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EMOTIVISMO MORAL

Tiempo y espacio: siglo XVIII, Inglaterra

Autores: Conde Shaftesbury, David Hume, Alfred Ayer, Charles Leslie Stevenson, Bertrand
Russell

Concepto: El emotivismo moral es la teoría ética que afirma que el fundamento de la


experiencia moral lo encontramos en los sentimientos que las personas despiertan sobre
nosotros, y no en la razón.

El emotivismo moral esta guiado por los sentimientos morales de una persona aquellos que
determinan si algo es bueno o malo. El emotivismo moral va en contra del racionalismo moral
ya que en este las cosas son determinadas por la obligación.

Por tanto el emotivismo moral es guiarse por lo que se siente, basado en la naturaleza
humana, la cual de por si nos lleva a decidir entre lo que es bueno y lo que no. La definición de
lo que es bueno para uno y para otro no puede variar para todos.

La ética no se puede decir o expresar. Se tiene que mostrar, solo puede captarse
emotivamente. La ética es de suma importancia. La relación entre moral y acción humana no
es intelectiva, sino emotiva. La valoración no es creencia o conocimiento, sino emoción.

El emotivismo
Los ingleses Moore y Stevenson, en los siglos XIX y XX, establecieron que los juicios morales no
son más que expresión de las preferencias personales; al contrario que los juicios fácticos, que
expresan hechos independientes de nuestros gustos1.

Decir "esto es bueno", sería lo mismo que decir "yo apruebo esto, hazlo tú también", o decir
"¡viva esto!".

El significado de un juicio moral sería, pues, diferente de su uso: significa realmente una
preferencia, y se usa como si fuera una obligación (simulando otras morales más antiguas, las
de la trascendencia; simulación que es una tentativa de manipulación del prójimo, por si alguno,
poco informado, se impresiona). El emotivismo es pues, un utilitarismo psicológico.

Su influencia ha sido grande, y conocidos personajes vieron en él una liberación de las presuntas
alucinaciones de Aristóteles, de Jesucristo... y del temor al infierno2. Sin embargo, destrozado
por las críticas, ha sido desechado.

Si estamos dispuestos a aprovechar lo poco o mucho que el emotivismo tenga de aprovechable,


podemos observar que una persona sensata y virtuosa, espontáneamente vibra con el bien: por
eso es bueno consultar al sentimiento, antes de formar un juicio moral. Pero la última palabra
para juzgar un acto la tiene la conciencia, o sea la razón, a la luz de unos principios que no
suministra ni puede suministrar el emotivismo.

También es verdad, desgraciadamente, que muchas personas usan los juicios morales como un
disfraz de sus preferencias personales (o de sus intereses más rastreros), lo cual ha sucedido
siempre y seguirá sucediendo; pero este abuso no quiere decir que toda la moral sea subjetiva.

1
Mclntyr~ "Tras ". p.26 y ss.
2
Mclntyrc; "Tras •• p.31
Anthony Ashley, Conde de Shaftesbury

El 3er Conde de Shaftesbury, justifica la posibilidad misma de su existencia a partir de una


reflexión sobre la belleza. A través de todo el transcurso de “Los Moralistas”, Shaftesbury
desarrolla a la vez una teodicea e intenta refutar la posición hobbesiana que sostiene el origen
de la moral en el razonamiento auto interesado; lo hace sosteniendo un mundo
armoniosamente constituido como sistema y orientado al bien, evidencia de la existencia de una
inteligencia divina benevolente y espejo de su mente. La belleza del mundo, su ordenamiento
armonioso, es aquí lo mismo que su bondad como orientación a la máxima felicidad. El
ordenamiento armonioso, sin embargo, es impreso sobre la materia por la inteligencia, y no es
entonces el objeto lo bello, sino la mente que lo embellece. El hombre, por su parte, ha sido
instintivamente capacitado para captar tales bellezas naturales de manera que haya “…en
ciertas formas una natural belleza que el ojo percibe en cuanto se enfrenta con el objeto que la
posee”

Dado que lo que es percibido como bello no es una cualidad del objeto, sino de la inteligencia
que da la forma bella, es esperable que seamos capaces de discernir de la misma manera aquello
que de bello o detestable hay en nuestro carácter o el de nuestros congéneres: “…en cuanto se
percibe el obrar humano, en cuanto se disciernen el afecto o la humana pasión […]la mirada
interna distingue y ve lo bello y lo bien formado, lo amable y lo admirable, como distinto de lo
deforme, de lo desagradable, lo repugnante, lo despreciable ¿Cómo no admitir entonces que si
estas distinciones tienen un fundamento en la naturaleza, el discernimiento quede ellas
tenemos no sea también natural, y que sólo la naturaleza lo da?” .

Así, Shaftesbury postula la existencia de un sentido moral naturalmente adquirido, que nos
permite juzgar los caracteres humanos a través de los actos de las personas, en la existencia de
un similar sentido para la captación de la belleza de las formas del mundo natural.

FRANCISCO HUTCHESON

Para defender la objetividad del conocimiento moral, Hutcheson combina el enfoque empirista
de Sha y sus consiguientes análisis introspectivoscon un pensamiento cuasi trascedental.

Sostenía que dado la vida moral es compleja, el sentido moral debe serlo igualmente, al menos
en cuánto cumple dos funciones: discernir el bien del mal y motivarnos hacia el bien.

Hutcheson, que sostenía el empirismo lockeano, la belleza será percibida por la mente en los
objetos, sin que esto signifique que sólo la mente pueda ser bella. Más bien, tanto ésta como la
bondad dependerán exclusivamente de ciertas características presentes enel objeto o el acto
que, captadas por nuestra inteligencia, nos presentan con la “idea sensible” de belleza o bien,
que son por lo tanto del mismo orden que las cualidades secundarias. De ésta manera, los
sentidos “internos” o “reflexivos” que captan lo bello y lo bueno no lo serán aquí por la misma
razón que con Shaftesbury, que consideraba que esto se daba puesto que sus objetos eran
exclusivamente productos de la inteligencia. Serán considerados internos puesto que, a
diferencia de las sensaciones como “frio/calor” o “amargo/dulce”, o inclusive los placeres o
dolores estrictamente sensibles, que se presentan directamente a nuestra mente, ellos
dependen para contar con sus objetos propios de la operación de las otras capacidades, de la
misma manera que la memoria o la razón, para que pongan ante la mente aquello que debe ser
evaluado. Mientras que nuestros sentidos externos presentan ante la mente sus contenidos sin
mediación, los sentidos internos necesitan de las percepciones de los otros para actuar. Esta
idea de belleza y virtud como impresiones reflexivas, no como impresiones de los sentidos sino
más bien como respuestas en nosotros a éstas

Emotivismo Moral de Hume: de su Libro “Investigación sobre los Principios de la Moral”

En su obra “Investigación sobre los principios de la moral”, Hume afirma que la moral descansa
fundamentalmente en los sentimientos. Para él, hay sentimientos molares y sentimientos que
se despiertan en nosotros debido a la percepción de ciertas acciones o cualidades de las
personas. El sentimiento moral básico se denomina “humanidad”, sentimiento positivo por la
felicidad del género humano. Se llaman virtuosas a las acciones que despiertan en nosotros ese
sentimiento, y vicios las que despiertan en nosotros el sentimiento contrario. Hume llama
simpatía a la tendencia que las personas sienten por participar en las emociones de los demás,
una tendencia del sujeto a relacionarse con otros sujetos.

La causa de la simpatía es la semejanza entre las personas. Nuestras acciones también están
motivadas por un sentimiento de atracción y antipatía que nos producen dichos
comportamientos. Por eso, buscamos lo que nos causa placer y rechazamos lo que nos causa
dolor.

Principios:

1. Si la razón fuese el fundamento de la moral, entonces lo moral tendría que ser un


hecho o algún tipo de relaciones
2. Se podría alegar que el carácter criminal de la acción anterior no consiste en un hecho
individual, sino que es preciso relacionarlos con otras situaciones
3. El carácter de mala o buena de una acción o cualidad tampoco es una propiedad de
relación.
4. Ni los sentidos ni el razonamiento es capaz de captar el carácter estético de las cosas.
Y lo mismo ocurre.
5. La esfera moral tiene una clara analogía con la esfera del gusto o experiencia estética
6. Existen relaciones similares a las que despiertan en nosotros valoraciones morales que
sin embargo no tienen influjo en la moralidad.
7. Los fines últimos de las acciones humanas no dependen de la razón sino del
sentimiento. (La razón es incapaz de dar fines finales)

Como explica Hume el emotivismo Moral: (Como construimos ideas)


 Tenemos sensaciones internas o externas: generadas por nuestros sentidos y
emociones
 Las sensaciones dejan huella en la mente: genera impresiones
 Las impresiones generan ideas.

“En muchos tipos de belleza, especialmente aquéllas de las artes más delicadas, se requiere
emplear muchos razonamientos con vistas a experimentar el sentimiento apropiado; y un gusto
espurio puede frecuentemente corregirse empleando argumentos y reflexiones. Existen
fundamentos sólidos para concluir que la belleza moral tiene mucho en común con este último
tipo, y que requiere de la ayuda de nuestras facultades intelectuales en orden a ejercer una
influencia apropiada en la mente humana”

Para Hume, La moral descansa fundamentalmente en los sentimientos.

El emotivismo se opone al intelectualismo moral.

El intelectualismo sostiene que la única condición necesaria para la conducta moral es el


conocimiento, es decir, considera que para ser algo lo único necesario es conocer su concepto.
Por ejemplo, para ser bueno solo se necesita conocer el concepto bondad. Esta teoría parece
contraria a lo que todo el mundo piensa, dado que podemos conocer el concepto maldad, y no
por ello, ser malos. El emotivismo moral le da mucha más importancia a los sentimientos y
emociones en la vida moral y se acerca mucho más a lo que a lo que diría nuestro sentido común.

Hume entiende que el intelectualismo moral o puede ser debido a que: pretender deducir
normas morales a partir de hechos es cometer una falacia (falacia naturalista), dado que el
conocimiento de los hechos nos muestra cómo son éstos, no cómo deben ser; la lógica no nos
impulsa por si sola a la acción, los sentimientos son los que realmente nos empujan; y por último,
aunque la razón nos ayude a comprender cuales son las consecuencias de las acciones, esto es
insuficiente para fundamentar la experiencia moral.

El problema que plantea el emotivismo moral es que aleja la ética de la racionalidad. Por ello, la
define como algo subjetivo que no permite discusión, ni argumentación, no es universalizable.

Alfred Ayer

Alfred Ayer sostiene que los juicios de valor no afirman nada ni sobre algún objeto del mundo
(como aseveran las posturas objetivistas) ni sobre el estado personal de ánimo del enunciador
(como supone el subjetivismo): sólo expresan ciertas emociones. Pero expresar no es lo mismo
que aseverar: decir “Robar dinero es malo” es como decir “¡¡Robar dinero!!”, con un particular
tono de horror. “Malo” no agrega ninguna información: sólo manifiesta un sentimiento de
desaprobación, del mismo modo que “¡Ay!” no es una afirmación acerca de un dolor que se
siente, sino la expresión de ese dolor. Al no ser afirmaciones, estos juicios no son ni verdaderos
ni falsos. Los conceptos éticos son pseudo-conceptos, que no agregan ningún tipo de
información sobre la acción evaluada. Niega, a su vez, que se pueda argumentar sobre valores:
cuando creemos hacerlo sólo argumentamos sobre los hechos que rodean a nuestras
valoraciones.

Bertrand Russell

En la particular versión del emotivismo debida a Bertrand Russell (posición que más adelante
matizaría en buena medida), cuando se pronuncia “X es bueno en sí mismo” lo que se dice
realmente es “¡Ojalá que todos deseen X!”. Un juicio de valor, pues, expresa un deseo, que como
tal no es una descripción, por lo que no le cabe verdad o falsedad. A diferencia de la posición de
Ayer, sin embargo, el deseo moral manifiesta para Russell la pretensión de extender
universalmente la cualidad valorada.

C. L. Stevenson

C. L. Stevenson destaca no tanto la función expresiva de los términos morales como su carácter
“magnético”, esto es, su capacidad para influir en la opinión y en el curso de la acción de las
personas. Así, para Stevenson, aceptar que algo es bueno nos haría en principio tender a obrar
en su favor. Por ejemplo, un juicio de valor como “La música clásica es buena” además de
expresar una emoción significaría “A ti también debería gustarte la música clásica”. De modo
que los juicios de valor no sólo tendrían un valor expresivo, sino que mediante ellos el
enunciador pretendería ejercer una presión normativa sobre su interlocutor, persuadirlo de que
realice ciertas acciones.

Stevenson admite que hay un razonamiento moral, es decir, que tendemos a respaldar nuestros
juicios morales mediante razones. Sin embargo, para este filósofo la relación que guardan estas
razones con los juicios que pretenden apoyar es sólo psicológica y no lógica. Lo que hace posible
este apoyo es el hecho de que nuestras actitudes morales están psicológicamente
emparentadas con nuestras creencias, y la alteración de las creencias conlleva en general la
modificación de las actitudes del caso.

El emotivismo es una doctrina en la cual están representados los llamados juicios


morales o juicios de valor, todo es subjetivista, no son ni verdaderos ni falsos.
Stevenson es el máximo representante, según MacIntyre, que se concentra en
la función del juicio moral y el propósito de este juicio, basándose en la idea de
“yo apruebo esto, hazlo tú también”.
El emotivismo no da una justificación racional para las normas que dicta e
irrumpe al lenguaje moral.
Se constituyó como una refutación a la teoría moral conocida con el nombre de
intuicionismo cuyo progenitor fue G. E. Moore, se dieron tres postulados:
1. Lo bueno es un nombre de una propiedad no natural que denominó
intuiciones y no se podía refutar o probar, pues no se aducía ni en pro o
en contra de esta. “ello es bueno”
2. Decir que una acción es justa equivale a sostener que es la mejor frente
a otras, tomando como implicancia las consecuencias que al tomar esta
traería. Siguiendo el pensamiento que ninguna acción es justa o injusta
en sí misma y que cualquier cosa puede estar permitido bajo
circunstancias.
3. Los afectos personales y los goces estéticos son los mayores bienes que
podemos imaginar. Así, por ejemplo, la amistad y la contemplación de lo
bello en la naturaleza o en la obra de arte se convierten prácticamente en
los únicos fines de toda acción humana, o quizá –habría que decir– en los
únicos fines verdaderamente justificables.

o El rico esteta: se trata de un personaje sobrado de recursos económicos


(medios) que interpreta la realidad como una serie de oportunidades para
su gozo; su mayor enemigo es el aburrimiento. Su cualidad más
característica es la codicia, rasgo de carácter que se destaca en el mundo
contemporáneo. Nuestro tiempo ha perdido de vista la noción de que el
deseo indiscriminado de tener más, la pleonexia, deba considerarse un
vicio. Las múltiples personas que están a su servicio son percibidas como
instrumentos para obtener todo aquello que, a cada momento y
caprichosamente, se le antoje. Es sumamente interesante señalar que
gran parte de las personas que viven según los parámetros de la presente
cultura comparten, aunque más no sea con el anhelo y la fantasía, las
actitudes de este personaje.
o El gerente burocrático: este personaje se encuentra inserto en el contexto
de las instituciones públicas y privadas; posee una racionalidad
eminentemente instrumental que consiste en ajustar, de manera eficaz,
medios económicos a diferentes fines, generalmente determinados por
los intereses del mercado. Esta es la tarea central del gerente burócrata.
Las personas son para él meros “recursos” humanos.
o El terapeuta: su labor fundamental es colaborar con las personas para
que se “liberen” de sus síntomas neuróticos, muchos de los cuales tienen
su origen en la falta de sentido producida por la ausencia de una
verdadera teleología que dote de coherencia y sentido de unidad al
conjunto de la vida humana. A diferencia de lo que antiguamente hacía,
por ejemplo, un sacerdote –qua personaje de otro contexto cultural– el
terapeuta no aconseja sobre el bien humano. Por este motivo, la
verdadera “liberación” contenida en su terapéutica se mostraría en el
admitir que no existe otra orientación para la vida humana que aquella
que cada uno desee otorgarle.

PARADIGMAS DE ACCIÓN:
Un emotivista:
Me gusta A, B es algo que está feo.
Me gusta A porque me guío de mis sentimientos, a ti también debería gustarte.
Algo es bueno si me gusta,

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