Está en la página 1de 10

Tema 5. David Hume.

Texto: - Investigación sobre el conocimiento humano, sección


2, “Sobre el origen de las ideas” (trad. J. Salas Ortueta, Madrid, Alianza, 1997, pp. 33-36).

Nociones:
- Impresiones e ideas.
- Límite del pensamiento y principio de copia.

Temas:
- La crítica de los conceptos metafísicos.

CONTEXTUALIZACIÓN

El filósofo escocés David Hume (1711-1776) desarrolla su obra durante el siglo XVIII, en el
seno de la corriente empirista y llevando a la práctica los principios fundamentales que
caracterizaban la Ilustración. Se trata de un siglo de recuperación económica y de explosión
demográfica, una época de grandes transformaciones, que se aceleran sobre todo a partir
de 1750. Es la época en la que Adam Smith elabora sus tesis liberales, en la que se inicia la
revolución industrial con la invención por Watt de la máquina de vapor. Desde el punto de
vista social, se agudiza la crítica a la sociedad estamental, que acabará provocando la
Revolución Francesa y la sustitución de las doctrinas del origen divino del poder por las
contractualistas. Desde el punto de vista científico, Newton dará el impulso definitivo al
desarrollo de la ciencia moderna.

Hume, como filósofo empirista compartía con John Locke el rechazo del dogmatismo de
quienes se empeñan en hacer un uso inapropiado de la razón para mostrar una seguridad
absoluta en el conocimiento, sin tener en cuenta cómo piensan y actúan los seres humanos.
Desde este posicionamiento, adoptará una actitud epistemológica que le abocará a una
crítica radical de la metafísica y moral tradicional y una defensa de la tolerancia
fundamentada en la creencia y la probabilidad frente al dogmatismo. La finalidad de Hume
coincide con los ideales de la Ilustración, la cual proclama la libertad, la tolerancia y la
supresión de la superstición frente al fanatismo que habían alimentado las guerras y la
intolerancia en Europa. La vida de Hume, pues, se desarrolla en pleno s. XVIII, el llamado
Siglo de las luces o de la Ilustración. Inglaterra en esta época vive una situación
sociopolítica peculiar, que difiere del resto de Europa. En efecto, si en el continente
prevalece el absolutismo, en Inglaterra, unas décadas antes, había tenido lugar la
revolución burguesa, en el año 1688 aconteció la Gloriosa Revolución, cuyo objetivo era
obtener derechos individuales, intervención del pueblo en la legislación, abolición de los
monopolios del Estado, etc. En adelante la monarquía será parlamentaria y constitucional
consagrándose la supremacía del Parlamento, y proclamándose en 1689 la Declaración de
Derechos. El triunfo de la revolución supuso el triunfo de las libertades políticas, religiosas
y económicas. La clase más beneficiada fue la burguesía (comercial, terrateniente e
industrial), a la que pertenecía Hume.

En 1734 se retira a Francia, donde escribe su primera obra, Tratado acerca de la


naturaleza humana. Tres años más tarde vuelve a Londres a publicarla, pero el fracaso fue
total. En 1752 publica sus Discursos Políticos y crece su fama. Se le pide a la Iglesia
Anglicana que lo excomulgue por sus escritos “subversivos contra la religión y la moral”.
La Iglesia católica le incluye en el índice de los libros prohibidos. Intenta repetidas veces
hacerse con las cátedras de Ética y Lógica en la Universidad, pero es rechazado “por sus
ideas heréticas”. Otras obras importantes son: Investigación sobre los principios de la
moral, Diálogos sobre la religión natural e Investigación sobre el entendimiento humano.
Suele caracterizarse al empirismo inglés contraponiéndolo al racionalismo continental
(Descartes, Leibniz, Spinoza). Ambos coinciden en señalar que el objeto del conocimiento
son las ideas (IDEALISMO); pero, mientras los racionalistas sostienen el origen innato de
éstas, los empiristas consideran que todas las ideas provienen de la experiencia. La
experiencia es para estos últimos la fuente, el criterio de validez y el límite mismo del
conocimiento. El llamado empirismo inglés desarrolla desde John Locke (1632-1704) una
fuerte polémica contra aspectos centrales del racionalismo y, en general, una crítica de la
metafísica. Sin embargo, sería equivocado contraponer empirismo a racionalismo, como si
el primero fuera meramente una filosofía contraria a la razón. El empirismo no niega la
razón, sino que considera que su ámbito de aplicación se reduce a plantearse la verdad o
falsedad de los juicios, los cuales han de referirse, en última instancia, a la experiencia.
Además, el empirismo critica la metafísica como construcción especulativa
desgajada de la observación y muestra interés por problemas del mundo humano (ética,
política, religión), que intenta clarificar mediante el análisis crítico. Pretende con ello
sustituir el apriorismo racionalista y las actitudes fanáticas y entusiastas (basadas en la
presunta asistencia del espíritu divino) por un tratamiento empírico-histórico de los
problemas. Por otro lado, si los racionalistas consideran la matemática como modelo de
saber y adoptan, como ideal de método, el método deductivo, propio de ésta; los empiristas
se orientan en el sentido de la ciencia física (Boyle, Newton) y adoptan como ideal de
método, el método inductivo. La deducción queda confinada al ámbito del saber
matemático; el conocimiento factual consiste, en cambio, en generalizaciones a partir de la
experiencia. Si para los racionalistas, por tanto, la filosofía ha de adecuarse al modelo
matemático, para los empiristas ha de seguir el de las ciencias naturales.
Hume influyó decisivamente en Kant, al que despertó de su “sueño dogmático”. De hecho
el Idealismo trascendental kantiano se fundamenta en el principio de que todo nuestro
conocimiento comienza con la experiencia (aunque no todo conocimiento provenga de
ella).

Sus ideas se han prolongado en filósofos como Russell o Popper, y la crítica al razonamiento
inductivo ha jugado un importante papel en la filosofía de la ciencia. A la vez, el
cuestionamiento del razonamiento causal que subyace a su filosofía y la crítica a ideas como
la de sustancia o yo, han sido debatidas a lo largo de toda la historia de la filosofía. En el
terreno de la ética su propuesta es conocida como emotivismo moral***. Las aportaciones
de este autor en temas como la historia, la religión o la política no han recibido la atención
que debieran, debido probablemente a que estas ideas han sido eclipsadas por el
empirismo. Pese a esto la crítica que plantea a la religión y su defensa de la necesidad de
adoptar un enfoque histórico para comprender el origen y desarrollo de aspectos
culturales, religiosos o políticos, recobrarían después una especial relevancia en todo el
siglo XIX, tanto en los filósofos de la sospecha (Marx, Freud, Nietzsche) como en las
corrientes historicistas.

***Falacia naturalista y emotivismo moral. El emotivismo moral se opone al


intelectualismo moral. Esta última teoría moral afirma que la condición necesaria y
suficiente para la conducta moral es el conocimiento; por ejemplo, que para ser buenos es
necesario y suficiente el conocimiento de la bondad. Esta teoría parece contraria a las ideas
corrientes pues para la mayoría de las personas se puede ser malo sabiendo sin embargo
qué es lo que se ha de hacer, cuál es nuestro deber. El emotivismo moral se acerca mucho
más a la concepción corriente o de sentido común al desatacar la importancia de la esfera
de los sentimientos y las emociones en la vida moral. Hume es su más importante defensor
en la filosofía moderna. La moral descansa fundamentalmente en los
sentimientos: Hume creerá que hay sentimientos morales, sentimientos que se despiertan
en nosotros con ocasión de la percepción de ciertas acciones o cualidades de las personas. El
sentimiento moral básico es el que denomina “humanidad”: sentimiento positivo por la
felicidad del género humano, y resentimiento por su miseria. Llamamos acciones virtuosas
a todas las acciones que despiertan en nosotros dicho sentimiento, y vicios a las que
despiertan en nosotros el sentimiento negativo
(1) Nociones: impresiones e ideas

A diferencia del racionalismo, que afirmaba que la razón era la fuente del conocimiento, el
empirismo tomará la experiencia como la fuente y el límite de nuestros conocimientos. Ello
supondrá la crítica del innatismo, es decir, la negación de que existan "ideas" o contenidos
mentales que no procedan de la experiencia. Cuando nacemos la mente es una "tabula rasa"
en la que no hay nada impreso. Todos sus contenidos dependen, pues, de la experiencia.
En el caso de Hume, la experiencia está constituida por un conjunto de impresiones, cuya
causa desconocemos y, estrictamente hablando, no debe identificarse con "el mundo", con
"las cosas".

Elementos del conocimiento.- Mira este folio y cierra a continuación los ojos tratando
de imaginarlo. En los dos casos lo estarás percibiendo (o conociendo), si bien entre ambos
existe una notable diferencia: la percepción del folio es más viva cuando lo vemos que
cuando lo recordamos. Hume considera que las percepciones son los elementos del
conocimiento. Pero distingue dos tipos de percepciones: las impresiones oconocimiento
que nos proporcionan los sentidos en el presente y las ideas o huellas o representaciones
mentales de impresiones que hemos tenido en el pasado. Por tanto, las ideas provienen de
las impresiones, y a toda idea le orresponde una impresión de la que procede.

El criterio para diferenciar impresiones e ideas es la vivacidad. Las impresiones son más
vivas, las ideas son más débiles, confusas e imprecisas. Las ideas no se encuentran sueltas
en nuestro entendimiento, sino asociadas unas a otras.

Tipos de conocimiento.- hume distingue dos tipos de conocimiento: el de relaciones


existentes entre ideas y el conocimiento factual, de hechos.

a) Relaciones de ideas: es el conocimiento que no se refiere a hechos, sino a la relación


existente entre ideas. Aunque estas ideas (como todas) procedan, en último término, de la
experiencia, la relación existente entre las mismas es, en cuanto tal, independiente de los
hechos. A este tipo de conocimiento pertenecen la lógica y las matemáticas. Sus
afirmaciones son ciertas de modo demostrativo, sin necesidad de referirse a hechos.

Si tomamos el caso de las matemáticas, sin negar su aplicabilidad a la ciencia, a los hechos,
insiste H. en que en sí mismas están vacías de contenido factual, empírico. Decir que “4 +
3 = 7” no es en sí mismo decir nada acerca de cosas existentes; la verdad de la conclusión
depende simplemente del significado de los términos y de si la relación entre ideas es
adecuada.

Los juicios de las matemáticas son ANALÍTICOS. Son juicios en los cuales el predicado se
limita a explicitar aquello que está implícito en el sujeto.

b) Conocimiento de hechos: es el conocimiento referido a impresiones. Comprobamos su


verdad recurriendo a la experiencia. Introduce H. un criterio tajante para decidir acerca
de la verdad de nuestras ideas: ¿Queremos saber si una idea cualquiera es verdadera?
Muy sencillo: comprobemos si procede de alguna impresión. Si podemos señalar la
impresión correspondiente, estaremos ante una idea verdadera; en caso contrario,
estaremos ante una ficción. Nuestros conocimientos están, pues, limitados por las
impresiones.

El conocimiento de hechos se expresa en juicios SINTÉTICOS. El predicado amplía la


información que aporta el sujeto.
(2) Nociones Límites del pensamiento y principio de copia

El principio de copia es el criterio empirista de conocimiento: es legítima sólo aquella idea


que tenga a su base una impresión. Hume utiliza este criterio para examinar las nociones
tradicionales de la metafísica, es decir, para decidir la objetividad y validez de las ideas.
Cuando queremos averiguar si una idea tiene validez objetiva (es decir, si puede formar
parte de una descripción del mundo correcta, si podemos obtener conocimiento de la
realidad a la que se refiere, y no es más bien producto de la imaginación o del prejuicio)
podemos seguir la siguiente regla: examinemos si a la base de dicha idea se encuentra una
impresión: si encontramos una impresión que pueda corresponder a dicha idea, entonces
la idea será legítima; si no la encontramos, entonces será ilegítima. Dicho en términos más
sencillos: una idea es legítima en el caso de que podamos tener una sensación del objeto al
que se refiere. Como se puede observar fácilmente, este criterio resume la tesis esencial del
punto de vista empirista: solo se puede conocer aquello que se puede percibir.

Es preciso tener en cuenta que este criterio se utiliza exclusivamente para valorar las ideas
y supuestos conocimientos que pretenden referirse a objetos del mundo, pues no hay que
olvidar que para Hume también son válidos los conocimientos referidos a las relaciones
entre las propias ideas (como el matemático). Utilizando el criterio empirista del
conocimiento, Hume criticará gran parte de los conceptos tradicionales de la filosofía: el
concepto o idea de Dios, del alma, del yo como substancia, de la idea de substancia, de la
causalidad entendida como vínculo necesario entre dos sucesos o dos objetos, del mundo
exterior. No tenemos experiencia de Dios, ni del yo, ni del mundo. La experiencia es, pues,
el límite del conocimiento. Y Dios, el yo y el mundo, se encuentran más allá de ella. Juicios
tales como “Dios existe”, no son verdaderos ni falsos. Simplemente, para el empirismo, no
tienen sentido. Y un juicio para ser verdadero o falso, antes ha de tener sentido.

El empirismo no es, pues, sólo una actitud respecto al origen del conocimiento; es también
una toma de posición frente a los límites de éste. En efecto, para el empirismo el
conocimiento humano, que empieza inevitablemente por la experiencia, no debe nunca
rebasar los límites de ésta, pues sólo en ella se encuentra el fundamento de su validez. En
la experiencia está el fundamento y la raíz de todo. No sólo la ciencia, también la ética, el
derecho y hasta la religión se verán forzados, violentados para constreñirse a los límites
propios de la experiencia sensible.

Para el empirismo, la experiencia es sinónimo de percepción (o mejor, del cúmulo de


percepciones), tanto de la percepción externa como de la percepción interna.

La percepción externa nos permite el conocimiento del mundo exterior y la percepción


interna el conocimiento de nuestra propia vida psíquica. Así pues, las dos tesis
características del empirismo son:

· la experiencia es el origen de nuestro conocimiento;


· la experiencia es también su límite.

Los límites del pensamiento, del conocimiento, vienen dados por la experiencia. Los temas
que trata la metafísica se refieren a “algo” que más allá de la experiencia, no se relacionan
con ninguna impresión. Por tanto, la metafísica no es conocimiento, sus juicios carecen de
sentido.

El siguiente texto del final de Investigación sobre el entendimiento humano resume


de modo gráfico la crítica de Hume a la metafísica tradicional:

“Si tomamos en nuestras manos un libro cualquiera, de teología o de metafísica por


ejemplo, preguntémonos: ¿contiene un razonamiento abstracto relativo a una cantidad o a
un número?; no. ¿Contiene un razonamiento fundado en la experiencia, relativo a hechos
prácticos o la existencia?; no. Echadlo, pues, a las llamas ya que no puede contener más
que sofismas e ilusiones”.

En cuanto a de que nada que no se ofrezca en la experiencia puede ser conocido, las
posiciones de los empiristas de esta época fueron distintas: Locke aceptó la posibilidad de
alcanzar realidades que están más allá de la experiencia, tanto las relativas al alma y Dios
como las relativas a la existencia del mundo material. Berkeley consideró posible el
conocimiento de las substancias espirituales, pero negó la existencia del mundo material.
Hume fue el filósofo más coherente al mostrar que si aceptamos el valor de la experiencia
como criterio de verdad y llevamos hasta el final esta tesis, sólo podemos creer que existen
nuestras propias percepciones, por lo que debemos negar la posibilidad de conocer el
mundo físico, Dios y el alma humana, y concluir en un punto de vista claramente
fenomenista.

(3) Tema: la crítica de la metafísica

CRÍTICA A LA IDEA DE CAUSA.

El conocimiento de hechos y la idea de causa. Aplicando el criterio epistemológico


establecido por Hume, el conocimiento de hechos queda limitado a las impresiones
actuales (lo que ahora vemos, oímos…) y a los recuerdos (ideas) actuales de impresiones
pasadas (lo que recordamos haber visto, oído,…), pero no puede haber conocimiento de
hechos futuros, ya que no poseemos impresión alguna de lo que sucederá en el porvenir
(es imposible tener impresiones de lo que aún no ha sucedido).

Ahora bien, aunque del futuro no tenemos experiencia, en nuestra vida contamos
constantemente con que en el futuro se producirán ciertos hechos. Por ejemplo, si ponemos
un recipiente de agua al fuego, contamos con que se calentará. Pero, ¿cómo podemos estar
seguros de que el agua se va a calentar? Según Hume, estamos seguros de que el agua se va
a calentar porque el fuego es la causa de que el agua se caliente (efecto). Es decir, todos
nuestros conocimientos sobre cuestiones de hechos se basan en la relación causa-efecto.

Causalidad y “conexión necesaria”. ¿Cómo entendemos la relación causa-efecto


cuando pensamos que el fuego es la causa y el calor el efecto? H. observa que esta relación
se concibe erróneamente como una conexión necesaria (que no puede no darse). Esto
quiere decir que el tipo de relación que se establece entre causa y efecto no puede ser
ocasional sino necesaria. Así, cuando afirmamos que A es la causa de B, es porque
pensamos que siempre será y ha sido así. Por tanto, creemos saber cómo serán los
acontecimientos futuros porque entre causa y efecto existe una conexión necesaria, es
decir, dada la causa inevitablemente se producirá el efecto.

Crítica de la idea de conexión necesaria. Aparentemente el problema de conocer


acontecimientos futuros está resuelto con la idea de conexión necesaria entre causa y
efecto. Pero si aplicamos el criterio de verdad de Hume, observamos que no hay ninguna
impresión de esta idea de conexión necesaria. De los fenómenos sucesivos, uno de los
cuales es causa del otro, sólo percibimos la sucesión de ambos, pero no percibimos la
conexión necesaria. Por ejemplo, lo que nosotros percibimos es el fuego por una parte, y
por otra que los objetos situados junto al fuego se calientan, pero nunca hemos observado
que haya una conexión necesaria entre estos dos hechos. La conexión entre ellos es algo
que suponemos, pero que no podemos comprobar. No existe ninguna impresión de la que
pueda derivarse la idea de conexión necesaria.

La idea de conexión necesaria al no provenir de una impresión, no es una idea verdadera.


Esto significa que nunca vamos a saber lo que va a ocurrir en el futuro. Del futuro no
podemos tener certeza, sino solo creencia y suposición. Todos creemos que si ponemos
algo sobre el fuego se calentará. Sabemos esto por el hábito o costumbre de observar como
siempre que ocurre lo primero, ocurre lo segundo, es decir, el hábito se forma al observar
repetidamente la sucesión de dos fenómenos, pero que entre ambos exista una conexión
necesaria es una suposición no verificable. .

LA CRÍTICA A LA IDEA DE SUSTANCIA: yo, Dios y mundo.

Hemos visto que, según Hume, todo nuestro conocimiento se reduce a impresiones e ideas;
nuestro entendimiento al conocer está completamente limitado por o las impresiones, de
tal modo que nos impide abordar cuestiones puramente abstractas; y entre las más
abstractas está el problema de la sustancia. La sustancia es un concepto fundamental para
la filosofía tradicional desde Aristóteles. Sin embargo, a dicho concepto no le corresponde
ninguna impresión.

H. no hace ninguna concesión, como otros empiristas menos coherentes (Locke, Berkeley):
a nuestra idea de sustancia: de Yo, de Mundo, de Dios no corresponde impresión alguna.
La palabra "sustancia" sólo designa un conjunto de percepciones particulares unidas por
la imaginación; por tanto, el concepto clave de la metafísica carece de valor. Ningún
argumento filosófico puede demostrar su existencia. En la práctica, piensa H., esto no es
realmente grave pues para vivir bastará con creer en su existencia.

El mundo

Locke justificaba la existencia del mundo distinta de la mente diciendo que la realidad
extramental es la causa de nuestras impresiones.

H. no puede aceptar esta afirmación, porque la realidad no es una impresión más, sino que
está más allá de las impresiones. Yo lo único que puedo afirmar es que "tengo una
impresión", pero no puedo afirmar que a mi impresión corresponda una realidad
exterior. La realidad está más allá de las impresiones. Si la afirmo, estoy deduciendo una
cosa de la cual yo no tengo impresión alguna. Por tanto, lo único que podemos afirmar con
rotundidad es que tenemos impresiones, pero no podemos conocer más allá de éstas. Sobre
la existencia de los cuerpos en el mundo exterior, por tanto, lo más adecuado, ya que no
podemos conocer con rigor su existencia, será suponer su existencia. Para saber si las
impresiones que tengo referidas al mundo exterior se parecen a los objetos externos
deberían presentarnos al mismo tiempo los originales (mundo exterior) y las copias
(impresiones que tengo del mundo exterior), lo cual es inconcebible. Al ver la montaña en
el horizonte podemos suponer que existe no sólo en nuestras impresiones pero, en sentido
estricto, sólo podemos suponer su existencia. Afirmarla, sería ir más allá de nuestras
impresiones, que son el límite del conocimiento humano. No podemos concebir cómo son
los cuerpos con independencia de nuestras impresiones. Todo lo que conocemos está en
nuestra mente, ¿cómo podemos saber lo que hay fuera de ella? Sólo podemos suponerlo.
Tal suposición es suficiente para vivir. La imposibilidad para conocer la existencia del
mundo exterior no conlleva su negación, sino la creencia en éste auspiciada por la
constancia y coherencia de las impresiones que tengo de éste.

Dios.

H. no niega la existencia de Dios, pero sí la posibilidad de demostración de su existencia.


Las razones para oponerse a dicha posibilidad son dos:

1) La idea que tenemos de Dios es la de una sustancia infinita con todas las perfecciones.
Ahora bien, si aplicamos el criterio de validez de Hume, nos tenemos que preguntar de qué
impresión puede derivar esta idea de perfección infinita. Según H. es evidente que, siendo
nuestras impresiones puntuales y concretas, resulta difícil que podamos tener una
impresión de infinito, ya que ella misma habría de ser asimismo infinita. Por lo tanto, la
idea de sustancia infinitamente perfecta se queda sin impresión que la legitime, y hay que
concluir que no existe ningún tipo de conocimiento de Dios.

2) Tradicionalmente se ha intentado demostrar la existencia de Dios fundamentándose en


el principio de causalidad, por ejemplo, la Vía de la Causalidad de Tomás de Aquino. Los
acontecimientos en la naturaleza han sido concebidos como efectos de una Causa Primera,
que es Dios. Pero en dicho argumento descubre H. dos puntos falaces: primero, ninguna
percepción tenemos de la naturaleza y mucho menos de su orden de funcionamiento; y
segundo, carece de valor aplicar el principio de causalidad más allá de nuestras
impresiones y como Dios no es objeto de impresión alguna, es imposible demostrar su
existencia.

Ahora bien, si la existencia de un mundo distinto de nuestras impresiones y la existencia


de Dios no son racionalmente justificables, ¿de dónde vienen nuestras impresiones?
Hume responderá sencillamente que no lo sabemos ni podemos saberlo: pretender
contestar esta pregunta es querer ir más allá de nuestras impresiones y eso es imposible
en el ámbito del conocimiento. En religión es agnóstico.

El yo.

Tanto Descartes como Locke habían afirmado la realidad del "yo" como sustancia. Su
existencia se intuye con evidencia. En el propio acto de pensar, de querer, de amar,... se
capta de manera indudable el propio yo. Ahora bien, esto no es así para H. Este pensador
sigue fiel a sus principios epistemológicos: todos nuestros contenidos cognoscitivos se
reducen a impresiones e ideas; por tanto, la cuestión será: ¿tenemos alguna impresión o
alguna idea de nuestra identidad personal, de nuestro yo? No. Luego el yo resulta imposible
de conocer. El yo no es ninguna impresión sino aquello que se supone como sujeto desde
el que tienen lugar nuestras impresiones.

Nuestras impresiones no son constantes, sino variables, sin embargo, tendemos a pensar
que el yo, la identidad personal es algo constante. Pero, sin embargo, una impresión sucede
a otra: siento dolor, después siento tristeza, después alegría,...Nunca existen todas al
mismo tiempo, sino que se suceden. Por tanto, no hay una impresión constante y
permanente. Sin embargo, nuestra identidad personal debería ser permanente. En
consecuencia, no existe el yo como sustancia distinta de las impresiones. El yo viene a ser
como un conjunto de impresiones e ideas en perpetuo flujo y movimiento que imaginamos
unidas entre sí.

La cuestión, entonces es: ¿Cómo podemos explicar la conciencia que tenemos todos de
nuestra propia identidad? Por ejemplo, yo soy el mismo que esta mañana estaba en casa,
que ahora estoy en clase, etc. H. lo explica con la memoria: gracias a ella conocemos la
conexión existente entre las diferentes impresiones que se suceden; el error consiste en que
confundimos sucesión con identidad.

H. termina comparando al yo con un teatro en el que las distintas percepciones (los


distintos actores) se suceden unos a otros, entran, salen y se mueven de mil maneras
diferentes, pero con la peculiaridad de que no sabemos exactamente en qué lugar se
representa, es decir, sin escenario. Esta concepción del yo es coherente con sus principios
radicales sobre el conocimiento, pero el propio H. se dio cuenta de que su explicación no
es plenamente satisfactoria, lo que le llevó a una actitud resignadamente escéptica.
TEXTO

HUME, Investigación sobre el conocimiento humano, sección


2, “Sobre el origen de las ideas” (trad. J. Salas Ortueta, Madrid,
Alianza, 1997, pp. 33-36).

“He aquí, pues, que podemos dividir todas las percepciones de


la mente en dos clases o especies, que se distinguen por sus Tipos de percepciones:
distintos grados de fuerza o vivacidad. Las menos fuertes e Ideas e impresiones.
intensas comúnmente son llamadas pensamientos o ideas; la otra Criterio de distinción.
especie carece de un nombre en nuestro idioma, como en la
mayoría de los demás, según creo, porque solamente con fines
filosóficos era necesario encuadrarlos bajo un término o
denominación general. Concedámosnos, pues, a nosotros
mismos un poco de libertad, y llamémoslas impresiones,
empleando este término en una acepción un poco distinta de la
usual. Con el término impresión, pues, quiero denotar nuestras
percepciones más intensas: cuando oímos, o vemos, o sentimos,
o amamos, u odiamos, o deseamos, o queremos. Y las
impresiones se distinguen de las ideas que son percepciones
menos intensas de las que tenemos conciencia, cuando
reflexionamos sobre las sensaciones o movimientos arriba
mencionados.

Nada puede parecer, a primera vista, más La APARENTE


ilimitado que el pensamiento del hombre que no sólo escapa a capacidad ilimitada
todo poder y autoridad humanos, sino que ni siquiera está
DEL PENSAMIENTO
encerrado dentro de los límites de la naturaleza y de la realidad.
Formar monstruos y unir formas y apariencias incongruentes, no frente a las
requiere de la imaginación más esfuerzo que el concebir objetos limitaciones de la
más naturales y familiares. Y mientras que el cuerpo está realidad. El principio de
confinado a un planeta a lo largo del cual se arrastra con dolor y contradicción.
dificultad, el pensamiento, en un instante, puede transportarnos
a las regiones más distantes del universo; o incluso más allá del
universo, al caos ilimitado, donde según se cree, la naturaleza se
halla en confusión total. Lo que nunca se vio o se ha oído contar,
puede, sin embargo, concebirse. Nada está más allá del poder del
pensamiento, salvo lo que implica contradicción absoluta.

Pero, aunque nuestro pensamiento aparenta


poseer esta libertad ilimitada, encontraremos en un examen más ¿En qué consiste la
detenido que, en realidad, está reducido a límites muy estrechos, creatividad del
y que todo este poder creativo de la mente no viene a ser más que pensamiento? Los
la facultad de mezclar, trasponer, aumentar, o disminuir los límites que marca la
materiales suministrados por los sentidos y la experiencia.
experiencia.
Cuando pensamos en una montaña de oro, unimos dos ideas
compatibles: oro y montaña, que conocíamos previamente.
Podemos representarnos un caballo virtuoso, pues de nuestra
propia experiencia interna (feeling) podemos concebir la virtud,
y ésta la podemos unir a la forma y figura de un caballo, que es
un animal que nos es familiar. En resumen, todos los materiales
del pensar se derivan de nuestra percepción interna o externa. La
mezcla y composición de ésta corresponde sólo a nuestra mente
y voluntad. 0, para expresarme en un lenguaje filosófico, todas
nuestras ideas, o percepciones más endebles, son copias de Principio de copia:
nuestras impresiones o percepciones más intensas. Toda idea se deriva de
una impresión.
Para demostrar esto, creo que serán suficientes los
dos argumentos siguientes. Primero, cuando analizamos nuestros
pensamientos o ideas, por muy compuestas o sublimes que sean,
encontramos siempre que se resuelven en ideas tan simples como El análisis de las
las copiadas de un sentimiento o estado de ánimo precedente. percepciones muestra
Incluso aquellas ideas que, a primera vista, parecen las más que toda idea compleja
alejadas de este origen, resultan, tras un estudio más detenido, se reduce a ideas
derivarse de él. La idea de Dios, en tanto que significa un ser simples y estas a
infinitamente inteligente, sabio y bueno, surge al reflexionar sobre impresiones.
las operaciones de nuestra propia mente y al aumentar
indefinidamente aquellas cualidades de bondad y sabiduría.
Podemos dar a esta investigación la extensión que queramos, y
seguiremos encontrando que toda idea que examinamos es copia
de una impresión similar. Aquellos que quisieran afirmar que esta
posición no es universalmente válida ni carente de excepción,
tienen un solo y sencillo método de refutación: mostrar aquella
idea que, en su opinión, no se deriva de esta fuente. Entonces nos
correspondería, si queremos mantener nuestra doctrina, producir
la impresión o percepción vivaz que le corresponde.

En segundo lugar, si se da el caso de que el hombre, a causa de


algún defecto en sus órganos, no es capaz de alguna clase de
sensación, encontramos siempre que es igualmente incapaz de las
ideas correspondientes. Un ciego no puede formarse idea alguna Si no hay sensación no
de los colores, ni un hombre sordo de los sonidos. Devuélvase a hay percepciónes
cualquiera de estos dos el sentido que les falta; al abrir este nuevo
cauce para sus sensaciones, se abre también un nuevo cauce para
sus ideas y no encuentra dificultad alguna en concebir estos
objetos. El caso es el mismo cuando el objeto capaz de excitar
una sensación nunca ha sido aplicado al órgano. Un negro o un
lapón no tienen noción alguna del gusto del vino. Y, aunque hay
pocos o ningún ejemplo de una deficiencia de la mente que
consistiera en que una persona nunca ha sentido y es enteramente
incapaz de un sentimiento o pasión propios de su especie, sin
embargo, encontramos que el mismo hecho tiene lugar en menor
grado: un hombre de conducta moderada no puede hacerse idea
del deseo inveterado de venganza o de crueldad, ni puede un
corazón egoísta vislumbrar las cimas de la amistad y generosidad.
Es fácil aceptar que otros seres pueden poseer muchas facultades
(senses) que nosotros ni siquiera concebimos, puesto que las
ideas de éstas nunca se nos han presentado de la única manera en
que una idea puede tener acceso a la mente, a saber, por la
experiencia inmediata (actual feeling) y la sensación”.
DAVID HUME
ESQUEMA DEL TEXTO
El texto tiene una clara orientación epistemológica. Se puede dividir en tres partes
claramente diferenciadas:
1. Aclaraciones conceptuales.(Párrafo 1)
a. Definición de percepción
b. Formulación de un criterio de distinción entre percepciones
c. Tipos de percepciones
2. Tesis epistemológica. (Párrafo 3)
a. Las ideas proceden de las impresiones
b. Las impresiones proceden de la experiencia
3. Justificación de la tesis (Párrafo 4)
a. Argumento 1. Criterio de significado y de certeza. Procedimiento: reducir
las ideas a sus impresiones correspondientes.
b. Argumento 2. Criterio negativo: si no hay correspondencia entre ideas
impresiones, las ideas no tienen sentido. La idea de Dios como ejemplo.

También podría gustarte