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Epicureísmo
Epicureísmo
I - Introducción epicureísta.
Se preguntarán por qué traer a colación una escuela filosófica que existió IV a.
C. La respuesta, tal vez sea, porque a pesar de que ya pasaron varios siglos, todavía
resuena la fuerza vital del epicureísmo. Las circunstancias similares en la cual vivimos,
no están muy alejadas del contexto histórico de tal escuela.
Si bien existen escasos pensadores que han dedicado sus vidas a pensar la vida
desde una perspectiva afirmativa, por citar algunos: los cínicos griegos, Epicuro,
Spinoza, Nietzsche, Deleuze, Foucault. Cada uno antes de crear una doctrina, han
donado -en sentido nietzscheano- sus enseñanzas prácticas. En este caso, traemos a
colación al epicureísmo, escuela que enseñó a los hombres a librarse del temor a lo
sobrenatural y a la muerte.
Con incontables reveses bélicos y destrucciones de aquí para allá, aparecen los
nuevos reinos helenistas. Y a la par, es el contexto en el cual emergen los pensadores
helenistas, a saber: epicúreos, estoicos y escépticos. Esto tuvo como efecto, que la
reflexión dejará de ser meramente especulativa, para pasar a ahondar en la cuestión
práctica; ya no más hablar sobre la dualidad del mundo, ni del Estado ideal, ni sobre la
clasificación en términos de género y especie. El platonismo y la tradición peripatética
de Aristóteles, que ocupaban el lugar central en la filosofía antigua, dejaban su lugar,
para los filósofos helenistas, que hicieron de su reflexión nuevos desarrollos post-
aristotélicos.
El epicureísmo (IV. a.C.) fue una comunidad que se atrevió a pensar y practicar
una vida alternativa contra la maraña de acontecimientos adversos en el cual se
encontraba, podría citarse entre estos precursores de la contracultura (Bueno, 2004).
Cuando la vida humana yacía a la vista de todos, postrado torpemente en la tierra,
abrumado bajo el peso de la religión (Nizan, 1974), la incertidumbre existencial y
cultural. Se hizo imperiosa la necesidad de reflexionar, pero ahora con su compañera, la
existencia, convirtiéndose la reflexión en un arte de vivir.
Epicuro compró una casa, cuyo jardín vino a dar el nombre a la escuela epicúrea.
De ese terreno crea una comunidad filosófica donde se busca llevar una vida tranquila y
alejada del meollo político de su época, donde se practicaban la amistad y la
generosidad (Gual e Ímaz, 2007). El jardín no era un lugar de investigación, como el
Liceo, ni una escuela de preparación en política o en una planificación para construir, en
la intimidad, una micropolís organizada según la disciplina platónica, como la
Academia, es así que las palabras de Michel Onfray (2007) parecen justas, ver al jardín
como una anti-República. El jardín fue, al parecer, un espacio ceñido con otros vínculos
(Lledó, 2005), una compañía de amigos que viven conforme a principios comunes,
retirados de la vida civil. La amistad posee particular importancia ética en el
epicureísmo, y el Jardín facilitó un marco para su realización. Eran admitidos mujeres y
esclavos, y se conservan fragmentos de varias cartas privadas en que Epicuro expresa
hondo afecto hacia sus amigos y seguidores. El epicureísmo borra toda diferencia entre
sexos. Nada de misoginia, nada de sexismo, nada de falocracia, nada de reducción de lo
femenino a los ovarios, sino una práctica de la filosofía libre y común, entre iguales
(Onfray, 2007).
En una de las máximas del epicureísmo, su fundador decía que se tiene que
saber de los deseos, unos son necesarios, los otros vanos, y entre los naturales hay
algunos que son necesarios, y otros tan sólo naturales. De los necesarios, unos son
indispensables para conseguir la felicidad; otros, para el bienestar del cuerpo; otros para
la propia vida. El análisis que hace Epicuro de los deseos es conforme con el principio
de que el mayor placer es la liberación del dolor. El deseo de alimento y vestido es
natural y necesario. El no poder satisfacer ese deseo es fuente de dolor (Long, 1977). Es
mediante el conocimiento de los deseos que es posible relacionar cada elección o cada
negativa con la salud del cuerpo o la tranquilidad del alma (Epicuro, 1995) Pero el
criterio que permite saber cuál es lo bueno y lo malo es el placer. A partir del placer se
inicia la elección o aversión hacia las cosas, que no son otra cosas que la sanidad y el
dolor, como normas para vivir. Y para aquellos que buscan placer en los lujos es
probable que hayan de sufrir dolor innecesariamente, ya como consecuencia directa de
una vida suntuosa o por inhabilidad de satisfacer sus deseos (Long, 1977).
Epicuro ha dicho que todo placer es bueno, pero se debe escoger aquello que
pueda otorgar mayor placer. Epicuro identifica a la felicidad con una vida colmada de
placer. Para Platón y Aristóteles, ciertos placeres son buenos y contribuyen a la
felicidad; otros son nocivos. Para Epicuro ningún placer, de por sí, puede ser sino un
bien, dado que bien significa lo que es o causa placer (Long, 1977). No se escoge todos
los placeres, a veces, se tiene que desechar aquello que pueda traer algún trastorno, o
sea, devenga un dolor intenso. El epicureísmo enseña el “cálculo de placer” según las
ganancias y los prejuicios, hay que juzgar sobre el placer y el dolor, porque algunas
veces el bien se torna en mal, y otras veces el mal en un bien (Epicuro, 1995) esa es la
única manera de gozar de una abundancia sana.
Para lograr este estado, que Epicuro llama ataraxia, la tranquilidad del alma, será
preciso realizar unas prácticas curativas y liberativas. Una disciplina que se relacione
con una ética de los placeres vitales, aquello que repercuta en el beneficio de la vida.
Aparece así la idea del hombre como transformación, que persigue una vida agradable y
templada. El conocimiento práctico lleva a borrar el miedo a los dioses, al temor, dolor
y una vez tomados se invitaba al disfrute de la buena vida, que consistía en reír en
compañía de amigas y amigos deleitándose con la fuerza de cada momento de la vida.
VI - Reactualizar el Jardín.
Bibliografía utilizada.