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Título: La noción de la realidad en la Edad Media

Autor: Enrique Palacios Email: hagel@netline.cl


E S TE D O C U M E N TO F U E D E S C A R G A D O D E :
http ://w w w .le am e.c om Fecha: 17 / 03 / 2000 Temática: Historia

La noción de la realidad en la Edad Media:

I.- El sueño y el retiro de la sociedad: acerca de la fantasía y la magia

La construcción de imaginarios se genera a partir de un sector específico de la sociedad, pero estos


no son privativos de un estamento determinado, sino que se reproducen en toda la escala social. En este
sentido, podríamos acercarnos a una visión de la cultura popular medieval, a partir de los reflejos que se nos
aparecen en las construcciones mentales de otros actores sociales.

Existe la visión de un mundo campesino iletrado, sin embargo, como propuso Paul Zumthor,
estamos en presencia de una literatura oral, en donde la métrica, el estilo de narración y las técnicas
mnemotécnicas nos llevan a plantearnos el hecho de que, en la Edad Media, la lectura es compuesta para un
auditorio. Esta literatura con un alto grado de oralidad nos muestra hasta que punto la tradición oral medieval
se sobrepone a la escritura y la supera. En este sentido, en el Medioevo el analfabetismo no es sinónimo de
ignorancia. Este mundo lírico encuentra su punto de nacimiento en la tradición, en el relato trasmitido de
generación a generación, y es en él en donde podemos acercarnos a las claves que nos permitan develar la
noción que la Edad Media tiene de la realidad.

El mundo de la literatura y de la narrativa está conformado por un mundo ideal basado en un


trasfondo mítico, es un mundo que puede y debe ser imitado, y que lo es en la medida en que no se aleja por
completo de la realidad. En él, lo maravilloso se mezcla con la vida cotidiana, en él, lo maravilloso no es un
recurso literario, sino que se encuentra en el mundo mismo. En este sentido, la literatura puede ser un puente
para el estudio de la sociedad medieval.

A diferencia de lo que pudiéramos creer, lo maravilloso residirá para el hombre del Medioevo en su
experiencia directa con el mundo, la verosimilitud será dada por la vida misma. Muchas obras
bajomedievales comienzan con un sueño, como el Roman de la Rose, escrito por Guillaumé de Lorris, en él,
al igual que en las experiencias místicas de profetas y visionarios, el sueño es interpretado como punto de
partida para otras realidades distintas a la objetiva y concreta:

" Muchos dicen que en los sueños sólo hay fábulas y mentiras, pero
es posible tener sueños que no sean mentirosos y luego sean verdaderos.
(...) Al vigésimo año de mi vida, cuando Amor exige el tributo de los
jóvenes, una noche, acostado como de costumbre, me dormí profundamente
y, durmiendo, tuve un sueño muy hermoso..."(1)
Es este sueño el que tal vez plantea un deseo de evasión, a la vez que un recurso retórico, pero al
mismo tiempo es aquella puerta de entrada para un universo desconocido y cautivante: la visión, como el
sueño, tiene un carácter de verdad absoluta e indiscutible para el hombre de la Antigüedad tardía y de la
época medieval, desde Zósimo hasta Hildegard Von Bingen, desde Escipión el africano hasta Isidoro de
Sevilla, el sueño habla en todo el sentido de la palabra, interpretable como verdad revelada, pero no por lo
mismo relegada a un segundo plano.

El sueño permite el acceso a la realidad distinta que se anhela o se teme, en la Edad Media lo
maravilloso, lo sobrenatural y a-normal, lo monstruso inclusive, están presentes, no aquí y ahora, sino en un
más allá que es concreto y tangible, más allá que recuerda que todos esos elementos esperan continuamente
en algún lugar el momento del caos. Este mundo recuerda constantemente al hombre de la Edad Media que
siempre se puede acceder a él de una u otra manera y su presencia está determinada por su lejanía. Lo
maravilloso, lo extraño, sucede en África, en Asia, en la Tierra del Preste Juan, en la India, en Avalón, en
Caer Sidhi, en Arabia o en Irlanda, en todos aquellos lugares que forman parte de una geografía mítica real y
siempre presente, aunque desconocida de hecho.

El sueño, como la ensoñación poética, permite la construcción de imaginarios, en el momento


mismo que es expresión y vida de las representaciones, y se expresa a través de figuras alegóricas
interpretadas una y otra vez. En la medida en que se establecen modelos que manifiestan verdades
arquetípicas, estas son traspasadas por las sucesivas generaciones, hasta que la tradición las convierte en
realidad. Posteriormente la historia las oficializa.

Las conceptualizaciones míticas, el imaginario mítico y sus relatos serán tomados por los autores
medievales y plasmados en sus obras, lo cual nos permite vislumbrar como estos no son privativos de los
sectores intelectuales de la sociedad, sino que por el contrario, se encuentran ya inmersos en la cultura
popular. Algunos de los elementos históricos de la tradición pasan al román. Un buen ejemplo de esto nos lo
da Geoffrey de Monmouth en su Historia Regum Britanae, en donde integra elementos míticos (como el
reinado de Arturo), concretos e ideológicos en un texto verosímil. Geoffrey de Monmouth instala en su
historia un espacio de visión, de profecías, habla como historiador, abre la materia de Bretaña y la recoge de
la tradición céltica, cómo una forma de recordar la historia olvidada de Bretaña, bajo una retórica histórica
escribe cómo los clásicos, cita a los clásicos, en fin, a partir de un mito historizado reencuentra un pasado
remoto y lo reactualiza en función de las necesidades de su época.

La Edad Media tiene una conciencia histórica mayor que el mundo antiguo, conciencia que heredará
del Cristianismo. Para los autores cristianos la importancia de la historia misma residirá en que es en la
historia en donde acontece el ser, en el tiempo. En el mundo cristiano la historia es santa, Dios no se
manifiesta en los mitos, sino en la historia, lo maravilloso acontece en lo santo, lo mágico en lo demoníaco,
en este sentido, lo maravilloso se historiza y lo pagano se vuelve falsedad, engaño del demonio.

La Historia misma se desarrolla en el contexto de la civilización, del espacio divino, o dicho de otra
manera en el mundo del orden, en la esfera de la continuidad del camino trazado desde el principio de los
tiempos.

¿En que realidad se establece lo concreto?, ¿cómo es esta realidad percibida en la Edad Media?.

A primera vista resalta el hecho que para el hombre del Medioevo, lo natural, lo concreto y legible
en primera instancia, lo comúnmente aceptado, le da seguridad, la maravilla es parte de esta realidad, por lo
que le sorprende pero no le atemoriza, es más, hasta podríamos decir que le llama la atención en la medida en
que es novedoso, por el contrario, lo inestable, lo inseguro es aquello que se teme. Un ejemplo nos lo da un
román artúrico, cuyo autor nos es desconocido, pero sabemos que fue escrito en torno al siglo XII: El
Cementerio Peligroso. En la obra, Sir Gawein es situado por la noche en un cementerio, donde deberá
pernoctar a falta de otro sitio para dormir, a pesar de las advertencias que recibe sobre lo que se oculta en
aquel sitio. Con todo, el caballero no hecha pie atrás, por la noche, Gawein se sienta sobre una lápida para
descansar un instante, y entonces tiene lugar el prodigio de que la losa se levantase como por encantamiento:

"Mucho se maravilló al no ver a nadie que habitara


allí poco ni mucho. Y la lápida se levantó tanto que sus pies
se elevaron del suelo. Va a buscar otro asiento, pues nada le
gusta aquel." (2)

Este hecho sorprendente no es cuestionado, sino que por el contrario, es aceptado con fría
naturalidad, pareciera que frente a frente estos acontecimientos se justificasen a sí mismos. En este sentido,
estos hechos en si, en gran medida, más que maravillosos son a-normales; pueden ocurrir, no escapan a la
realidad, pero sí a su lógica continua y diaria.

La dimensión mágica, plasmada en la literatura y en la mitología no se aleja de la realidad; ya lo


hemos dicho, su trasfondo ideológico y educador es un modelo a seguir en todas circunstancias. El universo
en el cual se desarrollaban las aventuras de los héroes, por cierto de carne y hueso, con debilidades y
fortalezas, era de una humanidad tremenda, que muchas veces culminaba con el desencanto de algún mal
final, esto sin embargo, no representaba un signo de desaliento o de desesperanza última, sino que por el
contrario, estaba plasmada de una profunda realidad: la imperfección humana, de la cual, la nobleza de alma
y de propósitos podían alejar, pero nunca del todo. Es esta realidad la que a veces confunde y sobrecoge, en
ella el hombre, desde el anónimo labriego hasta el personaje con los más altos fines, coexiste con toda una
gama de seres que pertenecen a distintos planos de la realidad.

Dios, los dioses y los demonios, verdaderamente existen en este sistema, y sus fuerzas ocultas
cobran vida merced a las potencias pre-cristianas, esta fuerza latente que radica en la naturaleza, es aquello
que lo abarca todo: la omniprescencia de la divinidad manifiesta en todo su esplendor, por medio de sus
criaturas y del mundo creado y por crear.

Es esta suprarealidad, que abarca a todas las creaciones, la que da pie a toda esta serie de relatos
fantásticos, en donde extraordinariamente el héroe se maravilla por cuestiones más bien cotidianas, que por
las circunstancias fantásticas que le envuelven, y que sin duda corresponden a su natural diario vivir.
Ejemplos hay muchos: un Perceval extasiado frente a las gotas de sangre sobre la nieve, más que por la
temprana visión del Grial; un Gawein que ante el caballero del Gozo y del Duelo, no duda en un primer
momento estar frente a un encantamiento, pero no sin un cierto dejo de racionalismo y de sincera curiosidad,
le propone que le cuente su aventura.

II.- La realidad mágica medieval: el largo camino desde el bosque a la villa

El sentido de la realidad del que hablábamos antes, se encuentra íntimamente ligado con la
naturaleza, con el entorno, en el cual el hombre se desarrolla. Este espacio es interpretado, en gran medida,
de acuerdo con la concepción pagana del mundo. En ella todo existe, lo divino y lo supranatural todo lo
abarcan: lo sensible, la realidad, es el área de manifestación del ser; en ese espacio, el objeto es en sí una
realidad mágica, trascendente, viva y encantada. A estas concepciones se le agregan la moral cristiana y se
realiza la diferenciación entre lo bueno y lo malo, entre lo que tiene un origen divino o demoníaco.

¿Se trata solamente de literatura?, ciertamente no. El imaginario recogido en el siglo XII es
sustentado por la sociedad, y este imaginario concilia las ausencias del mundo real; construye otro mundo, no
paralelo, puesto que se rige por leyes propias y particulares, pero que es integrado a la cotidaneidad misma,
en ningún momento ambas realidades -concreta y mítica- se separan completamente. A esto nos referimos
cuando hablamos de una suprarealidad en la Edad Media.

Los relatos se vuelven anhelo, deseo, y espejo de la sociedad, se buscará imitarlos, se crearán para
que sean imitados. Sin embargo, la cercanía poco a poco se va diluyendo. Lo que antes era verosímil
completamente pasa a ser parte de un universo lejano y deseado, que debe ser imitado y construido.
La tradición oral, rescatada por los ancianos era recibida por los jóvenes y adultos con agrado, ellos,
quienes habían sido testigos de los hechos pasados cobraban una importancia suma, frente a una población
mayoritariamente joven, con una esperanza de vida cercana a los 35 años, con claras variaciones entre un
período y otro y en regiones diferentes, pero en general no sobrepasando esta cifra.(3) Esta población joven
recibía el traspaso cultural de la población mayor, produciéndose un fenómeno muy interesante, en ella esa
realidad mágica cobra validez, pues en ella:"...una cantidad innumerable de hijos poseen, transmitidos a
ellos por boca de sus padres y de sus abuelos, relatos certísimos de lo que ellos no han visto
personalmente."(4)

Los jóvenes recibían los relatos de los sucesos y prodigios acaecidos en la distancia del tiempo y de
la geografía, los hacían parte suyo e intentaban recrearlos. Allí se producía un fenómeno interesantísimo, lo
sobrenatural, lo mágico y lo demoníaco, se enmarcaba en un mundo en el que existían más muertos que
vivos, en el que la muerte y la violencia, eran cotidianas y naturales. Un mundo de por sí poblado por
espíritus.

La violencia, cotidiana, determinó también la forma de comprender el mundo


externo e interno para el hombre de la Edad Media. Combate de los caballeros de la Orden
Teutónica, Miniatura de 1322

El mundo físico también se transformaba rápidamente; el medio se volvía ajeno al hombre y se


transformaba en refugio de la dimensión mágica, demoníaca y sobrenatural. El bosque que se extendía en
gran parte de la Europa de la Alta Edad Media comenzaba a ser desmontado y a la pequeña y rústica aldea le
sucedía la villa y el burgo, al aislamiento primigenio se oponía el fuerte intercambio: la transformación del
medio físico, mental y espiritual situaba al hombre en una disyuntiva: un mundo poblado de recuerdos y de
espíritus, ajeno y presente a cada instante.

El bosque se transformó entonces en aquel refugio, en el sitio que ocultaba el anhelo y el


reencuentro con el pasado, como explica Fumagalli, cierto es que:

"...el hombre medieval se encontraba como subsumido en la naturaleza,


que durante siglos permanecerá subsumido en la naturaleza(...)
La naturaleza durante toda la Edad Media, fue el centro de atención
del hombre, que la observaba y escudriñaba con tal intensidad que a
nosotros puede parecernos obsesiva."(5)

Pero poco a poco esta realidad se irá alejando, en la medida que la deforestación vaya dando paso a
campos agrícolas y a villas. Sin embargo, su carácter mágico y la fascinación que producirá en el hombre
medieval nunca desaparecerá por completo, es allí, en el bosque, en la naturaleza virgen, en donde se
encuentra la soledad, lo misterioso y lo sublime. Es una realidad desierta pero poblada por millares de seres
extraños y cautivantes, es el lugar de la locura y del peligro, como lo es de la muerte, pero también es el sitio
del encuentro con Dios. El bosque es el espacio en el cual el profano teme entrar.

Con el florecimiento de las ciudades, el impacto ambiental que se derivó de esta situación afectó
bruscamente el paisaje de la Europa medieval. Esta transformación del medio, además, se encuentra ligada
con el gran crecimiento demográfico anterior a la gran epidemia de peste de 1347, y que continuará con
posterioridad a ella. Con el crecimiento de los núcleos urbanos, y para su utilización como zonas de
agricultura extensiva, grandes zonas boscosas fueron taladas y ocupadas. El hombre se separó de la
naturaleza de la que había sido parte en los siglos anteriores y la desacralizó. La concepción judeocristiana
del mundo natural se imponía definitivamente en la práctica, y el hombre se alzó como señor del mismo.

Literalmente, en gran parte de la Europa occidental el castillo, la villa, el burgo y la ciudad se


alzaban contra el bosque oscuro e impenetrable, y la campiña se enseñoreaba definitivamente. En este
contexto, la realidad mágica que poblaba estas zonas cedía paso a la civilización. La concepción cristiana
obligaba al hombre a civilizar al mundo, es decir, a reconquistar la tierra para Dios y lograr que el demonio
cediese terreno: la naturaleza como espacio inmanente de la sacralidad será transformada como y en un signo
en el ámbito de la contemplación monástica.

La imagen apocalíptica de la naturaleza como espacio demoníaco es netamente teológica, pero para
el burgués del siglo XII le es absolutamente ajena. Lo concreto es que toda la imagen que pudiera formarse
de ella ha variado con respecto a sus antepasados: vive en un mundo colectivo, está inmerso en él, pero a su
vez comienza a surgir el individuo, que no es más que ese ser que se mira a si mismo dentro del colectivo.
Esta es una época de grandes contradicciones.

La naturaleza es entonces desespiritualizada y culturizada, pero en ella aun habita algo temible, lo
demoníaco es respetable, posee un poder y ese poder reside aún en el bosque. La creación interrumpida e
imperfecta solamente podrá, desde esta perspectiva, ser restituida cuando ese espacio sea plenamente
dominado, lo pagano será confinado a aquellas murallas vegetales.

El diablo se enseñoreará de éstas tierras, y surgirá como personaje real y tangible, se le irá
definiendo en materia dogmática y popular. Ahora bien, quién habita en este reino, ya sean pequeñas
comunidades bárbaras, emboscados, delincuentes, locos y brujas sobre todo -ya sean antiguas sacerdotisas
paganas, curanderas, solteras o viejas- es decir, el elemento marginal y antisocial, incluidos ermitaños y
santos, monjes y penitentes convivirán con él, para servirle o para luchar en su contra. Afuera de la ciudad,
todo es demoníaco.

El bosque es el lugar en donde los distintos planos de la realidad conviven, es allí en donde de algún
modo todo es posible. Allí sitúa la tradición a Merlin y al hada Viviana, la Dama del Lago, la que cría y
protege a Lancelot del Lago, precisamente en la fuente de Barentón, en el Bosque de Brocelandie en la
Bretaña, el mismo lugar de la búsqueda del Grial, en donde se encuentra el Valle Sin Retorno, morada del
hada Morgana, el lugar del que solo Lancelot fue capaz de volver. Es allí donde la maternal Dama del Lago
se muestra cruel y persuasiva, al encerrar al viejo mago en la Torre de Aire:

"Las selvas que quedaron tras el largo proceso colonizador, pasaron


poco a poco a ser realidades extrañas al hombre, y con frecuencia
terribles. (...) el mundo natural y el "sobre-natural" no estaban aún
divididos por la línea que al llegar la plena Edad Media se irá agrandado
y tornándose cada vez más rígida. En aquel momento todavía ambos
estaban hechos de la misma materia, si bien sublimada por lo que
concierne al segundo de los mundos."(6)

En ese espacio en el que habitan duendes, brujas, demonios, hadas y otros seres, el ser puede entrar
en comunión con otras realidades, pero no hay que olvidar que también es el espacio de la muerte social y
corporal. El espacio maravilloso o mágico es el lugar de lo extraño, el cual resume el encuentro entre la
tradición pagana y la cristiana.

Pero esto no solo se reduce a una experiencia religiosa, para nada, todo el mundo, toda la naturaleza,
están impregnadas de una suprarealidad que envuelve al hombre y le acoge. Allí radica la contradicción
primordial del hombre medieval, por una parte, un creciente racionalismo y por otra el peso de las
concepciones antiguas que le permitían ver el mundo más allá de su carácter inmediato:

"...la vida religiosa se alimentaba de una multitud de creencias y prácticas


que, unas veces legadas por magias milenarias, y otras, nacidas en una
época reciente, en el seno de una civilización todavía animada de una gran
fecundidad mítica, ejercían sobre la doctrina oficial una constante presión.
En los cielos de tormenta, se continuaba viendo pasar los ejércitos de
fantasmas: los muertos, decía la multitud; los demonios, decían los doctos,
mucho menos inclinados a negar estas visiones que a encontrarles una
explicación aproximadamente ortodoxa."(7)

Ya lo dijimos, lo mágico, lo sobrenatural, lo a-normal no se encuentra en el aquí y en el ahora, sino


que se encuentra en el más allá inmediato, siempre presente pero distante. Su presencia determina su lejanía,
de manera que atemoriza o ilusiona, pero siempre mantiene vivo el deseo de creer, en lo que hubo y en lo que
vendrá, en lo que es y lo que podría ser: una mitología fantástica que es real, pero es intuida, adivinada, una
geografía irreal, nunca comprobada, pero tangible. La eterna búsqueda manifiesta el deseo intraducible de
creer. En esa dimensión debemos situar a la bruja.

El hombre, inmerso en este universo desordenado, buscará la lógica, la razón como medio para
comprender. El medio agresivo, la muerte prematura, la precariedad de la existencia, eran factores que
determinaban la creencia. Por una parte, para el labriego, la falta de cosechas, las malas condiciones naturales
o la pérdida de hijos debían ser explicados. Por otra, para el burgués, la falta de dinero, la falta de amor, la
privación de la libertad, necesitaban ser sobrepasadas por medio de la creencia, y la explicación estaba
nuevamente allí, en lo que se había dicho, en la tradición, en el eterno sueño, la búsqueda interminable. ¿Qué
favores son los que pide el labriego?, acaso no es más agua, más sol, fecundidad para sus animales y su tierra,
¿y el burgués?, dinero, amor, comidas exquisitas, fama y compañía. La diferencia es mínima, el uno pide a
una hechicera, el otro a una bruja.

También la percepción del tiempo era tan voluble como la de la realidad, en un mundo incierto la
realidad también lo era:

"A los ojos de todas las personas capaces de reflexionar, el mundo sensible
no era más que una especie de máscara, detrás de la cual ocurrían las cosas
verdaderamente importantes, un lenguaje también encargado de expresar por
signos una realidad más profunda. Y como una trama externa no ofrece mucho
interés en sí misma, el resultado de este prejuicio era que la observación,
generalmente, se abandonaba en provecho de la interpretación."(8)
Es ahí en donde la interpretación mágica y holística de la realidad cobran un sentido profundo, ese
"tiempo flotante" al que ya nos hemos referido, esa naturaleza viviente y participante manifestada en el
bosque, el pasado histórico retocado por los relatos de los ancianos, ese pasado literario de los eruditos, el
temor a lo desconocido y el conocer lo atemorizante, así como la fascinación por lo anormal, se conjugan
para que la visión del mundo se transforme en una dialéctica de complejidad y simpleza: a la vez, todo es
interpretable, pero cada verdad es inmutable.

El mundo caótico representado en la naturaleza y sus seres, aquel mundo primordial que con el
discurrir de los siglos se convertirá en un lugar temido y reverenciado, irá acompañado por el orden supremo
e invariable, en una continua contradicción. En el mundo, en la creación interrumpida, todo es perfectible.

La racionalización de ese mundo busca el comprenderlo y el adaptarse a él, de esa forma, los
lapidarios, los tratados astrológicos, los bestiarios, buscan dar sentido y orientar hacia una mejor
comprensión del medio. De ahí la fascinación por el orden, por la armonía que encontraba su filosofía en
Platón y san Agustín; el orden: lo bello, lo divino. El caos, lo feo y deforme: lo demoníaco.

Pero el racionalizar también va de la mano con el deseo de control, con el dominar aquello que se
teme y se reverencia, con alzarse por sobre lo temido: primero aislarlo, para luego destruirlo o utilizarlo. La
Edad Media buscará continuamente explicarse el por qué y el para qué, más que el cómo, reactualizando las
diversas creencias de las cuales es partícipe y heredera, como la tradición grecolatina.

Las cualidades mágicas de las hierbas, las piedras, las maderas y las estrellas abundan en el
racionamiento docto, pero también en el racionamiento popular, menos elevado y sublime, pero mucho más
directo y práctico. Si se encuentra una piedra tallada con un hombre sobre un dragón que sostiene en su mano
una espada, se debe colocar en un anillo de plomo, y si este anillo se lleva puesto, los espíritus de las tinieblas
obedecerán a su portador revelándole los tesoros, sin embargo, los efectos no siempre son positivos, intenta
explicar Jean de Mandeville (1300-1372), el viajero inglés que en torno a los años 1357 y 1371 recorrió el
mundo en busca de hechos maravillosos y prodigios, en su Libro de las Maravillas del Mundo:"...las piedras
con el cangrejo y el escorpión, vuelven al hombre un mentiroso..."(9)

En el mundo, la conexión entre los distintos planos, el mineral, el animal, el espiritual y el cósmico,
es formidable, todos están íntimamente ligados. Estas nociones traspasarán el mundo antiguo e inclusive el
medieval. Dentro de esta perspectiva, la magia cobra una fuerza central como medio de comunicación con las
distintas realidades reconocidas en el medio, así como método de control por sobre las potencias ajenas, de
allí a la interpretación e intento de manipulación de esa realidad mágica. El hombre vive esa dualidad, el
individuo vive la cotidaneidad, la realidad concreta, pero también vive esa suprarealidad que le rodea: los
ángeles, los demonios, las hadas, los duendes, dragones y unicornios son realidades, Dios mismo es una
realidad, que, más allá de los distintos matices, no es negada.

En esta interpretación mágica de la realidad, íntimamente ligada con el animismo, la Naturaleza


misma encarna una serie de potencias materiales y espirituales, que pueden ser manipuladas por quién sea
iniciado en sus secretos, de allí la necesidad de conocer la naturaleza, los astros y la ciencia. En ese
conocimiento, la simpatía, la imitación, el contacto, la defensa y el ataque, son solo expresiones de un juicio
mágico de la realidad:

"La mentalidad mágica, en si, es una expresión o manifestación del pensamiento


humano, que no es la religiosa, ni la filosófica, ni la científica, y que, sin embargo
en los pueblos del mundo antiguo tiene que ver con la religión o religiones
sucesivas,con la filosofía o ciertos sistemas filosóficos y con el desarrollo de la
ciencia, o ciertos aspectos de ella. También con las artes y las letras."(10)

Los diversos sistemas de creencias paganos extendidos por Europa se mantuvieron en la forma y en
algunas concepciones en la mentalidad popular y docta, y esta larga tradición se fue enriqueciendo durante el
Medioevo con el contacto con oriente. La tradición cabalística hebrea, así como los conocimientos religiosos
egipcios fueron dando forma a una visión particular de la magia y de los fenómenos a ella asociados,
fundiéndose con las creencias locales, sumamente extendidas en el medio rural.

Tras estas visiones, hay un sustrato psicológico muy importante, el temor, la esperanza, el deseo de
poder, son móviles que determinan la búsqueda por el hombre de una forma de controlar, a los elementos,
primero, a la sociedad y a sus iguales después:

"¿Cómo desdeñar los efectos de una sorprendente sensibilidad ante las manifestaciones
pretendidamente sobrenaturales?. Ponía a los espíritus, de manera constante y casi
enfermiza, a la espera de toda clase de signos, de sueños o de alucinaciones. Este
rasgo se encontraba, en particular, en los medios monásticos, en los que las maceraciones
y las mortificaciones sumaban su influencia a la de una reflexión profesional centrada en
los problemas de lo invisible. Ningún psicoanalista ha escrutado jamás sus sueños con
más ardor que los monjes de los siglos X y XI. Pero, también los laicos participaban de
la emotividad de una civilización en la que el código moral o mundano no imponía todavía
a la gente bien educada la obligación de reprimir sus lágrimas y sus desmayos."(11)

Pues bien, es en este contexto en el que tambien nos encontramos con la brujería, con su especial
sensibilidad, con la particular visión de esta época con respecto a la realidad, bajo una mentalidad mágica y
racional era posible su desarrollo, sin embargo, continuamente su presencia estaría marcada por una pérdida
de sacralidad, hasta transformarse en expresión de lo perverso, de lo proscrito, pues contrariamente a lo que
se ha dicho la bruja nunca es marginada, por el contrario, es proscrita y siempre presente en la eterna lucha
por el control y dominio de ese mundo hostil y violento, pero marcadamente espiritual.

Ella está presente en la batalla por el manejo de esa realidad, por esa realidad de una crudeza y un
carácter lúdico casi infantil, al igual que su inocencia. En esa lucha se inserta la bruja como ente -y la brujería
como medio-, en un primer momento, de acercamiento a la divinidad, para luego transformarse en la cara
opuesta, pero nunca perdiendo el poder atribuído con respecto a su habilidad para manejar esa realidad
voluble, poder fundamentado en la naturaleza mágica de la mujer:

"...la generalidad de los hombres imaginaba, en estado de lucha perpetua,


los deseos opuestos de una multitud de seres buenos o malos: santos, ángeles
y, sobre todo, diablos. "Quién no sabe", escribía el sacerdote Helmod. "que
las guerras, los huracanes, las pestes y todos los males que se abaten sobre
el género humano, llegan por ministerio de los demonios."(12)

De esta manera el paganismo y la superstición, vocablos íntimamente ligados a la hechicería, fueron


deformándose hasta volverse negativos, al igual que la hechicería misma, transformada en brujería, con una
clara connotación negativa. Pues bien, estos son dos términos indisolubles al momento de estudiar la brujería
medieval: el paganismo, las creencias de los habitantes del pagus (campo), aquellos adeptos que no se
volcaron al Cristianismo tras su irrupción y que tras las primeras persecuciones optaron por refugiarse en
valles, montañas y bosques, en definitiva la Supersticio, es decir, al igual que como San Agustín recoge el
término, aquellas creencias, doctrinas y tradiciones de los cultos de los pueblos invadidos por los romanos,
pero en el sentido agustiniano, de aquellos pueblos ajenos al Cristianismo o a su unidad dogmática. Allí nace
la brujería.

Aquellas tradiciones primigenias, rebosantes de realidad fueron progresivamente desacralizándose.


La creencia en la comunicación directa con el "más allá", el culto a los muertos, el conocimiento del futuro,
es decir, la exteriorización de las sensibilidades más profundas del ser encontraron cabida en una
interpretación mágica de la realidad. La bruja y la hechicera, inmersa en ella, presente y distante, fue
transfigurándose en aquel mundo, a medida que su sacralidad disminuía y ella misma, como mujer y como
maga, entraba en el ámbito de lo proscrito.
Notas bibliográficas:
1) Riquer, Martin de; Historia de la literatura universal; Editorial Planeta; Barcelona, 1979. Pp.335
2) Anónimo; El cementerio peligroso; Ediciones Siruela; Selección de lecturas medievales Nº 11;
Segunda edición preparada por Victoria Cirlot; Barcelona; 1987. Pp. 26
3) La esperanza de vida en Inglaterra por ejemplo, bordeaba aproximadamente entre los años 1237 y
1300 los 31,3 años. Entre el año 1344 y 1348, época de la peste negra, esta era cercana a los 17,3
años, repuntando nuevamente entre 1426 y 1450 hasta llegar a los 32,8 años, según J. Russel. En:
Samarkin, V. V.; Geografía histórica de Europa occidental en la Edad Media; Traducción de Luis
Carlos Nieto de Gregorio; Akal Editores; Madrid; 1981. Pp. 91
4) Le Goff, Jacques; El orden de la memoria; Editorial Paídos; Barcelona; 1991. Pp. 156
5) Fumagalli, Vito: Cuando el cielo se oscurece: la vida en la Edad Media; Traducción de Fernando
Llenin; Editorial Nerea; Madrid, 1992. Pp.22
6) Samarkin, V.V.; Geografía histórica de Europa occidental en la Edad Media; Traducción de Luis
Carlos Nieto de Gregorio; Akal Editores; Madrid; 1981. Pp. 42
7) Fumagalli, Vito. Op. Cit. Pp.27
8) Bloch, Marc; La sociedad Feudal; Editorial UTEHA; México; 1958. Vol. II. Pp.98
9) Ibid. Pp.99
10) Citado en: Baltrusaitis, Jurgis; La Edad Media fantástica; Editorial Cátedra; Madrid; 1983. Pp. 26 -
28
11) Caro Baroja, Julio; Las brujas y su mundo; Alianza Editorial; Madrid; 1996. Pp. 175
12) Bloch, Marc. Op. Cit. Pp.87

Bibliografía:

.- Anónimo; El cementerio peligroso; Ediciones Siruela; Selección de lecturas medievales Nº 11; Segunda
edición preparada por Victoria Cirlot; Barcelona; 1987
.- Riquer, Martín de; Historia de la literatura universal; Editorial Planeta; Barcelona; 1979
.- Samarkin, V. V.; Geografía histórica de Europa occidental en la Edad Media; Traducción de Luis Carlos
Nieto de Gregorio; Akal Editores; Madrid; 1981
.-Le Goff, Jacques; El orden de la memoria; Editorial Paídos; Barcelona; 1991
.-Fumagalli, Vito: Cuando el cielo se oscurece: la vida en la Edad Media; Traducción de Fernando Llenin;
Editorial Nerea; Madrid, 1992
.-Bloch, Marc; La sociedad Feudal; Editorial UTEHA; México; 1958. Vol. II
.-Baltrusaitis, Jurgis; La Edad Media fantástica; Editorial Cátedra; Madrid; 1983
.-Caro Baroja, Julio; Las brujas y su mundo; Alianza Editorial; Madrid; 1996

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