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Nociones:
- Impresiones e ideas.
- Límite del pensamiento y principio de copia.
Temas:
- La crítica de los conceptos metafísicos.
CONTEXTUALIZACIÓN
El filósofo escocés David Hume (1711-1776) desarrolla su obra durante el siglo XVIII, en el
seno de la corriente empirista y llevando a la práctica los principios fundamentales que
caracterizaban la Ilustración. Se trata de un siglo de recuperación económica y de explosión
demográfica, una época de grandes transformaciones, que se aceleran sobre todo a partir
de 1750. Es la época en la que Adam Smith elabora sus tesis liberales, en la que se inicia la
revolución industrial con la invención por Watt de la máquina de vapor. Desde el punto de
vista social, se agudiza la crítica a la sociedad estamental, que acabará provocando la
Revolución Francesa y la sustitución de las doctrinas del origen divino del poder por las
contractualistas. Desde el punto de vista científico, Newton dará el impulso definitivo al
desarrollo de la ciencia moderna.
Hume, como filósofo empirista compartía con John Locke el rechazo del dogmatismo de
quienes se empeñan en hacer un uso inapropiado de la razón para mostrar una seguridad
absoluta en el conocimiento, sin tener en cuenta cómo piensan y actúan los seres humanos.
Desde este posicionamiento, adoptará una actitud epistemológica que le abocará a una
crítica radical de la metafísica y moral tradicional y una defensa de la tolerancia
fundamentada en la creencia y la probabilidad frente al dogmatismo. La finalidad de Hume
coincide con los ideales de la Ilustración, la cual proclama la libertad, la tolerancia y la
supresión de la superstición frente al fanatismo que habían alimentado las guerras y la
intolerancia en Europa. La vida de Hume, pues, se desarrolla en pleno s. XVIII, el llamado
Siglo de las luces o de la Ilustración. Inglaterra en esta época vive una situación
sociopolítica peculiar, que difiere del resto de Europa. En efecto, si en el continente
prevalece el absolutismo, en Inglaterra, unas décadas antes, había tenido lugar la
revolución burguesa, en el año 1688 aconteció la Gloriosa Revolución, cuyo objetivo era
obtener derechos individuales, intervención del pueblo en la legislación, abolición de los
monopolios del Estado, etc. En adelante la monarquía será parlamentaria y constitucional
consagrándose la supremacía del Parlamento, y proclamándose en 1689 la Declaración de
Derechos. El triunfo de la revolución supuso el triunfo de las libertades políticas, religiosas
y económicas. La clase más beneficiada fue la burguesía (comercial, terrateniente e
industrial), a la que pertenecía Hume.
Sus ideas se han prolongado en filósofos como Russell o Popper, y la crítica al razonamiento
inductivo ha jugado un importante papel en la filosofía de la ciencia. A la vez, el
cuestionamiento del razonamiento causal que subyace a su filosofía y la crítica a ideas como
la de sustancia o yo, han sido debatidas a lo largo de toda la historia de la filosofía. En el
terreno de la ética su propuesta es conocida como emotivismo moral***. Las aportaciones
de este autor en temas como la historia, la religión o la política no han recibido la atención
que debieran, debido probablemente a que estas ideas han sido eclipsadas por el
empirismo. Pese a esto la crítica que plantea a la religión y su defensa de la necesidad de
adoptar un enfoque histórico para comprender el origen y desarrollo de aspectos
culturales, religiosos o políticos, recobrarían después una especial relevancia en todo el
siglo XIX, tanto en los filósofos de la sospecha (Marx, Freud, Nietzsche) como en las
corrientes historicistas.
A diferencia del racionalismo, que afirmaba que la razón era la fuente del conocimiento, el
empirismo tomará la experiencia como la fuente y el límite de nuestros conocimientos. Ello
supondrá la crítica del innatismo, es decir, la negación de que existan "ideas" o contenidos
mentales que no procedan de la experiencia. Cuando nacemos la mente es una "tabula rasa"
en la que no hay nada impreso. Todos sus contenidos dependen, pues, de la experiencia.
En el caso de Hume, la experiencia está constituida por un conjunto de impresiones, cuya
causa desconocemos y, estrictamente hablando, no debe identificarse con "el mundo", con
"las cosas".
Elementos del conocimiento.- Mira este folio y cierra a continuación los ojos tratando
de imaginarlo. En los dos casos lo estarás percibiendo (o conociendo), si bien entre ambos
existe una notable diferencia: la percepción del folio es más viva cuando lo vemos que
cuando lo recordamos. Hume considera que las percepciones son los elementos del
conocimiento. Pero distingue dos tipos de percepciones: las impresiones oconocimiento
que nos proporcionan los sentidos en el presente y las ideas o huellas o representaciones
mentales de impresiones que hemos tenido en el pasado. Por tanto, las ideas provienen de
las impresiones, y a toda idea le orresponde una impresión de la que procede.
El criterio para diferenciar impresiones e ideas es la vivacidad. Las impresiones son más
vivas, las ideas son más débiles, confusas e imprecisas. Las ideas no se encuentran sueltas
en nuestro entendimiento, sino asociadas unas a otras.
Si tomamos el caso de las matemáticas, sin negar su aplicabilidad a la ciencia, a los hechos,
insiste H. en que en sí mismas están vacías de contenido factual, empírico. Decir que “4 +
3 = 7” no es en sí mismo decir nada acerca de cosas existentes; la verdad de la conclusión
depende simplemente del significado de los términos y de si la relación entre ideas es
adecuada.
Los juicios de las matemáticas son ANALÍTICOS. Son juicios en los cuales el predicado se
limita a explicitar aquello que está implícito en el sujeto.
Es preciso tener en cuenta que este criterio se utiliza exclusivamente para valorar las ideas
y supuestos conocimientos que pretenden referirse a objetos del mundo, pues no hay que
olvidar que para Hume también son válidos los conocimientos referidos a las relaciones
entre las propias ideas (como el matemático). Utilizando el criterio empirista del
conocimiento, Hume criticará gran parte de los conceptos tradicionales de la filosofía: el
concepto o idea de Dios, del alma, del yo como substancia, de la idea de substancia, de la
causalidad entendida como vínculo necesario entre dos sucesos o dos objetos, del mundo
exterior. No tenemos experiencia de Dios, ni del yo, ni del mundo. La experiencia es, pues,
el límite del conocimiento. Y Dios, el yo y el mundo, se encuentran más allá de ella. Juicios
tales como “Dios existe”, no son verdaderos ni falsos. Simplemente, para el empirismo, no
tienen sentido. Y un juicio para ser verdadero o falso, antes ha de tener sentido.
El empirismo no es, pues, sólo una actitud respecto al origen del conocimiento; es también
una toma de posición frente a los límites de éste. En efecto, para el empirismo el
conocimiento humano, que empieza inevitablemente por la experiencia, no debe nunca
rebasar los límites de ésta, pues sólo en ella se encuentra el fundamento de su validez. En
la experiencia está el fundamento y la raíz de todo. No sólo la ciencia, también la ética, el
derecho y hasta la religión se verán forzados, violentados para constreñirse a los límites
propios de la experiencia sensible.
Los límites del pensamiento, del conocimiento, vienen dados por la experiencia. Los temas
que trata la metafísica se refieren a “algo” que más allá de la experiencia, no se relacionan
con ninguna impresión. Por tanto, la metafísica no es conocimiento, sus juicios carecen de
sentido.
En cuanto a de que nada que no se ofrezca en la experiencia puede ser conocido, las
posiciones de los empiristas de esta época fueron distintas: Locke aceptó la posibilidad de
alcanzar realidades que están más allá de la experiencia, tanto las relativas al alma y Dios
como las relativas a la existencia del mundo material. Berkeley consideró posible el
conocimiento de las substancias espirituales, pero negó la existencia del mundo material.
Hume fue el filósofo más coherente al mostrar que si aceptamos el valor de la experiencia
como criterio de verdad y llevamos hasta el final esta tesis, sólo podemos creer que existen
nuestras propias percepciones, por lo que debemos negar la posibilidad de conocer el
mundo físico, Dios y el alma humana, y concluir en un punto de vista claramente
fenomenista.
Ahora bien, aunque del futuro no tenemos experiencia, en nuestra vida contamos
constantemente con que en el futuro se producirán ciertos hechos. Por ejemplo, si ponemos
un recipiente de agua al fuego, contamos con que se calentará. Pero, ¿cómo podemos estar
seguros de que el agua se va a calentar? Según Hume, estamos seguros de que el agua se va
a calentar porque el fuego es la causa de que el agua se caliente (efecto). Es decir, todos
nuestros conocimientos sobre cuestiones de hechos se basan en la relación causa-efecto.
Hemos visto que, según Hume, todo nuestro conocimiento se reduce a impresiones e ideas;
nuestro entendimiento al conocer está completamente limitado por o las impresiones, de
tal modo que nos impide abordar cuestiones puramente abstractas; y entre las más
abstractas está el problema de la sustancia. La sustancia es un concepto fundamental para
la filosofía tradicional desde Aristóteles. Sin embargo, a dicho concepto no le corresponde
ninguna impresión.
H. no hace ninguna concesión, como otros empiristas menos coherentes (Locke, Berkeley):
a nuestra idea de sustancia: de Yo, de Mundo, de Dios no corresponde impresión alguna.
La palabra "sustancia" sólo designa un conjunto de percepciones particulares unidas por
la imaginación; por tanto, el concepto clave de la metafísica carece de valor. Ningún
argumento filosófico puede demostrar su existencia. En la práctica, piensa H., esto no es
realmente grave pues para vivir bastará con creer en su existencia.
El mundo
Locke justificaba la existencia del mundo distinta de la mente diciendo que la realidad
extramental es la causa de nuestras impresiones.
H. no puede aceptar esta afirmación, porque la realidad no es una impresión más, sino que
está más allá de las impresiones. Yo lo único que puedo afirmar es que "tengo una
impresión", pero no puedo afirmar que a mi impresión corresponda una realidad
exterior. La realidad está más allá de las impresiones. Si la afirmo, estoy deduciendo una
cosa de la cual yo no tengo impresión alguna. Por tanto, lo único que podemos afirmar con
rotundidad es que tenemos impresiones, pero no podemos conocer más allá de éstas. Sobre
la existencia de los cuerpos en el mundo exterior, por tanto, lo más adecuado, ya que no
podemos conocer con rigor su existencia, será suponer su existencia. Para saber si las
impresiones que tengo referidas al mundo exterior se parecen a los objetos externos
deberían presentarnos al mismo tiempo los originales (mundo exterior) y las copias
(impresiones que tengo del mundo exterior), lo cual es inconcebible. Al ver la montaña en
el horizonte podemos suponer que existe no sólo en nuestras impresiones pero, en sentido
estricto, sólo podemos suponer su existencia. Afirmarla, sería ir más allá de nuestras
impresiones, que son el límite del conocimiento humano. No podemos concebir cómo son
los cuerpos con independencia de nuestras impresiones. Todo lo que conocemos está en
nuestra mente, ¿cómo podemos saber lo que hay fuera de ella? Sólo podemos suponerlo.
Tal suposición es suficiente para vivir. La imposibilidad para conocer la existencia del
mundo exterior no conlleva su negación, sino la creencia en éste auspiciada por la
constancia y coherencia de las impresiones que tengo de éste.
Dios.
1) La idea que tenemos de Dios es la de una sustancia infinita con todas las perfecciones.
Ahora bien, si aplicamos el criterio de validez de Hume, nos tenemos que preguntar de qué
impresión puede derivar esta idea de perfección infinita. Según H. es evidente que, siendo
nuestras impresiones puntuales y concretas, resulta difícil que podamos tener una
impresión de infinito, ya que ella misma habría de ser asimismo infinita. Por lo tanto, la
idea de sustancia infinitamente perfecta se queda sin impresión que la legitime, y hay que
concluir que no existe ningún tipo de conocimiento de Dios.
El yo.
Tanto Descartes como Locke habían afirmado la realidad del "yo" como sustancia. Su
existencia se intuye con evidencia. En el propio acto de pensar, de querer, de amar,... se
capta de manera indudable el propio yo. Ahora bien, esto no es así para H. Este pensador
sigue fiel a sus principios epistemológicos: todos nuestros contenidos cognoscitivos se
reducen a impresiones e ideas; por tanto, la cuestión será: ¿tenemos alguna impresión o
alguna idea de nuestra identidad personal, de nuestro yo? No. Luego el yo resulta imposible
de conocer. El yo no es ninguna impresión sino aquello que se supone como sujeto desde
el que tienen lugar nuestras impresiones.
Nuestras impresiones no son constantes, sino variables, sin embargo, tendemos a pensar
que el yo, la identidad personal es algo constante. Pero, sin embargo, una impresión sucede
a otra: siento dolor, después siento tristeza, después alegría,...Nunca existen todas al
mismo tiempo, sino que se suceden. Por tanto, no hay una impresión constante y
permanente. Sin embargo, nuestra identidad personal debería ser permanente. En
consecuencia, no existe el yo como sustancia distinta de las impresiones. El yo viene a ser
como un conjunto de impresiones e ideas en perpetuo flujo y movimiento que imaginamos
unidas entre sí.
La cuestión, entonces es: ¿Cómo podemos explicar la conciencia que tenemos todos de
nuestra propia identidad? Por ejemplo, yo soy el mismo que esta mañana estaba en casa,
que ahora estoy en clase, etc. H. lo explica con la memoria: gracias a ella conocemos la
conexión existente entre las diferentes impresiones que se suceden; el error consiste en que
confundimos sucesión con identidad.