propio de los seres humanos ya que es una inmensa alegria. En el cristianismo, el gozo (del latín gaudium) y del griego χαρά jará[1]; alegría, i.e. deleite calmo:—alegría, gozo, gozoso. Hace parte de los nueve frutos del Espíritu Santo (Gálatas 5:22-23 Mas el fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza: contra tales cosas no hay ley)[2], el segundo de los que enumera San Pablo en su carta a los Gálatas. El gozo, y lo mismo debería decirse de la paz, es efecto de la caridad (amor, agape); por eso el apóstol lo coloca inmediatamente después de ella y antes de otras virtudes morales.
Fue un sentimiento común entre los
apóstoles de Jesús y todos los que han creído en el Señor Jesús como el Salvador de sus vidas a través de los siglos. El gozo forma parte de aquellos que deciden obedecer a Cristo, pues es un mandamiento para creyente: Estad siempre gozosos.[3]. No solo es parte de la vida de los que han sido hechos hijos de Dios por gracia [4], sino que incluso en las pruebas[5] se debe mantener el gozo. La primera mención del padecimiento por el Nombre de Cristo, por parte de los seguidores del Señor Jesús se halla en Hechos 5:41 Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre.[6]. Aquellos que estaban gozosos son el apóstol Pedro y el apóstol Juan.
Vemos que Santo Tomás de Aquino se
refiere al gozo diciendo: "al acto de la caridad se sigue siempre el gozo; pues todo amante goza en la posesión del amado, y la caridad tiene siempre presente a Dios según lo afirma San Juan" (1 Jn 4, 16). Otros autores, más bien definen el gozo como virtud; esto es, la alegría y complacencia que siente el cristiano en la extensión del Reino de Dios y su justicia, tal como lo da a entender el mismo apóstol (1 Cor 8, 6).
A diferencia de la felicidad el gozo no es
resultado de circunstancias externas, depende únicamente de la actividad del Espíritu Santo en la vida de una persona, así pues las circunstancias aunque adversas no influyen en la voluntad de las personas que tienen una relación profunda con Dios.