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GUÍA FÁCIL

PARA CONOCER
LA
BIBLIA

¿QUÉ ES?
¿QUÉ CONTIENE?
¿CÓMO USARLA?
¿DÓNDE NOS LLEVA?

Edward Herskowitz
INTRODUCCIÓN
Por siglos y siglos la Biblia se conoce como Palabra de Dios. Ella contiene la historia de Dios y
su pueblo. Es una historia de amor, una historia del Gran Amante y su amada, una historia sin
precedencia en todas las épocas de la historia. No hay otra igual aunque relata traiciones, muerte
violenta, sexo, obras de caridad y todo lo que se vive en la vida.

En la Biblia se encuentra no solamente el amor que tiene el Creador para con sus criaturas, sino
la paciencia y misericordia que demuestra en ese amor. Dios se expresa en muchas maneras con
muchas personas y en realidad con cada uno de nosotros. ¡No hay otro amor igual!

Al caminar por estas páginas el lector se encuentra involucrado en esta red de amor. No es una
red de muchas personas, sino un encuentro entre el Amor de los amores y su amado. Es un
encuentro entre dos amantes: Él que ha amado por toda eternidad y el otro que se encuentra con
su Amado, quizá por primera vez.

Abre tu corazón y mente para recibir el mensaje de amor que solo Dios te puede dar. Es un
mensaje sincero, sin engaño y es para ti en lo personal.

DIOS ES AMOR

San Juan nos habla que Dios es Amor. “Nosotros hemos encontrado el amor de Dios presente
entre nosotros y hemos creído en su amor. Dios es amor” (1 Juan 4, 16). Pero la primera
indicación de este amor la tuvimos con la Creación. “Al principio Dios creo el cielo y la tierra.
La tierra estaba desierta y sin nada, y las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu
de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas” (Génesis 1, 1-2).

Dios pensó en ti y te creó y por eso hizo la tierra para darte un mundo en que vivir. Hizo los
animales, las aves del cielo y los peces del mar. Hizo los árboles, las plantas, las flores y les dio
un fin, las coloró y las plantó tal donde él quiso que dieran fruto. Cuando todo estaba listo tomó
un granito de arena en la palma de su mano y la miró con amor, reconociéndo en ella que allí
estabas tú. Le soplo al grano de arena, le dio vida y así llegaste a donde estás, donde Dios te
plantó para que tuvieras vida y dieras fruto. Dios te vio en todo tu plenitud y vio que fuiste hecho
bueno, muy bueno. Pues, “Dijo Dios hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (…)
Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó”
(Génesis 1, 26-27). Estás creado a imagen y semejanza a Dios que quiere decir para amar y ser
amado, para vivir una vida divina que Él hace posible a través del amor que te tiene. Dios te creó
porque te amaba y quiso darte vida, gozando de vida eterna en su presencia. “Con amor eterno
té he amado, por eso prolongaré mi favor contigo” (Jeremías 31, 3).

EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
En el Antiguo Testamento encontramos ejemplos de este amor tan grande que nos tiene Dios.

“Y ahora, así te habla Yavé, que te ha creado, Jacob, o que te ha formado Israel. No temas,
porque yo te he rescatado; te he llamado por tu nombre, tú me perteneces. Soy yo quien
tenía que borrar tus faltas y no acordarme más de tus pecados. Jacob, acuérdate de estas
cosas y de que eres mi servidor, Israel. Yo te he formado, tú eres mi servidor, Israel ¡no me
olvides! He hecho desaparecer tus pecados como se levanta la neblina, y tus faltas como se
deshace una nube. Vuélvete a mí, pues yo te he rescatado (Isaías 43, 1.25; 44, 21-22).

“Amo al Señor porque escucha el clamor de mi plegaria, porque inclinó hacia mí su oído el
día en que lo llamé. Me apretaron los lazos de la muerte, las redes del sepulcro; me
ahogaban la angustia y el fastidio, pero invoqué al Señor: ¡Salva, O Señor mi vida! El
Señor es muy justo y compasivo, nuestro Dios está lleno de ternura; defiende a los
pequeños el Señor, estaba yo sin fuerza y me salvó. Alma mía, retorna a tu descanso, pues
el Señor se porta bien contigo: ha librado mi vida de la muerte, de las lágrimas mis ojos, y
mis pies de andar dando tropezones. Caminaré en presencia del Señor en la tierra que
habitan los vivientes” (Salmo 116, 1-9).

“Mi amado empieza a hablar y me dice: Levántate, compañera mía, hermosa mía, y ven
por acá. Porque, mira, ya ha pasado el invierno, y las lluvias ya han cesado y se han ido.
Han aparecido las flores en la tierra ha llegado el tiempo de las canciones, se oye el arrullo
de la tórtola en nuestra tierra. Las higueras echan sus brotes y las viñas nuevas exhalan su
olor. Levántate, amada mía, hermosa mía y ven. Paloma mía, que te escondes en las riegas
de las rocas en apartados toscos, muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz, porque tu voz es
dulce y amoroso tu semblante” (Cantar de los Cantares 2, 10-14).

EN EL NUEVO TESTAMENTO

El Nuevo Testamento es el culmen de esta historia de amor. En ella se nos relata cómo el amor
del Antiguo Testamento llega a su fervor, da fruto y se revela en la persona más bella y más
querida que ha existido. Pues, Dios que es Amor se hace hombre para que el hombre se haga
como Dios.

La Biblia nos lleva en una experiencia de amor. Nos conduce al Rieno de Dios pero para llegar
hay que saber cómo navegar. Ya sabiendo el secreto de la navegación se nos será fácil
encontrarnos con nuestro Amante y llegaremos a nuestro destino.

Lo que sigue te ayudará a entender y manejar la Biblia mejor. Identifícate en los personajes que
se mencionan, imagínate que los lugares de que se habla es donde tú vives. Pues, es tu historia, tu
biografía: la relación que tienes con Dios. Es tu historia de amor con tu Creador. Él te ama y
quiere que tú lo ames. Puedes aprender y crecer en ese amor a través de la Palabra de Dios. “No
somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que él nos amó primero y envió a su Hijo
como víctima por nuestros pecados: en esto está el amor” (1 Juan 4, 10).
1.
LA BIBLIA:
¿QUÉ ES?
“... las Sagradas Escrituras te darán la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en
Cristo Jesús. Todos los textos de la Escritura son inspirados por Dios y son útiles para
enseñar, para rebatir, para corregir, para guiar en el bien. La Escritura hace perfecto al
hombre de Dios y lo deja preparado para cualquier buen trabajo” (2ª Timoteo 3, 15-17).

Pablo nos dice para qué sirven las Sagradas Escrituras, ¿pero qué son? La Biblia es un grupo de
libros de la historia de la creación de Dios, su Pueblo, nuestro comportamiento con nuestro
Creador y uno con otro. La Biblia también es la revelación de Dios. Dios se va revelando al
creyente en cada página.

La palabra Biblia viene del idioma griego y quiere decir “conjunto de libros”. La Biblia es un
conjunto de libros pero todavía más porque es un conjunto de libros sagrados, o sea, libros
inspirados por Dios. La Biblia contiene el mensaje de Dios, son las palabras de Dios dirigidas a
su pueblo. A la Biblia también se le da otros nombres: “Sagradas Escrituras”, “Libros Sagrados”
o “La Palabra de Dios”, entre otros.

Por medio de la Biblia Dios quiere darnos a conocer quién es, el amor que nos tiene y el camino
que quiere que sigamos para llegar a Él. Por eso, sus mensajes son mensajes de salvación.

Si vemos la Biblia como un libro histórico no es suficiente porque la tenemos que ver más como
una profecía de lo que está pasando hoy. Viendo la Biblia como una revelación que se hizo hace
cientos de años, tampoco es suficiente, porque cada vez que la examinamos se nos revela algo
nuevo de Dios que no sabíamos o que no entendíamos. “Todo maestro de la Ley que se ha
hecho discípulo del Reino de los Cielos se parece a un padre de familia que, de sus reservas,
va sacando cosas nuevas y cosas antiguas” (Mateo 13, 52).
Si vemos la Biblia como la Palabra de Dios, no es suficiente verla como algo que se les dijo a
unas personas hace miles de años; es una palabra viva y eficaz para nosotros hoy en día. “En
efecto, la Palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo. Penetra
hasta la raíz del alma y del espíritu, sondeando los huesos y los tuétanos para probar los
deseos y los pensamientos más íntimos” (Hebreos 4, 12).
Y así deberíamos de sentir cuando leemos la Palabra de Dios. Debemos sentir que nos corrige,
nos enseña, nos rebate, nos da gozo y a la vez tristeza porque nos revela nuestros pecados e
ignorancia. Y al revelarnos nuestros pecados nos da el espíritu de arrepentimiento. Esa palabra
viva y eficaz penetra nuestra mente y nuestro espíritu. Al conocer a Dios mejor a través de las
Escrituras, esa palabra nos exige cambiar, nos lleva a una conversión cada vez que encontramos
a Dios en la Biblia.

Un ejemplo de esto se encuentra en dos Salmos seguidos: Salmo 50 y 51. En el primero, Dios
juzga a su pueblo. Denuncia a los que reemplazan la obediencia del corazón por ofrendas y
sacrificios materiales, y recitan los mandamientos en vez de ponerlos en práctica. Ante el Dios
de verdad reconocemos el pecado que cometimos (Salmo 51). No faltará la esperanza en nuestra
humillación, pues sabemos que Él es capaz de crear en nosotros un corazón nuevo.

Dios se revela a su pueblo a través de su Palabra. En las Santas Escrituras hay muchísimos
ejemplos del amor y cariño que Dios tiene para sus hijos. Nos revela que Él siempre nos busca y
nos llama. Desde el primer libro de la Biblia hasta el último, Dios nos llama y busca.

Adán y Eva oyeron los pasos de Yavé que se paseaba por el jardín. Yavé Dios llamó al hombre y
le dijo: ¿dónde estás? (Génesis 3, 8). Dios bajó del Cielo para visitar y estar con sus criaturas,
pero ellos en su pecado se escondieron de Dios. Dios insistió y les llamó: “¿dónde estás?” Así
fue con Adán y Eva y así fue cuando Jesús se hizo hombre y vino a la tierra a buscarnos. Y nos
sigue buscando y llamando.

En el último libro de la Biblia oímos a Jesús llamarnos: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si
alguien escucha mi voz y me abre, entraré a su casa a comer, yo con él, y él conmigo”
(Apocalipsis 3, 20).

Hoy en este día, Dios nos llama; Él te llama a ti y me llama a mí. No debemos evitar esa llamada.
Aunque en nuestro pecado intentamos de escondernos, no lo logramos por mucho tiempo. Dios
va a ganar, nos conquista (Jeremías 20, 7). No nos queda otra más que darnos por vencidos.

La llamada que Jesús dirige a Mateo es la misma que nos hace a nosotros, y debemos responder
igual. “Jesús, al irse de ahí, vio a un hombre llamado Mateo, en su puesto de cobrador de
impuestos, y le dijo «Sígueme.» Mateo se levantó y lo siguió” (Mateo 9, 9).

La Palabra de Dios es viva y nos sigue día tras día. Al ser viva quiere decir que no sabemos
solamente lo histórico de la religión y como actuó Dios en tiempos pasados, sino que se aplica a
nuestra vida actual. La Palabra viva nos lleva a un encuentro personal con Jesucristo con el
objeto de establecer una relación con Él y hacer una conversión a Él, ahora.

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Muchos de nosotros tenemos o hemos tenido la experiencia de leer la Biblia y quedar igual.
Leemos y no entendemos. Oímos y no escuchamos. Sabemos la historia pero no aprendemos la
lección. Esto nos pasa por varias razones: puede ser que leemos la Biblia como cualquier libro
histórico pensando que es un cuento de lo que ya pasó. O puede ser que leemos la Biblia para
aprender lo que está escrito. Quizá, puede ser que no estamos tranquilos y nuestras
preocupaciones del día, problemas de la familia, o apuros de estar en un lugar desagradable no
nos dejan concentrarnos. Leemos y no entendemos.

Pues el error más grande que cometemos es que leemos la Biblia. Las Santas Escrituras no se
leen porque son la Palabra de Dios. Si es la palabra, luego en vez de leerse, se escucha. Cada vez
que tomas la Biblia en la mano prepárate para oír a Jesús. Prepárate para escuchar la voz de Dios.
Pídele al Espíritu Santo que te ilumine para que oigas claramente el mensaje que Dios te tiene en
lo escrito de ese día. Mañana será otro día, otra palabra y otro mensaje.

Al escuchar la Palabra de Dios, no solamente oímos a Jesús, también lo podemos ver actuando
entre nosotros, tocándonos, sanándonos y amándonos. Sin embargo los resultados no ocurren de
inmediato, se toman tiempo. Hay que tener paciencia.

Vamos a ver la Palabra de Dios según San Juan (Juan 14, 8-9): “Felipe le dijo: «Señor,
muéstranos al Padre y eso nos basta.» Jesús respondió: «Hace tanto tiempo que estoy con
ustedes y ¿todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre»...”.

María Magdalena no lo reconoció hasta que escuchó su voz. Los discípulos en el camino a
Emaús no lo reconocieron hasta que partió el Pan. Tampoco los apóstoles lo reconocieron a la
orilla del mar hasta que se llenó la red de cientos de pescados y Juan gritó: “¡es el Señor!”.

Si los apóstoles no lo conocían, ¿cómo podemos nosotros conocerlo? Después de 20 siglos,


todavía no lo conocemos. Jesús nos puede decir a nosotros lo mismo que a Felipe: “tanto tiempo
y todavía no me conoces”. Juan Bautista lo dijo muy claro y nos aplica a nosotros también, “...
hay uno en medio de ustedes a quien no conocen” (Juan 1, 26).

La mayoría de nosotros no leemos la Biblia, unos de nosotros la leemos unos cuantos minutos,
cuando la leemos. ¿Podemos conocer a Dios en solamente unos cuantos minutos de leer? Por eso
hay que hacer más que leer, hay que escuchar: ponernos a los pies de Jesús vivo para escuchar su
Palabra viva como en la historia de Marta y María (Lucas 10, 38-42).

Pensamos: “si hubiéramos vivido en los tiempos de Jesús para verlo y escucharle”. ¿Qué no lo
vemos y escuchamos cada día? ¿O es que no le hacemos caso? Está con nosotros todos los días.
Él nos ha dicho que no nos deja, que estará con nosotros hasta el fin del mundo (Mateo 28, 21).
Él nos espera en los Evangelios para hablarnos, tocar nuestro corazón y sanarnos. Está en nuestra
pareja, nuestro vecino, compañero de trabajo, habita en todos para hacer igual con ellos que con
nosotros. Nos quiere hablar e instruir. Pero insistimos que no es igual, que es diferente. Jesús no
esta aquí para verlo en persona, para charlar con Él, para tomarle la mano. Lo que nos pasa es
que no nos damos cuenta que:

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Allí iba Jesús en ese que te pidió de comer. ¿Lo conociste?
Allí iba Jesús en el que te pidió una limosna. ¿Le diste?
Allí te llegó Jesús queriéndote conocer. ¿Lo saludaste?
Jesús nos reprende: “...«En verdad les digo que siempre que no lo hicieron con alguno de éstos
más pequeños, que son mis hermanos, conmigo no lo hicieron»” (Mateo 25, 45).

Siguen tres ejemplos para demostrar como la Palabra de Dios es viva y eficaz. El primer ejemplo
es de san Pablo. Pablo iba en el camino a Damasco cuando Dios lo tumbó al suelo y le dijo:
“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9, 4). Y al saber que era Jesús el que le
hablaba, se convirtió al instante y su vida cambió para siempre.

Esto nos ha pasado a muchos de nosotros. Jesús nos ha tumbado de nuestro trono de orgullo, del
trono del pecado y nos ha cambiado la vida para siempre. Quizá no fue tan dramático como lo
hizo con Pablo, ni tan completo, pero poco a poco nuestra vida va cambiando a través de la
Palabra de Dios y a través de la oración.

Otro ejemplo es del endemoniado de Gerasa (Marcos 5: 1-20). Este hombre tenía una multitud de
espíritus malos y Jesús los expulsó. Al expulsar esos espíritus el hombre quedó sano, vestido y
tranquilo. Le pidió a Jesús que le permitiera ir con Él. Pero Jesús no le permitió. Le dijo que se
fuera a su casa con sus familiares y vecinos y que les contara lo que el Señor había hecho con él
y la compasión que tuvo con él. Y el hombre se fue. Empezó a proclamar todo lo que Jesús había
hecho con él, y todos quedaron admirados.

Qué tantas veces Jesús nos ha cambiado la vida, nos ha regresado la dignidad, nos ha admitido
de vuelta en su Reino, después de haber llevado una vida desordenada, llena de pecado. Lo ha
hecho conmigo.

Nuestra conversión puede ser el resultado de una predicación en misa, en un retiro, en una Hora
Santa o puede resultar de unas cuantas palabras que nos llegan al corazón, sean palabras dichas o
escritas como las de la Biblia. Cuando llega ese día Jesús es el que habla y llama a esa
conversión. El caso es que quedamos hechos hombres nuevos, nuestra vida cambia y
comenzamos a gozar de todo lo que sucede. Porque hemos nacido de vuelta. Todo sucede porque
hemos oído la voz de Dios, la Palabra de Dios que nos llama.

El tercer ejemplo es la historia de la mujer que tocó a Jesús y Él la sanó al instante. Muchos
tocaron a Jesús pero solamente ella fue sanada. Vamos a ver como esto que pasó hace dos mil
años, nos pasa a nosotros cada día.

“... Mientras Jesús caminaba a casa de Jairo, la gente lo apretaba casi hasta ahogarlo. En ese
momento, una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años se acercó por detrás.
Había gastado en manos de los médicos todo lo que tenía y nadie la había podido mejorar.
Tocó el fleco de la capa de Jesús y en el mismo instante se detuvo el derrame de sangre. Jesús
preguntó: «¿Quién me ha tocado?». Como todos decían: «Yo, no», Pedro expresó: «Maestro,
es la multitud la que te aprieta y te oprime. Jesús replicó «Alguien me tocó; yo sentí que una
fuerza salía de mí. » Al verse descubierta, la mujer se presentó muy temerosa y, echándose a

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sus pies, contó delante de todos por qué razón ella lo había tocado y cómo había quedado
instantáneamente sana. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz»” (Lucas 8: 42-48).
Si tantos tocaron a Jesús — “la gente lo apretaba casi hasta ahogarlo” — ¿por qué solamente
una mujer se sanó? ¿Por qué no los demás? Les faltó fe, ¿verdad?

Así es con nosotros. Cuando leemos la Biblia con fe no solo tocamos a Jesús sino todavía mejor,
Él nos toca a nosotros. Al tener fe nos habla con un mensaje personal en el cual Dios se revela y
a través de esa revelación, lo vamos conociendo mejor y en un modo más íntimo. Hay que tener
fe que la Palabra, el Amor de Dios Padre, la misericordia del Hijo y el poder del Espíritu Santo
están vivos hoy. Y con fe la Palabra brota en nuestro corazón y con fe nos lleva a la perfección,
nos sanará.

Leyendo la Biblia quiere decir que estamos escuchando a Jesús; lo estamos tocando; estamos
haciendo contacto con Él a través de la fe. Y más importante todavía, estamos cumpliendo con su
deseo. Escucha la oración de Jesús en Juan 17, 23: “Así seré yo en ellos y tú en mí, y alcanzarán
la perfección en esta unidad...”.

Si leemos la Biblia como cualquier libro no vamos a aprovechar la riqueza que Cristo nos tiene.
El escuchar los evangelios con fe es creer que todo lo que Él dice está pasando, o puede pasar, en
este instante y seguirá pasando a través de los siglos.

Cuando comulgamos recibimos a Cristo que vivió hace dos mil años y es el mismo Cristo que
vive hoy y siempre. Así cuando tomamos la Biblia oímos al mismo Cristo hablar que le hablo a
la gente de hace dos siglos y sigue hablando hoy. Es el mismo que vive, habla, hace milagros,
sana, reprocha, ama y está con nosotros hoy, que vivió y sigue viviendo para siempre.

Las Sagradas Escrituras nos dicen quienes somos, qué estamos haciendo, cómo Dios vive entre
nosotros, cómo nos ama y se sacrifica por nosotros. Si viviéramos en los tiempos de Cristo y
supiéramos en realidad quién era, lo tocaríamos como la mujer con la hemorragia. Las Sagradas
Escrituras son Cristo --la Palabra de Dios-- en vivo, y vamos aceptando esa palabra con
reverencia y fe. Acuérdense: “la escritura hace perfecto al hombre de Dios y lo deja preparado
para cualquier buen trabajo”.

Cristo nos invita a profundizar y sacarle sabor a su Palabra. En lo personal hay unas citas
Bíblicas que han tenido mucha importancia para mí, y que Jesús ha usado para hablarme en lo
personal. Comparto unas cuantas.

Del libro de Proverbios (3, 9-10) usó lo siguiente, entre otros, para enseñarme a compartir las
bendiciones que me ha dado:

“Honra a Yavé dándole de lo que tienes, ofrécele las primicias de todos tus frutos. Entonces
tus graneros estarán llenos y rebosará el vino en tus lagares.”

Me dio pasajes del profeta Isaías y varios salmos para enseñarme mis pecados, perdonármelos,
permitirme perdonarme, arrepentirme y aprender amarme con amor verdadero. Del Salmo 51:

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“Pues mi pecado yo bien lo conozco, mi falta no se aparta de mi mente; contra ti, contra ti solo
pequé, lo que es malo a tus ojos yo lo hice. Por eso en tu sentencia tú eres justo, no hay
reproche en el juicio de tus labios...tú quieres rectitud de corazón, enséñame en secreto lo que
es sabio...crea en mí, oh Dios, un corazón puro, un espíritu firme pon en mí.”

Isaías (43, 1.4.25; 44, 22): “Y ahora, así te habla Yavé que te ha creado, Jacob, o que te ha
formado, Israel. No temas, porque yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre, tú me
perteneces... tú vales mucho más a mis ojos, yo te aprecio, y te amo mucho... Soy yo quien
tenía que borrar tus faltas y no acordarme más de tus pecados. He hecho desaparecer tus
pecados como se levanta la neblina, y tus faltas como se deshace una nube. Vuélvete a mí,
pues yo te he rescatado”.

Para darme mi vocación de evangelizador me dio pasajes de Jeremías, Ezequiel y de la Carta de


san Pablo a Timoteo. Esto es lo que me dijo:

“Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te


consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones...Irás adondequiera que te envíe, y
proclamarás todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, porque estaré contigo para
protegerte... Entonces Yavé extendió su mano y me tocó la boca, diciéndome: «En este
momento pongo mis palabras en tu boca. En este día te encargo los pueblos y las naciones:
Arrancarás y derribarás, perderás y destruirás, edificarás y plantarás” (Jeremías 1, 5.7-10).

De la primera Carta a Timoteo (4, 12-16): “No dejes que te critiquen por actuar como un joven.
Más bien trata de ser el modelo de los creyentes por tu manera de hablar, tu conducta, tu
caridad, tu fe y la pureza de tu vida. Mientras llego, dedícate a la lectura, a la predicación y a
la enseñanza. No descuides el don espiritual que posees y que recibiste de mano del profeta
cuando el grupo de los presbíteros te impuso las manos. Medita sus palabras y fíjate en ellas.
Así progresarás de tal manera que todos podrán darse cuenta. Cuнdate de ti y de cómo
enseñas; persevera en ello. Si así obras, te salvarás tú y los que te escuchan.”

Se puede preguntar ¿Cómo se sabe que Dios le está hablando tan claramente como se ha
indicado? ¿Cómo vamos a saber cuando la Palabra de Dios es algo que debemos tomar como
mensaje personal o como mensaje general para todos?

Para clarificar este punto será bueno saber que en el idioma griego hay dos palabras para
designar la Palabra de Dios: “logos” y “rayma”. Logos se refiere a la Palabra de Dios como un
principio en general. El logos de Dios es Cristo, siempre igual y siempre para todos. Rayma se
refiere a la Palabra de Dios en lo personal, o sea, tener un mensaje personal para mí, para ti, para
cada uno. Aunque este mensaje sea diferente y en diversos tiempos.

Cristo es universal. Fue un hombre que vivió hace 2000 años, cambió el mundo y todavía más
importante, es el Hijo de Dios. Eso es lo general, logos, pero para hacer Cristo rayma uno tiene
que tener ese encuentro personal con Jesús, no algo emocionante, sino conocerlo como un Dios

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personal, un Amigo, Salvador, Compañero de toda la vida y tenerlo siempre en el corazón, al eje
de la vida.

Los Diez Mandamientos son logos, o sea para todos, pero se hacen rayma cuando nos “cae el
veinte” al escuchar uno en particular. Si estamos escuchando o viendo una lista de los
Mandamientos y llegamos a uno que nos hace sentir inquietos y molestos, es que Dios nos esta
diciendo que allí está nuestra falla; nos habla “rayma”. Si estamos leyendo un libro sobre el
orgullo, por decir, y nos podemos ver en las situaciones y ejemplos que están en esa obra,
entonces eso es rayma para nosotros.

La Sagradas Escrituras son logos para todos nosotros. Es la Palabra universal para todo el
mundo. Para que sean rayma hay que escuchar con mucha atención para captar el mensaje
personal, hay que vivir esas experiencias que se encuentran en la Biblia, hay que ponerse en el
lugar de san Pedro, san Pablo, Marta, María, el joven rico, Isaías, Jeremías, Moisés, Adán, Eva y
vivir esos momentos que vivieron ellos. No cuando ellos los vivieron sino vivirlos HOY. Hay
que aplicarlos a nuestras propias experiencias que vivimos diariamente.

En los ejemplos que se citaron anteriormente que fueron mensajes para mí en lo personal, esos
son ejemplos de cómo la Palabra de Dios fue rayma para mí. Miles de gentes leen esas citas
todos los días y pueden ser rayma para uno y logos para otro. Resulta en que la Palabra de Dios
puede ser logos para mí y rayma para ti, o logos para ti y rayma para mí, o logos para los dos, o
rayma para los dos. La verdad es que Dios no nos habla igual a todos en todo. Él tiene un
mensaje personal para cada uno y por eso es importantísimo escuchar con mucha atención.

COMO ESCUCHAR LA BIBLIA

Hay tres elementos importantes para interpretar o escuchar bien lo que la Palabra de Dios dice:
concentración; cuestionar; reflexión y aplicación. Estos tres elementos son básicos, sencillos e
indispensables para sacarle provecho a cualquier lectura. Tenemos que desmenuzar para
saborear, o sea, hay que ver los detalles y analizarlos uno por uno.

Para poder concentrar hay que buscar un lugar tranquilo y un tiempo adecuado. Hay que quitar
los ruidos externos e internos, es decir, pacificar nuestra mente y apagar todos los ruidos de la
tele, la radio, niños jugando o hablando, etc. En este primer elemento está incluida la oración, la
cual es indispensable antes de comenzar. Una oración al Espíritu Santo pidiendo iluminación se
puede hacer del corazón o de cualquier libro de oraciones.

Un modo muy bueno para relajarse es respirar profundamente tres veces y dejar el aire salir
despacio. Cada vez que exhala uno se imagina que sus pensamientos se van con el aire y su
mente queda libre de pensamientos ajenos. La mente debe concentrarse en Jesús y su presencia.
Imagínate que Él está a tu lado para platicar contigo. Está ahí como tu maestro.

El segundo elemento es leer una historia o un relato despacio con la pregunta en mente, ¿Qué
está diciendo el Señor? (Logos) Se fija uno en cada palabra y su relación con las demás. Se da
uno cuenta de las personas y cuestiona ¿qué hacen, qué dicen, quienes son? Siempre fíjate en la

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gente, cuestiónala. Es buena idea hacer una lista de los personajes que aparecen (principales y
secundarios). Los principales intervienen directamente y los secundarios referencialmente.
Tienen que suscitar preguntas. La palabra de Dios nos cuestiona. También hay que ubicar el
texto en su contexto. ¿En dónde está pasando lo que está pasando? ¿En qué época de la historia?
Se necesita ubicar el lugar y el tiempo adecuadamente. Para esto será provechoso leer las notas y
referencias al pie de la página. Luego siguen los acontecimientos, también se puede hacer una
descripción detallada. Hay que desmenuzar para saborear.

El tercer elemento es la reflexión y aplicación. Se lee el relato por segunda vez, y ahora se
pregunta ¿Qué me esta diciendo Dios en lo personal? (Rayma) ¿Cuáles son los elementos
importantes para una aplicación en mi vida? Si es necesario se lee la lectura por tercera vez con
el fin de decirle a Dios cómo vas a responder, cómo vas a aplicar su Palabra a tu vida.

Lo más importante de todo es leer la Biblia diariamente. Solamente así puedes conocer a
Jesucristo porque la Biblia es la historia de su vida y sus enseñanzas. Como ejemplo comparto
una experiencia propia usando la parábola de la oveja perdida en el evangelio de san Lucas (15,
3-7). Lo que sigue es mi reflexión.

Padre:

Yo fui esa oveja perdida. Me imagino cómo me buscaste por todas partes: subiste montañas,
bajaste al fondo de los cañones, atravesaste ríos y mares en busca de mí. ¿Qué tantos días duraste
siguiendo mis huellas en el calor del desierto, qué tantas horas sufriste en lo húmedo de la selva,
en busca de mí? ¿Qué tantos hospitales visitaste buscándome? ¿En qué tantas cantinas apestosas
y humosas, y asquerosos lugares nocturnos entraste asomándote para ver si yo estaba? ¿Por qué
tantos callejones obscuros y peligrosos pasaste clamando mi nombre? Pienso que no hubo
ningún lugar en que no entraste o no preguntaste por mí.

Perseveraste, como siempre saliste victorioso: me encontraste en el lodo al fondo de un basurero


muy hondo. Oíste mis llantos y te asomaste en lo oscuro del abismo y me viste, herido, sufriendo
y temblando. ¡Que alegría me dio cuando oí tu voz decir mi nombre! Fue un día tan feliz para
mí, cuando me sacaste de mi miseria. Estaba en lo más profundo pero eso no te detuvo de bajar a
levantarme, recogerme y sacarme del abismo. Cuando vi tu rostro ¡qué alegría! Me abrasaste, me
besaste, me amaste y yo me derretí en tus brazos. Me deje amar, me deje amar a pesar de lo sucio
que estaba porque a ti no te importaban mis pecados, sino lo importante para ti era que me habías
encontrado y me deje que me amaras.

El momento que me tocaste sentí en mi ser algo indescriptible, algo tan maravilloso, tan hermoso
que se me enchinó la piel y me solté llorando con llantos incontrolables. ¡Que felicidad! Nunca
se me olvidará el día que me encontraste, me llevaste sobre las nubes en tus hombros y me
regresaste a tu casa. ¡GRACIAS, PADRE, GRACIAS!
Desde ese momento comencé a vivir, tú me diste vida nueva, me ungiste con tu Santo Espíritu y
por primera vez supe lo que es tu amor, lo que es sentirme amado.
ACEPTACIÓN DE LA PALABRA

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La Biblia presenta la creación como obra de la palabra de Dios (Génesis 1, 3ss). A la palabra de
Dios debe Israel su existencia como pueblo, y en los momentos más trágicos de su historia
encontrará su salvación en la palabra de Dios.

Nehemías (Nehemías 8, 2-10), para reconstruir la comunidad y dar al pueblo una nueva
conciencia moral y política, reúne a la comunidad y llama a Esdras para que proclame la palabra.
En ella el pueblo redescubrirá sus relaciones con Dios.

Cuando la palabra de Dios llega al pueblo, produce su efecto: la conversión. Una conversión que
no se limita al llanto y al arrepentimiento. Hace sentir el gozo de la presencia y de la acción de
Dios. La renovación de la Alianza es el reencuentro con Dios. Es comunión con Dios y con los
hermanos. Israel ha descubierto que Dios realiza la salvación en la vida de cada día, que la
salvación no es un recuerdo del pasado ni una proyección al futuro, sino una realidad presente.
Toda la Biblia insiste en recordar el “hoy” de la salvación porque con Cristo ha llegado el día de
la salvación.

En la Carta a los Hebreos se nos dice que la palabra de Dios es “viva y eficaz, más penetrante
que espada de doble filo” (4, 12).

La palabra de Dios es la mejor luz, estimulo, liberación y guía de nuestra existencia, como lo fue
para la generación de Israel en su vuelta del destierro. La comunidad cristiana vuelve a estar en
medio de un mundo indiferente e, incluso, hostil. La alegría de poder escuchar la Palabra de Dios
se tendría que repetir también hoy, como saludable contrapeso a tantas otras palabras que
amenazan nuestra libertad y nuestra verdad.

2.
13
LA BIBLIA:
¿QUÉ
CONTIENE?
Como habíamos dicho la Biblia está compuesta de varios libros y lo primero que hay que saber
es que hay dos partes mayores. Las dos partes principales se llaman el ANTIGUO
TESTAMENTO y el NUEVO TESTAMENTO.

¿Por qué Antiguo Testamento y Nuevo Testamento? La razón es muy sencilla. El Antiguo
Testamento es la historia del pueblo de Dios antes de Jesucristo y su relación uno con el otro.
Nos relata de la primera Alianza lo que Dios hizo con su pueblo y como el pueblo le respondió a
Dios. También el Antiguo Testamento es el anuncio de la venida de nuestro Salvador Jesucristo,
y nos prepara para esa venida.

El Nuevo Testamento nos dice como Dios hizo una Nueva Alianza con su pueblo (con nosotros,
la Iglesia) en enviar a su Hijo Jesucristo a salvarnos. El Nuevo Testamento es la Buena Nueva
que Dios, tomando la forma de hombre, viene a vivir entre su pueblo. Es el anuncio y la venida
del Reinado de Dios al mundo entero. El Nuevo Testamento fue escrito después de que
Jesucristo murió y resucitó.

Se usa la palabra “testamento” en la Biblia no con el sentido de una declaración de deseos e


instrucciones después de la muerte del testador, sino como resumen de las ideas y las doctrinas
que Dios quiere que tengamos para siempre. Es un testimonio de la Verdad.

EL ANTIGUO TESTAMENTO

Durante unos 18 siglos, desde Abraham hasta Jesús, los Israelitas (nuestros antepasados) fueron
viviendo y formando la historia del pueblo de Dios. Las experiencias de la comunidad, los
llamados de los profetas, sacerdotes y laicos (gente ordinaria), las alegrías, lo que lograban junto
con sus fracasos, penas y sufrimientos fueron narrados de una generación a otra. A través del
tiempo estas experiencias se fueron escribiendo en libros (rollos en esos tiempos) y así se fue
formando el Antiguo Testamento. Al formarse este conjunto de libros llegaron a ser como la
herencia más preciosa entregada por Dios a su pueblo preferido.

¿Por qué? Porque la Biblia de los judíos (lo que nosotros conocemos como el Antiguo
Testamento) contenía todo lo que Dios había hecho por su gente escogida. Era como si Dios

14
mismo había contado y escrito la historia del hombre en varias etapas. También contenía la Ley
que Dios le había dado a Moisés.

Cuando el Antiguo Testamento se fue escribiendo se escribió en diferentes partes y tiempos por
diferentes autores. Por ejemplo Moisés escribió los primeros 5 libros que se nombran el
Pentateuco. Cada uno de los profetas escribió su propio libro u otra persona escribió por ellos.
Los Salmos fueron canciones y alabanzas del Rey David u otros. Los demás de los libros tienen
sus propios autores, cada uno escribiendo en su estilo personal según los tiempos y las
circunstancias en que vivía.

Por mucho tiempo estos libros estaban guardados en los palacios de los reyes o en el Templo, no
estaban al alcance de la gente, solamente a la disposición de los sacerdotes. El pueblo recibía de
los sacerdotes y profetas sentencias o prédicas pero nada escrito. Mucha gente no sabía leer y no
sentían la necesidad de leer la Biblia.

Esdras dentro de los años 458 al 427 antes de Cristo (no se sabe exactamente cuando) cambio el
sistema. Esdras comenzó a leer en voz alta la Biblia a la gente en el Templo. Esta primera lectura
pública de la Ley marca una fecha muy importante de la historia sagrada. Antes de esta fecha los
fieles vivían su fe rezando y participando en las ceremonias del Templo en las cuales recibían la
doctrina del sacerdote. Esdras también fue responsable por la reunión de los libros sagrados para
que la Biblia (Antiguo Testamento) tomara forma y fuera el libro del pueblo y la norma de su fe.

La Iglesia Católica estaba en circunstancias muy parecidas hasta hace unos cuantos años.
Después del Concilio Vaticano II la Iglesia no solamente permite que los fieles católicos lean la
Biblia a solas sino lo exige.

El Antiguo Testamento, como lo conocemos hoy, comprende el Pentateuco o sea los primeros 5
libros: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio.

Y los Libros Históricos: Josué, Jueces, Rut, 1ª y 2ª de Samuel, 1ª y 2ª de Reyes, 1ª y 2ª de


Crónicas, Esdras, Nehemías, Tobías, Judit, Ester, 1ª y 2ª de Macabeos. Hay, también, los libros
sapienciales (o didácticos) Job, los Salmos, los Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los
Cantares, la Sabiduría y el Eclesiástico o Sirácides. (Sapiencial quiere decir sabiduría y
Didáctico quiere decir propio para enseñar.)

Luego hay los libros proféticos: Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel, Oseas, Joel, Amós,
Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías, Daniel, Baruc.

En total son 46 libros del Antiguo Testamento. Originalmente los libros de Esdras y Nehemías
eran uno solo pero se separaron en dos.

EL NUEVO TESTAMENTO

15
Hay 27 libros en el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento comprende los cuatro Evangelios
(Mateo, Marcos, Lucas y Juan). La palabra Evangelio significa la Buena Nueva, o Buena
Noticia. Los Evangelios son los libros en que los testigos de Jesús escribieron lo que habían visto
y aprendido sobre la vida y enseñanzas de Jesús de Nazaret.

Luego viene el libro de los Hechos de los Apóstoles, escrito por san Lucas, el que escribió uno
de los Evangelios. El libro de los Hechos de los Apóstoles es la historia de la Iglesia primitiva.
Nos dice como comenzó a formarse la Iglesia después de la Ascensión de nuestro Señor
Jesucristo. También este libro se le llama el Evangelio del Espíritu Santo porque habla mucho de
como el Espíritu Santo logró en la Iglesia cuando esa estaba formándose y creciendo.

Siguen más de veinte Cartas que los apóstoles dirigieron a las primeras comunidades cristianas.
Hay las 13 Cartas de San Pablo: a los Romanos, 1ª y 2ª a los Corintios, a los Gálatas, a los
Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, a Filemón, 1ª y 2ª a los Tesalonicenses, 1ª y 2ª a
Timoteo, y a Tito.

Hay la Carta a los Hebreos que no se sabe de seguro quien la escribió. Contiene muchos de los
pensamientos de San Pablo pero él no la escribió. Tal vez su autor es Apolo, mencionado en los
Hechos de los Apóstoles.

Siguen las 7 Cartas de otros apóstoles: Santiago; 2 de San Pedro, San Judas; y 3 de San Juan.

El mismo San Juan autor del cuarto Evangelio y las tres Cartas también escribió el último libro
de la Biblia: Apocalipsis de Jesucristo. La palabra Apocalipsis viene del idioma griego y quiere
decir revelación.

¿CUÁNDO Y CÓMO FUE ESCRITA LA BIBLIA?

Las Sagradas Escrituras fueron evolucionando a través de siglos y siglos. El primer paso fue la
narración. Cuando algo sucedió se fue narrando, tal como lo hacemos hoy en día. El bebé toma
su primer paso o pronuncia su primera palabra y se lo contamos a toda la familia, los vecinos y
quienes más nos escuchen.

Como en esos tiempos no se conocían los libros, mucho menos los videos, la gente tuvo mucho
cuidado en preservar correctamente lo hecho. Hicieron un esfuerzo para relatar cada detalle con
precisión. Y así pasaron los narrativos de generación en generación. Este primer periodo de la
narración duró unos 800 años, desde el encuentro que tuvo Abraham con Dios hasta que se
comenzaron a escribir los hechos.

El segundo paso es preservar lo hecho por escrito. En el caso de la Biblia los escritores fueron
personas elegidas por Dios para escribir en rollos (es lo que se usaba entonces) los
acontecimientos, anécdotas y cuentos que Dios los inspiraba a escribir. Este periodo comenzó
unos 1000 años antes de la venida de nuestro Señor Jesucristo.

16
Así es que se tomó unos 1000 años para escribir el Antiguo Testamento. Algunos historiadores
piensan que los primeros libros que fueron escritos fueron los primeros 5 libros de la Biblia que
se llaman el Pentateuco. Entre ellos están Génesis y el Éxodo. Otros dicen que el libro de Job fue
el primero en redactarse. Los últimos libros del Antiguo Testamento que fueron escritos fueron
los libros sapienciales.

La mayoría de los libros del Antiguo Testamento contienen las experiencias verdaderas del
pueblo de Israel y son fielmente transmitidos. Sin embargo, el Antiguo Testamento contiene
algunos libros que son más cuentos que relatos de un hecho pero sí nos dan un mensaje que tiene
una lección para aprender y vivir.

Lo que sí se sabe de seguro es que a través del tiempo que fue necesario para escribir el Antiguo
Testamento, fueron muchas personas que escribieron los diferentes libros. Consecuentemente
cada uno de ellos escribieron en diferente forma, usando el lenguaje y la manera de expresarse
según el tiempo en que vivían. Por eso hay que tener un conocimiento de las condiciones de
cuando fue escrito cada libro.

Como ejemplo pongo lo siguiente: si alguien le pidiera a 10 personas que le escribieran a su


madre una carta diciendo que la aman, las 10 personas se expresarían en diferente modos aunque
todos dicen los mismo.

También hay que tomar en consideración que cada autor tenía un punto de vista diferente.
Algunos escribieron sobre lo histórico, otros de sabiduría. Había algunos poetas entre ellos y
algunos profetas. A estas diferentes maneras de expresarse se le llama géneros literarios.

Otro punto que hay que hacer claro es que Dios no escribió la Biblia en el sentido que tomó un
lápiz y papel y comenzó a escribir. Pero, sí escribió la Biblia en el sentido que inspiró a los
autores y les reveló lo que quería que escribieran. Así podemos decir que la Biblia fue escrita por
Dios quien usó autores inspirados por Él.

Es interesante saber que el Nuevo Testamento fue escrito aproximadamente en un periodo de 100
años, es decir, a partir del año 50 después de Cristo y hacia el año 150 cuando el Apocalipsis fue
publicado.

El Nuevo Testamento también pasó por las etapas del hecho y la narración y luego lo escrito.
Cristo vivió, por decir, del año 1 hasta el año 33 y desde ese año los Apóstoles y discípulos
fueron narrando la historia. Al fin, 50 años después, el Nuevo Testamento se fue escribiendo
poco a poco. El Apocalipsis, el último libro de la Biblia, también fue el último que se escribió.

Hay una controversia sobre las fechas en que se escribieron los Evangelios. Los expertos de años
anteriores estaban de acuerdo que Marcos había redactado en el año 70. Mateo y Lucas en los
años 80-85. Estudios más recientes han traído la prueba de que estas fechas no estaban correctas.
Nuevos estudios dicen que los Evangelios de Marcos y Mateo se redactaron en hebreo en los
años 40-50 y fueron traducidos al griego en los años 60-63. Lucas, según los nuevos estudios fue
escrito en griego en los años 50-60.

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Los tres Evangelios — Mateo, Marcos y Lucas — son los sinópticos. Se les llama sinópticos
porque son tan similares uno con el otro. Sin embargo cada uno de los tres tiene su finalidad
propia. El Evangelio de Mateo ve en Jesús al Maestro de la humanidad que nos enseña un
camino de perfección. Este Evangelio fue escrito para el uso de cristianos de origen judío. Por
eso insiste en que Jesús cumple las profecías del Antiguo Testamento.

Marcos, por otro lado, nos muestra a Jesús en acción y su punto más importante es que Jesús es
el Hijo de Dios y lo demuestra con sus hechos.

Lucas era médico sirio que se convirtió a la fe, dejó su patria para acompañar a Pablo. Como
médico Lucas ve a Jesús como un gran médico que vino a sanar la ruptura entre Dios y su pueblo
y la ruptura de los hombres entre sí. Por eso transmitió las parábolas de la misericordia y las
palabras que condenan el dinero, factor de división entre los hombres. Lucas también nos pintó
una escena cariñosa de Jesús con las mujeres, las cuales el mundo mantenía marginadas en esos
tiempos.

Totalmente diferente, el cuarto Evangelio, el de San Juan, a veces se nombra el Evangelio del
Amor. La finalidad de este Evangelio lo dice San Juan al escribir: “Esto ha sido escrito para que
crean que Jesús es el Hijo de Dios...”. San Juan insiste en la divinidad de Jesús y que “Tanto
amó Dios al mundo que entregó su Hijo Único, para que todo el que crea en él no se pierda
sino que tenga vida eterna”. Y esa vida eterna, nos dice el evangelista consiste en que Jesús
vino a este mundo para hacer de nosotros verdaderos hijos de Dios. Este Evangelio se publicó
después de la muerte de san Juan, como en el año 95.

En el Credo de la Iglesia decimos que la Iglesia es Apostólica. Eso quiere decir que seguimos la
fe de nuestro Señor Jesucristo según las enseñanzas que Él les dio a sus apóstoles y la cual
hemos recibido de ellos. Todo lo que sabemos de Jesús lo recibimos de sus apóstoles. Por eso
llamamos tradición de los apóstoles al conjunto de hechos y enseñanzas de Jesús que los
apóstoles predicaron y comentaron para dar a conocer la persona y la obra de Jesús. Las
enseñanzas de los apóstoles se encuentran en sus cartas.

3.
LA BIBLIA:
¿CÓMO USARLA?
18
La Biblia nos lleva en un viaje de la vida. Nos conduce al Reino de Dios pero para llegar hay que
saber como navegar. Ya sabiendo el secreto de la navegación se nos será fácil encontrar lo que
buscamos y llegaremos a nuestro destino.

Hay que recordar que la Biblia está dividida en dos partes principales: el Antiguo Testamento
(AT) y el Nuevo Testamento (NT).Hay que saber en donde se encuentran los libros, sea en el AT
o en el NT. Hasta que se familiariza con el uso de la Biblia es mejor usar el Índice que se
encuentra al final. Tome nota que la enumeración de las paginas inicia de nuevo donde comienza
el NT.

Cada sección de la Biblia contiene varios libros y cada uno tiene su propio nombre. Cada libro se
divide en capítulos. Cada capitulo se divide en versículos. Los capítulos son indicados con cifras
grandes al inicio del capitulo y en lo superior de la pagina con el nombre del libro, por ejemplo:
Juan 2.

Los versículos son indicados con números pequeños dentro de los renglones. Para indicar un
lugar de la Biblia se da primero el nombre del libro, Luego el número del capitulo y después el
versículo. Por ejemplo si se quiere encontrar el segundo capitulo del Evangelio de San Juan
versículos 1, 2 y 3, se escribe abreviado así: Juan o (Jn) 2, 1-3. Búscalo en tu Biblia y compara lo
que encontraste con lo que aparece en el primer cuadro de la siguiente página.

La coma separa el capitulo de los versículos. El guión indica que se leen todos los versículos. Si
la cita fuera: Jn 2, 1-3.5, entonces la indicación es que se leen versículos 1, 2, 3 y 5, no se lee el
versículo 4. El punto indica un brinco del último versículo nombrado hasta el que sigue
apuntado. Un punto y coma (;) indica otra lectura. Por ejemplo: Lc 12, 22-31; Ro 8, 28-29;
Salmo 103. Esto nos indica que se van a leer tres citas: del Evangelio de San Lucas, capitulo 12,
versículos 22 al 31 y de la Carta a los romanos, capitulo 8, versículos 28 y 29 y todo el Salmo
103.

JUAN 2, 1-3

¹A los tres días se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús
estaba en la fiesta. ²También fue invitado a las bodas Jesús con sus discípulos. ³Se
acabó el vino de las bodas y se quedaron sin vino. Entonces la madre...

Algunos libros de la Biblia tienen más que una toma. Estos se distinguen con un número antes
del nombre. Por ejemplo: 1 Samuel, 2 Samuel, 1 Juan, 2 Juan, 3 Juan. Ten cuidado de no
confundir el Evangelio de Juan con una de sus tres cartas.

19
Bueno, con esta instrucción vamos buscando otras citas Bíblicas. En el cuadro que sigue hay
varias que puedes ir buscando para aprender como manejar la Biblia y a la vez familiarizarte con
ella.

Génesis 1, 27 Mateo 6, 14-15 Romanos 5, 8


Josué 24, 14-15 Mateo 11, 28-30 1ª Cor 12, 7
1ª Samuel 3, 10 Marcos 8, 29 Gal 5, 22-23
Isaías 30, 15 Marcos 16, 15 Col 3, 23
Isaías 43, 25 Lucas 1, 37 1ª Tim 1, 15
Isaías 44, 22 Lucas 6, 31 2ª Tim 1, 6-7
Jeremías 1, 5 Juan 13, 34-35 Stgo 2, 26
Jeremías 33, 3 Juan 14, 6 1 Pedro 3, 9
Proverbios 3, 5 Juan 15, 13 1 Juan 4, 20
Sirácides 2, 11 Juan 15, 16 3 Juan 11
Salmo 37, 3-8 Hechos 16, 31 Apocalipsis 3, 20

¿Encontraste el teléfono de Dios? ¿Cuál es la fuerza de Dios? ¿Dónde está la constancia de su


amor? ¿A quién llamó Yavé? ¿Cuál es el amor más grande? ¿A qué vino Cristo a este mundo?
¿Cómo se encuentra la fe que no produce obras?

Contesta cada pregunta con una de las citas que se encuentran en el cuadro.

LAS ACTITUDES

Al leer la Biblia conviene que tengamos 3 actitudes: actitud de fe; actitud de escuchar; actitud de
respuesta. La actitud de fe permite que tengamos nuestra mente abierta para recibir la Palabra de
Dios. Una actitud de fe nos dice: “Dios tiene un mensaje personal para mí, ¿cuál es?” Así es, la
Palabra de Dios está viva y nos habla en lo personal a cada uno de nosotros. Con fe podemos
saber que la Palabra de Dios es veraz y aunque no lo vemos de inmediato sabemos que nos ayuda
a cambiar nuestra vida. Nuestras actitudes, nuestros puntos de vista son afectados y van
cambiando poco a poco.

Cuando uno está con otra persona y esa persona está hablando sería muy descortés no hacerle
caso. Si tomamos la postura que Jesús es el que nos habla y está presente con nosotros en ese
momento entonces le tenemos que extender toda la cortesía posible. Cuando escuchamos a Jesús
lo escuchamos con atención y cortesía para poder entender lo que nos dice. Es muy importante
que pongamos toda nuestra atención en el mensaje, meditando cada palabra, cada renglón. Un
buen cristiano no solamente escucha la Palabra de Dios con su mente sino también con su
corazón y deja que penetre hasta lo más profundo de su ser. Así y solamente así se va haciendo
parte de nuestra naturaleza, de nuestro modo de pensar y actuar.

De nada nos sirve escuchar la voz de Dios si no respondemos. La actitud de respuesta es la que
nos impulsa a hacer la voluntad de Dios. Hay que escuchar con fe y luego actuar según como

20
Dios nos indica. Cristo nos dice que su motivación es hacer la voluntad del Padre (Juan 4, 34).
Así la Palabra de Dios nos motiva a nosotros también a actuar, a cambiar nuestro camino y
nuestro modo de pensar. Santiago nos dice : “Hagan lo que dice la palabra, pues al ser
solamente oyentes se engañarían a sí mismos” (Santiago 1, 22).

¿DÓNDE COMENZAR?

Podemos comenzar a leer el Evangelio de San Lucas porque es el más completo, es decir
comienza con el nacimiento de Jesús y contiene más detalles sobre su vida que los otros tres
Evangelios. Después podemos seguir con el libro de los Hechos de los Apóstoles que nos relata
la vida de la Iglesia primitiva.

Antes de leer la Biblia es buena idea ponernos en postura de oración. En la historia de Samuel
hay una bella lección para nosotros: “Habla, Yavé, que tu siervo escucha” (1 Samuel 3, 1-10).
Orar es ponernos a la disposición de Dios para que haga con nosotros lo que quiere. Es bueno
tomar las palabras de María y hacerlas nuestras: “Yo soy la servidora del Señor; hágase en mí lo
que has dicho”.

¿Estamos quietos para escuchar la voz del Señor? No podemos saber qué quiere de nosotros ni
qué camino seguir, si no nos ponemos tranquilos con los oídos atentos y nuestro corazón abierto.
Lo que leemos en la Biblia, sea largo o corto, nos dará un mensaje de Dios al reflexionar lo que
leímos. Pero nunca vamos a oír lo que nos dice el Señor si no estamos silencios. No debemos
impacientarnos. “Cállate junto al Señor y espéralo...”(Sal 37, 7).

Una postura de oración es silenciar nuestro interior, vaciarnos de todos nuestros pensamientos y
problemas cotidianas. Siéntate en una posición cómoda. Es muy importante estar confortable y
relajado. Haz una oración, como la que se encuentra en la última página, pidiéndole al Espíritu
Santo que te inspire. Cierra los ojos. Aspira profundamente y exhala lentamente. Hazlo tres
veces. Deja de pensar todo lo cotidiano, imagínate a Jesús contigo, enseguida de ti o enfrente de
ti. Háblale. Dile que quieres acercarte a Él y escuchar su voz. Cuando ya estés tranquilo toma la
Biblia y comienza a leer.

Para poderla entender mejor se puede leer los comentarios que se encuentran en la mayoría de las
biblias. Muchas también tienen referencias al Antiguo Testamento que puedes buscar para tener
un entendimiento mejor de lo que pasó antes de Cristo y como se llevó a cabo en su época.

Es importante leer la Biblia todos los días. Se lee despacio, con devoción, pensando en cada
palabra y escuchando lo que quiere decir. Unos 10 o 15 minutos cada día y luego otros 10 o 15
minutos haciendo una reflexión sobre lo que se ha leído serán suficientes para empezar. Pero
hazlo TODOS LOS DIAS.

Otra cosa. En ocasiones cuando estas leyendo la Biblia, algo te va a resaltar, te va a pegar como
un relámpago. Quédate gozando, saboreado y meditando lo que el Señor te ha dicho.

21
Jesucristo nos dijo: “Yo soy el Pan de Vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre, el que
cree en mí nunca tendrá sed...La voluntad de mi Padre es que toda persona que ve al Hijo y
cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Juan 6, 35.40). Ahora tu
puedes resucitar a una VIDA NUEVA en Jesús haciendo la Biblia parte de tu vida. Vívela con
todo el gozo de vivirla bien, acercándote a Dios para vivir esa vida que el Padre tiene para ti.

4.
LA BIBLIA
¿A DÓNDE
NOS LLEVA?
La Biblia nos ayuda encontrar a Dios, es decir nos lleva a un encuentro con la persona de Cristo.
La Palabra viva nos lleva a este encuentro personal con el objeto de establecer una relación con

22
Jesucristo y hacer una conversión a Él, ahora. Si de verdad creemos esto, si de verdad creemos
que la Biblia es la Palabra de Dios y si estamos convencidos de que Dios nos habla por medio de
ella, entonces debemos apasionadamente leer la Biblia diariamente. “Leerás continuamente el
libro de esta Ley y lo meditarás para actuar en todo según lo que dice. Así se cumplirán tus
planes y tendrás éxito en todo. Yo soy quien te manda, esfuérzate, pues, y sé valiente. No
temas ni te asustes, porque contigo está Yavé, tu Dios, adondequiera que vayas” (Josué 1, 8-
9).

Si la Biblia no nos ayuda a conocer y a acercarnos más al Señor Jesús, no es culpa de ella. Hay
que examinar la manera en que la leemos. Puede ser que la leemos demasiado rápido, o la
leemos con un objetivo que no sea propio, o quizá no estamos concentrados. Las razones son
varias y las soluciones también. Es importante relajarnos al comenzar a leer la Biblia y dejar salir
todo pensamiento que nos estorba para concentrarnos en la lectura. Hemos mencionado algunos
métodos para leer la Biblia y no es necesario repetirlos.

En nuestra búsqueda para encontrarnos con el Señor Jesús hay que escudriñar las Escrituras. Esto
quiere decir, examinar, revisar y meditar. Hay algunos que dicen que les basta que la Biblia sea
Palabra de Dios, y no necesitan más para guiarse. Pero eso es como decir que Dios ya no habla.
Si Dios habló mediante los acontecimientos y los profetas de la historia sagrada, sigue
hablándonos mediante los acontecimientos actuales y los portavoces del Espíritu en la Iglesia de
hoy. Por eso Jesús reprendió a los que creían estar en la verdad por conocer las Sagradas
Escrituras, pero no creían al que Dios les había enviado. “El que me envió y que me
recomienda, es el Padre. Ustedes nunca han oído su voz, ni han visto nunca su rostro; si
además no reciben al que Dios les envía, de ningún modo tienen su palabra” (Juan 5, 37-38).

Dios nos instruye a su manera. Proporciona a nuestra vida y a la de los pueblos, una serie de
llamados e indicaciones que sabremos escuchar o interpretar si estamos dispuestos a que su
enviado nos enseñe. Luego nos guía por medio de una comunidad cristiana, la Iglesia, y dentro
de ella nos hace encontrar a ciertas personas que viven según su Espíritu, al lado de otras que no
viven según el Evangelio de Cristo.

Pero, ¿cómo distinguir lo verdadero de lo falso? ¿Cómo reconocer a los que hablan las verdades
de Dios porque tienen experiencia de ellas? Jesús da a entender que quienes aman la verdad
reconocen a los que dicen la verdad. Pues cada uno valoriza el testimonio de sus iguales. Para
reconocer a los mensajeros de Dios, debemos ser gente que no vive pendiente del aprecio de los
demás, en lo cual uno se sujeta a valores falsos. El que busca la verdad y la misericordia,
reconocerá una comunicación verdadera de la Palabra de Dios en la proclamación. “Los que se
guían por la carne piensan y desean lo que es de la carne; los que son conducidos por el
Espíritu van a lo espiritual” (Romanos 8, 5).

La Biblia es el libro que nos lleva a la salvación porque nos lleva al Salvador. La Biblia nos
ayuda a creer en Jesús, nos ayuda a crecer en la fe. El profeta Jeremías entendió esto muy bien
cuando dijo: “Cuando me llegaban tus palabras, yo las devoraba. Ellas eran para mí gozo y
alegría...” (Jeremías 15, 16). San Pablo se expresó con los romanos en esta manera: “Por lo

23
tanto, la fe nace de una predicación, y la predicación se arraiga en la palabra de Cristo”
(Romanos 10, 17).

Escuchemos la parábola del sembrador: “El sembrador salió a sembrar. Y, mientras


sembraba, una parte del grano cayó al borde del camino, la pisotearon, y las aves del cielo
se la comieron. Otra parte cayó sobre la roca y después que brotó, se secó por falta de
humedad. Otra cayó entre espinos, y los espinos al crecer la ahogaron. Otra cayó en tierra
buena, creció y produjo el ciento por uno...” (Lucas 8, 5-8).

Jesús al darnos esta parábola compara la semilla del sembrador a la Palabra de Dios y nos dice
que cuando la semilla, o sea la palabra, cae en lugares menos favorables no crece y luego muere.
El corazón del hombre cuando esta en estado de pecado es como una piedra y la Palabra de Dios
no puede penetrar ese corazón hasta que la persona se arrepiente y abre su corazón para recibir la
Palabra. El pecador le tiene miedo a la Palabra de Dios porque le pide una conversión. Adán y
Eva, después de su pecado, le tuvieron miedo a la voz de Dios y se escondieron (Génesis 3, 10).
También Caín cuando Dios le preguntó, “¿Dónde está tu hermano?”, le tuvo miedo a Dios.

La Palabra que cae al lado del camino y se la llevan las aves, es la persona que va a misa los
domingos y está pensando en todo menos en lo que ahí esta sucediendo. Es el cristiano de dientes
para fuera, al que le gusta la homilía del sacerdote pero se le olvida al salir del templo. Las aves
son sus pensamientos voladores que no le permiten concentrarse en la Palabra.

Cuando una semilla se muere por falta de humedad es porque no hay nadie quien vea por ella, no
hay quien la riegue, ni le de abono. Así es con nosotros: hay que alimentar, nutrir la Palabra de
Dios en nuestra mente para que tome residencia en nuestro corazón y siga creciendo día tras día.
No hay que dejarnos secar sino ser activos y “...poderoso en obras y en palabras...” (Lucas 24,
19).

Las espinas son las cosas materiales que nos llaman y nos atraen. Ponemos las cosas y ciertas
personas antes que Dios y la Palabra se va olvidando y con el tiempo muere. Entonces la Palabra
queda relegada a segundo o tercer lugar y las cosas del mundo la ahogan.

Pero, cuando la palabra cae en tierra buena, en un corazón verdaderamente cristiano, abierto para
aprender cosas nuevas de cosas viejas, entonces la Palabra va creciendo y da mucho fruto. El
Espíritu Santo se encarga de esto, Él es el que le da vida espiritual al creyente y al discípulo de la
Palabra. El salmista nos dice que es dichoso el hombre que se apega a la Palabra de Dios, “Es
como árbol plantado junto al río que da su fruto a tiempo y tiene su follaje siempre verde,
pues todo lo que él hace le resulta” (Salmo 1, 3).

San Pablo nos dice que “...el fruto del Espíritu es caridad, alegría y paz, paciencia,
comprensión de los demás, bondad y fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo...
(Gálatas 6, 22-23). Y, el Señor Jesús nos dice que “...los conocerán por sus frutos” (Mateo 7,
16).

24
Entonces las Sagradas Escrituras nos llevan a un mejor conocimiento de Jesús, al conocerle
mejor lo podemos amar fervorosamente. Al amarle más crece nuestra fe, tendremos más
confianza en lo que hace por, en y con nosotros. La fe nos lleva a dar fruto, servir con caridad. Y,
el servicio nos lleva a conocer al Señor Jesús en nuestro semejante. Al conocerlo en los demás es
conocer mejor al Señor.

Al conocer a Jesús en nuestro prójimo, en los acontecimientos de la vida, en la naturaleza es


conocer a Jesús vivo. Dios está vivo y Jesús lo demuestra con su Resurrección. La Biblia nos
lleva más allá de la Cruz, nos lleva al Jesús Resucitado, al Jesús VIVO.

“Entonces Jesús subió al cerro y llamó a los que él quiso, y vinieron a él. Así constituyó a
los Doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, dándoles poder para echar
a los demonios” (Marcos 3, 13-15).

ORACIÓN ANTES DE LEER LA BIBLIA

¡Ven Espíritu Santo! Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz.
¡Ven Espíritu Santo! desciende y mora en nuestro corazón.
.
Haznos verdaderos entendedores de la Palabra, condúcenos a la plenitud de la Verdad, y
transfórmanos en testigos de Jesús. Ayúdanos a entender la Palabra que vamos a escuchar.
Limpia nuestra mente de todo lo que nos perjudica. Concede a tus fieles, que en ti confían, la
sabiduría que necesitamos para hacer este Mensaje nuestro.

Haz que la Palabra llegue a nuestra mente, para poderla proclamar con nuestra boca, y deja que
permanezca en lo más profundo de nuestro ser para poderla vivir cada día de nuestra vida.

25
EPÍLOGO

SOY ÉL, DE QUE HABLAN LOS EVANGELIOS......

Los Evangelios son un espejo. Cuando Dios se revela en ellos también me revela a mi. Por eso
no le saco provecho a la Palabra porque, en primer lugar, no quiero aceptar quien soy y
resisto el cambio que me pide, no quiero aceptar que necesito cambiar. Esa espada de doble
filo, si no hace pedacitos mi orgullo es porque no le permito: lucho contra ella, cierro mis
ojos, tapo mis oídos, salgo corriendo. Jesús vino a traer paz pero esa paz puede causar división
(Lucas 12, 49-53).

El lenguaje de Dios es fuerte y duro, pero es verdadero y pide muchísimo.

Cuando Dios me da a conocer a mí mismo descubro que: yo soy el hijo prodigo, soy su
hermano mayor y también el padre de ellos. Soy Pedro que valientemente dice que va a
proteger al Señor y luego lo niega. Soy Felipe que después de tantos años todavía no conozco
al Padre. Hoy soy el fariseo rezando en el Templo y mañana seré el publicano. Soy el leproso,
lleno de la lepra del pecado, que sanó Jesús; el ciego de Jericó que quiere ver; soy el buen
samaritano, pero también el sacerdote y el levita; la oveja perdida, el administrador astuto;
Lázaro cubierto de moscas y el rico avaro que la Escritura no revela su nombre; soy Zaqueo,
el otro Lázaro, el amigo de Jesús quien resucitó, y la mujer sacando agua del pozo y soy cada
niño y niña, cada hombre y mujer que vio al Señor o escuchó su voz. Si busco bien, me
encuentro en los Evangelios fácilmente y muy a menudo.

Al final de todo, hay que hacerle caso a la Palabra de Dios. Tengo que dejar que me toque,
hay que contestar su llamada aterrorizante a cambiar, desguarnecer, a dar, perdonar y pedir
perdón, de hablar con la verdad y hacerme conciente de mi inmensa pobreza, mi inmensa
riqueza y las infinitas posibilidades que están a mi alcance.

“Dejándolo todo, Mateo lo siguió” (Lucas 5, 28).

Anónimo

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