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LOS ADOLESCENTES DE HOY Y EL ADOLESCER DE LAS

INSTITUCIONES EDUCATIVAS

Prof. Lic. Victor Giorgi

INTRODUCCIÓN
La convocatoria a esta instancia recoge emergentes surgidos del
Taller realizado en la Primera Jornada de Sensibilización. Dichos
emergentes contienen un diagnóstico primario de la situación
institucional: “De acuerdo a los datos obtenidos desde el sistema se
constata un alto grado de malestar docente derivado de diversos
factores como también situaciones de desborde y parálisis ante
determinadas conflictivas y formas diferentes de actuación que el
alumnado expresa en los centros ante lo cual los docentes parecen
no estar suficientemente preparados para posicionarse en ese
contexto”.
Por un lado alumnos con conflictos y actitudes diferentes¡; frente a
ellos docentes desbordados y paralizados ante situaciones nuevas.
¿Qué es lo diferente? El propio documento afirma: “Problemáticas
que, sin gestarse específicamente dentro del sistema se expresan en
el, trascendiendo lo estrictamente pedagógico, apelando a la mirada
interdisciplinaria”.
El sufrimiento si bien no se produce dentro de la institución penetra
en ella y circula afectando tanto a alumnos como a docentes.
Estos emergentes confirman que asistimos a la crisis de un sistema
educativo que fragmenta al sujeto de aprendizaje toma solamente
su dimensión cognitiva excluyendo los aspectos afectivos, vinculares
corporales considerados factores perturbadores para desarrollar un
proyecto educativo.
Los problemas que hoy emergen y generan “malestar” en las
instituciones educativas son expresiones de problemáticas
psicosimbólicas y sociohistóricas que hacen a las condiciones de
producción de los niños y adolescentes como sujetos de aprendizaje
en un momentos histórico dado. Ante ellos, adultos que también
viven y sufren transformaciones que aun no han logrado procesar y
que los posiciona en situación de vulnerabilidad, desinstrumentación
e impotencia ante situaciones nuevas.

CONFLICTO ADOLESCENTE Y CLAUDICACIÓN DE LOS ADULTOS


La adolescencia desde su surgimiento como construcción histórico
cultural se identifica con la crisis y el conflicto. Adolescente es
“quien adolece” según el diccionario “quien sufre y causa dolor a los
otros”.
Y ese sufrimiento se deriva del trabajo psíquico del adolescente:
desprenderse de su niñez y construir su ser hombre o mujer adulto.
Para realizar ese proceso necesita que “el mundo adulto” cumpla las
funciones de: sostener, reconocer su singularidad, posibilitar
búsquedas, proporcionar modelos, contener y asignar lugares desde
los cuales construir su proyecto de vida.
El adulto funciona como referente y sostén del proceso adolescente.
En esto radica la forma particular que toma la protección en esta
fase del desarrollo. Proteger es garantizar, asegurar un mínimo de
derechos que permitan satisfacer necesidades que a su vez
posibiliten el despliegue de las potencialidades de las personas y la
realización de proyectos de vida autónomos y dignos. Uno de los
principales problemas de la infancia y la adolescencia en nuestro
país es precisamente la desprotección.
Investigaciones realizadas desde la Facultad de Psicología y mas
recientemente desde INAU nos permiten postular la existencia de 3
procesos interrelacionados que se encuentran fuertemente
instalados en la sociedad uruguaya. Estos procesos se originan en el
“mundo adulto” y se asocian a esas “actitudes diferentes” a través
de las cuales los adolescentes expresan su malestar y su
sufrimiento:

⇒ Construcción social del desamparo


⇒ Construcción social de la soledad
⇒ Construcción social de la desesperanza

Los cambios en el mundo del trabajo producidos en los años 90


trajeron inestabilidad y precarización. Estos procesos atentan contra
la estabilidad del adulto y su posibilidad de proyección hacia el
futuro.
A su vez distintos indicadores (menos matrimonios, mas divorcios,
menor duración del matrimonio, hogares reconstituidos con escasa
claridad de los roles adultos) dan cuenta de crecientes niveles de
inestabilidad familiar. asistimos así a la crisis de uno de los
dispositivos tradicionales de protección y socialización de los niños,
niñas y adolescentes. Esto configura la denominada “fragilización del
mundo adulto”.
Esa imagen del adulto como persona con su vida resuelta, con
seguridad económica, estabilidad de vínculos afectivos, experiencia
que le permite resolver los problemas vitales, se resquebraja ante
los ojos de las nuevas generaciones. Emerge en su lugar un adulto
desbordado, inseguro, cuya experiencia no se presenta como fuente
de sabiduría sino como acumulación de fracasos y frustraciones.
Adultos con poca capacidad de atención y escucha,
adolescentizados y fragilizados que no aparecen como modelos ni
como referentes de autoridad.
Los adolescentes ya no desean ser como los adultos. La clásica
tensión del proceso identificatorio entre tradición (modelos adulto) y
pertenencia generacional (modelo entre pares) se desbalancea a
favor de este último.
El adolescente es así absorbido por comportamientos heteromorfos
no pudiendo sostener la autonomía ante sus pares. Se opera la
inclusión a través del mimetismo desdibujando la singularidad.
El desconocimiento del adulto como referente lleva a la
pseudoemancipación.
Esta crisis de la autoridad adulta se expresa también a nivel
institucional. Instituciones con escasa respuesta, pobladas por
adultos desbordados y paralizados donde el adolescente no
encuentra satisfacción a sus necesidades.
El deterioro de la autoestima, la vivencia de impotencia ante la
adversidad (“locus de control externo”), ausencia de futurización
impregna el mundo adulto y se transmite transgeneracionalmente.
Al desamparo se suma la soledad como deterioro de la
comunicación, necesidad de cuidar la imagen en un escenario de
competencia y ante un otro que aparece como amenaza. El
adolescente no puede mostrar sus debilidades por miedo a perder
su lugar entre los pares. Se construye así la banalización de la
comunicación y su contraparte: la soledad
En este contexto emerge la desesperanza expresada en resignación,
ausencia de proyectos, baja motivación, descreimiento.
La retracción e ineficacia del Estado en su función de protección
junto al vaciamiento de las instituciones producido en las últimas
décadas completan el escenario configurando una “crisis en las
funciones de protección y cuidado”.
La dinámica “ser cuidado” “cuidarse a si mismo” “cuidar a otros” se
altera. Todos aprendemos el autocuidado a partir de la introyección
de la figura adulta que nos protege y nos ordena comportamientos
que nos preservan de los peligros. A su vez este registro nos
permite cuidar a otros.
El vacío de protección se transforma en sobredemanda hacia las
instituciones y personas que las representan: docentes, técnicos,
autoridades.
Cuando hablamos de sobredemanda nos referimos a exigencias que
trascienden la especificidad institucional, superan las formaciones de
los operadores y exigen una especie de sustitución del rol materno o
paterno (maternalización - paternalización). En el vínculo educativo
el adolescente parece carecer de energía, la pulsión epistemofílica
(deseo de conocer) aparece bloqueada y el docente siente que es el
único que aporta energía cayendo rápidamente en el desgaste.
Siente que la tarea mas que gratificarlo y motivarlo le “chupa la
energía”.
Unido a esta demanda masiva se transfiere la pérdida de autoridad
y la desvalorización de aquello que la institución si puede dar.
En este complejo entramado de vínculos cargados de demandas,
reproches y proyecciones de la impotencia, la alianza familia -
institución – educando en que tradicionalmente se apoyaron los
proyectos educativos, se resquebraja y el docente queda solo sin
respuestas ante un adolescente que exige y pone poco de sí y
adultos ausentes y desbordados no solo como padres sino como
personas.

LA IMPLICACIÓN DE LOS ADULTOS Y SUS INSTITUCIONES


Para comprender, aún parcialmente el malestar en y con las
instituciones educativas debemos revisar esa postura que coloca la
problemática solo en los educandos.
Los adultos, profesores, técnicos, operadores debemos analizar la
implicación incluyendo en el diagnóstico ese manojo de vínculos
concientes e inconscientes que nos ata a los adolescentes con que
trabajamos y sus circunstancias.
En esos vínculos se incluyen como fantasmas imágenes y vivencias
de nuestra historia personal e institucional que operan dificultando
la comprensión y el adecuado posicionamiento ante las actitudes y
problemas de esos adolescentes uruguayos de hoy.
Algunas de esas implicaciones son:
⇒ La imagen de nuestra propia adolescencia en condiciones
histórico sociales muy distintas que poco nos ayuda a
comprender estas nuevas formas de ser y hacer.
⇒ La adolescencia que hubiéramos deseado vivir muy alejada
por lo general de estas realidades.
⇒ La identificación en nuestro desborde y parálisis con esos
padres claudicantes que no logran sostener el lugar de adulto
ante sus hijos.
⇒ La censura y el rechazo a esas actitudes “adultas”
⇒ Los miedos a que los adolescentes de nuestro entorno
afectivo: hijos, hermanos, transiten esas situaciones de dolor y
autodestrucción que vemos en nuestros estudiantes.
Este análisis debe incluir la pregunta sobre ¿como nos perciben
ellos, que representamos dentro de su mundo?

ALGUNAS RUTAS PARA SEGUIR CAMINANDO


La situación desborda la formación específica recibida por el
docente. Exige una comprensión global de los alumnos como
personas dentro de sus redes de vínculos e impregnados por su
cultura. Surge inmediatamente la demanda de formación,
instrumentación pero aquello que se presenta como nuevo para la
pedagogía es también nuevo para otras disciplinas.
No se trata de demandar desde la exigencia, el reproche y la
desvalorización de lo que el otro nos puede ofrecer cayendo en
actitudes similares a las de los adolescentes.
Se hace necesario incorporar nuevos conocimientos pero no como
recetas salvadoras sino hacerlos converger en el análisis de nuestras
prácticas personales, colectivas e institucionales.
Las nuevas realidades nos ponen ante un punto de invención y
reinvención. Reinventar formas de relación con los alumnos desde el
lugar adulto. No se trata de disfrazarse de adolescente, ser piola,
cómplice sino de recuperar la capacidad de relación
intergeneracional, de sostener el lugar de un adulto que no claudica,
que recupera su capacidad y su deseo de aprender y transformar
realidades; y que es capaz de transmitir ese entusiasmo a los
educandos, habilitando su reencuentro con el placer de aprender.
Esto requiere a su vez profundas transformaciones institucionales,
transformaciones que no pueden ser ajenas ni a los adultos ni a los
adolescentes que hoy las habitan.
Se trata de recuperar el espacio educativo como espacio amigable,
de encuentro de producción de reencuentro con esa vitalidad
transformadora que la construcción de lo nuevo siempre exige en
las personas, en las instituciones, en las sociedades.

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