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IV JORNADAS NACIONALES DE AGCE “EXPERIENCIAS, DEBATES E INTERCAMBIOS”

PANEL: “LA EDUCACIÓN EN EL NUEVO ESCENARIO LATINOAMERICANO”


Departamento de Educación de la UNLu y Facultad de Filosofía y Letras de la UBA – Buenos Aires, 5 de diciembre de
2011.

América del Sur: educadores interpelados por su presente

Germán Cantero

En primer lugar quiero hacerles explícito el trayecto y lugar desde el que les
quiero hablar, para facilitarles la comprensión de mi perspectiva, una entre
tantas posibles: hace muchos años que enseño en el grado y el posgrado
planeamiento de la educación, una disciplina y una práctica por muchos
concebida tan sólo como una disciplina y una práctica técnica. Sin embargo, ya
han transcurrido más de veinte años desde que me propuse resignificarla
dentro de mi propio espacio de trabajo, como una modalidad de práctica
política y social en educación; como una práctica que permite a los diferentes
grupos y actores sociales reflexionar antes y durante la acción; de una acción
que intenta construirle viabilidad a lo que en este presente parece inviable y de
una acción que exige una particular relación existencial con el futuro y con la
utopía.

Con un futuro al que se apuesta, reflexivamente sí, pero que, en tanto apuesta,
se piensa desde lo que se desea, se siente y hasta se presiente. En realidad,
no creo en aquello del pesimismo de la razón y del optimismo de la voluntad;
sinceramente creo que esta es una figura retórica con la que nos cubrimos del
papelón intelectual y nos protegemos emocionalmente de la frustración, del
desengaño y, esto es comprensible después de tantos… ¿no?

Como les decía, esta perspectiva implica también una particular relación
existencial con la utopía; tanto con aquella a la que Carlos Matus (1978:471)
llamaba utopía concreta, la que siendo posible por transformación de la
situación actual, está por ahora fuera del horizonte de tiempo contemplado para
la acción, como con la otra, la que el mismo autor denominaba utopía pura:
aquella que, en la figura de Birri y Galeano, se aleja a medida que caminamos,
pero que, como los sueños, sirve precisamente para eso, para caminar. No
obstante, permítanme agregar que, a diferencia de los espejismos, esta última
se transforma a veces en utopía concreta. Así está sucediendo con aquella que
soñó Bolívar y que hoy es un referente actuante para muchos pueblos de
América del Sur.

Desde esta relación existencial con la viabilidad como construcción de lo


inédito, desde esta relación con el futuro y la utopía, quisiera proponerles
pensar a esta América del Sur como pedagogía de un presente.

1. Pedagogía de un presente.

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Todos sabemos que hay espacios que tienen un singular poder educativo. Por
eso las ciudades son diseñadas, a veces, como grandes áreas concebidas
para hablar, para educar, incluso para ser alegoría de toda una utopía social.
También sabemos que hay procesos particularmente educativos. Por ello los
movimientos sociales son definidos como procesos intensivos de formación
humana, como sujetos pedagógicos y lugares de humanización. Hoy les quiero
proponer leer en clave pedagógica espacios y procesos todavía más amplios y
complejos: las transformaciones que tienen lugar en esta América nuestra.

En América Latina y, particularmente, en América del Sur, nuevos sujetos y


actores políticos, a través de una multitud de hechos, actitudes y voces, han
desencadenado procesos que podrían ser leídos en clave de una educación
omnilateral (expresión que muchos pedagogos latinoamericanos recuperan de
Marx en un nuevo contexto).

Les propongo entonces, en primer lugar, que tratemos de pensar estos


acontecimientos desde una lectura integradora que considero impostergable
para los educadores y comunicadores populares.

Desde este esfuerzo de lectura vemos cómo, en algunos países, los propios
estados están siendo refundados; cómo, en casi todos, nuevos sujetos políticos
se consolidan y otros, otrora impensados, asumen el gobierno de sus estados.
Vemos también que, con motivo de sus bicentenarios, en algunas sociedades
cobran nueva vigencia los relatos históricos negados y las imágenes y bustos
de los personajes de sus epopeyas ingresan por la puerta grande a algunas
sedes del poder. Vemos cómo las nuevas y viejas asociaciones regionales
propuestas en contextos de ominosas dependencias son frustradas antes de
nacer (como el ALCA) y que otras languidecen (como la OEA, que acaba de
ser sustituida en términos políticos por la CELAC, con la integración efectiva de
Cuba). Vemos en cambio que otras asociaciones, impensadas hace un lustro
(como la UNASUR y todas las organizaciones generadas en su ámbito),
apenas nacidas ya han logrado frenar intentos de golpes de estado y permiten
abroquelarse con políticas defensivas y alternativas frente a la crisis desatada
por la ruleta financiera global.

También es posible constatar que, aún en el contexto de las brutales


desigualdades estructurales que persisten, una proporción significativa de los
grupos más vulnerables de las clases populares de algunos países han dejado
de morir por causas evitables; que otros han comenzado a vivir un poco mejor
y que otros, que alguna vez perdieron la propia vida en la lucha contra el
sistema opresor de sus pueblos, han renacido en la memoria colectiva de estos
mismos pueblos. Viejos centros de exterminio y de terror, se han convertido en
museos de la memoria y en espacios para cantarle a la vida. Nuevos sujetos de
derecho se paran ahora desde el reconocimiento formal y público de sus
identidades de género. Las mujeres sudamericanas están teniendo un
protagonismo creciente y decisivo en nuestras sociedades, en nuestros
estados y en nuestra Región. La pelea por una expresión libre y plural a través
de los medios audiovisuales está dada en algunos países de la UNASUR y
nuevas regulaciones intentan disputar espacios a la concentración monopólica
de los mismos. Los avances en materia de educación son innegables, aunque

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con diversa radicalidad, sesgos, contradicciones y conflictividades, según los
países. Todo esto y mucho más, que vale la pena recuperar con beneficio de
inventario, como la pedía Gramsci, ha transcurrido –en el mejor de los casos-
en apenas una década, otros ni siquiera en un lustro; estamos frente a
acontecimientos que nos abisman por el vértigo de su simultaneidad y
juventud. Ante esto cabe un indispensable ejercicio de la memoria para
recordar de dónde venimos.

2. Un indispensable ejercicio de la memoria:

Permítanme recordar que hace apenas una década en este país se comenzaba
a naturalizar la idea de cambiar deuda por territorio… (En esto la vinculación
existencial con el pasado es crucial; por eso comprendo a muchos de nuestros
estudiantes que nos dicen “hace diez años nosotros iniciábamos el
secundario”, ese prolongado recreo de la vida…); hace tan sólo diez años, los
docentes de muchas provincias cobraban sus sueldos depreciados en bonos.
En Entre Ríos, mi provincia, los maestros no sólo recibían bonos (“los
federales” que cotizaban en un 50% de su valor nominal) sino que lo hacían
con un atraso de tres meses. Dentro de pocos días se cumplirán también diez
años de aquellos días en los que gente desesperada tomaba por asalto los
supermercados y era reprimida; en los como parte de esta represión era
asesinado Pocho Lepratti en Rosario, en los que morían inocentes en otras
ciudades, entre ellas en mi ciudad, Paraná, y en que (si me permiten una
anécdota personal) intentábamos eludir en un taxi el lugar donde se estaban
reprimiendo estos asaltos, para no poner en riesgo a mi nieto recién nacido que
traía en brazos de la Maternidad; una vida que llegaba mientras otra, apenas a
la vuelta y con sólo trece años, era víctima de la represión; le habían dicho que
en aquel supermercado entregaban comida. Vivía precisamente en el barrio del
que procedían muchos de los alumnos cuya situación denunciamos en nuestra
primera investigación después de la Dictadura. ¡Toda una alegoría de la época!

Pero si bien nuestra relación existencial con la historia es insoslayable y


decisiva, lo es más el ejercicio de una memoria y una lectura política de esta
historia: en 2001 asistíamos una vez más a una muestra de cómo el orden de
un sistema maneja el conflicto social que su propia voracidad genera.

Los invito entonces a mirar hacia el pasado más o menos mediato que los
propios recuerdos y la información recibida en nuestros trayectos educativos
nos permitan, para intentar ver en qué medida no nos sentimos inmersos en las
contradicciones de un sistema que por momentos nos amplía y en otros nos
arrebata, con una cierta periodicidad, las posibilidades de acceso y goce
efectivo de nuestros derechos ciudadanos. Por supuesto que esto requiere de
un buen tamizado crítico y que en estos análisis hay que extremar los cuidados
para no caer en simplificaciones lineales y mecánicas o en pretensiones de
necesariedad histórica y muchos menos en una cierta teleología inmanente en
el fluir de los hechos.

Pero, dicho esto, quizás coincidamos en que, dentro de una diversidad y


complejidad enorme de circunstancias, estos momentos de ampliación y

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retracción de derechos coinciden más o menos con necesidades de
acumulación económica que el sistema político, en la mayoría de los casos, no
puede eludir legitimar. De esta manera, quienes tenemos algunos años encima
y/o la posibilidad de una lectura crítica retrospectiva, vemos que estos
momentos se suceden, con variantes y peculiaridades, con cierta alternancia
de períodos de apropiación intensiva de plusvalía y años de relativo “derrame”
e incluso redistribución. Los primeros llegan acompañados de exclusión,
retracción de libertades y represión, los segundos, de procesos de re-inclusión,
tolerancia del conflicto social y expansión de libertades.

Estirando la mirada hacia nuestro pasado latinoamericano, podemos identificar


distintos diseños institucionales y dispositivos con los que el poder político
dominante ha intentado sostener estos procesos.

Cuando el conflicto social ha podido ser encausado, la fórmula parece haber


sido el bipartidismo, con alternancia entre gobiernos más o menos
conservadores o más o menos liberales, según las necesidades de
gobernabilidad. Cuando el conflicto social se ha desbordado, estas fórmulas se
han diversificado: desde el propio bipartidismo acompañado de fraude
“patriótico” hasta los más brutales o sui géneris, como la sucesión entre
dictaduras y democracias tuteladas o con el congelamiento de una revolución a
través de una férrea y omnipresente estructura partidaria (como el PRI en
México). Por supuesto que estos diseños político-institucionales fueron siempre
acompañados con la implementación de múltiples formas de sujeción y
disciplinamiento militar, económico-financiero y cultural cada vez más
globalizados.

En el Cono del Sur de América, cuando el conflicto social se desbordó y se


expresó como violencia de abajo, a través de la lucha armada y de una
resistencia popular extendida, tuvo lugar en Chile el inicio de una experiencia
quizá más inaceptable como precedente: el ensayo de una vía democrática
hacia el socialismo. Ambas tuvieron la respuesta conocida por todos a través
del terrorismo de estado y las dictaduras cívico-militares, con la retracción más
brutal de derechos en la historia de este subcontinente.

3. Dejarse sorprender para ver:

A la sombra de esta memoria nos sorprendió saber, hace dieciocho años, que
en la selva mexicana de Lacandona, desde una experiencia cultural milenaria
como la Maya, afloraba a la superficie de la política un reclamo de cinco siglos
y desde una poética y ética propias, con una enorme creatividad teórica y
práctica, se instauraba una nueva forma de construir políticamente: la de
mandar obedeciendo; política retomada hace muy poco tiempo por Evo
Morales en su primera contradicción con sus bases de sustentación popular.
Diez años antes, en coincidencia con los albores del retorno a la democracia,
había nacido formalmente en Brasil el MST, otro movimiento como
consolidación de la vieja lucha por el derecho a la tierra; movimiento que ahora
va por más: “plantar la agroecología en el corazón del mundo” y que apuesta a

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la educación como reaseguro de su proyecto, con más de 2000 escuelas
propias y con formación docente autónoma.

También es bueno recordar que cuando en Argentina iniciábamos un año que


marcaría un punto de inflexión en nuestra cultura política, el 2001, se realizaba
en Porto Alegre el primer Foro Social Mundial contra el modelo de acumulación
global que meses más tarde habría de desencadenar entre nosotros la
reacción contra los gestores locales de ese modelo. Esa reacción nos mostró
-una vez más- creativos en estrategias de resistencias, como las asambleas
barriales y los movimientos territoriales de recuperación de un trabajo digno
con educación emancipadora (como el Movimiento de Fábricas Recuperadas y
sus bachilleratos populares).

Casi simultáneamente, comienzan a florecer experiencias más ambiciosas que


redoblan la apuesta política: Venezuela primero, luego Bolivia y Ecuador,
sacuden con su creatividad la razón pacata de muchos observadores y
académicos, proponiendo nuevamente, como en aquel Chile de los ’70, una vía
democrática hacia el socialismo o hacia la revolución ciudadana; con la
diferencia que estas ya no son metas, sino más bien construcciones abiertas
hacia el futuro. Otros países, sin proponerse una alternativa al capitalismo, se
plantean alejarse lo más posible de su expresión dominante: el neoliberalismo.
En todos, se escuchan voces claras sobre la urgencia de una descolonización
cultural como condición de cualquier postura autónoma y más anclada en los
intereses populares que en las presiones del orden.

4. La lectura de lo político.

La política habla por sus hechos, no por sus intenciones. Cuando los hechos
tienen la capacidad de comenzar a cambiar las condiciones materiales de vida
de las clases populares, vale la pena aguzar la mirada. Si esos hechos inciden
además en cambios subjetivos como la autoestima de la propia valía y poder
en diferentes colectivos sociales, si esos hechos abonan un clima de época
ascendente en términos de expectativas sociales, vale la pena aguzarla todavía
más.

Como, además, en política las estrategias no se transparentan para que el


oponente no pueda anticipar las jugadas del adversario, es preciso leer los
hechos de la política a través de ciertos indicios indirectos acerca del sentido
global se sus apuestas: en primer lugar, hacer el inventario de la identidad e
intereses de sus oponentes; diferenciarlos según la iracundia de sus
reacciones y las tácticas de su oposición; cotejar entre lo que callan y lo que
espetan en sus denuncias; analizar las categorías que usan para tratar de
instituir una visión del adversario, estudiar sus operaciones discursivas y sus
imágenes o marcas infamantes. Luego, hacer el mismo inventario de quienes
apoyan estas políticas, de sus aliados y simpatizantes. Profundizando aún más
la mirada, hacer entonces el balance de a quiénes benefician y a quienes
perjudican, tratando de ver si es posible más allá del corto plazo. Si por las
dudas hace falta mayor claridad, imaginar en qué situación quedaríamos
expuestos muchos de nosotros si estos actores pudieran decidir sobre nuestras

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vidas en caso que se suspendieran las garantías constitucionales y las reglas
de este juego democrático que, aún endeble, demasiado formal y poco
sustantivo, está próximo a sus treinta años de continuidad. Quizás
descubramos entonces que más que adversarios se asumen como nuestros
enemigos.

Si seguimos ahondando en el análisis, para desbrozar el discurso con el cual la


industria cultural intenta construir un “denominador común aglutinante”
(Casullo, Nicolás: 2007:125) para caracterizar a estos procesos que tienen
lugar en América del Sur, nada más expresivo que la reposición de la categoría
populismo como epíteto con que se pretende englobarlos; una expresión que
se quiere fatídica y que busca “seguir esculpiendo una conciencia social
domesticada en nombre de los buenos comportamientos políticos” (Op. cit.,
2007:126).

En este sentido, si se quiere reingresar en la espesura de un viejo y respetable


debate académico para confrontarlo con esta reposición del periodismo
hegemónico mundial y local, propongo que entremos en él para captar la
novedad de lecturas actuales en nuevos contextos. En primer lugar, sugiero
ubicar esta embestida mediática en la agitación fantasmal del exceso de
democracia que instaló la gestión de George W. Buch (h). Cuando desde esta
gestión se trataba de exorcizar a los nuevos ejes del mal sudamericanos y a
sus gobiernos aliados del subcontinente, la categoría populismo se usó y se
usa para intentar deslegitimar estas democracias y presentarlas como riesgo
inminente de la salud republicana.

Pero si tomamos parte de esta lucha por los sentidos, quizá sirva reflexionar si
estos llamados populismos, que como lo afirma Carlos Gabetta (2006:3) son
una “expresión política de la crisis” del sistema, en la que se dirime la lucha que
tiene lugar en sus entrañas, no son algo más. Porque en su contradictoria
fecundidad, en sus desmesuras que combinan lo grotesco y lo grandioso, los
destellos del oro y del fango de sus luchas complejas y desiguales, éstos quizá
puedan ser fuente de lo inesperado, de una diversificación de alternativas para
las mayorías populares de América del Sur. Tal vez, sean generadores de una
ruptura en la alternancia entre períodos de expansión y contracción de
derechos al compás de los apetitos de un sistema que, coincidentemente, ha
entrando en una profunda aunque no inesperada crisis; crisis que como nunca
está dejando al descubierto estos apetitos y que, al mismo tiempo, ya no puede
ocultar su propia insustentabilidad.

Si somos congruentes con una concepción de la historia como proceso siempre


abierto, que no admite clausuras; si reivindicamos la idea de contradicción
como resorte de la dialéctica y entendemos que ésta no puede dejar de estar
mediada por “desórdenes, inestabilidades, desequilibrios, azares,
impredictibilidades” (Sotolongo, P. y Delgado, C.: 2006:61), tal vez podamos
valorar a estos procesos sudamericanos en clave de una pedagogía política a
gran escala.

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5. Una educación para leer:

Para valorar todo esto creo necesario recuperar para la educación, en todos
sus niveles y, particularmente, en la universidad, la capacidad de educar para
una lectura de los acontecimientos de los que somos contemporáneos.

En el caso de las universidades públicas argentinas, luego de décadas de


agresión a su institucionalidad y de respuestas reactivas de resistencia a las
múltiples adversidades que se sucedieron, hemos logrado un interesante
desarrollo teórico y metodológico para la crítica política. Pero dudo que
estemos en condiciones de ofrecer un acerbo equivalente para el análisis de
viabilidad de las transformaciones que alentamos para nuestras sociedades.

Hemos desarrollado un sostenido esfuerzo en deconstuir el texto que distintas


realidades nos ofrecen; nos hemos esforzado por desmontar sobre todo
aquellos textos que tuvieron la pretensión de metarrelatos sobre una historia
que llevaba en sus entrañas el futuro. Como expresaba Lechner, con el
desdibujamiento del orden deseado entramos en crisis en torno a todo proyecto
societal. Quizá como lo escribía también este autor “el temor a las desgracias
en que desembocaron nuestros sueños” nos ha censurado los deseos
(Lechner, Norbert: 1988:187); por lo menos las expectativas de ruptura con un
orden. En las últimas décadas se ha operado entre muchos intelectuales un
repliegue desde la política hacia la Academia. Hay que invertir ese movimiento,
entre otras razones, porque es desde su contribución a la resolución de los
problemas de sus sociedades desde dónde se legitima el carácter público de
nuestras instituciones.

Por esta razón, no sólo hay que recuperar la capacidad de procesar un gran
caudal de información para leer el presente en perspectiva, sino para imaginar,
para crear, para construir viabilidad a otros presentes venideros; pero no sólo
en términos de soluciones tecnológicas (que es también indispensable) sino en
términos de transformaciones sustantivas, en las que se juega el sentido de
nuestras prácticas. Para ello habría que poner nuevamente en tensión nuestras
visiones de utopías concretas, con presentes contradictorios y viabilidades a
construir.

6. La educación que está pendiente:

“Ser cultos es el único modo de ser libres” expresaba José Martí y de eso se
trata, sólo que apropiarse de una cultura para la libertad implica la
autoconstrucción de lo que Mészáros define como una “contra-conciencia
estratégicamente concebida, como la alternativa necesaria a la interiorización
dominada colonialmente” (Mészáros, István: 2007:16).

Esto requiere plantear tres consideraciones: 1) creemos que esta alternativa


sólo se logra en el marco de una lucha cultural; 2) que la emergencia de esta
contra-conciencia no puede ser impulsada desde una posición exterior a los
sujetos de esta lucha, sino que ella debe surgir del propio proceso de
protagonizarla y 3) que este proceso no puede expandirse de manera
generalizada, sino se articulan las prácticas educativas emancipadoras del

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interior de las escuelas con otras que, en el mismo sentido, tengan lugar en
múltiples ámbitos de la actividad social y política, dentro y fuera del Estado, y
en y desde diversos medios populares de acción cultural.

Vivimos un tiempo inesperado en muchos sentidos, para algunos y en parte, en


el sentido de nuestros sueños. Por ello, urge construir para un tiempo
inesperado una educación inesperada.

Para preocupación de la hegemonía, la crisis actual de la institución escolar


parece residir en su creciente incapacidad de sujetar. El escaso éxito de las
escuelas en responder al viejo mandato reproductor, se expresa en los
cotidianos desbordes de los sujetos mal sujetados. Simultáneamente, algunas
instituciones dan signos de una vitalidad renovada en la medida en que los
actores escolares, en casos por ahora muy singulares, se plantean como
alternativa potenciar su capacidad de aportar a la construcción de sujetos
autónomos, de sujetos políticos.

Esto quizá explique por qué la tarea de reproducir sujetando, de reproducir


anestesiando existencias, de reproducir homogeneizando identidades y
comportamientos, esté principalmente ahora a cargo de los medios
concentrados y globalmente articulados de comunicación audiovisual.

En síntesis, se trata de una lucha por la educación popular dentro y fuera de la


escuela pública; por una comunicación popular a través de medios
efectivamente democratizados y por la articulación de todo esto por la acción
los nuevos sujetos sociales y políticos emergentes al calor de estas
transformaciones, dentro y fuera de las estructura del Estado. Para impulsar
esta articulación quizá sea necesario el surgimiento de un nuevo sujeto político
en el campo de la educación; quizás éste se esté gestando hoy en las múltiples
redes que anudan miles de experiencias en Argentina y América Latina.

El reaseguro de las transformaciones sudamericanas y aún de reformas menos


ambiciosas depende a mediano y largo plazo de lo que se avance en este
proceso educador articulado y también, claro está, de la sinergia que el
proceso mismo logre para impulsar las transformaciones que el propio Estado
requiere para poner todas sus capacidades y recursos al servicio de la
profundización de las mismas.

En este sentido, los egresados de las Carreras de Ciencias de la Educación


deberíamos estar pensado cuál habrá de ser nuestra contribución a estas
transformaciones desde las universidades públicas, universidades en las que
se formarán parte de los futuros docentes del sistema.

Más aún, esta universidad debiera preguntarse si es pensable la


democratización radical de la sociedad sin el acceso universal de la sociedad
toda a un modo de conocer, a un modo crítico y adulto de conocer y esto nos
lleva a plantear la universalización del conocimiento universitario como
horizonte. Resulta difícil concebir una sociedad en el camino de ser realmente
autónoma, en el sentido autoinstituyente que proponía Castoriadis (1998), si no
aseguramos que, de algún modo y por algún tiempo, todos los ciudadanos

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puedan acceder a un conocimiento público crítico y aprender las claves básicas
para producirlo.

Pero para ello, a su vez, la universidad deberá replantearse su relación con la


sociedad, con sus problemas y sus necesidades y con los saberes que esta
misma sociedad ha ido generando para resolver aquellos o, al menos, para
subsistir con ellos. Saberes legos que muchos universitarios y universidades
han negado históricamente y frente a los cuales deberán dejarse interpelar
para producir conocimientos motivados y dirigidos a sujetos concretos
históricamente situados, incluidos los maestros y los profesores de nuestras
escuelas…

BIBLIOGRAFÍA:
Casullo, Nicolás (2007), Las Cuestiones; Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.
Castoriadis, Cornelius (1998), Hecho y por hacer; Eudeba, Buenos Aires.
Gabetta, Carlos, “Populismos”, en Le Monde Diplomatique, el Dipló, junio de 2006,
Buenos Aires.
Lechner, Norbert (1988), Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política;
FLACSO, Santiago de Chile.
Matus, Carlos (1978), Planificación de Situaciones; CENDES/Libros Alfar, Caracas.
Mészáros, István, A educação para além do capital; en Revista THEOMAI/THEOMAI
Journal, N°15; http://www.revista-theomai.unq.edu.ar/numero15/ArtMeszaros.pdf.
Santos, Boaventura de Sousa (2005), La universidad del siglo XXI. Para una reforma
democrática y emancipadora de la universidad; CEIIH, UNAM, México.
Sotolongo Codina, Pedro y Delgado Díaz, Carlos (2006), La revolución contemporánea
del saber y la complejidad social; CLACSO Libros, Buenos Aires.

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