Está en la página 1de 1

Abandono del hogar

A los dieciocho años me fui de casa mientras mi padre estaba en el trabajo. Al poco tiempo me casé con
el primer joven que mostró interés en mí. Como yo, mi esposo tenía infinidad de problemas. Era manipulador,
ladrón y estafador. La mayor parte del tiempo, ni siquiera trabajaba. Nos mudamos muchas veces. Una vez me
abandonó en California, dejándome con nada más que diez centavos y unas pocas gaseosas. Tuve miedo, pero
como estaba acostumbrada al temor y el sufrimiento, probablemente no me afectó tanto como le hubiese
afectado a alguien con menos “experiencia”.
Mi marido me había abandonado varias veces simple- mente yéndose durante el día mientras yo trabajaba.
Se iba desde algunas semanas hasta varios meses. De pronto, reaparecía y yo escuchaba su dulce conversación,
sus disculpas y lo aceptaba de nuevo... sólo para que volviera a ocurrir lo mismo vez tras vez. Cuando estaba
conmigo bebía constantemente y tenía relaciones con otras mujeres con regularidad.
Durante cinco años jugamos al matrimonio. Éramos muy jóvenes, teníamos dieciocho años y ninguno de
los dos habíamos tenido buenos padres. Estábamos totalmente incapacita- dos para ayudamos el uno al otro.
Mis problemas se agrava- ron cuando tuve un aborto natural a los veintiún años y con el nacimiento de mi hijo
mayor a los veintidós. Esto sucedió el último año de nuestro matrimonio. Mi marido me dejó y se fue a vivir
con otra mujer que vivía a dos cuadras de casa, diciéndole a todo el mundo que el hijo que llevaba en mi seno
no era de él.

Recuerdo haber estado peligrosamente a punto de volver- me loca en el verano de 1965. Durante todo el
embarazo perdí peso, porque no podía comer. Sin amigos, sin dinero, sin seguro médico, me atendía un médico
diferente cada vez que iba al hospital a que me revisaran. Los médicos eran internos o practicantes. No podía
dormir y empecé a tomar pastillas. Gracias a Dios que no me hicieron daño, ni a mí ni a mi hijo.
Ese verano, la temperatura superó los 40 grados y no tenía ni aire acondicionado ni ventilador en mi
departamento del tercer piso. Mi única posesión material era un viejo auto Studebaker que echaba vapor. Como
mi padre siempre me había dicho que algún día iba a necesitar su ayuda y que iba a volver a él, estaba decidida
a hacer cualquier cosa menos eso... aunque no sabía lo que pasaría.
Me acuerdo que estaba bajo una presión mental tan gran- de que me quedaba sentada mirando las paredes o
por la ventana durante horas, sin

También podría gustarte