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El epicureísmo: una aventura singular y colectiva.

I - Introducción epicureísta.

Se preguntarán por qué traer a colación una escuela filosófica que existió IV a.
C. La respuesta, tal vez sea, porque a pesar de que ya pasaron varios siglos, todavía
resuena la fuerza vital del epicureísmo. Las circunstancias similares en la cual vivimos,
no están muy alejadas del contexto histórico de tal escuela.

Superstición, incertidumbre, malestar cultural, cultivo del horror y la ignorancia,


alentaron a la de reflexión práctica para la citada escuela, es decir, no solamente
reflexionar sobre su realidad sino que buscar transformarla. Es así que el epicureísmo
levanto una muralla revolucionaria, alumbró una luz distinta, democratizó el cuerpo, el
apego a la vida y a la pobre y desamparada carne de los hombres, entre cuyos sutiles y
misteriosos vericuetos alentaba a la alegría y a la tristeza, la serenidad y el dolor, la
generosidad y la crueldad. (Lledó, 2005). Todo eso fueron los ingredientes para que
nazca una de las comunidades más vilipendiadas de la historia del pensamiento
filosófico, el epicureísmo.

II – Pensar y vivir una vida serena.

Una filosofía de la vida es un ataque frontal a toda manifestación tanatológica


del pensar y vivir. Contra todo coloquio de la muerte, se alza una reflexión práctica de
la vida, una afirmación activa, que no es otra cosa que el arte de vivir individual y
colectivamente, figuras de una misma moneda. El epicureísmo intuyó que había que
intensificar las relaciones con nosotros mismos antes de pensar en organizamos como
sociedad (García Gual, C; Lledó, E. y Hadot, p. 16), pero no en el sentido egoísta ni
mucho menos en sentido individualista, sino en su relación de sí para el otro, es decir,
depurar los demonios de uno mismo, para poder crear relaciones amistosas y generosas.

La filosofía epicureísta, tiene una función eminentemente pragmática de aportar


salud al alma y al cuerpo, hacer de la filosofía una medicina, es decir, liberarnos de las
pasiones que producen perturbación e infelicidad. Es por eso que para los epicúreos la
filosofía carece de valor si no ayuda a los hombres a alcanzar la felicidad (Long, 1977).
Los epicúreos pensaron que las causas de la infelicidad se podían encontrar en las
creencias erróneas; ya sea social, religiosa, moral y por último, acerca del valor
verdadero de las cosas.

Si bien existen escasos pensadores que han dedicado sus vidas a pensar la vida
desde una perspectiva afirmativa, por citar algunos: los cínicos griegos, Epicuro,
Spinoza, Nietzsche, Deleuze, Foucault. Cada uno antes de crear una doctrina, han
donado -en sentido nietzscheano- sus enseñanzas prácticas. En este caso, traemos a
colación al epicureísmo, escuela que enseñó a los hombres a librarse del temor a lo
sobrenatural y a la muerte.

III – Crisis de la polis: el contexto del epicureísmo.


Aproximadamente, en el siglo IV a.C., Grecia dejaba su época de esplendor y gloria
cultural, para caer en una especie de incertidumbre y superstición. Esto ocasionaría y
configuraría la atmósfera existencial de los griegos, a causa de la muerte de Alejandro
Magno y su posterior efecto: unos cuarenta años de vastas guerras y sanguinarias
intrigas (Gual, 2013).

Con incontables reveses bélicos y destrucciones de aquí para allá, aparecen los
nuevos reinos helenistas. Y a la par, es el contexto en el cual emergen los pensadores
helenistas, a saber: epicúreos, estoicos y escépticos. Esto tuvo como efecto, que la
reflexión dejará de ser meramente especulativa, para pasar a ahondar en la cuestión
práctica; ya no más hablar sobre la dualidad del mundo, ni del Estado ideal, ni sobre la
clasificación en términos de género y especie. El platonismo y la tradición peripatética
de Aristóteles, que ocupaban el lugar central en la filosofía antigua, dejaban su lugar,
para los filósofos helenistas, que hicieron de su reflexión nuevos desarrollos post-
aristotélicos.

Tenemos que advertir que, la crisis de valores de la disolución de los vínculos


políticos trae consigo, propuestas filosóficas que tratan de recuperar al individuo que
estaba perdido en un mar de incertidumbre y superstición. Una de las propuestas es el
epicureísmo.

IV. Injurias a una comunidad.

A lo largo de la historia del pensamiento filosófico, el epicureísmo fue vilmente


injuriado. Uno de los motivos parece ser porque aparece radicalmente enfrentado a una
buena parte del pensamiento dominante, especialmente Platón y Aristóteles (Lledó,
2003). Ninguno de los pensadores de la antigüedad ha sido tan calumniado ni tan
trivialmente malinterpretado como, Epicuro (Garcia Gual y Acosta, 1974) y sus amigos;
libertinos, incrédulos, ateos, agresivos, anómalos, inmorales y un sinfín de adjetivos
(des)calificativos han caído sobre ellos. Pero, como bien dice Walter Otto (2005),
también los más prominentes espíritus, desde Lucrecio hasta Nietzsche, se han visto
fuertemente atraídos por su pensamiento, pero sería injusto quedarse solamente hasta el
pensador alemán, ya que filósofos contemporáneos, como Hadot, Deleuze, Foucault y
una buena cantidad de filósofos actuales, han comprendido que detrás de los
presupuestos comunes y superficiales en torno a Epicuro, había oculto un espíritu de
claridad y nobleza.

El epicureísmo (IV. a.C.) fue una comunidad que se atrevió a pensar y practicar
una vida alternativa contra la maraña de acontecimientos adversos en el cual se
encontraba, podría citarse entre estos precursores de la contracultura (Bueno, 2004).
Cuando la vida humana yacía a la vista de todos, postrado torpemente en la tierra,
abrumado bajo el peso de la religión (Nizan, 1974), la incertidumbre existencial y
cultural. Se hizo imperiosa la necesidad de reflexionar, pero ahora con su compañera, la
existencia, convirtiéndose la reflexión en un arte de vivir.
Epicuro compró una casa, cuyo jardín vino a dar el nombre a la escuela epicúrea.
De ese terreno crea una comunidad filosófica donde se busca llevar una vida tranquila y
alejada del meollo político de su época, donde se practicaban la amistad y la
generosidad (Gual e Ímaz, 2007). El jardín no era un lugar de investigación, como el
Liceo, ni una escuela de preparación en política o en una planificación para construir, en
la intimidad, una micropolís organizada según la disciplina platónica, como la
Academia, es así que las palabras de Michel Onfray (2007) parecen justas, ver al jardín
como una anti-República. El jardín fue, al parecer, un espacio ceñido con otros vínculos
(Lledó, 2005), una compañía de amigos que viven conforme a principios comunes,
retirados de la vida civil. La amistad posee particular importancia ética en el
epicureísmo, y el Jardín facilitó un marco para su realización. Eran admitidos mujeres y
esclavos, y se conservan fragmentos de varias cartas privadas en que Epicuro expresa
hondo afecto hacia sus amigos y seguidores. El epicureísmo borra toda diferencia entre
sexos. Nada de misoginia, nada de sexismo, nada de falocracia, nada de reducción de lo
femenino a los ovarios, sino una práctica de la filosofía libre y común, entre iguales
(Onfray, 2007).

V - La conquista de felicidad (eudainomia).

La necesidad de pensar y actuar ante la realidad hace que la reflexión de los


epicúreos gire en torno a la cuestión de la felicidad y en la obtención de la misma. Es
por eso que el punto de partida de toda reflexión ética en la antigüedad, era el logro de
la felicidad, que no es otra cosa que la vida buena. El conocimiento no era posible si no
iba de la mano por una serie de prácticas relacionadas con el placer, a partir de las
cuales se daba una transformación en el sujeto, en otras palabras, se habla de un trabajo
sobre sí; que nada tiene que ver con ningún pensamiento que alimente el “yo”.

Todo el edificio filosófico de Epicuro descansa en la necesidad de calmar la


angustia del hombre en este mundo, sobre todo la del hombre corriente (Jufresa, 1995).
Para Epicuro, el hombre por lo general se encuentra en un estado de confusión y
perturbación emocional, con miedos y temores. Ante tal realidad, el filósofo busca que
la filosofía devenga en una práctica filosófica y que pueda liberar al hombre de tales
males. No importa la edad del hombre, por eso una de sus principales máxima dice que
nadie, mientras sea joven, se muestre remiso en filosofar, ni, al llegar a viejo, de
filosofar se canse (Epicuro, 1995). Obviamente, porque todo epicúreo entiende que la
filosofía otorga herramientas para combatir toda coacción. Sacar al hombre de la
debilidad, del merced de tales coacciones (Epicuro, 1995), como la superstición, la
muerte y la incertidumbre, como se mencionó anteriormente.

La filosofía se convierte en una medicina que puede sanar, principalmente


desbaratando las falsas creencia. En este aspecto, la filosofía práctica es entendida como
terapéutica, práctica médica, en sentido metafórico. En este caso combina, meditación y
arte de vivir (Epicuro, 1995) que llevan a nuevas zonas de prácticas reflexivas que
acerquen a la felicidad.
Para la comunidad epicúrea, la felicidad se logra mediante el placer, es decir,
que el placer es el criterio de la elección o aversión hacía las cosas que puede llevar a
conquistar la felicidad. Esto ha sido la piedra de escándalo que vieron los filósofos de
su época, respecto a los pensadores del Jardín; tachados de meros hedonistas libertinos.
Eminentemente, la línea de acción de los epicúreos va por otro camino que sus
contemporáneos, como se había dicho más arriba. La practicidad de la filosofía epicúrea
aparece en todo su esplendor: fines prácticos que puedan desarticular toda forma temor
que pueda perturbar al hombre, a saber: el temor a los dioses y a la muerte. Ya no es el
conocimiento el tema de preocupación, sino un conocimiento práctico que permita al
hombre vivir placenteramente.

En una de las máximas del epicureísmo, su fundador decía que se tiene que
saber de los deseos, unos son necesarios, los otros vanos, y entre los naturales hay
algunos que son necesarios, y otros tan sólo naturales. De los necesarios, unos son
indispensables para conseguir la felicidad; otros, para el bienestar del cuerpo; otros para
la propia vida. El análisis que hace Epicuro de los deseos es conforme con el principio
de que el mayor placer es la liberación del dolor. El deseo de alimento y vestido es
natural y necesario. El no poder satisfacer ese deseo es fuente de dolor (Long, 1977). Es
mediante el conocimiento de los deseos que es posible relacionar cada elección o cada
negativa con la salud del cuerpo o la tranquilidad del alma (Epicuro, 1995) Pero el
criterio que permite saber cuál es lo bueno y lo malo es el placer. A partir del placer se
inicia la elección o aversión hacia las cosas, que no son otra cosas que la sanidad y el
dolor, como normas para vivir. Y para aquellos que buscan placer en los lujos es
probable que hayan de sufrir dolor innecesariamente, ya como consecuencia directa de
una vida suntuosa o por inhabilidad de satisfacer sus deseos (Long, 1977).

Epicuro ha dicho que todo placer es bueno, pero se debe escoger aquello que
pueda otorgar mayor placer. Epicuro identifica a la felicidad con una vida colmada de
placer. Para Platón y Aristóteles, ciertos placeres son buenos y contribuyen a la
felicidad; otros son nocivos. Para Epicuro ningún placer, de por sí, puede ser sino un
bien, dado que bien significa lo que es o causa placer (Long, 1977). No se escoge todos
los placeres, a veces, se tiene que desechar aquello que pueda traer algún trastorno, o
sea, devenga un dolor intenso. El epicureísmo enseña el “cálculo de placer” según las
ganancias y los prejuicios, hay que juzgar sobre el placer y el dolor, porque algunas
veces el bien se torna en mal, y otras veces el mal en un bien (Epicuro, 1995) esa es la
única manera de gozar de una abundancia sana.

Nada más lejos de un hedonismo desenfrenado, sino más bien de un goce


prudente de los placeres. Es por eso que el placer del epicureísmo se distingue de los
placeres del pensamiento cínico, que apuntaban más a un hedonismo intermedio. En
cambio, el epicureísmo tenía un rasgo distintivo y es la negación de todo estado o
sentimiento intermedio entre placer y dolor. El placer y el dolor están relacionados uno
con otro, no como contrarios, sino como contradictorios (Long, 1977). Cabe remarcar,
el placer es bueno si es qué sirve para apartar el dolor y el temor, cuando estos no están
presentes no es necesario, por eso cohabita la idea de que todo placer es bueno, pero no
todo deseable.

Para lograr este estado, que Epicuro llama ataraxia, la tranquilidad del alma, será
preciso realizar unas prácticas curativas y liberativas. Una disciplina que se relacione
con una ética de los placeres vitales, aquello que repercuta en el beneficio de la vida.
Aparece así la idea del hombre como transformación, que persigue una vida agradable y
templada. El conocimiento práctico lleva a borrar el miedo a los dioses, al temor, dolor
y una vez tomados se invitaba al disfrute de la buena vida, que consistía en reír en
compañía de amigas y amigos deleitándose con la fuerza de cada momento de la vida.

VI - Reactualizar el Jardín.

Nietzsche (2009) el 26 de marzo de 1879, envía una carta a su amigo Heinrich


Köselit (Peter Gast). En esa carta Nietzsche pregunta a Köselit: ¿dónde podríamos
restaurar el jardín de Epicuro? Asumimos la pregunta nietzscheana y la hacemos
nuestra. Ya que consideramos que la amistad, la felicidad, la tranquilidad, la salud del
cuerpo y de la mente son algunos de los temas centrales de los escritos epicúreos, que
hoy se deleitar de plena actualidad.

Hacemos nuestra, también, las palabras de Michel Onfray (2008) aspiramos a un


nuevo tipo de Jardín de Epicuro, pero fuera de las paredes, ya no sedentario,
geográficamente cerrado, localizado, sino un Jardín nómada, portátil y móvil, llevado
consigo ahí donde uno esté. Un Jardín virtual cuyos efectos sean reales. Una manera de
vivir según los principios epicúreos en el mundo y no a su lado. Pero siempre teniendo
en cuenta, la famosa frase spinozista: todo lo excelso es tan difícil como raro (Spinoza,
2009).

Bibliografía utilizada.

- Bueno, G. (2004), El mito de la cultura. Barcelona: Editorial prensa ibérica.


- Garcia Gual, C, (2013). Epicuro. Madrid: Alianza.
- García Gual, C., y Acosta. (1974). Ética de Epicuro. La génesis de una moral
utilitaria, Barcelona: Barral.
- García Gual, C., e Ímaz, J, (2007), Filosofía helenística. Éticas y sistemas.
Madrid: Síntesis.
- García Gual, C; Lledó, E. y Hadot, P. (2013), Filosofía para la felicidad, Madrid,
Errata Naturae.
- Epicuro (1995), Obras. Barcelona: Altaya.
- Lledó, E. (1995), El epicureísmo. Una sabiduría del cuerpo, del gozo y de la
amistad. Madrid: Taurus.
- Judresa, M. (1995), Estudio preliminar, En: Epicuro, Obras. Barcelona: Altaya.
- Nizan, P. (1976), Los materialistas de la antigüedad. Madrid: Editorial
fundamentos.
- Nietzsche, F. (2012), Correspondencia. Volumen III. Enero 1875 – Diciembre
1879. Madrid: Editorial Trotta.
- Onfray, M. (2008), La comunidad filosófica. Manifiesto por una Universidad
popular. Barcelona: Gedisa.
- Onfray, M. (2007), Las sabidurías de la antigüedad. Contrahistoria de la filosofía
I. Barcelona: Anagrama.
- Otto, W. (2005), Epicuro. Madrid: Sexto piso.
- Long, A. (1977), La filosofía helenística. Estoicos, epicúreos, escépticos.
Madrid: Alianza.
- Spinoza, B. (2009), Ética demostrada según el orden geométrico. Madrid:
Alianza.

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