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El compromiso con la memoria como eje articulador en la relación entre ciencias

sociales y democracia.

Guillermo A. Vega

Hoy en día existen numerosos trabajos académicos que dan cuenta de los problemas
que afectan a gran parte de las democracias latinoamericanas. Estos no sólo se detienen
en una descripción pormenorizada del estado de cosas actual, sino que, al mismo
tiempo, ensayan interpretaciones tendientes a poner en evidencia los acontecimientos
que contribuyeron a la hegemonía de las presentes instituciones y prácticas políticas. En
este trabajo no pretendo recorrer estas temáticas, puesto que considero que han sido
trabajadas con suficiente amplitud y profundidad, en vez de ello quisiera reparar en la
relación que existe entre los estudios sociales que versan sobre la democracia, y esta
última comprendida como un determinado conjunto de prácticas sociales instituidas.

Con respecto a los dos términos de esta relación, supondré que todos sabemos de
qué hablamos cuando decimos “ciencias sociales”. Sin embargo, en lo que atañe a la
palabra “democracia”, el consenso sobre su sentido se vuelve más difícil. Para el caso,
optaré por entenderla como una determinada práctica social, que se encuentra
entrelazada con un discurso específico que resalta los principios en torno de los cuales
se estructura y que, al mismo tiempo, explicita las reglas del “juego democrático”.

Ahora bien, un primer problema se delimita cuando intentamos establecer el


carácter de la relación que existe1 entre las disciplinas que tematizan la democracia, el
conocimiento que se produce acerca de la misma, y las prácticas concretas que la
definen como tal. En otras palabras, lo que me interesa pensar en este trabajo es el tipo
de vínculo que se establece entre, por un lado, las investigaciones realizadas por las
ciencias sociales y, por otro, el ámbito de “lo público”, definido por el juego
democrático.

Si bien, como señalaba al comienzo, la producción científica en torno de la política


es vasta y muy detallada, los resultados de la misma parecerían no incidir concretamente
en la mejora del ámbito público o, para ser más específico, en la mejora (en términos de
justicia) del modelo democrático que actualmente está vigente en muchos países de la
región. Esta sospecha servirá para definir tímidamente el perfil del tipo de relación que
se establece entre el discurso científico y las prácticas socio-políticas efectivas. Este
vínculo estaría estigmatizado por una aparente “sordera” del espacio público ante los
resultados de las investigaciones que lo toman como objeto de análisis.

Este acontecimiento diluye el pacto que la modernidad había forjado entre ciencia y
política, y da por tierra con las esperanzas de un progreso social en función del
desarrollo científico. Claro que aquí habría que hacer algunas distinciones. La relación

Profesor en Filosofía. Facultad de Humanidades. Universidad Nacional del Nordeste. Resistencia,
Chaco, República Argentina. E-mail: gui_vega@argentina.com
1
Doy por sentado que existe una relación (o al menos una pretendida relación) entre ciencia y poder
político. El iluminismo y, posteriormente, el positivismo dieron origen y orientaron el desarrollo de esta
idea.

1
entre saber y poder se dio durante la modernidad europea en función de determinadas
disciplinas; particularmente aquellas cuyos resultados de investigación podían
convertirse en tecnología y brindar utilidades a la producción. El camino recorrido por
las ciencias sociales fue un poco más tortuoso. Después de mimetizarse con el
positivismo, sobrevino una etapa crítica que puso en entredicho el estatuto
epistemológico de las disciplinas sociales. Durante la primera mitad del siglo XX se
ponen en escena concepciones ajenas al positivismo que propiciarán una revisión
importante del pacto moderno entre saber y poder (es el caso de la Teoría Crítica y de
algunas reflexiones originadas a partir de la ontología hermenéutica de M. Heidegger).

En la actualidad, el saber de las disciplinas sociales guarda una relación


ambivalente con el poder. Por un lado, existen centros de estudios que generan
discursos, de carácter pretendidamente científico, que tienen como finalidad legitimar el
estado de cosas vigente, justificando así las decisiones del poder político y económico.
Esto hace que el pacto entre saber y poder adquiera un sentido diferente al que tenía en
la modernidad. Las ciencias ya no sirven al progreso social, sólo señalan que la
situación a la que se ha arribado es óptima y que, por lo tanto, no hay otro modo de
organización, de la economía o la política, que pueda ser mejor que el vigente. Es el fin
del metarrelato del progreso y, por lo tanto, de la historia.

Por otro lado, aún no ha desaparecido aquella tradición iniciada con la Escuela de
Frankfurt; la de una ciencia social crítica y comprometida con la denuncia de las formas
de opresión de la sociedad capitalista. De hecho, una parte importante de las
investigaciones académicas comulgan con esta perspectiva en nuestra región. Dentro de
esta línea de prácticas y discursos científicos, el vínculo entre saber y poder vuelve a
desdibujarse en relación con el proyecto de la modernidad. Aquí, el saber examina el
poder y, al mismo tiempo, torna observables sus injusticias.

La ciencia social crítica rompe así con la pretendida neutralidad axiológica del
conocimiento, tan característico de la modernidad. Un saber que está orientado por
principios del orden de la justicia, sólo puede relacionarse con el poder actual (tanto
político como económico) en los términos de la conflictividad. De esta manera, el
discurso moderno acerca de la relación entre saber y poder se desdibuja por un lado,
pero se reedita por otro. Es claro que la modernidad no comprendía el saber en los
términos de la actual ciencia social crítica, pero también es evidente que existe una
pretensión, dentro de los estudios críticos, de viabilizar una mejora tanto en una
dimensión social como política.2

En el ámbito latinoamericano, existen al menos dos aristas que, consideradas en su


interrelación, ayudan a comprender, de manera más completa, la situación de las
ciencias sociales frente al espacio público. Una de ellas da cuenta de la historia, así
como de todos aquellos elementos que condicionaron de una u otra manera el desarrollo

2
Cfr., Wacquant, Loïc. “El pensamiento crítico como disolvente de la doxa”, en Adef. Revista de
Filosofía,Vol. XVI, Nº 1, Bs. As., Altamira, mayo 2001, p. 130, “En una palabra, el pensamiento crítico es
el que nos brinda los medios de pensar el mundo tal como es y tal como podría ser.”

2
científico en algunos países de nuestra región. La otra involucra las instituciones del
Estado, así como programas y presupuesto específicos para el desarrollo científico.3

Con respecto a la historia es inevitable considerar la gravitación que han tenido los
gobiernos militares sobre las disciplinas sociales en nuestra región. Argentina es un caso
paradigmático al respecto. La dictadura que comienza en el ´76 y termina en el ´83 se
encargó de vaciar de intelectuales los grandes centros de producción científica que
estaban ubicados en las universidades nacionales. El terror generado a partir de las
persecuciones, las torturas y las desapariciones generaron una diáspora de científicos
hacia el exterior. La censura completó la escenificación de la tragedia a través de
numerosos rituales de quema de libros, por medio de los cuales se pretendía que el saber
desapareciera, corriendo una suerte semejante a la de los cuerpos que lo portaban.

El efecto de la dictadura sobre el desempeño de las ciencias sociales fue devastador.


La reconstrucción del espacio académico tomó años. Me refiero específicamente a ese
espacio académico que albergaba una pretensión crítica, no a aquél que fue instituido
por el régimen militar y que, de una manera u otra, pervive aún en estos tiempos de
democracia. El pasado autoritario fue clausurado alrededor del sentido depositado por el
discurso castrense así como también por el silencio de algunos partidos políticos. La
democracia parecía haber surgido de la nada, y pensarla parecía conllevar
implícitamente el no auscultamiento de su origen.4

La actual relación entre ciencias sociales y democracia debe tratar de


comprenderse, entre otras cosas, a través de la historia de las distintas disciplinas dentro
de los Estados de la región. La manera en que se han constituido las comunidades
científicas, la institucionalización de ámbitos de formación y producción de
conocimientos, así como también la forma de circulación y de acumulación del saber,
necesitan ser enmarcadas dentro del contexto histórico de cada época, de manera tal que
se vuelva visible la relación entre saber y poder político, al igual que los efectos
producidos por la misma en el presente.

Otro de los aspectos importantes a tener en cuenta es el desempeño de las


instituciones del Estado con respecto al desarrollo de las ciencias. Aquí juega un papel
importante el presupuesto destinado no sólo a la investigación, sino también a la
3
Cfr., Wagner, P., Weiss, C. H., Wittrock, B., Wollman, H., Ciencias sociales y estados modernos.
Experiencias nacionales e incidencias teóricas, trad. María Antonia Neira Bigorria, México, FCE, 1999,
p. 434, “Si hay una cosa que nuestra revisión de la experiencia a través de las naciones revela es que
resulta difícil sostener las generalizaciones universales. Distintas naciones escuchan las ciencias sociales
en diversos momentos y de distintas maneras. De hecho, tal vez las lecciones más importantes que
podamos sacar de la interacción de la ciencia social y el gobierno sean: 1) la historia es importante, y 2)
las instituciones son importantes.”
4
Cfr., Casullo, Nicolás. “Los años 60 y 70 y la crítica histórica”, en Confines, Año 3, Nº 4, Bs. As., Fac.
de Ciencias Sociales (UBA), julio de 1997, p. 11, “Preguntarse por qué el campo cultural de la
democracia en nuestro caso nos eximió del reingreso de la historia de los 60 y 70 no es sólo plantearse lo
presuntamente conocido, la explicación de la herencia de un Estado de Terror que sentó límites de
posibilidad indagante a la propia identidad de una historia democrática... sino también preguntarse por el
carácter de una democracia que se establece en lo desvinculante de esa memoria, en la pretensión política
de inelaborar ese pasado y en una cultura (ideología) del grado cero.”

3
formación de futuros cientistas sociales, el lugar que ocupan las universidades dentro de
la estructura educativa del Estado y la disponibilidad de infraestructura y financiación
para los programas de investigación.

El nivel de análisis institucional, pone al descubierto el “proyecto” político del


gobierno de turno, a mediano o largo plazo. También revela la gravitación que puede
tener la lógica económica dentro de la política. En este sentido, Argentina vuelve a ser
un ejemplo negativo al respecto. Después del vaciamiento de las universidades,
producido por la última dictadura militar, el sistema de formación y producción
científica se tuvo que enfrentar a excesivos recortes de presupuesto, al punto que fue
empujado al borde de la inoperatividad total. El gobierno de C. S. Menem realizó todo
lo posible para que las universidades públicas dejaran de depender económicamente del
Estado y se autofinanciaran.5 La década del ´90 dejó como saldo un Estado renuente a
invertir fondos en los centros de formación e investigación, y profundamente seducido
por las privatizaciones de servicios públicos y bienes básicos. Son estos los años en
donde la relación entre política y saber quedó explícita en la siguiente frase,
pronunciada por un ministro de economía: “...que los científicos se vayan a lavar los
platos...”6

Se hace notorio que la historia de las ciencias sociales en un país, es también la


historia de la relación mantenida con el Estado, sus políticas e instituciones. Por lo
tanto, si buscamos dilucidar el por qué de esta suerte de escisión que existe en la
actualidad entre la producción científica y la esfera pública, debemos orientar nuestro
análisis hacia el contexto histórico. Pero, comprender la presencia de lugares de ruptura
no significa que se los pueda enmendar fácilmente.

Este último aspecto de la problemática que venimos tratando conlleva un desafío.


Entender los elementos que entran en juego para generar la disrupción entre las
disciplinas sociales y la esfera pública no es suficiente, al contrario, es sólo un primer
paso. Si estamos de acuerdo en que es necesario estrechar la relación entre ciencias
sociales y esfera pública (comprendiendo dentro de la misma a las instituciones del
Estado, los grandes grupos económicos y las distintas organizaciones de la sociedad
civil en general), entonces se vuelve necesario explicitar en el campo del saber los
valores políticos que orientan las investigaciones hacia determinadas temáticas.

Que la ciencia social contribuya al desarrollo de una vida mejor, en términos de


equidad social, y de un juego democrático más inclusivo, no significa, como es claro,
que oficie de discurso legitimador de las políticas que se han venido sosteniendo, y que
incluso aún se sostienen en muchos de nuestros países. De hecho, todo tipo de
investigación que se oriente a justificar el orden actual vigente resulta execrable desde
todo punto de vista, en tanto dicho orden es a todas luces injusto.

5
Esta es una de las grandes modificaciones que se introduce con la Ley de Educación Superior, aprobada
en 1994.
6
Me refiero a Cavallo, ministro de economía durante el gobierno de C. Menem. La frase fue mencionada
en ocasión de una protesta realizada por científicos del CONICET en reclamo de un aumento salarial.

4
Dada la fuerte gravitación que han tenido y que, en una u otra medida aún tienen en
las democracias de gran parte de nuestra región, las dictaduras militares, la labor de las
disciplinas sociales debería plantearse en los términos de un compromiso con la
memoria social y política. Esto implica poner en juego un criterio de valor muy fuerte
que guíe la elección de las temáticas de investigación, a los efectos de identificar y
denunciar el legado de los regímenes dictatoriales (me refiero a determinadas prácticas
que aún se conservan en las fuerzas de seguridad,7 leyes que no han sido derogadas,
individuos que desempeñaron funciones clave en el Estado autoritario y que, aún hoy,
siguen ocupando posiciones de gran responsabilidad en el marco de un régimen
democrático,8 etc.). El compromiso con el pasado no significa un “encapricharse” con lo
acontecido, sino que, más bien, pone en evidencia que aquello que se considera como
“pasado” sigue siendo, en gran medida, “presente”.

Adoptar un criterio de estas características a la hora de llevar adelante


investigaciones sociales es ligarse al juego de la democracia. Aquí residiría, si es que no
representa una torpeza hablar de ello, el nexo deseable entre ciencia y política. La
concepción que la sociedad tenga sobre su pasado y sobre sí misma condiciona su
identidad en el presente. Los problemas de desigualdad, pobreza, falta de
representatividad, etc., que afrontan en la actualidad nuestras democracias, deben
estudiarse a la luz de los actores políticos (individuos, partidos, instituciones, etc.) que
han convivido y sobrevivido a gobiernos autoritarios y al proceso de transición llevado
a cabo en los ´80. No estudiar nuestro pasado es no comprometerse seriamente con el
presente al cual se encuentra inextricablemente ligado. No abordarlo con solvencia es
cerrar los ojos frente a los desafíos actuales de la democracia. De aquí se desprende la
necesidad de que las disciplinas sociales, para internarse efectivamente en la esfera
pública, tengan que comprometerse con la memoria de la sociedad.

7
Dichas prácticas, al haberse ausentado los individuos vinculados con el proceso, siguen presentes,
reproduciéndose una y otra vez sin que nadie las interpele y les ofrezca un límite.
8
Esto es notorio incluso dentro de las universidades nacionales. Personajes que otrora fueron decanos de
facultades al tiempo que se perseguía a docentes y se quemaban libros en las bibliotecas especializadas,
hoy gozan de prestigio profesional y desempeñan sus actividades sin que pueda endilgárseles ningún tipo
de responsabilidad con respecto a tales acontecimientos.

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