escolares de primaria y
secundaria de su provincia. En esa categoría entraban funcionarios' de diferentes
gradoslde la Administración Educativa provincial, supervisores y directores. Si él
plan funcionaba bien se pensaba extender como formación inicial a los aspirantes
a cualquiera de esos puestos. La principal dificultad que en principio veía el
supervisor era la de encontrar quién pudiera impartir los diferentes módulos en
que consistiría la formación. No sabía entonces que llegaría un momento en que
eso sería lo que menos le preocupara.

El Supervisor comenzó pensando en torno a qué era lo que caracterizaba a cada


uno de los puestos mencionados con intención de ir configurando un listado de
tareas de las que se derivaran necesidades formativas. Tropezó entonces con el
inconveniente de encontrarse con aspectos que, o bien debían formar parte del
acervo común de los conocimientos de todo profesor, cualquiera que fuera su
nivel, o bien eran tan específicos de cada una de las categorías profesionales que
no veía, cómo integrarlos en un programa común. Dado que disponía de tiempo
suficiente decidió hacer una exploración sobre el terreno para indagar cuáles eran
las necesidades que los diferentes agentes identificaban ellos mismos como tales.
Confeccionó un pequeño cuestionario que fue repartiendo entre sus colegas y en
sus propias visitas a centros. Como no pretendía hacer un estudio científico ni
pretendía hacer uso de él a efectos de comunicar los resultados, no se preocupó
mucho, por cuestiones de representatividad de la muestra, por validar el
cuestionario ni por someter las respuestas a un tratamiento estadístico complejo.

Conforme iba vaciando los cuestionarios se iba dibujando un mapa


relativamente preciso de las necesidades declaradas: a grandes rasgos, las
respuestas diferían también según cada categoría profesional, pero se encontraban
algunos elementos comunes. Los responsables de la Administración del sistema
valoraban por encima de todo el conocimiento de las normas y leyes, el lenguaje
propio de la administración, la realización de informes, la interpretación de datos
contables y la informática a nivel de usuarios. Sus colegas los supervisores
ordenaban las principales necesidades estimadas del siguiente modo:
conocimiento de las principales normas legales de referencia; evaluación de
centros, programas y profesores, relaciones humanas y resolución de conflictos.
Las respuestas de los directores de centros escolares diferían ligeramente según se
tratara de primaria o de secundaria. Los de primaria valoraban como necesidad
principal el conocimiento de las leyes y normas educativas, seguida de diseños de
organización y procedimientos para ía gestión económica; en cambio los de
secundaria daban prioridad a los rudimentos para llevar ía gestión económica,
pero en segundo lugar apuntaban al conocimiento de las disposiciones
normativas. Lo que aparecía como una necesidad común era, en consecuencia, el
conocimiento de la normativa legal que regía el sistema educativo.
Al Supervisor esto no le pareció extraño; de hecho le hubiera sorprendido que
no figurara en los listados de necesidades pórque él mismo debía dedicar parte de
su tiempo, á actualizarse en ese ámbito. Decidió modular lp formación a impartir
de modo <|ué hubiera ihióduios \ todas las categorías y otros, qué sé
impartirían simultáneamente, específicos para cada una de ellas. Entonces, y
antes de considerar ninguna otra cuestión de carácter metodológico, decidió
pensar ya en las personas a quienes podría encargarse que impartieran cada uno
de los módulos, puesto que ese era el problema que, como ya se ha dicho, más le
preocupaba. Lo comentó con un "compañero supervisor que le sugirió algunos
nombres y?se prestó él mismo a hacerse cargo de uno de lo$ módulos. Incluyó, en
un primer listado provisional, a ese compañero y a otro supervisor, a dos actuales
cargos de la Administración y a dos profesores de Universidad. Los convocó a
todos ellos a una primera reunión porque tenía previsto ponerles al corriente de
la naturaleza del encargo y de sus indagaciones y solicitarles que colaboraran con
él en perfilar el diseño.

Cuando;: se reunieron y se contaron resultaron ser unas catorce o quince


personas, prácticamente el doble de las que el supervisor había previsto; era obvio
que la mitad estaban allí sin haber sido convocadas ¿Qué había ocurrido? La
respuesta la tuvo pronto por boca del alto cargo de la Administración que le había
hecho el encargo y que se personó para abrir la reunión de trabajo y desearles
suerte. Al conocer la lista propuesta le pareció que debía incrementarse la
presencia de miembros de la Administración y, de motu propio, invitó a otras dos
personas; otras dos personas habían acudido sin que nadie les invitara porque,
informados del proyecto como miembros de la Mesa Sindical que negocia con la
Administración todos los asuntos relativos al personal y viendo que no habían
sido consultados, decidieron acudir por encargo de sus respectivos sindicatos para
representar los intereses de los trabajadores; otros dos de los presentes sin
invitación eran Directores escolares que, informados a su vez por sus sindicatos,
estimaron ofensivo que no se hubiera contado con su colectivo para impartir
alguno de los módulos; los últimos eran personas que tenían a su cargo
programas de formación permanente del profesorado y eran los que se sentían,
según sus propias palabras, más legitimados que cualquiera otro de los presentes
para hablar de formación y, obviamente, para llevarla a cabo.

Ninguno de los autoinvitados encontró necesario justificar más su presencia


ante el resto ni, por supuesto excusarse por haberse presentado allí de ese modo,
puesto que su actitud era más bien la de ofendidos, cuando no víctimas. Sólo el
alto cargo de la Administración se excusó ante el Supervisor encargado del diseño
por no haberle avisado antes de las inclusiones en el equipo de las que él era
responsable. Al Supervisor se le cayó el alma a los pies, pero tras la salida de ese
cargo, quien manifestó que "aceptaría las decisiones que ellos tomaran respecto a
la composición del equipo, lo que estaba seguro que resolverían de inmediato con
buena voluntad", decidió no discutir la presencia de ninguno de los asistentes y
ponerse a la tarea. Les explicó los pasos qué había dado, la consulta informal
realizada y sus resultados los cuáles le habían llevado a decidir ese primer esbozo
de contenidos modulados. Cada uno de los asistentes comenzó entonces a
reivindicar para sí mismo o el sector que representaba impartir alguno de los
módulos previstos. Como el número total de éstos era inferior al de los asistentes,
se pasó a "pues X, que sabe mucho sobre estadística (por ejemplo) podía impartir
un módulo sobre eso que, al fin y al cabo, aunque no lo haya dicho nadie en sus
respuestas, también es importante". Cuando se hizo evidente que un curso que
incorporara todos esos contenidos sería inviable por razones de tiempo y
presupuestarias, las reacciones fueron variadas: los sindicalistas decían que, ¿orno
siempre, la Administración prometía mucho pero luego no estaba dispuesta a
gastar en lo que supusiera formación para los trabajadores; íos representantes de
la Administración decían que si los sindicatos reivindicaran que esos contenidos,
a todas luces necesarios, como se estaba viendo, formaran parte de la formación
inicial del profesorado, ahora no tendrían ese problema. Los encargados de la
formación permanente decían que "a todo esto ¿qué pinta aquí la Universidad,
que de todos es sabido que sólo imparte una formación teórica que no sirve para
nada ni interesa a nadie?"

El supervisor a quien se había encargado el diseño se sentía por momentos más


y más abochornado. Los profesores universitarios dijeron que vista la
consideración que merecía su papel ante el resto era mejor retirarse del equipo y
renunciar a su participación en el programa. Los demás dijeron "por lo menos
reconocéis (y no como otros) que aquí estáis de sobra, pero quedaos porque si
finalmente queda algún módulo que nadie pueda o quiera dar siempre lo podéis
dar vosotros que para eso sabéis de todo". Pero los profesores universitarios se
fueron no sin agradecerles antes al resto, con cortés ironía, su deferencia. El resto
quedó allí, discutiendo.

El supervisor encargado del diseño, que era quien los había convocado a esa
reunión les llamó una semana después para decirles que, por azares de la política,
acababan de cesar al alto cargo de la Administración que le había hecho a él el
encargo y que por lo tanto se suspendía la realización del curso de formación.

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