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Vida
San Juan Crisóstomo, afamado rétor y fino exegeta, primero asceta y monje;
luego, diácono y presbítero en Antioquía; después obispo de Constantinopla.
Aquí su seriedad de reformador y también su falta de tacto le llevaron a serios
conflictos con obispos y con la corte imperial. Depuesto y desterrado, sus
tribulaciones y muerte en el exilio fueron una dolorosa prueba martirial para él y
el sector de la comunidad que se le mantuvo fiel1.
Nació en Antioquía (Siria), en el año 3472. En aquel entonces, dicha ciudad era
la segunda más importante del Imperio Romano de Oriente. El padre de Juan,
Secundo, era un oficial del ejército sirio y murió poco tiempo después del
nacimiento de Juan por lo que su hermana mayor y él quedaron totalmente a
cargo de Antusa, la madre cristiana de ambos. Juan fue bautizado en 370, a la
edad de 23 años y fue ordenado lector (una de las órdenes menores de la
Iglesia). Comenzó estudios con el filósofo Andragatio y continuó con Libanio, que
entonces era un famoso orador y el más ferviente partidario del feneciente
paganismo romano. Libanio quedó maravillado con la elocuencia de su discípulo
y previó para el mismo una brillante carrera como estadista o legislador. Sin
embargo, un encuentro con el obispo Meletio resultó decisivo en la vida de Juan,
quien comenzó a estudiar teología con Diodoro de Tarso (uno de los líderes de
la antigua escuela de Antioquía) mientras mantenía un ascetismo extremo. No
obstante, las ansias de una vida más perfecta lo llevaron a convertirse en un
eremita (alrededor de 375) condición en la que permaneció hasta que su
quebrantada salud por excesivas vigilias y ayunos durante el invierno lo obligaron
a volver a Antioquía donde retomó su actividad como lector. Crisóstomo fue
siempre un admirador de un monasticismo activo y utilitario y se pronunció contra
los peligros de una contemplación ociosa. En 381 fue ordenado diácono por
Meletio de Antioquía y en 386 fue ordenado sacerdote por el obispo Flaviano I
de Antioquía. Al parecer fue éste el momento más feliz de su vida. Su principal
tarea durante doce años consistió en predicar. Adquirió gran popularidad por su
elocuencia. Dignos de mencionar son los comentarios que hizo a pasajes
bíblicos y la exposición de enseñanzas morales muchas de ellas recopiladas en
sus Homilías. Con el transcurso del tiempo Crisóstomo llegó a ser el sucesor de
Flaviano I. Durante su misión como obispo mostró gran preocupación por las
necesidades espirituales y materiales de los pobres. También se pronunció en
contra de los abusos de los poderosos y de la propiedad personal. Su
interpretación directa de las Escrituras (en contraste con la tendencia de
Alejandría donde se recurría a una interpretación alegórica) lo condujo a
seleccionar para sus charlas temas eminentemente sociales que explicaban el
concepto de la vida cristiana. A la muerte de Nectario el 27 de septiembre de 397
fue instituido de cierta forma en contra de su voluntad como metropolitano de
Constantinopla (por su calidad de villa imperial, el metropolitano de
Constantinopla recibió posteriormente el título de Patriarca). Para poder
abandonar la ciudad de Antioquía, en donde era tan querido, una escolta militar
tuvo que acompañarlo para así evitar la conmoción del pueblo. Quedó instituido
como metropolitano el 26 de febrero de 398 por Teófilo, patriarca de Alejandría,
quien con gran desgano llevó a cabo el pedido del emperador Arcadio.
El primer acto del nuevo obispo fue provocar la reconciliación entre Flaviano y
Roma. La misma Constantinopla comenzó pronto a sentir el impulso de una
nueva vida eclesiástica La necesidad de reforma era innegable. Crisóstomo
comenzó “barriendo las escaleras desde arriba” (Palladius, op- cit., v). El llamó
a su oeconomus, y le ordenó reducir los gastos del mantenimiento de la sede
episcopal; puso fin a los frecuentes banquetes, y vivió poco menos estrictamente
de lo que antes había vivido como sacerdote y monje. Sin embargo, el partido de
los descontentos no era realmente peligroso, a menos que pudieran encontrar
algún líder prominente e inescrupuloso. Tal persona se presentó más pronto de
lo que podrían haberlo esperado. Fue el bien conocido Teófilo, Patriarca de
Alejandría. Apareció bajo circunstancias bastante curiosas, lo que de ningún
modo anunciaba el resultado final. Teófilo, hacia el fin del año 402, fue
convocado por el emperador a Constantinopla para disculparse ante el sínodo,
que debería presidir Crisóstomo, por varios cargos, que habían sido presentados
en su contra por ciertos monjes Egipcios, especialmente por los llamados cuatro
“hermanos altos”. El patriarca, su antiguo amigo, se había puesto
repentinamente en su contra, y los había perseguido como Origenistas
(Palladius, "Dialogus", xvi; Socrates, op. cit., VI, 7; Sozomenus, op. cit., VIII, 12).
Un doble atentado contra la vida de Crisóstomo fracasó. En Vísperas de Pascua
de 404, cuando todos los catecúmenos estaban por recibir el bautismo, los
adversarios del obispo, con soldados imperiales, invadieron el baptisterio y
dispersaron a toda la congregación. Al final Arcadio firmó el decreto, y el 24 de
Junio de 404, los soldados condujeron a Crisóstomo una segunda vez al exilio.
Exilio y Muerte
Los seguidores del obispo exiliado fueron acusado del crimen y perseguidos.
Apresuradamente Arsacio, un hombre viejo, fue designado sucesor de
Crisóstomo, pero fue pronto sucedido por el astuto Atico. Crisóstomo, fue
conducido Cucusus, un aislado y escabroso lugar en la frontera este de Armenia,
continuamente expuesto a las invasiones de los Isáuricos. Cuando las
circunstancias de esta deposición fueron conocidas en el Occidente, el papa y
los obispos italianos se declararon en su favor. El emperador Honorio y el Papa
Inocencio I intentaron convocar un nuevo sínodo, pero sus delegados fueron
apresados y enviados a casa. El papa rompió toda comunión con los Patriarcas
de Alejandría, Antioquia (donde un enemigo de Crisóstomo había sucedido a
Flaviano), y Constantinopla, hasta que (después de la muerte de Crisóstomo)
consintieron admitir su nombre en los dípticos de la Iglesia. Murió cerca de
Comana, en el Ponto, el 14 de septiembre del año 407.
Obra
Entre los Padres griegos no hay nadie que haya dejado una herencia literaria tan
copiosa como Crisóstomo. Además, él es el único, entre los antiguos
antioquenos, cuyos escritos se han conservado casi íntegramente. Ningún
escritor oriental ha conseguido la admiración y el amor de la posteridad en el
campo que lo consiguió él . Su don extraordinario de elocuencia le valió el
glorioso título de “Crisóstomo,” “Boca de Oro,” que casi ha suplantado a su
verdadero nombre desde que le fue otorgado por primera vez en el siglo VI 3.
Homilías morales
Contra los juegos circenses;
Sobre la limosna.
Homilías de circunstancias
A propósito de las fiestas;
21 homilías por las estatuas, motivadas por un motín del pueblo de
Antioquía contra el Emperador.
3) Cartas: Escribió 236 cartas con celo apostólico, en las que se reflejan su
gran humanidad y santidad de vida, entereza y ánimo frente a lo adverso.
Dos de esas cartas están dirigidas al Papa Inocencio y son una buena
fuente para defender el Primado romano.
Doctrina - Teología
Entre los numerosos escritos de Crisóstomo no hay uno sólo que se pueda
llamar propiamente una investigación o estudio de un problema teológico
como tal. No estuvo envuelto en ninguna de las grandes controversias
dogmáticas de su época. Si refuta herejías, lo hace para proporcionar a sus
lectores la información e instrucción necesarias.
1) Cristología
3) Pecado original
5) Eucaristía
6) Sobre el sacerdocio