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Un día con depresión...

Día x

Suena el despertador, comienzo a despertarme sin abrir los ojos, me rehúso a abrirlos y
despertar una vez más a mi realidad, permanezco indiferente ante el horario, ante el
posible retraso, ante la rutina, pretendo perderme una vez más en un sueño cuya
ignorancia me brinda tregua. Suena nuevamente el despertador, lucho contra la
somnolencia pero sobre todo contra la apatía. ¿Por qué luchar? no, no tengo ganas de
luchar, me quedo vencida en mi cama y espero jamás despertar, ya se hizo muy tarde,
tengo que levantarme. Abro los ojos, y poco a poco pongo en movimiento mis manos,
distiendo la cama, salgo de ella y el frío me pega como la realidad de la que trato de
escapar, me quitó la pijama, y lentamente me pongo la ropa deportiva, mis movimientos
son lentos y absurdos, incluso mis pensamientos lo son. Mi papá está abajo en la cocina,
preparando licuado para dos, me invita un vaso, no tengo hambre, aún así me lo empino
con desgana y el sabor me parece ligeramente desagradable; antes solía gustarme la
avena. Sólo espero impaciente el momento de subirme al carro para poder quedarme
dormida otra vez, procuro hacer todo rápido para que ese momento llegue con la mayor
prontitud posible. Abro la puerta y una hermosa creatura me saluda con inocencia y
autentica felicidad, es mi perrita, se llama Mina, una pastor alemán, permanezco
indiferente ante su infinita belleza, no puedo verla, sólo pienso en abrir la puerta del carro
y poder acostarme para iniciar un sueño evasivo, para mi alentador.

No recuerdo soñar nada, pero se me hace excesivamente deprisa el trayecto de ida a


Chapultepec, ahí vamos a correr. Una vez más inicia la odisea para despertar, para
levantarme, para continuar con la rutina, bajo del carro en total apatía, pienso en las
ganas inmensas que tengo de haberme quedado en cama, veo el pavimento y mi mamá
me dice: “Mira un corazón”. Veo donde me señala y en el pavimento veo una
discontinuidad, ya la había visto, pero para mi era algo parecido a una mancha.

Finjo algunos movimientos para simular que hago algunos calentamientos, hago círculos
con mis pies en el piso. Me parece absurdo e innecesario, pienso en el suicidio. Me es
desagradable todo a mi alrededor, quisiera estar dormida y no tener que pensar en eso;
me regaño mentalmente a mi misma, me digo que esta es mi realidad, éste es mi
“sufrimiento”, que disfrute de éste momento. Me siento débil, no tiene que ver con una
sensación sino más bien con un sentimiento. Sólo quisiera poder no pensar en nada, veo
a la gente a mi alrededor corriendo y tratando de llevar una vida más sana, tener cuerpos
mas estéticos y “bellos”, gente que busca ser aceptada, ser amada, ser deseada. Ni
siquiera tengo ganas de reírme, siento desprecio por ellos, por quienes son y por lo que
quieren ser. Estoy siendo totalmente subjetiva, había jurado no juzgar a nadie, ¿quién soy
yo después de todo? Sólo es un reflejo de lo mucho que me odio. Me viene a la mente la
frase que nos dijo una maestra de geografía de la secundaria: “ustedes están en el cielo,
imagínense como es el infierno”. Quiero decirme a mi misma que soy increíblemente
afortunada, por poder ver esas flores alrededor de la pista, por poder respirar ese aire
lleno de estiércol, dióxido de carbono y smog, por tener la familia que tengo, por tener dos
manos dos pies y por estar caminando en ese momentos. Tengo ganas de llorar pero sigo
caminando, me resulta desagradable la compañía de mi mamá, quisiera estar sola,
quisiera poder llorar sin esconderme, quisiera tener el valor para acabar con mi existencia.
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Sigo caminando, sigo caminando, tengo frío me gustaría no tenerlo, la única posible
solución es empezar a correr, no quiero correr no quiero nada, tengo sueño. Odio estar
aquí, afortunadamente entre pensamientos de desprecio, apatía y odio hacia mi misma,
acaba la hora de hacer ejercicio, nuevamente la tregua de la ignorancia, el momento de
estar en el carro, acallar mis pensamientos, cerrar los ojos y olvidarme del mundo,
momentáneamente.

Estos momentos llegan con tanta lentitud y duran tan poco, son mi único alivio. Una vez
más pienso: un día a la vez, llegamos al salón, no quiero despertar, demasiado tarde
vuelvo a sentir el asco existencial. Me acuerdo de Sarte y de su libro La Nausea. Ojala
fuera tan agradable como una simple nausea, ojala pudiera vomitar y sentir el alivio de un
estomago vacío. Ojala pudiera sentir el agotamiento y mis músculos adoloridos de un
frenesí de arcadas constantes implorando por desintoxicar el cuerpo. Pero sólo siento mi
existencia eternamente desagradable.....

–Báñate primero- me dice mi mamá. Entro al baño y poco a poco me quito la ropa.
Primero los lentes, evito mirarme en el espejo, evado los espejos. Odio todo lo que tenga
que ver conmigo, abro la llave y mientras me acabo de desvestir espero a que salga el
agua caliente. Sigo teniendo frío, toco el agua y la siento caliente, me meto en ella sin
cambiar la temperatura. Comienzo a llorar y no me detengo hasta que estoy
completamente empapada. Veo la luz que entra por la ventana y pienso, ya no se ni en
que pienso, sigo llorando mientras agarro el shampoo y pongo un poco en mis manos.
Está frío, el agua caliente me quema, no me importa realmente. Sigo llorando y acabo el
ritual del baño llorando. Mis movimientos son tan lentos. Odio desperdiciar el agua, pero
la verdad ahora no me importa mucho. No quiero abandonar la sensación agradable del
agua caliente cayendo sobre mi cara y mi cuerpo, quiero disfrutar el momento de poder
llorar sin testigos alrededor, de poder liberar todos mis pensamientos disfuncionales a
través de lagrimas tibias que se pierden y quedaran por siempre en el drenaje, cierro la
llave. Tengo los pies rojos, el pecho rojo, las piernas rojas. Me doy cuenta que el agua
estaba demasiado caliente. No le doy verdadera importancia. Tomo la toalla y comienzo a
secarme, primero la cara, luego los brazos, las piernas, los pies y nuevamente me prohíbo
llorar. Salgo del baño acompañada de una ola de vapor, aparentando que únicamente
lave mi cuerpo. No sé si el tiempo se me va muy lento o muy rápido, lo cierto es que en
ningún momento estuve presente. Hice todos esos movimientos sin conciencia de
haberlos realizado. Camino y agarro mi ropa, me visto. Dos lágrimas se me escapan sin
permiso, ni siquiera me enojo ante la desobediencia corporal. Las limpio fuertemente de
mi cara mientras otras dos amenazan con salir de mis ojos. Las seco con la toalla.

– ¡Apúrate! - me dice mi papá, no se porque te tardas tanto. No había sido consciente del
tiempo. Acabo de vestirme. Mi mamá trae el desayuno en las manos. Son claras de
huevo. Me sirve una porción en un plato. No tengo apetito pero agradezco que son pocas.
Le agradezco a ella la molestia que tiene al prepararnos de desayunar a mi y a mi papá, a
veces la compadezco y pienso que no me gustaría una vida como la de ella, no me
gustaría una vida, punto.
Pienso en el suicidio una vez más. Personalmente lo veo como una utopía. Logró
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acabarme el huevo, la albúmina parece no tener ningún efecto positivo. Estoy consciente
del esfuerzo que hacen todos a mi alrededor, sólo desearía que apagaran la televisión.
Mis papas me hablan. Ésta indiferencia es mas insoportable y aguda que mi sueño
creciente. –Tomate las pastillas-. Me las tomo. El sabor es asquerosamente amargo, pero
ni siquiera me molesto en hacer una mueca de desagrado. Mi papá me ve con tristeza, mi
mamá permanece en silencio. Odio ser la persona que soy, odio lastimar a mi familia, odio
la serie de pensamientos desordenados y caóticos que llegan sin permiso y que prohíbo
que sean expresados.

Sólo pienso en la noche y en la hora de ir a dormir. Pienso en el suicidio, de nuevo,


¿cómo lo haría? Ni siquiera tengo la suficiente creatividad ni imaginación para hacerlo. Lo
haría sin estilo, seria un acto más, sin adornos ni rituales. Imagino a mis padres llorando,
me resulta insoportable. Imagino a mi hermana sola, la extraño, quiero abrazarla. Hay
todavía muchas cosas que vivir, me digo a mi misma, mucho sufrimiento que me falta
sentir. Habrá tiempos mejores, me repito una y otra vez. Me lavo los dientes para tener
algo que hacer y no escuchar la televisión. Me preparo para mis clases de dibujo. Me
despido de mi papa dándole un beso seco que no nos sabe a nada a ninguno de los dos.
Bajo las escaleras, me subo al carro. Cierro los ojos. No. Debo hacer un esfuerzo por
abrirlos y cambiar mi estado de ánimo. Tengo ganas de llorar, cierro los ojos para que las
lágrimas no salgan. Trato de pensar en otra cosa. ¿Qué voy a dibujar hoy? ¿Qué estaba
dibujando ayer? ¿Importa realmente lo que hago? Ya sé que no. Me gustaría ser
productiva, quisiera ser la persona que alguna vez fui. Quisiera que algo tuviera la mínima
importancia para mí. Llegamos a mis clases de dibujo. Toco la puerta sin ganas, volteo y
me despido de mi mama. La veo cansada, triste, opaca. Me duele verla así. Volteo para
adelante y espero a que me abran. Saludo con un “buenos días”, queriendo sonar lo mas
cortes posible. Quisiera ser alguien más, quisiera que la vida regresara a mi, quisiera que
estos pensamientos dejaran de inundar mi muy ahogado cerebro ya. Subo las escaleras y
me sorprende ver el lugar tan oscuro, me digo a mi misma que ésa siempre ha sido la
iluminación, pero lo percibo todo más lúgubre, mas muerto, más insoportable. Me dirijo al
salón de clases. A la entrada hay una hoja de registro, la ignoro y pretendo no existir, al
menos en un pedazo de papel. Me dirijo al último asiento en la esquina de la derecha.
Saco mi cuaderno de dibujo, mis colores, lápices de distintas graduaciones y abro mi
cuaderno. Hago movimientos repetitivos y cíclicos. El profesor cree que es un avance mi
increíble paciencia. Yo en realidad se que mi progreso es sólo una ilusión. Recuerdo con
nostalgia cuando recién había llegado ahí, quería aprender a dibujar en tres horas, quería
hacer un mosaico cada clase. Lo cierto es que lograba acabar un mosaico en una
semana. Lloraba por que no me salía, porque quería avanzar más rápido. Porque veía
todos esos tatuajes y dibujos hermosos que para mi era imposible trazarlos. Pero ahora
no pensaba en nada de eso. Si, nunca vas a poder dibujar así, estas trazando una
pordiosera y mediocre. Que más da, que importa en realidad. ¿En verdad debería estar
aquí? ¿Cuál es la finalidad? ¿Cuál es el objetivo? Venir aquí sentarme y hacerme la
tonta. Sigo haciendo líneas cada vez más oscuras, círculos incompletos que dejan el
papel encerado.
-Buenos días- llega alguien más. Ni siquiera levanto mi cara para ver quien es. Quiero
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llorar de nuevo. Me levanto voy al baño y veo mi rostros que había evitado ver durante las
últimas 38 horas. Me siento estúpida y comienzo a llorar. Me siento en el piso y pongo mi
mano cubierta con mi sudadera encima de mi boca para acallar mis sollozos. El baño
huele a orines y unos patos como decoración me ven en el fondo. Me quedo unos minutos
más, llorando sin nada más en que pensar que en lo miserable del momento y de la
situación. Alguien gira la perilla de la puerta, me produce una molestia y con voz
temblorosa digo – ¡voy! - Me levanto del suelo, agarro papel y me sueno la nariz, seco los
rastros de lágrimas que quedan y agradezco usar lentes, que bien pueden ocultar unos
ojos hinchados. Salgo del baño y me dirijo de prisa a mi lugar. La maestra esta sentada
en un restirador, auxiliando a alguien y platicando amenamente de yo no se que cosas.
Me siento, quisiera ser invisible.

-¿Cómo va?- me pregunta.

-Bien, gracias maestra, le contesto fingiendo el tono más neutral posible.

Se acerca a mi lugar.

-¿Qué esta haciendo? Ya se le está pasando de tostado. - A ver, saque su goma plástica
me dice mientras ordena mis lápices con las graduaciones de grasosas a duras. Le paso
mi goma plástica. La toma. Me ve a la cara y sabe que llore. ¿Cree que sufre? Me
pregunta. Yo no le contesto y nuevamente unas lágrimas inundan mis ojos.

-cuando yo tenia 19 años mi mamá se murió,- me dice. Mi papá nos quería mandar con
una tía a mi hermano y a mí. Yo no quise, me hice cargo de la casa. Iba a la escuela y
cuando regresaba me dedicaba a limpiar la casa. Todo el tiempo estaba sola. Usted tiene
a sus papás, esta completa, no le falta nada. Usted no conoce el sufrimiento me dice. Lo
se. Sé que no hay motivo para estar triste ni para llorar pero ¿por qué me siento tan
jodidamente mal? ¿Por qué no puedo dejar de llorar y por qué no puedo dejar de sentirme
como una mierda todo el tiempo?

Lloro en silencio y me digo a mi misma que soy una estúpida. ¿Qué clase de idiota llora
sin razón? y estando en la gloria ¿por qué me siento tan miserable como nunca en mi vida
pensé sentirme?

-listo- me dice entregándome el cuaderno de dibujo. Veo como la tonalidad se difumina


perfectamente hasta perderse con el blanco. Se levanta y se va. Yo me siento, me sueno
la nariz y lloro sin detenerme. Lloro en silencio, lloro con pena, lloro a escondidas, lloro
enojada, lloro porque no sé hacer otra cosa mejor que llorar sin aparente razón.

Milagrosamente acaba la clase. Estoy impaciente por subirme al carro, por cerrar los ojos,
por huir. Levanto mis cosas y me doy cuenta que durante esas tres horas escasamente
hice un avance. Me es completamente indiferente.

- gracias por venir, guarden sus cosas y como siempre, vamos a terminar con un
contenido - dice la maestra.
Yo ya estoy lista, no quiero escuchar contenidos, ni fabulas, ni aprendizajes de vida.
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Quiero morir.

La travesura de los duendes -comienza leyendo la maestra:

Hace muchos miles de años, un poco antes de que la humanidad existiera, se reunieron
varios duendes para hacer una travesura.

Uno de ellos dijo: 
 - Pronto serán creados los humanos, serán una perfecta obra divina,
deberíamos quitarles algo, pero... ¿qué?

Después de mucho pensar uno dijo:
 - ¡Ya sé!, vamos a quitarles la felicidad, pero el
problema va a ser en dónde esconderla para que no la puedan encontrar.

Propuso el primero:
 - Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo!
 A
lo que inmediatamente repuso otro: 
 - No, recuerda que tienen fuerza, alguna vez
alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos sabrán donde está.

Luego propuso otro: 
 - Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar!

Y otro contestó:
 - No, recuerda que tienen curiosidad, alguna vez alguien construirá
algún aparato para poder bajar y entonces la encontrará.

Uno más intervino y dijo:
 - Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra.

Y le dijeron:
 - No, recuerda que les han dado inteligencia, y un día alguien va a construir
una nave en la que puedan viajar a otros planetas y la van a descubrir, y entonces todos
tendrán felicidad.

El último de ellos era un duende que había permanecido en silencio escuchando


atentamente cada una de las propuestas de los demás duendes.

Analizó cada una de ellas y entonces dijo:
 - Creo saber dónde ponerla para que
realmente les cueste muchísimo trabajo encontrarla...

Todos voltearon asombrados y preguntaron al unísono:
 - ¿Dónde?

El duende respondió:
 - La esconderemos dentro de ellos mismos... estarán tan


ocupados buscándola fuera, que algunos nunca llegarán a encontrarla...

Todos estuvieron de acuerdo y, desde entonces, ha sido siempre así:

"El hombre se pasa la vida buscando la felicidad, sin saber que la trae consigo"
Ni siquiera tengo ánimos de ir en contra. Sé que es verdad, sólo desearía que funcionara
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para mí también.

-Nos vemos la próxima clase, ojala puntuales- termina la maestra.

Mi mamá llegó por mí. Quiero dormirme, cierro los ojos y agonizo durante el viaje.

- ¿Cómo te fue? ¿Qué hiciste? ¿Avanzaste mucho en tus dibujos?

- Bien gracias, contesto cortantemente. -Sigo haciendo la avellana difuminada -digo sin
entusiasmo.

- ¿lloraste? Me pregunta

- no, le miento.

- a, es que tienes los ojos rojos

- Si, estoy cansada, le contesto mientras cierro los ojos y me abalanzó a la evasión
esporádica.

- ¿Por qué nunca me hablas? ¿Por qué nunca me cuentas nada?

Sus preguntas me irritan al punto de la descortesía.

- No tengo nada que decir, le digo secamente con una tonalidad un poco más alta que la
normal.

Sé que se siente ofendida, regañada.

Cierro los ojos y la ignoro el resto del camino. Quisiera no preocuparme por herir sus
sentimientos, quisiera no preocuparme por un futuro. Quisiera poder morir sin que me
importara la gente a la que dejo atrás.

Llego de nuevo al salón, (sitio de trabajo de mis papás) Tengo que ayudar a mis papás a
cobrarle a todas esas clientas egoístas y la mayoría superficiales. Hablan muy alto, me
distraen. Sueño con tener una bazuca. Quisiera destruir a éstas personas y quedarme en
un silencio reparador. No puedo evitar escuchar su voz alta y aguda parecida a un chillido
de roedor. Estupideces es lo que hablan, tristeza es lo que siento al estar atrapada en
ésta situación. ¡Concéntrate!- me digo a mi misma con creciente molestia. Empiezo a leer
unas cuantas líneas.

Me subo, entro al cuarto con camilla y me acuesto pretendiendo perderme una vez más
en un sueño evasivo. Me quedo mirando al techo y lagrimas salen de mis ojos como si se
tratase de un acto natural, como el respirar. Pienso una vez más en el suicidio. Pienso en
mi amigo que se suicido. Pienso. ¿En dónde estará? aparte de muerto y 3 metros bajo
tierra. Pienso que ojalá esté en paz. Volteo de perfil, me hago bolita y cierro los ojos,
mientras ahogo mis sollozos con la palma de mi mano.
Me despierta la voz de mi padre llamándome para comer. No tengo hambre le contesto,
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prefiero dormir, me digo a mi misma. Me vuelve a llamar, ¡ándale! - se va a enfriar- me
dice. Me paro con desgana y siento mis ojos hinchados. Aparento normalidad y salgo del
cuarto para dirigirme a comer. Es pescado con ensalada. Comienzo a comerlo pero me
lleno a la mitad, sigo comiendo. Después de tres cucharadas más siento asco. Dejo de
comer. – Ya no quiero - digo. Me hablan para que lave los trastes. Me voy a dormir de
nuevo. - no te duermas - me dice mi papá. En la noche ya no vas a dormir.

Lo ignoro y sé que voy a dormir.

Es el único momento en el que no pienso en el suicidio y en el que no lloro, no me voy a


perder mi parte favorita del día, claro que voy a dormir.

Me abandono en un sueño cuyo refugio imploro. Si tuve un sueño debió ser insignificante
pues a estas alturas, ya lo he olvidado. Lo único que sé, es que me brindo unos pocos
momentos de tranquilidad. De silencio, de callar todos esos pensamientos que no dejaban
de taladrar mi mente, convenciéndome que era completamente infeliz.

Ya nos vamos- me dice mi mamá despertándome con una voz cariñosa. Me molesta
despertar. Agarro rápido mis cosas y me dirijo al carro. Vuelvo a dormir, vuelvo al limbo,
vuelvo a enmudecer mis pensamientos.

Ya llegó la noche. Me es eternamente desagradable. Estar en casa de nuevo y esperar a


que se repita todo de nuevo. Ni siquiera quiero pensar en el mañana. Tengo que cenar así
que tomo un licuado de avena al que no le encuentro sabor. El sabor es lo último que me
importa de los alimentos. Los ingiero para no preocupar a mis padres en una cosa más.
Los ingiero para tratar de llenar un vacío existencial que jamás podrá ser llenado, incluso
si me alimentara de una manada de bisontes. Los ingiero por que a pesar de odiar tanto
mi existencia, sigo prolongando mi agonía, mi tragedia, mi depresión. Si yo no existiera
¿A dónde se iría todo este “sufrimiento”? si yo no existiera ¿Quién sufriría por mi? Si yo
no existiera estas palabras no se pudieran escribir.

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