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Estipulación para otro (I)

Héctor E. Tosar-Estades

Autor: Héctor E. Tosar-Estades

Páginas: 277-288

Id. vLex: VLEX-232243685

Link: http://vlex.com/vid/estipulacion-232243685

Resumen

Fuente: RDJ Doctrina, Tomo XVI, Nro. 7, 162 a 172 Cita Westlaw Chile: DD27742010.

Texto

Contenidos
I. Origen de la estipulacion para otro
II. Elementos que deben considerarse en los contratos en favor de terceros

De la Revista de Derecho y Ciencias Sociales, Montevideo.

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El asunto que hoy me ocupa, aparentemente sencillo, es, sin embargo, uno de los puntos más
complicados y que se presta a soluciones más diversas, del Derecho Civil.

Este trabajo es tan sólo, puede decirse, una obra de compilación y de síntesis; y las ideas
personales que en él vierto, son, sobre todo, para explicar por qué me inclino, ora a una, ora a
otra de las soluciones que en cada caso convienen a las múltiples cuestiones que esta clase de
contratos suscitan.

Para metodizar un poco, dividiré este trabajo en cuatro partes. Estudiaré en la primera, el origen
y primer desarrollo de los contratos en favor de un tercero. En la segunda, me ocuparé de los
distintos elementos que hay que considerar en ellos. En la tercera, trataré de investigar la
naturaleza y el concepto jurídico de la estipulación para otro, tal como tiende hoy a cristalizar en
las legislaciones; y por último, estudiaré en la cuarta los efectos de estos contratos y las
relaciones entre las partes que en ellos pueden intervenir.

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I
Origen de la estipulacion para otro
Uno de los principios que caracterizaban el Derecho Romano contractual y que se enuncia
expresamente en diversos lugares del Digesto, de las Institutas y del Códice, es el de que nadie
puede obligar a otro, que no intervenga en el contrato, y nadie puede, tampoco, estipular para
otro, "Nemo alteri stipulari potest", se decía. Y este principio está establecido aun en muchas
legislaciones actuales. No se aplicaba tan sólo a la stipulatio, sino a todos los contratos y a los
pactos, El Digesto dice: "Neque stipulari neque cinere, vendere, contralere, ut alter suo nomin
erecte agat, possurnus". Y en otra parte: "Nec paciscendo, nec suputando quisquam alteri
cavere potest". Sólo podía, pues, adquirirse un derecho

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para la persona a cuya potestad se estuviera sometido; por ejemplo: un hijo para su padre, o un
esclavo para su dueño y viceversa, porque eran reputados no formar más que una sola y misma
persona.

El hijo podía estipular siempre válidamente para su padre; pero el padre sólo podía estipular
para su hijo en caso de que esto redundase en su propio beneficio; pues si el beneficio iba a ser
personal y exclusivo del hijo, se aplicaba también la prohibición de estipular para otro.

La causa de esta prohibición, en el Derecho Romano, consiste, para Tartufari, al cual he


seguido en gran parte en este modesto trabajo, en la naturaleza misma de la estipulación,
contrato enteramente formal, que se creaba, sobre todo, por la solemnidad de las palabras
sacramentales que en él se empleaban. Por lo tanto, no podía tener lugar entre ausentes, siendo
la presencia de las partes un requisito esencial; y no se concebía, al principio, debido a la
sencillez y a la reducida esfera a que estaban circunscriptas todas las relaciones jurídicas de la
primitiva Roma, que los efectos de estos contratos pudieran extenderse más allá de los
contrayentes mismos. Este rigor se aplicó a todos lo contratos de Derecho de Gentes, que fueron
introducidos más tarde en el Derecho Civil, por someterlos todos a unas mismas reglas.

Se manifestaba también la absoluta personalidad de las obligaciones en el interés que se


requería como condición esencial para la validez de las estipulaciones. Y más tarde, en la
práctica se admitió la validez de las estipulaciones para otra cuando el estipulante tuviera un
interés propio en que fueren cumplidas, de modo que en esos casos, más bien estipulaba para
sí que para un tercero.

Este interés requerido debía ser un interés patrimonial, avaluable en dinero, para las
obligaciones stricti juris, mientras que para las obligaciones bonæ fidei bastaba un simple
interés de afección.

La prohibición "nadie puede estipular para otro" podía descomponerse en estas dos:

I. Nadie puede estipular en nombre de otro.

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II. Nadie puede estipular, en propio nombre, a favor de otro.

I. El principio de la representación, tan generalizado en el Derecho moderno, sobre todo en


el Derecho Comercial, no era conocido de los antiguos. El mandatario no estipulaba sino
en su propio nombre, y el mandante no adquiría acción, contra el promitente, ni éste contra
aquél.

II. En un principio, la regla de no poderse estipular en su propio nombre y a favor de un


tercero era tan absoluta, que ni aún podía hacerse en favor de los propios herederos. Pero
la necesidad de la práctica atemperó

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este rigor con la institución de la adstipulatio. Este contrato era, según Cuq, una estipulación
accesoria que, en el siglo II de nuestra era, servía únicamente para hacer válida una
estipulación post mortem suam. El estipulante principal ruega a uno de sus amigos que estipule
a la par suyo, lo que equivale a prometer para una fecha posterior a su muerte. El adstipulator,
estipulando para una fecha posterior a la muerte de otro, adquiere un derecho de acción que
deberá ejercer en interés de su mandante.

Esta institución servía también para atenuar los inconvenientes de la no representación en


justicia. Se hacía intervenir un adstipulator en previsión del caso en que se estuviere impedido
de hacer valer por sí mismo sus derechos, en justicia. Como se ve, el adstipulator no era un
mandatario en el moderno sentido de esta palabra; y la acción que ejercía, se deriva de la
estipulación que había hecho en su propio nombre.

La institución del adjetus solutionis gratia, no era sino una aparente excepción al principio
"Nemo alteri stipulari potest". En una estipulación, podía establecer el estipulante que la
obligación podía ser pagada a él mismo o a otra persona que él indicaba; se consideraba a ésta
como la misma persona del estipulante. Estaba autorizada tan sólo para recibir el pago, pero no
para exigirlo; y además, ese pago podía hacerse a él en persona, pero no a sus herederos.

Tal era el rigor de la época primitiva del Derecho Romano. Pero poco a poco la equidad
pretoriana y la interpretación de los jurisconsultos y de las constituciones imperiales fué
suavizando ese rigor, amoldando algo el jus civile a las crecientes necesidades de la vida
práctica.

Respecto a la prohibición de estipular en nombre de otro, se introdujo la cesión de acciones,


primero, de un modo solemne y real; más tarde, de un modo ficticio. La persona en cuyo interés
y por cuyo encargo (no en cuyo nombre, porque esto no se podía) se había estipulado tenía la
facultad de obrar contra el promisario y hacerse ceder las acciones de éste contra el promitente.
Este procedimiento que en un principio era largo y difícil y a veces ineficaz, pues bastaba que la
otra parte no acudiese a la in jure cessio para hacerlo imposible, se sustituyó con el de las
acciones útiles, las cuales se diferencian de las directas casi únicamente por su origen.

De esta manera, manteniéndose en principio la prohibición de contratar en nombre de otro, se


daba a aquel en cuyo interés se había estipulado, una acción útil contra el promitente, y a su
vez, a éste también se le daba contra aquél.

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A los institutores y a los magister navis se les negaba esta acción; pero los prefectos y pretores
establecieron infinidad de excepciones que anularon, casi, esta prohibición. Y el jurisconsulto
Marcelo, apoyado también por Gaio, pensaba que siempre debía darse al proponente acción
contra el tercero (el promitente), pero con la condición que no tuviere aquél otro medio de salvar
su cosa.

En las estipulaciones pretorianas se permitió, también, aunque no de un modo general y


absoluto, que el mandante tuviese acción contra el tercero; y para los simples pactos, hubo más
liberalidad, pues se admitió que el pacto del procurador o tutor, afectase al mandante y al pupilo.

Otra excepción al principio de no poderse estipular en nombre de otro, la encontramos en el


mutuo. La frecuencia de este contrato, ya en la vida antigua obligó a Ulpiano a interpretar con
mucha amplitud las normas jurídicas, y a establecer que aquel en cuyo nombre, ya sea con
mandato o sin él, se había dado dinero en mutuo, aunque no fuese suyo, y aunque lo ignorase,
adquiría ipso jure por el contrato, la conditio ex mutuo contra el mutuario. Por analogía se
aplicaba este principio también al pago indebido.

Hubo también excepciones al segundo principio enunciado, de que nadie puede estipular en su
propio nombre a favor de un tercero.

Estas excepciones hacían válida la estipulación en muchos casos; y ora atribuían acciones al
estipulante, ora al tercero.

Se atribuían al estipulante:

1º. Cuando tenía un interés personal en el cumplimiento de la prestación.

2º. Cuando hubiera agregado una cláusula penal en su favor, para el caso de no hacer la
prestación al tercero. Esta cláusula penal venía a representar para el estipulante el interés
indispensable para que su estipulación se considerase válida.

Al tercero se atribuía acción en los casos siguientes:

1º. En la donación sub modo a favor de tercero.

2º. En la constitución de dote hecha por un ascendiente, éste podía estipular la restitución de
la dote en favor de la mujer o de sus descendientes.

Esta excepción se había introducido como un privilegio en favor de las bodas, y también
en atención al vínculo que unía al padre o abuelo

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con la novia. Por eso sólo podía estipularse en favor de la mujer o de sus hijos; y para que
un tercero tuviese derecho a esta restitución era necesario que él también hubiere
intervenido en el contrato.

3º. La prohibición de estipular en favor de los herederos fué abolida antes de Justiniano,
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siempre que se estipulase para ellos una obligación de hacer y no de dar; como, por
ejemplo, una servidumbre personal; y Justiniano la abolió del todo, pudiéndose estipular
entonces, cualquier prestación en favor de todos o de uno solo de los herederos.

4º. En el depósito o en el comodato, cuando se hubiere establecido en el contrato la


restitución de la cosa en favor de un tercero, éste adquiría por ese solo hecho el derecho
de exigirla.

5º. En la venta del pignus, hecha para cobrarse de una deuda, el acreedor podía válidamente
estipular a favor del deudor el derecho de resolver la venta misma o recuperar su cosa
mediante el pago del precio.

6º. Si en la venta de un fundo, el vendedor estipulaba que el comprador respetaría el contrato


de locación en favor de un tercero, éste tenía también acción contra el comprador, en caso
de violación de lo estipulado.

De todas estas excepciones, las más importantes son las últimas, esto es, aquellas en que
se atribuía al tercero una acción o una excepción sin que éste hubiera participado en modo
alguno en el contrato, ni antes ni después.

No se puede decir, por esto, que en el Derecho Romano estaban per-fectamente


establecidos y admitidos los contratos a favor de terceros. Pero hay que reconocer,
indudablemente, que existieron ya en él, las bases y los elementos que han dado origen al
concepto actual de esa clase de contratos.

Esas excepciones no podían extenderse, por analogía, a otros casos; de modo que la
regla general quedaba en pie. Pero esos casos de excepción en el Derecho Romano,
constituyen los casos más típicos de contratos para terceros en el Derecho Moderno.

En estos casos, el estipulante obra no sólo en nombre propio sino también por cuenta
propia. No es un representante del tercero, ni objetivamente, ni subjetivamente, esto es,
teniendo en cuenta la intención de las partes. El tercero permanece completamente
extraño al contrato, antes y después de celebrado. En esto, el Derecho Romano aventaja a
muchas legislaciones modernas.

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II
Elementos que deben considerarse en los contratos en
favor de terceros
Ante todo, se ve que en estos contratos se mencionan (aunque no intervienen todas en ellos)
tres personas, o mejor dicho, tres partes distintas: una parte que promete una prestación a un
ausente; una parte que estipula o a quien promete esa prestación; y la parte ausente, o sea
aquella en cuyo favor es prometida la prestación. La primera parte de las enunciadas, se llama

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promitente; la segunda, recibe el nombre de promisario; y la otra, se llama, sencillamente,


tercero. Como se ha dicho, ésta no interviene de un modo activo en el contrato. Es, solamente, el
objeto principal o secundario del mismo. Ya veremos, más adelante, las relaciones que puede
haber entre cada dos de estas partes.

Pasando de las personas a los otros elementos que constituyen o motivan los contratos,
estudiaremos primeramente esta cuestión: Para que exista contrato en favor de tercero, ¿la
estipulación debe ser hecha por el estipulante en su propio nombre, o en nombre del tercero? A
pesar de que algunos pocos autores afirman que siempre que se contrata para un tercero un
derecho o se promete por un tercero una prestación, se obra en nombre de este tercero, ya se
esté o no autorizado por él, es evidente que pueden ocurrir dos casos: o el estipulante
representa legalmente al tercero, a cualquier título, ya sea de mandatario, de heredero, de tutor,
curador, etc., o no existe entre el estipulante y el tercero ningún vínculo jurídico, obrando el
estipulante por su propio derecho. Siendo representante legal el estipulante, claro es que puede
obligarse y adquirir derechos por y para el tercero, dentro de los límites de sus atribuciones, en
cada caso. Pero, obrando el estipulante por propio derecho, sólo puede producir derechos en
favor de un tercero; jamás podrá obligar a éste, por su sola voluntad, pues nadie, por su
capricho, puede perjudicar a otro, ni en su patrimonio, ni en su libertad.

En el caso de representación, no puede, indudablemente, haber contrato en favor de tercero,


porque en realidad, en este caso, no hay tercero. Lo que el representante estipula o promete, lo
estipula o promete el representado, y el contrato tiene exactamente los mismos efectos que si se
celebrase directamente con el representado.

Ahora, no quiere decir esto que lo que cualquier persona puede hacer por sí, en favor de un
tercero, no lo pueda hacer también por medio de un mandatario. Así, Juan puede dar mandato a
Pedro para que estipule de Antonio una prestación en favor de Luis; y este contrato tendrá
exactamente los mismos efectos que si el contrato en favor de Luis se hubiese celebrado
directamente entre Juan y Antonio. Podría todavía el promi-

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tente obrar como mandatario de otro, y así tendríamos nominalmente, se entiende, cinco
personas en ese contrato. Ejemplo: Juan da poder a Pedro para que estipule con Antonio,
mandatario de Carlos, una prestación en favor de Luis. Pero en este caso, salta a la vista que los
mandatarios Pedro y Antonio desaparecen y quedan tan sólo a los efectos del contrato un
estipulante (el mandante Juan), un promitente (el mandante Carlos) y un tercero, Luis, en cuyo
favor Carlos debe hacer alguna prestación.

Casi la totalidad de la doctrina, la legislación y la jurisprudencia, están de acuerdo en llamar


estipulación para otro o contrato en favor de un tercero al que realiza el estipulante en su propio
nombre. Esto es, también, lo racional y lógico. Existe, sin embargo, una teoría, llamada de "la
gestión de negocios" -atribuida a Demolombe, aunque éste no hizo sino desarrollar un concepto
ya expuesto por otros-que, considerando al estipulante como un gestor de negocios del tercero,
tiene que aceptar, consiguientemente, que aquél estipula en nombre del tercero. Ya veremos, en
la parte tercera, que debe desecharse la idea de una gestión de negocios, en el caso de
contratos en favor de terceros.

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Otro elemento que muchas legislaciones exigen para que sea válida la estipulación para otro, es
la existencia de un interés de parte del estipulante en el cumplimiento de la misma.

Hemos visto ya, que en el derecho Romano se requería en todos los casos la existencia de un
interés en el estipulante. Los beneficios de toda estipulación debían recaer en aquel que la
había hecho. Pero no siempre se requería un interés material, reducible a dinero; esto sucedía
con las obligaciones stricti juris; pero en las obligaciones bonds fidei bastaba, ya lo hemos visto,
un interés de afección. En los casos en que se agregaba una cláusula penal a la estipulación,
en favor del estipulante, en esto consistía el interés del mismo, y por eso se declaraba válida la
estipulación. Pothier y el Código Civil francés sostienen la misma doctrina. Por el artículo 1121
del Código Francés, se puede estipular en provecho de un tercero "cuando es la condición de
una estipulación que se hace para sí mismo, o de una donación que se hace a otro". En el
primer caso, el interés está en la estipulación que el estipulante realiza para sí; en el segundo,
se supone que el estipulante tiene el interés material en librarse de una prestación que por
cualquier concepto debe a un tercero, o tiene el interés de afección que motiva una donación
secundaria o accesoria, puesta como modo (en este sentido ha empleado el legislador aquí le
palabra condición, no en su sentido jurídico) de la donación principal. Se confunde aquí,
generalmente, el interés personal que el estipulante tiene en el cumplimiento del contrato, con la
causa que origina el contrato mismo.

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Sin embargo, casi todos los comentadores franceses, sobre todo los que no son muy modernos,
hablan de un interés pecuniario, como requisito indispensable en el estipulante, para que sea
válido el contrato.

Giorgi formula también, en general, el principio de que se debe reconocer eficacia a una
estipulación para otro, siempre que vaya acompañada de un interés directo o indirecto en el
estipulante. Luego pasa a considerar los casos en que puede existir este interés, para servir de
excepción a la regla de que no se puede estipular en nombre propio para un tercero.

Battistini también considera el interés como razón determinante para admitir la validez y eficacia
de estos contratos.

El derecho consuetudinario germánico y los jurisconsultos de la misma nacionalidad en los


siglos XVII y XVIII, prescindieron, casi todos, de este elemento interés que venía admitido por
todos los demás, desde el Derecho Romano. Pero muchos alemanes del siglo XIX volvieron a
adoptarlo, ya exigiendo un interés avaluable en dinero, ya un interés de afección. Están entre
éstos Heyer, Wachter, Buchta y otros. El artículo 34 del "Proyecto de Código Civil para el Reino
de Baviera", hecho en 1860, dice: "Si en las prestaciones prometidas en favor de un tercero,
tiene interés, al mismo tiempo, uno de los contratantes, puede éste, o el tercero, siempre que
haya adherido eficazmente, accionar para conseguir su cumplimiento". Esto quiere decir que
puede no tener interés ninguno de los contratantes. Casi todas las legislaciones de los Estados
alemanes y el actual Código alemán no se refieren, ni en su letra, ni en su espíritu, a un interés
en el promisario o estipulante.

Lo mismo sucede con casi todos los jurisconsultos alemanes modernos y muchos italianos y
franceses. Algunos como Beseler, Bahr, Gareis, Unger, Tartufari, etc., y el Código alemán,

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establecen expresamente que no es indispensable la existencia de un interés propio y personal


del promisario para que el contrato sea válido.

Esta es, también, mi opinión. En primer lugar, choca que la inmensa mayoría de los
comentaristas exijan para que la estipulación para otro sea válida, un interés en el promisario,
que no exigen en el promitente. Ahora bien: no se ve por qué razón se han de distinguir esta
clase de contratos, de todos los otros. Se dice y se admite generalmente que en todo contrato
debe haber un interés y muchos llegan hasta afirmar que debe ser un interés pecuniario, en las
partes. Luego, siendo la estipulación para otro un contrato como cualquier otro, sería lógico que
se exigiera un interés a las dos partes contratantes.

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Pero aún en todos los contratos, yo me atrevo a afirmar que no se debe exigir un interés en los
contratantes y me fundo en las razones siguientes:

Ese interés será pecuniario, moral o de simple afección. Desde luego, debe rechazarse la
exigencia de un interés pecuniario, pues si nó no serían válidos innumerables contratos
perfectamente lícitos y que la práctica ha probado ser muy beneficiosos en la sociedad. Ni aún
en el riguroso Derecho Romano se exigía para los contratos en general tal interés pecuniario. Si
se admite un interés moral cualquiera o un simple interés de afección, es imposible establecer la
medida exacta de ese interés en los contratantes; y el sólo hecho de contratar, demuestra,
siempre que no haya violencia, la existencia de algún interés en el que contrata, pues aun
cuando lo hiciere por puro capricho, por placer, siempre que la causa fuere lícita, ese placer
debe ser contemplado. Ese es el objetivo que debe tener el legislador: tratar de que no haya una
causa lícita, que lesione los derechos ajenos, las buenas costumbres, etc. Llenada esta
condición, no hay por qué entrar a averiguar cuál es el interés y en qué grado existe, que lleva a
una persona a realizar un contrato. La misma exigencia de un interés, parecería hacer creer que
la ley tiende a favorecer el egoísmo de los hombres, cuando, por el contrario, debe tender a
favorecer por todos los medios posibles, los actos de desprendimiento, de beneficencia y de
altruismo en todas las sociedades. Así, para realizar una donación, no hay por qué hablar ni
siquiera de un interés de afección: basta para hacerla, que exista en el individuo esa virtud que
impulsa a realizar el bien por doquiera, y sin obedecer a un afecto hacia determinada persona
en particular.

Otro elemento que debe considerarse en los contratos para terceros, es la causa.

En el primitivo Derecho Romano, la causa del contrato, o mejor, la causa de la obligación


contraída por el promitente hacia el tercero, consistía únicamente en el formulismo solemne y
riguroso que se había observado y que por sí solo daba fuerza y validez al contrato. No es este
el motivo o el móvil que había impulsado a las partes a contratar. Hay que diferenciar bien estos
dos conceptos. Hablo aquí del fundamento jurídico de ese vínculo creado entre las partes.

Más adelante, en el mismo Derecho Romano, ya no se vio en esa forma exterior, consagrada y
rígida, la verdadera causa, sino que se la hizo radicar en la prestación previa que el estipulante
hacía al promitente, que traía aparejada como recíproca una prestación que éste se obligaba a
hacer a un tercero.

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El Derecho Canónico introduce en estos contratos un elemento nuevo, en el cual hace consistir
la causa o el fundamento jurídico de la obligación civil contraída por el promitente. Los
glosadores y comentaristas del Derecho Romano afirmaban que la estipulación para otro no
hacía nacer en beneficio del promisario una verdadera obligación civil, sino meramente una
obligación natural. Esta obligación natural que sacaba su fuerza del principio ético de la
observancia de la palabra dada, era reforzada y convertida en obligación civil por medio del
juramento, cuya virtud obligatoria era esencialmente religiosa.

Pothier y muchos otros autores, sobre todo franceses, que exigían en el promitente un interés,
confundían, como hemos visto, la causa y el interés, haciendo consistir aquélla en éste. Y el
mismo Pothier decía que no era necesario que ese interés preexistiera al contrato, sino que
podía nacer del contrato, lo cual es evidentemente una petición de principio, pues el interés
vendría a ser de este modo causa y efecto al mismo tiempo, del contrato celebrado.

Pothier ponía este ejemplo: Yo estipulo con un albañil que reconstruirá la casa de Santiago. Aun
cuando antes de este contrato yo no hubiese estado obligado a la reconstrucción de la casa de
Santiago, y por lo tanto, yo no tuviera previamente un interés en esta reconstrucción, por el sólo
hecho de contratar tal cosa, yo administro los asuntos de Santiago y de ese modo me obligo a
llevar a término esa empresa, por deber darle cuenta de mi gestión; he aquí que desde ese
momento yo tengo un verdadero interés en que la casa sea reconstruida y este interés sirve de
causa eficiente, de fundamento a la obligación contraída por el albañil y hace válida la
estipulación.

Vemos, pues, que el mismo Pothier se encarga de destruir sus propios argumentos.

Pothier también admitía que, cuando en una estipulación para otro, se agregaba una cláusula
penal en favor del estipulante, si antes no existía ya el interés en el promisario, este interés
nacía con la cláusula penal en su favor, y ésta venía a ser de ese modo el fundamento o la
causa de la validez de ese contrato. Incurría con esto en dos errores: primero, consideraba esa
cláusula accesoria como contrato principal y relegaba el contrato para terceros al rol de una
simple condición de la misma; además, si según Pothier el verdadero interés del estipulante
consistía exclusivamente en la cláusula penal se ve que su interés era precisamente opuesto a
que la estipulación se cumpliese, pues es entonces que se hacía efectiva la cláusula penal en
su favor, lo que es contrario, evidentemente, a su intención. Si, pues, el promisario tenía un
interés mayor en que el contrato

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se cumpliese, no es en la cláusula penal que residía este interés, sino en otra parte.

Sin embargo, este concepto de Pothier ha quedado en el artículo 1121 del Código francés, al
establecer, según la interpretación de casi todos los jurisconsultos franceses, que la cláusula
penal es la estipulación principal, hecha para sí, y la estipulación para un tercero es solamente
una condición de la otra.

Unger pone como causa fundamental de la obligación del promitente hacia el tercero, la
intención de las partes, que ha sido favorecer a este tercero, ya creándole un derecho positivo,
ya liberándolo de una obligación anterior.
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Sigue este camino Gareis, uno de los juristas que mejor ha estudiado esta clase de contratos y
que ha expuesto mejor su teoría. Gareis pone el fundamento de la obligación en la libre voluntad
de las partes.

Para Regelsberger el fundamento jurídico de la obligación está en las relaciones jurídicas que
debían existir ya entre el promitente y el promisario, y que eran las que validaban el contrato.

El Código Civil del Reino de Sajonia que se puso en vigor en 1863 ponía también el
fundamento de la obligación en la intención de las partes contratantes.

El Código Federal Suizo de 1881, también pone como causa la voluntad de las partes; y el
Proyecto de Código Civil para el Imperio Alemán, publicado en 1881, dice en sus Motivos: "Las
disposiciones del Proyecto descansan sobre el principio fundamental de que, por medio de un
contrato hecho entre dos personas en favor de un tercero que permanece extraño a él, y sin que
sea necesaria ninguna cooperación, aceptación o adhesión de parte del tercero, se puede dar
vida a un derecho independiente y perfecto a las prestaciones a que, en favor del tercero, el
promitente se ha obligado".

La Jurisprudencia germánica y la italiana ofrecen ejemplos de todas estas opiniones.

Todavía hay autores que piensan que la estipulación para otro supone dos contratos: uno entre
el estipulante y el promitente; otro, entre el estipulante y el tercero, y a cada uno de ellos le
hallan un fundamento diferente.

Yo creo que debe tomarse como causa eficiente el libre acuerdo de las partes, haya o no un
vínculo anterior entre las mismas o entre una de ellas y el tercero, y sea el contrato a título
oneroso o gratuito, y la obligación pura y simple o condicional o a plazo. Como dije
anteriormente,

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la voluntad de las partes debe ser la razón y la ley de todos los contratos, siempre que sea lícita,
esto es, que no lesione las leyes ni los derechos ajenos. Claro es que, como todos los contratos,
debe tener, para su validez, los demás requisitos de capacidad y objeto lícito y los requisitos de
forma exigidos en ciertos casos.

Antes de pasar a estudiar la naturaleza jurídica de estos contratos, trataré ligeramente de


resolver estas cuestiones, que pueden presentarse: 1º ¿Quién puede ser el promitente? 2º
¿Quién puede ser el promisario? 3º ¿Quién puede ser el tercero? 4º Para que el contrato esté
completo, ¿es necesaria la ratificación del tercero? 5º ¿Qué cosa puede ser objeto del contrato
en favor del tercero? o, en otras palabras: ¿cuál puede ser la prestación del promitente en favor
del otro? 6º Los elementos y las cuestiones estudiadas en esta parte encarados según nuestra
legislación.

1º. Quién puede ser el promitente. Esta cuestión se resuelve de acuerdo con los principios
generales: cualquiera persona capaz de obligarse, puede hacerlo, tanto directamente en
favor de la otra parte contratante, como en favor de un tercero. En las legislaciones
antiguas y aún en muchas modernas, siendo excluidos por regla estos contratos para

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terceros, y admitidas solamente algunas excepciones, sólo en estas excepciones es


posible obligarse en favor de un tercero. Hoy, que las excepciones se han hecho la regla,
en las legislaciones adelantadas, sólo se exige en el promitente la capacidad de obligarse.
Se puede también prometer por medio de un mandatario, y en cada caso se verá hasta
dónde el mandato confiere poder para obligarse en beneficio de otro. En cuanto a los
tutores, curadores y demás representantes legales, sólo en ciertos casos determinados por
la ley, puede el representante prometer en nombre de su representado y en favor de un
tercero, y respecto a las prestaciones establecidas por la ley misma.

2º. Quién puede ser el promisario. Lo mismo que para la cuestión anterior, en las
legislaciones que prescriben taxativamente en qué casos pueden hacerse contratos en
favor de terceros, se establece cuál debe ser el promisario y cuál el promitente. En las
otras, si el promisario no se obliga por otra prestación, es decir, si el contrato es a título
gratuito, cualquiera persona capaz de recibir, puede ser estipulante.

3º. En cuanto a la persona extraña al contrato y que recibe el beneficio de la prestación


hecha por el promitente, puede serlo, ya una persona física o una jurídica y aún una
persona incierta, como pasa en los contratos de seguros sobre la vida y en los que un
patrón realiza en beneficio de sus obreros, o una corporación pública en favor de un
municipio, o de sus empleados, etc., y sobre todo, en Derecho Comercial, con los
documentos al portador.

(Concluirá).

16 Feb 2018 14:28:29 11/11

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