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por
PABLO SÁNCHEZ LEÓN Y
JESÚS IZQUIERDO MARTÍN (EDS.)
España
México
Argentina
ISBN: 978-84-323-1311-0
Depósito legal: M. 5.114-2008
LEOPOLDO MOSCOSO*
Tan importante es el tema sobre el que versa este libro y tan célebre
su autor que es difícil discernir si el comentario que sigue es de reci-
bo porque se trata de un libro sobre historia o porque se trata de un
libro de Josep Fontana. Todavía peor: Introducció a l’estudi de la his-
tòria (IEH) es una obra de carácter general. Y frente a una obra in-
troductoria y general todo comentarista corre el riesgo de ordenar
sus observaciones en torno al insidioso argumento de cómo otras
personas (o acaso él mismo) habrían escrito el libro. No sé si seré
capaz de sortear tantos peligros.
En todo caso, IEH no es otro más de los vehementes y controver-
tidos libros de Josep Fontana sobre historiografías, teorías o filoso-
fías de la historia. Se trata, por el contrario, de una introducción ele-
* Sociólogo.
1
Esta nota se originó en un comentario, que nunca vio la luz, al libro de Josep
Fontana, Introducció a l’estudi de la història, Barcelona, Crítica, 1997, 293 pp., con
índice de contenidos e índice alfabético (bibliografías al final de cada capítulo).
Agradezco a Julio Pardos su infinita paciencia, que este texto nunca podrá compen-
sar por completo.
2
Max Weber, El político y el científico, Madrid, Alianza, pp. 226-227.
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I. PROBLEMAS «HISTÓRICOS»
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Cf. Alessandro Pizzorno, «Identitá e Sapere Inutile», en Rassegna Italiana di
Sociologia, año XXX, núm. 3, julio-septiembre 1989, pp. 305-319 (p. 310).
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El argumento es el de John G. A. Pocock, en su exégesis de la filosofía de la
providencia en el mundo tardorromano, especialmente en Boecio. Cf. John G. A.
Pocock, Tie Machiavellian Moment. Florentine Political Thought and the Atlantic
Republican Tradition, Princeton (NJ), Princeton University Press, 1975, cap. II.
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zas y diferencias frente a aquellos que, por ser parte de otras cultu-
ras o de otros tiempos, no pueden ser nosotros mismos, o para crear
una imagen, en suma, de las continuidades y de las rupturas que re-
conocemos haberse producido en nuestra propia biografía colecti-
va. Se trata, queremos decir, del vocabulario que deberíamos usar
para establecer cuál puede ser la identidad de los sujetos cuya utili-
dad habríamos de considerar acrecentada mediante la resolución de
los problemas de los que se ocupa el otro tipo de saber; esa identi-
dad sobre la que el otro tipo de saber no tiene capacidad alguna de
definición. En consecuencia, así como el saber del tipo problem-sol-
ving parecía desarrollarse sin discontinuidad de las acciones coti-
dianas orientadas hacia el control de la naturaleza, ese otro espa-
cio de saberes organizados que podríamos llamar identificantes aflo-
ra desde las actividades cotidianas orientadas hacia la socialización
de los individuos7.
Es aquí donde la historia y los historiadores encuentran su ver-
dadera razón de ser. Pero convendrá advertir, otra vez aquí, que la
historia que los historiadores producen no es, no puede ser, el único
producto imaginable de todas las acciones humanas orientadas ha-
cia la reconstrucción del pasado. No se trata sólo de que no pueda
existir nada semejante a una historia definitiva del pasado8. Se trata,
7
Cf. A. Pizzorno, «Identitá e Sapere Inutile», op. cit., p. 314.
8
Georg Simmel, «The Problem of Historical Time», en George Sirmmel, Essays
on Interpretation in Social Science, Manchester, Manchester University Press, 1980;
George H. Mead, «The Nature of the Past», en J. Coss (comp.), Essays in Honor of
J. Dewey, Nueva York, Henry Holt, 1929; Maurice Halbwachs, Les Cadres Sociaux
de la Memoire, París, Presses Universitaires de France, 1952; Norbert Elias, Time:
An Essay, Oxford, Basil Blackwell, 1987; Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para
una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993; y mi propio «Algo
Más que Racionalidad de los Fines. Algunos Macrofundamentos de las Microcon-
ductas y el Problema del Orden Social» (texto inédito). Sobre el problema paralelo,
no del tiempo histórico, sino del tiempo social, véanse, Pitirim Sorokin y Roben K.
Merton, «Social Time: A Methodological & Functioual Analysis», American Journal
of Sociology, núm. 42, 1937; J. David Lewis y Andrew J. Weigert, «The Structure &
Meaning of Social Time», Social Forces, vol. 60, 2, 1981; Herminio Martins, «Time
and Theory in Sociology», en John Rex (comp.), Approaches to Sociology, Londres,
Routledge & Kegan Paul, 1974; y Robert K. Merton, «Socially Expected Durations:
A Case Study of Concept Formation in Sociology», en Powell y Robbins (comps.),
Conflict and Consensus, Nueva York, The Free Press, 1984. Abundante información
en castellano, en Ramón Ramos (comp.), Tiempo y sociedad, Madrid, Centro de In-
vestigaciones Sociológicas (CIS) y Siglo XXI, 1992.
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Las distinciones que siguen son las de Alessandro Pizzorno, «Spiegazione
come Reidentificazione», en Loredana Sciolla y Luca Ricolfi (eds.), Il Soggetto
dell’Azione (Paradigmi Sociologici ed Immagini dell’Attore Sociale), Milán, Franco
Angeli, pp. 187-210, especialmente, pp. 195-196, 204-205, 206-207 y 208.
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can de suyo (más allá, quiero decir, del hecho de que esos procedi-
mientos se encuentren ahí, y sean usados simultáneamente por va-
rios observadores) ninguna clase de comunicación. La operación
que el observador lleva a cabo termina en el sujeto de esa misma ac-
ción intelectiva. Es una actividad sin mediación, inmediata. Se trata
de una interpretación, de una representación del mundo, que fun-
ciona sobre la base de las imágenes familiares de la experiencia so-
cial, y que permite al sujeto seguir adelante.
Pero la operación realizada por el segundo observador no puede
quedar reducida a un modelo de decisión con el que seguir actuan-
do. Implica un saber comunicable y, por lo tanto, organizable. La
operación no puede finalizar en el sujeto de esa acción intelectiva. Se
encuentra al contrario, y necesariamente, referida a otros sujetos, en
la medida en que «explicar» es siempre «explicar a alguien». La ope-
ración es necesariamente transitiva. Requiere alguna mediación.
Sólo puede tener lugar (y sentido) en presencia de un auditorio.
Las distinciones apenas trazadas trastocan, en parte, las posicio-
nes que la tradición cultural europea ha asignado a los dos términos
del binomio Verstehen/Erklären. Secularmente el término Verstehen
(«comprender») hacía referencia a un conocimiento individualizan-
te, originado en la experiencia (erlebnis), o bien a un conocimiento
de carácter semántico, de los significados. Erklären («explicar») de-
notaba, por el contrario, una forma de conocimiento causal o legali-
forme. Pero el sentido de Verstehen incluía también una conjetura
sobre la naturaleza de las relaciones entre los hombres: la capacidad
—que se predicaba de una naturaleza humana común— de identifi-
carse con la experiencia del otro y, por consiguiente, de conocerlo de
forma vicaria. Tales eran las acepciones de Verstehen hasta Wilhelm
Dilthey (1833-1911), quien hizo hincapié sobre las dos maneras en
las que el término debía entenderse. Primero, como familiar a la ex-
plicación científica y a la predicción. Segundo, como denotante de
una forma «peculiarmente humana» de comprensión, que puede
rastrearse en la manera en la que los hombres se perciben entre ellos,
y que es parte constitutiva de todos los fenómenos sociales e históri-
cos. De modo que Verstehen es, sí, la comprensión de algún conteni-
do mental (por ejemplo el sentido de alguna experiencia o de alguna
intención...), pero es también un procedimiento que permite formu-
lar predicciones. No había en Dilthey dos mundos, sino dos maneras
de entender un único mundo y la manera «peculiarmente humana»
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ciones que han hecho posible esa «transposición» del método cientí-
fico al conocimiento de la sociedad se encuentran bien descritas. Se
ha hablado de una «trinidad de controles»: primero los controles
sobre el self, las tecnologías del yo fundacional de la filosofía moder-
na, el autocontrol; segundo, los controles sobre la sociedad; y por
último, el control y el uso de las fuerzas de la naturaleza10. El distan-
ciamiento del observador podría, por consiguiente, verse como el
resultado natural de la convergencia y de la superposición entre es-
tas tres formas de control.
Pero semejante «distanciamiento» no corresponde de suyo al
observador, sino más bien a la imagen que de él nos hemos hecho.
Las tareas a las que el observador se entrega consisten, sí, en descu-
brir cómo y por qué se conectan entre sí los acontecimientos obser-
vados. Pero, a diferencia de las ciencias naturales que tratan de cla-
rificar los nexos entre acontecimientos prehumanos, las ciencias
sociales se ocupan de conexiones entre los hombres. En este sector
del conocimiento organizado, los hombres se encuentran consigo
mismos y con los demás; los «objetos» son al mismo tiempo «suje-
tos», toda vez que los mismos investigadores se encuentran insertos
en sus propios modelos. No pueden evitar vivirlos desde dentro11.
Las observaciones precedentes tienen implicaciones directas so-
bre el primer escenario descrito. Si el observador se encuentra den-
tro de la escena, su modo de razonar no podrá distinguirse neta-
mente de su modo de actuar. Sus razonamientos sobre el mundo
estarán destinados a encontrarse invariablemente con su propia for-
ma de ser. Su procedimiento de explicación habrá de recurrir a las
imágenes familiares procedentes de su forma de actuar. De ahí, el
replegamiento de las explicaciones racionales sobre sí mismas y las
paradojas a las que éstas nos conducen cuando nos obstinamos en
convertirlas en explicaciones comunicables. Porque no se trata de
que los actores obren «racionalmente». Lo único que los actores
pueden hacer «racionalmente» es pensar y ello, lógicamente, debe
incluir el pensarse a sí mismos. La explicación del «observador qua
participante» no adopta un formato «racional» porque «racional»
10
Norbert Elias, Coinvolgimento e Distacco (Saggi di Sociologia della Conoscen-
za), Bologna, Il Mulino, 1988, pp. 94-96 (sobre la «transposición»), y p. 98 (sobre la
«trinidad» de controles).
11
Ibid., pp. 104-105.
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Norbert Elias (Coinvolgimento e Distacco, op. cit. pp. 114-115) es más explíci-
to, si cabe, cuando señala que, transferido a las ciencias sociales, el mismo método
(el «método científico») es con frecuencia utilizado para estudiar problemas y teorí-
as que son propuestas y examinadas bajo la influencia de un fuerte grado de implica-
ción (o de compromiso). Por ello, el empleo de un método similar al desarrollado en
las ciencias físicas con frecuencia confiere a los sociólogos la apariencia de un eleva-
do grado de distanciamiento o de «objetividad» que, en realidad, se encuentra por
el contrario ausente en todos aquellos que se sirven de tal método, mientras que crea
un distanciamiento fingido detrás del cual se esconde, por el contrario, una implica-
ción extrema.
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Ni siquiera la sociología de la mainstream academia se encuentra, en este pun-
to, libre de sospecha, cuando muchos de sus más destacados practicantes se apresu-
ran a apuntarse entusiastas a las metodologías procedentes de una particular subva-
riedad de ciencia económica. Véase, como botón de muestra, Edgar Kiser y Michael
Hechter, «The Role of General Theory in Comparative Historical-Sociology», Ame-
rican Journal of Sociology, núm. 1, vol. 97, julio de 1991, pp. 1-30.
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Véanse, entre otras las reflexiones de Jacques Le Goff al respecto en su colec-
ción de ensayos Storia e Memoria, Turín, Einaudi, 1991.
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Cf. Norbert Elias, «The Retreat of Sociologists into the Present», Theory, Cul-
ture and Society, vol. 4, 1987, pp. 223-247. Como botón de muestra, véanse las con-
tribuciones de Andrew Abbott («From Causes to Events: Notes on Narrative Posi-
tivism»); Ronald Aminzade («Historical Sociology and Time»); y Larry Griffin
(«Temporality, Events and Explanation in Historical Sociology: An Introduction»),
todas ellas publicadas en el vol. 20 (4), de mayo de 1992, de la prestigiosa Sociologi-
cal Methods and Research (pp. 428-455, 456-480 y 403-427, respectivamente).
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X. CAUSALIDAD COMPLEJA
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Cf. Charles C. Ragin, The Comparative Method (Moving Beyond Qualitative &
Quantitative Strategies), Berkeley (Ca.), University of California Press, 1987.
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