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Acta de La Época de La Imagen Del Mundo
Acta de La Época de La Imagen Del Mundo
La discusión toma como tópico central la siguiente proposición que introduce el autor al inicio del
texto: “la metafísica fundamenta una era, desde el momento en que, por medio de una determinada
interpretación de lo ente y una determinada concepción de la verdad, le procura a ésta el
fundamento de la forma de su esencia”. De entrada, se presentan ciertos problemas interpretativos
que más allá de ser tomados de la forma más burda y estéril deben ser abordados desde la intención
implícita con que el autor propone la mutua determinación entre esencia y verdad, hasta la relación
epistemológica que se sobreentiende entre el ser de una época y su autoconsciencia, vista aquí
como meditación. El plano de la discusión se sitúa primero desde una perspectiva marxista que a la
vez introduce el problema manifiesto entre praxis de una época y las pretensiones ideales en que
se desarrolla, las cuales se encuentran comúnmente en el foco de la crítica por insipiente respecto
al material histórico con que labora o como resultado ideológico a partir de las luchas por la
aprehensión material de dicha época, sin embargo, el materialismo histórico demasiado riguroso en
la aplicación crítica al texto trabajado resultaría infructuoso pues introduce una superposición
dialéctica sin considerar las diferencias iniciales entre la fundamentación ontológica de la metafísica
en Heidegger y las tendencias idealistas hegelianas con las que inicia la crítica marxista, pues cada
una obedece a su propio espacio y tiempo. La conciliación viene entonces como anillo al dedo
cuando se pretende incluir en los hechos materiales que determinan una época el poseer también
un sentido, en este caso una esencia de lo ente y su verdad, que más allá de ser pensado hoy, hace
cien años o no haberlo sido nunca, pues el quién no interesa al espíritu humano en tanto historia,
está materializado en la labor práctica con que se transforma el mundo y a la vez es esta labor
material su condición metafísica en tanto es representativa e intencional, así conciliado el dilema
tenemos una elaboración hermenéutica de la modernidad que si bien posee una configuración
cartesiana en el sentido más metafísico de tal concepción, es también una configuración práctica,
puesto que si la primera no tuviera por consecuencia el desarrollo del subjectum en el cogito ergo
sum, la segunda no tendría el fundamento de la representación tal y como se concibe en el
despliegue metodológico y sistemático de las ciencias exactas que, a la vez, son el soporte
fundamental de la producción (de signos) contemporánea.
Tras la digresión anterior, se canaliza el dialogo hacia la afinidad entre la física, como el mejor
representante de las ciencias exactas, e historia como la ciencia más problemática de las
humanidades en tanto certeza de sus resultados, sin embargo, aunque vista superficialmente la
comparación pueda parecer superflua, está implícita en la exposición del autor. Hasta el proyecto
con más rigor científico se soporta sobre fuentes históricas a las que se debe otorgar buena cantidad
de certidumbre si quieren ser utilizadas, y este cúmulo de fuentes crea el sistema que determina el
futuro de la empresa científica y permite la edificación de lo ente en tanto sistema, la diferencia
está en la esencia de lo ente a tratar pues si bien la historia reposa en el presente como consecuencia
de hechos pasados, su objeto no es la cuantificación homogeneizadora que establecen las leyes para
la anticipación de lo que a partir de las fuentes parece posible, sino la reunión de fuentes revisadas
y estructuradas cronológicamente puesto que su única unidad de medida, el tiempo, no es el fin
mismo de la investigación histórica; así, lo que termina elaborando es el discurso de la visión y
relación humana con lo ente a través de su finitud frente al mundo. Como sea esta manera de ver
el pasado es también una representación moderna del ser humano como ente histórico que ha
desplazado el mito, el relato de los pueblos, y también puede sufrir de la miopía logocéntrica en que
suele caer toda ciencia.
Por último se debe sintetizar lo anteriormente dilucidado incorporándolo al tema principal, la
moderna imagen del mundo; ya sabemos que ésta es la consecuencia histórica y sistemática del
desarrollo del sujeto y de su renovada manera de representar el mundo en lugar de presentarse
ante el o dejar que este se le presente en su experiencia conjunta en tanto ser en la naturaleza, la
imagen del mundo solo aparece cuando el medio resulta ser el fin en la investigación, cuando la
exactitud de la medida y las técnicas necesarias valen más que lo ente mismo; en esta lógica la
naturaleza se vuelve objeto del sujeto y al estar separado definitivamente de la totalidad de lo ente
representado en el mundo queda el ser humano amparado por sus propios medios tratando de
crear su propia naturaleza en el objeto mediador que, al ser cargado con la falta de una inserción
en el mundo, termina siendo su mundo, el fetiche de la producción técnica que utiliza como medio
la naturaleza en la medida en que sus fuerzas y sus fenómenos impulsen la funcionalidad del
producto que complementa su narcisismo, pues solo con este cree dominar todo lo ente.
La meditación metafísica en Heidegger deja mucho que desear en términos de precisión analítica al
no tomar más objeto que el mismo ser abstraído en lo ente, y su posibilidad de representación,
también abstraída hasta una generalización poco confiable, termina siendo dependiente de la
estructuración del sujeto como medida de todas las cosas a partir de reflexiones históricas que si
bien son esenciales no eran necesarias para derivar el ser histórico que representa todo cambio en
la representación de lo ente. Posiblemente sin la meditación metafísica cartesiana el sujeto tal cual
como se desarrolla en la modernidad hubiese sido el mismo, pues como se discutió al principio de
este dialogo, el espíritu de la época, su esencia y su verdad poco pueden ser afectados por la
autoconsciencia ontológica en un discurso aislado. Como sea, la reflexión consiguiente es
totalmente árida dado que resulta en un dilema similar a la pregunta sobre el origen de lo ente y la
voluntad que lo representa y modifica. La pertinencia de esta última reflexión corresponde al debate
sobre cómo se puede transformar la práctica humana en relación con todo lo ente sin crear una
imagen del mundo que sesgue el experimentum individual como presencia necesaria para el
verdadero conocimiento, sobre cómo profesar lo poético sin aniquilarlo en su profusión, con esto
entramos de lleno en el ser mismo del signo y de la representación más allá de una época y un lugar
en particular.